Relato de la ascensión a los cerros inmediatos, situados al Este de Cobija, realizada por el Dr. Horacio Larrain Barros el 12 de Octubre del año 2002 en compañía del joven poblador Cristian Pinto. La presencia de un evento débil del fenómeno de "El Niño" y el deseo de observar en terreno el desarrollo de la vegetación en altura, nos motivó a realizar este viaje a Cobija. Igualmente, el interés por recorrer antiguas huellas traficadas en tiempos de la Colonia y de la temprana República. Permanecí tres días en el lugar, alojando en casa de la Sra. Fresia Jaug, educadora de Tocopilla y Directora de un Colegio y disfrutando de la grata compañía de la familia Pinto, pobladora del lugar (copio textualmente de mi grabación de la subida a los cerros):
"Inicio de la ascensión al cerro “Copa de nieve”, como lo llamaba la señora Blanca, la abuelita del joven. Me hago acompañar del joven Cristian Pinto, de quince años, hijo de María Cristina Pinto, una de las hermanas. Danilo Araya nos has dado instrucciones precisas acerca de cómo tomar la huella en zigzag que trepa el cerro, sin equivocarnos. Recorremos el terreno semiplano, muy pedregoso, en subida lenta, que nos separa de la boca de la quebrada. Serán unos 650-700 m. de distancia. Ya estamos aquí, con Cristian, mi compañero, a los 230 m. de altitud, según mi altímetro. Aquí aparecen las primeras plantitas de una Nolana, N. peruviana, que conozco bien, apegadas a las grandes rocas del costado norte de la quebrada, y los primeros copaos (como nombran aquí al cactus grande o Eulychnia iquiquensis).
No hemos encontrado aún los rastros del antiguo sendero. Iremos tomando altitudes y otros datos al subir. Hacemos una segunda paradilla a los 310 m. de altitud, metidos unos 100-120 m. dentro de la boca de la quebrada. Aquí encontramos las primeras señas de una vegetación diferente. Aparecen pronto, a nuestros pies, en el piso del sendero, unas muy pequeñas plantitas, apegadas a las rocas, mostrando todavía con algunas flores. Se trata de Cristaria sp. , de muy pequeñas flores color azul. Y una plantita que tiene ya formada una vaina verde, muy chica (2-3 cm de largo), de flores blancas, que no conozco y llevo ejemplares [se trataba del género Cleome sp.] , que presenta la rareza de tener una flor asimétrica, con todos los pétalos a un solo lado. Nueva detención a los 365 m. Sobre los esqueletos de viejos copaos (Eulychnia iquiquensis), secos, vemos posados un par de pajaritos que luego hacen extraños vuelos cortos, como en un vuelo nupcial, coqueteando. Serán los únicos pajarillos que veremos en la ascensión. Vemos tambièn unas plantas, de flores blancas minúsculas, que llevo de muestra [ se trataba de Criptantha sp.]. Más allá, al lado de la huella que ya hemos tomado hace rato, en el bajo, una hermosa planta de Calandrinia (grandiflora?) con cinco grandes flores y varios botones. Se alzaba unos 50 cm. del suelo. Empiezan a aparecer otras plantitas, en mayor número. El lugar está muy bonito. El fondo de la antiquísima huella tropera, se va cubriendo de plantas en flor y da pena pisarlas. Aquí damos con la primera Fortunatia biflora, en flor blanca, a los 440 m de altitud.
Está empezando a disiparse la neblina que nos acompañó desde la salida. Divisamos ahora, por fin, Cobija, descubierto, desde aquí arriba, muy lindo. Vamos a tratar de tomar aquí unas fotos (por desgracia, la cámara que no conozco, no dio resultado y perdí todas las fotos tomadas ese día y el siguiente). Seguimos fielmente el zigzag de la huella, que está por desgracia bastante destruido en sectores, por aluviones que se lo han llevado y vemos en este sector una inmensa cantidad de cactus de Eulychnia, en un 95 o más % de ellos, muertos. Uno que otro vivo. Vemos varios centenares. Por ahí, botado en el sendero, veo un hermoso percutor indígena (¿?) con claras muestras de trabajo. Lo echo en mi mochila y seguimos. Veo una que otra lasca indígena, en el sendero, Es obvio que por aquí transitaron, también, los antiguos changos pescadores de Cobija, cuando subían a los cerros, a cazar el guanaco. En tres o cuatro lugares, también en pleno sendero, veo pequeños defecaderos del guanaco. Las fecas están muy desgastadas y son antiguas. También ellos transitaban evidentemente por aquí, tal vez hasta hace unos 20-30 años atrás. Vemos grandes plantas de la hortiga caballuna o Loasa sp, que extiende enormes ramas pegadas al suelo, con sus lindas flores color amarillo. Abunda aquí mucho la plantita que no reconozco aún (ahora sé que es Cleome sp.), llena de flores blancas, con sus hojas que presentan varias hojuelas y todos los pétalos ubicados extrañamente a un costado de la flor. Hemos visto un par de herraduras pequeñas, seguramente de mulares, botadas junto a la huella. Está todavía fresco, no ha salido aún el sol, pero tenemos todavía una buena subida por delante. Dejé a mi compañero Cristian, al alero de una roca, sentado, con orden de no moverse mucho, pues sus zapatillas le hacían resbalar y estaba muy nervioso.
Decidí trepar por una cornisa de rocas, donde había bastante plantas de pingo-pingo (Ephedra breana), casi totalmente secas, adheridas a las rocas, y otro arbusto que no identifico bien, igualmente seco. Continúo directamente hacia arriba, para llegar cuanto antes, dado que el sendero en zigzag daba un enorme rodeo, y se le veía roto y erosionado en varias partes, peligrosas de pasar. Ya habíamos cruzado con cierta dificultad dos o tres pasos difíciles, de varios metros de ancho, con evidente peligro de rodar por esa pendiente de 40º o algo así. Así llegué hasta los 740 m de altura, en la cima de una pequeña explanada en ascenso.
Aquí noto la presencia de una pequeña pirca de protección contra el viento, construida por antiguos arrieros. Junto a ella, trozos de vidrios de grandes de botellas típicas cerveceras, de fines del siglo XIX. Muy cerca, hallo una botella, intacta, a pesar del tiempo transcurrido. La llevo conmigo. Ha entrado, muy fuerte, la neblina arrastrada con potente viento del sur, que trepa aceleradamente por la ladera sur del cerro donde me encuentro (El cerro “copa de nieve”, de la abuelita Blanca ). No me asusta tanto el viento y su velocidad, cuanto el hecho de que disminuye mucho la visibilidad, y veo que el sendero sigue subiendo y subiendo, por lo menos unos 80 oó 100 m. más.
Subo un poco más para constatar allí , con asombro, la presencia de muchas flores en el área de la cara suroeste del cerro, que es el que más se proyecta hacia el poniente, acercándose al poblado antiguo. Las rocas del sector están pobladas de muchísimos líquenes, signo inequívoco de la presencia constante de la neblina que asciende con velocidad desde el sur-surweste. Veo muchas plantas en flor ahora aquí. Veo mucha Nolana jaffueli, Fortunatia sp, Cristaria sp., grandes plantas de Polyachyrus sp., enteramente floridas, al pie de de una roca. Calandrinia sp. en botón floral y flores abiertas.
El “refugio” (pequeño pircado de forma circular), donde me cobijo por un momento, está instalado a sotavento de la llegada de la neblina; junto al refugio, veo restos de botellas de cerveza y algunos trozos de loza (vajilla) antigua. Subo unos 30 m. más y me detengo. Me preocupa bastante el haber dejado solo a mi compañero y decido regresar. A trechos, entre la niebla, diviso la cima del cerro por el que trepo, la que se yergue unos 100 m más alto, o, tal vez, menos. Ese debería ser el lugar ideal, pienso, para instalar instrumentos captadores (atrapanieblas), porque la altitud parece perfecta (más de 800 m.) y he oído a Danilo que allí se presenta una explanada bastante aprovechable al efecto. Ya veo desde aquí, cómo el viento húmedo la azota de continuo. Creo por fin haber cumplido mi antiguo sueño de ver este lugar con mis propios ojos, en un 90%; solo faltó haber trepado unos 100-150 m. más, hasta alcanzar la cima. No pude esta vez. La niebla era ya muy densa y no se veía la huella: estaba solo y tuvo un poco de miedo. Con desgano y frustración, porque ansiaba mucho llegar a la cima próxima, inicio pausadamente mi descenso. Bajo por la misma cresta por donde trepé poco antes y entre la niebla, a gritos, logro identificar el lugar donde había dejado a mi compañero. Luego, bajamos de prisa.
Al llegar al piso de la quebrada, recorremos en detalle las pircas y las trazas de la pequeña cabaña de pirquineros, donde vivió por un tiempo la familia Pinto, por allá por los años 50 y tantos, antes de establecerse, los primeros, en el bajo, junto a la huella carretera, en 1960. Solo quedan ruinas de pircas y muros. Las antiguas habitaciones se alzan sobre una pequeña terraza fluvial en declive hacia el poniente, adosada a la quebrada que allí va profundamente encajonada. Una pirca muestra los restos de una cancha de mineral, donde aún se ven trozos de mineral de cobre traído desde el alto. Ahí no tenían agua. Pero Danilo me dice la traían de una aguada situada mucho más arriba (aguada de las Cañas) , donde según él, todavía corre agua de buena calidad. Allí se surtían de agua con esfuerzo. Entre las ruinosas habitaciones, encontré un pequeño raspador en sílex blanco y algunas escasas lascas, señas de antiguo trajín indígena en ese mismo lugar, excelente paradero viniendo del alto.
Al llegar de regreso a la casa de los Pinto, junto a la carretera, donde comeré esa noche, Danilo y Juan Carlos me muestran otra huella, de tráfico de carretas, que baja nítidamente algo más al sur, siguiendo la ladera del cerro que enfila norte-sur. Esta sube lentamente, para permitir la subida de los animales. También este camino es digno de ser seguido y estudiado en detalle, en busca de los elementos culturales o eco-culturales dejados por el paso frecuente de las recuas. Danilo me confirma que la arqueóloga Bente Bittmann, estando en Cobija, siempre anheló seguir estas viejas huellas, pero se sentía ya cansada y enferma cuando comprendió que debió haber conocido personalmente todo el trayecto. Lamentó no haberlo hecho antes, según confesó.
Descansé viendo televisión mediante el sistema Sky que tienen los Pinto en su humilde pero bien arreglada casita
Al día siguiente, emprendìa mi viaje de regreso a Iquique.