¿Por qué las mostramos hoy en público, cuando son fruto de una meditación y un diálogo personal íntimo, casi sagrado, fruto del contacto con la Naturaleza en sus más simples expresiones: las rocas, las arenas, la niebla, los árboles sedientos de agua, las abejas nativas o las avispas?. No lo sé exactamente. Lo que sí sé es que brotaron de repente, como un huayco arrollador, con una fuerza tal que ni yo mismo pude reprimirlas o ahogarlas, pues pugnaban por hacerse sentir.
No tienen la menor pretensión de ser poesía de buena ley. Su cadencia particular es fruto del acompasado andar de las carretas y las mulas salitreras que por aquellos lejanos años del 1880-1890 atravesaban el desierto de arenas desde el oasis de Pica a las Oficinas de Alianza, Mapocho o Peña Chica, llevando los frutos de la tierra, el vino generoso y el aroma de azahares y mangos de las huertas del oasis. En esas carretas viaja nuestro trovador, guitarra en mano, exhalando ansiosos suspiros de gratitud hacia su Creador. Meditación lenta y pausada, que porta el mismo compás cancino de los asnos o mulares que jadean arrastrando los antiguos carruajes de pesadas ruedas.
Así cantaba otrora el trovador al cruzar la pampa ensoñadora:
1, Gracias, Señor,
por la luz resplandeciente del amanecer pampino
que torna doradas las montañas,
las dunas y salares,
los bosques y rincones
del Tamarugal.
2. Gracias, Señor,
por el Tata Inti
que la produce, anima y difunde,
y la entrega a raudales
a nuestra pachamama andina
para extraer de su seno
cosechas fecundas de vida vegetal y animal.
3. Gracias, Señor,
por la fresca brisa matutina,
que nos trae sabor a olores marinos
en los hombros de la camanchaca omnipresente,
que nos inunda en las noches invernales,
impregnándonos de una tibia humedad benefactora.
4. Gracias, Señor,
por los retorcidos tamarugos y algarrobos,
centenarios testigos de actividad humana en esta pampa;
ellos brindan abrigo y sombra humilde
al cansado pastor y a su ganado,
al visitante intrépido, caminante o peregrino
que acude una vez más a su Santuario,
en demanda de salud, fé o amor cristiano.
5. Gracias, Señor,
por los extensos e inacabables arenales,
testigos de lluvias o lejanos aluviones,
que arrastraron rocas y pedruzcos de quebradas aledañas.
Aún nos muestran, al desnudo,
episodios de volcanes ancestrales,
en sus rocas negras o cobrizas, contorneadas,
vomitadas por las fuerzas asombrosas de la Tierra.
6.Gracias, Señor,
por las infinitas huellas no borradas,
de las viejas carretas salitreras,
o de mulas jadeantes que se lanzan
en procura de los puertos de embarque
para su afamado oro blanco nortino.
Huellas aún frescas de hombres y animales
que cruzaron estas pampas,
en frenética búsqueda de un metal siempre huidizo,
que creían satisfaría para siempre,
esa sed de felicidad jamás saciada.
7. Gracias, Señor,
por la historia inconclusa que revelan;
son mapas no estudiados
de añejas odiseas pirquineras,
de porfiados intentos de sondeos o cateos;
de piques o de pozos soterrados,
que nos cuentan silenciosos,
de su vida, sus anhelos, sus quimeras.
8. Gracias, Señor,
por aquellas utopías soñadoras
de riquezas, blasones o casonas solariegas,
instaladas a la vera de un oasis o quebrada,
y regadas solamente por las aguas estivales.
Tiliviche, Zapiga, La Huayca, Cumiñalla;
Curaña, Huarasiña o Huantajaya.
Todas cuentan episodios enigmáticos
que nos soplan al oído
sus historias increíbles,
al susurro de los vientos de la tarde.
9. Entonces, Señor, Salar y Pampa,
se envuelven vaporosas,
en densas nubes de polvos finos,
al compás lento de las trombas,
que el viento eleva, girando, girando
y dispersa prontamente,
en la infinita inmensidad del horizonte.
10. Gracias, Señor,
por los hombres de esta tierra,
nobles indios o recios españoles
que excavaron con sus manos estas vetas,
en la búsqueda del oro, del cobre o de la plata,
y murieron allí mismo, doblegados
por el hambre, la sed o la fatiga,
enriqueciendo a otros, sus patrones.
Allí yacen, intocados,
en decenas de dolientes camposantos,
que levantan hoy sus cruces implorantes,
de preces y oraciones por sus deudos.
11. Gracias, Señor, un vez más,
por las muestras infinitas de la vida multiforme
que bajo troncos, costras, pedruzcos o maderos,
arenas tibias o rocas multicolores,
reproducen en pequeña escala,
la inconfundible sabiduría divina.
Son arañas, insectos o reptiles,
gusanos, larvas o pupas coloridas,
que pululan en miríadas,
poblando los ecosistemas más pequeños.
12. Aquí, Señor, al abrigo del tronco veterano,
en algarabía de formas y colores,
nos demuestran sabiamente
la infinita capacidad del ser vivo
para colonizar todos los ambientes,
aún los más inhóspitos y extraños;
enseñándonos así, una vez más,
que "la vida es más fuerte que la muerte".
13. Gracias, Señor,
por los cantos lejanos y confusos
del chincol, picaflor o la quihuahua,
que nos hablan de sus nidos, sus flirteos
o sus juegos amorosos,
a la sombra de los tallos o las hojas temblorosas,
de las chilcas, retamillas o pillallas,
tamarugos, molles o algarrobos,
en aquellos meses tibios
de finales de octubre o de noviembre.
14. Gracias, Señor,
por la límpida faz de esa luna llena,
que a la caída de la tarde,
desde el cielo vigila
el lento caminar de los ganados,
de las cabras, ovejas o llamitos,
que desde su chocita de adobes
atisba atento el pastor aymara,
a la caída del sol,
abriéndoles sus corrales protectores.
15. Gracias, Señor,
por los hombres y mujeres ,
que hicieron fructífera esta pampa desolada,
con el sudor de su trabajo,
su esfuerzo y su tesón.
Aún podemos verlos, semiocultos,
en las ruinas de sus casas,
sus mercados o teatros;
o a la sombra de sus molles,
o en sus plazas hoy desiertas.
O en los bancos de la iglesia,
donde oraron al Señor,
aguardando allí con fé,
la esperanza prometida
de la resurrección postrera.
16. Gracias, Señor,
por el Tamarugal entero,
por sus ruinas, salitreras y sus pueblos fantasmales,
sus riquezas aún ocultas y secretas;
por sus árboles añosos que en el día o en la noche
vieron sufrir al minero, cateador o pirquinero;
indio llano, chileno o extranjero,
que dejó aquí , a la vera del sendero,
inscritas en las arenas del desierto,
sus historias de amores o ideales
de ansiedad, resignación o sufrimiento...
17. Gracias, Señor,
por Tata Inti y Mama Phajsi,
creadores del día y de la noche,
que dan vida, gracia y armonía,
a esta pampa agradecida,
anhelosa de hombres nuevos
que la amen, respeten y festejen
en su inescrutable diversidad,
con frutos y actos de amor,
muchas veces repetidos,
a partir de la creación original.
18. Gracias, por fin, Señor del Tamarugal
porque has sabido enseñarme
a encontrar tu rostro esquivo,
en el árbol y en la chusca, en el trino o en la roca,
en las huellas, en las ruinas y en las sombras,
en la vida y en la muerte......
en el Salar!.
(retocada en octubre del 2006 y levemente en 2011 en Iquique).