miércoles, 22 de febrero de 2023

Descubrimiento y explotación del Mineral de plata de Huantajaya: primeros antecedentes históricos .

Advertencia: Este breve artículo formó parte de un power point del autor para sus clases de Antropología en la Universidad Bolivariana  de Iquique. Su único valor consiste en el acopio y comentario eco-antropológico de las fuentes más tempranas referentes al yacimiento de plata de Huantajaya, muy anteriores a las notables  referencias explícitas del Teniente de Gobernador Antonio O´Brien en su notable  "Descripción de la Quebrada de Tarapacá".  Como tal, es necesariamente incompleto y solo referencial. 

Fig. 1.  El sector llamado del "Hundimiento" en el Mineral de plata de Huantajaya. Observe las entradas a galerías visibles en el sector SE de la fotografía. Este sector de la mina ya es explícitamente  mencionado en la famosa "Descripción de la Provincia de Tarapacá", obra don Antonio O´Brien en 1752. (Foto H. Larrain, julio  2011).

Fig. 2.  Panorama de weste a este del mineral de Huantajaya, (imagen tomada en  el año 1940).

Fig. 3.   Vista del célebre mineral de Huantajaya según Francisco Xavier de Mendizábal. Fechado el 28 de diciembre de 1807.

Fig. 4.  Plano del año 1752. Dibujo de don Antonio O´Brien, Teniente de Gobernador de Tarapacá.

Testimonios históricos tempranos.

Las  primeras evidencias de la riqueza de las provincias del sur del imperio Inca (Colesuyo y Collasuyo).

 El inusitado interés  demostrado en  la conquista de los territorios situados  al sur de El Cuzco, por  Almagro y sus compañeros, ciertamente no fue motivado por la búsqueda del  “honor” y  “la gloria” inherentes al acceder y adquirir   “nuevos territorios” para  incrementar los dominios del Rey Carlos su Señor. Los bandos de Pizarro y Almagro parecían irreconciliables en cuanto a fijar los límites de sus respectivas gobernaciones, recientemente concedidas por la Corona. Ambos, ambiciosos de poder y de gloria,  tenían poderosos seguidores. Cuando finalmente Francisco Pizarro, el Marqués y el Adelantado Diego de Almagro se dividen por fin la tierra, conforme a las instrucciones llegadas de España en 1535, Almagro inicia de inmediato el reclutamiento de  compañeros para emprender la ruta hacia el sur, prometiéndoles gloria y riquezas. Así, inicia el reconocimiento y conquista de los territorios del extremo sur del imperio Inca en busca de nuevas riquezas y tierras de indios; éstas constituirían su nueva Gobernación: el “Nuevo Reino de Toledo”. De estos afanes  nos da cuenta fiel un testigo presencial, el temprano cronista Cristóbal de Molina, sacerdote y capellán de la expedición (Molina, 1936: 14-18).

En este intento por  conquistar nuevas tierras,   el espejismo de la riqueza, especialmente del oro y la plata, fue, a no dudarlo, el principal acicate. Tanto en Cajamarca como en Pachacámac y Cuzco, los  españoles habían sido testigos directos de la existencia de  flameantes planchas de oro y plata que se exhibían en sus templos y santuarios. Numerosas “huacas” sagradas serán muy luego violentamente saqueadas,  en busca de los  tesoros que acompañaban a los enterramientos de sus magnates. Era la notoria riqueza de la tierra lo que les  atraía como un imán.                                                                                       
En el altiplano, el capitán Saavedra, fiel seguidor de  Almagro,   había sido comisionado por éste para apoderarse de parte del tesoro que venía de Chile y  que estaba destinado para  el rescate de Atahuallpa, su señor, ya ajusticiado por entonces.   Cristóbal de Molina es explícito al respecto:
 
“El Adelantado Almagro…traía gran determinación de hacer el descubrimiento de Chile… y él  con diez o doce de a caballo se fue adelante por el camino real [el qhapaq ñan o Camino del Inca]  hacia las provincias de los Chichas, cuya cabeza era el pueblo de Topiza donde dijimos que le estaba esperando Paulo Tupa Inca y Vilahoma [señores incas de renombre]…Como el Adelantado iba cebado por la codicia y la ambición de señorear grandes reinos por la noticia que le daban los indios (de) las riquezas y gentes de Chile, no tuvo en nada la tierra en que  estaba….”
 
      “Prosiguió el Adelantado Almagro su viaje por el camino real del Inga que guía a las provincias de los Chichas y llegó al pueblo de Topiza donde halló a los Ingas Paulo y Vilahoma, que le estaban esperando y tenían recogido  de la tierra por donde habían venido cantidad de oro y plata….(Molina,  1936:  20-21).                                                                                                                  
 El  El cronista Pedro Pizarro, de quien luego hablaremos, fue  testigo presencial,  según el mismo afirma, y  nos trae a cuento una escena que ciertamente debe haber deslumbrado a los españoles y exacerbado su codicia:
 
  " "También me acuerdo oí a Atabalipa [sic por Atahuallpa] estando un día comiendo con el Marqués [Francisco Pizarro]  que de Chile traian  seiscientas angarillas de tejuelos de oro, para lo que había mandado [traer para su rescate]. Preguntándole el Marqués qué tanta cantidad será, dijo: será un montón tan alto como esta mesa. Esto nunca paresció".  (1944: 72).
 
La insaciable codicia por el oro y plata  que habían ya visto por sus ojos en el momento de la conquista, mucho más que  el tan mentado anhelo de “gloria y honor”, fue  el poderoso imán que impulsó a Almagro y su grupo a   proseguir resueltamente su avance hacia el sur, a pesar de las duras condiciones del camino, donde perdieron  como setenta  caballos  y cientos de “piezas de servicio”, como llamaron a los naturales, hombres y mujeres, que enganchaban a la fuerza en su empresa conquistadora.  (Sobre el espíritu de la conquista y sus evidentes motivaciones económicas, consúltese a  Néstor Meza Villalobos,  1936: 322-389).
 
Los primeros testimonios explícitos de la riqueza minera de Tarapacá.
 
 Una de las primeras disposiciones del Gobernador del Perú Francisco Pizarro, a medida que sus capitanes  avanzaban descubriendo hacia el sur del imperio inca, fue agraciar a sus soldados con “repartimientos” o “encomiendas de indios”. Fue èsta la manera concreta de pagar los servicios de los  soldados  por los trabajos sufridos en  la conquista. Porque  “sueldo”,  propiamente tal, no le tenían. 

En el mes de Enero de 1540,  Pizarro ya muy tempranamente  y sólo confiando en las informaciones de Almagro y sus compañeros,  a su regreso de Chile, [Almagro solo permanece alrededor de once meses en Chile, retornando en seguida al Cuzco] procede en Arequipa a entregar las primeras  encomiendas para el área de Tarapacá, en premio a sus servicios.  (Cf. Barriga, 1939, 1940, 1955;   Larrain, 1975).  La más importante, recaerá en uno de sus  capitanes y fieles amigos, Lucas Martínez Vegaso.  En el testamento de éste, fechado en 1567, poco antes de su muerte (ocurrida el 29-IV-1567) se alude, al parecer por primera vez, a la existencia y explotación de  minas de plata en el área de Tarapacá. 
                                                                                                                             De esta cita  se puede inferir los hechos que siguen:
 
a)   Martínez Vegazo tiene un temprano conocimiento de la explotación de vetas de plata  trabajadas por los  indios de su encomienda. Tal cosa pudo suceder, como  anota el deán Echeverría hacia 1804, a través de un indígena,  apellidado Quilina, quien se lo habría comunicado, probablemente tras haber sido sometido a suplicio. Se ha indicado el año 1556 como la fecha del posible inicio de estas explotaciones argentíferas, habiendo sido un portugués de apellido Rodríguez Almeyda su iniciador, para beneficio del encomendero. Pero en realidad muy poco sabemos de estos inicios,                                                                     
M  Martínez Vegazo pone en trabajo  algunos piques o minas, estableciendo en el terreno mismo, [es decir en los cerros de   Huantajaya] grupos de mineros, indios de servicio y un grupo de esclavos negros, La explotación aparentemente es sólo del  mineral de plata; no parece interesarse por entonces por el cobre, muy abundante allí.  
      
d)  La plata así obtenida es fundida, al parecer, allí mismo, pues no hay aún mención alguna a trapiches en la pampa del Tamarugal, o  en Tilibilca.                          
e)   El transporte del agua algo esencial para la obtención del metal, se realiza en carretas, mediante el empleo de grandes botijas y odres de cuero de llamos y vacunos, desde la quebrada de Tarapacá [vertientes de Huarasiña, muy probablemente]. No se menciona en los documentos tempranos el uso de agua extraída  en las cercanías inmediatas o de los mismos piques. Los piques profundos observables hasta hoy, serán obra muy posterior, en las explotaciones del siglo XVIII.                                                                                                   
f)     El encomendero Martínez Vegaso  obtiene copiosos réditos de esta producción de plata, lo que le permite apoyar, con un enorme aporte, y tempranamente,  la conquista y sujeción del Reino de Chile por las tropas de su amigo y compañero de armas  don Pedro de Valdivia. Préstamo copioso que nunca pudo recobrar tras el asesinato de Valdivia por obra de los mapuches. Aparentemente, esta producción inicial de plata, por entonces  no es aún tasada ni diezmada [para extraer y deducir el diezmo real] por las Cajas Reales de Carangas, las que serán establecidas algo después en el Alto Perú.     
h)   A partir de entonces, se difunde la fama del yacimiento del "cerro rico" de Huantajaya, considerado y alabado  como uno de los más ricos del  Virreinato, hasta el descubrimiento,  a partir de  1556, del fabuloso mineral de plata de Potosí en Bolivia.
 
Las referencias de Pedro Pizarro al yacimiento minero de Huantajaya. 
 
Pedro Pizarro  (1515, Toledo-1602?, Arequipa), primo hermano del Marqués  Francisco Pizarro, recibió también de manos de éste una encomienda de indios que abarcaba sectores del sur peruano hasta Tarapacá. Colindaba en su extremo sur, por lo que sabemos,  con la encomienda de  Martínez Vegaso. Ya de edad madura, Pizarro terminó de escribir en febrero de  1571 sus recuerdos y los plasmó en una Crónica que lleva por titulo de:Relación del Descubrimiento y Conquista de los Reinos del Perú.”  (Madrid, 1844). En esta obra, se refiere específicamente a la explotación de minas de plata, en plena producción, en Tarapacá.

Pizarro se  apunta con cierto desdén a los que antes han escrito sobre el Perú  sin haber sido testigos presenciales. Su ágil relato, por lo detallado y preciso,  nos da una fuerte  impresión de objetividad. Al referirse  a las “minas que están en Tarapaca”,  sin el menor género de duda, nos está indicando el mineral de Huantajaya, explotado probablemente por entonces sólo en el sector del cerro de San Simón. 
No existió que sepamos ningún otro filón de plata por las cercanías, pues el Mineral de Santa Rosa, geográficamente muy próximo, será recién trabajado a partir del siglo XVIII, y ciertamente no antes, por los antecedentes de que disponemos. Muy valiosa resulta desde el ángulo antropológio  su  referencia al hecho de que este yacimiento ya era bien conocido y explotado  "en el tiempo de los Incas".
 
Analicemos con especial esmero este  notable  texto, lejos  el más explícito y detallado referente a estas Minas de Tarapacá:
 
Señala  Pizarro explícitamente que de las Minas de Porco, que estaban en tierras de Hernando Pizarro y “de las Tarapaca”,  se sacaba antiguamente plata para el Inka:
 
      “Y en este tiempo, descubrió Hernando Pizarro [primo de Pedro] las minas de Porco y tomó aquella rica mina que allí tiene; que destas minas y de unas questán en Tarapaca, tierra yunga, legua y media de la mar del sur [esto, es unos 8-10 km. del mar] sacaban plata para los Yngas, que las de Potosí en tiempos de españoles se labraron, aunque los naturales tenían algunas catas en ellas” (edición 1944:150).
 
Un poco mas abajo (p. 151), vuelve a referirse al tema:
 
       “Hay otra parte que sacaban plata ansimesmo como tengo dicho que se llamaba Tarapaca.  Tiene este nombre  de Tarapaca por un pueblo  que ansí se llama, questá doce leguas destas minas. Están estas minas de Tarapaca en unos arenales”.
 
Examinando con algún detalle este texto, deducimos varios aspectos de interés:

1. En ningún momento se nombra el lugar exacto  de las minas por el actual topónimo “Guantajaya” usado ya a partir del siglo XVIII. Tampoco lo hará el Testamento de Lucas Martinez Vegazo, hecho en noviembre  del año 1565, quien se refiere a ellas como “las minas de plata de Tarapacá”. Sólo se les denomina inicialmente  las “minas de Tarapaca”, por quedar  en las cercanías y en el distrito de este pueblo indígena. No nos consta la fecha en que aparece por primera vez la denominación indígena (puquina, no quechua) "Guantajaya" para designar este lugar.

2) Lo que sí nos sorprende bastante es el hecho que se nombre al pueblo al modo indígena, como Tarapaca (como palabra grave, sin acentuación  en la á final)  y no Tarapacá.   Lo que querría decir, al parecer, que Pedro Pizarro usa todavía la manera de pronunciar indígena  local: “Tarapaca", al igual que los curacas e indígenas de su encomienda. Cuándo se torna su grafía en Tarapacá (acentuado en la sílaba final), es todavía incierto
 
3)  Se señala que el agua dulce para la bebida se trae de muy lejos, desde "doce leguas" de distancia. Siendo la legua una medida española “itinerante”, es decir  la distancia que normalmente se cubre caminando a pie o a caballo en una hora,  “una legua” se ha solido calcular aproximadamente como equivalente a unos 6 km.  Lo que significaría -en nuestro caso-  unos 74 km. de recorrido. A modo de curiosidad,  a través del Google Earth, en efecto,  nosotros hemos hecho el cálculo de la distancia en línea recta, del tramo Huantajaya-Tarapacá,  y nos arroja una cifra bastante cercana:  68 km..

4)  a doce leguas”, igualmente, se encuentra  según el cronista Pizarro, el agua para la bebida; esto coincide con bastante exactitud con la realidad. De hecho, el  más grave problema con que se tropezará aquí en las faenas mineras  es la falta total de agua   para accionar los "quimbaletes" o molinos. “Por la falta de agua que tiene tan grande  no se labran estas minas ni se ha descubierto la riqueza que en ellas hay”.(1944: ibid.). 

5) Reconoce que Lucas Martínez Vegazo labraba estas minas, “porque tenía en encomienda estas minas de Tarapacá”. 

6) Nos indica  igualmente, que este encomendero “halló  unas papas de plata redondas como bolas, questos indios llamaban papas, sueltas e entre la tierra, de peso de doscientos pesos, y de trescientos y de quinientos y de arroba y de dos arrobas, y aconteció hallar papa que pesaba un quintal…Hallábanse estas papas a  tiempos..”. 

7)  Señala que  Pedro Pizarro tenía su encomienda “cerca destas minas”. ¿Cuál era ésta?, La de Tacana (Tacna), que por entonces Pedro Pizarro compartía con el encomendero Hernando de Torres

(8) No nos queda nada claro  cómo pudo Pedro Pizarro pretender acceso y tener propiedad sobre estas minas, tan próximas a las de Martínez Vegazo, situadas  a sólo “dos tiros de arcabuz de éstas.

(9) El texto del cronista nos sugiere que uno de sus indios de encomienda le advirtió sobre la presencia de “una mina más rica  que la que Lucas Martínez labraba, y yendo en busca della, topó unas catas que los indios antiguamente labraban a dos tiros de arcabuz de la cueva de Lucas Martínez”.
 
(11) Pedro Pizarro   busca, según el texto, “en una cata pequeña …poco más de dos palmos debajo  de la tierra, se halló unas piedras a manera de adobes que en obra de medio estado questaban estas se sacaron mas de tres mil pesos de pedazos de piedras a manera de adobes de plata blanca que subia de la ley”
 
Pedro Cieza de León: método incaico de explotación de la plata.
 
Para comprender mejor  el sistema de explotación indígena de la plata que les tocó presenciar a los españoles y que, seguramente,  siguió usándose por  más de un siglo, (hasta la introducción de las nuevas técnicas propuestas por el clérigo español avecindado en el Perú  Alvaro Alonso  Barba (1640), traeremos a colación aquí una preciosa descripción del cronista Pedro Cieza de León,  testigo temprano de la conquista y, por lo demás,  reconocido simpatizante de la cultura y costumbres  locales que como pocos detalla,  casi diríamos con un evidente deleite:
 
“ …como para todas las cosas puedan hallar los hombres en esta vida remedio, no les faltó para sacar esta plata [la referencia directa parece ser  al mineral de Potosí]  con una invención la más extraña del mundo, y es, que antiguamente como los ingas fueron tan ingeniosos en algunas partes que le sacaban plata, debían no querer correr con fuelles, como en ésta de Potosí [ya explotado por los españoles por entonces], y para aprovecharse del metal hacían unas formas de barro, del talle y manera que es un albahaquero en España, teniendo por muchas partes algunos agujeros o respiraderos. en estos tales ponian carbón, y el metal encima, y puestos por los cerros o laderas donde el viento tenia más fuerza, sacaban dél plata, la cual apuraban y afinaban después con sus fuelles pequeños, o cañones con que soplan [phucuna, en quechua]. Desta manera, se sacó toda esta multitud de plata que ha salido deste cerro [de Potosí] y los indios se iban con el metal a los altos a la redonda dél, a sacar plata. Llaman a estas formas guairas, y de noche hay tantas dellas por todos los campos y collados, que parescen luminarias; y en tiempo que hace viento recio, se saca plata en cantidad; cuando el viento falta, por ninguna manera pueden sacar ninguna” (Cieza de León, edición 1947; Primera Parte, Cap. CIX, pag. 449).

Bibliografía sucinta: 
 
Barba, Alvaro Alonso, 1640.  Arte de los metales en que se enseña el verdadero beneficio de los de oro y plata por azogue. En Madrid en la Imprenta del Reyno.

Barriga, Víctor Manuel, 1939, Documentos para la historia de Arequipa, 1534-1558.tomo I, Editorial La Colmena, Arequipa.

Barriga, Víctor Manuel, 1940,  Documentos para la historia de Arequipa, tomo II, Editorial la Colmena, Arequipa.

Barriga, Víctor Manuel, 1955, Documentos para la historia de Arequipa, tomo III, Editorail La Colmena, tomo III, 
 
Cieza de León, Pedro. 1844.La Crónica del Peru nuevamente escrita  por Pedro Cieza de León vecino de Sevilla  en Historiadores Primitivos de Indias, II, en Biblioteca de Autores Españoles desde la formación del Lenguaje hasta nuestros dias, tomo XXVI, Ediciones Atlas, Madrid, 1844: 349-  458.
 
Larrain, Horacio, 1975, "La población indígena de Tarapacá (Norte de Chile) entre 1538 y 1581", Revista "Norte Grande", Instituto  de Geografía de la Pontificia Universidad Católica de Chile, vol. I, Nº 3-4, 269-300.

Meza Villalobos, Néstor,   1936: “Formas y motivos de las empresas españolas en América y Oceanía”,  Boletín de la Academia Chilena de la Historia, Santiago de Chile, Tomo  IV, Nº 7, 1936: 322-389),   
 
Molina, Cristóbal de, 1936.  Conquista y Población del Pirú, en Boletín de la Academia Chilena de la Historia, Santiago de Chile, Tomo IV, N’ 7, 1936:  9-24.
 
Pizarro, Pedro 1944.  Relación del descubrimiento y Conquista de los reinos del Perú”. En Colección de Documentos inéditos para la Historia de España, Tomo V.  Madrid.  (reeditado por Editorial Futuro, Buenos Aires,  1944).   
 
Trelles, Efraín,  1988. “El Testamento de Lucas Martínez Vegazo”, en Historia,   Pontíficia Universidad Católica de Chile, 1988:  267-293.                
Trelles, Efraín,  1991, “Lucas Martínez Vegazo: el funcionamiento de una encomienda peruana inicial”, Pontificia Universidad Católica del Perú. Fondo Editorial.

miércoles, 5 de octubre de 2022

Poblaciones autóctonas y escasez de agua en el Tarapacá indígena y colonial. Captación, transporte y almacenamiento según la documentación arqueológica e histórica.

 El capítulo que editamos hoy, es una transcripción ampliada de un Power Point preparado por nosotros en el año 2010 en Iquique para su uso en nuestras conferencias y charlas. Creemos de cierto interés replicarlo aquí, con fotografías alusivas nuestras, por cuanto representa, a nuestro entender, una buena síntesis del problema y el planteo de las diversas soluciones aplicadas a través del tiempo.

 1. Antecedentes: escasez crónica de agua en el desierto

 La suma penuria de agua en el desierto de Atacama, el más árido del planeta, ha sido una constante en todos los relatos antiguos y recientes referidos al desierto de Atacama. Los cronistas tempranos aludieron frecuentemente a ella. Los incas y luego los españoles,  en el trayecto desértico entre Arica y  Copiapó, conocían bien la ubicación exacta de las escasas aguadas (“jagüeyes” pra los españoles) que podían utilizar durante el trayecto.  De este modo, Diego de Almagro aprende de Paullu Inca, su guía, que al cruzar el Despoblado debe enviar sus tropas en grupos muy pequeños, pues el agua de los jagüeyes se agotaba en corto tiempo (Fernández de Oviedo, 1936).

                        

Fig. 1: Vertiente de Curaña. Esta vertiente se encuentra en la Pampa del Tamarugal y constituye un lugar muy apto para acampar. En su derredor, existe hasta hoy un numeroso bosquete de algarrobos (Prosopis alba) y soronas (Tessaria absinthioides) que sobreviven gracias al aporte de corrientes subterráneas.

 La explotación temprana del mineral de plata de Huantajaya junto al puerto de Iquique, trabajado desde tiempos del Inca  (Cf. Pedro Pizarro, 1944), se hizo  muy difícil,  precisamente por la extrema penuria de agua en la zona. Con este mismo problema se tropezó en la época de explotación del salitre  (Oscar Bermúdez, 1963, 1984),  y hubo que abrir  pozos en todas las explotaciones del caliche, para acceder a un agua bastante salina, de dudosa calidad (Guillermo Billinghurst, 1884 y 1886).  El puerto de Iquique, lugar de recalada obligada para  el acceso a Tarapacá, disponía de una escasa y pésima aguada en Bajo Molle, al pie del acantilado, y debía  habitualmente aprovisionarse del vital elemento sea de la quebrada de Tiliviche (Pisagua Viejo), o directamente de Camarones  (Donoso, 2004, Larrain y Bugueño, 2009). Exactamente con el mismo problema tropiezan  los bucaneros ingleses y holandeses. (Francis Drake, por ejemplo),  a duras penas logra abastecerse de agua de la  corta aguada de Cerro Moreno, mientras calafatea sus naves dañadas frente a la isla Santa Maria. En la provincia de Antofagasta las cosas no son mejores. Las viajeros se refieren constantemente al problema del agua que se observa en el  puerto de Cobija, cuyas pequeñísimas vertientes  apenas pueden surtir a su pequeña población (D´Orbigny, 1958, 1959),  O´Connor, 1928).

2. Las vertientes costeras y el poblamiento prehispánico de la costa.

 Llama profundamente la atención, sin embargo, la capacidad y destreza de las antiguas poblaciones costeras prehispánicas de cazadores recolectores marinos para asentarse en esta costa carente de agua. Si bien es cierto que las mayores poblaciones se sitúan de preferencia en las inmediaciones de los cursos de agua y/o en sus desembocaduras (Lluta, San José, Camarones, Tiliviche, Loa), encontramos en  la costa árida  multitud de sitios arqueológicos y aún cementerios significativos, que nos demuestran que los antiguos pobladores fueron capaces de  asentarse en sitios  sin agua o de  agua sumamente escasa  (Lautaro Núñez, 1965/66); Horacio Larrain, 1986).  En la región de Tarapacá, por ejemplo,  las poblaciones  costeras  en tiempos indígenas  adquirieron importancia en sitios como  Bajo Molle, Los Verdes, Cáñamo, Patache, Chanabaya, Pabellón de Pica,  Río Seco, en sitios  donde, a lo más, contaron con exiguas vertientes, en su mayor parte  bastante salobres.  Núñez y Varela (1865/66) han hecho un valioso estudio de estas poblaciones costeras y sus recursos de agua potable.  Los estudios de  Núñez y Moragas, Olmos, y Sanhueza) han señalado la importancia y antigüedad del poblamiento del sitio Cáñamo,  junto a Patache,  desde la época del final de la cultura Chinchorro.  Recientes estudios realizados en el área del Puerto de Patillos demuestran igualmente un antiquísimo poblamiento que se remontaría, por lo menos,  al sexto milenio antes de Cristo. (Santoro et al., 2009).

Fig. 2: Aguada de Cerro Moreno (N. de Antofagasta). Expedición nuestra realizada el 1 de diciembre 1964, (foto nuestra de la época).

 

Fig. 3: Junto al actual pueblo turístico de Los Verdes y a pocos metros del mar, se encuentra esta cueva de cuy techumbre fluye esta vertiente de agua dulce. Hasta el año 1990, tenía aquí su cabaña un solitario ermitaño pescador que se servía de ella. 

Los oasis de niebla y el abastecimiento de agua.

 A partir del año 1997 un equipo de investigadores de la Universidad Católica conformado por geógrafos, arqueólogos y antropólogos ha demostrado la potencialidad del oasis de niebla de Alto Patache,  a 65 km al Sur de Iquique,   y la sobrevivencia de  numerosas especies de plantas y animales in situ, gracias a la presencia constante de la camanchaca costera.(Pilar Cereceda et al., Raquel   Pinto et al., Horacio Larrain et al.)   La neblina ha sido capaz no sólo de alimentar este ecosistema relicto, sino también a sus  antiguos habitantes, los cazadores recolectores marinos. En varios trabajos recientes, (Horacio Larrain et al, 1998. 1999, 2000;  Mauricio Navarro et al., 2005). Se ha demostrado, en efecto,  que la presencia en este lugar  de fragmentos cerámicos indígena de gran tamaño y  en gran número, en un sitio peculiar del acantilado costero, situado  hacia los 750 m. de altitud,  correspondería a la existencia de un antiguo lugar de captación de agua de la  niebla usando tecnologías primitivas, pero eficientes. La presencia de diversos recursos vegetales y animales (caza terrestre) en los “oasis de niebla”, incentivó el arribo de  cazadores costeros a las zonas  altas, donde podían surtirse varios meses al año (de julio a diciembre) de excelente agua de origen claramente atmosférico, a  diferencia  de las aguadas costaneras.

 

Fig. 4: Hacia los 750 m.de altitud, en el oasis de Niebla de Alto Patache, se encuentra este conjunto de rocas con paredes planas y abruptas expuestas al weste, donde la camanchaca se condensa, permitiendo a las pueblaciones costeras del pasado colectar allí, con el apoyo probablemente de cueros animales, para permitir el escurrmiiento del agua atmosférica a las vasijas, de diversos tamaños, dispuestas en su base.

3. El agua y las explotaciones mineras.

Las explotaciones mineras en Tarapacá y Antofagasta requerirán con prontitud de un cuidadoso catastro y examen de las aguadas presentes en el área. En un valioso trabajo Dominique Latrille, en 1887, detalla su número y posición exacta. Y el viajero alemán Rodulfo Amando Philippi en su  homérico viaje  en mula  desde Paposo a San Pedro de Atacama, va tomando nota tanto de su presencia como de las disponibilidades de leña y recursos en sus cercanías (Philippi, 1860). Otro tanto nos ofrece el geógrafo Alejandro Bertrand (1886) en su monumental obra: ´´Las Cordilleras….¨´

4. Los grandes Proyecto de regadío coloniales.

Tanta era la necesidad de agua tanto para las faenas mineras como para  la agrícultura regional, que  durante el período colonial surgen varios notables Proyectos de desviación de cursos de agua altiplánicos  para irrigar la superficie de la Pampa del Tamarugal  (Larrain, 1974, 1975). El historiador Jorge Hidalgo los ha estudiado in extenso. El más antiguo es el que nos presenta, acompañado de  notables Planos, el Gobernador interino del Corregimiento de Tarapacá, don Antonio O´Brien en 1765, preocupado por la periódica escasez de agua  en los pueblos de la quebrada de Tarapacá  (Cfr. Larrain y Couyoumdjian, 1975).

5. Almacenamiento y transporte del agua potable.

Allí donde no había agua potable, había que conducirla y/o conservarla.  En la época indígena se contaba con pocos tipos de envases o contenedores grandes. Citaremos:

 a) los odres de cuero, fabricados comúnmente de los estómagos de los lobos marinos, por los pobladores changos o camanchacas, o de las vejigas de  camélidos o aún del cuero de sus extremidades,  por parte de los agricultores y ganaderos de las quebradas.  Odres o “zaques” los denominaron los cronistas (Cfr. Cristóbal de Molina, Gonzalo Fernández de Oviedo,  Gerónimo de Bibar, Pedro Sarmiento de Gamboa). Su capacidad  rara vez superaba los 20 litros. Estos podían cerrarse mediante amarras de cuero. Procedía su factura desde los tiempos indígenas tal como su tecnología básica lo delataba a las claras.  Tenían el grave inconveniente del mal gusto y desagradable olor que adquiría el agua, pues ésta se inficionaba con el hedor propio de las vejigas de cuero no curtidas. Podían, en caso de roturas, ser fácilmente reparados mediante amarras hechas en el sitio de la perforación. De hecho, los hemos encontrado por decenas y decenas  en los basurales coloniales antiguos del Mineral de plata de Huantajaya,  junto a Alto Hospicio, y  fueron usados por los indígenas que allí laboraron  entre lo siglos XVI  a XVIII. (cf. Larrain, passim). En la Municipalidad de Alto Hospicio hemos dejado depositados, a fines del año  2017 y a la espera de la construcción de un Museo de Sitio,  un conjunto de odres de cuero coloniales rescatados por nosotros de las ruinas del mineral de Huantajaya entre  1999 y 2010.


Fig. 6: Odre o “zaque” confeccionado de la vejiga de un animal (lobo marino o llama (Colección H.Larrain, hoy en custodia en la Municipalidad de Alto Hospicio).


Fig. 7: Este odre ha sido hecho con el cuero de la pata de un llamo. (Colección H. Larrain, en custodIa en la Municipalidad de Alto Hospicio).


 b) las grandes tinajas de greda cocida. De origen español, servían como contenedores de varios centenares de litros de líquido. Si bien fueron usadas preferentemente para la fermentación y conservación del vino en los lagares y casas coloniales, también fueron usadas para almacenar agua. Fueron confeccionadas en las llamadas “botijerìas” de las que hubo varias en algunos pueblos tarapaqueños como Suca, Pica, Matilla, Guatacondo. (Cf. Patricio Advis).

Fig. 8: Tinaja de greda conservada en el lagar de Matilla donde se elaboraba el vino durante la época colonial y hasta aproximadamente el año 1930. La inscripción muestra el nombre del propietario del predio agrícola y la fecha de confección de la tinaja (1763), (foto H. Larrain).


Fig. 9: Tinaja procedente de Matilla y conservada en nuestra propiedad hasta el año 2017. (foto H. Larrain).


Fig. 10:Tinaja colonial en una casa particular con inscripción y fecha, en Matilla (foto H. Larrain, 2004).

c) las botijas, contenedores de líquidos de arcilla cocida, de amplia difusión en América. Su tamaño, relativamente pequeño, permitía su transporte tanto en las carretas como en los mulares. Podían contener entre 25 y 38 litros de agua. (Bugueño, 2008 y  2009).

Fig. 11: Botijas procedentes de Matilla (de la colección H. Larrain, hoy en custodia en Municipalidad de Alto Hospicio). (foto H. Larrain).

Fig. 12: Botija en exhibición en el Museo Salitrero de la oficina Santa Laura (2004).  La poiíción inferior termina en punta lo que permitia ser parcialmente enterrada en el suelo. (foto H. Larrain).

Fig.13: Botija colonial comprada en Matilla en el año 2004. (foto H. Larrain; Colección H. Larrain, hoy en custodia en la Municipalidad de Alto Hospicio).

 Conclusiones:  

1)       Si bien vivían en pleno desierto, las comunidades humanas de la costa árida norte chilena fueron capaces de obtener el agua sea de las vertientes escasas o del agua atmosférica contenida en las neblinas costeras rasantes o camanchacas;

2)       En los sitios costeros, el agua, producto extremadamente escaso, fue usada por sus habitantes solamente para la bebida. Los alimentos de origen marino se cocinaban directamente al fuego;

3)       Los lugareños encontraron, desde tiempos inmemoriales, en la Naturaleza, previa transformación, los elementos indispensables para almacenar y transportar el agua para sus necesidades básicas;

4)       Los grandes Proyectos de regadío proyectados durante el período  colonial,     nunca se hicieron realidad, debido a  su altísimo costo.

5)       En el medio Oriente y Norte de África fueron las cisternas o aljibes cavados en ciertos lugares estratégicos, donde las caravanas de camellos se detenían para abastecerse de agua, además de los escasos oasis. En muchos pasajes de la Biblia se relata el acceso de los caminantes a cisternas para abastecerse de agua. Estas eran altamente valoradas. Es bien conocido el episodio del encuentro de Jesús con la Samaritana en el pozo o cisterna  de Jacob, cerca de la ciudad de Sicar (relatado en el evangelio de Juan, cap. 4, vs. 4-52). Pero en nuestro desierto chileno es imposible cavar cisternas, a no ser en el mismo lecho seco de antiguos ríos, por donde aún hoy podría fluir cierta cantidad de agua subterránea. En el desierto del Sáhara llueve normalmente en ciertos períodos del año; no así en nuestro desierto de Atacama donde no llueve casi nunca y, por tanto, no existe ni puede existir infiltración de agua superficial a las capas inferiores. (Pluviosidad de 0.1-O.3 mm. o aún menos),

           (Dr. Horacio Larrain (Ph.D.), arqueólogo, antropólogo cultural (larrainpena@mail.com); con aportes de Víctor Bugueño, arqueólogo (victor.tarapaca@mail.com). Centro del Desierto de Atacama, Universidad Católica de Chile,  Sede Iquique).