martes, 17 de septiembre de 2024

Mis primeras actividades arqueológicas en la costa de Antofagasta: hallazgos que llamaron la atención de un neófito durante el año 1963.

 Hace exactamente 61 años, en agosto del año 1963, emprendía yo con entusiasmo juvenil y no poco atrevimiento, mis primeros reconocimientos costeros en busca de los rastros de los antiguos pobladores Changos (1). Había llegado a la ciudad de Antofagasta, para ser contratado por la Universidad del Norte un 8 de Junio del año 1963. Meses antes, el fundador de la Universidad, el antofagastino y  sacerdote jesuita Gerardo Claps Gallo había estado en la casa de estudios de los jesuitas en la localidad de Estación Marruecos (hoy Padre Hurtado), reclutando entre los jóvenes jesuitas personal nuevo de profesores para la nueva Universidad. El provincial de la época, el P.  Carlos Pomar Mardones le había autorizado a buscar y reclutar allí  personas jóvenes interesadas en integrar el flamante claustro de profesores. 

Los jesuitas tenían en dicha ciudad desde el año 1936 la dirección del colegio secundario San Luis, fundado por los sacerdotes alemanes del Verbo Divino  Florián Blümel y  Albino Seeger en el año 1916. En el año 1936 el colegio fue transferido por el obispo de la diócesis a la Compañía de Jesús, la que nombró al padre Nicanor Marambio como su rector. Años más tarde, el  jesuita Gerardo Claps, un antofagastino lleno de entusiasmo, hizo suya la conveniencia de crear un Centro Universitario de sólida raíz cristiana, que compitiera con éxito con la Sede de la Universidad de Chile en la ciudad,  dominaba por entonces por la Masonería.  Como yo ya había estado trabajando un año en dicho colegio durante todo el año 1960, como profesor de ciencias naturales (-al regresar de mis estudios religiosos en Europa-), ya le había tomado "el gustillo" al trabajo en pleno desierto, me ofrecí de inmediato para el nuevo desafío nortino. Fui aceptado, y así un día  8 de junio de 1964, llegaba yo a Antofagasta a la nueva residencia universitaria de dos pisos de los jesuítas, situada en las inmediaciones de las ruinas de la antigua fundición de plata de Hunchaca  (2). Junto a mi ropa y mis escasas pertenencias entre ellas la Biblia y los evangelios en francés y alemán, portaba yo mis diccionarios y una preciada mochila tirolesa, además de elementos de excursión y captura de insectos (red, frascos de cianuro, "chupete", etc.). Alimentaba yo por entonces la secreta esperanza de seguir colectando insectos propios del desierto, en particular tenebriónidos (3). Afición ésta que me había sido inculcada por mi amigo santiaguino Luis Peña Guzmán (1921-1995), reconocido entomólogo chileno (4),  y que mi rector en Estación Marruecos, el jesuita  José Correa Valdés  me había censurado abiertamente. En el Norte, en un ambiente universitario,  abierto a todas las inquietudes científicas, hallé yo pronto un lugar sumamente propicio para mis propios descubrimientos e inquietudes. Y también, para trabar nuevas amistades universitarias con biólogos, físicos, químicos, historiadores y hasta artistas (5).

  Uno de mis primeros actos a mi llegada a la Universidad, fue ir a visitar el museo de la Universidad, dirigido por entonces por el joven y dinámico arqueólogo autodidacta, Bernardo Tolosa Cataldo. Muy pronto, solicité al Vice Rector de la Universidad el padre Alfondo Salas Valdés,  la autorización para incorporarme al mismo. Salas, en efecto, se manifestó muy afecto al Museo, sus exploraciones y descubrimientos, y siempre estuvo dispuesto a apoyarnos en nuestras salidas a terreno. En efecto, varias veces puso a mi disposición un jeep de la Universidad (6).   A partir de ese momento y hasta mi partida a México  para estudiar la carrera de arqueología,  (6 de Enero 1965), el Museo pasó a ser  "mi nuevo hogar".  Todos los objetos y elementos colectados en mis numerosos viajes de exploración durante ese período de tiempo (casi dos años completos), quedaron  allí entregados y fueron consignados por nosotros mismos  en un catálogo ad hoc (7). 


Mis primeras anotaciones arqueológicas.

En mi Diario de Campo tomo 1-A, que tengo a la vista, a continuación de mis viejos  recuerdos de mi llegada a  Alemania  (en el año 1955), empecé a graficar y anotar cuidadosamente mis nuevos descubrimientos hechos en la costa de Antofagasta, al norte de la ciudad, a partir de agosto del año 1963. El primitivo registro conservado en el citado Diario  1-A  (pp. 1-77)  no tenía inicialmente otra pretensión que servirme a mi mismo de guía y recordatorio frente a mis nuevos descubrimientos. Siempre le di un carácter solo provisorio. Mi idea fija era más bien ir publicando en la revista de la Universidad dichos descubrimientos a medida que adquirían, a mi entender, cierta coherencia y peso científico. Y, de hecho, llegué a  publicar con estos mismos materiales, un par de trabajos (8).  Como se verá en el transcurso de este relato, fueron la lítica (puntas de proyectil, lascas (9), percutores, raspadores, metates o pesos de red) y la cerámica indígena fragmentada  (vasijas de diversas formas), los elementos culturales que más atrajeron mi atención por entonces. ¿Por  qué?. simplemente porque eran los fragmentos más recurrentes que fueron abandonados y descartados en torno a los restos de las antiguas chozas de los indígenas  pescadores.     

Para no perder ningún detalle de mis primeros recorridos por la costa norte de Antofagasta, iremos anotando, con el mismo orden y disposición del viejo Diario de Campo, los descubrimientos hechos, con su fecha y detalles. En mis comentarios y notas alusivas, iremos señalando a la vez la importancia que en aquel tiempo dábamos a cada descubrimiento.


Mi primera excursión arqueológica en la costa de Antofagasta.

8/08/1963.  El primer sitio avistado por mí  lo describí del modo siguiente

"Conchal indígena muy grande al frente y algo al  sur de la isla Guzmán  (sic! por Guamán (10),  La Chimba, junto a una profunda zanja. El conchal se extiende a ambos lados, en gran extensión y ancho. Ocupa la ladera  de los cerros desde poco más arriba de la salida de la cañería de agua (potable) (11), hasta la base misma de los cerros.  A la derecha del zanjón, hay grupos de habitaciones.(greda, puntas y conchas). Las astillas (lascas) me dieron la pista (12). Material  (hallado):  mucha cerámica; algunos fragmentos de cerámica pintada. piedras percutores, piedras redondas con (señas de)  uso (pulimento); puntas (de proyectil) chicas y una grande de piedra roja. (Es) una zona de bloques. Parece (que) han excavado tumbas junto a esas piedras..." (pg. 2 y 3). " (Diario H. Larrain, vol. I-A; pg. 3). 


¿Como reconocí entonces la existencia de un conchal indígena?.

A lo largo de la costa chilena y en especial en zonas de playas extendidas con presencia de roqueríos interpuestos, abundan las conchas de diferentes moluscos, por efecto del  trabajo abrasivo del mar  que las saca de las rocas donde se adhieren  o de entre las arenas donde se crían. Pero un "conchal" (13)  es algo bien diferente, pues  representa una acumulación  artificial  de gran cantidad de ciertas conchas por efecto de su continuo empleo y descarte como alimento por parte de los antiguos pobladores costeros. En un conchal indígena auténtico, por lo tanto, se observará la presencia preferente  de conchas de sólo algunos moluscos. En nuestras costas, los moluscos preferidos por los indígenas fueron los locos, lapas o apretadores o chitones de la familia de los gastrópodos,  o   los ostiones, las ostras, o los choros, del grupo de los bivalvos. Son  éstas las especies de mayor tamaño que suministraban una mayor cantidad de alimento y que, además, podían ser capturadas más fácilmente en las bajas mareas,  aún por las mujeres y niños. 

Una gran acumulación de conchas de estas especies, probablemente delata la presencia de un conchal indígena. Y si agregamos la presencia de "lascas" o esquirlas, tendremos la certeza absoluta de estar en presencia de un auténtico "conchal" usado como sitio de vivienda y trabajo.  Las "lascas", en efecto, nos prueban de inmediato la presencia de un sitio destinado al trabajo de talla efectuado in situ por los pescadores. El trabajo de tallar o fabricar  instrumentos, debió ocupar una parte muy importante del tiempo del antiguo pescador-recolector. Pues en su labor de cacería, perdía o rompía diariamente muchas puntas de proyectil las que necesitaba reponer de inmediato. En su morral de caza, el pescador mantenía, de seguro, decenas o centenas de puntas de proyectil de diversos tamaños según el tipo de  presa que tenía a la vista  (ave, lobo marino, chungungo o guanaco).    

En nuestros hallazgos tempranos en la costa de Antofagasta  (1963-1964), aparece un cuarto elemento (además de la cerámica, los instrumentos tallados y las conchas) como un claro "detector" de un conchal indígena. Me refiero a la presencia de ciertas acumulaciones de piedras formando pequeños círculos. Casi siempre, son varias, y en ocasiones, contiguas. ¿Qué denotaban esas acumulaciones de piedras evidentemente intencionales?.  Sabemos hoy por los relatos de  algunos viajeros  -como Rodulfo A. Philippi y otros-  que estas piedras en círculo eran las bases de sus precarias viviendas formadas por una cubierta de cueros secos de lobos marinos extendidos sobre costillas de ballena (14) o estructuras de cactus (15). Las piedras en círculo afirmaban los cueros y permitían  fijar la choza al terreno.        

                    

Fig. 1. Bases de roca típicas de las viviendas de Changos. Conchal Nº 15 (base de Cerro Moreno cerca de la aguada). En la imagen, se puede observar las  bases de piedra de unas 7 viviendas contiguas.   (Foto H. Larrain, expedición del 1º diciembre, 1964). 

Fig.  2.  Chozas  de Changos techadas con cueros de lobos marinos en Paposo junto a un pequeña aguada costera de la que se surten. Dibujo de Philippi  en su obra:  Viage al desierto de Atacama, Halle  (Sajonia),  1860.

Algunos viajeros  como el capitán  chileno Luis Pomar, en su visita del año 1885 a la zona de  Cerro Moreno,  Antofagasta,  creyeron que estos círculos marcaban la presencia de sepulturas antiguas. En su relato,  señala haber abierto no pocas de ellas sin hallar cuerpos allí sepultados  (16).

 En nuestro capítulo del blog titulado: "Cómo describió a los Changos, pescadores de la costa de Atacama, el  naturalista alemán Rodulfo Amando Philippi en 1853", del 12 /08/2016, se muestra el diseño hecho in situ por el propio naturalista Philippi, de un choza típica de Changos en la caleta de Paposo en  el año 1856. (Vea nuestra Fig. 2, más arriba). 

Muy interesantes son las referencias a la estructura o sistema constructivo de estas chozas de Changos, que nos presenta el gobernador interino de Potosí  don Pedro Vicente Cañete y Domínguez en 1787, y que aquí reproducimos:

"...El puerto de Cobija se compone de algunas cabañas de indios hechas de cueros de lobos marinos..." (pg. 83)...

"...Frézier, Folio 130 testifica de cincuenta casas, pero éstas son unas veces más y otras veces menos, porque como todos son pescadores se llevan en las canoas los cueros de  que forman sus cabañas sobre costillas de ballenas, y entonces se aminora el número..." (Nota 24 del autor, pg. 87 de nuestro texto de 1974).

 Citado en el capítulo titulado: "Noticia tercera del puerto de la Magdalena de Cobija. Se describe su situación y su comarca con algunas reflexiones importantes sobre si conviene o no fomentarlo de cuenta de la real hacienda"  (transcripción y notas de Horacio Larrain, en revista "Norte Grande", Instituto de Geografía, Pontificia Universidad Católica de Chile,  Vol. I, Nº 1, Marzo  1974, pp. 82-87).   

Tras estas referencias de apoyo, continuamos la descripción de sitios de acuerdo a nuestro Diario de Campo. 

 

Mi segunda expedición de tipo arqueológico.

Copio a continuaciòn de mi Diario  I-A pg. 4: (Nota: el lenguaje usado aquí es casi telegráfico; por eso agrego yo algunas palabras entre paréntesis para su mejor comprensión).

"23.08.1963. Quillagua, con Bernardo Tolosa.

1) zona de petroglifos (a unos) 10 km. antes el pueblo. Grandes trozos de rocas desprendidos...(Presentan)  dibujos (hechos)  por incisiones: llamas, hombres ( + 2 dibujos aquí). Trajimos (en la camioneta) dos piedras grandes y 3 chicas (con dibujos  inscritos). Allí (?) hubo  (tal vez)  corrales de llamas, por (observarse presencia de abundante) guano bajo (la) arena.

2) Cementerio de pescadores  junto a sembrados (al) lado del camino.  Se trajo (al museo)  dos momias: una de adulto, envuelta con piel de pájaros (con plumas visibles), atada con correones de cuero (de lobo de mar ?, de auquénidos?).

3) Cementerio (de la) cumbre. Recogimos algunos cráneos deformados (16) y restos de tejidos. Abrimos una tumba de tres adultos y un niño: éste tenía palomitas de maíz (17), piedras (para  un juego?), una calabaza rota, pirograbada, faja, ojotas. Se sacó de  (la) misma tumba trozos de arco y dos cordeles de arco". (Diario I-A: 1963: 4)

 Mi tercera expedición arqueológica.


"4.11.1963Quebrada detrás del Hipódromo (18). (Se recogió) algunos instrumentos de piedra. Junto a grandes rocas, un esqueleto: aparecieron trozos del cráneo destruido, muy deshecho, y sin ofrendas ni tejidos. Guardé (para nuestro museo) trozos del cráneo" (Diario H.Larrain I-A; pg. 5). 


Mi cuarta expedición arqueológica.

"22.11.1963 (A la) entrada de  la quebrada de La Chimba. Junto al cerrito en parte norte de la quebrada. (Se observa) señales de habitat: (con) conchas, lascas, algunas puntas (de proyectil) rotas, y cerámica  (culinaria (19). Algunos instrumentos de piedra (piedra con material colorante rojo (20). Hacia la quebrada y muy cerca, (hay)  tumbas excavadas (antes). Entremedio, algunas puntas  y cerámica. A la derecha ( en sitios removidos  por ripio), trozos de un cántaro".    (Diario H. Larrain I-A, pg. 5).  

Siguientes  expediciones arqueológicas hasta el fin del año 1963.

Entre el 22 de noviembre de 1963 y el 29 de diciembre del mismo año, realicé otras tres expediciones, cuya fecha exacta no consigné en mi Diario. Ignoro el motivo. Anoto a continuación el detalle de hallazgos que llamaron nuestra atención: 

"Conchal Nº 4. Promontorios (ubicados a) 2-3 km al Norte de la caleta de La Chimba, (desde) unos 50 m hasta 300 metros de la playa. (Hallazgo de) puntas (de flechas); una grande de 7 cm (de longitud), instrumentos líticos ( tal vez  raspadores o raederas?),   percutores, pesa de red (21), muchas piedras redondas, pequeñas, sin escotaduras (¿pesas de red también?), cerámica en poca cantidad". (22). (Diario H. Larrain I-A: pg. 6).  

"Conchal Nº 5.  Alto de playa Juan López, hacia el sur de dicha playa, encima del  acantilado (se observa) un conchal recubierto enteramente de guano (de pájaros marinos). (Observé)  hoyos de viviendas, y algo de cerámica. (22)...Ninguna punta (de proyectil). (Conchal) muy tapado por guano superficial (hasta dos cm). Debe haber tumbas aquí   (23 )"  (Diario H. Larrain, 1963, I-A: pg. 7). 

Conchal Nº 6.  Caleta el Cobre  (24). En cementerio gentil ya violado, recogí algo de puntas de proyectil). (Lugar) interesante para recorrerlo de nuevo y buscar tumbas" (23). (Diario H. Larrain 1963, I-A: pg. 7).

Fig. 3.   Plano de los diferentes conchales arqueológicos estudiados en nuestro trabajo del año 1966 en las cercanías de la ciudad de Antofagasta (pg. 87). 

                        

Fig. 4.  Una balsa de cueros de lobos marinos tripulada por dos remeros en Caleta El Cobre. Dibujo de R. Amando Philippi en el año 1853.

Notas.

(1)  "Camanchacas" fueron tempranamente denominados por los Cronistas los grupos de pescadores-recolectores marinos asentados en ciertos oasis de la costa desértica. Su relación íntima con la presencia del fenómeno climático de la camanchaca costera o niebla es obvia,  tanto desde el punto de vista lingüístico como geográfico. Está probado que el término camanchaca ciertamente no posee un origen quechua y tampoco aimara y, muy probablemente, fue una voz tomada de la lengua puquina, lengua que fuera hablada desde Ilo, en el litoral sur peruano hasta  al menos hasta la desembocadura del río Loa  en el norte de Chile. Cabe preguntarse: quién denominó a quién: ¿fue  la presencia de la espesa  niebla costera la que determinó la denominación "camanchacas" a sus habitantes habituales?. Es probable. En todo caso, el afán "quechuista" de algunos, de atribuir todos los topónimos del Norte a la lengua quechua, como lo suele hacer el cronista Garcilaso de la Vega,  relacionando el verbo quechua kamana (cuidar, proteger) con  el sustantivo chaka (puente) nos conduciría en todo caso al término "chakakamayoc" o "cuidador o encargado  del puente", lo que nos resulta a todas luces absurdo de acuerdo al criterio de "plausibilidad semántica" que se debe aplicar en estos casos según el erudito lingüista peruano Rodolfo Cerrón Palomino.  (Sobre los indígenas puquinas y los rastros de su presencia en el Norte de  Chile, véase el siguiente capítulo de nuestro Blog: "Apuntes sobre los puquinas: un deconocido pueblo indígena habitante del extremo sur peruano y norte de Chile (Regiones de Arica y Tarapacá)", editado el 29/03/2019).

(2)  La excelente vivienda de dos pisos, capaz de albergar unas 7-8 personas, y sólidamente construída con madera de pino oregón, fue la única construcción que sobrevivió al colapso de la fundición de Huanchaca que explotara allí, entre los años 1888 y 1902, el mineral de plata que se traía por tierra desde los cerros de Pulacayo en Bolivia.  El establecimiento llegó a contar con cerca de mil operarios en su momento de auge.

(3)  Los Tenebriónidos son una familia de insectos de la familia de los coleópteros, ápteros (sin alas),  de caparazón quitinosa muy dura, que  viven de preferencia en ambiente secos. 

(4)   Luis Peña Guzmán  (1921-1975) fue un reconocido entomólogo chileno,  autodidacta,  especialista en la familia de los  Tenebrionidae que llegó a formar la más rica colección de insectos de Chile, hoy en el Museo Peabody de Chicago. Se le considera el mayor especialista en este rubro después del naturalista francés don Claudio Gay Mouret (1800-1873).

(5) Entre ellos, el pintor Waldo Valenzuela Valderrama, los historiadores don Oscar Bermúdez  y José María Casassas y los físicos  Carlos Espinosa y Ricardo Zuleta.

(6)   Gracias al jeep de la Universidad, pude llegar a explorar hasta lugares más alejados de la ciudad como Caleta Errázuriz, isla Santa María y la aguada de cerro Moreno en mis andanzas por la costa.        

(7)   En mi visita al Museo Regional de la ciudad de  Antofagasta efectuada en el año 2015, tuve la grata sorpresa de volver a revisar, después de tantos años, el antiguo catálogo de las colecciones de los años 1963-1965 pudiendo reconocer con emoción entre sus entradas, mi propia letra, y la de Bernardo Tolosa, Cristina Mardorf,  Guacolda Boisset y Emilia Salas.

(8)   Los referidos trabajos son: 

a) Larrain, H., "Contribución al estudio de una tipología de la cerámica encontrada en conchales de Antofagasta",   Anales de la Universidad del Norte (Chile)   Nº 5, 1966, 83-128.                              b)  Larrain, H, y Llagostera A. : "Objetos de oro hallados en dos tumbas del valle de Arica y su contexto",  artículo publicado en la Revista de la  Universidad del Norte, Antofagasta, vol. 3, Nº 1, octubre  1969,79-93.

(9)  "Lascas". En su gran mayoría, en esta zona costera las astillas o lascas proceden de núcleos de sílex o calcedonia que podía colectarse en las pampas  situadas detrás de la cadena de cerros costeros. Aquí, en cambio, en la zona costera de Antofagasta, nunca ví trazas  de obsidiana o cristal de roca y tampoco de basalto,  material tan abundante en el sitio del oasis de  niebla en Alto Patache, a 75 km al sur de Iquique, donde trabajé por espacio de 18 largos años (1996-2015). 

(10).  La pequeña isla Guamán situada frente a la quebrada de la Chimba queda así descrita por el geógrafo Luis Riso Patrón en su Diccionario Jeográfico de Chile "De 400 m de largo en el sentido de NW a SE i siete metros de altura, roqueña, pórfido-arcillosa, cubierta con una pequeña capa de guano blanco que ha sido explotado desde muchos años atrás, i un poco de sal común. No tiene vestigios de plantas ni de insectos i se encuentra en la parte E de la bahía Moreno; abriga por el W la caleta de La Chimba..." (1924: 371.

(11)   Esta cañería de agua potable suministraba riego por aspersión a una extensa zona donde la CORFO por entonces hacía valiosas experiencias de plantaciones de vid y otras especies. En mi tiempo, el encargado de dichas chacras productivas era el químico alemán Heinrich Froelich quien entre los años 1928 y 1962 se había desempeñado con gran éxito como experto agrícola en el sitio de Canchones (Pampa del Tamarugal en Tarapacá) donde plantó viñas, plantas forrajeras y frutales. (Sobre Heinrich Froelich y su notable desempeño en el Tamarugal véanse varios de nuestros capítulos en este mismo Blog; buscar bajo las etiquetas  "Canchones", o "Heinrich Froelich"). 

(12)  Por la palabra "lascas" entienden los arqueólogos  los fragmentos de piedra o astillas (de sílice, calcedonia, andesita, basalto o análogos) que saltan en el proceso de elaboración por desbaste de un "instrumento" en piedra, sea éste un raspador, una raedera,  una punta de proyectil o un  punzón, herramientas típicas utilizadas por los antiguos pescadores de la costa en sus faenas de pesca. A este proceso, los arqueólogos denominan  "lasqueado".  

(13) Los mexicanos llaman "concheros" a estos sitios; en inglés shell mounds, en alemán Muschelhügel y en francés: Amas de coquillages.

(14)   En tiempos pasados, las ballenas  solían varar en estas playas del Norte de Chile con bastante frecuencia. Hoy día es un fenómeno sumamente raro, debido a la enorme cacería de que han sido objeto por parte de flotas especializadas de barcos pesqueros (chinos o japoneses) en aguas internacionales, frente  a nuestras costas. En mis excursiones de los años 1963-65 por esa costa,  topé en dos ocasiones con costillas de ballenas semi-enterradas y en una ocasión,   harneando con cuidado el lugar, hallé diminutas cuentas de collar, de hueso, en número de unas 20. Posiblemente, eran los restos de una antigua vivienda de changos.

(15)  Ante la total ausencia de árboles o arbustos en su habitat costero, el indígena debió utilizar aquí, además de las costillas de ballena,  los troncos secos de los grandes cactus del género Eulychnia spp., único material firme disponible en la zona para armar y sostener sus pobres viviendas.  Estos, al romperse o quebrarse, les seguían sirviendo de valioso material para sus fogatas  alimentadas por los huiros o algas marinas.

(16)  A nuestro naciente Museo de Antofagasta, en aquellos años, interesaba mucho mostrar los diferentes tipos de cráneos deformados en uso entre las poblaciones aborígenes del Norte de Chile.  Los científicos distinguían entonces tres tipos de deformación craneana: a) anular, b)  tabular erecta y c) tabular oblicua. Entre las poblaciones de pescadores, la deformación era bastante rara;  fue muchísimo más frecuente entre las poblaciones agrícolas atacameñas del interior.  Quillagua era un lugar agreste situado a orillas del río Loa y constituía un atractivo oasis en pleno desierto, con abundancia de  agua y bosquetes de algarrobos. Fue en tiempos precolombinos un lugar obligado de paso y descanso entre el interior y la costa del Pacífico. La referencia citada de mi Diario del año 1963  constituye una muy probable evidencia del tránsito de indígenas  atacameños por el lugar, de regreso a sus pueblos o, tal vez, allí radicados para practicar la agricultura in situ. (Cf. la obra de Pomar, Luis,  1887, "Esploracion hidrográfica entre la Rada de Antofagasta i la desembocadura del río Loa", Anuario Hidrográfico de la Marina de Chile, Año XII, 3-63).


(17)  Es el llamado "popcorn" de los norteamericanos que se obtiene de una variedad  especial del maiz, el maiz reventador o maiz palomero. Esta variedad se denomina científicamente Zea mayz everta.  En esa ocasión -lo recuerdo aún hoy perfectamente- hallamos en la tumba una vasija llena de estas "palomitas" que lucían tan frescas como si fueran del día, tanto así que yo me animé a degustarlas: ¡eran totalmente insípidas, pero aún comibles!.                                                                                                                                (18) El edificio del antiguo Hipódromo marcaba, en esos años, prácticamente el  extremo norte de la extensión de la  ciudad de Antofagasta. Hasta aquí llegaban por entonces los autobuses del recorrido urbano. Desde aquí, avanzaba yo a pie hacia el Norte, hacia la costa o hacia los cerros vecinos, internándome a veces por las vecinas quebradas  de Los Pimpineles,  Guanaco o La  Chimba en busca de sitios arqueológicos o de posibles lugares de presencia de insectos (Coleópteros).

(19)  Cuando en mi relato me refiero a la "cerámica", se entiende  que se trata solamente de fragmentos de vasijas culinarias comunes, toscas  y no decoradas.

(20)  Los pescadores costeros utilizaban con mucha frecuencia  tierras de color rojo para teñir sus embarcaciones, redes de pesca, chopes de mariscar, anzuelos y otros objetos de su uso frecuente. ¿Qué significaría ese color rojo para ellos?. Algunos han opinado que el color rojo atraía mejor a los peces que cazaban. Hemos observado que  la tierra de color rojo la solían conservar en vasijas especiales en las tumbas. A veces, la empleaban como base de una sepultación. ¿Sería, a nuestro juicio, que dicho materia prima constituía para ellos  una suerte de  "amuleto"  protector?.  Parecería que su empleo tan frecuente tuvo que ver con algún tipo de ritual protector. En mis observaciones en la costa de Antofagasta de esos años, apunté en mi Diario con bastante frecuencia el hallazgo de piedras lisas donde  se ha molido estas tierras rojas o amarillo-rojizas. Alguna que otra vez, hallé también piedras lisas untadas de tierra color azul, lo que es muchísimo más raro.

Iván Leibowickz en su artículo titulado: "El color de la tierra.  Pensamientos sobre la predilección de  los Inkas por el color rojo" (https://doi.org/10.4000/bifea.12705), nos aporta gran cantidad de referencias de cronistas tempranos sobre el uso del color rojo en sus templos,  viviendas,  vestimenta y objetos de uso personal. Entre estas citas, destaca la del cronista Antonio de la  Calancha quien  señala al efecto: "el bermellón, que ellos llaman llimpi, y era muy preciado para diversas supersticiones" (Calancha, 1982  (1638): 155).

 Leibowickz en este mismo artículo comenta a continuación: "De acuerdo con Mario Ramos (2004) esta práctica la de cubrir los difuntos con pigmentos rojizos (ya sea hematita o cinabrio) tiene profundas raíces en el mundo andino. Dicho autor lo adjudica a que el particular color rojo del cinabrio, similar al de la sangre, llamó la atención de numerosos pueblos americanos (Ramos, 2004). Janusek (2005)  relaciona el uso de arenisca roja para construir importantes monumentos en Khonko, Wankane y Tiwanaku con la sangre, como líquido esencial que proporciona y significa vida para humanos y camélidos en el altiplano. De esta manera, las rocas proporcionaban vida espiritual a las construcciones e íconos de las que formaban parte (Janusek, 2005 :174).

Por otra parte, hemos hallado en Quillagua alguna vez vasijas repletas de este polvillo rojizo  muy finamente molido. ¿Sería, tal vez, apto para ser usado también en cualquier momento para la confección in situ de sus utensilios de cerámica?. ¿Era, tal vez, el mismo material útil para ambos fines, como pintura y como elemento para la confección de cerámica?.  Sabemos que en la costa norte de Chile también se elaboró cerámica, aunque de bastante menor calidad que en los poblados del interior atacameño. En tal caso, podríamos imaginar que la guardarían celosamente en forma de polvo fino, como materia prima lista para ser preparada con agua para la elaboración de gredas. Al agregarle agua, la masa adquiere una notable plásticidad que permite su inmediata transformación en objetos que luego son sometidos a la quema, adquiriendo formas sólidas, duraderas y sobre todo,  impermeables.   

Queda, sin embargo, a nuestro modo de ver, todavía mucha incertidumbre y misterio en relación al empleo de los colorantes rojos por parte de nuestros indígenas Changos o Camanchacas. Y estas reflexiones sólo aportan un débil atisbo de lo que pudo haber significado para ellos tanto el untarse la cara y el cuerpo, como el teñir totalmente  de rojo  sus pertenencias  más caras.

(21)  "Pesa de red". El nombre exacto es "peso de red". Este artefacto de pesca, se asemeja a un cigarro puro en su forma, posee escotaduras muy notorias en ambos extremos donde se amarraba una cuerda a la red para fijarla en el fondo. Alaborado generalmente en piedra andesita color pizarra (gris),  se le halla con frecuencia en los antiguos conchales o tumbas. Tamaño aproximado:  7-9 cm.

                           

Fig. 5.  Dibujo en nuestro Diario de Campo Nº 49 de  dos "pesos de red" hallados por nosotros ocultos bajo piedras en un campamento de pescadores en plena pampa del Tamarugal en el año 1995. Ver detalles en el capítulo de mi blog: "Instrumental de antiguos pescadores costeros en la Pampa del Tamarugal: descripción de su habitat en diciembre  de 1995", editado el 31 de enero del 2015.

(22)  "Cerámica". La colecta y análisis de los trozos de cerámica hallada en los conchales fue una verdadera obsesión mía en esos primeros balbuceos de mi actividad arqueológica. Y, de hecho, llegué a redactar un artículo sobre el tema el que aparecería en  la revista "Anales  de la Universidad del Norte", Nº 5, 1966, con el título de: "Contribución al estudio de un tipología de la cerámica encontrada en conchales de la Provincia de Antofagasta". (Cf. Nota Nº 8). Allí describí prolijamente y analicé las diferentes formas de ceramios hallados por mí en los 19 conchales estudiados en la zona próxima y al norte de la ciudad de  Antofagasta  (Ver Figs. 2 y 3).

(23)  "Tumbas". Hallar tumbas intactas y poder describir en detalle  su ubicación y ajuar,  era también una preocupación muy propia  de los museólogos de esos tiempos. Pero esta obsesión no era -como  vienen afirmando algunos hoy con no poca liviandad- fruto de un "colonialismo" trasnochado, sino para obtener la mayor cantidad de  información científica sobre los modos de vida de las antiguas poblaciones costeras y para darlos a conocer a la población. 

(24)   Corta visita efectuada con el padre  Alfonso Salas  Valdés S.J. No conocía yo todavía, en esos años, la obra del  sabio  naturalista  Rodulfo A. Philippi "Viage al desierto de Atacama" donde hace explícita referencia a los  balseros changos de esta caleta en su visita del año 1853. (Vea nuestra Figura  4, más arriba).