En el Cantón Taltal, en el extremo sur de la Provincia de Antofagasta, llegó a haber 15 a 20 Oficinas Salitreras para la explotación del salitre natural (NaNO3). Una de ellas, fue la salitrera "Chile", de propiedad de inversionistas alemanes. No todas trabajaron en la misma época y algunas cerraron antes que otras, en la década del 1920-1930, como resultado del descubrimiento del salitre sintético en Alemania, que sustituyó al salitre natural procedente de Chile.
Cómo logramos adquirir
este notable meteorito y su inefable historia posterior.
Creo recordar que fue mi esposa, María Cristina Mardorf, quien me hizo la primera alusión a este meteorito, que se encontraba en poder de una familia conocida suya, de origen alemán, en el sur de Chile. Se conservaba, en efecto, como reliquia en un fundo en la localidad de Lautaro, propiedad de una familia de origen alemán de apellido Angelbeck. Esta familia era descendiente directa del afortunado descubridor del cuerpo celeste, quien era por entonces el ingeniero jefe de la Oficina Salitrera Chile, al interior de Taltal (Ver Fig.1: Plano).
Un artículo publicado por el Noticiario
Mensual del Museo de Historia Natural de Santiago de Chile en 1958, da cuenta
minuciosa de las circunstancias exactas de este hallazgo fortuito. Recuperado el meteorito, luego de una increíble odisea nocturna a caballo, en plena pampa salitrera, el jefe de la Oficina le hizo recortar un pequeño trozo para examinarlo en su laboratorio,
constatándose que estaba formado por más del 98% de hierro con adición de
magnesio.
Enseguida comprendí que este hallazgo cerca de Taltal, en pleno desierto, podría llegar a ser un poderoso atractivo para nuestro pequeño Museo en Iquique y, habiendo consultado el caso con varios amigos de confianza, concordamos en que valía la pena adquirirlo para nuestro museo. Así, pues, iniciamos un contacto epistolar con la actual poseedora, en Lautaro. Le indicamos que, tratándose de un cuerpo celeste caído en el desierto, parecía natural que fuera expuesto en algún Museo en una ciudad del Norte del país. Le sugerimos una posible donación, pero la dueña optó por su venta, pidiendo en ese momento la cantidad de Eº 20.000 (escudos). Estuvimos de acuerdo en la suma solicitada, e iniciamos una campaña solidaria en la ciudad para su adquisición. Mientras tanto, la propia Dra. Angelbeck de Von Buch adelantó el dinero para su adquisición, en calidad de préstamo. La dueña estuvo de acuerdo y nos envió enseguida el meteorito, muy bien embalado, por intermedio del ferrocarril del Norte que por entonces llegaba hasta la ciudad de Iquique. En ese tiempo, el viaje en “El Longino” (así era llamado este ferrocarril del Norte Grande, que funcionó hasta el año 1997), tardaba como tres días enteros. Con Jorge Checura mi compañero de labores y nuestro chofer don Albino lo fuimos a buscar al terminal ferroviario y lo trasladamos al Museo. Allí le hicimos una tarima especial para su exposición y pasó a ser, de inmediato, en el hall central del Museo la gran atracción del mismo, concitando desde el primer día el interés de numerosos visitantes.
El meteorito era una roca compacta de color pardo muy oscuro,
casi negro, y pesaba la friolera de 82 kg. Difícil de manejar y mover a causa de su
enorme peso. De alto, no tendría más de 60-62 cm.
La superficie del pequeño fragmento
faltante, (recortado por el ingeniero jefe de la Salitrera para su análisis
químico) brillaba con destellos plateados, dejando entrever claramente su evidente pureza en hierro.
Iniciamos la lenta tarea de recolección de fondos para su financiamiento
y, para ello, instalamos en el Museo, al pie del meteorito, una alcancía en la que los visitantes
hacían sus aportes voluntarios. A la vez, semana tras semana, escribíamos en los
diarios locales sendos artículos dando a conocer la enorme importancia
científica de esta adquisición del Museo de la Universidad [1].
Pronto decidí tomar contacto con el Museo Británico en Londres, institución poseedora de varios
meteoritos, informándoles por carta nuestra de la presencia de este cuerpo
celeste en nuestro Museo de Iquique. La noticia les sorprendió enormemente y nos
solicitaron mayor información sobre su caída y circunstancias de su hallazgo en
Chile, pues en sus catálogos este cuerpo celeste no figuraba. Les envié copia
del artículo aparecido en el Noticiario Mensual del Museo de Historia Natural
de Santiago, donde se explicitaba las circunstancias exactas de su
descubrimiento casual [2]. Esta noticia suscitó enorme interés.
Fig. 1. Los alrededores del edificio del Museo Nacional de Historia Natural en la Quinta Normal. Fue fundado en el año 1830 por el sabio francés Claudio Gay, por entonces contratado por el gobierno de Chile para el estudio de su geografía, ciencias naturales e historia. El Museo, en su forma actual, fue construido por el arquitecto francés Paul Lathoud para la Primera Exposición Internacional del año de 1875. (foto Mario Elgueta).
[1] Recuerdo que yo revisaba con especial interés
los artículos de la Enciclopedia Británica relativos a la caída de meteoritos
en el mundo. Dos o tres artículos
nuestros sobre este mismo tema aparecieron en Iquique en los diarios locales de la época.
[2] El artículo en referencia apareció publicado en el Noticiario Mensual el Museo Nacional de Historia Natural, Santiago, Nº 29, Diciembre 1958. Fue titulado: “La historia terrenal del aerolito taltalino”. Su autora fue la Dra. Ruth Angelbeck de Von Buch hija del descubridor. A nuestra llegada a Chile desde los Estados Unidos, a fines del año 1971, Ruth ejercía como médico en el hospital de Arica Su hija, Karin Von Buch, arquitecta, residente entonces en Arica, resultó ser íntima amiga de mi esposa Cristina. Fue, pues, a través de Karin y su madre Ruth que yo tomé conocimiento de la existencia en Lautaro, del mentado meteorito (aerolito). He aquí el verdadero origen de mi interés por adquirirlo como un valiosa joya para nuestro museo de Iquique.
Nuestras humildes publicaciones en el Museo de Iquique.
Para dar a conocer nuestras propias investigaciones y las
de mis colegas, durante nuestro corto período de estancia en el museo de Iquique (mayo-septiembre 1972), creamos
una pequeña publicación antropológica que pomposamente rotulamos como “Cuadernos de Investigaciones Históricas y
Antropológicas” que portaba el logo del famoso shamán del Cerro Unita, la
que iniciamos en el mes de junio de 1972.
Era de muy humilde formato y constaba de pocas páginas. Como no había
dinero, recuerdo que en una de las publicaciones tuvimos que recurrir a unas
resmas de papel ya afectadas por la
acción de las termitas. Alcanzamos a publicar dos ediciones con trabajos
propios. Checura continuaría después en la misma senda, agregando más tarde
otras publicaciones suyas. Esta pequeña y humilde actividad editorial nos fue
muy útil para trabar estrechos contactos con Museos chilenos y extranjeros y
darnos a conocer como investigadores en el país.[1]
Junto con los “Cuadernos”, editamos un modesto “Boletín Informativo”, en el que dábamos cuenta de los trabajos
realizados en el Museo. El primer Boletín lo editamos el 15 de Mayo de 1972 y
el segundo, el 15 de Agosto de ese mismo año. En este último, dimos detallada cuenta del proceso de adquisición del meteorito y transcribimos en gran parte la
publicación original de Ruth Angelbeck de von Buch de 1958, hija del
descubridor del meteorito, para conocimiento de los visitantes el museo.
Por su notable interés, reproducimos a continuación parte del texto de
la Dra. Ruth Angelbeck escrito el año 1958:
“Un día del año
1917 el aerolito hizo su aparición en la atmósfera terrestre. Ya atardecía, y
la brillante bola incandescente describía su curva parabólica hacia la
tierra. Hombres y mujeres de los
campamentos de la Oficina Salitrera “Chile” se detenían en sus faenas para
observar ese fenómeno extraño y pronto supo el gerente, don Eduardo Angelbeck
Grebe de lo ocurrido, porque la superstición veía en el fenómeno un mal
augurio. El aerolito había terminado su viaje hacia la tierra, y, con un golpe
que hizo estremecerse los alrededores cercanos, se enterró a más de un metro de
profundidad entre arena y caliche de la pampa nortina. Don Eduardo, una persona
de amplia cultura y los más variados intereses científicos, de inmediato se dio cuenta de la naturaleza
del fenómeno y salió a caballo, acompañado de algunos hombres, a buscar el
punto preciso donde se había enterrado el aerolito. Ya caía la noche pero el
cielo estrellado y la tenue luz de la luna menguante, alumbraban suficientemente
el desierto. Tras horas de búsqueda, casi al amanecer, ubicaron el cono de
inserción del aerolito. A 1.800 m de altura sobre el nivel del mar. Pero para
sacarlo de su pozo arenoso, hacía falta las herramientas apropiadas, por lo
tanto el pequeño grupo volvió a la Oficina marcando cuidadosamente el camino de
regreso. A la mañana siguiente, partió una cuadrilla de trabajadores con palas
y piquetas al punto marcado y desenterró el aerolito. Pero no pudieron
transportar de inmediato porque aún estaba tan cliente que no se le podía
tocar. Además, tiene el peso apreciable de 82 kg. Su largo es de 48 cm. el ancho, 30 cm. y la altura 20 cm.
Una vez en la
Oficina, fue llevado directamente al laboratorio…El análisis dio hierro
prácticamente puro, ya que solo se encontraron huellas despreciables de
magnesio y otros metales…(El aerolito) acompañó a su dueño un año más tarde en
el traslado a Taltal. En 1922, fue a residir al barrio alto de Santiago, y en
1932 emprendió viaje al sur de Chile, a Lautaro, siempre acompañando a su
dueño, orgulloso de él. Pasaron los
años, el dueño envejeció y finalmente, en 1956, se lo llevó la muerte. Entonces
el aerolito tuvo que emprender un corto viaje pues fue trasladado a la casa del
fundo del hijo de don Eduardo. Allí, en el salón del fundo “Santa Elena”, en la
provincia de Cautín, sigue su estadía apacible y contemplativa de la vida de la
familia Angelbeck, y cada vez que lo vemos, nos invade una intensa nostalgia
por saber algo sobre su lugar de nacimiento…
Se le considera
como el aerolito de 2º tamaño encontrado en Sudamérica, y entre los aerolitos
encontrados en todo el orbe de la tierra ocupa el 8º lugar”.
Comentario final.
Este relato, escrito personalmente por la propia hija del descubridor en 1958, es ya de por sí elocuente. Es sin duda su gran mérito el haber puesto por escrito los curiosos detalles de su descubrimiento. Solo faltó señalar la fecha exacta de su apariciòn en aquella
noche en los terrenos de la Oficina “Chile”. Este dato exacto, lamentablemente, se ha perdido, al parecer para siempre.
Solo me cabe agregar, a guisa de comentario, que tuve la ocasión de
comentar en la ciudad de Arica con la propia Dra. Angelbeck, en 1972, los detalles de este descubrimiento. Me dijo que su padre, para poder determinar con precisión el sitio exacto de su caída, como punto de referencia, se había fijado en su posición exacta con respecto a un
poste del corredor de la casa. Este detalle
sirvió de excelente guía para la
cuadrilla de sus trabajadores que logró dar con él. tras afanosas horas de búsqueda esa misma noche.
Existe un relato abreviado y "maquillado" de este pintoresco episodio, escrito por el zoólogo del MNHN Dr. José Yáñez, sobre la base de mi propio relato personal, el que fuera publicado el año 2016 en en "Cartas al Editor", de la publicación "Gestión Ambiental" Nº 31, pp. 63-65 con el título de "La extraña historia terrenal del meteorito de Taltal depositado en el Museo Nacional de Historia Natural. Rescate sui generis de un patrimonio natural".
El “robo” del Meteorito de Taltal.
La presencia del meteorito en el Museo de Iquique y su enorme valor científico, alertó al Director de la Sede universitaria el contador señor Jorge Godoy Melgarejo, quien secretamente empezó a dar vueltas a la idea de venderlo muy bien y con ese dinero reforzar las escuálidas finanzas de la sede iquiqueña de la Universidad. Por ello, me alentaba a mantener el contacto con personeros del Museo Británico y a tenerlo bien informado.
Con Jorge
Checura, muy pronto nos dimos cuenta de sus verdaderas intenciones y que la
idea de vender el meteorito al Museo Británico, había llegado a ser una verdadera obsesión secreta del Director, aun cuando éste no lo confesara abiertamente.
Con Jorge discutimos en privado qué hacer ante la idea de perder
para siempre esta notable pieza procedente del espacio, que ya constituía la
más preciada joya de nuestro Museo. Se me ocurrió consultar secretamente el
tema con la Dra. Grete Mostny Glaser, directora del Museo Nacional de Historia
Natural de Santiago. Como aún no había sido pagado, el meteorito, de hecho,
seguía perteneciendo a su legítima dueña en la provincia de Cautín. Expliqué en detalle a Grete por carta el grave problema surgido con el director de la Sede así como nuestros temores y le consultábamos si el Museo Nacional de
Historia Natural de Santiago estaría dispuesto a financiar su compra. En tal caso, nosotros
le enviaríamos de inmediato el preciado Meteorito desde Iquique.
Grete Mostny se manifestó
dispuesta a pagar los Eº 20.000 solicitados, con fondos del Museo. De
inmediato, ella como buena científica, se percató de la enorme importancia de esta
adquisición.
El tema ahora se presentaba bastante complicado para nosotros. ¿Cómo
hacer para enviar secretamente el Meteorito a Santiago sin que se percatara el
Director?. El jamás habría autorizado su
traslado, pues estaba ya decidido a hacer un buen negocio con él y por eso alentaba nuestros esfuerzos por conseguir
donaciones del público iquiqueño destinadas a solventar su pago. Pero, a la
vez, nos dejaba en claro que la Sede Universitaria de Iquique no estaba dispuesta
a poner un solo centavo para su adquisición. Eso sería de nuestra exclusiva responsabilidad…
Con Checura le dimos mil vueltas al asunto. ¿Cómo actuar de manera tal
que el meteorito partiera a Santiago con destino al MNHN en el más absoluto
secreto?. Discurrimos mil fórmulas pero ninguna nos satisfacía. Alguien nos
sugirió simular un robo repentino. No recuerdo quién fue el de la brillante
idea. Y aunque lo recordara, ciertamente yo no lo diría ahora.
Con Checura y en el más absoluto sigilo estudiamos el horario de trenes a
Santiago. Había un tren de carga que salía como a las dos de la mañana tres veces
a la semana. ¿Cómo nos conseguimos finalmente la camioneta de la Universidad
para su transporte y la complicidad de su chofer, don Albino?. No lo
recuerdo….Mover una pieza de 82 kg de peso, de cierto no era tarea simple.
Menos aún en la noche y sin despertar sospechas de nadie. Lo que sí recuerdo
bien es que volvimos a instalar el meteorito en el mismo encatrado de madera
donde había llegado unos meses antes. Checura se encargó de escribir el nombre
del destinatario y su dirección en Santiago. Yo telegrafié a Grete Mostny del
despacho efectuado señalando la hora probable del arribo de la carga a
Santiago. La camioneta azul de la Universidad se guardaba siempre allí, a un costado del Museo. El chofer, nuestro cómplice, nos colaboró en todo, conociendo bien los entretelones. Seguramente
le retribuimos bien por su colaboración. No recuerdo ese pequeño detalle que
corrió por cuenta de Jorge Checura...
No recuerdo cuánto nos costó el envío por carga, suma que pagamos a
medias con Checura. Tampoco recuerdo ya detalles del tremendo esfuerzo físico
que debimos realizar entre tres personas, para levantar ese enorme peso y
subirlo a la camioneta para luego bajarlo en la estación de ferrocarril en la
madrugada.
La operación-rescate fue realizada sigilosamente un día sábado por la noche. El
día siguiente era domingo. Nada se sabría en el Museo hasta el lunes en la
mañana. Para entonces, el meteorito ya estaría viajando cerca de La Calera,
rumbo a Santiago…Para despistar, dejamos una ventana abierta y huellas claras y
frescas que denotaran el audaz robo nocturno efectuado por varias personas.
Jorge Checura (1933-1995), aquejado de un agresivo cáncer, nos dejaría
años después y repentinamente en el año 1995.
Tuve la grata oportunidad de acompañarlo varias veces unos meses antes de su fallecimiento, postrado ya en su lecho de dolor, donde
juntos rememoramos estos curiosos episodios durante ese triste y
lamentable período de la historia el
Museo Regional de Iquique [2].
Nos sentíamos –y en verdad lo fuimos-
los verdaderos "salvadores" del meteorito que, de no ser por nuestra intrépida
intervención, hoy luciría seguramente en alguna de las galerías del Museo Británico.
[1] Esta publicación tuvo corta vida, publicándose
el último Cuaderno en el año 1974.
[2] Durante mi breve permanencia en el Museo Regional de Iquique, de la Universidad del Norte
((1972), insté repetidas veces a Jorge para que postulase a una beca de
estudios en México, para especializarse en
Museología, tema de su particular predilección. Checura, en efecto,
partíó a a ciudad de México en una
pasantía de varios meses en Museología en el año 1974.