Fig. 5. Vista tomada desde el poniente. Han pasado 20 años. Ya se observa algunas estructuras y las primeras áreas arboladas.
Una comunidad de vida en el desierto.
¿Concibe Ud. una comunidad heterogénea de personas, de distinta formación y origen, que hacen de un rincón del desierto absoluto del norte chileno su morada?. Pues eso es, precisamente, lo que ocurre en el caso que nos ocupa: un grupo de hombres y mujeres, de distintas edades, profesiones, aspiraciones o habilidades, que miran el futuro de la misma manera: en busca de la amistad verdadera y una armonía con la Naturaleza, aparentemente estéril, pero rica en potencialidades.
¡Dónde se encuentra?.
Apenas a 20 minutos al Noreste de la ciudad de Antofagasta, en el Km. 1.381 de la carretera Panamericana Norte y camino a Calama, se encuentra "Estación Uribe", una antigua estación del ferrocarril de Antofagasta a Bolivia. Como varias estaciones intermedias en la ruta, Estación Uribe se hallaba totalmente abandonada y en ruinas cuando a fines de la década del 1970 un pequeño grupo de soñadores buscaba un rincón desértico donde establecer su morada.
¿Cuándo nació "Gen"?.
Necesidad de vivir en comunidad.
El hombre no está hecho para vivir solo: necesita compartir, abrirse al otro, cambiar ideas y -sobre todo- crear "comunidad". El hombre o mujer, solo o sola, termina siendo egoísta, ególatra, intolerante, insoportable. Vive solo para sí sin pensar en los demás. La civilización actual -una civilización de masas- mientras más monstruosas ciudades procrea en el mundo, por extraña paradoja, más y más propende y propicia el aislamiento y soledad del ser humano, y con ello, una forma de deshumanización. Los espacios de contacto fraterno o camaradería son escasos, difusos y/o francamente reducidos. Los lugares de contacto han ido evolucionando desde las típicas plazas residenciales a los gigantescos y bulliciosos estadios.
El hombre no fue creado para estar y vivir "solo". Ya lo señalaba el libro del Génesis para referirse al caso específico de Adán y Eva. Dios, nos dice la Biblia, da a Adán "una compañera", porque se siente muy solo. La búsqueda de compañía se hace imperativa. En la gran ciudad -y Antofagasta es ya con sus casi 500.000 habitantes, un buen ejemplo- se da el absurdo de que mientras más aumenta la población, más cunde el descontento, el estrés, la soledad, el aislamiento y el desánimo de vivir.
¿Qué trae consigo la megápolis?.
El medio físico que fomenta el estress es la gran urbe saturada de vehículos, muchedumbres, atochamientos, emanaciones de CO2, de asfalto asfixiante, ruidos ensordecedores; edificios en altura que más parecen enormes colmenas colgadas del cielo. El contacto con el medio natural es igual a cero. La megápolis es hoy día el mejor caldo de cultivo para el stress, el tedio y la depresión; es el mejor aliciente para alimentar el rubro profesional de psicólogos y psiquiatras. El Altzheimer y sus secuelas acecha en la ciudad, no así en el campo...
Mi primer contacto con la comunidad "Gen".
Cuando en marzo del año 1984 llegué a la ciudad de Antofagasta desde Santiago, para incorporarme al recién creado Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad de Antofagasta, jamás imaginé que hallaría en Estación Uribe y su grupo de soñadores, un lugar de descanso dominical lejos del "mundanal ruido", un lugar de reflexión y de meditación en pleno desierto. En suma, un grupo de amigos, con ideales semejantes de transformación del desierto en un lugar de vida. El grupo inicial de la comunidad había sido reclutado desde hacía pocos años gracias al entusiasmo, el tesón y la creatividad de Pedro Aranda, antofagastino idealista y emprendedor que soñaba con hacer producir el desierto. La exitosa experiencia israelita con los kibutzs o granjas agrícolas colectivas, fue un acicate para intentar algo parecido en nuestro desierto.
El reclutamiento de adeptos.
Corría el año 1975. Se vivía en plena dictadura y había mucho temor. Las reuniones estaban prohibidas y había que juntarse como grupo para poder planificar el futuro. La ayuda del arzobispo de Antofagasta don Carlos Oviedo Cavada fue vital, pues las primeras reuniones para conformar el grupo se hicieron en su propia casa. El general René Peri, director de la Oficina de Bienes Nacionales era un conocido de Pedro a través de las tertulias literarias, de interés común. Peri, al conocer de cerca los intereses del grupo, autorizó entregar en comodato un espacio físico en Estación Uribe para los noveles soñadores del desierto. Un contacto de Monseñor Oviedo con los directivos del ferrocarril, permitirá obtener, poco después y a un precio razonable un derecho a agua potable para los futuros riegos.
Pedro Aranda el gestor del milagro.
Con tal claro objetivo in mente, Pedro Aranda empezó por entusiasmar a algunos académicos del departamento de física de la Universidad del Norte como como Carlos Espinosa Arancibia quien ya contaba con una dilatada experiencia en investigaciones del desierto. Con él, llegan a engrosar el grupo inicial sus amigos el físico Odlayer Alcayaga y el técnico mecánico Carlos Franco, miembros también de la Universidad del Norte. Estos, a su vez, invitarán a otros como Rodolfo Valladares, químico. Se hacía ahora imperioso elegir un lugar apto, y -cosa importante- cercano a Antofagasta Surge la idea de la antigua Estación Uribe, una de las tantas del ferrocarril de Antofagasta a Bolivia, abandonada hacía tiempo. Dos o tres algarrobos y unos cañaverales aún estaban vivos. El problema era el agua, porque había que sembrar, plantar, hacer reverdecer el desierto... Agua de buena calidad era indispensable.
¿Como tener acceso al agua?
Y el agua, ¿de dónde obtenerla?. Había un viejo estanque abandonado. Podía servir, y la cañería de agua potable que surtía el ferrocarril pasaba por allí mismo, a pocos metros. El contacto con los dueños del ferrocarril fue obra de Monseñor Oviedo Cavada, gracias al cual se pudo conseguir, en forma excepcional, derechos de agua a un precio razonable. Empezaron los viajes semanales. Había que hacerlo todo de nuevo, pues de la antigua Estación casi nada quedaba en pie salvo un destartalado vagón de tren abandonado.
Y así, el grupo inicial de soñadores fue lentamente creciendo con sus esposas y amistades más íntimas. En la soledad del desierto se departía, se compartía y se empezaban hacer realidad sus sueños: hacer reverdecer el desierto implacable. Pero también se trabajaba. Se compartía alegremente faenas comunitarias. Había que limpiar, ordenar, cercar, quemar basura, plantar árboles, regar, formar conjuntos, en una palabra, idear el futuro.
Cada semana, arbolitos jóvenes, comprados en el sector del Km 12, eran traídos por los socios y plantados en el lugar. El riego semanal era nuestra tarea obligada. Otros, como el imperturbable Pedro Aranda, se alucinaron con la idea de poder hallar agua subterránea a poca profundidad e iniciaron la ardua tarea de cavar un pozo. Fue profundizado hasta los 12 metros, pero en vano. Si es que existe agua aquí, debe estar a enorme profundidad.
La experiencia científica previa de algunos de los nuevos socios en energía solar o eólica, o la captación del agua atmosférica de la camanchaca costera, parecía ser muy importante para la nueva gesta, pero tanto o más que ella, el entusiasmo y la dedicación de los primeros socios y socias. Pronto algunos socios empiezan a levantar sencillas viviendas. Había que poblar, traer cuidadores.
¿Qué nombre dar a esta naciente comunidad?.
El nombre de la comunidad debía necesariamente reflejar sus objetivos y metas. En eso había consenso. Los primeros socios propusieron distintos nombres. La idea era descubrir y estampar un nombre simple, corto, pero muy expresivo. Fue Pedro Aranda, el primer gestor de la idea, quien propuso el nombre de "Gen". ¿Por qué este nombre?. Su formación religiosa, tal vez, le sugirió esta raíz "gen", que él relacionaba con "génesis" , "generar", "engendrar". "Génesis" se denominó el primer libro de la biblia hebrea: el libro que describía los inicios. Porque aquí también se trataba de "iniciar" una gran gesta, capaz de "engendrar" vida nueva en un trozo del desierto absoluto. Era, a la vez, un "inicio" de una experiencia capaz de "engendrar" vida donde ésta no existía. Los dos conceptos fundamentales: "inicio" y "engendrar" o "generar", se entrelazaban así armónicamente en la expresión "Gen". El nuevo nombre caló hondo. "Gen", pues, pasaba a ser una comunidad cuya misión era engendrar nueva vida en un paisaje árido y agreste. del desierto norte chileno.
Generando comunidad de vida.
Pero su misión era, igualmente, engendrar "comunidad", esto es, un grupo de amigos que decidía hacer , en alguna forma, una "vida en común". La voz "comunidad" (communitas), surge de la conjunción armoniosa de dos palabras latinas: "communis" (común) y "unitas" (unión). No se trataba de cualquier tipo de unión. Era un tipo de unión muy especial que se lograba "viviendo en común" . Y por eso se denominó no simplemente colectivo o colectividad Gen, sino "Comunidad Gen".
Así, pues, a través de esta expresión tan simple "Gen", se logró hacer confluir dos realidades que se buscaba sintetizar como ideal de vida: un grupo de vida en común que pretendía engendrar nueva vida donde ésta no existía, en pleno desierto de Antofagasta.
Sus miembros.
Difícil imaginar un grupo más heterogéneo: de a poco se fue formando un grupo constituido por profesores, matronas, empleados, abogados, dueñas de casa, químicos, físicos, técnicos, biólogos, economistas, arqueólogos y educadores. Sus creadores acogían con las puertas abiertas a todos los que quisieran hacer suyos los ideales de una ecología práctica, hecha realidad y una fraternidad que sirviera de nexo indestructible. Han transcurrido cerca de 35 años desde su fundación, y el grupo permanece aún férreamente unido. Sus 25 miembros, sin excepción, reconocen hoy que "Gen" no solo los unió en una fraternidad de la tierra, sino les hizo la vida más vivible y más llevadera; en una palabra, más humana. Todos reconocen hoy que su verdadera familia ha sido "Gen".
¿Por qué realizar esta " común-unión" en Estación Uribe?.
Para que haya vida en un lugar, se necesita la presencia de tres elementos básicos, fundamentales: suelo apto y abundante, agua de buena calidad y clima apto (sin temperaturas extremas). En Estación Uribe se daban perfectamente estos tres elementos. El suelo del desierto, fuera de los sitios ocupados por Salares, es apto. Pero un sitio apto debía, además, estar al alcance de la ciudad, ojalá muy cerca de ésta, donde poder acudir en cualquier momento. La presencia de agua era en seguida lo más básico. Esta se daba allí gracias a la presencia de una cañería de agua potable que conducía el precioso líquido a la ciudad. Las estaciones del ferrocarril tenían sus propios estanques de reserva. A nuestro arribo, tres o cuatro moribundos algarrobos y unos restos de cañaveral habían quedado allí como testigos aún vivos de la feracidad de la tierra. ¡Decenas de años sin riego y seguían vivos!. Si ellos sobrevivieron - pensaron los pioneros- , se podía repoblar de vegetación el lugar y hacerlo nuevamente habitable y amigable. La proximidad a la costa (18 km. en línea recta) y la presencia frecuente de las nieblas o camanchacas, lograba producir un clima sumamente benigno, aún en pleno invierno, muy favorable a la vida tanto biológica como propiamente humana.
Actividades desarrolladas en Estación Uribe.
En base a la valiosa secuencia fotográfica que expondremos a continuación, nos es perfectamente posible evaluar hoy y graficar todo lo que se ha logrado. Las primeras imágenes que aquí mostramos, han sido suministradas por la activa socia de la comunidad, Blanca Gutiérrez. Como se puede ver a través de ellas, los socios han llevado a cabo aquí, con su esfuerzo y su perseverancia muchas iniciativas tanto productivas como educativas y recreacionales, que tienen por objeto afianzar y consolidar su presencia en el lugar y demostrar que "los sueños son posibles". Los ideales ecológicos y humanistas de su creadores, se han hecho allí, una realidad tangible. Comparar fotografías de los años 1985-88 con las actuales (2015), tal como lo mostramos aquí, hace reflexionar profundamente: con voluntad y esfuerzo, el desierto puede convertirse en un vergel, en un hogar amigable donde se vive la amistad y la fraternidad, por encima de todas las diferencias religiosas, políticas, sociales o educacionales. Hallar a tan corta distancia de una gran ciudad un sitio de paz, de fraternidad y de contacto vivo y palpitante con la naturaleza y sus producciones, no solo es un privilegio; es también un "gran regalo de Dios". Así lo sentimos y vivimos.
Set de imágenes para la historia. Lo que se fue logrando poco a poco.
Fig. 6. Los primeros cobertizos y el estanque de agua de la comunidad. El estanque era lo único que había sobrevivido al abandono de la estación.
Fig. 8. La primera charla a la naciente comunidad. Pedro Aranda, el inspirador de esta gesta, se dirige a los presentes a la intemperie, "en medio de la nada". Esboza con la energía y entusiasmo que lo caracterizan, los sueños que hoy (año 2015) son ya una realidad. Esta foto histórica data del año 1985. Han trascurrido treinta años. Atrás, de pie, se ve a Carlos Espinosa. En primera fila y cubriéndose la cabeza con un cuaderno, el socio Horacio Larrain, recién integrado a la comunidad.
Fig. 9. La cocina solar está instalada frente al cobertizo inicial. Corre el año 1985. Los árboles tiene ya un par de años de plantados. Se inicia el lento proceso de transformación del paisaje.
Fig. 10. La plantación de jojova. Experiencia apoyada por CONAF que no llegó a prosperar. Don Justo Osses, viejo minero que se integró como empleado a la comunidad donde sirvió con cariño durante once años.
Fig.11. Blanca Gutiérrez, Rosa Helena Carvajal y Anita Fritz fueron las responsables de la crianza de conejos Angora. Pronto varias socias aprenderán a hilar el pelo de conejo para fabricar diversas prendas de vestir que se venden a buen precio. Por entonces, un valioso ingreso para la naciente comunidad.
Fig. 12. Blanca Gutiérrez hilando en la rueca el pelo de conejos Angora.
Fig. 13. Delia Bossi y sus hijos pequeños. El niño mayor es Carlos Contreras, hoy flamante administrador de Gen. Las familias disfrutaban aqui con sus hijos pequeños observando la naturaleza.
Fig. 14. Montando la primera granja experimental para mantener animales y aves de corral. Este es hoy un enorme atractivo para los niños de la ciudad que nos visitan.
Fig- 16. Ivonne Sepúlveda, esposa de Julio Salfate y Horacio Larrain, en primer plano. Atrás, Abelardo Carpio, el primer socio de la comunidad que nos dejara prematuramente (1986).
Fig. 17. Carlos Espinosa, trepado en el poste del anemómetro, instalando el instrumental de la estación meteorológica (1995).
Fig. 18. El físico Carlos Espinosa (extrema izquierda) explica el diseño y armazón de una "estructura macrodiamante", diseñada por él para captar agua de la niebla. Cada una de las superficies del instrumento se cubren con una malla apta para captar (raschel u otra). El artefacto de su invención, fue probado con éxito en cerros de diversas altitudes, incluyendo las alturas de Cerro Moreno (1995).
Fig. 19. Aurelio Jiménez cortando el pelo de los conejos Angora.
Fig. 20. Varias socias de la comunidad en plena faena de diestras "peluqueras". El pelo de conejo será hilado y luego convertido en primorosas prendas de vestir. Todos y todas tienen en la comunidad Gen un tarea específica que cumplir.
Fig. 21. Construyendo sombreaderos. Se aprovecha los viejos algarrobos preexistentes en el lugar para obtener una grata sombra para los turistas visitantes.
Fig. 25. Uno de los molles o pimientos (Schinus molle) plantado por nosotros a mediados de la década del 80. Hoy ofrecen excelente y anhelada sombra a los visitantes.
Fig. 26. La plantación de la viña con sistema de riego por goteo ha sido uno de nuestros mayores logros y constituye una enorme atracción para los visitantes domingueros. ¡Una viña en pleno desierto, al lado de Antofagasta!.
Fig. 28. Una planta de cachiyuyo (Atriplex nummularia) junto a un molle o pimiento ya crecido.
Fig. 29. Aspecto actual de la granja de la comunidad en Estación Uribe. Pinos, molles, aromos y cachiyuyos alegran hoy con su verdor el otrora paisaje arenoso y estéril de los alrededores.
Una visita reciente tras 21 años de ausencia.
Con motivo de una conferencia dada en Antofagasta, me fue dado visitar nuevamente, luego de muchos años, a mis antiguos amigos de la comunidad Gen. Inefable fue mi alegría al volver a ver a viejos amigos como Carlos Espinosa y Sra, René Kurte y señora, Blas Espinoza y Sra., Blanca Gutiérrez, Joaquín Contreras y su hijo Carlos, y varios más. La distancia y los muchos años pasados, no han aminorado nuestro cariño y admiración por esta obra de la que fuimos socios activos por años, y que ha logrado demostrar que en el desierto se puede crear vida no solo con fines recreativos, sino también productivos.
La comunidad Gen vista por nuestra lente en reciente visita.
Las fotos que siguen, fueron tomadas en nuestra visita realizada en la tarde del día 30/05/2015. Mi guía por el predio de la comunidad fue Carlos Contreras, joven y dinámico arquitecto, miembro de la comunidad. Carlos me fue mostrando todos los adelantos hechos: el área de pinnic y recreación, las viviendas construidas por los socios, la plantación de viñedos, el flamante salón de conferencias, el área de crianza de animales domésticos (cabras, ovejas, conejos, gallinas, gansos), el área agrícola actualmente trabajada hoy por dos familias bolivianas de origen aymara. Hoy vemos allí no menos de cinco hectáreas arrancadas al desierto y hechas reverdecer a punta de esfuerzo y tesón. Desde lejos, yendo por la carretera norte rumbo a Calama, en medio del desierto absoluto, se ve aparecer de pronto en lontananza, como un espejismo, un insólito verdor en medio de las quemantes arenas.
Legalmente, se denomina "Corporación Gen". Pero para los socios y sus familias es la "Comunidad Gen". Es decir, la familia ampliada hecha "comunidad de intereses y proyectos". El día de nuestra visita, tras 21 años de ausencia, los socios nos quisieron agasajar. En testimonio del hecho, quedan estas fotografías del gratísimo reencuentro.
Fig. 30. Carlos Espinosa Arancibia, uno de los socios fundadores, acompañado de su fiel esposa, Cristina. Con sus 92 años a cuestas, Carlos es un ejemplo para la juventud antofagastina por su dedicación, a lo largo de toda su vida, al tema del aprovechamiento del agua de las neblinas o camanchacas.
Fig. 32. Compartiendo un té, tostadas y torta, en señal de gozoso reencuentro.
Fig. 33. Al medio, Blanca Gutiérrez, la anfitriona, cortando la torta del festejo. A la izquierda, Carlos Espinosa, físico, y a la derecha, Blas Espinoza, economista, socios fundadores.
Fig. 34. En el refugio, Blanca Gutiérrez partiendo la torta de la fraternidad. Atrás, de pie, Claudio Cifuentes. Sentados, Carlos Espinosa y su esposa Cristina.
Fig. 35. Visitas externas con sus niños aprovechan bien los lugares de picnic a la sombra de los árboles plantados por nosotros entre 1985 y 1990.
Fig. 36. Aspecto sombreado que muestra hoy el área de picnic. Antes del año 1984, aquí no había nada, salvo arenas y piedras (y mucho viento por las tardes).
Fig. 37. Una vista de la acogedora arboleda que hoy recibe a los visitantes.
Fig. 38. Plantación de maíz y variadas verduras y hortalizas, mantenida por las dos familias bolivianas residentes. Las hortalizas se dan aquí de forma privilegiada y tienen fácil venta en el mercado local.
Fig. 39. Las familias campesinas aymaras trabajando en familia la tierra. El concurso de los niños en la faena es muy importante.
Fig. 40. A la izquierda, el sector donde se acumuló las piedras que tapizaban el suelo del desierto. Ahora ya es posible el trabajo a mano y el cultivo con maquinaria. Atrás, al fondo, elementos usados como cortavientos.
Fig. 41. Con un sencillo arado a motor, el campesino rotura la tierra que será luego abonada para la siembra.
Fig. 42. Una vista del conjunto. Eucaliptus, aromos algarrobos y palmas ya dominan hoy el paisaje del desierto.
Fig. 43. El violento contraste con el exterior, absolutamente desértico. ¡Es el milagro del agua!. En el medio de la fotografía, se puede observar el paso de agua en forma de pequeño torrente cuando el ferrocarril limpia sus antiguas tuberías, desechando por horas y horas grandes cantidades de agua dulce. Agua que podría ser perfectamente utilizable para la comunidad del futuro.
Fig. 46. La granja de animales domésticos. Aquí cabras, ovejas, gansos y gallinas se muestran a los curiosos niños de la ciudad. Para ellos, resultan ser animales exóticos, pues no los han visto nunca antes, salvo en las películas.
Fig. 47. Una sencilla pileta para los gansos. Observe el cierre de rodelas usadas como corta-vientos que protege, a modo de malla, parte de la granja, de las fuertes ventoleras de la tarde.
Fig. 48. un macho cabrío de la granja experimental.
Fig. 49. El creador y soñador de la comunidad Gen, Pedro Aranda Astudillo, en un momento de un bien merecido descanso, arrullado entre los árboles.
Recapitulando.
1. A menos de media hora de la gran ciudad, se alza este pequeño paraíso vegetal logrado con el esfuerzo continuado de los socios de Gen. Ellos han disfrutado por años de este lugar, que ha pasado a ser para ellos, "su fundo", su "parcela de agrado". Ahí crecieron y juguetearon sus hijos y sus nietos. Aquí aprendieron los socios a compartir sus gozos y sus tristezas. Aquí se recuerda también, con emoción y afecto, a los ausentes.
2. El lugar es hoy considerado oficialmente uno de los atractivos turísticos para las familias de Antofagasta que todas las semanas acuden a visitarlo. No existen en las proximidades de Antofagasta lugares tranquilos y arbolados que se le igualen.
3. Estación Uribe es una prueba tangible de cómo es posible hacer reverdecer el desierto absoluto. Sus terrenos han demostrado ser perfectamente aptos para la agricultura, viticultura y horticultura. Su baja salinidad es perfectamente compatible con el cultivo.
4. Las experiencias agrícolas realizadas por los socios demuestran que numerosas variedades de árboles, arbustos y hortalizas se pueden cultivar aquí con gran éxito. Todo crece aquí a las mil maravillas. Los sistemas de riego por goteo permiten hacer una enorme economía de agua.
5. La corta distancia al mar en línea recta (18 km) y la presencia de corredores de paso que rompen el macizo costero a altitudes que no superan los 500 m. permiten augurar que, en un futuro tal vez no lejano, será posible llevar agua del mar, previamente desalinizada, para regar la pampa contigua, lográndose así el rescate de cientos de hectáreas de desierto arenoso hoy inútil, para la puesta en práctica de una agricultura local tecnificada y especializada. Estas áreas de plantaciones o bosques, podrían formar, en el futuro, un espléndido pulmón verde para la ciudad de Antofagasta, tan necesitada de oxígeno, de verdor y tranquilidad. Si estuviéramos en Israel, ésta sería ya hace muchos años una realidad, tal como ellos lo lograron con tanto éxito en el desierto del Neguev, fronterizo con Egipto.
6. Los eventuales derrames de agua potable que la empresa de ferrocarriles realiza allí mismo, para limpiar sus tuberías y que cruzan periódicamente en forma de arroyo el predio de la comunidad, creemos podrían a futuro aprovecharse, en forma inteligente, para acopiar agua en enormes reservorios, para ser empleada para usos agrícolas en sus terrenos. Hoy ese enorme volumen de agua se desaprovecha y se pierde sin destino tragado por la superficie reseca y calcinada del desierto.
7. Por último rescatamos y hacemos nuestras las palabras del socio fundador, Pedro Aranda en carta reciente: "....
"...(pensamos que) nuestro desierto tenía riquezas ocultas que las podríamos desentrañar....".
Extractamos este otro párrafo elocuente del fundador:
"Partimos con la nada misma. Teníamos espejismos, luego ilusiones. Aprendimos a conocernos, a fraternizar mientras comprendíamos su magia. Atinamos a hospedar en él y a insuflarlo de verdor. Ya es un micro oasis: árboles, sus aves, sus hortalizas, sus frutos se han entretejido para aspirar y exhalar. Sin embargo, desde nuestros inicios hemos asumido adversidades, unas más escarpadas que otras. Solo la alegría de parir nos ha hecho perseverantes..."
Y "esa alegría de parir", se observa hoy en cada rostro que visita nuestra antigua estación de ferrocarril, hecha hoy un oasis de esperanza.
Invitamos cordialmente a las familias del Norte Grande de Chile a visitar este oasis de paz y a compartir, los días domingos, con sus socios fundadores. ¡Es tanto lo que aún ellos tienen que enseñarnos sobre el desierto y sus potencialidades!.
(Nota: se agradece en forma especial las informaciones e imágenes recibidas de Pedro Aranda y Blanca Gutiérrez).