1. Antecedentes: escasez crónica de agua en el desierto
La suma penuria de agua en el desierto de Atacama, el más árido del planeta, ha sido una constante en todos los relatos antiguos y recientes referidos al desierto de Atacama. Los cronistas tempranos aludieron frecuentemente a ella. Los incas y luego los españoles, en el trayecto desértico entre Arica y Copiapó, conocían bien la ubicación exacta de las escasas aguadas (“jagüeyes” pra los españoles) que podían utilizar durante el trayecto. De este modo, Diego de Almagro aprende de Paullu Inca, su guía, que al cruzar el Despoblado debe enviar sus tropas en grupos muy pequeños, pues el agua de los jagüeyes se agotaba en corto tiempo (Fernández de Oviedo, 1936).
Fig. 1: Vertiente de Curaña. Esta vertiente se encuentra en la Pampa del Tamarugal y constituye un lugar muy apto para acampar. En su derredor, existe hasta hoy un numeroso bosquete de algarrobos (Prosopis alba) y soronas (Tessaria absinthioides) que sobreviven gracias al aporte de corrientes subterráneas.
La explotación temprana del mineral de plata de Huantajaya junto al puerto de Iquique, trabajado desde tiempos del Inca (Cf. Pedro Pizarro, 1944), se hizo muy difícil, precisamente por la extrema penuria de agua en la zona. Con este mismo problema se tropezó en la época de explotación del salitre (Oscar Bermúdez, 1963, 1984), y hubo que abrir pozos en todas las explotaciones del caliche, para acceder a un agua bastante salina, de dudosa calidad (Guillermo Billinghurst, 1884 y 1886). El puerto de Iquique, lugar de recalada obligada para el acceso a Tarapacá, disponía de una escasa y pésima aguada en Bajo Molle, al pie del acantilado, y debía habitualmente aprovisionarse del vital elemento sea de la quebrada de Tiliviche (Pisagua Viejo), o directamente de Camarones (Donoso, 2004, Larrain y Bugueño, 2009). Exactamente con el mismo problema tropiezan los bucaneros ingleses y holandeses. (Francis Drake, por ejemplo), a duras penas logra abastecerse de agua de la corta aguada de Cerro Moreno, mientras calafatea sus naves dañadas frente a la isla Santa Maria. En la provincia de Antofagasta las cosas no son mejores. Las viajeros se refieren constantemente al problema del agua que se observa en el puerto de Cobija, cuyas pequeñísimas vertientes apenas pueden surtir a su pequeña población (D´Orbigny, 1958, 1959), O´Connor, 1928).
2. Las vertientes costeras y el poblamiento prehispánico de la costa.
Llama profundamente la atención, sin embargo, la capacidad y destreza de las antiguas poblaciones costeras prehispánicas de cazadores recolectores marinos para asentarse en esta costa carente de agua. Si bien es cierto que las mayores poblaciones se sitúan de preferencia en las inmediaciones de los cursos de agua y/o en sus desembocaduras (Lluta, San José, Camarones, Tiliviche, Loa), encontramos en la costa árida multitud de sitios arqueológicos y aún cementerios significativos, que nos demuestran que los antiguos pobladores fueron capaces de asentarse en sitios sin agua o de agua sumamente escasa (Lautaro Núñez, 1965/66); Horacio Larrain, 1986). En la región de Tarapacá, por ejemplo, las poblaciones costeras en tiempos indígenas adquirieron importancia en sitios como Bajo Molle, Los Verdes, Cáñamo, Patache, Chanabaya, Pabellón de Pica, Río Seco, en sitios donde, a lo más, contaron con exiguas vertientes, en su mayor parte bastante salobres. Núñez y Varela (1865/66) han hecho un valioso estudio de estas poblaciones costeras y sus recursos de agua potable. Los estudios de Núñez y Moragas, Olmos, y Sanhueza) han señalado la importancia y antigüedad del poblamiento del sitio Cáñamo, junto a Patache, desde la época del final de la cultura Chinchorro. Recientes estudios realizados en el área del Puerto de Patillos demuestran igualmente un antiquísimo poblamiento que se remontaría, por lo menos, al sexto milenio antes de Cristo. (Santoro et al., 2009).
Fig. 2: Aguada de Cerro Moreno (N. de Antofagasta). Expedición nuestra realizada el 1 de diciembre 1964, (foto nuestra de la época).
Fig. 3: Junto al actual pueblo turístico de Los Verdes y a pocos metros del mar, se encuentra esta cueva de cuy techumbre fluye esta vertiente de agua dulce. Hasta el año 1990, tenía aquí su cabaña un solitario ermitaño pescador que se servía de ella.
Los oasis de niebla y el abastecimiento de agua.
A partir del año 1997 un equipo de investigadores de la Universidad Católica conformado por geógrafos, arqueólogos y antropólogos ha demostrado la potencialidad del oasis de niebla de Alto Patache, a 65 km al Sur de Iquique, y la sobrevivencia de numerosas especies de plantas y animales in situ, gracias a la presencia constante de la camanchaca costera.(Pilar Cereceda et al., Raquel Pinto et al., Horacio Larrain et al.) La neblina ha sido capaz no sólo de alimentar este ecosistema relicto, sino también a sus antiguos habitantes, los cazadores recolectores marinos. En varios trabajos recientes, (Horacio Larrain et al, 1998. 1999, 2000; Mauricio Navarro et al., 2005). Se ha demostrado, en efecto, que la presencia en este lugar de fragmentos cerámicos indígena de gran tamaño y en gran número, en un sitio peculiar del acantilado costero, situado hacia los 750 m. de altitud, correspondería a la existencia de un antiguo lugar de captación de agua de la niebla usando tecnologías primitivas, pero eficientes. La presencia de diversos recursos vegetales y animales (caza terrestre) en los “oasis de niebla”, incentivó el arribo de cazadores costeros a las zonas altas, donde podían surtirse varios meses al año (de julio a diciembre) de excelente agua de origen claramente atmosférico, a diferencia de las aguadas costaneras.
Fig. 4: Hacia los 750 m.de altitud, en el oasis de Niebla de Alto Patache, se encuentra este conjunto de rocas con paredes planas y abruptas expuestas al weste, donde la camanchaca se condensa, permitiendo a las pueblaciones costeras del pasado colectar allí, con el apoyo probablemente de cueros animales, para permitir el escurrmiiento del agua atmosférica a las vasijas, de diversos tamaños, dispuestas en su base.
3. El agua y las explotaciones mineras.
Las explotaciones mineras en Tarapacá y Antofagasta requerirán con prontitud de un cuidadoso catastro y examen de las aguadas presentes en el área. En un valioso trabajo Dominique Latrille, en 1887, detalla su número y posición exacta. Y el viajero alemán Rodulfo Amando Philippi en su homérico viaje en mula desde Paposo a San Pedro de Atacama, va tomando nota tanto de su presencia como de las disponibilidades de leña y recursos en sus cercanías (Philippi, 1860). Otro tanto nos ofrece el geógrafo Alejandro Bertrand (1886) en su monumental obra: ´´Las Cordilleras….¨´
4. Los grandes Proyecto de regadío coloniales.
Tanta era la necesidad de agua tanto para las faenas mineras como para la agrícultura regional, que durante el período colonial surgen varios notables Proyectos de desviación de cursos de agua altiplánicos para irrigar la superficie de la Pampa del Tamarugal (Larrain, 1974, 1975). El historiador Jorge Hidalgo los ha estudiado in extenso. El más antiguo es el que nos presenta, acompañado de notables Planos, el Gobernador interino del Corregimiento de Tarapacá, don Antonio O´Brien en 1765, preocupado por la periódica escasez de agua en los pueblos de la quebrada de Tarapacá (Cfr. Larrain y Couyoumdjian, 1975).
5. Almacenamiento y transporte del agua potable.
Allí donde no había agua potable, había que conducirla y/o conservarla. En la época indígena se contaba con pocos tipos de envases o contenedores grandes. Citaremos:
a) los odres de cuero, fabricados comúnmente de los estómagos de los lobos marinos, por los pobladores changos o camanchacas, o de las vejigas de camélidos o aún del cuero de sus extremidades, por parte de los agricultores y ganaderos de las quebradas. Odres o “zaques” los denominaron los cronistas (Cfr. Cristóbal de Molina, Gonzalo Fernández de Oviedo, Gerónimo de Bibar, Pedro Sarmiento de Gamboa). Su capacidad rara vez superaba los 20 litros. Estos podían cerrarse mediante amarras de cuero. Procedía su factura desde los tiempos indígenas tal como su tecnología básica lo delataba a las claras. Tenían el grave inconveniente del mal gusto y desagradable olor que adquiría el agua, pues ésta se inficionaba con el hedor propio de las vejigas de cuero no curtidas. Podían, en caso de roturas, ser fácilmente reparados mediante amarras hechas en el sitio de la perforación. De hecho, los hemos encontrado por decenas y decenas en los basurales coloniales antiguos del Mineral de plata de Huantajaya, junto a Alto Hospicio, y fueron usados por los indígenas que allí laboraron entre lo siglos XVI a XVIII. (cf. Larrain, passim). En la Municipalidad de Alto Hospicio hemos dejado depositados, a fines del año 2017 y a la espera de la construcción de un Museo de Sitio, un conjunto de odres de cuero coloniales rescatados por nosotros de las ruinas del mineral de Huantajaya entre 1999 y 2010.
Fig. 6: Odre o “zaque” confeccionado de la vejiga de un animal (lobo marino o llama (Colección H.Larrain, hoy en custodia en la Municipalidad de Alto Hospicio).
Fig. 7: Este odre ha sido hecho con el cuero de la pata de un llamo. (Colección H. Larrain, en custodIa en la Municipalidad de Alto Hospicio).
b) las grandes tinajas de greda cocida. De origen español, servían como contenedores de varios centenares de litros de líquido. Si bien fueron usadas preferentemente para la fermentación y conservación del vino en los lagares y casas coloniales, también fueron usadas para almacenar agua. Fueron confeccionadas en las llamadas “botijerìas” de las que hubo varias en algunos pueblos tarapaqueños como Suca, Pica, Matilla, Guatacondo. (Cf. Patricio Advis).
Fig. 8: Tinaja de greda conservada en el lagar de Matilla donde se elaboraba el vino durante la época colonial y hasta aproximadamente el año 1930. La inscripción muestra el nombre del propietario del predio agrícola y la fecha de confección de la tinaja (1763), (foto H. Larrain).
Fig. 9: Tinaja procedente de Matilla y conservada en nuestra propiedad hasta el año 2017. (foto H. Larrain).
Fig. 10:Tinaja colonial en una casa particular con inscripción y fecha, en Matilla (foto H. Larrain, 2004).
c) las botijas, contenedores de líquidos de arcilla cocida, de amplia difusión en América. Su tamaño, relativamente pequeño, permitía su transporte tanto en las carretas como en los mulares. Podían contener entre 25 y 38 litros de agua. (Bugueño, 2008 y 2009).
Fig. 11: Botijas procedentes de Matilla (de la colección H. Larrain, hoy en custodia en Municipalidad de Alto Hospicio). (foto H. Larrain).
Fig. 12: Botija en exhibición en el Museo Salitrero de la oficina Santa Laura (2004). La poiíción inferior termina en punta lo que permitia ser parcialmente enterrada en el suelo. (foto H. Larrain).
Fig.13: Botija colonial comprada en Matilla en el año 2004. (foto H. Larrain; Colección H. Larrain, hoy en custodia en la Municipalidad de Alto Hospicio).
Conclusiones:
1) Si bien vivían en pleno desierto, las comunidades humanas de la costa árida norte chilena fueron capaces de obtener el agua sea de las vertientes escasas o del agua atmosférica contenida en las neblinas costeras rasantes o camanchacas;
2) En los sitios costeros, el agua, producto extremadamente escaso, fue usada por sus habitantes solamente para la bebida. Los alimentos de origen marino se cocinaban directamente al fuego;
3) Los lugareños encontraron, desde tiempos inmemoriales, en la Naturaleza, previa transformación, los elementos indispensables para almacenar y transportar el agua para sus necesidades básicas;
4) Los grandes Proyectos de regadío proyectados durante el período colonial, nunca se hicieron realidad, debido a su altísimo costo.