Breves
apuntes sobre la presencia de la lengua puquina en el extremo norte de Chile (Regiones
de Arica y Tarapacá).
Dr.
Horacio Larrain Barros (Ph.D.), antropólogo cultural y arqueólogo.
Investigador
emérito, Centro del Desierto de Atacama (CDA), Pontificia Universidad Católica
de Chile, Marzo 2019.
Los aimaras: ¿únicos pueblos
residentes?.
Tradicionalmente,
todos los autores que se han referido al poblamiento prehispánico
del extremo norte de Chile (Arica y Tarapacá) en el momento del contacto
español, han apuntado a la presencia de la etnia aimara como único
ocupante de la región, tanto en los sectores altiplánicos,
como en las quebradas y valles. Y, por consiguiente, la toponimia
existente en esta zona que hoy comprende las Regiones de Arica y Parinacota y
la región de Tarapacá ( denominadas Iª y XVª Región de Chile), ha sido
interpretada, prácticamente sin excepción, como de origen
exclusivamente aimara. (Cf. Alfredo Wormald, “Frontera Norte”,
(1963?), Luis Urzúa Urzúa “Arica Puerta Nueva” (1969);
Manuel Mamani “Estudio de la toponimia de Arica y
Parinacota”, 2011, entre otros). Nadie se había atrevido a poner en
duda esta afirmación que aparecía como una verdad maciza e
inconcusa.
Las primeras referencias en Chile.
José
Toribio Medina en su obra “Los Aborígenes de Chile"
(1882) no hace referencia a los pueblos aimaras por tratarse de territorios
recientemente conquistados tras la Guerra del Pacífico. En la brevísima
etnografía de Chile que nos trae el geógrafo Luis Riso Patrón en su Diccionario
Jeográfico de Chile (1924), en el norte chileno, apunta brevemente la presencia
de "los aimaraes y quechuas de las provincias de origen peruano y
de los atacameños del desierto de Atacama..." (1924:
Introducción: xxiv). Y este autor sería al parecer uno de los primeros en Chile (¿o, tal vez, el primero?) en
referirse expresamente a las etnias del extremo norte del país.
Curiosamente,
Aureliano Oyarzún, en su obra específicamente dedicada a "Los aborígenes de Chile", escrita en 1927, ni siquiera los nombra.
Los
planos y mapas etnográficos.
Lo
mismo ha ocurrido con los pocos autores que han diseñado o
dibujado mapas etnográficos de nuestro país, Chile, tratando de mostrar gráficamente su
localización exacta en el territorio nacional. Es el caso del que creemos primer Plano
etnográfico de Chile, editado en nuestro país, obra del geógrafo Pedro Cunill Grau
(1961); o de los Planos de localización geográfica de las
etnias de Chile de nuestra propia autoría (Larrain, 1975; Larrain y
Errázuriz 1983; Larrain, 1987, 2017; ver bibliografía final). Hasta hace muy poco, nadie
había cuestionado seriamente esta visión, ni siquiera a título de hipótesis, pero hoy considerada incompleta. En general, se ha dado por descontado que no habría
habido, en la época del primer contacto indígena-español (viaje de Diego de Almagro en 1535-36), otras etnias o pueblos
ocupando partes importantes de este extenso territorio. Esto a pesar de que la
arqueología regional sur peruana y norte chilena había demostrado desde los tiempos del científico alemán Max Uhle (1922) la existencia de diferentes
grupos culturales, en épocas tardías, a juzgar por las
distintas formas cerámicas halladas por
él en el Norte Grande de Chile (Arica) y en el departamento de Tacna (Perú).
La
presencia costera de los changos o camanchacas.
En
la costa, sin embargo, la mayor parte de los
autores reconoce la presencia de una etnia especial de gente de mar,
constituida por grupos de pescadores-recolectores changos o camanchacas,
herederos de una antiquísima tradición pescadora desde la época de la cultura
Chinchorro (5.000-6.000 A.P.). Éstos poseían una economía esencialmente marina
y llevaban una existencia dependiente totalmente del mar, usando para sus
constantes movimientos a lo lago de la costa sus típicas balsas de cueros de lobos marinos. Ocupaban casi exclusivamente el borde litoral, junto al mar, allí donde
se podía hallar escasas aguadas, generalmente salobres. Varios cronistas se refieren explícitamente a ellos y, en forma particular, Antonio Vásquez de Espinoza y Reginaldo de Lizárraga. (Cfr. Larrain, 1974: 55-80).
Intentos fallidos por descubrir la lengua de los changos.
A
pesar de intentos varios (Cfr. Philippi, 1860, A. Brésson, 1870-74,
Loukotka, 1968, D´ Ans, 1976, Lehnert, 1978, entre otros) de su lengua
nada se sabe con absoluta certeza y lo más probable a nuestro entender es que,
siendo tan pocos en número, carecerían de lengua propia y habrían adoptado
como propia la lengua de las etnías agrícolas del interior (puquina,
aymara, atacameño o lickan antai) con las cuales tenían contacto permanente,
suministrándoles en reciprocidad pescado seco, mariscos y algas a cambio de
maíz, frijoles, calabazas, quínoa y coca. Si en tiempos más remotos estos
grupos esencialmente costeros hablaron alguna vez un idioma propio,
y diferente de otros (como en el caso de las "lenguas
pescadoras" que nos reseña la etnohistoriadora peruana
María Rostworowski de Díez Canseco para la costa del Perú central), tal cosa no
sería válida, en todo caso, para el extremo norte desértico de Chile, en
las regiones costeras de Arica y Tarapacá.
El
conocimiento transmitido por los geógrafos y etnohistoriadores chilenos
plasmado en los manuales de historia y geografía de la educación chilena.
He
aquí una breve síntesis del conocimiento que existía hasta
hace un par de décadas:
Con
excepción de la franja costera, habitada por los pescadores changos,
en la época de la conquista por Pizarro (1532) el territorio de Arica y
Tarapacá, estaba poblado exclusivamente por comunidades de lengua y cultura aimara,
desplazadas desde hacía no mucho tiempo desde los antiguos cacicazgos
de Lupaqas y Carangas del altiplano boliviano, contiguos o cercanos
al lago Titicaca.
¿Y
qué decir de la presencia quechua en la región?.
Igualmente, era conocido el hecho de
que el Inca había establecido a lo largo del Camino del
Inca o Qhapaq Ñan, pequeñas guarniciones de mitmaqkuna (mitimaes)
quechuas que ejercían el control sobre el camino del
Inca, asegurando el tránsito expedito de provisiones,
hombres y productos del trueque o del tributo de los pueblos
conquistados hacia el Cuzco, capital del imperio Inca. La
presencia de la lengua y cultura quechua en la región de
Arica y Tarapacá quedaría, en tiempos prehispánicos, restringida, al parecer, solamente
a las pequeñas guarniciones militares de mitmaqkuna anexas
al Qhapaq Ñan de los Incas. Dos vías principales
incaicas surcaban estas regiones septentrionales de Chile: la del
altiplano, que corría con dirección N-S sobre los 4.000 m de
altitud y la de la depresión intermedia o Pampa del Tamarugal, entre los
1.000-1.500 m. de altitud s.n.m. Ambas vías convergían hacia San Pedro de
Atacama, tierra de los lickan antai o atacameños. A la
vera de tales vías, el Inca instaló posadas o tambos (tanpukuna
en lengua quechua) bien surtidos, para proveer a las necesidades de los
viajeros y también, para proteger y custodiar las remesas de tributos
provenientes de las provincias del sur del vasto imperio (NW de Argentina y Chile).
Esta era la visión predominante hasta
casi fines del siglo XX, transmitida
por historiadores y arqueólogos tanto peruanos como
chilenos.
La intervención de los lingüistas.
Las
cosas empiezan a cambiar radicalmente con el aporte de los
lingüistas quienes nos traen una nueva y revolucionaria visión del tema. Fue el gran mérito del lingüista peruano Alfredo Torero Fernández de Córdova (1930-2004) el haber puesto sobre el tapete el tema de la lengua puquina. En efecto, se graduó de lingüista en la Universidad de La Sorbonne, en París, con una tesis titulada: "Le puquina, la troisième langue générale du Pérou", iniciándose así en América los estudios de esta lengua, hasta entonces casi desconocida. Se considera a Torero, con sobrada razón, el "padre de la lingüística andina". Siguiendo de cerca sus pasos, Rodolfo Cerrón Palomino ha profundizado este tema, ofreciéndonos notables trabajos acerca de la difusión geográfica de esta lengua (Cfr. infra, bibliografía). A través del estudio de la toponimia local y regional, los lingüistas fueron descubriendo la existencia de nombres de lugares que ciertamente no eran de origen quechua o aimara -pues no son fácilmente traducibles a partir de estas lenguas- y que delatan claramente la presencia antigua de otra lengua, en este caso la lengua puquina, de origen altiplánico. Esta lengua, originada probablemente en la cultura Tiahuanaco (o a través de la cultura Pucara, como afirman otros autores), según Cerrón, se habría desplazado hacia el occidente, bajando por las quebradas hasta alcanzar la costa, tanto en los departamentos de Arequipa y Moquegua (en Perú), como en las regiones de Arica y Tarapacá (en Chile). Esta presencia puquina ha quedado así, pues, indeleblemente plasmada en la toponimia local hasta hoy.
Los topónimos puquinas en el Norte de Chile (aporte de Cerrón Palomino).
Son numerosos los topónimos actuales en nuestra zona que tendrían un probable origen puquina. Sería el caso, por ejemplo, de las voces terminadas en "paya", "baya" o "huaya" con el significado de cuesta o pendiente abrupta, como en el caso tarapaqueño de Chanabaya, Huantajaya, Huatalaya (área de Iquique). Sus variantes pueden adquirir la forma terminal de "pay", "way", "guay" o "bay" como se puede observar en los topónimos, también tarapaqueños, Chintaguay (vertiente en Pica), Huayquique (playa en Iquique), Guaylicana (antigua hacienda en interior de Arica), Guayhuasi (ranchería al interior de Arica), Guaytapa (vertiente) o Paiquina (mina de cobre junto al río Loa).
Hay también otros casos.
El sufijo puquina -ta con el significado de “el que tiene o posee algo”, está presente en numerosos topónimos de nuestra zona tarapaqueña y ariqueña tales como Chacota (bahía), Huanta (lugarejo), Chuquicamata (mina de cobre), Chiquinata (ancón), Miñita (pueblo), Unita (Cerro), Lluta (río y valle), Chucumata (actual aeropuerto de Iquique), Quipinta (pueblo) y varios otros más, términos que no han logrado ser interpretados correctamente a través de las lenguas aimara o quechua y que podrían ser de origen puquina. Bastante más abundante, también, es este sufijo -ta en topónimos de los departamentos de Moquegua y Tacna, en el Perú.
Hay varios otros casos más, como el radical "Coa" presente en el topónimo Concoa, vertiente de agua dulce que brota en el poblado de Pica, que significa "ídolo", "divinidad". El radical "huara" con el significado de río, en el topónimo Huara, y tal vez Huarasiña, localidades situada en la Pampa del Tamarugal. O en el caso del radical "chata" con la significación de "cerro" como en los montes Payachata, (tal vez una voz mixta aimara-puquina; cerros elevados del interior de Arica, junto al lago Chungará ).
Habría que dejar constancia, sin embargo, que hay no pocos términos en la región, cuyo origen queda, por el momento, en total penumbra. Tal sería el caso de "Loa" (nombre del río que separa Tarapacá de Antofagasta) o "Pica" (que algunos estiman de origen kunsa), Cavancha o Pacache (denominación antigua del actual Patache, costa sur de Iquique). De paso, señalemos que sería una total aberración la traducción del topónimo "Pica" como "flor en la arena", -como se señala en la respectiva Municipalidad- engendro lingüístico que hasta hoy se repite de boca en boca en la región, sin la menor base científica.
Traducciones distorsionadas.
Contra
lo generalmente admitido por los aimaristas chilenos que lo han traducido
generalmente como lugar dormitorio (del verbo aimara: <iquiña> dormir), la voz Iquique (originalmente referido en los documentos tempranos
como <Ique-ique>) también sería, según Cerrón, un término
puquina cuya significación, por ahora, queda oscura. La reduplicación <Ique-ique>, como
traen las fuentes más tempranas, parecería sugerir la presencia de más de
un elemento característico de este lugar. Pero, ¿cuál?..(¿ guano o guaneras?).
Area de dispersión de la lengua puquina.
Respecto
de su área de dispersión, Cerrón nos la señala con precisión: “…puede sostenerse que la lengua se
emplazaba inicialmente en la cuenca del lago Titicaca —el renombrado ≪lago de Poquina≫ del que nos habla Guamán Poma—, cubriendo toda la meseta del altiplano y
rebasándolo, por la vertiente occidental de los Andes, desde las cabeceras del
rio Colca (Arequipa) hasta Arica e Iquique…”. (Cerrón
Palomino, 2010; énfasis nuestro).
Una lengua es fruto maduro de la cultura de un pueblo.
La lengua puquina fue hablada, pues, por comunidades numerosas en un extenso
territorio y, a lo que parece, todas ellas herederas tardías de la antigua
cultura altiplánica de Tiahuanaco (o Pucara, según otros) después de su desaparición. Su extensa área de dispersión entre los siglos XI-XIV D.C. (?) ha quedado
bien señalada por el lingüista Rodolfo Palomino (en cita más arriba).
¿Qué representa una lengua propia?
Una
lengua propia es generalmente hablada por un pueblo que posee una cultura peculiar, diferente de otras en muchos aspectos. La lengua es, entre todos los componentes de la
cultura, uno de los elementos más importantes: representa su modo de
expresarse, de comprender y dominar el ambiente que los rodea, así como de
comunicarse con los demás miembros de la misma tribu. Pero también, un elemento diferenciador por esencia. El hecho de poseer una lengua diferente, se debe, sin duda alguna, a un largo proceso de incorporación de otros elementos, provenientes de contactos con otros pueblos. Físicamente pueden tal vez parecerse, pero culturalmente no. Cada pueblo (etnia)
nombra en su propia lengua los lugares donde
halla elementos del entorno geográfico y cultural que utiliza o
aprovecha en su propio beneficio (y pasan, con ello a ser parte de su "morada" en sentido amplio). Esta denominación particular y propia que sus habitantes hacen de los
elementos y lugares que les son útiles de su entorno (flora, fauna, geología,
mineralogía, geomorfología, hidrología, etc.) hoy se conoce como "Onomástica geográfica".
Los puquinas, pues, aplicaron al paisaje natural ocupado por ellos o sus características, su propia "onomástica", diferente de la quechua
y aimara, la que por fortuna ha perdurado en parte hasta hoy (no pocas veces
algo modificada), a pesar de los desplazamientos humanos y la llegada
tardía de nuevos ocupantes, portadores de una lengua diferente.
Desaparece
la lengua hablada pero perdura la onomástica.
Perdida
la lengua puquina por la superposición (¿o imposición?) arrolladora del aimara o del quechua en
tiempos históricos relativamente recientes (¿hacia mediados del siglo XVIII?), en el área que
nos traza Cerrón, permanece como testimonio irrecusable su antigua
toponimia peculiar (su propia denominación de los lugares), cuya
localización puede acreditar y comprobar hoy, con bastante fidelidad, las superficies o
regiones antiguamente habitadas por esta etnia.
Su área de dispersión.
Ahora
bien, Cerrón Palomino ha intentado señalarnos su área de
dispersión antigua, tanto en el sur peruano como en el norte chileno, casi
hasta el mismo río Loa (probablemente), y la grafica en mapas especiales
en su trabajo del año 2010. Y así el área que este autor reivindica como de habla
puquina, era ciertamente enorme. Poseía al momento del contacto español tal número de hablantes, que mereció ser considerada y señalada como la "tercera lengua general del Perú", estudiada por los evangelizadores jesuitas y/o franciscanos. Se ha señalado que el Padre Bárcena (o Barzana), de la Compañía de Jesús, compuso un léxico puquina-castellano para uso de los párrocos y sacerdotes evangelizadores, tal como había sido expresamente solicitado por los Concilios Limenses.
No solo la lengua: también hay otros componentes perdurables de la cultura.
La
lengua es, sin embargo, solo uno de los elementos (aunque
importantísimo) de una cultura dada, que por su estructura es capaz de perdurar en el
tiempo. Hay ciertamente varios otros elementos del acervo cultural que ciertamente también debieron dejar sus rastros. Bien lo saben los arqueólogos que los buscan y estudian.. Entre ellos -entre otros- su artesanía en cerámica y/o en madera
o cestería, y el estilo particular y diseño de sus textiles, Podríamos,
pues, lícitamente preguntarnos hoy -como antiguos arqueólogos de campo-
cuál fue el estilo cerámico o los motivos expresados en su textilería típica, o cuál su sistema de enterramiento, o qué diseños preferentes
practicaron en su arte rupestre (geoglifos y petroglifos). Si - tal como se
puede ver en las diversas culturas peruanas conocidas- (v. gr. Chavín, Nazca,
Chancay, Mochica, Pucara o Chimú), todas ellas mostraban diferencias significativas
en los rubros señalados, constituyéndose así en auténticos "fósiles
guías" para el arqueólogo, existe una altísima probabilidad de que también
se pueda descubrir estilos decorativos o artísticos, o formas de
enterramiento propios y exclusivos de los puquina que los
diferenciaban claramente de sus vecinos.
Un intento de hipótesis.
A este respecto, y solo a manera
de hipótesis tentativa, podríamos lucubrar que alguno de los estilos cerámicos
que los arqueólogos reconocen hoy en las Culturas de Arica,
pertenecientes al período denominado de "Desarrollo Regional"
(1.100-1.470 D.C.), y que los arqueólogos de Arica denominaron estilos
"San Miguel", "Pocoma" o "Gentilar" podría ser,
tal vez, un componente cultural puquina. Pero, ¿cuál?. ¿Cómo
descubrirlo?. Un modo lógico sería ver y comparar los estilos
cerámicos observables, en este mismo período de tiempo, en las regiones
que Cerrón Palomino adjudica al pueblo y etnía puquina. Máxime donde domina ampliamente la toponimia puquina. Es decir, tanto
en el extremo sur peruano como en las regiones de Arica y Tarapacá. ¿Cuál es el
estilo o las formas de la cerámica tardía más recurrente y común, o cuáles son
los diseños típicos del arte rupestre que comparten Arica y
Tarapacá con los departamentos peruanos de Moquegua, Arequipa y Tacna?. Aquí tienen la voz los arqueólogos de campo, tanto chilenos como peruanos. Mejor aún, ambos en equipo. Tal vez sea éste un camino para descubrir el arte propio y característico
de la cultura puquina que debió quedar, ex hypothesi, expresado en su cerámica y textilería, o, tal vez, en sus formas de enterramiento o en otras expresiones culturales. Tal vez,
sea este esfuerzo un modo concreto de "dar vitalidad y cuerpo" a la cultura material de los grupos
puquinas, cuya existencia como pueblo queda de manifiesto gracias al arduo
trabajo de los lingüistas, pero cuyas expresiones culturales visibles nos
quedan, por ahora, totalmente en la penumbra. Hay aquí, evidentemente, una
ímproba tarea para los arqueólogos,
etnólogos, museólogos y etnohistoriadores. Pero siempre contando con el
apoyo insustituible de lingüistas especializados en las diferentes lenguas de
la región. Sin ellos, no se irá muy lejos o se corre el riesgo de errar lamentablemente el camino. Esto último es lo que echamos hoy lamentablemente en falta en nuestro país.
Observaciones personales que me hacen
meditar.
La hipótesis tentativa que hemos sugerido más arriba,
se basa en múltiples observaciones personales. Durante los años en que estudiábamos el trazado del Camino del Inca o Qhapaq Ñan (2011-2015)
a través de la depresión intermedia de Tarapacá, entre la quebrada de
Camarones y Quillagua (en el río Loa), observamos con
extrañeza que, junto a restos cerámicos incaicos, hallábamos
frecuentemente, y preferentemente en torno a los tambos o lugares de descanso
de las caravanas, fragmentos cerámicos de estilos tanto "San Miguel"
como "Pocoma"; muy rara vez, el estilo "denominado Gentilar". ¿Qué significación damos a este hecho?. Creemos que gentes portadoras de dichas culturas (y poseedoras de dicha
cerámica), habitantes de dichas regiones, debieron acompañar normalmente a las expediciones incas a través del Qhapaq Ñan
por Arica y Tarapacá. ¿En qué momento exacto?. No lo sabemos a ciencia cierta, Tal vez desde los tiempos de Pachacuti Inca, que según algunas crónicas habría sido el primer conquistador de Tarapacá. Sospechamos,en todo caso, que fue en épocas tempranas, contemporáneas con las primeras penetraciones del Inca hacia el sur, a juzgar por el estado avanzado de
destrucción y fragmentación de los restos cerámicos encontrados. Solo
excavaciones prolijas realizadas en dichos sitios de pernoctación o acampada, podrían aclarar este punto
decisivo. Que los Incas, en sus desplazamientos siguiendo el Qhapaq
Ñan en esta región (tramo Camarones-Quillagua) se hayan servido en sus viajes de
cargadores locales puquinas de los pueblos comarcanos, es ciertamente más que
probable. Máxime si, como se ha sostenido por los lingüistas, los jerarcas del Incario
eran, igualmente, hablantes del puquina (la "lengua secreta de los
Incas"), al igual que los fieles cargadores de las andas del Inca (en opinión de Cerrón).
¿Sólo una fantasiosa hipótesis, o una verdad por descubrir?.
¿Mera hipótesis la nuestra?. ¿ O tema digno de
estudio?. Creemos que al menos hay aquí una base interesante para una proficua discusión interdisciplinaria en la que, además de historiadores, antropólogos, arqueólogos, etnógrafos y geógrafos humanos, no deberían faltar ciertamente los lingüistas cuyo aporte, a la luz de este trabajo, resulta hoy día insustituible.
.
Urgencia
de re-escribir la historia regional.
Merced a estos descubrimientos que por fortuna nos aporta hoy la lingüística
peruana, habrá que re-escribir muy pronto la historia y la etnografía de nuestra Región septentrional. En
adelante, deberá señalarse tanto en los manuales escolares como en los documentos oficiales
de los ministerios de educación y gobierno, en las regiones de Arica y Tarapacá, la sobrevivencia al menos hasta mediados del siglo XVIII,
de remanentes de la lengua y
cultura puquina, tanto en la costa como en las quebradas
ariqueñas y tarapaqueñas, dejando allí hasta hoy estampada a fuego su toponimia. Al extinguirse su lengua causada por el predominio estatal (y de la predicación) por intermedio del quechua o del aimara, los puquinas terminaron por quechuizarse o aimarizarse. Es lo que habría ocurrido, con mucha probabilidad, en estas regiones de Chile y en el extremo sur de Perú.
Una nueva lengua prehispánica para Chile.
Con estos descubrimientos de la lingüística se agrega así un nuevo pueblo y una nueva
lengua a las habladas por pobladores del Chile prehispánico e
hispánico temprano. Lo que involucra, como queda señalado, la necesidad de modificar, a la brevedad, los planos, mapas y descripciones donde conste la presencia de comunidades
indígenas al momento de la llegada del español a nuestra región (1534).
Y, qué sucedió en el altiplano chileno?.
La situación poblacional de las regiones del altiplano chileno, situadas por sobre los 3.800 m de altitud, nos parece a primera vista algo diferente; la toponimia reinante parecería ser allí claramente aimara y no se registra, sino rara vez, toponimia puquina reconocible. El
altiplano chileno habría sido, al parecer, un dominio indiscutido de la cultura
aimara, en la época de los reinos altiplánicos, desde mucho antes del contacto indígena-español, pero ciertamente posterior a la desintegración de la civilización de Tiahuanaco.
Enfoque eco-cultural y toponimia.
Alguien podría preguntarse con razón qué hace este trabajo de corte lingüístico en nuestro blog de enfoque eco-antropológico. La razón nos parece evidente. Pues la onomástica con la que los pueblos antiguos denominaron sus lugares (de residencia, de pesca, de obtención de materias primas diversas, de cacería, de adoración o súplica), etc.), sin excepción, lleva la impronta inconfundible del medio ambiente natural tal como fue percibido por ellos in situ. Por eso, nos recuerda con frecuencia Cerrón Palomino, que el criterio de "plausibilidad semántica" es fundamental cuando nos enfrentamos a varios posibles orígenes de un topónimo.
El criterio de plausibilidad semántica.
Este último criterio, del cual poco se habla entre nosotros, se basa en una descripción física, casi fotográfica, de los rasgos predominantes, que saltan a la vista, en un lugar dado. Es decir, los antiguos describen lo que ven y tal como lo ven. Y por eso, a la hora de elegir entre "estrella " y "río o curso de agua", como posible traducción del topónimo "Huara" en el Tamarugal de Tarapacá, nos quedamos con la segunda acepción, sabiendo por la geografía y geomorfología que enormes cursos de agua llegaban hasta Huara en tiempos antiguos (y aún recientemente, de tanto en tanto) con ocasión de las lluvias torrenciales de verano del altiplano tarapaqueño y sus desbordes a través de las quebradas de Aroma y/o Tarapacá. Ahora bien, en lengua aimara "Huara" significaría "estrella", mientras que en puquina es "río o curso de agua". La primera traducción nos transmite algo inasible, etéreo, y que, por lo demás, resulta visible en todas partes (¡y no solo allí!), mientras que la segunda, es mucho más plástica y gráfica, algo que llama inmediatamente la atención del visitante: ¡un enorme caudal de agua que inunda periódicamente la comarca!..
Confirmaciones. ¿Qué nos entregan los topónimos?.
El cronista Dávalos y Figueroa (1602) viene a confirmar nuestro aserto al describirnos, a la perfección, lo que caracteriza a los topónimos o nombres de lugar de origen indígena: "a los pueblos [los indígenas] dan los nombres conformes a la calidad o señal del sitio que tienen, como sitio de fortaleza, tierra de sal, provincia de piedras, de agua, de oro, de plata, de corales, tierra cenegosa o anegadiza, sitio de quebradas, lugar riscoso, lugar nuevo, lugar viejo, sitio ahumado, y assí por este modo van todos los más sin etimología que denote más ingenio". (Dávalos y Figueroa, 1602:124v), citado, en epígrafe de uno de sus capítulos, en Cerrón Palomino, Voces del Ande: 2008: 163; (texto entre corchetes es agregado nuestro al igual que el subrayado).
El prolífico etnohistoriador peruano Waldemar Espinoza Soriano escribiendo en 1980, apuntaba exactamente a la misma idea cuando nos dice:
"Antonio Raimondi (1874) se dio perfecta cuenta de esta propiedad [de los topónimos indígenas] e invariablemente mostró su admiración al comprobar que en el territorio los topónimos señalan una particularidad objetiva del terreno de la ecología, de la flora, de la fauna, del lugar circundante, o de la función que desempeñaban, hecho que en forma continua ha constituido un gran apoyo para los buscadores de minas y tesoros en el Ecuador, Perú y Bolivia" (Espinoza Soriano, 1890: 154; énfasis y paréntesis cuadrados nuestros). La gran obra en varios tomos aquí aludida pertenece al geógrafo italiano Giovanni Antonio Raimondi, radicado en el Perú (1824-1890), y se llama El Perú, publicada entre 1874-1913.
(Nota: debo al Dr. Cerrón Palomino gran parte de la información lingüística aquí contenida, sea a través de la lectura de sus valiosos trabajos gentilmente enviados al suscrito, sea mediante nuestra recientes comunicaciones personales, vía e-mail, relativa a sus escritos recientes sobre el tema).
Bibliografía básica.
(Nota: la bibliografía escrita sobre los puquinas es bastante extensa, máxime la referida a los territorios situados en el altiplano boliviano. No es nuestra intención aquí presentarla completa, sino solo aludir a aquellos trabajos que tienen una atingencia directa con nuestro planteamiento: esto es, su presencia en territorio chileno actual).
Brésson, André, 1870-1874, "Le désert d´Atacama et
Caracoles (Amérique du Sud), par M. l` Ingenieur A. Brésson, 1870-1874. Texte et Dessins inédits", in Le Tour du
Monde, Nouveau Journal des Voyages, a los territorios tome XXIX, fasc. 750-751, 321-352.
Cerrón Palomino, Rodolfo: 2000, "La naturaleza probatoria del cambio lingüístico: a propósito de la interpretación toponímica andina", Lexis, XXIV, 2, 339-354.
Cerrón Palomino, Rodolfo, 2008, Voces del Ande. Ensayos sobre onomástica andina, Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, Lima.
Cerrón Palomino, Rodolfo, 2010, "Contactos y desplazamientos lingüísticos en los Andes Centro-Sureños: el puquina, el aimara y el quechua", Boletín de Arqueología PUCP, Nº 14, Lima, 255-282.
Cunill Grau, Pedro, 1961, Atlas histórico de Chile",
Instituto Geográfico Militar, Santiago de Chile.
D´Ans, André Marcel, 1976, "Chilueno
o Arauco, idioma de los Changos del Norte de Chile, dialecto mapuche septentrional", Estudios
Atacameños, Nº 4, 113-118. Antofagasta.
Espinoza Soriano, Waldemar, 1980, "Los fundamentos lingüísticos de la etnohistoria andina y comentarios en torno del Anónimo de Charcas de 1804", Revista española de Antropologia Americana, Facultad de Filosofía e Historia, Universidad Complutense de Madrid, tomo X, 1980: 149-181.
Larrain, Horacio, 1974: "Demografía y asentamientos de los pescadores costeros del sur del Perú y norte chileno, según informes del cronista Antonio Vásquez de Espinoza (1617-1618)", Revista Norte Grande, Instituto de Geografía, Universidad Católica de Chile, Santiago, 55-80.
Larrain, Horacio, 1975. "Grupos indígenas de Chile
hacia 1540", Revista "Expedición a Chile",
Editora Nacional Gabriela Mistral, Santiago. (Este Plano mide 1.05
m de longitud y, por el reverso, presenta textos con una descripción detallada
de los 14 grupos indígenas allí reconocidos).
Larrain, Horacio y Ana María Errázuriz, 1983a. "Población
indígena en el territorio chileno hacia 1535", en Atlas
de la República de Chile, Instituto Geográfico Militar, Santiago,
pág. 8.
Larrain, Horacio y Ana María Errázuriz 1983b. "Patrón económico y
nivel de organización de los pueblos indígenas de Chile hacia 1535", Atlas
de la República de Chile, Instituto Geográfico Nacional, pág. 9.
Larrain, Horacio, 1987. Etnogeografía, Tomo
XVI. Instituto Geográfico Militar, Santiago de Chile, 285 p. (Tomo
especial de la Colección Geografía de Chile, dedicado al estudio de los
pueblos indígenas de Chile desde un ángulo geográfico. Presenta cuatro Planos de la ocupación indígena del territorio).
Larrain, Horacio, 2017, "Pueblos originarios de Chile a
mediados del siglo XVI", Atlas Chile y el mundo en imágenes,
Edición actualizada, Origo Ediciones, Santiago de Chile, pág. 88.
Lehnert, Roberto, 1978. "Acerca
de la lengua de los changos del Norte de Chile, perspectiva bibliográfica",
Cuadernos de Filología, 8: 35-52, Universidad de Chile,
Departamento de Idiomas, Instituto de Literatura Nortina, Antofagasta.
Lizárraga, Reginaldo de, 1968 [1605], Descripción breve de toda la tierra del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile", Biblioteca de Autores españoles, Ediciones Atlas, Madrid, vol. 216, (ver caps. 67 y 68 relativos al extremo norte de Chile).
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