miércoles, 5 de octubre de 2022

Poblaciones autóctonas y escasez de agua en el Tarapacá indígena y colonial. Captación, transporte y almacenamiento según la documentación arqueológica e histórica.

 El capítulo que editamos hoy, es una transcripción ampliada de un Power Point preparado por nosotros en el año 2010 en Iquique para su uso en nuestras conferencias y charlas. Creemos de cierto interés replicarlo aquí, con fotografías alusivas nuestras, por cuanto representa, a nuestro entender, una buena síntesis del problema y el planteo de las diversas soluciones aplicadas a través del tiempo.

 1. Antecedentes: escasez crónica de agua en el desierto

 La suma penuria de agua en el desierto de Atacama, el más árido del planeta, ha sido una constante en todos los relatos antiguos y recientes referidos al desierto de Atacama. Los cronistas tempranos aludieron frecuentemente a ella. Los incas y luego los españoles,  en el trayecto desértico entre Arica y  Copiapó, conocían bien la ubicación exacta de las escasas aguadas (“jagüeyes” pra los españoles) que podían utilizar durante el trayecto.  De este modo, Diego de Almagro aprende de Paullu Inca, su guía, que al cruzar el Despoblado debe enviar sus tropas en grupos muy pequeños, pues el agua de los jagüeyes se agotaba en corto tiempo (Fernández de Oviedo, 1936).

                        

Fig. 1: Vertiente de Curaña. Esta vertiente se encuentra en la Pampa del Tamarugal y constituye un lugar muy apto para acampar. En su derredor, existe hasta hoy un numeroso bosquete de algarrobos (Prosopis alba) y soronas (Tessaria absinthioides) que sobreviven gracias al aporte de corrientes subterráneas.

 La explotación temprana del mineral de plata de Huantajaya junto al puerto de Iquique, trabajado desde tiempos del Inca  (Cf. Pedro Pizarro, 1944), se hizo  muy difícil,  precisamente por la extrema penuria de agua en la zona. Con este mismo problema se tropezó en la época de explotación del salitre  (Oscar Bermúdez, 1963, 1984),  y hubo que abrir  pozos en todas las explotaciones del caliche, para acceder a un agua bastante salina, de dudosa calidad (Guillermo Billinghurst, 1884 y 1886).  El puerto de Iquique, lugar de recalada obligada para  el acceso a Tarapacá, disponía de una escasa y pésima aguada en Bajo Molle, al pie del acantilado, y debía  habitualmente aprovisionarse del vital elemento sea de la quebrada de Tiliviche (Pisagua Viejo), o directamente de Camarones  (Donoso, 2004, Larrain y Bugueño, 2009). Exactamente con el mismo problema tropiezan  los bucaneros ingleses y holandeses. (Francis Drake, por ejemplo),  a duras penas logra abastecerse de agua de la  corta aguada de Cerro Moreno, mientras calafatea sus naves dañadas frente a la isla Santa Maria. En la provincia de Antofagasta las cosas no son mejores. Las viajeros se refieren constantemente al problema del agua que se observa en el  puerto de Cobija, cuyas pequeñísimas vertientes  apenas pueden surtir a su pequeña población (D´Orbigny, 1958, 1959),  O´Connor, 1928).

2. Las vertientes costeras y el poblamiento prehispánico de la costa.

 Llama profundamente la atención, sin embargo, la capacidad y destreza de las antiguas poblaciones costeras prehispánicas de cazadores recolectores marinos para asentarse en esta costa carente de agua. Si bien es cierto que las mayores poblaciones se sitúan de preferencia en las inmediaciones de los cursos de agua y/o en sus desembocaduras (Lluta, San José, Camarones, Tiliviche, Loa), encontramos en  la costa árida  multitud de sitios arqueológicos y aún cementerios significativos, que nos demuestran que los antiguos pobladores fueron capaces de  asentarse en sitios  sin agua o de  agua sumamente escasa  (Lautaro Núñez, 1965/66); Horacio Larrain, 1986).  En la región de Tarapacá, por ejemplo,  las poblaciones  costeras  en tiempos indígenas  adquirieron importancia en sitios como  Bajo Molle, Los Verdes, Cáñamo, Patache, Chanabaya, Pabellón de Pica,  Río Seco, en sitios  donde, a lo más, contaron con exiguas vertientes, en su mayor parte  bastante salobres.  Núñez y Varela (1865/66) han hecho un valioso estudio de estas poblaciones costeras y sus recursos de agua potable.  Los estudios de  Núñez y Moragas, Olmos, y Sanhueza) han señalado la importancia y antigüedad del poblamiento del sitio Cáñamo,  junto a Patache,  desde la época del final de la cultura Chinchorro.  Recientes estudios realizados en el área del Puerto de Patillos demuestran igualmente un antiquísimo poblamiento que se remontaría, por lo menos,  al sexto milenio antes de Cristo. (Santoro et al., 2009).

Fig. 2: Aguada de Cerro Moreno (N. de Antofagasta). Expedición nuestra realizada el 1 de diciembre 1964, (foto nuestra de la época).

 

Fig. 3: Junto al actual pueblo turístico de Los Verdes y a pocos metros del mar, se encuentra esta cueva de cuy techumbre fluye esta vertiente de agua dulce. Hasta el año 1990, tenía aquí su cabaña un solitario ermitaño pescador que se servía de ella. 

Los oasis de niebla y el abastecimiento de agua.

 A partir del año 1997 un equipo de investigadores de la Universidad Católica conformado por geógrafos, arqueólogos y antropólogos ha demostrado la potencialidad del oasis de niebla de Alto Patache,  a 65 km al Sur de Iquique,   y la sobrevivencia de  numerosas especies de plantas y animales in situ, gracias a la presencia constante de la camanchaca costera.(Pilar Cereceda et al., Raquel   Pinto et al., Horacio Larrain et al.)   La neblina ha sido capaz no sólo de alimentar este ecosistema relicto, sino también a sus  antiguos habitantes, los cazadores recolectores marinos. En varios trabajos recientes, (Horacio Larrain et al, 1998. 1999, 2000;  Mauricio Navarro et al., 2005). Se ha demostrado, en efecto,  que la presencia en este lugar  de fragmentos cerámicos indígena de gran tamaño y  en gran número, en un sitio peculiar del acantilado costero, situado  hacia los 750 m. de altitud,  correspondería a la existencia de un antiguo lugar de captación de agua de la  niebla usando tecnologías primitivas, pero eficientes. La presencia de diversos recursos vegetales y animales (caza terrestre) en los “oasis de niebla”, incentivó el arribo de  cazadores costeros a las zonas  altas, donde podían surtirse varios meses al año (de julio a diciembre) de excelente agua de origen claramente atmosférico, a  diferencia  de las aguadas costaneras.

 

Fig. 4: Hacia los 750 m.de altitud, en el oasis de Niebla de Alto Patache, se encuentra este conjunto de rocas con paredes planas y abruptas expuestas al weste, donde la camanchaca se condensa, permitiendo a las pueblaciones costeras del pasado colectar allí, con el apoyo probablemente de cueros animales, para permitir el escurrmiiento del agua atmosférica a las vasijas, de diversos tamaños, dispuestas en su base.

3. El agua y las explotaciones mineras.

Las explotaciones mineras en Tarapacá y Antofagasta requerirán con prontitud de un cuidadoso catastro y examen de las aguadas presentes en el área. En un valioso trabajo Dominique Latrille, en 1887, detalla su número y posición exacta. Y el viajero alemán Rodulfo Amando Philippi en su  homérico viaje  en mula  desde Paposo a San Pedro de Atacama, va tomando nota tanto de su presencia como de las disponibilidades de leña y recursos en sus cercanías (Philippi, 1860). Otro tanto nos ofrece el geógrafo Alejandro Bertrand (1886) en su monumental obra: ´´Las Cordilleras….¨´

4. Los grandes Proyecto de regadío coloniales.

Tanta era la necesidad de agua tanto para las faenas mineras como para  la agrícultura regional, que  durante el período colonial surgen varios notables Proyectos de desviación de cursos de agua altiplánicos  para irrigar la superficie de la Pampa del Tamarugal  (Larrain, 1974, 1975). El historiador Jorge Hidalgo los ha estudiado in extenso. El más antiguo es el que nos presenta, acompañado de  notables Planos, el Gobernador interino del Corregimiento de Tarapacá, don Antonio O´Brien en 1765, preocupado por la periódica escasez de agua  en los pueblos de la quebrada de Tarapacá  (Cfr. Larrain y Couyoumdjian, 1975).

5. Almacenamiento y transporte del agua potable.

Allí donde no había agua potable, había que conducirla y/o conservarla.  En la época indígena se contaba con pocos tipos de envases o contenedores grandes. Citaremos:

 a) los odres de cuero, fabricados comúnmente de los estómagos de los lobos marinos, por los pobladores changos o camanchacas, o de las vejigas de  camélidos o aún del cuero de sus extremidades,  por parte de los agricultores y ganaderos de las quebradas.  Odres o “zaques” los denominaron los cronistas (Cfr. Cristóbal de Molina, Gonzalo Fernández de Oviedo,  Gerónimo de Bibar, Pedro Sarmiento de Gamboa). Su capacidad  rara vez superaba los 20 litros. Estos podían cerrarse mediante amarras de cuero. Procedía su factura desde los tiempos indígenas tal como su tecnología básica lo delataba a las claras.  Tenían el grave inconveniente del mal gusto y desagradable olor que adquiría el agua, pues ésta se inficionaba con el hedor propio de las vejigas de cuero no curtidas. Podían, en caso de roturas, ser fácilmente reparados mediante amarras hechas en el sitio de la perforación. De hecho, los hemos encontrado por decenas y decenas  en los basurales coloniales antiguos del Mineral de plata de Huantajaya,  junto a Alto Hospicio, y  fueron usados por los indígenas que allí laboraron  entre lo siglos XVI  a XVIII. (cf. Larrain, passim). En la Municipalidad de Alto Hospicio hemos dejado depositados, a fines del año  2017 y a la espera de la construcción de un Museo de Sitio,  un conjunto de odres de cuero coloniales rescatados por nosotros de las ruinas del mineral de Huantajaya entre  1999 y 2010.


Fig. 6: Odre o “zaque” confeccionado de la vejiga de un animal (lobo marino o llama (Colección H.Larrain, hoy en custodia en la Municipalidad de Alto Hospicio).


Fig. 7: Este odre ha sido hecho con el cuero de la pata de un llamo. (Colección H. Larrain, en custodIa en la Municipalidad de Alto Hospicio).


 b) las grandes tinajas de greda cocida. De origen español, servían como contenedores de varios centenares de litros de líquido. Si bien fueron usadas preferentemente para la fermentación y conservación del vino en los lagares y casas coloniales, también fueron usadas para almacenar agua. Fueron confeccionadas en las llamadas “botijerìas” de las que hubo varias en algunos pueblos tarapaqueños como Suca, Pica, Matilla, Guatacondo. (Cf. Patricio Advis).

Fig. 8: Tinaja de greda conservada en el lagar de Matilla donde se elaboraba el vino durante la época colonial y hasta aproximadamente el año 1930. La inscripción muestra el nombre del propietario del predio agrícola y la fecha de confección de la tinaja (1763), (foto H. Larrain).


Fig. 9: Tinaja procedente de Matilla y conservada en nuestra propiedad hasta el año 2017. (foto H. Larrain).


Fig. 10:Tinaja colonial en una casa particular con inscripción y fecha, en Matilla (foto H. Larrain, 2004).

c) las botijas, contenedores de líquidos de arcilla cocida, de amplia difusión en América. Su tamaño, relativamente pequeño, permitía su transporte tanto en las carretas como en los mulares. Podían contener entre 25 y 38 litros de agua. (Bugueño, 2008 y  2009).

Fig. 11: Botijas procedentes de Matilla (de la colección H. Larrain, hoy en custodia en Municipalidad de Alto Hospicio). (foto H. Larrain).

Fig. 12: Botija en exhibición en el Museo Salitrero de la oficina Santa Laura (2004).  La poiíción inferior termina en punta lo que permitia ser parcialmente enterrada en el suelo. (foto H. Larrain).

Fig.13: Botija colonial comprada en Matilla en el año 2004. (foto H. Larrain; Colección H. Larrain, hoy en custodia en la Municipalidad de Alto Hospicio).

 Conclusiones:  

1)       Si bien vivían en pleno desierto, las comunidades humanas de la costa árida norte chilena fueron capaces de obtener el agua sea de las vertientes escasas o del agua atmosférica contenida en las neblinas costeras rasantes o camanchacas;

2)       En los sitios costeros, el agua, producto extremadamente escaso, fue usada por sus habitantes solamente para la bebida. Los alimentos de origen marino se cocinaban directamente al fuego;

3)       Los lugareños encontraron, desde tiempos inmemoriales, en la Naturaleza, previa transformación, los elementos indispensables para almacenar y transportar el agua para sus necesidades básicas;

4)       Los grandes Proyectos de regadío proyectados durante el período  colonial,     nunca se hicieron realidad, debido a  su altísimo costo.

5)       En el medio Oriente y Norte de África fueron las cisternas o aljibes cavados en ciertos lugares estratégicos, donde las caravanas de camellos se detenían para abastecerse de agua, además de los escasos oasis. En muchos pasajes de la Biblia se relata el acceso de los caminantes a cisternas para abastecerse de agua. Estas eran altamente valoradas. Es bien conocido el episodio del encuentro de Jesús con la Samaritana en el pozo o cisterna  de Jacob, cerca de la ciudad de Sicar (relatado en el evangelio de Juan, cap. 4, vs. 4-52). Pero en nuestro desierto chileno es imposible cavar cisternas, a no ser en el mismo lecho seco de antiguos ríos, por donde aún hoy podría fluir cierta cantidad de agua subterránea. En el desierto del Sáhara llueve normalmente en ciertos períodos del año; no así en nuestro desierto de Atacama donde no llueve casi nunca y, por tanto, no existe ni puede existir infiltración de agua superficial a las capas inferiores. (Pluviosidad de 0.1-O.3 mm. o aún menos),

           (Dr. Horacio Larrain (Ph.D.), arqueólogo, antropólogo cultural (larrainpena@mail.com); con aportes de Víctor Bugueño, arqueólogo (victor.tarapaca@mail.com). Centro del Desierto de Atacama, Universidad Católica de Chile,  Sede Iquique).

miércoles, 17 de agosto de 2022

Mi vocación científica: génesis y proceso de desarrollo. Mirada retrospectiva a los orígenes de mi vida científica (Capítulo 1).

 Dedicatoria:

A mis hijos María Cristina y Carlos Horacio, con todo el cariño de su padre, andariego empedernido y enamorado de la Naturaleza. También lo dedico a mis discípulos geógrafos,  antropólogos y arqueólogos, algunos de los cuales, insistentemente, me "exigieron"  redactar estas notas a pesar de mi renuencia.

               

Fig. 1.  Mis hijos en foto tomada en nuestra casa de la Villa de la Universidad  Católica, Quilín, calle Uno Norte hacia el año 1982 (?).

El por qué de este capítulo.

Numerosos políticos,  literatos u  hombres  ilustres  suelen, al acercarse a su ocaso, redactar sus "Memorias". A veces, son gruesos volúmenes, plagados de fotografías, documentos y notas. En ellas, suelen estampar para la posteridad sus recuerdos, anécdotas, pensamientos, sueños  o ilusiones. Sobre todo, la narración de los hechos concretos en los que les ha tocado actuar directamente.  Es a mi entender una manera -aunque tal vez inconfesada- de  intentar sobrevivir a la cercana muerte corporal. Una suerte de intento por sobrevivir. Una expresión tácita pero potente de nuestro inmenso anhelo vital por no morir, expresión patente tanto de la  caducidad de nuestra vida corporal como de la tenacidad de nuestro espíritu interior o alma la que nos impulsa a pervivir, a superar la muerte, a pesar de nuestra innata fragilidad. 

De vez en cuando, algunos  de mis colegas de Antropología y/o mis ex-alumnos me han animado (o más bien exigido) a dejar por escrito mis recuerdos. Para ellos, mi vida, tan llena de sorprendentes cambios, constituía un buen motivo para ser descrita. Vida llena de altibajos y extrañas paradojas. Siempre me resistí a ello, argumentando mi falta de tiempo o exceso de trabajo. Hoy, a mis 93 años, no tengo ya esa excusa algo pueril, pues el tiempo ahora me sobra. 

Agradezco a aquellos colegas de Antofagasta e Iquique que me animaron a estampar por escrito los recuerdos de mi tan extraña y azarosa vida. Estos recuerdos, además, están destinados, igualmente, a ser leídos por mis hijos y nietos (y futuros biznietos, si los hubiere)  y estimo pueden servir para comprender una vocación científica nacida en el seno de una familia tradicionalmente dedicada a las labores agrícolas y al campo. Todos mis antepasados Larrain han sido agricultores o, en las lejanas tierras vascongadas, labriegos. Algunos, como mi bisabuelo José Patricio Larrain Gandarillas, fueron eminentes en su campo y descollaron por sus realizaciones y proezas. 

Tal vez, creo yo hoy, el amor a la ciencia histórica y a la antropología me viene más bien como herencia por la rama familiar Barros, el legado de mi madre Inés Barros Casanueva. Tal vez, se pueda rastrear allí algunas migajas de la herencia cultural de mi tatarabuelo materno, el gran humanista venezolano don  Andrés Bello López. Tal vez...

Estas notas desordenadas no son propiamente mis "Memorias", ni pretenden serlo. Éstas, han quedado ya, a mi entender,  desparramadas en mis numerosos "Diarios de Campo", donde  he ido refiriendo, año a año y mes a mes, en detalle, mis andanzas, mis expediciones, mis hallazgos, pero también mis reflexiones, mis temores,  mis cuitas y mis esperanzas. Son a la fecha (agosto de 2022) ciento seis Cuadernos del recuerdo, en los que cada expedición, cada observación, cada contacto importante, cada  vivencia digna de recordación, o cada reflexión nuestra, quedó fielmente anotada en forma manuscrita para la posteridad. Estampo allí, también, a menudo, reflexiones sobre el acontecer nacional o internacional de alguna importancia antropológica, histórica o geográfica. Máxime hoy, cuando mi edad ya no me permite expedicionar -como antes lo hacía- en busca de especímenes de entomología o arqueología, mis dos grandes amores de toda la vida.

¿Para quién escribo?. Para quienquiera  desee conocer aspectos de detalle de nuestra extraña y azarosa vida. Cuadernos que se hallan hoy en mi poder en mi casa en Las Canteras, El Portezuelo, Región Metropolitana), pero que,  según nuestro deseo expresado a mi albacea, el entomólogo Alfredo Ugarte Peña, deberían quedar un día depositados en el Museo Nacional de Historia Natural, junto a algunas de nuestras Colecciones antropológicas y/o cassettes grabados, recogidos en los pueblos aymaras o atacameños entre los años 1973 y 2016.

Intentaré seguir un cierto orden cronológico, hasta donde mi memoria sea capaz de conducirme.

Mis primeros recuerdos de mi interés por la Naturaleza y sus producciones. 

Tengo vagos y borrosos recuerdos del fundo de Ranquilhue (Pumanque, VI Región) y de sus cacerías de conejos. Nos remontamos a los  años 1936-38.  Tal vez un poco antes. Luego, el fundo "El Bramadero" en la Comuna de San Clemente, no lejos de Talca (VII Región). Alojábamos en un  pequeño hotel en la ciudad de Talca. Recuerdo  mi sorpresa, al abrir un día por curiosidad uno de los cajones de los muebles de la habitación que ocupábamos, al hallar centenares de estampillas de correos de Chile: mi primer tesoro que guardé celosamente  por largos años. Pienso que fue el germen de mi futura Colección de Sellos que mi padre me alentaba. Un día, años más tarde, mi padre me llevó a visitar a mi tío Hernán Larrain Cotapos quien tenía una preciosa colección de estampillas de Chile. Como recuerdo de esta visita, mi tío me regaló varios ejemplares de las primeras ediciones de sellos chilenos, impresas en Londres, con la estampa de Cristóbal Colón. Tendría yo por entonces   unos doce o trece años. Aquí, tal vez, nace o se nutre -no lo sé bien-  mi primer rasgo de "coleccionista" en mi vida, afición que mi padre siempre me fomentó y apoyó con entusiasmo.

  Desde la ciudad de Talca, seguíamos en vehículo al fundo "El Bramadero" en la actual Comuna de San Clemente.  Me llamaba la atención el color tan oscuro del paisaje de los "trumaos"  o tierras de origen volcánico, que levantaban tanto polvo y tan fino que todo lo impregnaba. ¿Por qué esta tierra era diferente de otras?. Tal vez lo pregunté y no se me supo responder entonces. 

Nuestra vida en el campo de Chimbarongo.

Fig. 2.  Mis padres, Inés y Horacio en su casa de La Leonera. (Foto de mi hermano Eugenio Larrain  Barros  hacia  1950?).


Algo más tarde, vienen a mi retina mis estadías en Chimbarongo, Provincia de Colchagua, (VI Región). Mi padre, ingeniero agrónomo titulado en la Universidad Católica hacia 1924 ó 1925, solía arrendar propiedades agrícolas por algunos años, las que trabajaba activamente. De su usufructo y explotación vivía su familia, la que iba lentamente creciendo.  María Inés, mi hermana mayor nació en 1927. Yo, el segundo hijo, nacía en marzo del año 1929; en 1931, llega a la familia el tercer hijo,   mi hermano Andrés. Un par de años más tarde, mi hermano Eugenio.  Por entonces, mis padres no tenían aún casa propia y vivían
 allegados en la casa del abuelo  Bernardo Larrain Alcalde, en la calle de las Agustinas, casi esquina con  Brasil. 

Del fundo "Santa  Teresa", situado algo al noroeste  y muy cerca de la localidad de Chimbarongo (VI Región) conservo muchos y curiosos recuerdos. Este campo había sido comprado a medias entre mi abuelo Alfredo Barros Errázuriz y mi padre hacia el año 1936. Fue su primer campo propio. Allí invirtió mi padre buena parte de la herencia recibida a la muerte de mi abuelo Bernardo Larrain Alcalde, acaecida en septiembre del año 1934. Allí, los paseos frecuentes de la mano de la "Tataíta", nuestra nana,  eran hasta la línea del tren, para ver pasar este coloso ruidoso, cargado de interminables vagones de carga; o la vista de los potreros cubiertos de yuyos en flor amarilla; o, tal vez,  las mariposas blancas o amarillas que pululaban de flor en flor. Nuestra nana, Rosa Hernández Martel, bautizada por nosotros como la "Tataita", era nuestra adorada  nodriza y cuidadora. De la mano de ella avanzábamos  por la avenida circundada de elevados álamos, para ir a ver pasar el tren. Era ésta, sin duda alguna,  la máxima entretención del día. 

Fig. 3.  Mi padre (derecha) en su ancianidad. acompañado de nuestra fiel empleada, la Tataíta", nuestra nana, en el jardín de su casa en calle Suecia. (foto H. Larraín, hacia 1984).  

Arrellenados en medio del pasto del potrero, "mama Rosa", la "Tataíta",  nos enseñaba a masticar los brotes tiernos del yuyo que cubría los potreros y a hacer con los largos tallos florales de una maleza, pequeñas sillitas en miniatura, para nosotros pequeñas obras de arte que mostrábamos orgullosos a nuestra madre.  O nos contaba, con lujo de detalles, terroríficos cuentos del caballero sarraceno "Fierabrás", el  gigante que combatió a Roldán, finalmente convertido al Cristianismo  y que había sido el terror de los españoles.  O las historias del mítico héroe francés Carlos Martel y su épica victoria en Roncesvalles contra los moros. Nos mostraba un libro -lo recuerdo vivamente  hasta hoy- que dejaba ver espantables figuras de guerreros  a color, con formidables armaduras, sus lanzas y poderosos escudos. Mama Rosa era  un inagotable pozo de anécdotas y cuentos.  Muchos años más tarde, hacia 1982 u 84, tuve la genial ocurrencia de grabar su voz en un cassette con sus curiosos relatos y cuentos de aparecidos en la laguna de Aculeo, de donde ella era oriunda. Cassette que conservo hasta hoy con el aroma de  su grato recuerdo  y cariño.  Para ella fui yo siempre "Horacito", el niño que llegara ella a criar en el curso del año 1929, desde su tierra de Aculeo, la que volvería  a visitar muy de vez en cuando.  

En las mañanas, gustaba yo muchísimo de ir a acompañar y ver trabajar al maestro Villanueva, en la carpintería del fundo. Pasaba horas allí, mirando, aprendiendo, preguntando... El, con paciencia infinita, me indicaba el nombre de cada herramienta de su taller y me enseñaba a distinguir los diferentes tipos de madera pulida: coigüe, lingue, ciprés, álamo, roble, raulí, araucaria. Me llamaba mucho la atención tanto la diferente textura y coloración de la madera, así como su diferente olor. Sobre todo esto último. ¿Por qué tenían diferente olor?. ¿Por qué unas maderas eran más duras o resistentes que otras?.  Allí se hacían las ruedas de carretas y carretones, las cubas  para guardar  el vino en la bodega, se arreglaban los muebles y las sillas de la casa o las cajas de embalaje. El Maestro Villanueva hacía de  todo para las variadas necesidades del fundo. Infatigable con el  serrucho, el cepillo, el formón, la gubia, o la garlopa. No existían las herramientas eléctricas por entonces, al menos no las había allí en su carpintería.  Para mí, un niño de siete u ocho años, él era un sabio, un gigante. Llegaba al trabajo envuelto en su gruesa manta por las mañanas. Me parece verlo llegar todavía tiritando de frío...

Curiosamente,  me extrañaba el fuerte olor a sudor que exhalaba de su cuerpo al cabo de horas de trabajo, circunstancia que prudentemente nunca comenté a nadie. Extrañamente, hasta hoy me parece percibir por momentos dicho penetrante "aroma". Es muy curioso: ¿por qué  los olores los recordamos con tan increíble persistencia y tenacidad?.  ¡Y de esto hace ya 85 años!.

La carpintería del maestro Villanueva  se alzaba al lado de un gran canal de riego. Recuerdo  que muy cerca, por un costado del puente, se podía bajar hasta la orilla del canal a sacar agua. Pero para mí, lo más atractivo al acercarme al agua que corría mansamente, era observar la gran variedad de colores de las piedrecillas del fondo. ¿Por qué había colores tan distintos?.  Nunca supe por entonces el porqué. Me gustaba recoger esas piedrecillas de diferentes tonos y conservarlas en un frasco o un plato con agua por semanas: me extasiaba mirando ese mundo multicolor que variaba al remover el frasco como si fuese un caleidoscopio. Sentía una extraña sensación al hacerlo y un anhelo de conservarlas para siempre...

Recuerdo, igualmente, el fuerte y pestilente olor que exhalaba el cáñamo que mi padre cosechaba en un potrero y que se ponía a podrir por semanas en largos manojos, sumergidos en enormes fosos con agua, para obtener el preciado producto, muy solicitado por entonces en el comercio: el cáñamo. Los sacos para guardar toda clase de productos o semillas, se hacían de cáñamo. No existía en aquellos venturosos años, el plástico...¡Hoy, creo, estaría prohibido y sería penado plantar cáñamo!. En aquella época, nadie hablaba de esa cualidad psicotrópica de las hojas y tallos del cáñamo (Cannabis sativa). Este fuerte olor que exhalaban los manojos de cáñamo sumergidos en el agua, olor pútrido y  nauseabundo, aún lo conservo muy vivo en mi memoria. Era un olor muy fuerte y desagradable... Me sorprende todavía hoy  esta esta capacidad de la  memoria olfativa de los olores!.. 

Con mi padre y mis hermanos Inés y Andrés solíamos salir a caballo por los alrededores. Subíamos hasta los cerros donde había una extraña formación de rocas enormes, unas montadas sobre otras. ¿Cómo llegaron hasta aquí?. Mi padre -lo recuerdo bien- solía  comentar que allí,  aprovechando las enormes rocas superpuestas que parecían formar un resguardo, anhelaba hacer una gruta de veneración dedicada a la Virgen de Lourdes, de quien era particularmente  devoto. Nunca supe si se instaló finalmente allí, por su intermedio, entre esas enormes  rocas, las  imágenes de bulto de la Virgen María y de Bernardita Soubirous, la pastora vidente francesa. Nunca más he podido volver a visitar este curioso lugar que entonces me impresionaba tan profundamente por el tamaño de esas rocas. ¿De dónde salieron?.¿Cómo se montaron unas sobre otras? ¿Qué fuerzas se desencadenaron aquí?. 

Por cierto, yo no me hacía estas preguntas formalmente, pero  al parecer "latían" en el fondo del corazón. 

Recuerdo con espanto, estando de vacaciones en Chimbarongo,  los remezones del terremoto del  24 de Enero de 1939. Estábamos en la casa de adobes del fundo, la  que se remecía como un piragua en las agitadas aguas de un torrente. Yo estaba por cumplir mis 10 años. Algunas partes de la casa y bodegas se cayeron entonces, con estruendo. Pero mi recuerdo sólo se fija hoy tan solo en la expresión de terror de mi madre y de nuestra mama Rosa, las que, de rodillas, clamaban e imploraban a Dios a voz en cuello: ¡"misericordia, Señor, misericordia"!, sin atinar siquiera a refugiarse o a refugiarnos a nosotros, los cuatro niños, en algún sitio seguro. "Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío",  escuchábamos repetidamente  de labios de nuestra madre. ¡Largos segundos que parecían no parar nunca!. En los días siguientes, recuerdo que nos asomábamos a la carretera para ver desfilar las hileras de camiones del ejército enviados con ayuda para los damnificados de la ciudad de Chillán. Este terremoto, uno de los más potentes en la historia de Chile, alcanzó el grado 8.3 de la escala de Richter y afectó particularmente la zona de Chillán, su epicentro, distante unos  251 km de nuestra casa, y provocó, según se dice,  cerca de 35.000 muertos. Nunca se supo el número real de fallecidos. Mi padre despachó desde el fundo un par de camiones cargados con ayuda: colchones, frazadas, agua y sacos llenos de alimentos varios, enviados al obispo de la ciudad, quien era en su época nada menos que su hermano mayor, Monseñor Jorge Larrain Cotapos. La antigua catedral se derrumbó, así como gran parte de la ciudad. Recuerdo que durante esos días, este fenómeno telúrico y sus efectos catastróficos, era el único tema de conversación en nuestra casa.

Otro vivo recuerdo que conservo  de nuestras estancias en Chimbarongo  tiene que ver con una situación bastante insólita. Pasábamos entonces mucho rato en la cocina, junto a nuestra nana Rosa y otras empleadas. Yo veía que para lavar y refregar los platos, ollas o  pailas de cobre, usaban nuestras nanas de una tierra sumamente fina, algo blanquizca, que guardaban celosamente en cajones de madera. ¿De qué se trataba?. Nos explicaban que eran cenizas recogidas hacía algunos años en las cercanías, con motivo de una enorme erupción del volcán más cercano, el "Descabezado Grande", que provocara una intensa lluvia de finas cenizas [se trata de cineritas o cenizas piroclásticas] durante un gigantesca erupción que llegó a cubrir una amplísima zona aledaña. Esta ceniza, semejante al sapolio, era muy usada en casa como un excelente abrasivo. Hoy sabemos con certeza que dicha erupción cinerítica ocurrió el día 2 de Junio del año 1932, es decir un poco menos de siete años antes del terremoto de 1939. 

Recuerdo también hoy, con horror, la operación del corte de orejas de nuestros perros nuevos con  un cuchillo afilado a manos de uno de nuestros empleados. Operación muy dolorosa que se conoce  hoy como "otectomía". Me horrorizaba ver esa tan cruel  masacre y no solo evitaba asistir a  ese espectáculo horrible  -que creo alcancé a ver solo una vez-  sino que no perdoné al empleado culpable del hecho: quien para mí era un vulgar asesino. Me acuerdo haber preguntado con horror a mi padre  el porqué se hacía  tal horrenda operación... No recuerdo ahora su respuesta.  

Igualmente viene a mi memoria la presencia de un extraño aparato en la cocina cuya finalidad era destilar agua de la que todos bebíamos. Este aparato  me llamaba mucho la atención. ¿Cómo funcionaba?. No teníamos agua potable en casa. El aparato de marras era un gran filtro de color blanquizco, conformado por un cuenco de piedra porosa que retenía todas las impurezas y entregaba, gota a gota, el agua purificada. El agua resultante era  limpia, pero con cierto saborcillo a tierra. Tanto me llamaba la atención, que aún recuerdo muy bien su aspecto y su tamaño, como si lo estuviera viendo. 

El último vivo recuerdo que tengo de nuestra estadía en el fundo de Chimbarongo dice relación con mis miedos nocturnos. Nuestra mama Rosa -como solían hacerlo muchas  nanas de entonces-  nos había metido muchos miedos por la presencia del "Cuco" que se aparecía en la noche a castigar a los niños que se portaban mal. Era éste el procedimiento corriente para hacernos entrar en razón cuando porfíábamos o hacíamos alguna maldad. Tanto era el susto que yo experimentaba al andar de noche, a oscuras, que un día mi padre, se preocupó de veras, y agarrándome fuertemente de la mano me condujo obligado de noche a recorrer, varias veces, arriba y abajo, caminando todo lo largo del hermoso parrón. Me quiso de este modo dar una buena lección que no olvidaría. Me decía: "no hay ningún Cuco, es un puro invento de la "Tataíta" (así llamábamos a nuestra Nana Rosa). Tendría yo por entonces unos seis o siete años. ¡Nunca olvidé esos terribles momentos vividos aquella noche!. Pero así,  logré superar mis miedos.

Algo que también recuerdo es la lenta preparación del dulce de membrillo, en enormes pailas de cobre puestas al fuego. Nuestra tarea, propia de los hermanos mayores, era revolver incansablemente  el espeso líquido, para que no se pegara al fondo. No puedo olvidar esas horas, pasadas junto al fuego, al cuidado de nuestra nana Rosa...  

Recuerdos de La Leonera. (Precordillera de Graneros, VI Región).

Hacia 1940, mi padre compró unas parcelas que habían formado parte de una antigua gran hacienda, que perteneciera durante el periodo colonial a la Orden de la  Compañía de Jesús.  Hasta hoy existe una hermosa y pequeña capilla barroca, en el sector que lleva precisamente ese nombre: "La Compañía" en su recuerdo, a corta distancia de la localidad de Graneros. Poco después, mi padre vendió o  cedió algunas de las parcelas a  dos de mis tíos Barros,  José y Rosa, quienes al igual que mi padre edificaron sencillas casas de adobes donde pasar temporadas de descanso con su familia, en especial en época de vacaciones de verano.

Mis recuerdos me llevan a una enorme rueda que recibía el agua de un canal, giraba pausadamente  y nos suministraba la electricidad.  Era un molino que en su  incesante movimiento producido por el chorro de agua que caía  desde lo alto,  nos daba por las noches  una luz  parpadeante, insegura. Su única finalidad era darnos luz a nosotros  y a un pequeño taller anexo. Mi curiosidad me llevaba a observar por largo rato el lento y pausado movimiento  del molino que nos producía esa luz insegura y vacilante. Nunca entendí bien por qué ocurría esto,  hasta mucho más tarde cuando tuve que enseñar nociones elementales de Física  en el colegio San Ignacio.

En La Leonera mi padre no permitía que pasáramos ociosos durante los largos veranos. Siempre nos tenía trabajos a la mano ("tareas")  las que teníamos que cumplir religiosamente. Recuerdo, por ejemplo, los sacos de porotos o lentejas que había que limpiar, descartando las semillas malas, vanas  o mal formadas. O los choclos que teníamos que desgranar para las gallinas, los patos y los gansos.  las papas nuevas que debíamos depositar con cuidado, sobre un cama de arena, bajo la casa...Recuerdo, igualmente, el riego de las plántulas de eucaliptus, de apenas unos 15-20 cm de alto, encargadas por centenares, que mi padre preparaba para plantar a la orilla del río; entretenida tarea en que participábamos por igual los hombres y mujeres de la familia...Nadie se escapaba. 

Nos enseñaba que esto era para crear barreras de contención contra las posibles inundaciones del río Codegua y/o  para tener siempre a la mano madera de eucaliptus para hacer postes de alambrado, represas o "pies de cabra" para controlar las crecidas del río y evitar su salida. Este, en ocasiones, venía grueso de aguas del deshielo de la cordillera y era de temer. Con el tiempo, estos eucaliptus crecían y engrosaban sus troncos, formando una formidable barrera a sus temidas  inundaciones. 

Los paseos a caballo a la cordillera, desde  nuestras casas era otro pasatiempo favorito. Cada uno de nosotros, los mayores, teníamos un caballo, montura  y aperos propios. Cada caballo tenía su nombre propio.  Hacíamos agradables paseos a "Las Marcas"  lugar donde  había unas pequeñas pozas de agua caliente que surgían junto al río,  o  a "Los Corrales de Piedra",  sitio donde se recogía y marcaba el ganado de vacunos o caballares enviados a pastar durante las "veranadas" a los cerros por varios meses. A fines del otoño,  antes de las temidas nevazones,  un pequeño grupo de arrieros bajaba arreando el ganado, y allí, en los corrales, se contaba, examinaba y se marcaba a fuego los animales que no tenían la marca del dueño. Esta operación, que vi hacer varias veces, me horrorizaba por lo cruenta. En una de estas excursiones a caballo, de mayor envergadura,  llegamos con mi padre y mis hermanos hasta Caletones y visitamos la mina de cobre de El Teniente, donde nos atendió el Dr. Enrique Hrdalo, casado con nuestra prima Carmen Larrain Errázuriz, quien por entonces era el médico-jefe  del hospital de la minera en Sewell.  

No tengo el menor recuerdo de haber visto montar alguna vez a mi madre, Inés. La razón ahora la comprendo, pues mi pobre mamá  que llego a tener un total de 12 hijos (diez vivos)  pasaba la mayor parte del tiempo  "esperando familia"  y el hecho de montar a caballo era  totalmente contraindicado para su estado.  Mi madre era aficionada a dar pequeños paseos al río o por los alrededores a recoger moras a la orilla de los caminos, con nuestras empleadas, tarea que gustaba mucho de hacer pues había que preparar mermeladas y dulces para la numerosa prole. Recoger los frutos de la mora, de los duraznos, damascos o  membrillos era tarea de todos: hijos y empleadas. Mi padre, al efecto, había plantado en el bajo de la parcela una huerta  de diversos frutales, sobre todo, variedades de duraznos y, a la orilla de los canales de riego, membrillos.

En el campo de mi padre este contacto diario con la naturaleza a través de mis propias vivencias y las excursiones frecuentes con los hijos de nuestros inquilinos que eran nuestros amigos de infancia, sin duda alguna fue  un argumento para elegir, llegado el momento, mi total dedicación a la observación de la naturaleza.  En mi propio caso, la actividad humana como expresión de su contacto vivo con la naturaleza circundante, construye la "morada" total del hombre. De aquí brotaría, supongo, con el correr del tiempo, mi actual concepción de una eco-antropología campo de estudio que yo considero una disciplina propia o, al menos, una subdisciplina particular de la Antropología. Aquí,  pienso hoy día, se pueda encontrar, en forma muy embrionaria, un atisbo de lo que sería más tarde, a partir del año 2006, mi blog científico https://eco-antropologia.blogspot.com Blog que hasta hoy llevo con dedicación y paciencia infinita.

Reflexiones científicas durante mis estudios religiosos.

Mi ingreso al Noviciado de los jesuítas en Estación Marruecos, un día 8 de junio del año 1944, marcó un hito decisivo en mi vida adulta hasta los 35 años. No es del caso tratar de profundizar aquí sobre las motivaciones que me indujeron a abrazar la vida religiosa, a una tan temprana edad (quince años). Mi contacto con el sacerdote jesuíta  Alberto Hurtado Cruchaga, mi "padre espiritual" en el   colegio,  la lectura de sus obras de fuerte contenido social y la visita de los días domingos a la parroquia de Jesús Obrero, ubicada en pleno barrio obrero, me pusieron en contacto directo con la triste realidad social de Chile: las poblaciones obreras, los campamentos y sus terribles carencias. El P. Hurtado estaba en aquel entonces (1942-43) a punto de fundar el "Hogar de Cristo", institución benéfica destinada a albergar a los vagabundos y menesterosos de la ciudad que la sociedad  chilena no sabía acoger y protegiéndolos, dándoles techo y abrigo, especialmente en los duros meses de invierno.  La calle era su única morada, y su compañía, algunos infaltables quiltros.  El P. Hurtado supo infundirnos no solo piedad por ellos, sino un profundo sentido de responsabilidad social, ante su estado de postración y abandono. Mi vocación religiosa, en aquellos años, surgió como respuesta personal ante la necesidad de ayudar a esa humanidad doliente, abandonada de la sociedad. El argumento base del P. Hurtado partía siempre de la pregunta: ¿"qué haría Cristo en mi lugar"?.    

Fig. 4.   El Padre Alberto Hurtado S.J., hacia el año 1945-46. Hoy santo de la iglesia católica, canonizado en Roma por el Papa Benedito XVI el año en  el año 2005.  Fue un personaje  decisivo en mi vida juvenil, pues a él debo mi primera vocación de jesuíta, inculcada en el colegio San Ignacio y los valores cristianos, los que he tratado de plasmar en mi vida adulta. 

El nacimiento  de mi vocación antropológica.

Los primeros atisbos sobre mi futura inclinación a la arqueología me conducen a mis años de Juniorado entre los jesuitas (hacia 1948-49). Pasábamos las vacaciones de verano en la casa de campo de la Leonera, cuy terreno mi padre había cedido gratuitamente a los jesuitas. Un buen  día  alguien llegó con la noticia de un descubrimiento, hecho casualmente al arar un potrero cercano, donde afloraron los restos de una antigua vasija de greda indígena junto a restos humanos. El ayudante del maestro de novicios delegó entonces el "estudio" de estos restos a mi primo jesuita Juan Ochagavía Larrain, mi compañero de noviciado. Internamente eso me dolió mucho y me sentí postergado....¿Por qué lo comisionaban a él y no a mí?  Ese descubrimiento me intrigó vivamente, pues me hablaba de un antiguo poblamiento indígena en esta área precordillerana. Recuerdo que Juan  intentó pegar los fragmentos de la vasija mediante un pegamento llamado "neoprén", tarea que pudo cumplir  medianamente. Me sentí relegado, a pesar de que no había razón alguna para que se me confiara a mí esa delicada tarea de restauración. Nunca más supe de la mentada vasija, pero el hecho me quedó profundamente grabado: sentí internamente que  yo debía haber participado de ese trabajo, pues fue descubierta en tierras que habían pertenecido a mi padre. Pero yo era por entonces un chiquillo muy joven, de solo unos 17 o 18 años, totalmente inexperto. Juan, en cambio,  era al menos 2 o 3 años mayor que yo, y, por lo tanto, de "mayor experiencia". No sospechaba entonces los valiosos descubrimientos arqueológicos que yo mismo realizaría muy cerca de allí,  muchos años después, hacia 1985, en el estero de Las Ñipas: un paradero de cazadores-recolectores andinos y sus restos en un antiguo fogón. 

Tengo hoy la certeza de que mi interés por las ciencias naturales y la biología resurgió, muy vivo, durante mis estudios de filosofía en San Miguel, República Argentina. Allí tuvimos clases de metafísica con el padre Ismael Quiles, reconocido filósofo tomista en Argentina y de Psicología y Teodicea con el P. Enrique Pita. Pero estas materias, tan abstrusas y lejanas, no me atrajeron mayormente;  en cambio, nuestro profesor de Antropología, un joven jesuita de apellido Beltrán, nos enseñaba en forma muy gráfica los inicios históricos de  la Genética y la Paleontología y sus grandes precursores. Me acuerdo bien de la impresión que me produjo el examen de la trayectoria científica  del sacerdote y genetista alemán, Gregor Mendel (1822-1884) y la manera cómo logró probar las reglas que regulan la herencia en 1865. Los gráficos explicativos que nos hacía el P. Beltrán han quedado bien grabados en mi memoria. Aún conservo el viejo cuaderno en que yo anotaba cuidadosamente sus clases que él preparaba muy acuciosamente y yo transcribía con lápices a colores. La genética y más aún la paleontología, me atrajeron profundamente. 

Durante el período de mi magisterio en el colegio San Ignacio de Santiago, (1952-1954) los jesuítas me encomendaron la enseñanza de las ciencias naturales: botánica y zoología. ¿Por qué?. Sin duda alguna porque yo ya manifestaba claramente inclinación por este tipo de estudios desde mis años de filosofía, influido ya poderosamente por el contacto frecuente con especialistas en el campo de la botánica y de la zoología. En este momento aparecen en mi vida, por vez primera,  el entomólogo Luis Peña Guzmán, y los sacerdotes de la Congregación del Verbo Divino los padres Teodoro Drathen (botánico), Guillermo Kuschel (zoólogo y entomólogo). Igualmente, el botánico Hugo Gunckel. Debo citar  también  aquí, para ser justo,  al jesuita austríaco padre Franz Gun Bayer  S.J., conocido por sus estudios sobre sismología. Gun Bayer, en aquellos años (1952-1954), era profesor en el colegio, y fue él quien  me invitara, con porfiada insistencia,  a  asistir a las reuniones periódicas que sostenían en Santiago algunas sociedades científicas de la época. Insistencia que hoy agradezco infinitamente y que me abrió un amplio horizonte, totalmente  desconocido para mí  hasta entonces. Tuve así la ocasión de escuchar las exposiciones del P. Martín Gusinde  SVD (1886-1969), mundialmente reconocido antropólogo  y etnólogo austríaco, gran estudioso de los indígenas del extremo sur de América (fueguinos), del botánico padre Teodoro Drathen SVD y del  médico y antropólogo físico letón Alejandro Lipschutz  (1883-1980), además de conocidos  zoólogos como el médico pediatra don Emilio Ureta Rojas (1907-1959), especialista en lepidópteros y que fuera por años encargado ad honorem de la sección de Entomología del Museo de Historia Natural de Santiago, además de Luis E. Peña Guzmán, (1921-1995) entomólogo y ecólogo, especialista en la familia de los  coleópteros Tenebrionidae. Mi asistencia a estas exposiciones científicas y el contacto directo con algunos de estos investigadores, ejerció, sin duda, una enorme influencia en mi futuro como investigador. Aprendí a tomar conciencia de la multiplicidad de las ciencias que se refieren al estudio del hombre y de la naturaleza y la necesidad de mantener una mente amplia y muy abierta ante los descubrimientos en las ciencias naturales. En el colegio San Ignacio, a mi llegada como profesor, fui encargado de mantener y actualizar dos museos que el colegio poseía para uso exclusivo de sus alumnos: el de ciencias naturales y el de química.  Pasaba yo muchas horas ordenando,  clasificando y preparando los materiales para mis clases. Gustaba yo de hacer mis clases en  la sala del mismo Museo, lo que motivaba muchísimo a mis alumnos.  Recuerdo bien los enormes ejemplares didácticos de insectos, aves y crustáceos de gran  tamaño que el colegio poseía y había importado desde Alemania con fines pedagógicos. Cada una de sus partes (alas, patas, antenas...) se podía extraer para mostrar. Libros de texto obligados de enseñanza de estas materias eran por entonces las obras de Silva Figuera y del propio padre jesuita chileno  Guillermo Ebel, en biología. Sus ilustraciones en blanco y negro eran de pésima calidad  y hoy día casi nos causan risa. 

Recuerdos de Ultramar.

Conservo hasta hoy un viejísimo cuaderno con mis reflexiones y comentarios de mi viaje a Europa, a partir de septiembre del año 1955. Lo rotulé: "Recuerdos de Ultramar". Hoy lleva el nombre de Tomo I (1955-1964) de mis Cuadernos de Campo, y recoge  mis impresiones de viaje en barco a Europa y mis visitas primeras efectuadas en Alemania y Austria acompañado de mi primo el jesuíta Hernán Larrain Acuña quien en ese tiempo estaba terminando sus estudios de doctorado en filosofía en München, Austria.  Hernán fue mi gran apoyo a mi llegada, cuando yo no sabía casi nada del idioma alemán que  entonces estaba recién aprendiendo. En dicho cuaderno, hago algunas reflexiones personales sobre los museos que pude visitar, tanto en Uruguay  como en Alemania y Austria a mi llegada a Europa. Tal hecho demostraba ya entonces mi enorme interés y curiosidad por visitar los museos y sus colecciones. Estampo aquí un par de  pensamientos míos a la fecha:

"Museo oceanográfico (de Montevideo). Lo visité con Castells (jesuita uruguayo, antiguo compañero mío de filosofía). Pequeño pero interesante. Ubicado en antiguo salón de baile, junto al mar. Interesante colección de moluscos, celenterados, crustáceos, etc.  Diversos animales marinos y aves. La idea me parece reveladora: pues comprende toda una fauna encerrada dentro de un mismo ambiente.. Así se podría hacer en cualquier museo, diferentes secciones: marítima, cordillerana, desértica, fluvial, bosques, valles. Es interesante pues es evidente que tienen que poseer  características de adaptación  semejantes, para sobrevivir en un mismo medio. Lo mismo se puede hacer respecto a los insectos: insectos de la alta cordillera, de agua, de bosques, etc." (Cf.  tomo I-A, pg. 1).

Otra señal  de este mi incipiente interés museológico queda reflejada en la visita efectuada al Deutsches Museum  en München, Alemania, en el mes de marzo del año 1956.  Copio mis impresiones personales de esa visita en un par de páginas del original: 





Fig. 5,6,7,y 8 Fragmentos varios de mi Diario de Campo vol 1.

Puedo entrever, a través de estos escuetos apuntes de mi visita, un probable "embrión" de mi futuro interés y entusiasmo por el trabajo en Museos, lo que traté de poner por obra más tarde  en la Universidad del Norte, en Antofagasta,  entre los años 1963 y comienzos de 1965.

Estudiando la teología en Frakfurt a. Main.

En el año 1955 inicié mis estudios de teología en la casa de estudios de los jesuitas alemanes, ubicada en la ciudad de Frankfurt, en calle Kaulbachstrasse 130A.  Ese invierno del año 1955 fue particularmente crudo en Alemania. Recuerdo que la temperatura llegó a descender hasta a  unos -40º C  y que el cauce de río Main estaba totalmente congelado, tanto que nos dábamos el lujo de golpear los costados de los barcos que habían quedado allí atrapados en el hielo invernal.  Atravesar ese río de lado a lado,  a pie enjuto, fue toda una rica experiencia que entonces disfruté muchísimo.  

Una de las primeras cosas que hice a mi llegada a Alemania fue suscribirme a la revista científica  "Kosmos", cuyos ejemplares mensuales devoraba, diccionario en mano. Igualmente, compré en el año 1960, durante mis estudios de  teología, un ejemplar del famoso diccionario "Kosmos-Lexikon der Naturwissenschaften", editado en dos tomos por  la  Kosmos Gesellschaft der Naturfreunde, (Stuttgart 1953), obra que hasta el presente suelo consultar y que me ha sido sumamente útil en mi vida académica.

En ese tiempo -lo recuerdo bien-  procuraba colectar, a hurtadillas, algunos insectos que  casualmente encontraba en el jardín del filosofado. Me distraía, cuando me paseaba por los amplios jardines del convento rezando el breviario, recogiendo especímenes de coleópteros que encontraba a mi paso en los días cálidos de la primavera: por ejemplo, ejemplares del "Maikafer" (Melolonta vulgaris) hermoso  coleóptero de la familia de los Scarabaeidae  y algunos otros hermosos Carabidae. Los guardaba y ocultaba luego celosamente en sobrecitos cerrados, con su precisa indicación de lugar y fecha de captura. Eran un futuro obsequio destinado a mi amigo entomólogo chileno, Lucho Peña. 

Continuación de mis estudios de teología en Innsbruck, Austria.

En  1956,  solicité mi traslado al teologado jesuíta de Innbruck, en Austria. ¿Razón?  La vida en Innsbruck en ese  duro período de  postguerra era aún muy dura.  Recuerdo la frugal alimentación  en base a papas, chucrut (Sauerkraut), y verduras. Muy rara vez carne o  huevos. Por otra parte, el carácter de los alemanes, frío,  reservado y  distante, hacía muy difícil la convivencia. Casi todos mis compañeros alemanes habían sido soldados en la guerra mundial y conservaban rasgos de personalidad muy duros. Trabé, en cambio,  amistad con dos estudiantes cubanos (de apellidos Pérez Lerena y  Arvezú) y un simpático  brasilero, con quienes podía hablar libre y desembozadamente en castellano. Recuerdo hoy muy poco de mis maestros jesuitas teólogos en Frankfurt, con excepción de nuestro  anciano profesor de hebreo,  materia ésta que yo opté por reprobar al  negarme a memorizar la traducción de un texto determinado. Me resistía yo a estudiar y profundizar en una lengua muerta que, a mi entender, de nada me serviría en mis estudios posteriores y que los alumnos aprobaban apréndiendose determinados textos totalmente de memoria. ¡Fue la única nota negativa (un rojo)  recibida en todos mis estudios eclesiásticos!. Pero nunca me arrepentí del hecho...

Una de nuestras pocas entretenciones  durante ese crudo invierno,  era recorrer, en largas caminatas,  los bosques totalmente nevados y observar en los numerosos lagos y lagunas de agua helada  a  numerosos jóvenes y niños patinando ágilmente en el hielo. ¡Daba gusto verlos hacer toda clase de piruetas  y malabares sobre la superficie helada!

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Vuelta a Chile.  

Terminada mi Tercera Probación en Paray-le-Monial (Francia), una especie de segundo Noviciado que deben realizar los jesuítas,    fui autorizado por el provincial P. Carlos Pomar S.J. a inscribirme  en la carrera de biología en Fordham University, casa de estudios superiores de la Compañía de Jesús de los Estados Unidos. Estaba previsto que yo me formara allí en las ciencias naturales como futuro profesor en los colegios jesuitas de Chile. Estando en Nueva York  a punto de comenzar mis estudios universitarios, recibo, sin embargo, un repentino mensaje del provincial Pomar en el que me anunciaba que debía regresar de inmediato a Chile, pues se me necesitaba con urgencia como profesor en el colegio San Luis de Antofagasta. Mis planes de doctorarme en biología en Fordham University desaparecían así, bruscamente y como por arte de magia y para siempre. Fue un duro golpe pero, como buen jesuita, yo debía obedecer. Y obedecí aunque adolorido y entristecido... Pero este nuevo e inesperado destino a la postre fue providencial para mí, tal como se verá pronto en el transcurso de esta narrativa.

Regreso a Chile y estadía en Antofagasta.

A mi regreso a Chile desde Nueva York,  fui destinado a la Casa de formación de la Compañía en  el Colegio Loyola, ubicada en Estación Marruecos (hoy Padre Hurtado),  donde se me nombró Ayudante del Maestro de Novicios que, a la sazón, era el Padre Mauricio Riesco Undurraga. El Rector era el P. José Correa Valdés. Cuando yo tenía algún día libre, generalmente los domingos por la tarde, cargaba mi querida mochila austríaca, frascos con cianuro y red de captura y me dirigía  hacia los cerros cercanos en busca de insectos. Solitario, pasaba yo horas enfrascado en esa tarea que tanto me fascinaba, revisando el suelo, las flores o el follaje de las plantas.  Gozaba yo discurriendo en esas soledades, en contacto vital con la naturaleza. Un buen  día, el P. Correa, mi Rector, me llamó y me advirtió con severidad que esa dedicación mía no era compatible con mi vocación religiosa y que debía renunciar a mis excursiones científicas. "Eso no es propio de un religioso", me decía. "Tu vocación jesuita es el apostolado, no andar recogiendo bichos".  Yo me defendía aduciendo que bien podría yo compatibilizar mi vocación religiosa con una científica,  tal como yo lo había observado en jesuitas científicos o biólogos, como el P. Guillermo Ebel, o en notables historiadores jesuitas, como el P. Walter Hanisch (1916-2001) en Chile o el P. Guillermo Furlong Cardiff (1879-1974) en la Argentina. ¿Por qué no?. Pero creo que, a partir de entonces, una cierta duda sobre mi vocación empezó a incubarse lentamente en mi interior: ¿quiero ser un sacerdote católico o más bien un científico cristiano?. Dudas que se acrecentarán durante mi estancia en la Universidad del Norte, en Antofagasta, a partir del año 1965.

Mis descubrimientos arqueológicos realizados en las cercanías de la ciudad de  Antofagasta y el contacto asiduo con el P. Gustavo le Paige, en su flamante Museo arqueológico de San Pedro de Atacama, definieron mi futuro. 

En otros capítulos de este mismo Blog, he presentado en detalle nuestros descubrimientos  hechos en ese período. Comenzaba para mí, a comienzos del año 1965,  una vida nueva, totalmente diferente, llena de expectativas y desafíos. Se abría toda una nueva carrera para mí llena de sorpresas, carrera que me demandaría, a mis 36 años cumplidos, cinco años de estudios antropológicos en México, más  3 años y medio en los Estados Unidos hasta por fin obtener mi doctorado recién en el año 1984, a mis 55 años de edad.








   






    

   



martes, 5 de julio de 2022

Recordando a don Carlos Espinosa Arancibia y los "atrapanieblas". Reflexiones sobre un Cuestionario reciente y comentarios.

               

Fig. 1.   Don Carlos Espinosa con su colaborador y amigo el físico Ricardo Zuleta. (Hacia 1969).

El presente capítulo de mi blog está dedicado, con especial afecto,  a la memoria del físico de la Universidad Católica del Norte de Antofagasta, Carlos Espinosa Arancibia, cuyo imborrable recuerdo y generosa amistad han tapizado todos nuestros años de estudio dedicados a la investigación de las neblinas costeras del norte de Chie y su modo de aprovechamiento. Su impronta y memoria han quedado grabadas a fuego en nuestro propio quehacer universitario. Estas líneas, quisieran ser un modo de reconocimiento a su titánica labor sostenida hasta su ancianidad. Expresamos  aquí  nuestro respeto y  admiración por  su  imperecedera  obra, con la esperanza de que tenga nuevamente continuadores en su región, Antofagasta. 

La ocasión de esta artículo.  

La periodista Tamara Núñez de "Ladera Sur" nos comunicó hace unos días  atrás  que  estaba trabajando en un artículo sobre la obra científica del recién fallecido investigador, don Carlos Espinosa Arancibia, el genial creador de los "atrapanieblas" o"captaneblinas".  Por sugerencia de la geógrafa Pilar Cereceda T., solicitaba nuestra opinión sobre la importancia de sus estudios para la geografía y ecología del Norte Grande de Chile.

 Como respuesta, le  propuse que me enviara un pequeño cuestionario  con sus inquietudes. Mis respuestas se copian a continuación. Algunas pàrrafos de  mis respuestas se comentan en el citado articulo de "Ladera Sur", aparecido en Internet el día 1 de julio de 2022  con el titulo: "Los atrapanieblas y el legado de Carlos Espinosa, el científico que soñaba con entregar agua de neblina al norte de pais" (https://laderasur.com/articulo/los-atrapanieblas-y-el-legado-de-carlos-espinosa-el-cientifico-que-sonaba-con-entregar-agua-de-neblina-al-norte-del-pais). 

Después de responder las preguntas de este Cuestionario, me he permitido agregar, a modo de complemento, un conjunto de fotografías y textos sobre nuestras propias investigaciones de las neblinas, utilizando  un sistema de captación que si bien era diferente al empleado por don Carlos Espinosa, fue ciertamente inspirado por sus trabajos y estudios. En este tema,  la pionera actividad de este físico visionario es ciertamente  indiscutida hoy día. Espinosa es y será siempre considerado el "padre de los estudios de la camanchaca como fuente de agua dulce" en Chile. 


Texto del cuestionario propuesto por "Ladera Sur".


1.1. ¿Cuándo conoció a Don Carlos Espinosa?

Resp.  Conocí a don Carlos Espinosa Arancibia en la Universidad del Norte, Antofagasta,  poco después de mi llegada a la Universidad, en Junio del año 1963. Carlos se había recibido de profesor de Matemáticas y Física en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile (Santiago), muy pocos años antes. Yo llegaba entonces como joven profesor a hacerme cargo de las clases de cultura religiosa; por entonces yo era aún sacerdote de la Orden de los Jesuitas, congregación que regentaba esta Universidad fundada por el jesuita Geraro Claps Gallo en el año 1957. 


2. ¿En qué tipo de investigaciones o proyectos trabajaron juntos?.

Resp.  En estricto rigor, nunca trabajamos juntos, sino que fui yo el que se interesó muy pronto por los proyectos que don Carlos, junto con otros profesores de la Universidad, realizaba en el desierto. En efecto, en la comunidad jesuíta de la Universidad participaba el sacerdote uruguayo Germán Saa S.J.,  físico, especializado en sismología, que junto a otros matemáticos y físicos  como Osvaldo Garay colaboraba con entusiasmo con Carlos en sus proyectos. El jesuita Saa solía comentar en nuestra comunidad lo que Carlos hacía y cierto día me invitó a visitar con ellos uno de los sitios donde por entonces hacía sus experimentos: los cerros de la mina Andrómeda. Me intrigó y entusiasmó mucho lo que contaban.  Por entonces, estaba Carlos experimentando con diversos tipos de telas e hilos, cómo captar más eficientemente agua de las espesas nubes que  normalmente cubren los cerros vecinos a Antofagasta. En este lugar, Carlos y los físicos tuvieron  pronto la idea de plantar un ciprés que demostró gran capacidad de captación de agua atmosférica a través de su follaje, creciendo rápidamente. Curiosamente, extendiéndose hacia los costados como abriendo los brazos. (Ver Fig.   ).  Por entonces, también experimentaba Carlos la captación con diversos grosores de hilos de alambre,  los que retenían el agua condensada. Las novedosas  experiencias de Espinosa con la camanchaca costera eran tema frecuente de conversación en nuestra pequeña comunidad universitaria. Yo me interesé rápidamente por el tema, y  tuve la suerte de acompañar  a los físicos varias veces a terreno. Esto ocurría entre los años 1963 y comienzos de 1965. 

En enero de este último año partía yo a México a iniciar mis estudios de Arqueología. Estas experiencias quedaron, sin embargo,  grabadas a fuego en mi memoria. Muchos años después, en nuestras experiencias en  las alturas de El Tofo, me pondría nuevamernte en contacto con don Carlos  (1980-1983). Años más tarde, en señal de gratitud por su constante apoyo, dedicaríamos con Pilar Cereceda a su nombre la pequeña Estación de Campo de la Universidad Católica, en el sitio de Alto Patache  (sur de Iquique) , a los 775 m de altitud. 

Entre otros recuerdos me viene a la memoria el gran interés que manifestara en aquellos años don José Papic, distinguido vecino y empresario de Antofagasta, quien poseía una casa de descanso en lo alto de la falda de los cerros de Antofagasta, por intentar dotar de agua potable de la neblina su propiedad en el cerro. Un día. con Carlos fuimos juntos a explorar tal factibilidad, idea que no llegó a prosperar. En aquellos años, tal posibilidad parecía lejana  y más bien utópica. 


 3. ¿Qué tipo de persona era Don Carlos?

De  estatura más bien baja y complexión delgada, Carlos era una persona notablemente activa. Más bien tímido, gracias a su afabilidad y buenos modales, Carlos pronto se ganó el afecto de colegas y estudiantes. Humilde y sencillo, gustaba de aprender de los demás, sus colegas, y era muy respetuoso a la hora de presentar sus propias opiniones. Gran lector, devoraba las revistas científicas que llegaban a la Universidad y siempre estaba al día en sus opiniones sobre materias científicas. Hablar con él era, de seguro, esperar una gran cantidad de información científica de último minuto, la que siempre compartía gustoso. Tan al día se mantenía él en el plano científico de su especialidad.

Cuando años más tarde nosotros mismos con la geógrafa Pilar Cereceda Troncoso  y estudiantes de Geografía de la Pontificia Universidad Católica de Chile comenzamos a realizar estudios de la niebla y su modo de aprovecharla en los cerros costeros de El Tofo (extremo norte de la Quinta Región), (año 1980), a la primera persona que recurrimos en procura de bibliografía, consejo y orientación, fue a don Carlos. Con gran generosidad, puso a nuestra disposición sus propios trabajos y los de otros investigadores, en un campo de estudio que para nosotros era enteramente desconocido. Siempre respondió amablemente nuestras consultas y nos animó a proseguir en esta misma senda, que sería también  la nuestra por muchísimos años.


4. ¿Cuáles eran sus pasiones?

Resp. Su gran pasión fue dar agua potable de la  niebla a la ciudad de Antofagasta y sectores costeros, que en aquellos años padecían de una terrible penuria de agua potable. Cuando después de años de ensayos logró con sus colegas físicos dar cima al diseño de su famoso atrapanieblas de estructura macrodiamante, compuesto de numerosos octaedros   cubiertos por paños de arpìllera como absorbente, entusiasmó al hidrogeólogo  Christiaan Gischler, jefe de la Oficina de la UNESCO  en Montevideo, para experimentar con él en las alturas de  Cerro Moreno. El aparato demostró ser un notable captador de agua de la niebla. Recuerdo haber ascendido en helicóptero con el propio Espinosa y Gischler hasta su ubicación a los 900 m de altura en la montaña. (Ver Fig.   ). La vista desde aquella altitud  hacia Punta Tetas, era soberbia. Siempre pensó don Carlos que desde esa altitud se podría fácilmente, en el futuro, surtir de agua potable a la creciente población del balneario de Juan López, situado a sus pies.  Esta era su verdadera obsesión que por desgracia no alcanzó a ver realizada. Tal vez lo sea en un día futuro...


 5. ¿Cuáles fueron sus mayores logros científicos?

Resp. Contestado, creo,  en la pregunta anterior: el diseño de artefactos para captar el agua contenida en la niebla rasante.


 6. ¿Cuál es el origen de los atrapanieblas?

Resp.  Pequeños aparatos construidos para captar  y medir el agua de la niebla eran ya bien conocidos por los físicos. El aparato denominado Grunow, por ejemplo,  había sido probado  con éxito en el Parque Nacional  Fray Jorge  por el físico alemán Kummerow en la década del 60. (Ver detalle más abajo en mis comentarios  eco-antropológicos).  Desde los inicios del siglo XX algunos físicos venían experimentando en las islas Hawaii   con pequeños aparatos provistos de infinidad de hilos muy finos, para recoger la humedad contenida en la nube. Los primeros aparatos probados por don Carlos Espinosa eran provistos de hilos muy finos de polietileno, imitando  el modelo de Grunow. Luego evolucionó, por su cuenta, hacia la idea de un enorme captador: su  estructura  “macrodiamante”, así llamada por la forma de sus componentes.

 

7. ¿Cómo funcionan?. 

Resp. Las pequeñas gotitas de agua de la niebla rasante, impulsada por los vientos del SW se adhieren y depositan por gravedad sea en los hilos, sea en tejidos o mallas de diverso tipo, desde donde escurren, descendiendo, hacia un sistema receptor. De aquí  es conducida a un  depósito captador. Un sencillo dispositivo permite medir, si se desea,  el monto de líquido obtenido.


8. ¿Cuál es la relevancia de los atrapanieblas para la zona norte del país?

Resp. Existen en el extremo Norte de Chile mucho más de 10 sitios elevados, próximos al mar, donde la camanchaca se deposita en grandes masas durante la mayor parte del año  (en especial durante los meses de Junio a diciembre,) humedeciendo el paisaje circundante. En todos estos lugares, es perfectamente posible instalar aparatos receptores del tipo “atrapanieblas”  y mediante ellos, obtener agua de excelente  calidad., apta para dversos usos.


-9. ¿Cuál es su relevancia para el resto del país? ¿Toma más relevancia este invento en el contexto actual de sequía y escasez hídrica?

Resp. Por supuesto que sí…En nuestro país, dondequiera haya cerros elevados por sobre los 600 m  de altitud, muy cerca y paralelos a  la costa, se puede captar agua de la niebla.  La máxima captación ocurre entre los 700-900 m de altitud, siempre y cuando la cadena de cerros o sus laderas miren o se orienten hacia el Surweste  o Weste.  En Chile hay muchos lugares aptos donde se puede captar agua de esta modo gracias a la presencia de la cordillera de la Costa. Nosotros, con Pilar Cereceda y otros compañeros hicimos experiencias de captación al menos en seis lugares costeros diferentes entre Iquique y Pichidangue, logrando siempre excelentes resultados.

Es evidente que esta posibilidad de captación de agua de la niebla  puede ser una fuente  muy importante de agua potable para el futuro, especialmente hoy a causa de la frecuente sequía y del calentamiento climático que ya nos agobia. Por ahora, en Chile, en general,  se ha obtenido con este sistema agua, en pequeña escala,  tan solo a nivel experimental pero estamos convencidos de que debería considerarse a futuro una muy importante fuente de agua potable y de riego. Es cosa ahora de intentarlo a nivel industrial.  Pequeñas industrias costeras, mineras, o caletas de pescadores podrían aprovecharse en breve tiempo de este beneficio, tal como nosotros mismos, con Pilar Cereceda y apoyados por CONAF y el Environmental Service de Canadá lo pusimos en práctica en el Tofo, dotando de agua potable a la caleta de pescadores de Chungungo entre los años 1986 y 2000. El diseño adoptado por nosotros  fue el de "tipo cortina", una variante del atrapanieblas (Ver Fig.   ).

 Gracias a este generoso aporte de agua (tanto para la bebida como para el uso casero), la población de habitantes de la caleta de pescadores de Chungungo creció en más de 300 personas en pocos años. Esta experiencia ha sido la única hasta ahora destinada a aprovechar, en gran escala, el agua de la niebla. Al menos en nuestro país. 

(Hasta aquí, el cuestionario enviado a "Ladera Sur").

Reflexiones nuestras de tipo geográfico y eco-antropológico.

1. En Chile, ya había demostrado el potencial acuífero de las nubes estrato-cúmulos provenientes del océano Pacífico el  botánico y fisiólogo vegetal alemán Jochem Kummerov en 1966, al estudiar las extrañas asociaciones vegetales del bosque relicto de Fray Jorge, junto a la desembocadura del río Limarí. Su trabajo: "Aporte al conocimiento de las condiciones climáticas del bosque de Fray Jorge", fue publicado en el Boletín de la  Facultad de Agronomía de la Universidad de Chile, Santiago, N° 24, 1966:  21-24. Pero sus estudios fueron de orden botánico y fisiológico (vegetal), y no hacían referencia directa a su posible utilización como fuente de agua dulce . Ya años antes, desde l961, en publicaciones en idioma alemán y en su patria, Kummerov había demostrado su interés por este tipo de  estudios.  Espinosa conoció algunos de los estudios de Kummerov  y los adaptó a las necesidades del desierto de Antofagasta. Tanto es así que sus primeros dispositivos  de captación de agua de la niebla fueron una copia fiel del modelo de Grunow, tal como fuera inicialmente el nuestro, en El Tofo. Su modelo, siguiendo las instrucciones directas  de Espinosa, fue confeccionado por el joven geógrafo Nazareno Carvajal, originario de Vicuña, miembro de nuestro flamante equipo de la Universidad Católica.

2. Hacia el año 1980, al inicio de nuestras experiencias en Caleta Temblador, junto al Tofo,  en el Instituto de Geografía de la Universidad Católica disponíamos de muy poca información sobre este tema salvo algunos artículos reveladores de las experiencias  del grupo de Física de la Universidad del Norte en Antofagasta, cuyo líder era el profesor de física Carlos Espinosa Arancibia, el auténtico pionero de estos estudios en el Norte de Chile.  Don Carlos Espinosa nos había facilitado generosamente, a petición nuestra, toda la información que ellos habían acumulado por espacio de más de 20 años de experiencias. Recordemos que los tímidos primeros intentos de Espinosa datan de los años 1958-60,  apenas 2 años después de creada la joven Universidad del Norte en la ciudad de Antofagasta.

3. Carlos Espinosa mantenía relaciones con investigadores peruanos, y, sobre todo,  con organismos internacionales  interesados en la búsqueda de nuevas fuentes de agua dulce. Estos contactos lo habían conducido a entusiasmar a un hidrogeólogo holandés, Christiann Gischler (Vea Fig. 7)  que en ese tiempo trabajaba como experto en las oficinas de  UNESCO/ROSTLAC, en Montevideo (Uruguay). Gischler viajó a Chile y conoció de cerca los experimentos y sitios de experimentación de los fisicos de la Universidad del Norte, en Antofagasta así como los recientes  experimentos nuestros en captación de agua de las nubes  en los cerros de El Tofo, a unos 75 km al N de la ciudad de La Serena.   Gracias a él y a su incondicional apoyo institucional, se generaron encuentros internacionales como  el Encuentro de Tacna  (Agosto 1979) o el Encuentro de investigadores de la niebla  en Antofagasta y Lima, propiciados y financiados por UNESCO/ROSTLAC  (Junio  1982).

4. A partir del Encuentro de 1981 con los investigadores peruanos  (Ver Fig. 5) y las visitas a terreno realizadas tanto en la costa chilena como en la costa peruana,  (Caleta Temblador, Paposo, Cerro Moreno, Lomas de Lachay (Perú), una rica bibliografía  geográfica y ecológica  pasó a ser parte importante de nuestro acervo científico, en especial a través de publicaciones. La idea popiciada por Gischler era intercambiar experiencias in situ entre los investigadores peruanos y chilenos, por cuanto en ambos países la camanchaca costera era una realidad abundante y palpable.

Imágenes de los  pioneros de la Universidad  del Norte, Antofagasta.

A continuación, mostramos algunas imágenes  frutos de este contacto Chile-Peerú  

Fig.1.   Los físicos Carlos Espinosa y Ricardo  Zuleta  en su laboratorio en la Universidad del Norte. Creemos que esta foto   correspondería, aproximadamente,  a los  años 1967-69. (imagen tomada de la obra de Christiaan Gischler: The missing link in a production chain. Vertical obstacles to catch camanchaca, UNESCO-ROSTLAC, Montevideo, Uruguay,  1991, p. 14).

Fig. 2.  Esta imagen nos muestra el ciprés (Cupressus sp.) plantado en el año  1962  por los investigadores Carlos Espinosa y Germán Saa, S.J., en cerros al interior de la costa de Antofagasta. Se desarrolló espléndidamente con el agua de la neblina, plantado inicialmente en tierra abonada, en el interior de un tambor metálico de capacidad de 200 lts.  Extrañamente, las ramas del árbol se desarrollaron casi exclusivamente  hacia los lados, en forma perpendicular al viento predominante. Personalmente, pudimos ver vivo este árbol a mediados del año 1964. En la imagen,  de izquierda a derecha, en tercer lugar vemos a Carlos Espinosa, y en quinto lugar, a Ricardo Zuleta.  La extensión máxima  medida por Zuleta de las ramas laterales alcanzaba más de  los 4.0 m. Muchos años más tarde,  en 1985,  tuve oportunidad de  visitar nuevamente el mismo lugar, pero entonces el árbol estaba ya enteramente seco pero entero.  (Imagen tomada de la misma obra de C. Gischler,  1991: 14).

               

Fig. 3. El atrapanieblas de estructura macrodiamante de Espìnosa, en las alturas de Cerro Moreno  hacia los 900 m de altitud.  Arriba, se alcanza a divisar parte del sector de Punta Tetas. (Foto obsequiada por Carlos Espinosa al suscrito   en 1982).

                      

Fig. 4. Abajo, en primer plano, se muestra nuestra carpa donde pernoctábamos durante nuestras experiencias  del año 1982 en el sector de El Tofo, hacia los 900, m de altitud sobre el nivel del mar. Se puede observar  en la parte superior,  la silueta de la gigantesca cortina captadora,  de 30 m de largo,  construida por nuestro equipo  del Instituto de Geografía de la Universidad Católica de Chile. 

                        

Fig. 5.  Grupo expedicionario al Perú, para analizar las experiencias  en captación de agua de la nube. La imagen fue tomada  en las alturas de Paposo  (Provincia de Antofagasta, Chile) en el mes de Mayo de  1981.  De izquierda a derecha:  Guido Soto, N.N., Carlos López Ocaña, Horacio Larrain, Christiaan Gischler, Francisco Díaz Donoso, N.N., N.N., Nazareno Carvajal, Carlos Espinosa Arancibia y  Julio Valdivia Ponce. (antigua fotografía extractada de la obra de Christiaan Gischler: "The missing link in a production chain. Vertical obstacles to catch camanchaca", Rostlac-Unesco, Uruguay,  1991: 50).


                              

Fig. 6.  Aspecto de la enorme estructura "macrodiamante", ideada por don Carlos Espinosa. Fue instalada en Mayo de 1982, a petición de Christiaan Gischler, en los altos de El Tofo,  hacia los 900 m. de altitud, al lado de nuestra Cortina captadora de 30 m de largo. 

Fig. 7.  Christiaan Gischler  (a la derecha) conversa con nosotros en una parada cerca de Paposo, en nuestro viaje de estudios con los investigadores peruanos (1982).

Epílogo:  alguos capítulos de nuestro Blog dedicados al tema de la captación de la neblina.


1. "Nuestra primera experiencia de captación de agua de la niebla: Caleta Temblador en Mayo del año 1980",  (editado el 24-12-2013);  

2. "Caleta Chungungo y la camanchaca: Primer  Proyecto para dotar de agua atmosférica una caleta costera en Chile  25-05-1982" (editado el 29-12-2013); 

3. "Los primeros trabajos del grupo de estudio de la niebla en El Tofo, IV Región de Chile. Esfuerzos exitosos", (editado el  01-09-2016).

4.  "Resumen de nuestras primeras experiencias  en captación de la camanchaca costera: años 1980-2000. Cerros de El Tofo (IVª Región) y Alto Patache (Iª Región)", editado el 30-09-2016).

(Capítulo redactado en Las Canteras, Región Metropolitana, el 5 de julio del 2022).