jueves, 30 de abril de 2015

Cazadores-recolectores montañeses hace 4.500 años atrás: Excavación en La Leonera, quebrada de las Ñipas, Comuna de Graneros (Chile Central).


Fig. 1.  Se observa bien el curso del  rio Codegua  que, de Este a Weste, pasa por el lugar llamado "Corrales de Piedra"; a continuación, cruza  el Estero seco de "Las Ñipas" (lugar de nuestra excavación) arqueológica), y más al poniente,  junto al "Hotel de la Leonera" ( indicado en rojo). El lugar del hallazgo se halla a unos 860 m de  altitud s.n.m. y a  unos 200 m. al  Sur del cauce del río Codegua.. "Las Ñipas "denominan los lugareños a  este pequeño afluente ocasional del Codegua que  viene desde el Sur.  (Figura tomada de Google Earth con adición de sitios).

Un descubrimiento de hace más de  32 años.

Nunca es tarde para presentar un antiguo hallazgo arqueológico nuestro que estimamos no debe quedar indocumentado. Aunque han pasado ya 32 largos años, el autor principal del hallazgo (autor de este Blog) se siente en la imperiosa obligación ética de  entregar toda la información disponible,  para que no se pierdan los detalles  y circunstancias del hallazgo. Más aún, para que sirva de referencia a otras investigaciones de campo, hechas por arqueólogos avezados, sea en la zona misma del hallazgo, sea en otros lugares similares de la precordillera baja de la zona central de Chile. La comparación de estos resultados con otros obtenidos en sitios semejantes,  aportará, sin duda alguna a un mayor y mejor conocimiento de la arqueología de Chile Central  en este período poco inventariado de los cazadores-recolectores andinos de la prehstoria.

"Más vale tarde que nunca".

La existencia hoy día de este novedoso sistema de Blog digital -del que carecíamos totalmente  hace 32 años-  nos permite entregar hoy  a la web  y sus numerosos usuarios los antecedentes exactos del proceso de excavación y sus resultados. "Más vale tarde que nunca". No nos habríamos conformado   fácilmente,  si no hubiéramos respondido al imperativo ético de dejar un fiel registro del hallazgo y sus circunstancias. Como antropólogos y arqueólogos, nos asiste el deber ineludible de  dejar constancia de lo que hemos presenciado y/o descubierto durante nuestra vida. En caso de no hacerlo, se pierde y desperdicia un retazo de la historia cultural humana que nos ha sido dado contemplar  y observar de cerca. 

El ambiente  ecológico de este hallazgo.

Fig.2.   El ambiente  geográfico-ecológico. En un pequeño sitio libre de vegetación,   a 1,20 m de unas matas de espinos (centro de la foto)  y  a  30 cm de una gran roca que afloraba  apenas  unos 35 cm por sobre la superficie del terreno, decidimos abrir  la primera cuadrícula exploratoria (de 1m. x 1m) . El área circundante estaba poblada de espinos (Acacia caven) y litres  (Litraea caustica) que ocupan la pequeña terraza fluvial. Son especies muy   representativas del matorral de secano de la zona central de Chile.  En el primer plano de la foto, se observa algunos ejemplares de  cactus (Trichocereus chilensis), quila (Chusquea quila),   quillayes (Quillaja saponaria) y  la bromelia Puya chilensis que  ascienden por las laderas más soleadas y secas. Los árboles más grandes de atrás son fresnos, árbol  foráneo que ocupa  el fondo más húmedo de esta quebradilla de  "Las Ñipas".  El sitio exacto de la excavación  se halla  al medio de la fotografía (Foto H. Larrain, Enero 1983  tomada desde el sector Este, subiendo  el cerro).

Antecedentes.

Las notas que siguen  tienen por objeto presentar la información disponible  y reconstruir una excavación arqueológica realizada  por nosotros  y nuestra familia en un sitio de cazadores-recolectores del final del Arcaico en la precordillera de Graneros, (coordenadas  geográficas 34º  02´ L. S. y 70º 32´L.W.). La excavación de los tres pozos de sondeo se realizó entre los días 29 de Enero y 10 de Febrero del año 1983. Además de los alumnos de la carrera de Historia y  Geografía de la Universidad de Santiago, participaron activamente nuestros dos hijos, María Cristina de 13 años y Carlos Horacio, de tan  solo 9 años de edad. Los primeros  indicios de presencia indígena antigua en esta zona (lascas de obsidiana y sílex, y puntas de proyectil),  aparecieron en el verano del año 1979, como resultado de nuestros  paseos por los alrededores. Muy pronto nos dimos cuenta que su abundancia apuntaba a la existencia de un campamento de cazadores- recolectores, lo que fue corroborado en el decurso de la excavación aquí descrita. 

Fig. 3.  En expedición por sobre los 3.000 m rumbo al "Cerro Bayo".  De esta zona parece provenir parte del material  lítico  de sílex y jaspe, detectado en nuestras excavaciones de "Las Ñipas".

Los autores.

La copia del Informe de terreno emitido en su época y presentado entonces  al Consejo de Monumentos Nacionales, porta la fecha  21/01/1985. Lo firman  Horacio Larrain Barros  (Ph.D.), arqueólogo  y María Cristina Mardorf Rojas,  Profesora de Historia.  Este documento  y un  conjunto de fotografías de la época, reproducidas en forma digital y que se conservaban en la Colección  del Dr. Horacio Larrain en Pica  (Iª Región), nos permiten   reconstituir hoy, con bastante precisión,  tanto el ambiente   ecológico-geográfico del hallazgo, como  el desarrollo de la  investigación de campo.

Una tesis de Historia y Geografía.

El trabajo de campo aquí  referido  fue dirigido por el arqueólogo Horacio Larrain y sirvió como investigación  de terreno para la titulación de un grupo de estudiantes de la Carrera de Historia y Geografía. Dicha Tesis con el nombre de: "Habitat y cultura de un grupo de cazadores recolectores de la Precordillera de Chile Central"  (1983,  294 p.) fue presentada en el Departamento de Historia y Geografía de la Universidad de Santiago. Los alumnos que participaron en el trabajo fueron los señores Carlos Gamboa Contreras, Elena Briceño Lazcano, María Teresa Smith Arce y Tania Rojas Jorquera.  En la Biblioteca de la Universidad de Santiago, debe conservarse el ejemplar original de esta presentación.  La Tesis fue dirigida por  su profesora, Sra. María Cristina Mardorf Rojas. Su consulta por parte de futuros investigadores permitirá,  sin duda, agregar más antecedentes sobre este mismo tema  y enriquecer  este capítulo. 

Algunos antecedentes de la época colonial.

La zona de  "La Leonera", se halla en la región de Graneros,  VI Región de Chile,  en las coordenadas UTM 357714 E y 6232620 S.,  en los primeros contrafuertes de la cordillera de los Andes. inmediato al costado sur del estero Codegua, a unos  200 m  de su curso y en una pequeña  terraza fluvial. del estero "Las Ñipas" (Vea Fig. 1, plano tomado de Google Earth y  foto en Fig. 2 y 4). Este sector  era una pequeña parte de la sección oriental de la antigua hacienda "La Compañía", propiedad que fuera de los jesuitas en tiempos coloniales (de ahí su nombre). Expropiada a éstos por el Estado  español en el año 1767,  por Decreto de expulsión del rey Carlos III,  pasa a manos particulares y se fue fragmentando con el correr de los años.

Historia reciente: compra de la propiedad por mi padre.

Hacia 1938-39 la hacienda de "La Leonera", cuyo último propietario había sido el distinguido  hacendado conservador y político chileno don Ventura Blanco Viel   (1846-1930)  lindaba por el Este con el Mineral de cobre de "El  Teniente", propiedad de la Braden Copper Mines.  Algunos años después de la muerte de su dueño, ocurrida en 1930,  esta extensa propiedad fue parcelada y dividida en numerosos lotes.  Mi padre, Horacio Larrain Cotapos, compró una de las parcelas en  la zona del bajo, donde construiría muy luego su casa de adobes,  y una zona  extensa de cerros aledaños, totalizando unas  17.000 hás de terreno.
Varios tíos nuestros, (José Barros Casanueva, Sergio Fernández, Alberto Yrarrázaval Lecaros), entusiasmados por mi padre, compraron, igualmente,  pequeñas parcelas vecinas o colindantes, de tal suerte que nuestra niñez recuerda hoy vivamente episodios divertidos  y anécdotas a granel,   propias de la grata convivencia familiar en tiempo de vacaciones de verano e invierno. Los paseos a caballo entre los primos era una de las entretenciones más frecuentes; en efecto, estos paseos por el día nos llevaban río arriba,  a los baños de "Las Marcas" y aún mucho  más allá,  hasta los "Corrales de  Piedra".  Más arriba, nos estaba normalmente vedado  subir, salvo que fuésemos acompañados por empleados del papá. 

Fig.  4.  Imagen tomada de un calendario. Se trata de un estero de la zona de Achibueno, Región del Maule, notablemente semejante a lo vivido por nosotros en la zona interior  del río Codegua, sector  los "Corrales de Piedra"  (La Leonera).

Actividades económicas en  la parcela.

Mi padre mantenía normalmente ganado caballar y vacuno pastando en la cordillera ("invernadas" en la zona de "La Buitrera") y obtenía de las quebradas el preciado carbón de leña mediante numerosos hornos donde se quemaba leña de espinos, litres, quillayes, peumos o lingues que poblaban las laderas. Hasta hoy subsisten los despojos de uno de estos hornos, a unos  500 m del sitio del hallazgo.  A la vez, solía mantener una pequeña  manada de cabras cuyos corrales se hallaban muy cerca del sitio arqueológico. Según recuerdo, ocasionalmente, producía también  miel da abejas  que mantenía en grupos de  20-30 colmenas. La plantación de bosques de eucaliptus en  las  orillas del río tanto para defensa contra sus crecidas como para la corta y venta de postes  y leña, era una de las obsesiones de nuestro padre para sacar un mejor provecho de su parcela. Cuando niños-  lo recuerdo bien-  ayudábamos a los peones  a plantar los débiles arbolitos de apenas unos   20-25 cm de alto en la caja del río, entre las piedras. No pocos de éstos perduran hasta hoy.  Su numerosa familia de diez hijos,  exigía  a mi padre los máximos esfuerzos para subsistir dignamente.

Fig.  5.  Mis padres, Inés Barros Casabueva y Horacio Larrain Cotapos en la parcela de La Leonera (Santa Inés del Arrayán) hacia el año  1963-1965 ( Foto Eugenio Larrain B.)

El proceso de la excavación en las imágenes Agfa captadas en Enero del año 1983.

Las  35 imágenes que presentamos a continuación, muestran  en detalle el proceso completo de la excavación. La casi totalidad de las fotos son nuestras.

Fig. 6.  El inicio del pozo de sondeo. Una cuadricula de   1 m  x  1 m  queda instalada en un claro entre los   matorrales. Se ha limpiado aquí  la superficie de los primeros 3 cm.  (Foto H. Larrain,  Enero 1983)

Fig. 7.  Una de las alumnas de Historia, de la Universidad de Santiago que participa en la excavación. Observe la lozanía  y riqueza de la flora acompañante.  A la derecha, un enorme ejemplar de peumo (Cryptocarya alba)  de hojas coriáceas y oscuras.

Fig. 8. Se aprovechó un claro entre los matorrales de secano para  realizar el trabajo de campo.


Fig. 9.  Se fue harneando en  harnero fino  todo el material terroso que se iba extrzyendo de la excavación, con el fin de recuperar y contabilizar una por una  las  lascas  líticas, desechos de talla de los antiguos cazadores. El enorme número de lascas halladas, constituye un testimonio de la frecuente ocupación del lugar por bandas de cazadores  montañeses.

Fig. 10.   En esta Capa III de la excavación, aparecen a la vista  numerosos cantos angulosos de la  roca propia   del lugar.

Fig. 11.  Aparecen restos de huesos largos,  probablemente de  camélidos (¿guanaco?). Suponemos fundamente que  el principal objetivo de caza en esta zona cordillerana, fue el guanaco  (Lama guanicoe),  el cual aún hoy puede observarse  en las zonas más altas.

Fig. 12.  Capa IV  ( entre 15.5  cm y 26.0  cm   Aquí aparecieron los primeros instrumentos en forma de toscos chopping tools o machacadores primitivos,  con señas evidentes de  golpes en sus bordes.


Fig. 13 y 14.  Capa  V. Aparecen las grandes piedras que constituían el fogón. Éste  estaba conformado por seis piedras grandes. En la foto visibles solo  5 de ellas. La  piedra del medio, resulto ser una piedra de molerr. El resto se halló en la cuadrícula vecina, excavada poco después.

Fig. 15. Evidencia de abundante ceniza color oscuro. La excavación llega aquí a los 40 cm de profundidad. En esta Capa  V se hallaron varios instrumentos líticos propios del cazador andino:  un biface en sílex gris, una punta de proyectil en sílex blanco-rosáceo, 1 percutor en canto rodado, 1 punta de proyectil en obsidiana,  y 2 chopping tools en andesita. En esta misma  capa, junto al fogón se halló una enorme cantidad de lascas (494 en total)  como evidencia de trabajo humano de fabricación de instrumentos,  y trozos de carbón de mayor tamaño  (usado para la muestra de C14).

Fig. 16. En esta capa VI (entre  los 43 y 66 cm de espesor)   aparece, a  la izquierda de la imagen,  y a unos 30 cm del fogón, una piedra horadada,  fracturada en su plano horizontal y muy pequeña (5.5 cm x 4.6 cm). A la derecha, se puede ver la gran piedra de moler (batán), con una nítida  concavidad en su parte media, producto del  intenso uso  en la labor de molienda.  Es un típico  bolón  desgastado de río, adaptado al efecto  y transportado  a este fogón. Pertenecía a la capa precedente del fogón (Capa V)  y fue hallado boca abajo  (invertido), como si hubiese sido intencionalmente ocultado por los moradores. En el extremo derecho de la imagen se observa un guijarro redondeado, en realidad una "mano" de moler, desgastada, probablemente empleada  en el batán o metate.

Fig. 17.   Aspecto del fogón (Capa V)  una vez retirado  el metate o batán  mostrado en la Figura anterior.

Fig. 18.  Detalle de la forma de  establecer las cuadrículas. Se usó estacas  cortadas de palos de coligue, afiladas en un extremo, unidas por medio de lienzas tirantes.

Fig. 19. La flecha indica el Norte de la excavación. La cuadrícula  inicial  fue orientada exactamente en la dirección  N-S.


Fig. 20.  Observe la coloración más oscura ( negruzca),  de la fina tierra  con cenizas, entre las piedras (lado derecho),  y compare con  el color más claro del resto del terreno.  Lo oscuro corresponde a restos del fogón  primitivo.

Fig. 21.  El investigador principal en faena, brocha en mano. A su derecha, de espaldas, Carlos Larrain, nuestro hijo. Esta imagen ya fue publicada en nuestra obra:  Etnogeografia de Chile, Instituto Geográfico Militar,  Santiago,  1987: pp. 86-87. Allí se hace hincapié en el hecho de que estas bandas de cazadores-recolectores nómadas circulaban  a través de la Cordillera de los Andes, especialmente en los meses de verano,  uniendo el valle central de Chile con  las pampas de  Mendoza y San Juan. A su paso  por la zona de las cumbres andinas, han  descubierto y utilizado yacimientos de obsidiana, silex y  y jaspe  allí existentes en vetas  o  en bloque sueltos, para la fabricación de sus instrumentos de caza y cocina.


Fig. 22.  Un raspador en sílex de coloración violácea. Longitud:  10 cm.


Fig. 23.  Ubicación de la misma pieza en la cuadrícula, a los 37 cm de profundidad..


Fig. 24.  Diferentes lascas, separadas por su tipo (jaspe rojo, sílex y obsidiana volcánica) para su perfecta contabilidad.
Fig. 25.  Detalle de la excavación: el fogón. Aparecen las primeras  piedras que lo conformaban.

Fig. 26.  Un percutor en piedra andesita asoma  exactamente  en una  pared del pozo de sondeo.

Fig. 27. Huesos largos de extremidades de un mamífero, probablemente de  un guanaco. En todo caso, no se trata de  restos humanos. Los cortes visibles  en  el sentido de la longitud, dejan en evidencia la extracción intencional de la médula ósea.


Fig. 28. Al centro, se puede ver  la piedra  de moler o batán, en posición  invertida, tal como apareció en la excavación.  Fue así dejada intencionalmente en medio del fogón, como medida de protección, al abandonar el lugar.

Fig. 29.  Aspecto del trazado de cuerdas cada 25 cm para permitir  efectuar con exactitud  el dibujo de las piedras  que conformaban del fogón.

Fig. 30. El fogón ya limpio, mostrando sus seis componentes.

Fig. 31.   Avance de la excavación  en tres pozos  de sondeo simultàneos. Mi hijo, Carlos Larrain de 9 años  de edad  observa con   curiosidad el proceso.

Fig. 32.  María Cristina  Mardorf, profesora del curso de Historia de la Universidad de Santiago, midiendo con huincha la profundidad de uno de los objetos hallados.

Fig. 33.  Junto a la  única roca que   aparecía a la vista en esta terraza fluvial, se va depositando los  trozos de roca  extraídos en el proceso.  Atrás,  se perfila  la tierra fina, fruto del cuidadoso  harneado ejecutado.

Fig. 34.  Otra vista de la excavación.  Máxima profundidad alcanzada:  73cm.

Fig. 35.  Cuadriculado de las secciones de la excavación



Fig. 36.  Piedra de moler ( batán), mano y piedra horadada. Posición relativa de los objetos.

Fig. 37.  Detalle  que muestran el fondo del fogón.

Fig. 33.   Detalle.


Fig. 38.  Una de las estudiantes del curso, limpiando con una brocha las piedras del fogón.

Fig. 39.  Vista del fogón  ya descubierto  y limpio de polvo.

Fig. 40.  Detalle.

Fig. 41.  El fogón presentando la piedra de moler o batán, en su interior. Prof.: 43 cm.

Fig. 42.  Posición relativa del batán,  "mano" de moler y piedra horadada.

Fig. 43.  El área del hallazgo  en un plano regional. El río Codegua corta transversalmente en un rumbo  E-W   el macizo andino en sus estribaciones  terminales. Se puede distinguir  la extensa planicie regada por las aguas de este río  en las proximidades del pueblo actual de Codegua (Imagen actual del Google Earth tomada el  15 de Marzo 2015).

Epílogo.

Dada la excesiva extensión de este trabajo, dejaremos para la segunda parte del mismo, que esperamos ofrecer, Dios mediante en los próximos días, el resto del trabajo, esto es, la presentación del Informe original y los comentarios de índole ecológico-cultural que derivan del mismo.  Igualmente se ofrecerá  las dataciones de C14 obtenidas del carbón  de leña del fogón, hechas por la Comisión de Energía Nuclear, en Santiago de Chile  en 1984.  Páginas  copiadas de nuestro Diario de Campo  de la época, nos  mostrarán algunos de los objetos   rescatados  del sitio  y   las circunstancias propias   del hallazgo..

Esperamos recabar una  información adicional sobre antecedentes correspondientes al período de compra del predio por parte de mi padre, de mi hermano Eugenio Larrain Barros, en los próximos días.


1.

miércoles, 29 de abril de 2015

¿La primera mención explícita a los geoglifos de Tarapacá?. El trabajo de John H. Blake en 1843.


Fig. 1. Portada de la revista de los Estados Unidos donde  publicó John  H. Blake su artículo sobre Tarapacá  en  1843.

 Las primeras ilustraciones de geoglifos en Tarapacá.

Generalmente, se ha  asumido - y los arqueólogos lo han repetido con frecuencia-  que  las primeras referencias claras  a  los geoglifos de Tarapacá, Norte de Chile, corresponderían  a  los grabados y explicaciones entregadas por William Bollaert, en su  bien conocida obra:  Antiquarian, Ethnological and Other Researches in New Granada,  Equador,  Peru and Chile, London, Trübner and Co.,   1860. En efecto, allí  se presentan algunas reproducciones de figuras de geoglifos de la zona de Pintados y otros lugares próximos, bastante estilizadas, por lo demás. Un poco antes, en otro trabajo  suyo titulado:   "Observations on the Geography of Southern Peru, including survey of the Province of Tarapaca and Route to Chile by the Coast of the Desert of Atacama",  publicado en The Journal of the Royal geographical Society of London, Vol. 21, 1851:  99-130, Bollaert ya había hecho referencia  a estas manifestaciones artísticas que despiertan su interés y curiosidad científica.  Pero ciertamente no es el primero en referirse a ellas, como veremos. 

El verdadero precursor.

En este capítulo, nos proponemos  dar a conocer   al  precursor de los estudios de arte rupestre, quien creemos, por la fecha de su trabajo,   habría sido  el primero en referirse a este arte tarapaqueño en forma  patente e inconfundible, hacia mediados del siglo XIX  (1843). No estamos totalmente seguros de ello, pero parece ser ésta la primera referencia concreta  a manifestaciones de  arte rupestre  en el extremo norte de Chile, y anterior en unos ocho años  a las bien conocidas referencias de William Bollaert  (1851).  Si estamos en un error, agradeceremos a nuestros  lectores desde ya su valioso  aporte.

Un   poco conocido químico,  notable  descriptor  de la región de Tarapacá.

El mérito correspondería  a John  H. Blake  en un artículo  denominado: "Geological and Miscellaneous Notice of  the province of Tarapaca,  with a Map ", Apareció en la revista  The American Journal of Science and Arts,  Vol. XIV, April 1843:1-12, New Haven.   John H. Blake fue miembro correspondiente de la Boston Society of Natural History en su calidad de químico y metalurgista,  y vivió un tiempo en el Perú de entonces, donde tuvo ocasión de visitar y observar  numerosos lugares  de explotación minera, entre ellos Tarapacá.  Según el historiador chileno Oscar Bermúdez, en su obra:  Historia del Salitre desde sus orígenes hasta la Guerra del Pacífico, ( Ediciones de la Universidad de Chile, 1963:   161-162),  Blake había enviado muestras de salitre de diversos yacimientos a los Estados Unidos,  luego de recorrer la pampa salitrera en el año  1840.  Otros, como  Patricio Díaz  V. en su obra: La industria del salitre contada por el yodo   1811-2004,  (Emelnor, Impresores, Antofagasta, 2005), sin indicar sus fuentes,   señalan que  Blake habría enviado ya muestras de salitre de Tarapacá a partir del  año 1830 (Díaz   2005: 19).

Referencias a las minas de plata de Huantajaya.

 Son  interesantes, además,  las  referencias de Blake a las minas de plata de Huantajaya y Santa Rosa, por entonces  en gran decadencia según afirma tras haberlas  visitado, y cuyos rindes habían  disminuido considerablemente.  Si bien  Blake nos ofrece en su artículo  muchísimo material para análisis tanto desde el punto de vista de la geografía como de la minería, en este momento sólo nos referiremos a sus aportes en el campo del arte rupestre  y la arqueología de Tarapacá.


Fig. 2.  Página del trabajo donde se habla del arte rupestre y de la arqueología de Tarapacá.



Fig. 3.    Párrafos finales del trabajo que aluden  a descubrimientos arqueológicos y a la existencia de  antiguos socavones en Pica, para el regadío de sus chacras. 

Cerca de Tana,  observa   un  círculo hecho de de piedras, que le llama poderosamente  la atención. Dice textualmente (en traducción nuestra del texto inglés):

Texto de Blake:

"La provincia de Tarapacá no es rica en restos de los antiguos habitantes (1); hay sin embargo vestigios de interés en numerosas partes de la planicie. En la cima  de un cerro cónico,  de forma regular, hay dos grandes círculos, uno dentro del otro, formado por grandes bloques de piedra  (2), los que evidentemente fueron transportados allí desde alguna parte del valle  situado más abajo,  con un inmenso gasto de trabajo y sin apoyo de maquinaria. Similares círculos de piedras, al estilo de aquellos erigidos por los antiguos Celtas (3), no son desconocidos en Perú y Bolivia.

En la base del cerro se hallan los restos de unas pocas habitaciones, cuyas murallas  han caído y están  casi sepultadas. Removiendo la arena de una de ellas, se observó que el piso estaba compuesto de un cemento, suave [al tacto] y endurecido. Se descubrieron [allí] unos pocos cántaros de  arcilla y varias piedras planas, hemisféricas; estas últimas fueron probablemente utilizadas para  moler maíz (4).

A una distancia de una o dos millas de este lugar se halla un antiguo cementerio en el cual fueron depositados numerosos  cuerpos (5). A diferencia de aquellos [hallados en] Arica y en otras partes del Perú, estos cuerpos en su mayor parte  se han desintegrado y  convertido ya en polvo. Han sido enterrados en una posición sedente, con los brazos cruzados  sobre el pecho: están envueltos en telas de lana, algunas de las cuales están fina y ricamente coloreadas  (6). Como en el caso de los lugares de enterramiento cerca de Arica,  muchos de los cráneos son  de forma alargada (7) de tal suerte que dos tercios de la masa cerebral  se presenta detrás del foramen occipital.
En el  extremo sur de la pampa se descubrió una tumba solitaria,  distante de cualquier otro vestigio de habitantes, que contenía un solo cuerpo  que yacía en posición horizontal, vestido de pieles de pingüinos (8) finamente cosidas (9) . A su lado, yacía un arco y una carcaj de flechas, cuyas cabezales estaban  hechos de carnelina  [carnelian] (10) .

En varias partes de la pampa hay figuras de veinte a treinta pies de tamaño, formadas en la arcilla [marl] de la planicie (11) ; las líneas  tienen un ancho de  doce a dieciocho pulgadas y una profundidad de  seis a ocho  pulgadas (12). El origen y significado de estas grandes jeroglíficos es desconocido" (13). (1843: 11-12; énfasis nuestro).

(Sigue una muy interesante  descripción del  sistema de los socavones de Pica,  trabajos  que  el autor supone, igualmente, fueron  obra de los antiguos habitantes prehispánicos).


Notas de corte  eco-antropológico  al texto de John  Blake.

(1)  En comparación  con áreas del centro y  centro sur del Perú actual, también reconocidas y visitadas por el  metalurgista  Blake.

(2)  Esta referencia nos resulta hoy bastante  extraña; porque construcciones de grandes bloques de piedra en  figura de círculos concéntricos, en lo alto de cerros,  nunca han sido reportadas en Tarapacá,  que sepamos, y mucho  menos aún, comparables (como lo hace aquí Blake) con  las de los antiguos monumentos megalíticos de los  Celtas. ¿Será que Blake vio dichos círculos  tan solo a la distancia, como efectivamente los hay en la zona en forma de geoglifos,  creyendo, en su imaginación,  que estaban construidos de grandes bloques?. En todo caso, esto resulta por demás extraño, dada la gran prolijidad  y exactitud  que muestra Blake en sus descripciones  mineralógicas

(3)   Referencia  sin duda alguna a  los antiguos monumentos  megalíticos de Stonehenge, en el condado de Wiltshire, en el extremo sur de Inglaterra.

(4)  Referencia a las piedras de moler  o  metates en las que se molía toda clase de  semillas comestibles (maíz, porotos, quínoa, etc.)   para obtener harinas. Se le denomina batán, en quechua, metate, en náhuatl y kudi en mapuche. Se compone de  una base perfectamente plana con una hendidura  para ejecutar la molienda, previamente  preparada  al efecto y la " mano"  o moleta que se emplea con ambas manos en un movimiento de vaivén, para ir moliendo lentamente la semilla.

(5)  Dos millas equivalen a  unos  3,2   km.  Se tratará, tal vez, de algún lugar de sembrío  en la propia quebrada de Tana?.  Es muy probable, pero no lo sabemos con certeza

(6)  La presencia de llicllas o aguayos decorados y hechos de lana de camélidos, es  algo común en los enterratorios   de los períodos cerámicos  del período Intermedio Tardío.

(7)   Se trata de la deformación craneana definida como tubular oblicua, en la nomenclatura usada por el antropólogo físico  Juan Comas. Esta es bastante común en los entierros de la zona costera  correspondiente a  los grupos pobladores de la costa.

(8)   Los pescadores frecuentemente  poseían una vestimenta  hecha de pieles de aves marinas cosidas. Más que en pieles de pingüinos, debemos pensar en  pelícanos   (Pelecanus thagus), el tipo de   ave más abundante y frecuente en los roqueríos del litoral.

(9)  Entierros de pescadores con pieles de aves marinas han sido hallados  en Pica y en otros oasis del interior. A fines de  1964, hallamos con Bernardo Tolosa, en una ladera en Quillagua uno de estos entierros de pescadores costeros, provisto de  una  vestimenta de aves marinas y portando  una talega al pecho, llena de peces secos.

(10)  Seguramente se quiso indicar con este nombre (hoy en desuso) algún tipo de sílex  brillante   [flint], material de uso muy frecuente en la confección de puntas de proyectil tanto en la costa como en el interior. La carnelina  es un tipo de ágata, apreciada por los coleccionistas. De hecho  algunos  fragmentos de sílex  que se observan en la costa  chilena  en forma de lascas,  se asemejan  a veces notoriamente a este tipo de ágatas color rojo sangre.

(11)   Veinte a treinta pies equivalen aproximadamente a  7 a 9 metros de largo.

(12)  Se trata aquí evidentemente de las figuras rupestres  dibujadas en  la pampa misma o en laderas suaves de la planicie sobre el terreno mismo.  No explica  el autor  el método usado para formar las figuras, pero sabemos que éste consistía sea en adición de piedras para formar el contorno de las figuras, o por sustracción de parte del terreno subyacente, para dejar al descubierto  una coloración más clara y así hacer destacar nítidamente las figuras. Por excepción, se utilizaban ambos métodos a la vez.

(13)  El ancho del trazo que delinea   y forma la figura de los geoglifos, lo calcula  Blake desde 30, 5 cm a  casi 46 cm de ancho, lo que corresponde bastante bien a la  realidad observada por nosotros en las figuras de mayor tamaño.

(14)   Respecto al  posible significado u origen de estas figuras, Blake no se  compromete: "es desconocido", nos señala escuetamente.   Como era común en la  época, denomina "jeroglíficos" a estas figuras, palabra que  en su original griego significa  "trazo o dibujo sagrado" . Y, efectivamente,  su sentido profundo tiene que ver con   el ámbito de lo sagrado  y, como tal, nos es hoy día  muy difícilmente accesible. Que tales figuras  corresponden plenamente a la esfera de lo ritual o sagrado, y no al de una actividad meramente económica, quedan muy pocas dudas.






domingo, 19 de abril de 2015

Pascual Bacián Quihuata el patriarca de Quipisca: referencias sobre toponimia y el "Camino del Inca" en Tarapacá.

Fig.  0.  Don Pascual  desde el corredor de su vivienda  de muros de piedra, devastada por el terremoto del año 2005. Sitio de Tauquinza. Vista hacia el Este,  al valle de Quipisca, (Foto H. Larrain, Noviembre  2011).

Un sentido  homenaje.

En este capítulo de nuestro Blog. hemos querido rendir  un homenaje póstumo a un hombre  sencillo y humilde -como tantos  en nuestra precordillera tarapaqueña- que  con su sabiduría  tradicional nos guió en nuestro estudio y nos condujo -sin percatarse él de su importancia- al descubrimiento de un tramo notable del Qhapaqñan o "Camino del Inca"  en la zona de la desembocadura de la quebrada de Quipisca, territorio de su comunidad. 

Sabiduría tradicional.

Hombres "sabios" como él, con una experiencia de vida excepcional, nos  ilustran bien acerca del devenir histórico de la gran mayoría de  los habitantes de la precordillera, en una época en que aún  el contacto asiduo con las Oficinas Salitreras de la pampa del Tamarugal  era una realidad habitual y, por consecuencia, cuando el tráfico asiduo hacia las Oficinas  era parte de la vida diaria de sus habitantes. Hacia allá conducían su producción de frutas, verduras   y forraje (alfalfa) y otros productos de su medio, para intercambiarlos por elementos vitales para su vida como  azúcar, sal, harina, aceite, grasa y licores y entre los productos importados que llegaban a las pulperías de  las Oficinas, las apetecidas latas de conserva de procedencia europea.

 "Tesoros vivientes" se ha denominado con razón  a estos pobladores que  en su diario vivir reproducen los antiguos modos de vida, sus tradiciones y sus  recuerdos de antaño.


Fig. 1.  Con don Pascual Bacián Quihuata en su  humilde casa situada en el lecho de la quebrada de Quipisca, sector Tauquinza. Entrevista realizada en julio del año 2011  con motivo de la preparación de una obra sobre el valle de  Quipisca, su historia y sus habitantes.

 Una cálida hospitalidad.

Don Pascual,  encorvado ya por el peso de los años y el arduo trabajo agrícola, nos brindó  una  cálida hospitalidad y  contestó amable y confiadamente nuestras preguntas sobre su vida y sus experiencias. Era, en ese momento, la persona de más edad de su comunidad, constituida hoy como "Comunidad quechua de Quipisca" dotada de personería jurídica y reconocimiento oficial por parta de la CONADI regional.   Precisamente,  esa condición de ser la persona más  anciana de la comunidad -su patriarca-, fue el aliciente para entrevistarlo, en ese momento,  por espacio de más de una hora. (FotoWilfredo Bacián, Julio 2011).


Fig. 2.  Conversando  amablemente con don Pascual  (derecha) y su sobrino Wilfredo Bacián, (extrema izquierda). Su humilde casa, de sólidos muros de piedra, situada en  la margen norte de la quebrada, sufrió los estragos del terremoto de junio 2005  y tuvo que ser abandonada. La actual vivienda de cañas en el piso del estrecho valle  es una construcción de emergencia. Esta última casi fue arrasada y destrozada por el potente aluvión desatado el 11 de Febrero del año 2012.  Aquí se realizó la entrevista (Foto  Luciano Mardones,  Julio 2011).


Fig. 3.  La modesta vivienda actual, forrada en cañas,  es compartida con un  residente,  originario de Chaitén   (Región de Aysén),   de nombre José Alvarez. Es el primero a la izquierda de la fotografía, el  que por extraños avatares de la historia, llegó a quedarse  para siempre en este Norte desértico. Desde hace quince años reside en la quebrada de Quipisca, que ha pasado a ser su nueva patria. Hoy, tras la muerte de su protector y amigo, es uno de los poquísimos habitantes de la quebrada, asolada por terremotos y aludes. En la foto,  acompaña a don Pascual   y al autor de este Blog (Foto Luciano Mardones, Julio 2012).


Fig. 4.   Durante parte de la entrevista realizada por el autor a don Pascual Bacián, en su casa, en el sitio de Tauquinza (Foto  Luciano  Mardones  C.,  Julio 2012).


 Fig. 5.  La joven antropóloga  social Jocelyn Gómez  durante  la  entrevista a don Pascual  Bacián,   Junio  2011. (Foto Luciano Mardones).

Fig. 6. En la ladera, al medio de la fotografía, se puede observar las  ruinas del antiguo pueblo denominado hoy "La Capìlla". Somos de opinión de que ha sido este lugar  el antiguo pueblo indígena y colonial nombrado como   "Quipisca". Abajo, en un primer plano de la fotografía, chacras escalonadas en el sector "La Palma",  (Foto H. Larrain, Noviembre  2011).
  

Fig.7.  Especie de cista de piedra, muy bien hecha, seguramente  una collca donde los antiguos depositaban  y conservaban bajo tierra,  y por meses  sus alimentos secos  (maíz, porotos, quínoa, etc).  Este elemento cultural se halla en el lugar llamado hoy "La Capilla"  cuyas ruinas,  muy bien conservadas, denotan la existencia de un pueblo formado por numerosas viviendas. Según la tradición local, fue totalmente arruinado por el terremoto del año 1884 y su población emigró, presa del pánico, abandonando para siempre  el lugar.  El antiguo poblado nunca fue restaurado o restablecido. Aunque porta hoy un nombre cristiano y español ("La Capilla"), somos de opinión de que ésta era la localización exacta  del antiguo topónimo  de lengua quechua,  "Quipisca". El impresionante tamaño de la antigua capilla católica,  cuyas ruinas son perfectamente visibles hoy,  estaría señalando  la existencia in situ de una población relativamente numerosa  en  esta porción inferior de la quebrada de Quipisca.  Hay muros aún en pie, de impecable construcción,  que creemos serían de data incaica.  Hace falta investigar esta antigua población que sospechamos tenga ancestros  incaicos, aún no detectados. (Foto H. Larrain, Noviembre  2011).


Don Pascual y el  "Camino del Inca".

¿Cómo  surgió la referencia al "Camino del Inca"?.  ¿¿Cómo y en qué nos ayudó don Pascual en nuestras investigaciones?.  En una de nuestras conversaciones con don Pascual en su humilde vivienda de Tauquinza, le pregunté por  sus antiguos contactos  con las Oficinas Salitreras. Corrían los años  1940-1950. Varias de las Oficinas elaboradoras de salitre estaban aún en producción en la Pampa del Tamarugal.  La primera guerra mundial  (1914-1919)  había fomentado la invención primero y luego el uso masivo del salitre sintético por parte de Alemania, competencia ésta que desencadenó  el inicio del desastre salitrero en el Norte de Chile. La terrible crisis del año  1929-30, además,  había golpeado severamente su  actividad, cerrando varias Oficinas  entre  los  años  1930 y  1937. Eran  exactamente los años de la niñez de don Pascual.

 Las comunidades de las quebradas tarapaqueñas acostumbraban sostener un nutrido tráfico  hacia las diversas Oficinas situadas en la pampa , tanto  en procura de trabajo personal  (como peones),  como en la  oferta de su producción agrícola y forrajera. Mapocho, Peña Grande, Peña Chica, Don Guillermo, Cala-Cala,  eran el destino frecuente y obligado de sus viajes. La alfalfa,  producida a raudales en las quebradas, era consumida por  los miles de mulas empleadas  en el transporte del salitre a los puertos de embarque. Poco a poco los primeros camiones a partir de los años  1925-1930 surcaban las nuevas rutas atravesando el desierto. Los pobladores de las quebradas se movilizaban en burro. En grupos de 5 a 8 animales cargados con los productos de sus chacras (alfalfa, verduras frescas, peras, choclos tiernos, membrillos o granadas), enfilaban hacia las Oficinas donde su producto era  inmediatamente  comprado  o trocado por artículos de primera necesidad: aceite, grasa, harina, azúcar, té o yerba mate que obtenían de las pulperías de las Oficinas.

Un lugar de descanso llamado "Tambillo". 

Preguntando a don Pascual dónde descansaban en su descenso a la pampa en procura de las Oficinas Salitreras, don Pascual me nombró al pasar, entre varios otros,   un sitio que llamó  "Tambillo".  Él, evidentemente, no se había percatado de su significado  específico. Ahí solían detenerse un rato para  tomar aliento para  el siguiente recorrido en burro, hasta alcanzar las primeras Oficinas de la pampa.  A mis oidos, este topónimo  "Tambillo" me sonó inmediatamente familiar. En efecto, "Tambillo" es un diminutivo castellano de "tambo", expresión bien conocida en el mundo quechua para designar a las posadas (tanpu, en lengua quechua), donde los antiguos mensajeros del Inca (los chasquis) esperaban  la llegada de un mensaje transmitido desde el Cuzco a las provincias del imperio para seguir transmitiéndolo hasta  el próximo chasquihuasi donde tendría relevo.  Estábamos al parecer, por fin,   en la pista del Qhapaqñan de los incas que las crónicas españolas e indígenas nos habían  sugerido pero que varios arqueólogos regionales parecían reacios  a aceptar.

Don Pascual, guía de la investigación.

 Así, sin pretenderlo,  nuestro  entrevistado de ayer, hoy lamentablemente fallecido,  se convirtió en el gestor principal de la búsqueda  de trazas del Qhapaqñan  incaico en la zona de planicies de la pampa del Tamarugal.  Apenas un par de semanas después de la entrevista aquélla, con el apoyo logístico de nuestro amigo el  arquitecto Pedro Lázaro, dimos en agosto del 2011, con  el cruce  de la quebrada de Quipisca, por donde  corren varios segmentos casi intactos de la vía incaica,  interrumpidos  en ocasiones  por antiguos  cauces de aluvión. Su factura, rectitud,  ancho y forma llamativa,   no nos dejó ya duda alguna. Habíamos hallado un segmento muy valioso del Qhapaqñan en la pampa del Tamarugal. Lo divisamos claramente desde  la ribera sur de la quebrada y pudimos seguirlo a pie, sin la menor dificultad    (Vea Fig. 8).

 El estudio del Qhapaqñan en Tarapacá.

En este descubrimiento nuestro del año 2011, enraiza  el trabajo de investigación actualmente en etapa terminal sobre el camino del Inca en Tarapacá  y sus pueblos aledaños  (2013-1015), investigación financiada por el Gobierno Regional de Tarapacá y que hoy  lleva adelante la Facultad de   Ingeniería  y Arquitectura de la Universidad Arturo Prat de Iquique. Las investigaciones en el valle de Quipisca fueron iniciadas unos años antes por Luciano Mardones, entusiasta investigador, quien reunió y dirigió al grupo inicial de expertos, con el apoyo de la Cía. Minera Cerro Colorado. CORDUNAP, organismo asociado a la Universidad Arturo Prat  coordinaba los trabajos. En su última etapa  (2011-2012), sin embargo,  nos tocó intervenir personalmente en  el trabajo de coordinación y redacción final de la obra. 

En la reciente investigación sobre el Qhapaqñan o "Camino del Inca",  iniciada por la Escuela de Arquitectura de la Universidad Arturo Prat  en el año 2013,  nos  ha tocado presidir el grupo de arqueólogos  y geógrafos que  en terreno ha debido investigar y corroborar  sus elementos culturales  y sugerir su más probable trazado. Con este descubrimiento,  Tarapacá puede enorgullecerse de poseer dos rutas incaicas de orientación clara norte-Sur: una altiplánica, que sigue  la cota aproximada de los 4.000- 4.500 m de altitud y la otra, la "costera"  u occidental, que  surca  la depresión intermedia entre los 1.800 m y 1.000 m s.n.m,  uniendo un rosario de pequeños caseríos que hoy se reconocen, en su totalidad, como de origen quechua. Detalles de esta ruta,  su cartografía y sus hallazgos culturales serán dados a conocer próximamente por el equipo responsable del Proyecto "Tarapacá en la ruta del Inca".

                          
Fig. 8.  Trazo del Qhapaqñan incaico que cruza en forma rectilínea  a través de la quebrada  seca y pedregosa de Quipisca.  Vista de  SE hacia NW tomada desde la ceja sur de la quebrada.  La huella inca traspone  el cauce seco del río, y es interceptada por varios cauces de aluvión. Desde la ceja norte de esta quebrada, la ruta enfila directamente hacia  la quebrada de Tarapacá. (Foto H. Larrain, Noviembre 2011). 


                                         
Fig. 9.  El camino inca, de unos   3 m. de ancho constante, hoy cubierto de arenas suaves de transporte eólico, discurre matemáticamente de  Norte a Sur, y   se halla bordeado por grandes  bolones de río, puestos deliberada y ordenadamente a ambos costados. Vista de Norte a Sur.  (Fotografía H. Larrain, Noviembre  2012).

Reflexiones eco-antropológicas.

1.  Los antiguos residentes, miembros de comunidades indígenas, son portadores de la sabiduría tradicional aprendida de sus padres y abuelos. Su conocimiento merece todo nuestro respeto. Una de estas esferas de conocimiento, aprendida de manera experiencial y transmitida de padres a hijos, es  el mundo de vialidad antigua, esto es, el conocimiento de las rutas de acceso a diversos productos o sitios de interés para la comunidad o la familia. Pero urge señalar una cautela: se debe tener  muy presente que  lo que pueden comunicarnos a través de una entrevista  dirigida y preorientada por nosotros (a través de preguntas concretas), es solo una parte infinitesimal de su acervo total  de conocimientos.   El antropólogo y el sociólogo que los  entrevista,  debe tener  siempre clara conciencia de que hay campos a los que  solo puede  aproximarse con especial respeto y cuidado   (los ámbitos de lo moral, religioso, ético  o familiar...). Campos a los que no debe acercarse  de buenas a primeras (en una sola y única entrevista)  y  suponen o exigen un grado de confianza que solo es otorgado  al auténtico "amigo".   No es éste el caso aquí,  donde tratamos de un tipo de conocimiento totalmente objetivo (referencia a lugares visitados), que no pertenece, por lo tanto,  al ámbito más  íntimo de la conducta humana.

2.  Las inferencias que podríamos hacer  acerca de la toponimia  señalada por nuestro encuestado (en el caso presente, la voz "Tambillo")  son de nuestra responsabilidad.  Rara vez  nuestros entrevistados pueden   darnos  indicaciones precisas acerca del significado de un determinado topónimo, salvo que se trate de un hablante de la lengua  y el topónimo referido sea claramente traducible a partir de  dicha lengua. (v. gr. Charvinto, Charcollo, Collahuasi, Incahuasi, etc., voces que es posible interpretar  inmediata e inequívocamente a partir de las lenguas aimara o quechua. 

3. Como lo hemos indicado en otro capítulo de este Blog, el estudio cuidadoso de la toponimia es capaz de orientarnos de una manera  eficaz hacia  el conocimiento de  las culturas y lenguas que  habitaron el lugar en épocas pretéritas.  También, acerca de la posible o probable sucesión de culturas en una misma región a través del tiempo. Junto al conocimiento arqueológico, el conocimiento lingüístico permite inferir o comprobar hipótesis de otros especialistas, o a veces, descartar éstas. Pero el solo conocimiento arqueológico no basta.  Nos entrega éste solo retazos de información y únicamente  sobre determinadas áreas de la cultura. Escapa casi totalmente a la arqueología,  el conocimiento del mundo espiritual  y de los seres extrasensoriales que lo pueblan.

4. En efecto, hay que tener presente que  las lenguas evolucionan y se hacen mutuamente préstamos y, por tanto, un mismo término puede significar  cosas diferentes  en épocas distintas, para culturas diferentes en la secuencia temporal. Así, por ejemplo, los españoles   reutilizaron en algunos lugares  el término "tambo",  de evidente ancestro quechua, empleándolo en zonas nunca  visitadas por el Inca  (Ejemplo: Pedro de Valdivia lo usa en el sur de Chile, en tierras mapuches).  En otras palabras,  este término pasa a significar  aposento o recinto a la vera de un camino, o albergue de caminantes,  sin que tenga todos los atributos propios  y característicos de un tambo o chasquihuasi incaico. De hecho, hemos  encontrado el topónimo " tambillo" o "tambillos"  donde no existe construcción alguna   e incluso, en ocasiones, donde  no hay   huella visible  hoy día  a su vera. Pero estos casos  constituyen una clara excepción que confirma la regla general.

5. Así, pues, con las reservas del caso in mente, el antropólogo sabrá discernir en cada circunstancia y buscar las pruebas de su existencia. Pero, salvo en casos aislados, la experiencia nos ha demostrado que la presencia de abundante toponimia quechua a lo largo de un determinado trazado, es un indicador   muy potente y significativo que no puede ni debe  ser subestimado. Con frecuencia, pasa a ser una especie de  utilísimo "fósil guía" que nos conduce  con rapidez a hallar rastros de la presencia inca, sea en el tipo de construcción, sea en el tipo de cerámica,  sea en el tipo de industria o actividad económica asociada.  Así, términos como Incaguano, Incahuasi,  Cerro Inca, Ingapirca,  Huaca, Rumipampa,  Rumichaca  u otros, nos alertan de inmediato acerca de la probable presencia y actividad inca en el contorno.

6. De este modo,  podemos concluir que  la entrevista  etnográfica,  sabiamente manejada,  puede llegar a constituirse en una herramienta  heurística  de enorme valor para antropólogos, sociólogos  y arqueólogos. La memoria viva de los antiguos pobladores  es un riquísimo venero de información y conocimiento.  Sin embargo, es preciso saber utilizar esta herramienta   con el debido respeto y   cuidado. En manos de inexpertos,  esta herramienta puede convertirse en un detonante,  cerrando la puerta a futuras investigaciones.

Requiem aeternam dona ei Domine!.

Don Pascual Bacián Quihuata, nacido  el 17 de Mayo del año  1931 nos dejó, aquejado de una dolorosa enfermedad,  un día del mes de Agosto del año 2013 a los ochenta y dos años de edad.  ¡Cuánta valiosa  información habríamos podido rescatar de sus relatos si estuviese aún vivo entre nosotros!. En su recuerdo cariñoso, hemos sentido la necesidad de redactar estas notas,  plenas de agradecimiento y simpatía a su memoria. Ojalá su comunidad,  la comunidad   quechua de Quipisca, conserve incólumes por siempre  su nombre y sus venerables  enseñanzas.