Fig. 1. Portada de la obra original de Philippi, publicada en Halle, Sajonia, en el año 1860.
En nuestro capítulo precedente, hemos analizado con lupa la información que nos entrega el sabio naturalista alemán Rodolfo Amando Philippi en su obra Viage al desierto de Atacama (Halle, Sajonia, 1860) sobre el ecosistema marino bañado por la neblinas costeras o camanchacas y el hábito de la pesca de los changos pescadores de la costa. En este capítulo entregaremos el resto de la información que nos suministra el investigador alemán sobre estos indígenas en diferentes páginas de su obra. Téngase presente, pues, que el presente capítulo constituye con el anterior una unidad indisoluble.
Fig. 2. Parte del plano de la zona recorrida por la expedición Philippi en 1853-54. Fue confeccionado por Guillermo Döll, ingeniero geomensor, infatigable compañero de viaje y faenas del sabio Philippi y alemán como él. El plano muestra el camino recorrido desde Paposo, en la costa, cruzando el desierto hacia el Este, pasando por Cachinal de la Sierra, Agua del Profeta, Varas, Punta Negra, Imilac, Tilopozo, Peine, Toconao, y finalmente el pueblo de Atacama. De aquí la ruta se desviaba hacia el poniente para alcanzar Calama, y de aquí, siguiendo el curso del río Loa, las posadas de Calate, Guacate, Miscante y Colupo, para desembocar finalmente en la costa, junto a Gatico (y Cobija).
Nos servimos aquí para nuestro análisis, de la reciente reedición (2008) hecha a la obra del sabio alemán y editada por los Sres. Augusto Bruna y Andrea Larroucau para la "Biblioteca Fundamentos de la Construcción de Chile". (auspiciada por la Cámara Chilena de la Construcción, Pontificia Universidad Católica de chile y Biblioteca Nacional de Chile).
Fig. 3. Balsa de pescadore changos dibujada por Philippi en Caleta El Cobre, al norte de Paposo. Aquí, fue disuadido Philippi por sus guías de continuar su viaje por tierra, a través de la costa hasta La Chimba (actual Antofagasta). Observe la posición de los remeros y sus remos de doble paleta.
(2) La importancia del lobo marino para el pescador costero de la antigüedad en nuestra zona norte ha sido bien destacada por numerosos autores. Al parecer, el primero de ellos que nos relata, con lujo de detalles, el sistema constructivo de la balsa, utilizando para ello dos odres hechos con la piel del lobo marino, es el cronista español Gerónimo de Bibar. Bibar, en efecto destina un capítulo entero de su obra, publicada en Sevilla, España en 1557, a la descripción del sistema constructivo de las balsas. (Crónica y Relación copiosa y verdadera de los Reynos de Chile..., edición 1966, Edición Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina, Santiago de Chile, cap, V, págs. 10-12). En materia de descripciones de estas balsas y del lugar de observación de las mismas, , no existe mejor trabajo de recopilación bibliográfica que el que nos ofrece don Gualterio Looser en sus dos artículos: "Las balsas de cuero de lobos de la costa de Chile", (Revista Chilena de Historia Natural, Año XLII (1938) 232-266 y "Las balsas de cueros de lobos inflados de la costa de Chile", Revista Universitaria, Universidad Católica de Chile, Años XLIV y XLV, (1960), N° 23, 247-273. Looser, aunque botánico de profesión, se interesó especialmente durante su vida por los temas arqueológicos y etnográficos, sobre los cuales nos dejó notables trabajos.
Del lobo marino, el pescador chango obtenía múltiples elementos necesarios para su vida marítima: carne, grasa (de la que obtenía el aceite), sangre, huesos (de donde obtenía el famoso "chope" o instrumento para mariscar), cuero (tanto para la confección de balsas, como para techumbre de sus viviendas), vejigas (para el transporte de agua dulce) y hasta pelos. (Sobre este tema, puede consultarse nuestra propia tesis de maestría en Antropología, titulada: " Análisis demográfico de las comunidades de pescadores changos del norte de Chile en el siglo XVI", Stony Brook, L. I., (U.S.A.), Mayo 1978, passim).
(3) No hemos hallado ninguna referencia que confirme tal suposición. El contagio de una peste de animales terrestres a los marinos, cuyo alimento y habitat es tan diferente, no parece muy probable.
(4) Hemos ya señalado en nuestra Nota 1 que la mortandad de lobos marinos se explica más fácilmente por la falta de alimento de esta especie causada por la llegada del "Fenómeno de El Niño" a nuestras costas. Esta mortalidad ataca principalmente a los ejemplares juveniles, incapaces de nadar mar adentro a cazar otras especies marinas.
(5) Los changos solían cazar estos ejemplares jóvenes cuya carne es más tierna. Según el relato de un guanero español de apellido Ruiz a quien conocimos en "La Pescadora", al sur de Pabellón de Pica, él había cazado un par de veces, estos pequeños lobeznos que llaman poppies, espiándolos en los roqueríos y que su carne era muy buena, sabiéndola condimentar. (com. pers. agosto 1998).
(6) Con ocasión del arribo a nuestras costas del Fenómeno de "El Niño", de aguas superficiales más calientes, como lo hemos señalado más arriba, toda la fauna marina carnívora sufre de hambre, también las aves y se produce enorme mortandad. Incluso las algas perecen en gran número, inundando las playas con sus talos ya desprendidos de su pie. La diferencia de 1 a 2 grados centígrados en la temperatura media del mar es más que suficiente para dasatar esta verdadera catástrofe.
(7) Se usaron antiguamente las plumas de ganso (Anser anser), prefiriendo las plumas grandes de las alas o remeras, las que eran cortadas en su base, en un ángulo especial. Empezaron a usarse en el siglo VI D.C. hasta el siglo XIX, cuando aparecen las primeras plumas metálicas.
(8) Existen numerosas referencias a varazones de ballenas moribundas en nuestras costas.Tal mortandad obedece, por lo general, a causas puramente naturales, de origen climático. Con la caza indiscriminada efectuada por enormes barcos-factorías japoneses y chinos, sin embargo, su número se ha visto considerablemente disminuido y algunas de sus especies se encuentran expuestas a su extinción definitiva. La ballena ha sido muy perseguida en los dos siglos precedentes paras obtener su aceite y sus barbas; estas últimas fueron muy usadas en corsetería y otros fines en el siglo XIX e inicios del XX.
(9) El habitat costero asignado por Philippi en su época a estos pescadores changos va desde la desembocadura del río Huasco (28° 27´ S) hasta el entonces reconocido límite norte de la república de Bolivia, o sea el río Loa (22° 00 ´S). Philippi no visita ni estudia la región costera situada inmediatamente al norte del río Loa. Por tanto, la zona costera de Tarapacá y Arica le es totalmente desconocida. Sólo se limita el sabio a dar referencias de la zona que él llega a conocer y recorrer personalmente, Por otra parte, no sabemos qué argumentos tuvo a la mano Philippi para asignar el río Huasco como el límite meridional de estos pescadores changos. Seguramente, tal afirmación es eco de lo que sus informantes en Paposo pudieron referirle al respecto y/o de lo que los marinos de la corbeta "Abtao" pudieron proporcionarle. Su referencia a los límites extremos de su habitat, por lo tanto, han de considerarse solo estimativos.
(10) Sabemos por otras fuentes (v. gr. Malaspina y su expedición en 1790) que también eran llamados "changos" los pescadores de la región costera del norte Chico situados desde el área de Pichidangui (32° 06´ S ) hacia el norte, hasta la desembocadura del río Copiapó. Ya hemos señalado en otra parte que la denominación "changos" no es la más antigua. "Camanchacas" fueron denominados muy tempranamente, a fines del año 1579, por el corsario inglés Francis Drake, que los avista y visita en Morro Jorge (Morro Moreno) y en Pisagua, donde intercambia objetos por pescado fresco. (Cfr. trabajo de Bente Bittmann, "Notas sobre poblaciones de la costa del Norte Grande Chileno").
(11) El mestizaje que según Philippi se presentaba entre los pescadores recolectores changos de la costa norte chilena era algo totalmente esperable, dado su escaso número y su frecuente contacto con las poblaciones alteñas del Salar de Atacama y del altiplano de Lípes, muy superiores en número. Si el mestizaje y contacto entre comunidades humanas vecinas ha sido una realidad constante desde el inicio de la historia en todo el globo, con mayor razón en el caso presente, cuando ambas comunidades (changos y atacameños o lickan antai) se necesitaban mutuamente para poder sobrevivir. Ya Lozano Machuca tempranamente, en el año 1581, anotaba que los pescadores costeros "uros" -como él los denomina- "no pagan tributo pero dan pescado a los caciques de Atacama en señal de reconocimiento" ( en la "Carta del Factor de Potosí Pedro Lozano Machuca al Virey (sic!) del Perú", en donde se describe la Provincia de Los Lipes", Relaciones Geográficas de Indias, Perú, Ministerio de Fomento, II, Apéndice III-xxv, Madrid 1885).
Un poco más al Norte, el contacto asiduo y el incesante intercambio económico entre los changos de la desembocadura del río Loa y los caciques de Pica era tan importante que cuando don Pedro de Valdivia constituye en 1540 una segunda encomienda en la zona, después de la de Tarapacá, llevará ésta significativamente el nombre "encomienda de Pica y Loa" y se levantará en el Loa una capilla para la evangelización de sus pobladores indígenas. Lo que, curiosamente, no ocurre en el caso de la Encomienda de Tarapacá donde no se cita Ique-ique o la isla homónima como parte constitutiva del nombre de la encomienda. Lo que se explicaría perfectamente bien por la presencia de una mucho mayor población changa en la desembocadura de río Loa que en la isla y contornos de Ique-ique.
(12) La lengua hablada por estos grupos costeros changos ha sido motivo de debate entre los especialistas. Unos afirman que tuvieron una lengua especial y propia sin señalar cuál sería ésta; otros, que era la lengua de los uros del lago Titicaca; otros, que ya habían olvidado enteramente su antiguo idioma; otros, por fin, que éste era el araucano o mapudungun, idioma de los mapuches. Philippi se inclina por esta última hipótesis, pero no investiga más sobre este tema. El viajero francés Brésson en el año 1870 recogió algunas voces de los pescadores de Paposo y concluyó que su idioma fue el araucano pero estaba en vías de desaparecer. André Marcel D´Ans, lingüista y etnólogo belga, escribió un artículo específicamente sobre este tema analizando el trabajo de Brésson: "Chilueno o Arauco, idioma de los changos del norte de Chile, dialecto mapuche septentrional", (en la revista Estudios Atacameños, 1976: 113-118).
Nuestra sospecha -también señalada por otros investigadores- es que la presencia de algunos pescadores de lengua mapuche en Paposo podría atribuirse, no tanto a la supervivencia de grupos étnicos mapuches, arraigados de larga data en la zona, sino al reciente traslado forzoso operado por españoles, de algunas poblaciones costeras del centro de Chile hasta esa localidad. Se sabe hoy con certeza, en efecto, que Francisco de Aguirre, quien poseía una encomienda en la zona central de Chile, tenía otra, y muy extensa, desde la zona de la Serena hasta cerro Moreno y Mejillones en Antofagasta. Así, sabemos que efectuó traslados masivos de familias de la etnia picunche, de lengua y cultura mapuche, hacia el Norte. En otras palabras, la presencia de mapuche-hablantes en la caleta del Paposo no sería, pues, en modo alguno una situación original, sino una masiva relocalización provocada por el conquistador en el siglo XVI. Los informantes de Brésson, en consecuencia, tal vez habrían sido descendientes de aquellos transplantados forzados, al estilo de los mitmaqkuna, tan comunes en los tiempos del Inca.
Tenemos la sospecha que los changos nunca poseyeron una lengua propia en la costa chilena actual, sino que hablaron la misma lengua de sus vecinos de tierra adentro, con los cuales tenían asiduo contacto. En las costas de Arica y Tarapacá, era la lengua puquina y en Antofagasta la lengua lickan antai de los atacameños. Creemos que su número era demasiado pequeño (y siempre lo fue así), como para tener lengua propia. Esto, al menos desde los tiempos próximos a la llegada del Inca. Si sus lejanos predecesores, los Chinchorro, entre el séptimo y el cuarto milenario A.C., poseyeron o no una lengua propia, diferente de la de sus vecinos, es otra cuestión distinta, sobre la que no existe la menor información fidedigna.
(13) Calcula Philippi una población total de unos 300 changos, viviendo entre el río Huasco y el río Loa, esto es, unas 60 familias, si suponemos una ratio poblacional 1 a 5. ¿Cómo llega el naturalista alemán a esta cifra tentativa?. Sin duda, fue gracias a los datos de sus fieles guías y baquianos, Diego de Almeida y José Antonio Moreno más otros informes dispersos recibidos entre Paposo y Caleta el Cobre.
(14) Son numerosos los testigos de la extrema movilidad y nomadismo de los changos a lo largo de la costa, en busca de recursos alimenticios. Entre éstos, destaca la interesante observación de Pedro Vicente Cañete y Domínguez, Gobernador Interino de Potosí en el año 1787: "De esto proviene que el puerto (de Cobija) jamás se ha poblado sino de los infelices pescadores, que viven de solo pescado desde que aprenden a comer....Frezier Fol. 130 testifica de 50 casas, pero éstas son unas veces más y otras menos, porque como todos son pescadores, se llevan en las canoas los cueros de que forman sus cabañas sobre costillas de ballena, y entonces se minora el número, y crece cuando se juntan en el puerto...." (Cañete y Domínguez, "Noticia del puerto de la Magdalena de Cobija...", cit, en Larraín, Revista Norte Grande, vol. I, N° 1, 1974: 83 y 87). Pocas citas hay tan explícitas y elocuentes como ésta para explicar y entender la notable movilidad costera de estos indígenas que hasta portaban consigo sus precarias chozas en sus balsas, al partir de pesca a caletas más alejadas.
(15) La caza del guanaco por parte de los changos en invierno (esto es entre mayo y octubre), en la épocas de las camanchacas, fue una realidad para las comunidades costeras. La vegetación costera en los oasis de niebla (y Paposo era uno de los más notables) permitió pacer aquí por unos meses a pequeñas tropillas de guanacos que ramoneaban la vegetación de Gramíneas, Nolanáceas, Cristarias y otras especies comestibles que crecen en dichas épocas del año. Nosotros hemos hallado, en efecto, en oasis de niebla de la costa sur de Iquique desde Alto de Junín (Pisagua) hasta altos de Chipana (junto al río Loa), infinitos senderos de guanacos, con sus característicos bosteaderos y revolcaderos, en todos las laderas más altas de la cordillera costera. Y junto a ellos, algunos talleres líticos indígenas con herramientas y utensilios (confeccionados en sílex y basalto), enteros o fragmentados, prueba inequívoca de su estadía en el lugar con fines de caza.
(16) La visita de algún sacerdote al Paposo y caletas vecinas fue algo muy esporádico y poco frecuente tanto por la escasez de clero en Copiapó (la ciudad habitada más próxima) como por la extrema cortedad de su habitantes, los que frecuentemente se ausentaban de sus campamentos-base. Era un azar encontrarlos a todos reunidos en el lugar. Así lo indica claramente Cañete y Domínguez. Probablemente recibían el auxilio religioso del sacerdote una o dos veces al año, con suerte, tal vez para la visita con motivo de la celebración del Santo Patrono de la localidad. En Paposo debió existir sin duda una capilla -de la que no hay indicios hoy- al igual que la que hubo en la desembocadura del río Loa y aún en la isla de Ique-ique, para la atención espiritual de los indios pescadores. Revise Ud. a este propósito el interesante artículo del presbítero Joaquín Matte Varas, titulado "Misión en el Paposo", en que se relata con interesantes pormenores su visita eclesiástica a la zona, por orden del obispo Rafael Valdivieso en el año 1841. (Cfr- Joaquín Matte V., Revista Teología y Vida, Vol. 22.
N° 1 (1981), 51-64). Sobre el oasis de Paposo, su vegetación, recursos y tipo de habitat, consulte en este mismo blog con fecha 27/04/2014, nuestro trabajo: "Paposo: un oasis recóndito de extraña vegetación y antiquísimo poblamiento".
(17) Los padres y sus hijos ya crecidos salían a perseguir la pesca a caletas vecinas o a pescar en alta mar. Estos viajes solían durar varios días. Para ello, llevaban agua de reserva en odres o pellejos de lobo marino. Su alimento dependía de su propia habilidad para la pesca o el marisqueo de orilla.
(18) Desde su más temprano registro, el nombre dado a estas embarcaciones es el de "balsas". No consta en ninguna parte su posible nombre indígena, más antiguo. "Balsa" es un término español y fue dado a varios tipos y formas de embarcaciones de la zona costera de Chile y Perú.
(19) "Odres de cuero de lobo". Se trata del lobo marino, Otaria flavescens, especie de cuyos cuerpos se componía una balsa. Su alargado cuerpo y forma se prestaba muy bien para la fabricación de los dos odres que la conformaban. El complejo procedimiento de preparación y confección de una balsa ha sido explicado de manera magistral por el cronista Gerónimo de Bibar en su Crónica del Reyno de Chile, publicada en Sevilla en el año 1560 (capítulo V).
(20). Aquí no se explica el procedimiento de inflado de la balsa. Sabemos que el pescador dejaba una especie de tubo o canilla hueca por donde echarle aire, soplando con fuerza a su interior. Terminada su faena, lo enrollaba y anudaba. La faena se hacía siempre en tierra antes de embarcarse, pero las balsas podían también ser infladas en el mar, cuando empezaban a desinflarse por efecto de alguna rotura o perforación. El arqueólogo Hans Niemeyer, en su trabajo del año 1965 titulado; "Una balsa de cueros de lobos de la caleta Chañaral de Aceitunas (Provincia de Atacama, Chile)", publicado en la Revista Universitaria (Universidad Católica de Chile), Año L-LI, Fasc. II, 1965-66: 257-269), retuvo, para fortuna nuestra, el nombre que dio el pescador fabricante de la balsa, Roberto Alvarez, en la caleta Chañaral de Aceituno a esta boquilla: "copuna", que vendría a ser una metátasis por "pucuna". Voz que viene ciertamente de "phukuna", voz quechua que debe pronunciarse con una -p- aspirada, y que significa precisamente "fuelle para inflar". ¿Por qué, nos preguntamos, retiene y conservó este implemento su nombre quechua?. ¿Era éste un término también usado en lengua puquina?. ¿Habrán hablado tal vez, el quechua o el puquina algunos grupos de los changos primitivos?. ¿O tal vez ambas lenguas?. ¿Es posible que en el extremo sur del Perú hubiesen subsistido también otros términos quechuas, aplicables a la balsa de cueros de lobos?. Un misterio más por resolver sobre este grupo étnico, tan enigmático. Aquí, una vez más, la opinión de los lingüistas se hace indispensable.
(21) En ambos extremos, proa y popa, los pellejos de cuero de lobos marinos de la balsa quedan algo levantados, lejos del agua. Este detalle lo confirman todos los diseños y dibujos que existen de estas balsas.
(22) Diez pies de largo equivalen a 3.50 metros. Esta longitud era variable, pues sabemos que existían, a fines del siglo XIX y comienzos del XX balsas algo más largas y grandes, usadas para el transporte especial de carga con sacos de salitre para conducir a los barcos.
(23) En efecto, los dos pellejos de cueros que sirven de proa van muy cerca una del otro, prácticamente pegados, mientras que las parte posteriores se distancian. Este diseño permite que la estructura del tablado que hace de piso de la balsa tenga una mayor superficie de carga. Esta disposición favorece ciertamente la velocidad de deslizamiento de la embarcación en el agua.
(24) La posición de los remeros sobre el piso de la balsa podía ser doble: o a horcajadas, sentados sobre sus talones y/o con las piernas cruzadas, o también sentados con los pies en el agua. Los dibujos conocidos nos ofrecen ambas posiciones. El dibujo que nos presenta la obra del ingeniero francés A. F. Frézier, del año 1716, nos ofrece un ejemplo del primer caso. Pero el remero, cuando es uno solo, va instalado en la sección de proa, dejando todo el espacio posterior, más amplio, para la carga (sacos, baúles, etc.). Cuando había dos remeros, uno va a cada lado, estando instalado uno más adelante y el otro, más atrás. Reman, en este caso simultáneamente y en forma acompasada para impulsar el navío eficazmente hacia adelante. El remo, para el caso del tripulante único, era muy largo y de doble paleta, bogando alternadamente de un lado y del otro.
(25) La balsa no posee quilla alguna, como el catamarán moderno. Lo que le permite varar en la orilla arenosa o aún pedregosa, sin sufrir daño alguno aún cuando haya algo de oleaje. Los botes de madera, en cambio, poseen quilla la que se daña fácilmente.
(26) Le llamó especialmente la atención al sabio Philippi el hecho que pintaran la balsa chango con ocre rojo. Lamentablemente, el naturalista no se extiende sobre este tema. ¿Qué era exactamente este ocre rojo?. Casi con certeza, era tierra rojiza rica en hematita (óxido férrico) o almagre. ¿ Y cuál fue la función práctica de este ocre?. ¿Por qué pintaban de este color sus embarcaciones?. Por largo tiempo, este fue un enigma para nosotros. La respuesta creemos haberla hallado en un precioso texto del cirujano y botánico francés René Primevére Lésson, quien en la corbeta La Coquille, visita el puerto de Cobija en los años 1823-24 y describe sus habitantes y sus balsas depositadas en la orilla. La fecha de observación resulta de enorme interés cultural, pues es anterior a la creación del Puerto Lamar (Cobija) por parte de la república de Bolivia y, en consecuencia, sus habitantes changos tenían todavía escaso y muy esporádico contacto con los blancos. Según la prolija descripción de Lésson, quien tal vez fue testigo presencial del hecho, una vez terminada la balsa, "...se les aplica exteriormente una especie de compuesto hecho con el aceite (de ballena) y una tierra rojiza; este ingrediente adquiere dureza y se convierte en una especie de corteza que sirve para proteger estas pieles contra el roce con las arenas cuando la balsa alcanza hasta la playa". (P. A. Lésson, "Voyage autour du monde entrepris par ordre du gouvernement sur la corvette la Coquille", Paris, 1838, 2 Vols. Tome I, pp. 508-510, cit. en Gualterio Looser, "Las balsas de cueros de lobos inflados de las costas de Chile", Revista Chilena de Historia Natural, Año XLIII (1938) 232-266; traducción nuestra del francés).
Nota final: Hemos observado que en la obra de Philippi, aquí y allá, se puede todavía rastrear y colectar precisas observaciones de índole eco-antropológico, incluso entre las descripciones latinas de la flora y fauna recogida en su paso por el desierto. Trataremos de espigar, en un próximo capítulo, en ese universo tan poco conocido de este autor, debido a su empleo de la lengua latina, hoy desconocida para la inmensa mayoría de los científicos nacionales.