Entre los pocos investigadores que mejor partido han sabido sacar de esta rica veta informativa, está la arqueóloga danesa Bente Bittmann, quien en el año 1976-1977 publicó el trabajo: "Notas sobre poblaciones de la costa del Norte Grande chileno", como parte de un Seminario de Perfeccionamiento del Profesorado en la ciudad de Antofagasta, (referencia a la presencia del viajero en Cobija, en pág. 81), y poco después en su trabajo: "El surgimiento, desarrollo, decadencia y abandono de Cobija-La Mar: Notas históricas", artículo incluído en: la obra: Cobija: Proyecto de inverstigaciones interdisciplinarias en la costa centro sur andina (Chile)", Universidad del Norte, Sede Antofagasta, Vol I: 1980: 63-119, Antofagasta. Nadie, que sepamos, ha ofrecido, sin embargo, una traducción fiel del texto francés íntegro, con notas complementarias de carácter eco-antropológico, como lo hemos intentado hacer aquí. Fuera de Bente Bittmann que supo exprimir su contenido antropológico, he observado que no pocos autores lo citan muy a la pasada, pero no le sacan el provecho que su descripción merece, propia de un testigo presencial.
Obra de un testigo presencial.
Dado el escaso conocimiento de este temprano testimonio que hemos notado por parte de no pocos de los escritores que se han referido a los pobladores changos del norte chileno actual, nos ha parecido oportuno presentar aquí, para nuestros lectores, una traducción nuestra del texto pertinente, acompañada de notas explicativas, como ha sido siempre nuestra costumbre. Aunque el viajero y comerciante describe minuciosamente numerosos puertos donde arriba, nos circunscribiremos en esta ocasión tan sólo a lo que el autor nos dice sobre la zona de la rada de Cobija donde permanece por unos cuantos días. Creemos que en varios aspectos la fina y detallada narración de Moerenhout, obra de un importante e ilustrado testigo presencial, nos aporta valiosas referencias sobre el modo de vida y costumbres de los pescadores-recolectores changos, pobladores autóctonos de la costa norte, en una época en que aún su población era relativamente numerosa - tal vez como lo fue siempre antes- , inmediatamente antes del notable desarrollo comercial que vivió durante algunas décadas y varios decenios antes del desastre poblacional desatado por el terrible terremoto y maremoto sufrido en el año 1868 y la ulterior epidemia de fiebre amarilla que diezmó su población indígena en el año 1869 hasta aniquilarla por completo. Muy poco después, en 1875, con motivo de la visita del alemán Adolf Bastien, ya no se encuentra población indígena residente allí. O ésta emigró huyendo del desastre, o fue totalmente aniquilada por la epidemia, como comúnmente se sostiene hoy.
Un testimonio anterior al del científico francés Alcide D´Orbigny.
El testimonio de Moerenhout es muy poco anterior en el tiempo al que nos trae el gran viajero y científico francés Alcide D´Orbigny (1802-1857) quien también recalara en Cobija en el año 1832 y recogiera igualmente valiosos testimonios sobre el género de vida, costumbres y características físicas de estos pescadores. (D´Orbigny,
L´Homme américain, Paris, 1839). Si bien Moerenhout no posee la talla científica y el prestigio académico de que ya gozaba D´Orbigny, a pesar de su gran juventud (en efecto, tiene D´Orbigny apenas 24 años cuando se embarca hacia Chile), es un observador acucioso y un excelente escritor que se toma la molestia de llevar un detallado diario de a bordo en sus viajes partiendo de Chile hacia el oriente. Pocas cosas escapan, en realidad, a su ojo avizor. Entre todos los descriptores de esta extraña y etnia costera, es Moerenhout el único que se refiere a su música y a su carácter. Nuestro marcado interés por estudiar desde hace años la etnia de los changos y su evolución a través del tiempo, hubiera tal vez exigido de él mucho más información de detalle sobre sus chozas de cueros del lobos marinos y su factura, sus utensilios y vajilla, su indumentaria, su instrumental de pesca y caza, sus relaciones con otros grupos del interior, sus hábitos sociales o su lengua. Pero lo que el viajero nos aporta en esta descripción arroja luces valiosas sobre su forma de asentamiento,su alimentación, el aspecto de sus chozas de cueros de lobos marinos, sus embarcaciones y su música.
Esbozo de su biografía.
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Moerenhout posee gran interés para Chile y sus costas. Nacido en 1797 en el pueblo de Ekeren (hoy Bélgica; entonces, Francia)) en 1796 va a estudiar pintura a París. A los 30 años de edad, ansioso por conocer pueblos exóticos y lejanos, viaja a Chile y es por un tiempo secretario del Cónsul francés en Valparaíso. Desde Valparaíso y con el afán de conocer y descubrir nuevas islas, realiza 3 viajes a la Polinesia (Tahiti y su archipiélago) en un pequeño bergantín a vela llamado "Volador" donde realiza varios valiosos descubrimientos de atolones e islas deshabitada, algunas de las cuales portan hoy su nombre.
El primer viaje tiene lugar a fines de 1828; el segundo, en 1830 pasando por Isla de Pascua. En 1833 se casa con una chilena en Valparaiso la que cinco años después, muere. En Enero de 1834 parte nuevamente a Tahiti donde se queda a residir por un buen tiempo. En 1845 le veremos en Monterrey, México como Cónsul de Francia y en los Estados Unidos. Muere el 11 de julio de 1879. El relato que aquí traemos a colación, en traducción propia, data del primer viaje, iniciado a fines de 1828. De ahí su valía como testimonio temprano.
Sus trabajos, aventuras y descubrimientos en la Polinesia francesa han sido magistralmente estudiados por Paul de Deckker en su obra:
Jacques Antoine Moerenhout, 1797-1879, Ethnologue et Consul, Papeete, 1997.
Nuestra traducción.
Presentamos aquí nuestra traducción del
francés del texto referido a Cobija. Ésta presenta algunos leves cambios a la puntuación original, algo engorrosa, y agrega,
entre paréntesis, algunas palabras explicativas nuestras para una mejor intelección del texto original. Hemos querido aportar, igualmente, en algunas ocasiones y entre
corchetes, la exacta expresión francesa usada por el autor, por si algún lector necesita conocer la palabra original francesa utilizada en el texto.
Párrafo 2.
Cobija.
Página 10 [la partida]
“En mi primera partida desde
Chile (1), me embarqué en una goleta de
ciento ochenta toneladas, que medía 86
pies de largo por veintiséis de ancho (2), /
Página 11 [llegada a Cobija]
“Una verdadera cáscara de nuez,
cuyo casco apenas [aparecía] fuera del agua, era tan bajo que infundía miedo, mientras que
su arboladura parecía querer tocar las
nubes; un delicado velero [agitándose] siempre, tanto por encima como por
debajo de las olas y muy digno de su
nombre de “Volador” ( ave voladora). Pasé entonces por Cobija, puerto de Bolivia,
que acaba de ser abierto (3) [al
comercio] y de todos
los lugares del universo [que conocí]
era por entonces el más triste y
el más desagradable; pero como este
lugar merece que de él se diga unas palabras, voy a extractar del Diario de mi
primer viaje a las islas oceánicas (4) algunas observaciones acerca de lo que era [Cobija] en aquella época.
Extracto de mi Diario (1828).
10 de diciembre.- “En calma desde
de las seis de la mañana; descubrimos tierra
hacia las siete a una distancia de alrededor de 10 a 12 millas, y
teníamos [a la vista] por el Sur y por
el Este la montaña llamada Megillones (5).”
11 de diciembre.- “Al día
siguiente, 11 de diciembre, al abrir del día, estábamos cerca de la costa, aproximadamente a unas cinco o seis millas de Cobija (6), y
teníamos [a la vista] por al Sur y
al Este
la bahía de Megillones, a una distancia de cerca de veinticinco millas (7)
“La bahía de Megillones,
situada a los 23º de lat. Sur y 70º
30´de long. Weste es una de las más bellas y mejores del mundo. Su extensión es
tal que desde la entrada, se podía
distinguir las edificaciones salpicadas
[por el oleaje] a su extremo opuesto.
Y por todas partes ellas /
Página 12 [Descripción de Cobija]
podrían sentirse
en seguridad; por desgracia, su
situación en un país árido, y la falta total de agua dulce, vuelven [esta bahía] totalmente inútil. En efecto,
los cerros que la circundan son enteramente estériles y del aspecto más
triste (8). Y todo el interior [de la comarca], a cincuenta millas a la redonda, no es más que un espantoso desierto en el
que no se encuentra ni agua ni el menor indicio de vegetación.
“El mismo día 11 de diciembre
quedamos en calma hasta cerca de las tres de la tarde. Entonces, habiéndose
levantado una leve brisa, distinguimos de inmediato el pabellón blanco que los habitantes de Cobija
hacen ondear sobre una punta rocosa que abriga el puerto contra el viento del
sur. A las cinco de la tarde echábamos el ancla en el puerto, o mejor dicho, en la rada de Cobija”.
“Cobija está situada a los 22º de
lat. Sur y 72º 32´de long. Weste (9). El puerto no tiene apariencia
alguna. Y haciendo tierra hacia el Sur,
como por precaución lo hacen todos los navíos, sería imposible reconocerlo, si
no fuera por el pabellón blanco del que
he hablado, y que se puede divisar desde bastante lejos. El gobierno español
había puesto los ojos, a lo que parece desde hacía bastante tiempo, sobre Cobija. Cuatro o cinco árboles, que son
los únicos que yo he visto en toda esta
triste costa, atestiguan que ella ha sido antiguamente habitada por europeos
(10). Sin embargo, desanimados por las dificultades para [poder]
vivir allí, no tardaron en
abandonarla. Y no quedan allí [hoy día]
más que algunos desgraciados Indios que /
Página 13 [El puerto de Cobija: su historia reciente]
viven
allí de su pesca y parecen haber
sido sus únicos habitantes estables (11).
“En 1825, el gobierno de Bolivia,
anhelando tener un puerto en el mar [para poder]
recibir directamente las mercaderías extranjeras por las cuales pagaba a
sus vecinos derechos exorbitantes, (lo
que la dejaba siempre a merced del Bajo Perú, o de la República Argentina),
pensó nuevamente en [habilitar] Cobija,
y decretó su apertura como puerto de mar de la República de Bolivia. A fin de
acreditarlo y atraer hacia él los
navíos [visitantes], se contentó con
[exigir] un derecho de aduana de sólo
el 10%
sobre cualquier tipo de mercaderías. Un rico comerciante [de apellido]
Cotera (12) hizo todo lo imaginable para
asegurar su desarrollo: construyó edificios y
estableció el tráfico de mulas para el transporte de las
mercaderías desde el puerto hacia el
interior. Pero, a pesar de sus esfuerzos, el puerto apenas si avanza. El triste
estado del gobierno [en Bolivia], las revoluciones que ha debido sufrir, hasta ahora
han dejado a este ilustre patriota luchando solo contra mil dificultades
, sin haber podido siquiera obtener [de su gobierno] el establecimiento de un
correo regular [hacia el interior]”.
“ La bahía, o mejor la rada de
Cobija, posee un buen fondeadero, donde
nunca se experimentan los fuertes golpes de vientos del Norte; de tal modo que
los embarcaciones se encuentran allí seguras
(13). Tampoco hay que temer las molestias propias de la aduana; porque
no hay derechos de puerto que pagar. Se puede descargar la mercadería en el
momento [mismo] de la llegada y abandonar el puerto cuando se desea, sin tener
que cumplir ninguna [clase de] formalidad.
Y así, /
Página 14 [El paisaje físico y el clima]
al menos desde esta perspectiva,
Cobija es superior a todos los puertos
del mundo. Allí el clima es bueno,
pues, a pesar de su posición tropical,
el calor no es mayormente significativo
sino por espacio de dos o tres horas al
día. Una fresca brisa del Sur se levanta regularmente hacia las diez u once de la mañana y,
generalmente, las tardes y las noches son refrescadas por los vientos de tierra (14). El agua, según se dice, es
aquí saludable, aunque un poco salina, pero su aspecto es espantoso (15). Montañas peladas, de matices azules y rojizos,
arenas…; ni el menor verdor. Jamás llueve y rara vez {se observa] rocío y,
frecuentemente, [se experimenta aquí] temblores espantables.”
12 de diciembre.- “Descendí del
barco con el capitán para hacer una
visita al gobernador, que había venido a bordo
inmediatamente después de nuestro
arribo, en su triple calidad de administrador, de verificador [contralor] y de vigilante de la Aduana (16). Nos
dirigimos a su casa. Nos muestra una barraca de madera, pequeña y de un aspecto
triste. Hallamos a Su Excelencia escribiendo sobre una mala mesa, que formaba parte de un mobiliario constituido por la misma mesa, dos sillas, una cómoda y una cama. Nos recibió bien. Es un hombre amable e instruido, que habla
pasablemente el francés y el inglés, además
del español, su lengua materna”.
“Desde allí nos fuimos a pasear
por Cobija, [vecindario] compuesto por unas veinte a treinta casas, de las cuales la de
mejor aspecto es la del Sr. Alcala, agente y /
Página 15 [Chozas de los changos, su cultura y sus balsas]
socio de la casa Cotera (17).
Prosiguiendo nuestro paseo por la orilla [rivage]
y un poco fuera ya de lo que se puede llamar Cobija, encontramos numerosas
familias indígenas (18), que por toda
habitación poseían unos cueros de perro marino [des cuirs de chien de mer] (19) extendidos sobre cuatro estacas. Era ésta la primera vez que yo veía un hombre en un estado cercano a aquél que se llama “estado
de naturaleza” y debo confesar que mi
primera impresión no fue favorable. Una de las familias estaba compuesta de dos
hombres de edad mediana, dos mujeres y varios niños, todos recostados en la
misma choza [hutte] (20). Sin otro
camastro que dos malos cobertores [sans autre literie que deux mauvaises
couvertures] Su alimento se compone
de un poco de maíz tostado, [maïs
torrefié] de pescado seco (21) y de coca, [que es la] hoja de un arbusto que crece en el interior del
Alto Perú. La pesca es su principal por
no decir su única ocupación. Su modo de proceder en ella da lugar a admirar lo
que puede hacer la industriosidad
humana, aguijoneada por la necesidad. Como falta la madera [en su hábitat],
ellos poseen la habilidad de construir embarcaciones con los cueros de los
perros de mar [chiens de mer].
Primeramente, ellos cosen dos de estos cueros
juntos, disponiéndolos de manera tal que
puedan contener allí dentro el
aire que ellos introducen mediante insuflación,
por intermedio de una pequeña boquilla
a la cual han adaptado, para ese propósito, una tripa del mismo animal.
Estos cueros, bien inflados de este modo,
los llenan enteramente, los unen [ambos]
y los conducen al mar, instalándose
arriba de ellos, premunidos de un remo largo [d´une
longue pagaye] que ellos /
Página 16 [Limitantes de su vida: alimentación, uso de la coca]
maniobran con las dos manos. D este modo
navegan con frecuencia con estas embarcaciones treinta y cuarenta leguas, a lo largo de la costa. Los indios
llaman balsa a estos tipos de embarcaciones”(22).
“Nada es más limitado que las
necesidades de este pueblo que parece [hallarse] feliz en su triste
situación, puesto que nunca toma
la decisión [il ne forme jamais le veux] de salir de ella y mejorar su situación, en
circunstancias de que podría hacerlo sin
mayor dificultad (23). Tales son, por ejemplo, los habitantes de Calma [sic por
Calama] primera población indígena [situada] hacia el interior, a unas
cuarenta leguas de Cobija (24). Este
lugar es susceptible de cultivo [culture] y los habitantes podrían, en las
circunstancias actuales, sacar el mejor
partido de su situación geográfica. Pero nada hacen al respecto y viven
miserablemente y tal vez aún más miserablemente que los habitantes de
la costa árida (25). Su alimento, hecha abstracción del pescado que poseen en abundancia los habitantes del litoral, es absolutamente el mismo que el
suyo, componiéndose de un poco de maíz
tostado, de la hoja llamada coca, y a veces, de una pequeña cantidad de
leche (26). Lo que resulta inconcebible es que llevan su indiferencia hasta [el grado de] no querer aprovecharse de
modo alguno de la permanencia de los comerciantes que se ven forzados a permanecer entre ellos,
rehusando incluso venderles el sobrante de leche que ellos consumen (27). Esta observación es [también] aplicable a la
población de Atacama (28), que se
encuentra a una distancia de 20 leguas en el interior (29), y de la cual estos
desiertos han tomado el nombre (30). Uno siente
que la apatía de estos pueblos no
deja /
Página 17 [Los comerciantes del lugar; primera experiencia con los changos]
de complicar las dificultades de
transporte hacia el interior, que ya son [de por sí] tan grandes”.
“Habiéndonos invitado el Sr.
Alcala a cenar, permanecimos en tierra. El había reunido en su casa a todos los
notables de Cobija, es decir cinco o seis
mercaderes españoles. La mesa estaba abundantemente surtida de buenos
vinos, de carnes [mets] de todo tipo,
y sobre todo, de pescado. El pescado es excelente en Cobija pero yo no pude ni
siquiera tocar lo que ellos llaman “carne fresca”, traída por un navío que ya
había partido hacía varios días. En la tarde, los invitados iban a hacer
visitas. Yo prefería pasear, y me dirigí
del lado de las habitaciones de los Indios donde yo creía escuchar música (31).
Al acercarme, ya no escuché más, y creí haberme equivocado. Era una de esas
bellas y frescas noches de los trópicos.
Me senté sobre una piedra bastante cerca de las chozas indígenas [huttes indigènes], (32) las que yo podía distinguir a la débil
claridad de la luna. La soledad de este lugar, el profundo silencio que allí
reinaba, sólo interrumpido por el ruido
de las olas del mar, que se quebraban incesantemente sobre los roqueríos que
bordean por todas partes la playa; el aspecto de estas miserables chozas,
arrojadas en medio del desierto; mi
propia situación, lejos de mi patria y
de mi familia, y de todos los objetos de
mi afecto y a punto de emprender una
viaje de los más peligrosos; todo [esto] disponía mi alma a la melancolía que muy
luego me conducía a la ternura. En ese
momento, /
Página 18 [ sus cantos en medio de su miseria]
los Indios de las chozas entonaron, acompañándose de la guitarra (33),
un canto a varias voces, triste y patético, cuyo efecto sobre mí fue tal que yo
en vano trataría de explicarlo o describirlo, y que pocos de mis lectores podrían imaginarse o aún describir. ¿De dónde viene el que los
cantos de los Indios son siempre y en todo el Perú, lánguidos y tristes?. ¿De
dónde viene el que estos hombres tan dulces y tan pacíficos muestren e inspiren
siempre la melancolía?. ¿Será esto a consecuencia de su triste posición, un
recuerdo tradicional de lo que han
sufrido bajo sus crueles conquistadores?. Y la nación entera (34), ¿tendría
todavía conciencia de esta estado de envilecimiento y de desgracia en el que
ha caído?. No lo sabemos. Y tal vez
no se podrá nunca resolver estos interrogantes de una manera
satisfactoria. Un hecho incontestable, sin embargo, es el hecho de que
ellos gustan de vivir entre ellos,
alejándose de los extranjeros; son inclinados a la tristeza cantan su infortunio y su esclavitud, y cuando
se les ha visto a menudo en momentos de embriaguez entrar como en un furor al
la escuchar ciertos cantos conmemorativos de su esplendor eclipsado.
Exaltación [que] más de alguna vez [ha
sido] funesta para los extranjeros que por entonces se encontraban entre ellos”.
“Pronto se me juntó el
capitán y los otros compañeros de mesa,
a los que la música de los Indios había [igualmente] atraído como a mí, cerca
de las chozas. Su regreso me arrancaba
[repentinamente] de una ensoñación que no dejaba de tener su encanto.
Pero yo no era el único de la compañía
al que habían impresionado los acentos plañideros /
Página 19 [ Pobres, pero libres de vicios. Progreso actual. de Cobija]
de los pobres Indios. “Pueblo extraño – dice uno de los invitados
que había hecho muchos viajes por el todo el interior del Perú…--, ¡siempre
y por todas partes lo mismo!. Salvo la nueva religión impuesta a sus
antepasados por el despotismo de sus tiranos, nade ha cambiado para él. Sus costumbres
son todavía, más o menos, lo que ellas
eran al momento del descubrimiento. Y, cosa notable, estando en medio de europeos, es entre los
pueblos de la América, el único que ha
sabido conservar su frugalidad
preservándose de casi todos nuestros vicios, libre incluso de la
vergüenza de la embriaguez, pues ellos no se embriagan sino raras veces en los
días solemnes [de sus fiestas]” (35).
“He dado a conocer Cobija tal y
como era en diciembre del año 1828, cuando contaba de cincuenta a cien
habitantes, a lo más (comptant cinquante á cent habitans au plus); (36). Ha cambiado
mucho después. Hoy día (37) es un lugar de comercio considerable, en el que
muchas casas [comerciales] de Valparaíso tienen [aquí] sus contadores y
agentes; y aún [hoy] después de Valparaíso, es una de las escalas de estos
mares más frecuentemente visitadas por los navíos mercantes”. (traducción directa de la obra
en francés, Tomo I, pp. 10-19).
Notas nuestras
(1) Tres viajes a la Polinesia realiza Moerenhout desde Valparaíso (Chile), esto es en 1828, 1830 y 1834. La descripción que aquí se incluye pertenece, en gran parte, al primer viaje, iniciado a fines de diciembre del año 1828.
(2) El barco velero medía, traducido en metros, el equivalente a 26,21 m. de eslora (largo total de proa a popa) y 7,92 m. de manga ( o ancho máximo). Con razón Moerenhout le llama sarcásticamente: "
una cáscara de nuez".
(3) Cobija durante toda la época colonial perteneció al Alto Perú (Audiencia de Charcas) y fue administrada a través de Potosí. Si bien era lugar recalada esporádica de los barcos que surcaban el Pacífico, se prefería el puerto de Arica como puerta de ingreso hacia Bolivia, por la gran cantidad de recursos agrícolas y agua de que ésta disponía y de los cuales Cobija carecía por completo. Fue habilitado oficialmente como "puerto" por el mariscal Bolívar el 28 de diciembre del año 1825 y denominado entonces "Puerto Lamar", en honor al general de la Independencia don José Lamar, tras las prolijas exploraciones costeras realizadas por Francis Burdett O´Connor. (Consulte el artículo. "
Reconocimiento del litoral de Atacama en 1826",
Revista Chilena de Historia y Geografía, Santiago, Tomo LVIII (62) 267-285).
(4) Se trata de su primer viaje a las islas de la Polinesia francesa (Tahiti) época en que realiza varios descubrimientos y hace contacto con los isleños. Tanto se aficiona a estos lugares que terminarás por quedarse un buen tiempo en Tahiti, como Cónsul de Francia.
(5) Se trata de la cadena de cerros de la Península de Mejillones, coronada por la cumbre de Cerro Moreno, con 1.350 m. de altitud s.n.m. Aquí desde los 700 m a los 950 m. existe un potente oasis de niebla, tal vez el más potente de todo el norte chileno, con presencia de un verdadero bosque tupido de la cactácea
Eulychnia iquiquensis y otras especies vegetales
y numerosas especies de líquenes. El 15 de Abril del año 2010, fue declarado Parque Nacional con el nombre de "Parque Nacional Morro Moreno".
(6) Una milla marina comporta hoy, por acuerdo internacional logrado en el año 1929, 1.852 m. Al ser Moerenhout de origen francés, es probable que haya querido referirse a la milla francesa, que difería algún tanto. En todo caso, estaba en ese momento aproximadamente entre 9 y 11 km de distancia de Cobija.
(7) De Mejillones distaban en ese instante, por lo tanto, unos 46 km.
(8) Su fuerte impresión sobre la esterilidad del lugar fue compartida en 1832 por el científico viajero Alcide D´Orbigny quien dice de Cobija el día mismo de su recalada:
"Al recorrer con los ojos la campaña de Cobija, me sentí profundamente entristecido, buscando inútilmente rastros de vegetación. La naturaleza [allí] parecía estar de duelo... y experimenté el doble temor de no hallar nada pintoresco en esta tierra ingrata y ver defraudadas por completo mis esperanzas de {[hacer] descubrimientos". (En Alcide D´Orbigny, 1958.
Viajes por Bolivia, Ministerio de Educación y Bellas Artes, la Paz, 31-32).
(9) La latitud de Cobija es, según el diccionario de don Luis Riso Patrón: 22º 33´ Sur y 70º 16´ Weste. El error manifiesto está en la latitud del lugar el que ubica, curiosamente, aproximadamente en la latitud de Iquique.
(10) D´Orbigny reseña explícitamente la existencia de sólo nueve árboles en el puerto, los que enumera
: "tres palmeras, una bastante alta, de la misma especie que las de Chile, dos higueras, un sauce y una especie de Acacia".
(Ibid. 1958: 17). La palmas que encuentra allí el sabio francés, pues, eran de la especie
Araucaria araucana (Mol) K. Koch , endémica de Chile central
, las mismas que el viajero vio con sus ojos crecer en forma natural en las laderas de cerros próximas a Valparaíso.
(11) Nos indica el viajero que los indígenas habitantes de Cobija constituyen "su población
estable". Aunque no les nombre por su denominación étnica corriente como
"camanchacas" o
"changos", sabemos a ciencia cierta que se refiere a ellos. Fuera de la población indígena autóctona, el resto de sus habitantes eran comerciantes transeúntes, que iban y venían del interior (Chíuchiu y la aldea atacameña de Atacama la Baja, o San Pedro). Solo un par de autoridades permanecían de continuo en el puerto. Este dato es valioso, por cuanto si bien los varones indígenas salían a pescar en sus balsas, por días y días, recorriendo la costa, volvían pronto a su campamento-base: Cobija, donde habían dejado a sus mujeres e hijos. En su ausencia, las mujeres y los niños mariscaban diariamente en la orilla, aprovechando la bajamar, colectando moluscos de diverso tipo, muy abundantes en su época (choritos, choro-zapatos, cholgas, almejas, navajuelas, tacas, etc.), caracoles de varios géneros (locate, entre ellos), y algas comestibles. Durante sus días de su ausencia, los pescadores secaban y salaban el pescado que cogían mar adentro (sobre todo el tollo y el congrio), en cualquier desembarcadero o caleta, convirtiéndolo en el codiciado "charquecillo", con el que después comerciaban con las provincias interiores o lo utilizaban como alimento seco. Por eso encontramos aún hoy, a orilla de playa, lugares más elevados cubiertos de cenizas antiguas, donde efectuaron la quema de huiros para secar y/o ahumar el producto de su pesca.
(12) No nos ha sido posible todavía identificar con precisión a este comerciante español ni el género de actividad comercial a que se dedicaba en este lugar tan alejado del mundo.
(13) No tan seguras; según nos informaban hace unos pocos años (2002) buzos habitantes del lugar; pues hay varios barcos hundidos en la rada, incluyendo barcos españoles de la época colonial de los cuales han rescatado botijas, vajilla vidriada y otros elementos suntuarios.
(14) Los vientos que soplan de tierra a mar suelen denominarse "terral" y son exactamente los opuestos a los predominantes vientos alisios que soplan del Sur y Surweste, y son portadores de la benéfica niebla o camanchaca costera. (Vea nuestro capítulo sobre nuestra ascensión a los cerros de Cobija, en el año 2002, en este mismo Blog).
(15) Tres vertientes o aguadas reconocen los habitantes de la caleta hoy día. Una, la de "las Cañas", se halla quebrada adentro, hacia los 160-180 m. de altitud. La otra, se halla en la terraza litoral, donde estaban los árboles que citan tanto D ´Orbigny como Moerenhout y que persiste hasta hoy; la tercera, se halla en la primera terraza marina, al pie de algunas casas actuales, donde todavía se puede ver algunas cañas vivas de cañaveral
(Phragmites communis). Todas ellas de escaso caudal.
(16) Ya señalaba Moerenhout que de "aduana" tenía muy poco, pues por entonces había en la práctica total libertad de embarque y desembarque, excepto por una breve inspección del administrador.
(17) Tampoco tenemos mayores referencias sobre la vida y actividad de este señor de apellido Alcalá, seguramente otro comerciante español al igual que Cotera.
(18) Moerenhout señala la presencia en Cobija de
"numerosas familias indígenas" residentes allí formando una verdadera aldea desordenada, de chozas hechas de cueros de lobos marinos, algo alejadas hacia el Norte (?) de la población europea blanca. ¿Cuántas chozas se veían en el lugar?; ¿Cuántas familias eran?;. ¿Cómo poder apreciar el número de población aproximado?. Más arriba, el viajero apunta que sus habitantes estables eran
"algunos desgraciados indios". La única aproximación de que disponemos y que brota directamente del relato de Moerenhout es el número de personas que componían una sola choza: esto es, 4 adultos (dos hombres y dos mujeres y numerosos niños). Al parecer, dos familias completas. Supongamos que los niños eran unos 6 a 8 (tres o cuatro por cada familia) y llegamos así a un total aproximado de 10 personas en esta sola choza. Imaginemos que este número fue excepcional y que la mayoría de las chozas tenía de una población algo menor. Se alude a muchas chozas. Si imaginamos unas veinte chozas dispersas pero muy próximas unas de otras, llegaríamos fácilmente al número mínimo total de unas 150-160 personas (cinco a ocho habitantes como término medio por choza). Lo que viene a confirmar lo que nos dice D´Orbigny en su relato: "
vi.... muchas cabañas de los pescadores indígenas". D´Orbigny acota, además, que sus familias son
"....a menudo numerosas". Una familia numerosa, en aquella época debió estar constituida, además de los padres, al menos por 5-6 hijos. La presencia de unas 20 chozas de pescadores nos elevaría así el número de población posible entre 150 y 160 personas. Pero este cálculo es obviamente muy estimativo y presupone ciertas premisas: como el que todas las chozas fueran ocupadas aproximadamente por el mismo número de personas, lo que es mera hipótesis. Lo que sí es evidente, es que la población es considerada numerosa por todos los testigos de esa época.
(19) Las chozas estaban hechas de cueros de "
perros marinos". Evidente confusión, por "lobos marinos". Otros autores los denominarán "focas". Se trata evidentemente de la especie
Otaria flavescens, el lobo común de las costas chilenas y peruanas también conocido como "lobo de un pelo".
(20) Estas "chozas" [
huttes] confeccionadas de varias pieles de lobos marinos secas extendidas y a poca distancia sobre el suelo eran prendidas a estacas y, probablemente - como lo muestra la arqueología en esa zona norte-, estaban rodeadas por una fila de piedras empotradas en tierra, para impedir y/o frenar el paso del viento. Es muy probable que el indígena chango, antes de instalar los tres o cuatro cueros secos, extendidos semejando un toldo curvo, haya practicado una pequeña excavación en la arena, quedando en consecuencia el piso de la frágil vivienda, algo por debajo de la superficie adyacente (piso semi-subterráneo). Inicialmente, recién hechas, estas chozas debieron tener la forma de un domo bajo y arqueado, sostenido interiormente por palos secos de cardones (cactus del género
Eulychnia sp.) , o- como algún cronista lo señala- por costillas de ballenas. Eran, a lo que creemos, alargadas más que cilíndricas, y sumamente bajas de suerte que para entrar a ellas había que gatear. Tal vez su altura máxima en su parte central no superaba los 1.30-1.40 m.
Esta vivienda, tan precaria, era estrictamente ocupada para dormir, pues todas las funciones domésticas de trabajo, crianza, alimentación, o recreación debieron realizarse en el espacio contiguo exterior, donde estaba el fogón. No tenían ni mesas ni sillas, a lo más, una o dos vértebras de cetáceos como asiento. Estas vértebras poseen una altura media de 30 a 40 cm de alto, y constituyen excelentes pisos para sentarse. Estamos casi seguros que el fogón -a diferencia de la ruca mapuche- nunca se hacía dentro de las chozas por el peligro de incendio, tan bajas era éstas. No tenían muebles de ninguna clase, no pocos elementos (como su vajilla de arcilla cocida), seguramente colgaban directamente del cuero de la techumbre o de las estacas interiores. Sabemos por los relatos de otros autores que estas viviendas se desarmaban fácilmente y los cueros que formaban la techumbre eran llevados en sus balsas, para levantarlos y hacer morada transitoria en cualquier otra caleta durante los días de su estancia.
(21) El maíz no lo producían ellos in situ sino era trocado por sus productos del mar en sus expediciones al interior. El pescado seco que aquí se nombra era el famoso "charquecillo" que constituía para ellos una verdadera "moneda de cambio" con las aldeas agrícolas del Salar de Atacama o de los afluentes del río Loa.
(22) Las famosas balsas de cuero de lobos marinos cosidos a que se hace aquí referencia, fueron ya certera y tempranamente descritas por el cronista -soldado Gerónimo de Bibar, en su famosa
Crónica y Relación copiosa del Reyno de Chile, impresa en Sevilla en 1558. Pero la descripción de Moerenhout es precisa en lo que se refiere al tipo de remo usado y la técnica de manufactura.
(23). No sopesa para nada el viajero el hecho de que estas poblaciones de cultura totalmente dependiente del mar, tienen escaso o nulo interés en cambiar de vida o "progresar", pues tienen de por sí todo lo estrictamente necesario para sobrevivir en ese medio geográfico: agua, combustible y alimento. No necesitan más. La creación de "otras necesidades" (no pocas de ellas, ficticias) ha sido fruto del desarrollo. Ellos no lo han conocido, palpado ni tampoco apetecido. Viven bien con lo que el mar les ofrece sin mucho esfuerzo. ¿Para qué tener más, podrían haber dicho?.
(24) Sitúa la aldea de Calama a "cuarenta leguas" de distancia aproximada de Cobija , lo que hace unos
178 km. La legua francesa como medida itineraria (o sea, el espacio se podía cabalgar en una hora de camino) comportaba 4,44 km., siendo bastante más corta que la legua castellana, que se estimaba en 5,57 km. Cobija dista hoy de Calama por carretera, .---- km.
(25) El alimento de los indígenas atacameños que viven en la aldea de Calama por entonces, según Moerenhout, incluía además de maíz tostado, algo de leche. Como la llama (
Lama glama) y alpaca (
Lama pacos) normalmente no fueron un "animal lechero" es decir, un productor de leche para consumo humano, concluimos que aquí se alude claramente a leche de cabras o de ovejas (o ambas), cuyos pequeños rebaños hacían pastar en las ciénagas contiguas al río Loa. El viajero no nos describe la aldehuela de Calama, por desgracia para nosotros, pero es obvio que la visitó y pasó por allí en su desplazamiento hacia el interior. Tiene que haber visto a sus habitantes,, sus chozas y sus costumbres, de todo lo cual se expresa en forma tan negativa. ("
viven miserablemente").
(26) Si vivían tan estrechamente, como lo señala, parece bastante lógico que no quisieran vender parte de su escasa producción. Porque ésta no constituía para ellos un surplus alimenticio fácilmente transable, sino algo estrictamente necesario para vivir. Lo mismo señalará el viajero alemán Rodulfo Amando Philippi en 1553-54 para el caso de poblados situados en los bordes del Salar de Atacama, donde le costó mucho convencer a sus moradores que le vendieran algo de alfalfa como forraje para los animales de su expedición..
(27) Como en la nota anterior, creemos perfectamente justificada su negativa a desprenderse de los escasos bienes alimenticios de que disponían. Por cierto esta aparente "avaricia" de los nativos irrita al visitante francés sin pensar éste en que la visita de extraños no era ni mucho menos frecuente y continua como para obligar a los pobladores a incrementar su área de cultivo o de forraje animal con fines comerciales.
(28) Nótese que nuestro viajero llama simplemente "Atacama", al igual, que todos los descriptores tempranos, al pueblo o aldea que hoy conocemos como "San Pedro de Atacama". Es el nombre antiguo de claro origen lingüístico
lickan antai o kunsa. Al parecer, se le empieza a denominar "San Pedro" (nombre del patrón religioso del pueblo) cuando entra en uso y se masifica el nombre de "Atacama" para la Cuarta Región de Chile. ("Región de Atacama"). Uno de los primeros en referirse a él es el cronista mestizo Garcilaso de la Vega. Dice, en efecto:
"hay un despoblado desde Atacama, que es el postrer pueblo del Perú, hasta Copayapu, que es el primero de Chile, 800 leguas donde hay por el camino algunos mandaderos de agua que no corre. De cuya causa y por el poco uso que hay de sacalla, siempre huele mal..."(Garcilaso,
Segunda Parte de los Comentarios Reales de los Incas, Capítulo XXI; citado
ad litteram en
Boletín de la Academia Chilena de la Historia, Año IV, Número 7, 1936: 1679. negritas nuestras).
(29) Señala la distancia que media entre Calama y Atacama ( esto es, San Pedro de Atacama de hoy) en
veinte leguas, esto es casi 89 km.
(30) "
Despoblado de Atacama" fue denominado desde muy tempranos tiempos por los primeros cronistas. El nombre ya figura en la narración del capitán Mariño de Lobera, en su
Crónica del Reyno de Chile, quien llegara a Chile poco después del viaje de Almagro y tuvo noticias de primera mano a través del clérigo Cristóbal de Molina y de Pedro Gómez, que formaban parte del grupo expedicionario de Diego de Almagro. Dice Mariño de Lobera: "...
a causa del grande despoblado de Atacama, donde perecieron gran parte de los caballos y jente de servicio [de Almagro]...". (cap. VIII de la Crónica del Reyno de Chile: citado en
Boletín de la Academia Chilena de la Historia, Año IV, Número 7, 1936: 16 104; negritas nuestras)..
(31) Interesante referencia a los cantos de estos indígenas
changos y a sus melodías tristes y lastimeras.
(32) Las chozas hechas de cueros de lobos marinos, ya han sido descritas más arriba, en nuestra nota número 20.
(33) Es interesante la referencia al empleo de la guitarra por los naturales de la caleta, instrumento de cuerdas traído de España en tempranas épocas coloniales y totalmente desconocido en América precolombina donde se conocía solo los instrumentos de viento o percusión. .
(34) La expresión
"nación" aquí empleada en el texto de Moerenhout, nada tiene que ver con el concepto de "Estado", en su acepción moderna, sino es frecuentemente usada por cronistas y viajeros como sinónimo de "pueblo" o "tribu" (v. gr.en Cieza de León). Así, distinguían al interior del imperio de los Incas numerosas
"naciones" o tribus, cada una de ellas dotada con sus característica lengua y su peculiar expresión cultural.
(35) Por mandato expreso de los Incas, en su tiempo sólo se consumía la chicha de maíz con motivo de la celebración de sus ritos y festividades, y no era ciertamente una bebida de uso diario. Es a través del contacto con el europeo y sus costumbres donde aprenden los indígenas el beber hasta embriagarse de una manera frecuente.
(36) Se señala ahora un dato demográfico bastante impreciso para Cobija: su población total fluctuaría
"entre cincuenta y cien habitantes". Esto parece contradecir nuestra apreciación indicada en la nota Nº 18. Creemos que el viajero subestima la población total, de la que no logra hacerse una idea suficientemente clara. La presencia de
"numerosas chozas", como lo sugerimos en nuestra nota Nº 18, ciertamente debería al parecer arrojar bastante más población que cien personas. Piénsese que en sola una choza observada por él, Moerenhout señala ya la presencia de 9-10 personas. ¿Qué se debe entender por
"numerosas"? El enigma persiste, pues si bien el viajero vio numerosas chozas (
plusieurs huttes), al parecer vio y tuvo ocasión de ver muy pocas personas. En todo caso, el personal de raza blanca presente en Cobija en ese mes de diciembre de 1828 a lo más comprendía - y sólo en forma temporal- unas 8 ó 9 personas. El resto eran todos indígenas changos. La gran imprecisión del viajero francés con respecto a la población total indígena nos sugiere su poco interés real en investigar el tema. Le hubiera bastado una conversación con lo señores comerciantes Cotera o Alcalá, que allí radicaban, para averiguarlo con una mucho mayor precisión.
(37) "Hoy día" - acota Moerenhout, al referirse a su tercera visita, efectuada varios años después de la primera (esto es, hacia 1834)- hay ya numerosos agentes de casas comerciales instalados, viviendo de firme en Cobija. Señal del brusco cambio operado en apenas unos 6 años en la humilde caleta, por efecto de la recalada frecuente de barcos para el abastecimiento de Bolivia. En seis años, se ha efectuado un cambio radical que bien pudo influir en muchos aspectos en la población indígena, su lugar de asentamiento y sus actividades. ¿Cómo y en qué forma influyó en ésta?, a la verdad es difícil de imaginar y no lo sabemos aún. Tal vez con el cotejo minucioso de los relatos de los visitantes posteriores, como el caso de D´Orbigny (en el mes de abril de 1830), nos permitan seguir este lento proceso de retracción (¿ u absorción?) de la población indígena residente.
(Damos por terminadas nuestras notas a este texto el 09/12/2012).