Las apachetas: ¿estructuras señalizadoras de ruta o sitios de ritualidad andina?.
Fig. 1. Típica apacheta andina formada a través de los siglos por infinitas piedras acarreadas por los viajeros para descargar en ella sus fatigas y cansancios, al amparo de la deidad protectora de los caminos. Se las encuentra a la vera de los antiguas huellas por donde se transitaba. Se las solía erigir en las abras o portezuelos, o a veces en las cimas de cerros. Su función religiosa y ritual es aquí explicada con citas de los Cronistas de los siglos XVI y XVII.
Discusión acerca de su finalidad primera.
A propósito de nuestra participación como arqueólogo de campo en el reciente estudio sobre el Qhapaqñan o Camino del Inca en la región de Tarapacá (2013-2015), dirigido por arquitectos de la Universidad Arturo Prat de Iquique (Norte de Chile), hemos tropezado con una apasionante discusión entre los autores acerca del objetivo preciso de estas extrañas construcciones llamadas "apachetas". Para algunos, se trataría primaria y elementalmente de elementos señalizadores o marcadores de ruta (L. Núñez); para otros, (al parecer la mayoría) se trata, además, de hitos de un carácter esencialmente ritual y místico, inscritos en el paisaje, a la vera de antiguas huellas caravaneras, donde el caminante ora e invoca a la divinidad. ¿Qué eran primariamente estos curiosas estructuras formadas por infinidad de piedras, de forma aproximadamente cónica y de base casi circular?. Cuál fue su función primaria? O lo que es lo mismo, ¿para qué o por qué las erigían al costado de sus antiguas sendas o huellas?. ¿Qué dicen las fuentes tanto hispanas como indígenas a este respecto?. ¿Podríamos hablar, tal vez, de una especie de multi-funcionalidad en su construcción?.
Investiguemos un poco este tema.
No pretendemos, por cierto, agotarlo aquí. Pero sí, ofrecer al lector de este Blog abundante material de reflexión al respecto. Esta reflexión nos parece de suma relevancia cuando se somete a estudio estas estructuras antiguas, siempre ubicadas a los costados de antiguas huellas de tránsito de llamas. Huellas denominadas frecuentemente "caravaneras" en la literatura arqueológica reciente (Ver Núñez, Lautaro, 1962, 1976, 1985, 1994, 2000; Núñez y Dillehay, 1979, 1995; Nielsen et al, 1997, Berenguer, 2004 ). Las antiguas caravanas estaban formadas por grupos de llamas, (entre 5-10 y a veces más de 40 animales en total), guiados por uno o dos arrieros indígenas, y conformaban auténticas caravanas que por días y días viajaban a la costa desde el altiplano para realizar tareas de trueque y comercio desde tempranos tiempos precolombinos. Estas caravanas se detenían en lugares precisos para reposar, en las abras entre montañas, donde sus ancestros habían erigido - y no por azar- estas estructuras.
Una definición.
Diversos cronistas nos definen y/o se refieren a estas estructuras. Algunos, como Garcilaso de la Vega, el mestizo, se afanan infructuosamente por buscarle un significado propio a partir de su lengua, la quechua. Vano intento, como lo ha demostrado el lingüista Cerrón-Palomino, pues la voz es de origen aimara, y no quechua. "Apachita" (¡ no apacheta!) fue unánimemente nombrada por los más antiguos cronistas.
Dice el cronista mestizo
Garcilaso de la Vega:
"
Declarando el nombre Apachitas que los españoles dan a las cumbres de las cuestas muy altas y las hazen dioses de los indios, es de saber que ha de dezir Apachecta, es dativo y el genitivo es apachecpa, de este participio de presente apáchec, que es el nominativo, y con la sílaba -ta se hace dativo: quiere dezir que hace llevar. Pero conforme a la frasis de la lengua [...] quiere dezir demos gracias y ofrezcamos algo al que haze llevar estas cargas, dándonos fuerças y vigor para subir por cuestas tan ásperas como esta"[...]. (Garcilaso de la Vega, [1609] 1943: II, IV: 73;
cit. in Cerrón-Palomino, Voces del Ande, Ensayos sobre oonomástica andina, Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, Lima, 2008: 91).
Según Cerrón-Palomino, a quien seguimos aquí, Garcilaso inútilmente trata de explicar a través del quechua un término que le resulta extraño, el que, por lo demás, es claramente de origen aimara, y sería anterior a la quechuización ocurrida en toda el área del Cuzco.
Polo de Ondegardo, en cambio, el reposado y erudito jurista español de mediados del siglo XVI nos entrega una ilustrativa definición de estas estructuras. Su juicio ponderado, alabado por los historiadores, nos infunde plena confianza en la veracidad y autenticidad de sus dichos. Se refiere específicamente al rol de adoratorios de estas estructuras:
"Item [asimismo]
los Serranos adoran montones de piedras que hazen ellos mesmos en las llanadas o encrucijadas, o en cumbres de montes, que en el Cuzco y en los Collas se llaman Apachitas y en otras partes las llaman Cotorayac rumi, o por otros vocablos". (Polo de Ondegardo, [1559], 1985: 253; cit. en Cerrón-Palomino, 2008: 89).
Un breve comentario nuestro a esta cita del jurista español.
a) nos afirma que se trata de una costumbre de los "Serranos" [es decir de los aimaras] y con toda razón, pues al menos en la región de Tarapacá, no existen apachetas en zonas bajo los 3.000 m. de altitud; a lo más, mojones o hitos, lo que es diferente;
b) los montones de piedras los forman ellos mismos. Son creaciones humanas. No preexiste allí ningún montículo natural de rocas que le diera origen;
c) se presentan en las hoyadas o abras de montaña , y también en las cimas de cerros;
d) se llaman en realidad "
apachitas" y no "
apachetas", como trató de convencernos Garcilaso de la Vega;
e) Por fin, allí "adoran" los habitantes de la Sierra. ¿A quién adoran". Claramente, a Pachamama. Lo veremos más abajo en una notable cita de Bowman el gran geógrafo norteamericano, eximio conocedor de las montaña de los Andes.
Joseph de Arriaga, jesuíta español, encargado por las autoridades de acumular evidencias y pruebas sobre la idolatría que todavía subsistía, a casi un siglo de la conquista (1621), entre los indígenas peruanos, es otro valioso testigo de especial interés para nuestro estudio. Pues su función era, precisamente, aportar evidencias concretas de la supervivencia de diversos ritos y ceremonias de la gentilidad. Pertenece Arriaga al grupo de sacerdotes que se ha denominado los "extirpadores de herejías", encargados por la autotidad virreinal de "purificar" las creencias de los nativos, presuntamente ya incorporados al Cristianismo.
Nos dice Arriaga:
"A estos montoncillos de piedra suelen llamar [los españoles] Apachitas, y dicen algunos que los adoran y no son sino piedras que han ido amontonado [los indios] con esta superstición: ofreciéndoles a quienes les quita el cansancio y les ayuda a llevar la carga, que es es apacheta" " (en su obra:
La Extirpación de las herejías en el Perú, 1999 [1621], Estudio Preliminar y Notas de Henrique Urbano, Cuzco, C.E.R.A.
, Instituto
Bartolomé de Las Casas", cit. en Cerrón Palomino:
Voces del Ande, Ensayos sobre Onomástica Andina, Pontificia Universidad Católica del Perú. 2008: 91).
Nuestro comentario.
a) No sabe decirnos con certeza Arriaga si este rito involucra o no a su juicio, adoración. Mas bien, la reconoce como una "superstición";
b) este acto les quita el cansancio del viaje y les hace recuperar sus fuerzas;
c) al no ser, en opinión de Arriaga, propiamente adoratorios sino "solo piedras", nos parece que no ve el sacerdote la necesidad de derribarlas o demolerlas; y tal vez por esto mismo, han logrado sobrevivir hasta nuestros días.
La opinión de Santacruz Pachacuti:
Por fin, traigamos a colación la explicación que nos da el cronista Juan de Santacruz Pachacuti, una de las mejores descripciones que existen, escribiendo hacia el año 1620:
"y en este tiempo [es decir, en época de Sinchi Roca, el 2º Inca]
, dizen que un yndio encantador se entrometió por uno de los oficiales de guerra, el qual les abía dicho que los llamasen apachitas, y los pusso un rito que cada pasajero pasasse con piedras grandes para dejar para el dicho efecto nessesario ya declarado; y más lo había dicho el dicho encantador al capitán del Ynga que todos los soldados los echasen los cochachos, cocas mascados, al serro por donde passaren, deziendo: say coyñiy cay pitacqui pariyon coyñiypas hinatac. Y desde entonces los comensaron a llevar piedras y echar cocas, porque aquel encantador los hazía assí hordinariamente. Y muchas veces aconteció que los apachitas o serros y dentro dellas los respondían " nora buena" [es decir, "Enhorabuena"]
, con esto fueron creydos por aquella pobre gente de los tiempos passados". (Santa Cruz Pachacuti Yamqui Salcamagua,
Relación de antigüedades deste reyno del Pirú, edic. 1968: 287). ,
Comentario nuestro:
a) Las denomina el cronista indio, al igual que Polo de Ondegardo, como "
apachitas", no
apachetas,
b) Dice expresamente este cronista que se trata de un "rito" [...
los pusso un rito...] que fue impuesto por una autoridad religiosa (encantador) a todos los que por allí pasaran;
c) El rito consistía en echar y agregar a la pila ya existente una piedra grande, y las mascadas de coca que traen en la boca [
acullicu];
d) Hacen allí un ruego a la
apachita en lengua quechua al depositar su ofrenda; nuestro amigo, el lingüista peruano Rodolfo Cerrón-Palomino, consultado al efecto, nos ha ofrecido la traducción siguiente: del texto quechua del cronista:
"cansancio mío, quédate aquí; enfermedad mía (quédate también)". En su expresión fonológica quechua, según Cerrón, sería:
"sayk´uyñiy kaypitaq qhipariy, unquyñipas hinataq".
e) se realiza, por tanto, una breve conversación, o mejor aún un diálogo con la apacheta, un ruego explícito a la deidad allí representada para que acepte y reciba el cansancio o la enfermedad del viajero recién llegado.
f) No es, pues, como podría creerse, una mera exclamación de alivio al llegar a ese lugar de reposo acostumbrado, sino un auténtico diálogo Porque hay una petición explícita y una respuesta.
g) Las
apachitas responde al viajero que les habla, con el término " enhorabuena", Es decir, "que se cumpla cabalmente tu ruego".
La definición de los especialistas modernos.
Sigo aquí a Cerrón-Palomino en su erudito ensayo sobre el origen de esta palabra que según el lingüista peruano sería aimara y en ningún caso quechua:
"Con el nombre de apacheta se designa en la región andina sureña, concretamente en el Perú, Bolivia, Chile, y el noroeste argentino, a los montículos de piedra acumulados en lugares especiales, principalmente en cumbres de cerros por los caminantes indígenas que transportaban cargas pesadas, a manera de ofrenda simbólica a sus divinidades para que éstas los aliviaran de las fatigas y del cansancio de sus trajines". (Cerrón-Palomino, 2008: 89)
Caravanas y arreos....
Dejemos constancia que esta ritualidad propia de la arriería ancestral, de tipo comercial o de trueque entre comunidades humanas, de la que hay trazas a partir de los inicios de la era cristiana, si no antes, nada tiene que ver con la arriería organizada de época colonial, mediante la cual, en potentes recuas de mulares, se trasladaba el mineral de plata o la plata labrada, desde Potosí (en Bolivia) al puerto de Arica, en el Perú colonial (siglos XVI-XVIII). Sin embargo, frecuentemente siguió exactamente las mismas huellas antiguas. Casi nunca -que sepamos- los españoles se preocuparon de abrir caminos nuevos en América, si los había antiguos, transitables y bien abastecidos ( de tambos, tambillos y almacenes).
Experiencia propia.
Hace unos 14 años, hicimos una expedición desde la localidad de Pica en vehículo hacia la quebrada de Tasma. Nuestro guía era un piqueño, antiguo residente en Tasma, Anselmo Charcas Pacha. Nos acompañaba también el piqueño Enrique Loayza. Viajábamos en nuestro viejo Chevrolet 1980. Tomamos rumbo al Norte, bordeando los sectores de dunas del tipo "barjanes" hasta llegar a la pequeña quebrada de Cicsa donde dejamos el vehículo para continuar a pie. Portábamos víveres y un par de carpas. Armamos carpa la primera noche, pero era tanto el frío reinante, que pronto desistimos de dormir y decidimos seguir a pie aprovechando la noche de luna llena que iluminaba bastante bien la senda a seguir. Caminamos algunas horas. Al alba, llegamos al alto de Tasma donde nos detuvimos al pie de una estructura formada por muchas piedras superpuestas. Anselmo nos explica que se trata de una "apacheta". Nos cuenta que aquí por tradición solían reposar sus padres y abuelos antes de emprender la larga y fatigosa bajada a Tasma. Aquí nos explicó el significado del rito que acostumbraban realizar, al llegar a este punto. Son "costumbres de los antiguos", nos dice como queriendo justificarse. En seguida, fue a buscar una piedra por los alrededores, la que, con devoción evidente, agregó al conjunto. Seguía con este gesto la tradición de sus padres y abuelos.
Imágenes de apachetas. (Las fotos son nuestras, tomadas en viajes al Salar del Huasco entre 2005 y 2007).
Fig.2. Esta apacheta, formada por miles de piedras pequeñas, es testigo, sin duda de un tráfico desde tiempos inmemoriales. Se encuentra en la intersección de la huella al Salar del Huasco, proveniente dela localidad de Pica y la actual carretera asfaltada a la mina de Doña Inés de Collaguasi, y se alza a unos 4.200 m de altitud sobre el nivel del mar.. Presenta dos nichos, a la manera de hornacinas, para las ofrendas cerca de su base (lado izquierdo de la foto).
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Fig. 3. El paisaje donde se alza esta apacheta es desolado y presenta escasísima vegetación.
Fig. 4. Si se observa bien, en la parte media de la estructura a unos 30 cm del suelo, se puede ver dos pequeños nichos u hornacinas, formados por piedras lajas bien dispuestas.
Fig. 5. Frenta a la apacheta, Marta Peña Guzmán (al medio) con dos amigos nuestros, biólogos venezolanos de visita a Chile (Julio 2005).
Fig. 6. Ofrendas actuales: botellas de cerveza marca "Cristal". Aquí sin duda los viajeros recientes bebieron y ofrendaron también una cantidad a pachamama, como es el uso c orriente.
Fig. 7. Una oquedad abierta a un costado de la apacheta. Restos de carbón y huesos revelan una comida realizada en el lugar y un lugar de fogón ocasional.
Fig. 8. Al costado oeste de la estructura, se observan restos de un muro, tal vez, construido a la manera de un parapeto para protegerse del viento.
Fig. 9. La forma es perfectamente piramidal, pero de base circular.
Fig. 10. A pocos metros de la estructura, se ve una apreciable cantidad de botellas de cerveza, consumidas evidentemente en el lugar por los viajeros..
Fig. 10. Ofrendas actuales de cerveza y de cuerdas. Pequeño nicho, enmarcado de lajas paradas, preparado hoy como receptor de las ofrendas. Observe otros dos nichos en la Foto Nº
Fig. 12. Vista de oeste a este; al fondo a la izquierda, asoma una parte de la hoya del Salar del Huasco.
Fig. 13. Vegetacion de Stipa ichu (paja brava) y t´ola (Baccharis tola) , en las proximidades.
Fig. 14. Acercándonos al Salar, desde el oeste. Altitud aproximada: 4.000 m. snm.
¿Qué nos sugiere el examen de las fuentes antiguas y la costumbre indígena que aún persiste?.
1. Las fuentes más antiguas, unánimemente, las llaman apachitas, no apachetas (Cfr. Cerrón Palomino, op. cit. supra) .
2. Los españoles, siguiendo en ello al cronista mestizo Garcilaso de la Vega, las llamarán a partir del siglo XVII, como "apachetas", creyendo que su nombre era de origen quechua. Tal versión hoy ya no tiene sustento lingüístico.
3. Ante estas estructuras, los indígenas hacen invariablemente un rito que consiste en agregar, a la pila ya existente, una nueva piedra recogida en el camino. Además, agregan, en calidad de dones personales, otros objetos como cuerdas, hilos, pelos, pestañas, según las fuentes más antiguas. Son dones sencillos, pero elocuentes.
4. Los viajeros expresan allí, al llegar, un sentido anhelo en forma de ruego: que la apacheta reciba con beneplácito su cansancio o su enfermedad. . Se realiza un corto diálogo con la entidad dueña de la apacheta o, tal vez, de alguna manera representada en ésta. La apacheta responde a sus íntimos deseos. Y se cumple así el "do ut des", tan propio de la "reciprocidad andina".
Su finalidad primera: el acto ritual.
Sobre la base de lo que las Crónicas, máxime las indígenas, nos refieren a este respecto, no puede caber duda alguna de que su finalidad primera fue ritual y por ende, religiosa. Como dirían los filósofos escolásticos, per se, son una estructura ritual donde se verifica un rito propio del caminante. Per accidens, esto es, accidentalmente, pasan a constituir, de facto, hitos marcadores a los costados de una ruta antigua. Pero es evidente, por el análisis que aquí hemos ofrecido, que su intención y finalidad primordial fue claramente ritual y religiosa y de ninguna manera, establecer una señalética en la ruta. En consecuencia, designarlas como "marcadores de ruta", como lo hacen algunos arqueólogos, a nuestro juicio se presta para error o al menos para confusión, pues tal afirmación vendría a desvirtuar la intencionalidad primera y fundamental de dichas estructuras. Son por tanto, sitios donde, ante todo, se verifican ritos específicos, relacionados por cierto con el objetivo final del caminante: asegurar por reste medio ( el ruego) el éxito del viaje. En síntesis, podríamos decir que las apachetas constituyen hoy, efectivamente, "marcas" físicas junto al camino pero no pretendieron ser "marcadores" (es decir, señalizadores) de una determinada ruta que ellos, por lo demás, conocían perfectamente y señalizaban de otras maneras (hitos, paskanas,. jaras, etc.). ..
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La mentalidad religiosa del andino.
Debemos recordar en este contexto que la mentalidad del hombre andino es esencialmente y en cada uno de sus actos, primaria y singularmente religiosa. El andino está habituado a "pedir permiso" a la divinidad para realizar cualquier acto: roturar la tierra, plantar un árbol, construir una casa, cavar un pozo, cultivar una era de terreno. Pero en el caso que aquí nos ocupa, hay algo más: se trata de la entrega un "don" personal a la apachita para que ésta le devuelva el vigor y las fuerzas perdidas en la travesía, para poder continuar su jornada.
En el "concepto de reciprocidad andino", no se puede pretender obtener algo de la deidad si no se ofrenda, a su vez, algo muy propio y personal: este "algo" está ritualmente representado aquí por la piedra que se añade a la pila (como expresión física de la caminata efectuada), o la mascada de coca que porta en la boca [acullicu], o las pestañas que se arranca de su cara para donarlas. Ignorar o pasar por alto esta faceta obligada de toda actividad humana, este lazo permanente del andino con la deidad, o las deidades de los lugares por donde atraviesa, es no entender nada del actuar del hombre andino. O es trasladar equivocadamente al andino, el modo de pensar y proceder actual, del hombre de hoy secularizado, ya desprendido de la esfera sobrenatural que lo rodeaba. La apacheta "señalaba" primariamente , por tanto, al caminante andino no tanto la ruta a seguir, sino más bien dónde exactamente efectuar su ruego, su petición a la deidad. "Ruego" cuyo sentido preciso nos es revelado por el hermoso y elocuente texto que hemos aportado del cronista indio Santacruz Pachacuti. en su traducción al castellano..