Las fotografías que siguen, ilustran en detalle el procedimiento seguido por nosotros, en una operación de salvamento arqueológico, para reconstruir y pegar los fragmentos cerámicos hallados en el contexto de las chacras abandonadas o antiguos campos de siembra aún presentes y visibles al nivel de la Pampa del Tamarugal, en la región de Tarapacá. Norte de Chile (Pampa Iluga).
Fragmentos de una botija colonial española hallada en plena Pampa, cerca de melgas de cultivo antiguas (siglo XVIII?). El tipo de pasta color blanquecino, no es propia del área de Tarapacá. Consultado al efecto el Dr. Daniel Schávelzon, experto argentino en cerámicas coloniales, nos indica que se trata, sin la menor duda, de cerámica sevillana, traída desde la madre Patria (consulta hecha en Julio 2013). Escala gráfica: estuche de cámara fotográfica de 10 cm. de largo.
Indagaciones previas.
En el capítulo anterior de este Blog hemos relatado in extenso la visita realizada el 12 del mes de Abril de este año 2013 a la zona de campos agrícolas (sembríos) abandonados en la pampa del Tamarugal, en la zona cercana a la desembocadura de la quebrada de Tarapacá. Con ocasión de dicha visita, hemos rescatado para la ciencia y la investigación algunos fragmentos de cerámica colonial, hallados abandonados desde hace siglos en la zona de antiguas melgas, para salvarlos de su posible sustracción futura por parte de visitantes inescrupulosos. Recientes huellas de vehículos nos indican ya el interés por venir a explorar esta zona. Por tal motivo, hemos considerado conveniente y más aún, necesario recogerlos cuidadosamente con el objeto, en lo posible, de restaurar las piezas para permitir su estudio científico y posterior análisis.
Destino de las piezas rescatadas.
Su destino obligado -como debe ser- será un Museo donde las piezas rescatadas puedan ser valoradas y, ojalá, estudiadas por expertos. En este caso, el destino de estas piezas será muy pronto el Museo de Pica, por su gran cercanía geográfica al sitio del hallazgo, y por la presencia en dicho museo de arqueólogos profesionales que nos ofrecen garantías de su cuidado y su correcta utilización científica ulterior.
En las líneas que siguen, se parte de la base, como se explicará más abajo, de que la recolección se ha realizado siguiendo los cánones y normas establecidos por la legislación vigente, Ley Nº 17.288 del año 1970.
Fig. 1. En esta forma hallamos in situ este confuso conjunto de fragmentos, recogidos evidentemente en las proximidades por algún antiguo visitante, el que por fortuna, los dejó aquí olvidados. Se hallaban, parcialmente ya cubiertos por arena, a pocos metros de un gran conjunto de melgas o eras de cultivo abandonadas en plena pampa..Aquí, según se observa, se entremezclan claramente tres períodos de ocupación: a) el indígena (Fotos 4 y 5; 12), el colonial (Fotos 6 a 11) y la época de explotación salitrera, a partir de los años 1850-60 en adelante (Fotos 2 y 3). . En otras palabras, este conjunto representa el desarrollo de unos 500 años de historia local. (1.350 D.C a 1.880 D.C). (Foto H. Larrain).
Fig. 2. Cuatro fragmentos de loza de una taza, casi con certeza de procedencia inglesa, de fines del siglo XIX. (Foto H. Larrain).
Fig.3. Por fortuna, en la base de la taza aparece una inscripción típica de este tipo de loza ("Ware mark", en inglés), que nos delata inmediatamente su lugar de procedencia. Se lee "Bosphorus", nombre de fantasía de la fábrica británica de origen. Su fecha puede corresponder a los últimos decenios del siglo XIX. Tal vez posterior al año 1880. Diámetro de la taza en su base: 8.0 cm.
Fig. 4. Esta imagen muestra cómo ha sido posible pegar dos fragmentos de un plato indígena. El fragmento mayor estuvo expuesto a un largo período erosivo por haber quedado a la intemperie. El fragmento más pequeño seguramente estuvo largo tiempo enterrado. Sospechamos se trate de un ceramio indígena de la época del "Desarrollo Regional" tardío, por la presencia de numerosos brochazos color rojo del respectivo engobe. Presenta aún bastante brillo. Sospechamos que corresponde al período de contacto con la llegada del Inca a la zona (hacia 1470) a través del Qhapaqñan incaico, uno de cuyos ramales pasa muy cerca de aquí (Foto H. Larrain; consulte el capítulo anterior de este Blog).
Fig. 5. El lado opuesto del mismo ceramio, de un tipo plato extendido. Note el brillo característico que aún se conserva y el tipo de engobe rojizo, aplicado a brochazos, a la superficie. Presenta un notorio estrangulamiento, a modo de cuello, en su parte superior y un típico agujero de reparación, al extremo derecho, arriba. No se halló, por desgracia, a su alrededor el resto de la vasija. La curvatura de este fragmento nos permite precisar con bastante seguridad su diámetro total: 30 cm. Alto: 4,1 cm. Posee una base recta. (Foto H. Larrain).
Fig. 6. Fragmentos de una escudilla o plato hondo colonial. Cerámica vidriada (siglo XVIII?). Se encontró un total de 26 fragmentos, incluyendo varios fragmentos de la base y bordes. El diámetro total es difícil calcularlo, pues los fragmentos de boca son muy pequeños; sin embargo, aproximadamente, debió medir unos 20-22 cm. En cambio, se puede medir bien el diámetro de la base: 8, 4 cm y el alto del plato, que es exactamente: 4,6 cm. En esta imagen, los dos fragmentos de mayor tamaño ya están formados por varios trozos pegados por nosotros, poco antes (Foto H. Larrain).
Fig. 7. Se logró armar y pegar algo menos de la mitad de la escudilla, incluyendo un trozo de borde y fragmentos de la base. Se puede establecer así su alto exacto: 4,6 cm. y el diámetro de su base plana: 8,4 cm. Quedaron varios fragmentos pequeños sin poder ser ubicados correctamente en su lugar. (Foto H. Larrain).
Fig. 8. Aparecieron en este mismo conjunto 14 fragmentos de una taza de época colonial, de curioso color y diseño, incluyendo cinco trozos de la boca, los que hasta ahora no nos ha sido posible hacer coincidir, salvo dos fragmentos. El diámetro de boca calculado fue de 10-12 cm., en base a los pequeños trozos conservados. (Foto H. Larrain).
Fig. 9. Los cuatro grandes fragmentos de la botija perulera colonial tal cual fueron encontrados in situ. Hemos explicado por qué, probablemente, fueron hallados aquí todos juntos. Nos sorprende bastante el color crema sucio, tan claro, de la pasta y arcilla usada, coloración que nunca habíamos observado en este tipo de botijas, a pesar de haber visto varios miles de fragmentos. Mide aproximadamente unos 60 cm. de alto actual, faltándole la parte superior: esto es, el cuello y la pequeña boca. Estas partes faltantes no aparecieron en el hallazgo; tal vez, quedaron abandonadas en el sitio de donde fueron levantados, a causa de su pequeño tamaño. Tal vez, revisando con cuidado los alrededores del sitio del hallazgo, sería posible dar con los trozos faltantes. (Foto H. Larrain).
Fig. 10. Se muestra aquí la botija perulera ya pegada. Los cuatro grandes fragmentos coincidían perfectamente, a pesar de la fuerte erosión sufrida por el paso del tiempo. El color crema sucio corresponde aproximadamente al patrón Hue 5Y 8/1, de acuerdo a la Tabla de Colores de Munsell (1975 Edition). (Foto H. Larrain).
Fig. 11. Vista hacia el interior de la botija perulera, mostrando las estrías perfectamente circulares dejadas por el torno de alfarero en que fue elaborada. El ancho medio de las paredes, en la parte superior (bordes), fluctúa entre los 1,1 cm. y los 1,4 cm, a causa del desgaste y erosión sufrido por uno de los fragmentos en el sitio donde quedó expuesto a la intemperie, por espacio de dos siglos y medio o tal vez más. (Foto H. Larrain).
Fig. 12. Fragmentos de la cerámica negro sobre engobe rojo, con diseños, propia de un estilo ariqueño, tal vez Pocoma y Gentilar, cuya etapa final correspondería -según creemos- a la llegada del Inca a la zona tarapaqueña. No tiene sentido alguno recoger estos fragmentos por ser muy escasos y no constituir parte significativa de una vasija reconocible. El investigador debe en estos casos, tomar fotografías in situ, (como lo hemos hecho aquí), ojalá por ambas caras, señalar su coordenada exacta pero no debe recoger por ningún motivo estos fragmentos aislados que, sin arrojar mayores detalles sobre la forma del ceramio, solo contribuyen a llenar cajones de las bodegas de algún Museo donde de poco o nada sirven. Esto en circunstancias normales. Muy diferente es el caso del arqueólogo especializado que, provisto de los necesarios permisos para el estudio y caracterización de la cerámica de un área, precisa de colectar gran cantidad de cerámica de superficie. Aún en este caso, estimamos que la autoridad debería normar mucho más los procedimientos, para evitar "agotar" y "estrujar" los yacimientos, con el levantamiento de toda la evidencia cerámica presente. En estos aspectos, la legislación arqueológica actual nos parece aún muy deficiente y permite verdaderos "saqueos" de los sitios por parte de los arqueólogos en terreno. Nunca debemos olvidar que nuestros sucesores, los arqueólogos del futuro, provistos de mejores tecnologías, necesitan contar con el material cerámico para su estudio. Moraleja: jamás "agotar" los sitios, extrayendo todo su material cultural (Foto H. Larrain).
Fig. 13. Ceramio del tipo ánfora (aribaloide de influencia Inca) rescatado en las faldas del Cerro Oyarbide, costa sur de Iquique. Fue restaurado por nosotros en base a más de 60 fragmentos. Falta la típica base en punta. Se utilizó "cola fría" como pegamento. Esta vasija y la siguiente (Fig. 14) fueron halladas, muy cerca una de otra, y al costado de una huella tropera de tránsito hacia la costa. Su finalidad obvia debió ser el transporte de agua para el largo viaje. (Foto H. Larrain).
Fig.14. Restauración de parte de una olla hallada en las faldas del Cerro Oyarbide, Costa Sur de Iquique junto a una huella de tránsito hacia la costa. Se logró unir los 17 fragmentos hallados. Falta la base, probablemente cóncava, pero se aprecia bastante bien el aspecto general de la vasija. Las pequeñas etiquetas visibles solo tuvieron por finalidad contar el número de fragmentos unidos. Se utilizó "cola fría" como pegamento. (Foto H. Larrain).
Importancia de la cerámica diagnóstica.
La cerámica arqueológica antigua, procedente de antiguos campamentos, conchales, sitios poblados, campos de cultivo o sitios ceremoniales puede llegar a ser "diagnóstica", es decir, puede ofrecer al experto y conocedor información fidedigna y en ocasiones, hasta certeza total, sobre su origen, cronología aproximada o cronología relativa, adscripción cultural e incluso, su posible lugar de elaboración y cocción. En otras palabras, esos fragmentos pueden contribuir a situar con bastante precisión un lugar en la escala de tiempo (aportando una cronología: (¿cuándo se hizo?) o en la escala del espacio (¿de dónde viene?) y en el marco de una "cultura" dada (¿a qué cultura pertenece?). Estos fragmentos pueden, en algunas ocasiones y bajo algunas circunstancias, ayudar a responder preguntas cruciales para determinar el tipo de cultura de que se trata (¿qué cultura representa?) , su procedencia (¿de dónde viene?), o su posición en el tiempo.(¿de qué fecha es?). En otras palabras, estos fragmentos "diagnósticos" nos "hablan" un determinado lenguaje y pueden responder múltiples preguntas sobre la cultura presente en los lugares.
Cerámica diagnóstica: una expresión viva de las cuatro coordenadas arqueológicas.
La cerámica, pues, aunque se encuentre fragmentada, sobre todo cuando está decorada, pintada o presenta una coloración o pasta singular, o posee formas típicas o raras, permite fijar con mucha precisión las coordenadas culturales que ya el gran arqueólogo australiano-británico Gordon V. Childe, en sus obras, había establecido como factores determinantes de toda cultura. Childe, en efecto estableció - y fue absolutamente pionero en esto- las tres coordenadas básicas de la arqueología: a) la primera es la "cronológica", la que fija la posición en el tiempo; b) la segunda, es la coordenada "corológica", que nos indica qué objetos se encuentran normalmente asociados o juntos, por pertenecer a un mismo grupo humano, y la tercera c), la coordenada "cultural" que estudia los componentes culturales en sí mismos.
La coordenada ecológica.
Hemos considerado necesario, ya desde el año 1972, agregar una cuarta coordenada, que hemos bautizado como la coordenada "ecológica" la que, de hecho, no está comprendida entre las anteriores, y la cual nos enseña qué elementos del paisaje y medio ambiente son parte integrante de la cultura respectiva, o, lo que viene a ser lo mismo, en qué tipo de paisaje físico o ecosistema biológico se desenvuelve la cultura en estudio.. De este interesante tema trata un capítulo específico de nuestro del Blog, titulado "Contexto ecológico-geográfico", redactado el 27 de Marzo del año 2008 (Véalo en este mismo Blog).
Nuestra experiencia previa en reconstitución de piezas arqueológicas.
Desde el año 1963, cuando en la Universidad del Norte, en Antofagasta, hacíamos nuestras primeras armas en arqueología de campo, tropezamos en cierta salida a terreno al sector norte de la ciudad de Antofagasta con un conjunto de fragmentos, al parecer de una sola vasija arqueológica, y que permitían, a primera vista, una reconstitución.Vasija cuyo diseño y colorido nos llamó poderosamente la atención. Así, logramos armar, con inmensa emoción y regocijo, una hermosa olla que, tras las pesquisas hechas, resultó ser de factura Inca cuzqueña. Finamente decorada, fue reconstruida por nosotros en base a 55 fragmentos que logramos reunir trabajosamente tras cribar o harnear cuidadosamente la tierra alrededor, en busca de los más pequeños restos del ceramio (Véase el artículo. "Contribución al estudio de una tipología de la cerámica encontrada en conchales de la provincia de Antofagasta", Anales de la Universidad del Norte, Antofagasta, Nº 5, 1966: 83-128).
Presencia de la cultura Inca en la zona de Antofagasta.
Esta fue nuestra primera contribución científica al estudio de la arqueología regional del área de Antofagasta y, a lo que creemos, la primera constatación fidedigna de la influencia cultural Inca en esta zona del país. Por entonces, éramos todavía meros autodidactas y no teníamos aún formación académica en arqueología, la que llegaría algo después, entre los años 1965 y 1970, en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, de la Universidad Nacional Autónoma de México, en México, Distrito Federal..
Fig. 15. Arriba en la parte superior, dibujo del ceramio reconstruido por nosotros a mediados del año 1963 en base a 55 fragmentos, algunos de ellos sumamente pequeños. A la izquierda, se muestra el elaborado diseño hecho en cuatro colores, del borde la la olla incásica de paredes sumamente finas. (dibujos de Agustín Llagostera M.).
Experiencia previa.
En los años siguientes (1965-1970), ya en México, tuvimos muchísimas oportunidades de reconstruir vasijas en base a sus fragmentos, cuando trabajé en el laboratorio de cerámica del Museo Antropológico del Parque de Chapultepec, en Ciudad de México, bajo la atenta mirada del profesor y arqueólogo Román Piña Chan, uno de mis recordados y venerados maestros.
En mis años de investigador en la ciudad de Iquique, entre 1993 y el presente año 2013, he tenido algunas oportunidades de hallar casualmente ceramios fragmentados, en contextos arqueológicos perturbados o huaqueados, cuya reconstitución he intentado con bastante éxito. En base a estas experiencias previas, me pareció un deber traspasar mi pequeña experiencia en este rubro, en beneficio directo de los jóvenes arqueólogos o antropólogos culturales, que fueran mis discípulos en la Universidad Bolivariana de Iquique.
Tarea propia de un restaurador especializado.
Normalmente esta tarea de reconstituir las piezas halladas sea en una excavación debidamente autorizada, sea en una operación de urgente salvamento, debería ser propia y particular de un museólogo restaurador especializado y dotado de una formación técnica específica en este campo. Es el procedimiento obvio y natural que se sigue en los países que cuentan con Museos de alto prestigio y con un variado personal capacitado en diversas especialidades de estudio y conservación de los materiales. Pero la pobreza y penuria de la mayor parte de nuestros Museos Regionales o locales, de la que somos conscientes, impone al investigador-arqueólogo que estudia un yacimiento o un descubrimiento casual, la imperiosa necesidad de aprender, el mismo, a manejar técnicas mínimas para sacar provecho de un determinado estudio arqueológico o de una prospección de terreno, con fines de investigación.
¿Qué y cuándo recoger y conservar?.
1. ¿Cómo sé yo qué recoger y conservar cuando me encuentro con un gran número de fragmentos dispersos en el suelo?. Estudiemos bien los casos. Hay casos y casos. En un viaje de prospección o inspección preliminar a un sitio arqueológico, me voy a encontrar, ciertamente, con muchísimos fragmentos en superficie. Pueden ser miles. En lo posible - y así lo exige la ley- no se debe recoger nada, para conservar y preservar el sitio para futuras investigaciones hechas por expertos arqueólogos. Lo señala claramente así la Ley de Monumentos Nacionales. En décadas pasadas, antes de la promulgación de la Ley de Monumentos Nacionales 17.288 del año 1970, los arqueólogos -como pudimos verlo personalmente en San Pedro de Atacama y tantos otros sitios - solían recoger de los sitios arqueológicos algunos trozos cerámicos o líticos, en forma sumamente selectiva, es decir, aquellos que les parecían "diagnósticos", esto es que podrían ofrecer una respuesta al investigador acerca de su cultura. Y con ese material seleccionado, elaboraban sus tipologías líticas o cerámicas.
Los fragmentos "diagnósticos" de los arqueólogos.
Así, por ejemplo, tratándose de cerámica, se colectaba solamente fragmentos de boca y cuello, cuello y asas y/o fragmentos de base, pues estas partes permiten apreciar bastante bien la forma general de un ceramio. El resto (del cuerpo de la vasija) quedaba por lo general allí disperso y abandonado y, por cierto, mutilado para siempre. Fragmentos decorados eran altamente valorados por ser claros indicadores de un determinado estilo cultural y aún de una época o período cultural. De esta suerte, se destruía contextos culturales y se dificultaba grandemente la labor de arqueólogos posteriores, perdiéndose no poca información. Esos fragmentos recogidos quedaron, en el mejor de los casos, en un cajón ignorado en una bodega, y con suerte portan (ojalá!) alguna indicación del sitio de origen, v. gr. Ta-47 (sitio Tarapacá-47). Era imposible precisar más en aquellos tiempos. Hoy, gracias al GPS podemos señalar las coordenadas con precisión casi matemática y un mínimo rango de error, preservándose así el lugar exacto del hallazgo. Incluso es posible hoy regresar exactamente al mismo lugar en busca de más evidencias o para confirmar hipótesis, o para recabar otro tipo de información del lugar (v. gr. de tipo eco-antropológico). .
El arqueólogo avezado que excava un yacimiento con la debida autorización del Consejo de Monumentos Nacionales, recoge con cuidado, sirviéndose de harneros finos de distinto diámetro de malla, todos los restos culturales sean éstos cerámicos, biológicos u osteológicos o de otra índole, los que luego, en laboratorio, someterá a examen minucioso. Puede así llegar a colectar miles de fragmentos cerámicos, miles de elementos osteológicos o biológicos. Pero no es éste, ciertamente, nuestro caso.
Arqueología de salvataje.
No hablamos aquí, ciertamente, de estas situaciones que forman parte de una metodología arqueológica fina de excavación. Sólo los arqueólogos titulados están autorizados a excavar yacimientos y a levantar todos sus elementos culturales. Los libros especializados de arqueología, por lo demás, nos indican exactamente qué se debe hacer en tales casos. Aquí, en este capítulo del Blog, tan sólo nos abocaremos a enseñar una guía práctica de cómo proceder en casos extremos, de salvamento urgente, cuando hallamos algo por casualidad, que corre peligro de ser destruido o saqueado. Tal como nos ocurrió en la reciente visita al sitio de las chacras antiguas en el Tamarugal.
Los hallazgos casuales en sitios expuestos al saqueo o robo.
Hay numerosas ocasiones en que tropezamos con hallazgos cerámicos casuales, fruto del azar. O fruto de un trabajo fortuito en un campo de cultivo, en una carretera en construcción o en el patio trasero de una casa. O en el súbito desmoronamiento de un muro o un talud por efecto de un temblor o terremoto, o en el caso de un aluvión que ha dejado paredes de quebradas, expuestas y desnudas. O simplemente, cuando avistamos algo que nos parece de gran importancia con ocasión de una visita o o prospección. Muchas veces el trabajo o faena que allí se realiza, por variadas razones, no se puede o no se quiere interrumpir. ¿Qué hacer?. Aquí interviene lo que se llama una "arqueología de salvamento o de salvataje". La Ley lo contempla para casos excepcionales.
El dilema ineludible; o se guarda y conserva adecuadamente , o se pierde para siempre.
Si en una faena o trabajo aparece de súbito un entierro, o un grupo de cántaros, o o un montón de monedas antiguas, debería, de acuerdo a la Ley, llamarse de inmediato a Carabineros, detener el proceso, custodiar el lugar y esperar que la autoridad que resuelva, sobre todo cuando allí aparecen restos humanos. Esta situación ideal que la ley contempla, pocas veces se da. O porque no hay forma de llamar a Carabineros, o por lo aislado del lugar, o porque los dueños del sitio se niegan a detener la obra, o porque existe el riesgo de que los operarios o curiosos se roben rápidamente las piezas, o por otras múltiples razones. Y, sin embargo, hay que actuar. El arqueólogo debe decidir. ¿Qué hacer?. ¿Adoptar la política del avestruz y decir: "mejor me desentiendo", o actuar?. Creemos que hay una respuesta obvia: o se salva y se resguarda lo encontrado (antes de que desaparezca, sea despojado o robado por los espectadores u operarios), o se perderá para siempre. Nos preguntamos: ¿qué es mejor para el desarrollo de la ciencia arqueológica?. La respuesta parece evidente. Hay que salvar el objeto, en caso de evidente necesidad de levantarlo, para evitar su desaparición para siempre. Pero, a la vez, hay que saber exactamente cómo proceder en tales casos. Esto es muy importante, porque existe todo un protocolo para ello. Es lo que aquí intentamos hacer, al proponer esta "Guía Práctica" para casos de salvataje o salvamento de urgencia.
Cómo y cuándo recoger y cómo restaurar; intento de una pequeña guía técnica.
En el supuesto, pues, de que estamos ante una situación de "salvamento o salvataje arqueológico", para recuperar piezas para su estudio científico y conservación, sugerimos el siguiente procedimiento, que es fruto de nuestra experiencia. Siga atentamente los pasos:
1. Observe con cuidado los restos cerámicos de especial interés que están a la vista. Si son escasos y no permiten reconstruir parte importante de una vasija, nunca los recoja; déjelos en su lugar, tome fotos (Vea Fig. 12) y coordenadas con el GPS, usando una escala gráfica, e indique en forma concisa en su Libreta de Campo los detalles del hallazgo. No se confíe nunca de la sola fotografía; ésta puede fallar.
2. Si hay abundancia de restos cerámicos juntos o cercanos, en cambio, y tras un rápido examen se llega al convencimiento de que pertenecen a una misma vasija (por el color de la pasta, grosor del fragmento, tipo de superficie, características del engobe o tipo o color de su decoración), la primera e imprescindible medida es fotografiar el hallazgo in situ, tal como se presenta, poniendo a la vista una escala gráfica que permita apreciar el tamaño de los trozos o fragmentos y, finalmente, tomar las coordenadas con un GPS. (Vea Fig. 1).;
3. Lo tercero, es recoger cuidadosamente en una bolsa plástica todos los fragmentos que suponemos son parte de una misma vasija, incluso los más pequeños. Para esto conviene revisar bien los alrededores inmediatos hasta cerciorarse de que no hay más. A veces se puede hallar trozos de la misma vasija a una distancia de varios metros. Por lo cual es preciso escudriñar bien los alrededores. No pocas veces, algunos permanecen semi-enterrados. Para ello, conviene cavar con los dedos o, mucho mejor, con un pequeño rastrillo de mano (de jardín) hurgando en el lugar (mejor aún si utiliza un harnero de malla fina) hasta una cierta profundidad, en busca de otros trozos que hayan sido ocultados por la arena, como resultado del inevitable arrastre eólico. En nuestra zona desértica, donde corren vientos intensos, es frecuente hallar numerosos fragmentos enterrados bajo una capa de arena. En el caso de nuestro hallazgo de 1963 (Vea la Figura 13: ollita incaica), más de la mitad de los fragmentos estaban totalmente ocultos, bajo tierra. La criba minuciosa del lugar mediante un harnero fino nos entregó, aquella vez, la cosecha final de 55 fragmentos. Que sepamos, es éste el único hallazgo temprano, hecho en superficie, de cerámica inca imperial cuzqueña, en las proximidades de la ciudad de Antofagasta (Chile).
4. Haga, en lo posible, un breve croquis de campo para asegurar la posición del hallazgo, sobre todo si está asociado a otros elementos culturales (v.gr. recinto, ruinas, huesos, textiles o cestería).
5. Una vez en la casa o laboratorio, viene el proceso de lavado cuidadoso de los fragmentos, seguido de un cepillado muy suave que permita extraer finas partículas de polvo o arena adheridas. En nuestro ambiente desértico es frecuente la presencia de partículas de sales de sodio o calcio adheridas a la superficie. Luego de lavar, deje secar por un tiempo prudente (varias horas). Es mejor dejar los fragmentos expuestos al sol, máxime en clima húmedo.
6. Sigue ahora el proceso de poner a la vista, en una mesa de trabajo, sobre un paño o una hoja de periódico, todos los fragmentos hallados, separándolos en grupos por sus formas: trozos de boca, trozos de base, trozos de cuerpo , asas, etc.
7. Para el paso siguiente, es decir, la tarea de unir los fragmentos que calcen, se necesita tener a la mano un pegamento adecuado y un plato grande o pocillo con abundante arena. Este último, para depositar, fijándolos en la arena, los trozos recién pegados. El pegamento que recomendamos es lo que en Chile conocemos con el nombre de "cola fría", material que se adquiere en ferreterías o librerías, y que se suele usar con frecuencia entre los escolares para pegar maderas, cerámica, loza, cartón o papel. No use nunca ni Neoprén por su gran toxicidad, ni ciertos compuestos como "la gotita", elemento que viene en pequeños potes; material que si bien pega muy bien, es demasiado rápido en el secado y tiene el gravísimo inconveniente de que cualquier mínima porción se adhiere tan firmemente a los dedos, que cuesta mucho separarlos. Usando, pues, "cola fría" como aglutinante, se tiene la enorme ventaja de poder limpiar, incluso con los mismos dedos, el exceso de pegamento sobrante en las superficies recién pegadas, sin mayor problema para el cutis, pues uno puede lavarse luego las manos. Este pegamento se disuelve fácilmente al agua.
8. La tarea de buscar el calce exacto entre fragmentos, requiere de cierta habilidad y experiencia y, sobre todo, de muchísima paciencia. Se debe separar los fragmentos por su aspecto (bordes, base, cuerpo), su grosor y el aspecto y color de la pasta, buscando su afinidad. Recomendamos iniciar el pegado con los fragmentos de base (fácilmente reconocibles por ser más gruesos y planos o, por presentar abundante tizne, o por ser totalmente convexos, según el caso), o con los fragmentos de boca (fáciles de identificar por el borde y labio, bien terminado y definido).
9. Si vemos que dos fragmentos calzan perfectamente entre sí, agregue una pequeña cantidad de pegamento a ambas superficies de contacto, untándolas en toda su extensión de calce; en seguida, únalos y apriete fuertemente uno contra el otro, por algunos segundos, para lograr una total adherencia. Luego, con el debido cuidado, limpie del exceso de pegamento las superficies de contacto y entierre levemente los trozos recién pegados, parados, en el plato o pocillo de arena fina dispuesto ad hoc, de modo que quede firme y seguro. La arena permite fijarlos en la forma que mejor nos plazca, para un mejor pegado, cuidando solamente que las superficies recién pegadas no lleguen a tomar contacto directo con la arena. Ahí se les deja por espacio de una hora o más, hasta que se adhieran perfectamente. Si se deja el pocillo con las piezas recién pegadas a pleno sol, el proceso del pegado es mucho más rápido.
10. De fundamental importancia es verificar bien, antes de recoger y levantar los fragmentos, el estado de los bordes de éstos: si éstos están muy erosionados, el calce se dificultará notoriamente. Y, en tal caso, es preferible no recoger nada y dejar todo in situ, pues será muy difícil llegar a buen puerto con la reconstitución de la vasija o ceramio. Sin embargo, nuestra experiencia en esta materia sugiere que este caso es más bien raro. Hemos logrado reconstruir ceramios muy antiguos, máxime cuando han estado enterrados y aparecen a la luz casualmente.
10. Cuando existe decoración o pintura, se busca más fácilmente el calce siguiendo el trazo de las figuras de los diseños. La existencia de decoración o pintura a colores (con diseños o figuras) facilita muchísimo la tarea del pegado.
11. Va a llegar un momento en que Ud. tiene ya parte de la boca y parte de la base bien pegadas e instalados en las superficie del pote con arena. Aquí viene el paciente esfuerzo por buscar el calce perfecto del resto de los fragmentos. Hay que ensayar muchas veces, aproximando una y otra vez los fragmentos entre sí, en busca del calce perfecto. El grosor de éstos y el tipo de pasta (ennegrecida o rojiza, con tal o cual tipo de antiplástico : v.gr. con presencia de mica, cuarzo blanco o biotita, etc.), le sugerirá a Ud. el "parentesco" o relación existente entre dos fragmentos. Si son idénticos en este aspecto, la posibilidad de calce crece notoriamente.
12. Por lo general, las paredes de la porción superior de la vasija, cercanos a la boca o cuello, presentan un grosor generalmente menor que la parte que se acerca al fondo o sea, a la base de la vasija. Normalmente, en la base y sus proximidades, se presenta el grosor máximo de la pared en todo ceramio. La observación atenta de la curvatura de los fragmentos, también es indicadora de la parte de la vasija a que corresponde: v.gr. cuello, panza o base.
13. En el pocillo con arena, pues, se va colocando los diversos fragmentos una vez unidos. Luego se busca con paciencia, el calce perfecto entre éstos, aproximándolos desde todos los ángulos. Trabajo que requiere de dedicación y tiempo y que generalmente termina en el éxito, siempre y cuando se cuente con un suficiente número de fragmentos de la pieza respectiva. Insistimos, si hay pocos fragmentos conservados in situ, no cometa el error de recogerlos. No obtendrá ningún resultado útil.
14. Disponiendo de parte de la boca, del cuerpo y de la base, generalmente se lograr el calce parcial de fragmentos cada vez mayores, de modo que va apareciendo poco a poco la forma final de la vasija. Cantidades superiores a los 50-60 fragmentos, generalmente nos auguran el éxito en la faena de la reconstitución de una vasija pequeña. Cantidades inferiores a los 10-15 fragmentos, nos dejarán casi siempre en gran incertidumbre, pues gran parte de la vasija quedará sin reconstruir, a no ser que se trate de fragmentos de gran tamaño ( tal como se muestra en la botija colonial de la Fig. 9 de este capítulo).
15. Esta tarea, dependiendo del tamaño de la vasija o ceramio, puede llevar horas de laborioso trabajo. Por lo demás, sirve de descanso y distracción a la mente, ocupada en el estudio o en la investigación. Es lo que nos ha ocurrido a nosotros. Confesamos al lector que entretenidos en esta tarea por horas y horas, hemos disfrutado muchísimo al descubrir formas y diseños nuevos, no discernibles al comienzo del proceso de restauración. La contribución a la ciencia de este tipo de labor es, por lo demás, indudable.
16. El proceso termina cuando se agrega una etiqueta, pegada a los fragmentos, donde se indique lugar, fecha y descubridor. Nuestra costumbre es poner cada objeto así reconstruido dentro de una bolsa plástica con cierre hermético (tipo ziplock), para evitar la desaparición de la leyenda escrita. La leyenda debe ir pegada dentro de la bolsa y ésta, perfectamente cerrada. No debe olvidarse que existen pequeños insectos ápteros llamados por nosotros "pececillos dorados", que son expertos en devorar el papel y/o la tinta (Orden Thysanura). Una leyenda dejada al descubierto, puede así desaparecer por completo, al cabo de poco tiempo, devorada por estos voraces insectos primitivos.
Esperamos que esta sucinta guía práctica pueda ser de real utilidad para los jóvenes investigadores y arqueólogos que se vean de súbito ante la eventualidad de realizar un rescate de emergencia.
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