Fig. 2. Max Uhle (1856-1948).
Entre los innumerables papeles y documentos de mi biblioteca, he rescatado este antiguo trabajo nuestro de investigación, hasta hoy inédito, escrito entre los meses de octubre y diciembre del año 1965. El documento está escrito laboriosamente en máquina de escribir de la época y fue terminado en la ciudad de México, lugar donde estaba yo por entonces estudiando la carrera de Antropologia, en la Escuela Nacional de Antropología e Historia de la UNAM. Fue escrito, pues, hace ya casi sesenta años. Dado que no pocas páginas del documento original estaban ya perdiendo claridad y nitidez y corrían el riesgo de perderse para siempre, encargué a la señora Carola Lorca Arrau de Santiago de Chile su transcripción en forma digital.
Unas páginas del ejemplar original.
A renglón seguido, muestro aquí unas páginas del antiguo original, para comprobar su estado físico actual.
Fig. 10. Una página del escrito en que se puede observar su estado actual de deterioro.
Fig. 11. Una página correspondiente a la bibliografía del trabajo.
Una sintesis de la cultura atacameña.
Nuestro objetivo primero fue no solo salvar el documento de su destrucción sino también dejar constancia de una investigación de síntesis pionera nuestra sobre la etnia atacameña. Nada parecido se había realizado hasta entonces, cuando los estudios sobre los atacameños eran en extremo fragmentarios y descansaban principalmente en los trabajos pioneros de Ricardo Latcham, Grete Mostny, Hans Niemeyer, Mario Orellana, Jean Christian Spahni, Lautaro Núñez o Ingeborg Lindberg, y los más recientes aportes (a partir de 1958) del sacerdote-arqueólogo jesuita Gustavo le Paige, cura párroco de San Pedro de Atacama.
Los trabajos antiguos de Sénéchal de la Grange (1902), Créqui Montfort (1906), Max Uhle (desde el año 1913), Gösta Montell (1926), Aureliano Oyarzún (desde 1929), Stig Rydén (desde 1936), -entre otros- habían ya demostrado la enorme riqueza cultural de los pueblos del Loa y del Salar de Atacama.
La obra cumbre de Ricardo Latcham: "Arqueología de la región Atacameña", publicada en el año 1938, había logrado reunir y sintetizar los conocimientos existentes sobre la cultura atacameña hasta esa fecha. Pero los numerosos trabajos posteriores, y muy en particular, los aportes de Gustavo le Paige, nos entregaron una desconocida profundidad cronológica y un conocimiento mucho más cabal de la evolución cultural ocurrida en Atacama gracias a sus extensos recorridos y sus excavaciones de numerosos cementerios y tumbas. En efecto, Le Paige había intentado comprobar lo que el denominara "la continuidad de la cultura atacameña". Los cambios notorios en el bagaje cultural, a lo largo del tiempo, no significan para le Paige la llegada de pueblos y culturas nuevas a la zona, sino solamente, la adaptación y asimilación de influencias extranjeras vecinas. Así, se puede hablar de" cambios" ocurridos, pero dentro de una tendencia general a una "continuidad".
Nuestro trabajo del año 1965 pretendió reunir, pues, todos los antecedentes existentes sobre Atacama y sus culturas hasta esa fecha (1965), esto es cuando se cumplían ya 27 años de la publicación pionera de Ricardo Latcham. Mi intención por entonces fue reunir el máximo de antecedentes para presentar una futura tesis en arqueología en este mismo tema. Luego de mis dos años de estadía en la ciudad de Antofagasta y de mis contactos asiduos con el arqueólogo le Paige, su Museo y sus descubrimientos en terreno, acariciaba yo por entonces la idea fija de escribir una nueva síntesis de la "arqueología de la culturas de Atacama". Esto ocurría cuando yo apenas había cursado el primer año de la carrera de Arqueología en México. Los descubrimientos de le Paige demostrando el influjo cultural de Tiahuanaco y de diversas culturas del NW de Argentina en el Salar de Atacama, estaban señalando que el Salar der Atacama había llegado a ser un potente bastión cultural propio y particular, de tránsito obligado de muchos viajeros entre la puna frígida boliviana o argentina y la costa del Pacífico.
La rica biblioteca del Instituto Panamericano de Geografia e Historia de México y la propia biblioteca del Museo Arqueológico de ciudad de México me permitieron - como lo prueban las referencias utilizadas en este trabajo- el acceso a una rica bibliografía.
Mi decisión de cambiar el tema de mi tesis.
¿Por qué -me pregunto hoy- desistí finalmente de investigar y presentar este tema para mi tesis final de la carrera de arqueologia?. Hoy no estoy seguro, pero sospecho que fue mi "descubrimiento" posterior del enfoque ecológico-cultural, tras la lectura reflexiva de las obras de numerosos geógrafos y antropólogos como M. Bates, K. Butzer, I.W. Cornwall, L. Faron, A. Hawley, E. Odum, C. Sauer, J. Steward, C. Troll, W. Weischet, C. Wissler, M. Towle, Mc Bryde o Ruth Bunzel, en las que los componentes del paisaje geográfico y su influencia en la cultura de los grupos humanos se hacía especialmente visible. Además, la lectura de obras sobre los grupos Zuñi o Hohokam de Nuevo México (Pueblo Indians) me permitió percibir patentes paralelismos con las culturas de Atacama en Chile. Fruto de estas influencias fue el contenido de la tesis de maestría que presenté en México en enero de 1970, con el título de: "Las culturas arqueológicas en Chile: Ensayo de una zonificación ecológico-cultural".
A partir de entonces, el tema de la "relación cultura-medioambiente" se transformó en el "leit motiv" de mis investigaciones antropológicas hsta el día de hoy. Y de aquí surgió el concepto de una "eco-antropología" considerada por mí como una sub-disciplina particular de la antropología, donde las ciencias geográficas juegan un rol muy importante en el análisis de la cultura de los pueblos.
Tempranamente, ya en el año 1972, plasmaba yo estas ideas en un pequeño artículo titulado:
"Conceptos básicos y posibilidades del enfoque ecológico en la investigación arqueológica" publicado en Cuadernos de investigaciones Históricas y Antropológicas, Año I Nº 2, septiembre de 1972 , 1-23, Museo Regional de Iquique, Universidad del Norte, Iquique.
Es de esperar que algún día este trabajo pionero nuestro, por fin editado in extenso en este Blog, pueda ser tal vez considerado digno de figurar en alguna futura "Historia de la arqueología en Chile".
Texto del trabajo original.
APUNTES PARA UN ESTUDIO DE LOS ATACAMEÑOS
Esbozo de un trabajo de investigación más profundo sobre el tema. Esquema para una posible disertación arqueológica. Octubre – Diciembre, 1965 (inédito), México, D. F.
José Horacio Larrain Barros.
Observación previa: en este trabajo hay lagunas evidentes. El esfuerzo por abarcar de una mirada el estudio de los muy diferentes aspectos conectados con la vida de los atacameños, hace, indudablemente, que algunos entre ellos queden solo tocados someramente y otros, debido a la carencia de la bibliografía indispensable, permanezcan en el terreno de las hipótesis o sugerencias. En particular, echo de menos cierta bibliografía chilena, como obras de Ricardo E. Latcham, Grete Mostny y Francisco Cornely, cuyos artículos diseminados en revistas latinoamericanas, imposibles de conseguir aquí en México, no me han sido accesibles. Igualmente, ciertos trabajos importantes de la bibliografía argentina de esta zona tampoco están a mi alcance: v. gr. los trabajos de Ambrosetti, Debenedetti, Salas, Boman, Vignati y otros. Alguna bibliografía reciente sobre secuencia arqueológica del Norte de Chile, como la de Lautaro Núñez, ha quedado igualmente fuera de mi acceso.
AMBIENTE
GEOGRÁFICO Y CULTURAL SUDAMERICANO. GENERALIDADES:
El
grupo indígena cuyo estudio iniciamos ocupa la zona occidental de la América
del Sur, entre los paralelos 16° y 30° de latitud sur (aproximadamente) y los meridianos
65° y 72° de longitud oeste. Como veremos en el decurso de este trabajo, este
hábitat se extendió –en la etapa de la expansión máxima– algo más hacia el
Norte, y muy probablemente, también hacia el Sur.
Al
estudiar las zonas de los paisajes naturales de la América del Sur (los “Naturlandschaften”) que nos propone
Oskar Schmieder en su notable obra: Enzyklopädie der Erdkunde, Länderkunde
Südamerikas (1932), resulta particularmente sugestivo constatar que –a grandes
rasgos– los grupos indígenas sudamericanos ocupan un hábitat que responde de un
modo notable a las particularidades geográficas, climáticas y por consecuencia,
ecológicas del continente sudamericano. Dicho de otro modo, los grupos
indígenas más representativos de Sudamérica (desde el punto de vista cultural)
se asientan en un hábitat muy uniforme –climáticamente hablando– y labran en él
una cultura y economía notablemente adaptada y, por ende, dependiente de las
condiciones geo-ecológicas en que viven. Una somera comparación entre las láminas
que trae Schmieder en las páginas 10 y 21 de la obra citada, ilustra bien lo
que vengo diciendo. Así, las altiplanicies de los Andes del Norte y Centrales
(llamadas Puna o Altiplano, según los países) están ocupadas por pueblos de
cultura agrícola avanzada, conocedores de los sistemas de irrigación[1],
terrazas y andenes de cultivo, y que utilizan variados tipos de cereales,
frutas y tubérculos en su alimentación. Estos pueblos, los Chibcha, en
Colombia, Kechuas y Aymarás (Perú, Bolivia y parte de Chile)[2],
Atacameños (Norte de Chile y Noroeste argentino) y, finalmente, los Diaguitas
(NW argentino y Norte chico chileno entre los paralelos 30° a 37° de latitud sur),
emparentados con los anteriores por su lengua y hábitos, además de su
agricultura avanzada, desarrollan una metalurgia notable, en particular en oro,
plata, cobre y bronce. Parece haber entre estos dos elementos, agricultura
avanzada y metalurgia desarrollada, una relación muy estrecha: la segunda
presupone y necesita a la primera.
Asimismo, los araucanos, provistos de una
economía basada en el cultivo primitivo (además de pesca, caza y recolección de
semillas), ocupan un hábitat muy homogéneo en las zonas geográficas de Chile central
y sur. Solo tardíamente (siglo XVIII) y por razones políticas, invadirán las
pampas argentinas hasta llegar a poner en peligro a Buenos Aires.
Caribes y tribus Arawak pueblan una zona
geográfica igualmente homogénea: las Guayanas y la cuenca del Amazonas. También
aquí desarrollarán una economía de agricultura primitiva, caza, pesca y
recolección.
Los Llanos del Mamoré, región geográfica
que no forma parte del sistema andino, pero que está próximo a él y que es apta
para el desarrollo de la agricultura, verá florecer una economía agrícola, con
indudable influencia del altiplano, de los indios Mojo y Bauré, principalmente.
El Noroeste del Brasil, Minas Gerais, buena
parte del Brasil central, el Gran Chaco, Brasil del Sur, la Pampa y la
Patagonia oriental constituyen, es verdad, varios paisajes geográficos, que aunque
diferentes por su flora y fauna, y aún precipitación[3],
poseen algo en común: la riqueza y abundancia de caza, pesca y semillas
(frutas) para recolección. Esta abundancia de productos naturales, les hace
permanecer estacionariamente en estado nomádico o seminomádico y no les hace
experimentar, en lo más mínimo, la necesidad de la práctica de la agricultura.
Este tipo de economía fomenta el nomadismo –y seguramente los conflictos
armados con los vecinos-, y crea una economía únicamente basada en los
productos de la caza, pesca y recolección. En el Sur (Pampas y Patagonia oriental),
la caza mayor está constituida por el guanaco y el ñandú o avestruz patagónico.
Los grupos humanos que viven de este sistema económico son los Ges, Guaicurú,
Charrúa, Puelche y, en el extremo Sur de , los Tehuelche.
Finalmente, los grupos de la Patagonia occidental
(zona desmembrada en fiordos, islas y canales del extremo sur de Chile): los
Chonos, Alacaluf, Yahgan y Ona (llamados también Selknam), por el hecho de
vivir en un hábitat eminentemente insular y costero, permanecerán en el nivel
económico más bajo, viviendo casi totalmente del producto del mar: pesca de
peces, mamíferos marinos y mariscos, productos cuyo desperdicio se acumula en
los “conchales” o “concheros”. Esta dieta marina se verá parcialmente
complementada con recolección de frutas silvestres (fresas) y caza (aves)[4].
Esta revisión general y rápida de los
grupos indígenas sudamericanos (solamente los principales), nos lleva
insensiblemente a la conclusión de que los grupos con economías casi totalmente
basadas en los productos del mar (o lagos), son los más atrasados
culturalmente, los menos aptos para progresar y, probablemente, los que más
reflejan las condiciones de vida de los más primitivos pobladores de América:
aquellos habitantes de la costa –y ríos adyacentes– cuyo tosco instrumental
lítico y carencia de cerámica, denota y expresa su total dependencia del mar.
Restos de estos antiguos grupos costeros los encontramos aún en tiempos
históricos entre la costa occidental de la América del Sur: los Changos de la
costa norte de Chile, estudiados por R. Latcham y A. Oyarzún, ya desaparecidos
en el mestizaje con el español y el atacameño, pero cuyo recuerdo perdura en la
denominación de “changos” con que se sigue llamando a los pobres pescadores de
la costa, que viven de la pesca y de la extracción de mariscos (en particular
del erizo) con que surten a los mercados de las ciudades vecinas; los Uros o
Puquinas, pescadores de las islas del lago Titicaca, estudiados por Posnansky
(1938) y La Barre (1946), de los cuales había grupos costeros que hablaban el
mismo idioma (pukina), verosímilmente trasladados allí por los incas. De estos
grupos Uros quedaban, al tiempo del estudio de Posnansky, muy escasas familias.
Hoy posiblemente han desaparecido. En el sur de Chile, tenemos a los Chonos,
Alacaluf, Yahgan y Ona, grupos que nunca fueron numerosos, pero que por el
impacto colonizador (enfermedades, alcohol) fueron rápidamente reducidos a
grupos minúsculos. Hoy día deben existir aún algunas familias aisladas. El
exhaustivo estudio que de ellos hizo Gusinde, no pudo ser hecho más a tiempo
(1931–1936). La economía de estos grupos, culturalmente tan atrasados, dependía
de una manera tan esencial del mar y era, por tanto, tan radicalmente diferente
de la de los colonizadores, que no nos ha de extrañar su absoluta imposibilidad
de asimilar los nuevos elementos culturales. Por lo que no quedaba más
alternativa que la del mestizaje (lo ocurrido con los changos) o la extinción
total (caso de los grupos de la Patagonia occidental, Chonos, Alacaluf, Ona,
Yahgan). Es realmente de lamentar que la antropología no haya llegado a tiempo
para salvar e integrar a estas interesantes reliquias del pasado americano.
De modo semejante, aunque por razones algo
diversas, las tribus nómadas de cazadores y recolectores terrestres desaparecen
casi sin dejar siquiera rastros de mestizaje tras de sí. Ges, Guaycurú,
Charrúa, Puelche y Tehuelche, sucumben al contacto con el colonizador.
Acostumbrados estos grupos a una vida nomádica que les exigía extensos
territorios de caza y recolección, no pueden sostenerse contra el empuje de la
colonización europea que exige más y más tierras para sus ciudades y haciendas
ganaderas. Los indios, privados de sus territorios y de sus fuentes de caza
(guanaco, ñandú, etc.) son muertos por los hacendados que organizan verdaderas
razzias contra ellos. El indio naturalmente se defiende atacando y organizando
incursiones de venganza. Será necesario que el ejército argentino organice un
avance sistemático y arrollador, a las órdenes del general Roca, por los años
ochenta del siglo XIX, para acabar por el exterminio, con el peligro indígena.
Los grupos de culturas agrícolas, más
avanzados culturalmente y mucho más numerosos (ya que el excedente de
producción agrícola favorecía el aumento de la población), sobreviven más
fácilmente y se integran a las nuevas nacionalidades mediante un mestizaje más
o menos intenso[5].
Los araucanos parecen constituir una excepción: habiéndose reducido
considerablemente su número, debido a las guerras con los españoles, se rehacen
y en las reducciones actuales –herencia de las reducciones de la época de las
misiones– y protegidos por el gobierno de Chile, aumentan en población y se van
integrando con muy poco mestizaje y guardando sus características raciales a la
nación.
Los demás: Kechuas, Aymaras, Atacameños,
Diaguitas, forman hoy parte importante de las naciones del extremo sur, en
particular en Perú y Bolivia. Los Chibcha, poseedores en el momento de la
conquista de una cultura agrícola avanzada, sin embargo de lo dicho, se
extinguen casi por completo. La razón de esta desaparición hay que buscarla,
sin lugar a dudas, en la fiebre del oro y esmeraldas que se apoderó de los
colonizadores españoles en los siglos XVI y XVII en esta zona. La leyenda de
“El Dorado”, propalada por los indígenas precisamente para alejar a los
invasores de su territorio, situándolo en regiones inhóspitas mucho más al Este
o al Sur de su propio territorio, contribuyó poderosamente a encender y
mantener viva por generaciones el ansia por la riqueza (Schmieder, 1932).
PAISAJES
NATURALES DE LA ZONA ATACAMEÑA EN LA ÉPOCA DE SU MÁXIMA EXPANSIÓN
La zona ocupada en algún momento por los
grupos atacameños comprende, fundamentalmente, tres paisajes naturales
diferentes, aunque íntimamente relacionados climáticamente: a) una parte
(meridional) de la costa árida occidental en Perú y Chile; b) la parte sur de
los Andes Centrales, a partir, aproximadamente, del Nudo de Vilcanota (14° de
L. S), incluyendo, por su extrema semejanza, la Puna de Atacama, por el sur; c)
el extremo NW del Noroeste Argentino, incluyendo las actuales zonas donde se
levantan hoy las ciudades argentinas de Jujuy, Salta, Tucumán, y, en parte, La
Rioja, por el sur. Por el este, este hábitat alcanza, aproximadamente, hasta
los 65° de L. W., y el paralelo 30° de L. S. como límite meridional.
En el territorio chileno, el hábitat
atacameño encierra al departamento de Arica, y las provincias nortinas de
Tarapacá, Antofagasta y Atacama. (Cfr. Mapa I). En lo que sigue, analizaremos
más en detalle las características de estas zonas naturales, como prenotando indispensable
para comprender las peculiaridades de la cultura de los atacameños.
1. COSTA
ÁRIDA OCCIDENTAL
Ya el cronista español Cieza de León, en la primera parte de su crónica sobre el Perú, (Cieza de León, 1553), en el cap. 59, apunta ya con certero trazo las características climáticas de esta zona, a partir de los 4° de L. S. Comentando la extrema sequedad de la zona dice: “…los habitantes dependen por entero de la irrigación artificial y no cultivan más la tierra de la que pueden regar con los ríos…; donde riegan, todo es desierto seco, pedregoso o arenoso. En algunos lugares crecen arbustos espinosos y cactus; en otros, solo se encuentra arena. La época en que se forman las nubes es llamada el invierno. Estas nubes aparentan estar cargadas de agua, pero, a lo más, dejan caer una llovizna tan fina que apenas humedece el suelo. También es notable que solo sople el viento del sur. Este viento domina en toda la costa hasta Túmbez…”[6].
Esta extrema sequedad, debido a la falta
casi absoluta de precipitación, ha de atribuirse en buena parte a la acción de
las aguas frías de la corriente de Humboldt (proveniente del territorio
Antártico), que por su temperatura no alcanzan a cargar de agua a los vientos
marinos; además, ha de atribuirse a la peculiaridad de los vientos alisios en
esta zona, que alcanzan un desarrollo tal que casi nunca llegan a formar
lluvias de tipo ciclonal o cenital[7].
Como ejemplo característico de este clima podemos apuntar que, en la ciudad de
Antofagasta, Chile (23° 38’ L. S.), situada en la costa misma, entre los años
1891-1911, o sea, un lapso de 20 años hubo 11 años sin precipitación alguna. Exactamente
el mismo fenómeno se presenta en otros puntos de la costa del Perú y de Chile.
Arica, por ejemplo, presenta una media anual
de 0,7 mm entre los años 1911 y 1949, lo que equivale a precipitación prácticamente
nula. Para Fuenzalida Ponce (1965), la razón última de la sequedad del norte
chileno hay que buscarla en que “todo el
primer sector de nuestro país se encuentra bajo la influencia del anticiclón
del Pacífico (verdadero cinturón que genera una zona de altas presiones
subtropical y que circunda casi ininterrumpidamente el hemisferio sur), que con
su papel bloqueador y generando una gran estabilidad por subsidencia, inhibe
las precipitaciones; simultáneamente, hace predominar en toda la región
influenciada por él, vientos del S. y SW”[8].
Para encontrar lluvias invernales, aunque todavía en escasa cantidad, hay que
descender hasta Vallenar, situado en los 28° de L. S.
Fuenzalida Ponce (Op. cit.) con razón subdivide la zona de clima desértico del norte
de Chile en dos secciones, según intervenga o no, el fenómeno por demás curioso
de la nebulosidad costera. Así llama a la primera sección: “clima desértico con nublados abundantes”[9]
y comprende la zona de la faja costera con un ancho máximo de 30 a 40 km.,
encerrando la cordillera de la costa. Esta sección llega hasta Huasco, por el
sur. La segunda sección es llamada por él: “clima desértico normal” (BW). Esta
nebulosidad aparece en la costa occidental a partir de los 8° de L. S. en los
meses de invierno y primavera, y han sido denominadas en el Perú con el nombre
de “Garúa” y en Chile, con el de “Camanchaca”. Esta nebulosidad, acompañada de
abundante humedad, se forma en la superficie del agua fría del mar y se
deposita sobre la costa, muy en particular en la franja de la cordillera de la
costa sobre los 500 m. de altura, donde forma una curiosa vegetación xerofítica
compuesta principalmente de cactáceas (Eulychnia
spinibarbis, Cereus coquimbensis,
Echinocactus sp. y varias especies de
Opuntia), subarbustos o matorrales en
los que se pueden observar: Baccharis petiolata,
Baccharis marginalis (chilena), y
especies de los géneros Coldenia, Boerhaviana, Telanthera, Chenopodium
(máximo en la zona de sequedad extrema y arenosa); arbustos tales como Lycium chañar (chañar arbustivo), Bahia ambrosioides (chamicilla), Proustia tipia (tipia), Euphorbia lactiflua (lechero), Ophriosporus foliosus (rabo de zorro). A
partir de los 24° 30’ (Punta Miguel Díaz) hasta La Serena, aumenta un poco la
precipitación costera y se forma lo que se denomina “Jaral costero”, en que aparecen arbustos de hasta 1,20 m. de
altura, algunos siempre verdes. Aquí aparecen también cactáceas nuevas[10].
Las hierbas que acompañan a esta formación vegetal, que nunca llegan a formar
un manto continuo, se componen principalmente de las familias Gramineae, Amarillidaceae y Compositae.
Como ejemplo de la intensidad de esta nebulosidad queremos indicar el caso de
Iquique (20° 8’ L .S) que presenta, en término medio, 110,4 días totalmente
cubiertos al año, y solo 66,6 días totalmente despejados[11].
Esta extrema sequedad ha permitido la creación
de grandes depósitos de “guano” (voz quechua para designar el estiércol de aves
marinas), denominadas “guaneras”. Estos se forman en las costas,
particularmente en las islas y penínsulas abiertas, por la acumulación de los
excrementos de aves marinas, en particular del Cormorán guanay, el ave guanera
por excelencia, (Phalacrocorax
bougainvillei, Lesson), que anida por millones en tales sitios expuestos al
mar, el piquero (Sula variegata), el
pelícano o alcatraz (Pelecanus thagus,
Molina) y variadas especies de gaviotas (Larus
dominicanus, Larus modestus y
otras). Sobre la fauna ornitológica, cfr. Goodall, Johnson, Philippi, 1951.
A diferencia del desierto interior, como
veremos, esta zona costera carente de precipitación posee, sin embargo, una
humedad relativa bastante considerable. Esa humedad, precisamente, es la que se
condensa en forma de nieblas. Iquique, por ejemplo, presenta una humedad relativa
del orden de 74% y varía muy poco en el curso del año.
Ya dijimos que este curioso clima solo se
presenta en una angosta faja costera, al avanzar hacia el desierto interior, la
nebulosidad desaparece como por encanto, al pasar las últimas estribaciones de
la angosta cordillera de la costa. Al cesar las nieblas, cesa automáticamente
la humedad, y nos hallamos en el desierto más seco e inhospitalario de la
tierra, donde el sol brilla implacablemente durante todo el día. Pero como las
pampas de este desierto se encuentran a un nivel medio de 1.000 m. de altura,
no podemos hablar propiamente de un desierto cálido. Las temperaturas medias
anuales dan 18° C. y la humedad relativa, muy baja, 39% y aún menos. “Los caracteres más llamativos de este
desierto son la gran limpidez de la atmósfera, baja humedad relativa, fuerte
oscilación diaria de la temperatura y carencia casi absoluta de
precipitaciones. Éstas, en realidad, suelen presentarse, pero están afectadas a
la forma típica de las lluvias de desierto; son torrenciales y se presentan
cada 5-7 años sin obedecer a ninguna regla”[12].
En esta costa árida, de la que hemos
aportado datos de la zona chilena, pero que es muy semejante en el sur del
Perú, aparecen -a lo largo de sus 27 paralelos- diversos vallecitos
transversales que llegan al mar. Estos valles permitieron la vida a diferentes
grupos culturales, bastantes independientes entre sí. Francisco Pizarro y Diego
de Almagro, conquistadores del Perú, al desembarcar en la costa norte de ese
país, observaron estos grupos culturales indígenas separados unos de otros a
veces por extensos territorios desérticos, y que se habían desarrollado con
gran independencia unos de otros. Parece que el imperio incaico los incorporó a
su seno no mucho antes de la Conquista Española[13].
Al sur del paralelo 17° L. S., tales valles
se tornan insignificantes; en algunos, el agua de sus cauces ni siquiera llega
todos los años al mar. Es el caso de los valles transversales del departamento
de Arica (Chile): Lluta, Azapa, Chaca, Camarones y Vitor. En la costa norte de
Chile, entre el espacio comprendido entre los 19° L. S. y los 27° L. S., solo
un pequeño río, el Loa, se abre paso penosamente a través del desierto para
desembocar casi seco, en el mar. Su desembocadura se halla a los 22° 28’ L. S.
y por la forma de U larga que describe su cauce, es uno de los ríos más largos
de la costa occidental de Sudamérica. Como es natural, este río no solo será
una vía de comunicación obligada con la costa (para los habitantes atacameños
del Altiplano), sino también será un oasis fértil para la agricultura de sus
habitantes.
La temperatura de las zonas estudiadas es
bastante constante y denota claramente el clima subtropical. Así, por ejemplo, Lima
situada en los 12° 21’ L. S. tiene una temperatura media anual de algo más de
21°C y Arica, la primera ciudad del norte de Chile, casi fronteriza con el
Perú, disminuye apenas a una temperatura media anual de 19,5°C. Hacia el sur,
esta temperatura va disminuyendo muy lentamente (Antofagasta, 18°C.)[14].
Entre los valles del sur del Perú que
elaboran culturas propias, nos interesa citar aquí los valles de Chincha, Ica,
Nazca, al sur de Lima, que dejarán sentir su influjo sobre los grupos atacameños
limítrofes del norte de Chile.
2. ANDES
CENTRALES Y PUNA DE ATACAMA:
Siguiendo a Schmieder (1932), estudiaremos esta zona como una unidad geográfica, aun cuando otros, como la Encyclopaedia Britannica[15] prefiera separarlos en dos paisajes distintos.
Esta zona, llamada en tiempos coloniales el
“Alto Perú”, es el hinterland de la zona árida costera que acabamos de estudiar
(“Bajo Perú”).
Este paisaje natural está lejos de
presentar una unidad: hallaremos en él altas cordilleras, altiplanicies
elevadas, valles profundos, planicies a menor altura, y, por último, salares.
Se extiende desde aproximadamente los 30° L. S. hasta cerca de la frontera con
el Ecuador (4° L. S.). Empezando nuestra descripción por el sur, diremos que
comprende, en primer lugar, la Puna de Atacama, el Altiplano chileno y
boliviano, y el Altiplano peruano. Hablaremos brevemente de los tres primeros,
quedando el último, en realidad, prácticamente fuera de nuestro estudio.
La cordillera de los Andes que viniendo del
sur estaba formada por una sola cadena montañosa, que establecía en sus altas
cumbres (y, a la vez, en la línea divisoria de las aguas) la frontera
argentino-chilena, se ensancha y se divide en dos brazos a la altura del
paralelo 28° L. S. Una, la Cordillera Occidental, será la Cordillera de los
Andes propiamente dicha (frontera argentino-chilena), y la otra, la oriental,
recorrerá mediante varios sistemas montañosos, la Puna argentina, al W de las
ciudades argentinas de Jujuy, Salta, Tucumán y La Rioja. La zona comprendida
entre ambas cadenas será, propiamente, la Puna de Atacama que, por lo indicado,
se interna en el NW argentino y el SW de Bolivia. Más hacia el norte, la Puna
se interna en territorio boliviano recibiendo con propiedad el nombre de
Altiplano boliviano.
La
cordillera oriental argentina, Cordillera de Calalaste,
y otros sistemas más al norte, se continúan en Bolivia mediante la llamada
cordillera de Lípez (en la provincia boliviana del mismo nombre) y la
cordillera de los Frailes. Esta última va a unirse, pasando por la parte
oriental de la ciudad de la Paz y del Lago Titicaca, al macizo de la cordillera
occidental de los Andes en el nudo de Vilcanota, situado a los 14° L. S. (al
sur del Cuzco). Desde este punto de unión, ambas cordilleras vuelven a bifurcarse,
formando el elevado Altiplano peruano, y no se vuelven a unir hasta el cerro
Pasco, formado otro nudo andino (10° 40´L. S.) (Cfr. lám. III del apéndice a este trabajo).
La Puna de Atacama se halla a una altura
media de unos 4.000 m sobre el nivel del mar y presenta elevados picos montañosos
y extensos salares. Entre los primeros, tenemos el volcán Llullaillaco (frente
a la caleta Blanco Encalada, a los 24° 30’ L.S), de 6.750 m de altura; el
Nevado de Tres Cruces, de 6.330 m; el Nevado Ojos del Salado, el más alto de
Chile, de 6.908 m, algo al E del anterior (y frente a Caldera); el volcán
Incahuasi de 6.610 m, el volcán Socompa, de 6.050 m; el volcán Licancabur, de
5.921 m. Estos dos últimos volcanes, junto con el Láscar, algo más al W de la
misma zona (5.641 m) dominan el hábitat actual de los atacameños vecinos al
gran Salar de Atacama. Más hacia el Norte, citaremos el volcán Guallatiri
(cordillera de Arica) de 6.060 m de altura y, finalmente, en la frontera con el
Perú, el volcán Tacora de 5.900 m.
Entre los numerosos salares de la zona, residuos
de los antiguos lagos glaciares, nombraremos en Chile los de Punta Negra y
Atacama (de más de 150 km de largo); y más al Norte, el salar de Ascotán; en
Argentina, los de Antofalla y Arízaro, por no nombrar sino los mayores; en
Bolivia, el de Uyuni, el mayor de todos, con una superficie cercana a los 500
km2 y el de Coipasa que ostenta aún dos pequeños lagos interiores.
Fuera de estos hay cientos de pequeños salares tanto en la Puna misma como en
el desierto chileno (v. gr. al interior de Iquique).
Al W de la cordillera de Lípez y de los Frailes, la Puna boliviana se va erosionando mediante el cauce de los ríos que aquí nacen y que van drenando las aguas hacia la Gran Cuenca del Paraná-Uruguay. En cambio, el E tanto en el Altiplano boliviano como en la puna chilena y argentina, la presencia de cordones montañosos (Bolivia: cordillera de Lípez y de los Frailes; Argentina: cordillera de Calalaste y Sierrras del E; Chile: cordillera de Domeyko y Claudio Gay) ha impedido la fuerte erosión de las altiplanicies, favoreciendo así la creación de los grandes lagos sin salida, los actuales salares. En efecto, las terrazas de playa observables en los márgenes del lago Titicaca, a 35 m y 50 m sobre el nivel actual del lago, indican a las claras que el nivel de este era antiguamente mucho más elevado. Tales lagos, en opinión de Schmieder, se habrían producido en épocas anteriores al gran levantamiento pleistocénico de los Andes, que se habría verificado en tres fases[16].
Las observaciones de Gustavo Le Paige[17] acerca del nivel del Salar de Atacama y de la presencia constatada por él de capas de kieselgurg[18] hasta cerca de 100 m sobre el nivel actual del salar, confirmarían la existencia de estos gigantescos lagos interiores, inicialmente de agua dulce, pero que se fueron salinizando por el acarreo de sales realizado por los ríos que los alimentaban[19].
3. NOROESTE ARGENTINO
El paisaje natural que Schmieder denomina “Noroeste Argentino” y que reproduce en la fig. 25, p 94 de la obra tantas veces citada y que nosotros agregamos en nuestro apéndice (lámina IV), no corresponde exactamente a la zona de influjo u ocupación atacameña. Esta última es más reducida y se restringe a la zona comprendida entre el meridiano 65° L.W por el oriente y el paralelo 30° L.S como límite meridional. Su límite W lo señala la frontera argentino-chilena. De hecho, nos referimos solamente al límite NW del gran noroeste argentino. El límite oriental lo marcan las ciudades argentinas de Jujuy, Salta y Tucumán, y su frontera meridional, una zona al N de la ciudad de San Juan, cerca de La Rioja[20].
Más hacia el este, las tierras planas del
Gran Chaco por el N y los depósitos pleistocénicos de la formación pampeana por
el S, penetran en las sierras terminales de los Andes, las rodean y forman
bolsones por los cuales se incrustan en el corazón del noroeste.
El clima de la Puna argentina es seco,
desértico y frío (BWk) y más hacia el E, seco estepario en las regiones de
Salta, Humahuaca, Andalgalá, Tinogasta, Catamarca y aún La Rioja. En este
clima, caracterizado con las siglas BS, la precipitación se encuentra influenciada
por el régimen pluvial del borde de la Pampa –no lejana- y sube hasta cerca de
200 mm en el año; en la zona de la Puna, de clima desértico, la precipitación
es sensiblemente inferior. Las pocas lluvias se precipitan durante el verano en
forma de aguaceros torrenciales, acompañados frecuentemente de granizo[21].
Solo localmente, el E de la Sierra de Aconquija, en la cercanía de Tucumán,
aumenta la precipitación de modo notable por la acción de lluvias ascensionales
(Steigungsregen) y neblinas. Así,
Tucumán presenta una media de casi 1.000 mm de precipitación anual.
Gran parte de la zona esteparia
corresponde, con bastante exactitud, al hábitat de los diaguitas y en lo
geográfico corresponde a la zona en que la Puna de Atacama se va desmembrando
en numerosas sierras hacia el E y sobre todo hacia el S. De este modo,
encontramos las Sierras de la Huerta, la cordillera (o sierra) de Famatina,
Sierra de Velasco, Sierra de Ancasti, Sierra de Ambato, Sierra de Aconquija y
Sierra de Lerma. La última estribación de los Andes, la más oriental y
meridional, será la Sierra de Córdoba (paralelos 31°-33° L.S)[22]
que es el hábitat propio de los indios
Comechingones y Sanavirones, los más orientales que reciben el influjo
agro-alfarero de las civilizaciones de la Puna. Más hacia el E, solo hallaremos
tribus nómadas de hábitos cazadores y recolectores.
4. BIOGEOGRAFÍA DEL ALTIPLANO[23] Y DEL NOROESTE ARGENTINO:
a) Flora:
en la región preandina, entre los 1.500 m a 3.600 m, hallamos hasta más o menos
los 20° 16’ L.S. asociaciones de cactáceas columnares, relativamente densas y
otras menores. Entre las primeras tenemos Cereus
candelaris (quisco candelabro) y Cereus
atacamensis (cardón), y entre las cactáceas menores, los géneros Opuntia y Pilocereus. Más hacia el sur, hasta más o menos los 30° 10’ L.S,
domina en los faldeos inferiores de los Andes una formación vegetal que se ha
llamado “Jaral andino desértico”, formado por plantas bajas (40-60 cm), de
caracteres fuertemente xerofíticos, a menudo espinosos, que permanecen durante
varios años en estado latente (en estado de semilla o bulbo), en espera de las
escasas lluvias ocasionales, y que brotan con gran rapidez al llegar éstas,
hasta alcanzar pleno desarrollo. Estas especies, muy abundantes en la zona
alrededor del Salar de Atacama y que mantienen una interesante fauna
entomológica, son, entre otras:
- Arbustos:
Adesmia atacamensis (jarilla), Atriplex atacamensis (cachiyuyo), Ephedra andina (pingo-pingo), Acantholippia triphida, Tessaria
absinthioides (brea), Proustia
baccharioides (huañil), Ophriosporus
triangularis (rabo de zorro).
- Hierbas:
Coldenia atacamensis, Cristaria divaricata (malvilla), Loasa fruticosa (hortiga), Calandrina salsoides, Glaux atacamensis, Silvaea fastigiata, Dinemandra
glaberrima.
Entre Copiapó y Vallenar aparecen algunas
especies nuevas que no se hallan más al norte: Balsamocarpum brevifolium (algarrobilla), Caesalpina angulicaulis (retama), Bulnesia chilensis (retama), Cordia
decandra (carbonillo), Cassia
acutifolia (alcaparra), etc.
En las altas mesetas y cordones andinos se
desarrolla una formación vegetal denominada “tolar” (Tola Heide en alemán) que se caracteriza por el dominio de plantas
arbustivas que pueden llegar al metro de altura, de hojas y ramas resinosas,
crecimiento esparrancado y follaje generalmente de color oscuro. Forman un
matorral relativamente denso. Entre las especies dominantes nombraremos: Baccharis tola (tola), Baccharis santelices (dadin), Fabiana ericoides (tolilla), Fabiana denudata, a las que se suelen
asociar otras de los géneros Adesmia,
Atriplex, Ephedra, Acantholippia, Opuntia, Phacelia, Senecio, Calandrina, Artemisia, etc.
La estepa andina constituye un piso
vegetal entre los 3.500 y 4.000 m de altitud y forma la típica vegetación de la
Puna, propiamente dicha. Está constituida principalmente por especies gramíneas
de carácter xerofítico que forman champas (cojines) perennes, mezcladas con
algunas comunidades de arbustos enanos y algunas hierbas perennes. Se extiende
por las altas mesetas andinas en el extremo norte de Chile y más al sur, cubre
los faldeos de los cordones montañosos. Esta formación a menudo se ve
interrumpida por las vegas andinas, formadas por afloramientos de agua del
derretimiento de las nieves o aguas termales, que procuran abundante forraje a
la ganadería en altura (alpacas, llamas, ovejas). Las principales especies de
esta estepa andina son: Stipa frígida,
Stipa ichu, Festuca acantophylla y representantes de los géneros Distichlis, Polypogon, Poa, Festuca, Werneria, Gentiana. Entre los
arbustos, se pueden citar: Chuquiragua
oppositifolia (hierba blanca),
Adesmia histrix, Baccharis genistelloides,
Erigeron senecioides, etc.
La alta montaña, sobre los 4000 m, está
formada casi exclusivamente por plantas que crecen en cojines, designadas con
el nombre genérico de “llaretas”, a las que se ha de agregar (hasta
aproximadamente el paralelo 20° L.S) la queñoa (Polylepis tarapacana). Las especies más interesantes de llareta
son: Laretia compacta, Azorella sp.,
Laretia acaulis, Pyenophytas, que se lignifican casi en su totalidad y
provistas de hojas pequeñísimas. Constituyen y han constituido desde tiempos
inmemoriales un combustible inapreciable. Aún hoy en la región del Loa
superior, los camiones “llareteros” se empinan por los altos faldeos andinos en
busca de esta codiciada planta que llevan a vender a los pueblos de los valles
cordilleranos.
En las partes bajas, y generalmente en
los valles, prosperan dos variedades de árboles, las más importantes de la zona
por la calidad de su madera: el algarrobo y el chañar. El primero (Prosopis chilensis y Prosopis alpataco, ambas muy semejantes)
posee una durísima madera, apta para combustible y fabricación de objetos
caseros y adornos. Su fruto, una vaina, es dulce y comestible, y excelente
forraje para los animales. Su pariente, el Prosopis
tamarugo, ha formado bosques ralos en la famosa pampa del Tamarugal,
provincia de Tarapacá, Chile, cuyos frutos mantienen numerosos rebaños de
ovejas en la actualidad. El segundo, el chañar (Gourliaea decorticans), sin adquirir tanto desarrollo como el
anterior, da excelente madera para construcciones ligeras (vigas), excelente
combustible y da, igualmente, un fruto redondo comestible. Del algarrobo se
hacía en tiempos atacameños y se sigue haciendo hoy en día, una bebida
alcohólica, producto de la fermentación de su fruto dulce.
b) Fauna:
en la región preandina y en la estepa andina hallamos al huemul, gran ciervo de
importancia antiguamente, pero hoy casi del todo extinto (Hippocamelus bisulcus antisiensis), el guanaco (Lama guanicoe), el puma (Puma concolor), la vizcacha del norte (Lagidium viscacia cuvieri). Entre las
aves más típicas de esta zona se encuentra el cóndor (Vultur gryphus) y la perdiz (Nothoproeta
ornata).
En la Puna y en particular en la formación
llamada Tolar, cabe destacar al quirquincho (Chaetophractus nationi), chingue real (Conepatus rex), la vicuña (Vicugna
vicugna), la alpaca (Lama pacos),
la llama (Lama glama). Estos tres
últimos animales solo existen domesticados, no conociéndose especies
silvestres; el ñandú del norte (Pterocnemia
tarapacensis) y la perdiz llamada kiula (Tinamotis pentlandii). En los roqueríos se encuentra la chinchilla
(Chinchilla boliviana), muy apreciada
por su piel, lo que la ha llevado al borde de la extinción. Los criaderos
artificiales en Chile y en el mundo han permitido su mantención, pero en su
hábitat primitivo es casi desconocida hoy[24].
El chinchillón (Chinchillula sahamae)
y el ratón chinchilla (Abrocoma cinerea).
También en la Puna o en los salares que mantienen algo de agua, se encuentran las siguientes aves: Phoenicoparrus andinus y jamesi (flamencos o parinas)[25], Fulica gigantea (Tagua gigante), Recurvirostra andina (caiti), Chloephaga melanoptera (guayata, piuquén). Estas aves han sido y son de importancia económica para el indio, pues en la época de nidificación y postura, sus huevos les sirven de alimento. Por la gran cantidad de puntas de flechas encontradas en los márgenes de estos lagos y salares, consta que su caza constituyó un importante elemento en la alimentación del antiguo cazador andino, antes del descubrimiento de la agricultura.
5. CARACTERÍSTICAS
GENERALES CLIMÁTICAS Y GEOLÓGICAS:
a) Régimen
de precipitaciones: Al observar las cartas
geográficas de la repartición de las precipitaciones en Sudamérica, notamos
enseguida que las regiones que ocupan nuestra atención en este estudio: costa
árida occidental, Andes centrales (más la Puna de Atacama) y NW argentino, ocupan
precisamente la zona de menor precipitación, menos de 25 cm al año. Al hablar
de la costa árida adelantamos algunas explicaciones de este fenómeno. En lo que
respecta a la Puna de Atacama y Altiplano boliviano, podemos decir que en su
parte oriental reciben una pequeña cantidad de precipitación en las partes
elevadas, por efecto de los vientos del Atlántico que logran llegar a esas
alturas. Estas lluvias ascensionales (Steigungs-regen) penetran en ocasiones en
las cadenas y cuencas interandinas dejando caer su agua, que disminuye a medida
que se avanza de E a W. En la Puna de Atacama y en el Altiplano boliviano,
estas lluvias de verano (diciembre a marzo) se denominan “Invierno boliviano”.
En la zona del Salar de Atacama se presentan sobre todo en los meses de enero y
febrero en forma vehemente, acompañadas de fortísimos vientos que levantan
terribles trombas de polvo y arena. Durante los citados meses, se presentan dos
a tres veces, pero no obligatoriamente todos los años. En las zonas elevadas y
picos montañosos se acumula el agua en forma de nieve. La cordillera de
Domeyko, al W del gran Salar de Atacama, sirve de límite occidental a estas
precipitaciones. Hacia el W a una altura media de 2000 m se extiende el
desierto de Atacama y del río Loa hacia el N, la Pampa del Tamarugal, a la que
ya nos hemos referido. En estas dos últimas regiones, el agua no cae
prácticamente nunca. Es, por lo tanto, la zona más desértica y seca, ya que
nunca llegan a formarse aquí lluvias ciclonales. Como los vientos predominantes
aquí son corrientes horizontales dirigidas al Ecuador, tampoco llegan a
formarse aquí lluvias de convección, y si alguna vez llegan a formarse, la
extrema sequedad de la atmósfera las hace muy poco abundantes. A medida que
avanzamos hacia el W (en Bolivia, región de las Yungas, montaña del Este
Boliviano; en Argentina, el Gran Chaco y la Pampa, ver lam. III y IV), aumenta
la precipitación y el clima seco, árido y frío de desierto (BW) o de estepa
(BS) se va aproximando al clima tropical (AW) con lluvias en verano (centro y
este de Bolivia) o al clima templado con lluvias de verano (CW) del norte
argentino)[26].
b) Temperaturas:
en los Andes, las temperaturas se dan fundamentalmente en función de la altura.
Ya hemos observado la notable regularidad de las temperaturas en la costa
occidental árida. Allí el influjo del mar y de la corriente fría de Humboldt es
decisivo. Aún en pleno verano, sobre los 4000 m hiela, por lo que la
agricultura difícilmente sobrepasa aquí los 4200 m y solo en vallecitos
especialmente protegidos. Más arriba se observan estaciones y pastizales (vegas
y bofedales) de pastores (llamas, en especial) que resisten bien hasta los 5200
m de altura. Durante el día, el sol implacable se hace agobiador en los meses
de verano (diciembre-marzo), pero durante la noche la temperatura desciende
considerablemente, pudiendo observar fácilmente diferencias de hasta 35° C y
aún más[27].
c) Vegetación:
ya nos hemos extendido sobre el tema al hablar de la biogeografía del Altiplano
y de la Puna. Como anota Schmieder[28],
es difícil hacerse una idea del aspecto primitivo de estas zonas de vegetación
pues, con la densa población de la Puna, el hombre destruyó y asoló las
asociaciones vegetales en busca de combustible. Así, es muy posible que el
algarrobo, chañar, queñoa y otros arbustos grandes hayan tenido una dispersión
mayor o se hubieran encontrado en formaciones más densas (bosques). La llareta,
casi seguramente, iniciaba su aparición mucho más bajo que hoy, lo mismo los
cardones (Gereus sp.) que fueron –y
son- intensamente utilizados como madera para la fabricación de vigas para
techos, palos de telares y otros artefactos domésticos. Nos ha tocado ver en
los pueblos cordilleranos de Machuca, Socaire, Peine, Tilomonte y Toconao este
empleo del cardón. De modo particular, es interesante observar cómo los techos
de las iglesias y capillas de la zona de San Pedro de Atacama y del Loa, están
sostenidos por vigas muy largas de esta cactácea gigante y existentes hoy
solamente en alturas superiores a los 3000 m.
d) Vulcanismo:
es bien conocido el rosario de volcanes que rodea la Puna de Atacama y a los
que hemos hecho referencia al hablar de los Andes centrales y Puna de Atacama.
Algunos de estos volcanes han estado en tiempos históricos –y aún están- en
actividad[29].
Testigo de esta intensa actividad volcánica, desarrollada durante muchos
milenios, es la superficie misma de la Puna, cubierta de andesitas,
ignembritas, basaltos que forman profundas capas sobre las que se asienta en
los valles una cubierta de gravas y arena de origen glacio-fluvial, y en las
laderas lavadas por la lluvia una minúscula capa vegetal cuando no se presentan
desnudas del todo, dejando al descubierto el material volcánico solidificado y
fuertemente erosionado por los siglos.
A la acción volcánica de la época terciaria[30]
y plegamientos subsiguientes, se agrega, en el Cuaternario, la acción de los volcanes
más elevados que depositan nuevas capas de andesita volcánica sobre la
ignembrita del Terciario[31].
La Puna de Atacama, y muy en particular la zona de los salares andinos, es un
libro abierto para el geólogo que desee estudiar las manifestaciones del
vulcanismo.
CONSECUENCIAS CULTURALES DE LOS FACTORES ANALIZADOS:
I.
HÁBITAT Y AGUA
Las consideraciones anteriores sobre la
geología de la zona, su biogeografía y su clima, caracterizado por su sequedad,
frío y aridez extrema, nos hacen comprender fácilmente por qué los pueblos que
llegan a estas regiones buscan un hábitat cercano al agua.
El agua se encuentra aquí en dos firmas,
principalmente: ríos (riachuelos) y lagunas (antiguos lagos glaciares reducidos
a un tamaño pequeño. Como veremos, los pueblos cazadores y recolectores más
antiguos establecen de preferencia sus campamentos de caza en las márgenes de
las lagunas (hoy salares, en su mayoría secos), donde hallan una abundante caza
y pesca. No puede ser pues simple coincidencia que en estas regiones estudiadas
(Altiplano, Puna, desierto), el material lítico más antiguo y los hábitats de
esos grupos se hallen precisamente en los bordes de esas lagunas. Así –en la
zona atacameña actual- encontramos los talleres líticos de Ghatchi, Loma Negra,
Puripica, Ascotán, Cebollar, Tulán, Pelún, Tambillo, etc., precisamente en las
antiguas márgenes de las lagunas, hoy salares enteramente secos[32].Lo
mismo ocurre en el SW de Bolivia, según las observaciones de Ibarra Grasso, Le
Paige y Barfield[33].
Con la introducción de la agricultura
vendrá la instalación de los grupos humanos en los estrechos valles, escasos de
agua, cercanos a las fuentes cordilleranas. El nómada se hará sedentario. Sus
precarias habitaciones de caza (viviendas estacionales) se harán aldeas
definitivas. Las laderas de los costados de los valles se harán terrazas de
cultivo, irrigadas con inteligentes sistemas de canales y presas. El hombre del
período agro-alfarero no es más un hombre cazador que merodea las orillas de
las lagunas en busca de alguna presa sedienta o hambrienta. Es, desde ahora, un
habitante de los valles. Solo estos le pueden brindar pastos abundantes para
sus animales domésticos, comida para sus familiares. En estos valles es donde
crece el cereal silvestre que desde tiempos anteriores sus antecesores
cazadores supieron recolectar y moler. Aquí cultivará, pues, el cereal y el
tubérculo que serpa ahora plantado en ordenadas hileras. La caza y la
recolección pasará ahora a ser una actividad secundaria a la que había que
volver solamente en tiempos de hambruna o mortandad del ganado.
Es posible –pero no está ni mucho menos
probado- que la domesticación de la llama haya sido llevada a cabo por el
cazador-recolector. Al fin y al cabo, mediante la caza del guanaco salvaje,
advino el conocimiento de las múltiples utilidades que este animal podía
prestar. Por otra parte, pastos magros para estos animales tan resistentes a la
sed y al hambre, podían encontrarse sin dificultad a lo largo de los cordones
andinos o en las vegas laterales de las montañas. Creemos posible que la
domesticación de la llama haya precedido en largos siglos a la invención (o
introducción) de la agricultura y alfarería, cosas ambas absolutamente
inconciliables con la vida de nomadismo del cazador-recolector.
La vida del cazador nómada, en cambio,
era hasta cierto punto compatible con la mantención de pequeños rebaños de
llamas domesticadas que llevarían consigo en sus migraciones.
Es también posible que exista una
relación (¿de casualidad, tal vez?) entre el progresivo desecamiento de las
lagunas andinas y la adopción de la vida agrícola. Al amenazar con extinguirse
la fuente de subsistencia lacustre (caza, pesca), parece se vieron obligados a
descender a los valles –allí estaba el agua- para explotar sus recursos al
máximum. ¿No surgiría así la agricultura incipiente, muy apegada aún a las
formas primitivas de recolección, como una necesidad impuesta por el medio
adverso? Da que pensar el hecho de que los pueblos Uro y Chipaya de las islas y
márgenes del lago Titicaca vivan hasta el día de hoy de los productos que les
ofrece la pesca y la caza. No han sentido la necesidad de una economía agrícola
porque el lago les abastecía de todo lo necesario. Lo mismo ocurrió con los
indios changos en la costa chilena y con los habitantes de la costa desmembrada
e islas del sur de Chile. Me parece evidente que si las lagunas andinas les
hubieran continuado ofreciendo un alimento no habrían dado el gran salto a la
economía agrícola que significaba para ellos un cambio trascendental.
Estos pueblos atrasados de economía de
pesca y caza recién citados, podrían con razón ser considerados restos de las
antiquísimas poblaciones de cazadores-recolectores del período precerámico, que
sobrevivieron sin variar sus hábitos, merced del hábitat excepcional que les
ofrecía tanto el Titicaca y sus islas que, aunque iba bajando de nivel no se
desecaba, como las islas y fiordos aislados del extremo occidental de
Sudamérica.
La geología andina parece confirmar lo
dicho, puesto que sugiere que el decaimiento de los actuales salares debe
haberse intensificado por las fechas en que allí mismo surge la vida agrícola
incipiente. Esta consideración nos llevaría ya a la espinosa cuestión de la
posibilidad de la invención de la agricultura en regiones independientes entre
sí, debido, como dije, por una parte, como necesidad impuesta por el medio y,
por otra, a la presencia de peculiares condiciones climáticas que favorecen el
crecimiento de las plantas aprovechables por el hombre. La etnobotánica, por
otro lado, al mostrar el uso preferencial de ciertas plantas y frutos
alimenticios por determinados grupos de zonas específicas y al demostrar que el
hábitat de una planta ha de buscarse allí donde exista en una época determinada
el mayor número de especies de la misma (silvestre o cultivadas), parece estar
apuntando hacia una pluralidad de centros de invención o adopción de la
agricultura.
Con todo, las escasas dataciones de 14C
actualmente disponibles para la zona atacameña que no se remontan más allá de
la Era Cristiana, parecerían rebatir las sugerencias precedentes. Sin embargo,
somos de la opinión de que hay que esperar a que trabajos estratigráficos
serios, realizados en zonas agrícolas de carácter primitivo, donde pudo haber
se dado “el paso”[34]
a la economía agrícola (Calar, Hatchar,?) puedan ayudarnos a arrojar luz sobre
este problema. En todo caso, no creemos ni mucho menos que haya que adoptar el
difusionismo como un dogma intangible y, mucho menos, que esta difusión deba
haberse realizado por fuerza desde la zona mesoamericana. Habría que aportar
las pruebas definitivas para aceptar esa difusión desde un centro tan lejano.
¿O habrá que volver los ojos a los hoy secos valles de la costa –como lo ha
hecho Fréderid Engel en la costa sur del Perú- para buscar allí las raíces más
antiguas de la agricultura de esta región de los Andes?.
II. AISLAMIENTO
GEOGRÁFICO Y CULTURAL
El capítulo “El hábitat y el agua” que
acabamos de clausurar parecería no tener relación alguna con el tema que nos
ocupa: los atacameños, por las implicaciones arqueológicas que trae consigo.
Creemos, sin embargo, que la tiene y muy importante. Los factores geográficos
que con toda intención hemos querido profundizar en los capítulos anteriores,
nos están demostrando de modo bastante claro –a mi entender- que esta zona,
como muy pocas otras, ofrece condiciones insuperables para llevar a efecto el
aislamiento geográfico-cultural de un grupo humano y, por ende, debería ofrecer
igualmente un amplio cuadro de interesante evolución cultural que, partiendo de
las formas precerámicas primitivas, llega a descubrir la vida agrícola y a
progresar dentro de ella sin ser fundamentalmente cambiada por las influencias
exteriores. Esta tesis que su propugnador, Gustavo Le Paige, ha denominado “La
continuidad de la cultura atacameña”, la apoya en los sucesivos descubrimientos
arqueológicos que en la zona del Salar de Atacama y salares de Tarapacá, SW de
Bolivia y NW argentino, ha venido realizando a partir de 1958[35]
Antes de analizar esta tesis y
confrontarla con las explicaciones de otros eminentes estudiosos de la cultura
atacameña, tratemos de formarnos una idea lo más cabal posible del aislamiento
en que viven estos pueblos.
Las comunicaciones hacia el N han sido,
evidentemente, las menos difíciles y más frecuentes. Si consideramos que el
dominio atacameño, en la época de expansión máxima indicada por la toponimia,
se aproximó por el NW a la zona del lago Titicaca y de ahí pasó al Perú (zona
sur), la única vía de comunicación viable era el Altiplano boliviano en la
región de los salares de Uyuni, Coipasa, Desaguadero y Titicaca. Aquí tienen
que haberse puesto en contacto muy temprano con los habitantes protoaymarás
(para denominar de algún modo a los habitantes del Altiplano antecesores de la
cultura de Tiahuanaco. Si en alguna parte, es indudablemente aquí donde se
verificaron los intercambios mutuos, las influencias que no han sido, como se
ha pretendido hasta ahora, solamente en dirección sur, sino también, y tal vez
con no menos intensidad, en dirección norte. Pero todo esto son hipótesis que
están lejos de haber sido probadas en el terreno. Estos contactos con el N,
aunque importantes, parecen haber sido marginales desde que encontramos una
cultura atacameña ya muy bien estructurada antes del influjo Tiahuanaco.
Las comunicaciones por la costa quedan
prácticamente descartadas en lo que se refiere al núcleo medular de la cultura
atacameña. En los valles del norte (departamento de Arica) se verificó sin duda
un intenso mestizaje cultural desde muy temprano con las culturas de los
vecinos valles del sur del Perú. Prueba de ellos son las notables influencias
de Ica, Chincha y Nazca (protonazca) que se superponen y terminan por eclipsar
la influencia atacameña en esa zona marginal.
Por el sur nos enfrentamos a una barrera
natural casi infranqueable: el desierto de Atacama que los corta de los
primeros valles transversales del Norte Chico chileno: Copiapó, Vallenar,
Coquimbo[36]
Los habitantes de la costa, los changos
y sus antecesores, eran poseedores de una cultura de cazadores-recolectores,
por lo que, fuera del comercio de los productos del mar, era poco o nada lo que
podrían ofrecer como elementos de intercambio cultural a los adelantados
atacameños. Por el contrario, tal como lo prueban las excavaciones practicadas en
la costa, reciben ellos numerosos aportes de la cultura del Altiplano y de la
Puna (cfr. Bird, 1943); lo prueba también el material reunido en Iquique por
Ancker Nielsen que, desgraciadamente hasta la fecha, no ha sido publicado.
Ya en tiempos históricos, por testimonio de cronistas, sabemos que los indios costeros eran tributarios de los atacameños. Verosímilmente, lo mismo debe haber ocurrido desde tiempos más antiguos[37].
Si nos volvemos al E, tenemos, a partir
de los 65° L.W hacia el E, las tierras del Gran Chaco, en el norte y la Pampa,
en el sur, regiones ambas de clima y flora muy diferentes y habitadas por los
pueblos no agrícolas y, por tanto, en etapa más atrasada de desarrollo. De
ellos no se podía esperar tampoco gran cosa en materia de influencia cultural.
Y si transmitieron algunos elementos culturales, propios de zonas tropicales
más cálidas, estas serían de carácter excepcional o transitorio.
Hacia el SE se extendía el pueblo
Diaguita[38]
que presenta grandes afinidades lingüísticas y culturales con los atacameños[39].
Parece que ambas culturas se influencian mutuamente en grado bastante intenso,
sobre todo en las regiones de la Puna argentina donde eran limítrofes. En
cambio, apenas si se deja sentir el influjo diaguita en el territorio chileno
atacameño. El problema de las relaciones y origen de estos dos pueblos está
poco estudiado. No sería con todo extraño que se tratase de una rama atacameña
que en época temprana se asienta en las sierras orientales que bajan de la Puna
y evoluciona hacia formas culturales (cerámicas) diferentes. Además, hablamos
hoy con cierta facilidad de Diaguitas, como si no hubiesen existido, a lo que
parece por las excavaciones practicadas en el territorio argentino, varias
culturas bastante bien diferenciadas y muy antiguas: Ciénaga, la Isla, Tafí,
etc. Los Diaguitas o Calchaquíes de la época histórica poco o nada han heredado
de los antiguos patrones culturales.
El aislamiento en este sector SE se
basa en la aridez de su hábitat (de los atacameños) no ejercía ninguna codicia
desenfrenada entre los habitantes de las zonas más bajas, mucho más ricas y más
aptas para el desarrollo de la agricultura. Es el aislamiento del pobre, a
quien nadie envidia.
Si bien las consideraciones
geográfico-culturales ofrecen base para sostener un aislamiento desde épocas
muy antiguas y un apoyo para la tesis de un desarrollo cultural propio e
independiente, el argumento más firme en que se apoya es de orden arqueológico.
Llegados a este punto, tenemos que adentrarnos en el estudio del origen de la
cultura atacameña y de su desarrollo en la época de su máxima expansión.
ORIGEN
Y DESARROLLO DE LA CULTURA ATACAMEÑA
I.
EL ORIGEN:
El plano n°1 del Anexo de este trabajo nos
muestra en rojo la minúscula zona a que se ha visto reducida la población
atacameña en nuestros días. Esta zona comprende la región oriental de la
provincia chilena de Antofagasta, con una pequeña penetración en el SW
boliviano y en el extremo NW de la Argentina. Queda comprendida entre los
paralelos 22° L.S. y 24° L.S. Los poblados atacameños se hallan concentrados en
las inmediaciones del Salar de Atacama por el sur y en las riberas del río Loa
y sus afluentes por el norte[40].
Los poblados de la zona norte recién señalada, han sufrido con el correr del
tiempo un fuerte influjo aymará, proveniente del Altiplano boliviano y que
parece ser posterior al siglo X d.C.
En un artículo escrito para el Congreso
de Arqueología de San Pedro de Atacama, realizado en esa localidad atacameña en
enero de 1963, Gustavo Le Paige defendió con vehemencia la continuidad de la
cultura atacameña[41].
El autor en trabajos anteriores había sugerido tal tesis, al hacer un análisis
de sus propios hallazgos precerámicos en dicha zona[42].
Tal continuidad no quiere decir continuidad estilística o persistencia de
idénticos patrones culturales, a través de siglos o milenios. Tal cosa es
imposible en cualquier grupo humano. Se trata, más bien, de la continuidad de
un mismo pueblo en un mismo hábitat que de cazador-recolector nomádico que
recorre infatigablemente las lagunas andinas acechando al guanaco, al puma o a
las parinas y taguas, se convierte en agricultor que se establece en los
valles, iniciando su vida de aldeas, obligado por el progresivo y amenazador
desecamiento de las lagunas. Tal continuidad, según Le Paige, de modo alguno se
opone a la asimilación de influencias culturales provenientes del exterior,
pero que no transforman radicalmente el patrón de vida, sino solamente lo
enriquecen.
A partir de 1958, Le Paige, y
posteriormente Barfield[43],
Orellana[44]
y Kaltwasser[45],
descubre en una gran cantidad de sitios dispersos por la cordillera de los
Andes, en las provincias de Tarapacá y Antofagasta, y regiones vecinas del SW
de Bolivia y NW argentino, una gran variedad de industrias líticas,
indudablemente precerámicas, que denotan una tipología muy antigua. Tal
material proviene siempre de superficie, generalmente de las márgenes de las
lagunas y salares, pero no se halla asociado a formas cerámicas de ninguna
especie. Su descubridor basa la gran antigüedad de tal material en las
siguientes consideraciones:
a) Tipológicas:
se trata de hachas de mano, bifaciales, raederas, raspadores, obtenidas de
núcleos y por percusión, y carente de retoque secundario. Estos tipos presentan
indudable semejanza con las industrias Abbevillense o Acheulense del
Paleolítico Inferior de Europa. Además, se hallan asociados a choppers,
chopping-tools y lo que se ha llamado pre-projectile-point. En tales
asociaciones jamás aparecen puntas de proyectil. El material más primitivo y
que clasifica de más antiguo, hallado en las lomas de Ghatchi, muy cerca de San
Pedro de Atacama, lo relaciona con Tule Springs, fechado para Estados Unidos en
22.000 años. Le Paige distingue dos períodos: Ghatchi I y Ghatchi II,
identificando el primero con la “Pebble Culture” (consiste en choppers,
chopping-tools y pre-projectile-points); Ghatchi II ya tendría bifaces, hachas
de mano, raspadores toscos.
b) Geológicas:
los instrumentos más antiguos se hallan en las márgenes elevadas de los
antiguos lagos pleistocénicos. El hallazgo de kieselgurg en Ghatchi y Tulán, a
muchos metros sobre el nivel actual del Salar, confirmaría la antigüedad de la
cultura que evidentemente debió establecerse a las orillas del lago primitivo.
c) De
tamaño de los instrumentos: éstos son de gran tamaño[46];
las llamadas hachas de mano han servido indudablemente para puntas de lanzas. A
medida que las terrazas se acercan al nivel actual del Salar, el utillaje
disminuye de tamaño, adquiere retoques secundarios por presión y se va
aproximando a la forma de puntas. En las últimas épocas, aparecerán, ya muy
cerca del borde del salar actual, las puntas de flechas típicas, pedunculadas y
trabajadas ahora en pedernal. Éstas, pedunculadas o no, por su pequeñez nos indican
ya claramente el uso del arco.
d) Geográficas:
los sitios donde se ha hallado el material lítico más primitivo es hoy tan
árido y la abundancia del material allí es tal, que hace suponer que el hábitat
primitivo conoció un clima bastante diferente, con fauna y flora abundante. Hoy
no se podría cazar allí absolutamente ningún animal, a no ser alguno que otro
pajarillo insignificante. Grandes lagunas, con mucho mayor precipitación y
bosquecillos de las pocas especies que hoy se han refugiado en los valles,
cerca del agua (algarrobo, tamarugo, chañar), en un ambiente más cálido
indudablemente favorecerían una caza abundante y una población relativamente
numerosa. Tal cosa bien pudo haber ocurrido en la época del “optimum climaticum” que se suele colocar
hacia los 8.000 a.C. (inicio), que sigue al período tardío glacial[47].
Este testimonio arqueológico y las declaraciones de los geólogos favorecen la
existencia de un paleoclima bastante diferente al actual. Tal cambio de clima
debió suponer largos períodos de tiempo.
Apoyándose en estos argumentos, Le Paige
postula para su industria más antigua: el ghatchinense, 30.000 años o más. Tal
fechamiento, aunque tentativo, ha sido considerablemente debatido en el citado
congreso y rebajado por la mayoría a una fecha aproximada a los 10.000 años
como máximo, fecha en que la retirada de los hielos y el aumento de las
temperaturas (advenimiento del optimum
climaticum) iniciaba también el progresivo desecamiento de aquellos lagos
glaciales. En fechas anteriores, habrían estado aún en acción los efectos del
período post-glacial o post-pluvial[48].
La afirmación de Le Paige, demasiado aventurada, parece no haber tomado
suficientemente en consideración las alternancias del paleoclima zonal.
Estas industrias del precerámico atacameño (Ghatchinense, Lomanegrense, Puripicanense) presentan una notabilísima similitud con hallazgos líticos en el corazón del NW argentino, en la Sierra de Aconquija. La industria lítica allí hallada ha sido denominada “Ampajanguense” por su descubridor Eduardo M. Cigliano. Así lo hace notar el mismo Cigliano al comparar ambos materiales. Él y sus colaboradores hallaron en las terrazas del río Ampajango un material primitivo cubierto de choppers, hachas de mano toscas, lascas (industria de nódulos y lascas como la de Ghatchi), en terrazas fuertemente erosionadas y siempre en la superficie. Cigliano compara este material con el de El Jobo, Venezuela[49], con el de Ghatchi y con el encontrado en Ayampitín (González, Alberto Rex, 1952, 1959) y Viscachani (Bolivia); igualmente con el material encontrado en el Perú por Cardich[50], en Lauricocha. El complejo Ayampitinense, fechado ya claramente por el C14 alrededor de los años 6.000 a.C.[51], muy semejante a Viscachani sería también, a lo que parece, la fecha aproximada de Ghatchi II, ya que según los investigadores sus materiales son muy similares. De acuerdo con Cardich[52], el complejo Lauricocha, descubierto por él en la zona del Altiplano peruano central, presenta analogías con Ayampitín y Viscachani; su horizonte más antiguo lo fecha Cardich hacia los 8.000 a.C.
Ahora bien, tipológicamente tanto el
material de Ampajango como el de Ghatchi I, es más primitivo y probablemente
más antiguo[53].
Cigliano, sin aceptar las fechas de Le Paige que considera exageradas y faltas
de base adecuada, coloca el Ampajanguense, en forma tentativa hacia el
12.000-10.000 a.C. y afirma que las semejanzas del Ampajanguense con el
Ghatichinense son tan notorias (salvo en la materia prima usada), que no se
descarta la posibilidad de que las dos áreas arqueológicas hayan estado
relacionadas[54].
Para Le Paige, los materiales de la Loma Negra (su Lomanegrense) son contemporáneos de Ghatchi, aunque más toscos en su factura, debido al tipo de material usado, un basalto más difícil de trabajar.
Siguiendo en el orden cronológico (por consideraciones tipológicas), viene la industria lítica de Puripica (“Puripicanense”), que consta de puntas provistas de retoque marginal, asociadas a percutores y morteros del tipo de recolectores (provistos de agujeros redondos, cóncavos, de un dm. aproximado de 12 cm). También aparecen habitaciones antiguas caracterizadas por basamentos en círculo. Puripica, al decir de los arqueólogos que intervinieron en el Congreso, presenta indudables afinidades con Ayampitín y sería contemporáneo de él (“Horizonte Puripica-Ayampitín”)[55].
Sigue el complejo lítico de Tulán
(sitio epónimo a 3.600 m de altitud, al extremo SE del Salar de Atacama). Este
horizonte es situado por el dicho Congreso entre los años 7.500 – 4.000 a.C.
Por último, se presenta la industria
lítica Tambillo (“Tambillense”), cuyo sitio epónimo se halla en un cono de
deyección de una quebrada lateral que afluía al Salar de Atacama a 27 km al S
de San Pedro de Atacama. Solo consta de puntas y raspadores de menor tamaño que
los anteriores (Vea Le Paige, 1964, pp. 130-136, reproducciones de su
material). Ya no existen los instrumentos de gran tamaño, tan típicos de las
industrias anteriores. Se le sitúa cronológicamente hacia el año 4.000 a.C.[56].
Como podemos comprender, la cronología de todas estas industrias, tipológicamente muy variadas, se basa además de las consideraciones tipológicas, fundamentalmente en las analogías con el Ayampitinense argentino del cual se poseen dataciones por el C14. Faltan absolutamente estudios estratigráficos. Todo el material que se posee proviene de recolecciones de superficie, lo que dificulta enormemente la seriación tipológica del material, ya que no sucede con frecuencia encontrar sitios donde exista solo un tipo de material, hallándose frecuentemente mezclados. Del mismo defecto adolecen las apreciaciones de Dick Ibarra Grasso acerca del material de Viscachani (S de Bolivia).
Todo lo dicho acerca de estas
industrias precerámicas de la zona atacameña, aún cuando su cronología sea
todavía muy discutible, nos está hablando con suficiente claridad de la uniformidad
notable que adquieren las formas de utillaje de estos
cazadores-recolectores primitivos, sin duda los más antiguos habitantes de la
Puna. Una cadena de descubrimientos: El Jobo (Venezuela), Lauricocha y
Toquepala (Perú), Viscachani (Bolivia), Laguna Colorada y Laguna Hedionda (S de
Bolivia)[57],
zona atacameña chilena: desde Ascotán hasta casi 25° L.S., Ampajango,
Ayampitín, Ichuña e Intihuasi (NW argentino), sin considerar aquí los numerosos
descubrimientos de Menghin de industrias precerámicas en el centro y sur de la
Argentina[58],
nos dan señas del cazador primitivo que se mueve y lleva su vida nomádica en un
hábitat muy semejante, provisto de un utillaje muy similar[59],
obtenido de lascas y nódulos. Puede ser útil a este respecto relacionar estos
hallazgos con las olas de poblamiento de América, tal como las ve Pedro
Bosch-Gimpera en el trabajo recién citado. Según él, habría habido dos olas de
poblamiento de América: una de la cultura asiática de “lascas y nódulos”,
tradición tardía de un Paleolítico Inferior o Medio que no evolucionó hacia
otras formas propias de un Paleolítico Superior, sino que sobrevivió casi
intacto en regiones marginales de Siberia y Oceanía. Esta ola habría entrado
por el puente de las islas Aleutianas entre los años 25.000 y 30.000 a.C. A
este tipo probablemente pertenecerían las antiguas industrias que hemos estado
comentando. La segunda ola, la de los cazadores evolucionados de la misma
Siberia, habrían entrado por los años 10.000 a.C., a fines del Paleolítico
Superior Siberiano, aprovechando la “Hanover
Retreat” de la gran glaciación Wisconsin (10.000-9.100 a.C.). De esta ola
procederían las tradiciones que nos dan las puntas Sandía, Clovis, Folsom,
Midland, Plainview, Angostura, Meserve, Agate, Scottsbluff, etc.[60].
II.
PERÍODO AGRÍCOLA
Las investigaciones de Le Paige en la zona
del Salar de Atacama y sus descubrimientos de 47 cementerios con cerca de 3.600
cuerpos exhumados, hacen aparecer el período alfarero: cerámica, textiles,
adornos de turquesa, trabajo en metales (oro, plata, cobre, bronce), trabajos
de fina talla en madera, instrumentos agrícolas, cestería, etc., como algo ya
plenamente desarrollado, con características propias, todo lo cual supone
necesariamente una larga evolución en el tiempo. Las fechas de C14
para los cementerios actualmente datados nos dan año 263 d.C. (+/- 150 para la
tumba n° 2.532, de Quitor 6 y el año 313 d.C. para la tumba de Solor 6). Ambas
tumbas y cementerios se sitúan en la Fase II de la Cultura de San Pedro de
Atacama que se caracteriza, entre otras cosas, por su inconfundible alfarería
negra pulida, cocida en ambiente reductor. Pero existe una Fase I que la
precede, que se caracteriza por una alfarería bastante diferente denominada
alfarería tipo S. Pedro rojo pulido, de cántaros de tipo globular. En los
cementerios que muestran entierros superpuestos, las tumbas con alfarería rojo
pulido siempre están debajo de las que presentan alfarería negro pulido. ¿En
qué momento y dónde se inicia el período alfarero y agrícola en la zona
atacameña? Sería fácil decir que precede de influjo exterior. ¿De dónde? Le
Paige ha encontrado cerámica tipo San Pedro negro pulido (de la Fase II) en
asociación con cerámica Tafí (Argentina) que data del siglo IV a.C. y aún
asociada a cerámica Chiripa (del Altiplano boliviano) que data de los S. IV y V
a.C. ¿Debemos admitir una larga supervivencia de estos tipos cerámicos en la
zona o tenemos derecho a dar mayor antigüedad a la primera fase de la Cultura
San Pedro, con fechas que a lo mejor se aproximan a los 500 a.C.? El futuro tal
vez nos dirá la antigüedad del período agrícola y cerámico de esta zona. Para
deshacer el hiatus que se observa actualmente entre los períodos finales del
Tambillense (precerámico) y la invención (o introducción) de las técnicas
alfareras y agrícolas se necesitan estudios estratigráficos concienzudos de
sitios habitacionales aptos para esas primeras ocupaciones. A mi modo de ver,
estos sitios no los ofrecen los valles, sino mucho más probablemente las cuevas
y abrigos contiguos a los cauces de antiguos ríos, probablemente hoy ya secos.
Así lo hizo con éxito Mc Neish en Tehuacán, Puebla (México)[61].
Le Paige ha reconocido varios sitios que él
denomina Mesolítico y que representarían el paso del Paleolítico Final
(Tambillense final) al Neolítico Agro-alfarero. En los lugares Machuca,
Curiquincha, Renque, Llanada, Haltchar y algún otro, aparece el tránsito de la
punta tetragonal, tan típica del Tambillense, a la punta pequeña de pedúnculo
ya insinuado, generalmente de vidrio volcánico[62].
Reconoce igualmente lugares del Paleolítico final que muestran, según él, el
paso al Neolítico: Calar, Calarcoco, Ghatchi 1 y 2, Tepus, Tumbre, Zapar,
Talikuma (Socaire), Tchapuraqui (Toconao), Tilocalar 1 y 2[63].
En estos últimos lugares, creo descubrir los asentamientos y pueblos más
antiguos.
Estos antiguos poblados, pequeñísimos,
hacen ver, junto a las puntas del Tambillense final (perfectamente aislado como
precerámico en sitios no contaminados con cerámica), fragmentos de una cerámica
tosca, generalmente denotando formas de plato con fondo curvo, nunca plano, y
muy diferentes de la alfarería que posteriormente caracterizará las etapas o
Fases I y II de San Pedro. Además, aparecen morteros de la época del recolector
(provistos de agujero redondo, más o menos profundo, en el que la “mano” molía
con movimiento giratorio). Esa cerámica tosca de superficie, parece ser la más antigua
de la zona. Faltan aquí de nuevo, por desgracia, asociaciones evidentes
obtenidas en un estudio estratigráfico impecable, entre esa cerámica, los
morteros y las puntas del Tambillense final. Ya hemos dicho que todo el
material lítico hasta ahora descrito por Le Paige provino de recolección de superficie.
Calar, considerado por Le Paige como sitio
transicional del Paleolítico Superior al Mesolítico y al Neolítico, no ha dado,
hasta ahora al menos, pruebas evidentes de ello. En el suelo de sus patios se
halló abundante material del Tambillense sin alfarería, lo mismo que en el
material de relleno de muros del patio o corral. Pero también se hallaron
varias tumbas típicas de la II Fase de la Cultura San Pedro, con cerámica negra
pulida y tabletas de rapé. Estas tumbas podrían, evidentemente, denotar una
ocupación mucho más tardía. Le Paige reconoce que lo que él denomina Mesolítico,
presenta serias dificultades para su explicación.
El tránsito del Paleolítico Superior Final al Neolítico Agro-alfarero se demostraría, según Le Paige:
a) Por
la transformación y disminución de tamaño observado en las puntas del
Tambillense final de raíz precerámica, que ostenta ya un pedúnculo insinuado.
b) La
presencia del mortero típico del recolector, pero aún apto para los primeros
ensayos agrícolas.
c) El
hallazgo de estos elementos en aldeas muy pequeñas de rasgos primitivos por el
tipo de viviendas y corral, en eminencias cerca del agua, pero nunca junto al
cauce mismo.
d) La
presencia de una alfarería más primitiva, que no existe en las Fases I y II,
típicas de la Cultura San Pedro.
e) Por
la existencia del corral comunal de grandes dimensiones, que precede el corral
individual, propio de cada grupo familiar.
Tentativamente, se podría, tal vez esbozar
a grandes rasgos el siguiente esquema cronológico:
Características Culturales
|
Fases Culturales |
Elementos distintivos |
Fechamiento tentantivo |
CULTIVO
INCIPIENTE
C U L T I V O
D E S A R R O L L A D O |
MESOLÍTICO |
Primeras
aldeas, corrales con habitaciones circulares. Cerámica tosca: platos de forma
curvo, morteros de tipo recolector. |
Desde
2.000 a.C.? |
S.
PEDRO FASE I |
Cerámica
rojo pulido; formas globulares. Metal (Cu, Au, Ag). |
Desde
500 a.C.? |
|
S.
PEDRO FASE II |
Cerámica
negro pulido, diversidad de formas: incisas o no; complejo del rapé, gorros. |
Desde
100 a.C.? |
|
S.
PEDRO FASE III |
Cerámica
tipo “concho de vino” (rojo violáceo). |
Desde
600-700 d.C.? |
|
INCAICA |
Cerámica
incaica (aríbalos, platos, decoración de llamitas); trazado de pueblos,
Centro ceremonial, tambos, casas de techos de dos aguas, etc. |
Desde
1.375 d.C.. |
Conviene advertir que la diferenciación
de estas tres fases ha sido hecha solamente en base al estudio de los
cementerios, máxime cuando había tumbas superpuestas, pero no de sitios
habitacionales.
Con el advenimiento de la Fase III, se
produce un notorio descenso cultural, apreciable en los rasgos culturales. La
cerámica es notablemente inferior. La llegada del Inca renovará nuevamente los
tipos e introducirá multitud de elementos nuevos tanto en la cerámica como en
la arquitectura y metalurgia. Lo veremos al tratar de la Conquista Incaica.
EXPANSIÓN
ATACAMEÑA
a) Demostrada
por la toponimia:
Por motivos lingüísticos y análisis de la
toponimia, Max Uhle (1922), destaca la presencia del nombre típicamente
atacameño muy lejos del hábitat actual a que han quedado reducidos en torno al
Salar de Atacama y río Loa. En efecto, tales denominaciones se encuentran en el
NW argentino (desde el Salar de Arizaro hacia el N), en las provincias
bolivianas de Chicas, Lípez[64]
y Carangas; en las regiones al W del río Desaguadero y en las adyacentes al
lago Titicaca y, finalmente, en las regiones cercanas al origen de los ríos
Apurimac (afluente del Ucayali, que lo es del Amazonas) y Paucartambo[65].
Habría que examinar también a qué se
debe la aparición de nombres tan atacameños como Ica, Arica, Tarapacá, no solo
en la región de Ica y Arequipa (sur del Perú) donde tal influencia seguramente
llegó, sino en sitios tan alejados como la frontera ecuatoriano-peruana, sobre
el río Cururay (afluente del Napo) o en la frontera colombiano-peruana y aún en
territorio brasileño sobre el río Putumayo (afluente del Amazonas).
En todo caso, debemos afirmar que esta
difusión máxima –que no ha sido confirmada hasta el presente por el registro
arqueológico- debió ocurrir presumiblemente en época temprana, antes tal vez de
la difusión de la gran cultura de Tiahuanaco[66].
Ahora bien, según las apreciaciones
actuales[67]
la época clásica de Tiahuanaco comienza con los albores de la era cristiana, si
bien su etapa temprana debió existir doscientos o trescientos años antes. Como
lo hace notar Le Paige, el influjo de
Tiahuanaco en el Salar de Atacama corresponde a la época clásica de esta
cultura y no a su etapa epigonal o decadente (después del 800 d.C.)[68].
La fuerte influencia de Tiahuanaco se hará sentir en todo el norte chileno y en
el Perú, y a partir de esas fechas resta posibilidades de influencia a una
influencia atacameña más allá de las actuales fronteras de Chile. Resulta,
entonces, posible que tal difusión máxima se haya verificado en los primeros
dos siglos antes o después de la Era Cristiana. Para esas fechas, la cultura
atacameña en el Salar de Atacama aparece firmemente establecida, con
características más bien definidas. Uhle llega a decir[69]
que habrían sido los atacameños los que dieron origen a ciertos elementos de la
cultura de Tiahuanaco, v. gr., el signo “escalerado”, influjo que habría tenido
lugar a partir del altiplano chileno de Arica, laguna de Chungará. Desconozco
qué base científica tenga esta afirmación.
Según Keller (1952), la toponimia
atacameña se extiende por el territorio chileno hasta Santiago (v. gr. nombre
del volcán Tupungato). Allí mismo da abundantes citas (p. XLIV) de toponimia
atacameña en Chile central.
Oyarzún[70]
estudia las influencias de los atacameños en la zona araucana. Describe y
analiza la toponimia atacameña hasta el río Bío-Bío (37° L.S.) e incluso cree
encontrar en tumbas de la zona araucana vasijas con decoración atacameña.
Nuestros conocimientos actuales nos enseñan que tal decoración no es atacameña
sino fruto de las influencias sur-peruanas (decoración negro o rojo sobre
blanco, o negro blanco y rojo sobre anaranjado natural de la cerámica, con
figuras geométricas tales como rombos, líneas paralelas, campos reticulados,
triángulos con figuras de serrucho, líneas en zig-zag, etc.). Tal influjo sur-peruano
fue muy intenso en Tacna y Arica, y de ahí descendió hacia el sur. Pero fueron
indudablemente los atacameños los que sirvieron de intermediarios –al asimilarlos-
de estos elementos culturales en su difusión al sur.
Más interesantes y de más peso me parecen las informaciones que nos aporta Santa Cruz[71] acerca de la difusión de los atacameños. Identifica a los indios “camanchacas”, citados para el litoral del Cobija y costas de Atacama junto a los changos como atacameños. Tales indios son citados en una escritura que otorga en 1659 títulos de encomienda a Fernando de Aguirre. En esa escritura, se dice que los changos son un grupo diferente. En efecto, según el cronista Pedro Lozano Machuca[72] había en el puerto de Atacama (así se llamaba entonces el puerto de Cobija) 400 indios Uros que daban tributo a los atacameños. Estos Uros son repetidas veces identificados con los changos de la costa, desde Arica hasta el valle de Choapa. Philippi, que visitó estos parajes a mediados del siglo XIX por encargo del gobierno de Chile, los describe por extenso[73]. También se refieren a ellos en sus relatos de viaje realizados en los s. XVIII y XIX D’Orbigny[74] y antes que él Frézier[75][76].
Fuera de la influencia atacameña sobre
la costa de su territorio, muy explicable por razones geográficas y
comerciales, la influencia atacameña es notoria, al decir de Santa Cruz (óp. cit.) particularmente en la
provincia de Coquimbo. Esta influencia simultáneamente difunde vocablos aymarás
en dicha región. En efecto, la vecindad entre atacameños y aymarás en la Puna
de Atacama, hace asimilar a los primeros multitud de términos de los segundos.
Esta influencia debe haber sido relativamente tardía cuando los atacameños
habían disminuido en número e influencia, y debían afluir frecuentemente a los
mercados aymarás del Altiplano boliviano para intercambio de sus productos.
No es, pues, de extrañar que, en la
provincia de Coquimbo, junto a nombres atacameños: v. gr. Copayapu (deformada
por los españoles en Copiapó), que significa abundancia de cactus; Paya (dos);
Elqui (Chinche de campo); Andacollo (de “Anta”, este pueblo, y “collo”,
cabeza), aparezcan también nombres aymarás tales como Pay (desierto, v. gr. en
el nombre Paypote); Cota (mar); tunca (diez); Challa (arena, Santa Cruz, art.
Cit.).
Según Montecinos (1882), la influencia
de los atacameños se habría extendido por el NE hasta el territorio de los
Chiriguanos (Chaco).
Resumiendo, podemos concluir que el
influjo atacameño se extendió, tal como lo muestra el Plano N° 1, y basándonos
en argumentos onomásticos y toponímicos, desde el sur del Perú, vecindades del
Cuzco por el N, hasta aproximadamente el paralelo 65° de longitud W por el E y
posiblemente hasta la provincia de Concepción (Chile central) por el S.
Insistimos en que esta sería la expansión máxima, lograda seguramente en época
temprana y de ningún modo en forma simultánea. Parte del influjo toponímico
pudo deberse a avances esporádicos o a la sujeción mediante tributo de tribus
primitivas más lejanas y no denotan forzosamente ocupación real de su
territorio.
El problema del hábitat atacameño se
complica bastante en relación al grupo vecino de los Diaguita, ubicado al SE y
E de su territorio. Según Tovar (1961, la lengua Kunsa de los atacameños y la
lengua Kaká (o Cacán) de los Diaguita estaban probablemente emparentadas. Tal
vez son ambos pueblos originarios de un tronco lingüístico y cultural común.
Para Krickeberg (1946, p. 229), los atacameños representarían un grupo “más reciente que los Diaguita, que por su
grado de desarrollo no llega a alcanzar el nivel de la cultura Diaguita que la
superaba palpablemente en arquitectura, cerámica, escultura y metalurgia”.
Para el mismo autor, la cultura atacameña solo se desarrolla después de la
extinción de la cultura Tiahuanaco. Los hallazgos arqueológicos parecen rebatir
lo suficiente este punto de vista. Las fechas de la cultura atacameña (Fase I)
prácticamente igualan en antigüedad a las obtenidas en las culturas Diaguita.
Con todo, me parece claro que, en su conjunto, la civilización Diaguita
manifiesta más esplendor y riqueza de formas.
Los Diaguita ocupaban las sierras que
descendían de la Puna de Atacama hacia el E (en el NW argentino) y los valles
agrícolas del Norte Chico chileno a partir de Chañaral y Copiapó. Desde ahí se
extendieron hacia el sur. Para Santa Cruz (1913), los “indios picones” tantas
veces citados por los cronistas a ambos lados de la cordillera, eran, sin duda,
Diaguita.
Ya en 1541, el gobernador de Chile,
Rodrigo de Quiroga, afirma que la naciente ciudad de Santiago fue atacada “por
toda a gente de guerra de esta provincia (Mapocho) y mucha parte de indios
diaguitas a quienes estos habían mandado a llamar para que les ayudasen a
destruir esta ciudad”[77].
Esto quiere decir que los Diaguita chilenos se habían extendido ya por entonces
hasta las inmediaciones de Santiago. De hecho, la arqueología ha confirmado
tales afirmaciones.
Aun cuando hay diferencias de
importancia entre los elementos culturales de los diaguita y atacameños, con
todo también hay muy importantes rasgos comunes. Tales rasgos serían la
existencia en ambas culturas de pipas, los elementos del complejo del rapé,
máscaras, pucarás… Aunque debe quedar en claro que la cerámica de ambos lugares
es muy diferente. Aún entre los grupos tradicionalmente llamados Diaguita de
Chile y Argentina, hay diferencias notables en la cerámica, tanto que numerosos
autores se inclinan hoy abiertamente a considerarlos grupos totalmente
distintos. Sin embargo, los testimonios históricos insisten en la homogeneidad
lingüística existente entre los Diaguita del lado chileno y argentino.
Probablemente se trataba de dialectos mutuamente inteligibles.
Por lo dicho, se ve que el problema de
las relaciones de parentesco y comunidad cultural entre atacameños y diaguitas
queda en pie y está muy lejos de haber sido elucidado.
b) Demostrada
por la arqueología:
Aquí pisamos terreno algo más seguro. Ya en
1926, Gösta Montell[78]
hacía notar las notables semejanzas que existían en los elementos culturales
hallados en tumbas de la zona del río Loa (Calama, Chíu-Chíu), en la pampa de
Jujuy (NW argentino) y en Arica (N de Chile). Estas semejanzas han sido
advertidas por diferentes autores (Boman, 1908; Uhle, 1913 a, 1918, 1922;
Latcham, 1928; Mostny, 1954; Vignati, 1931), sin suficientes razones no las
reconocen.
En efecto, en todos estos lugares, aunque a veces unidos a otros elementos culturales, aparecen rasgos típicos de las antiguas fases de la cultura atacameña. Las tabletas y tubos de rapé, con su extraordinaria talla en madera de algarrobo, las cajitas de pintura en madera o piedra, la cestería en espiral decorada con fibras de diferentes colores que formaban grecas decorativas de tipo geométrico, las calabazas pirograbadas, los cencerros de madera o bronce, las máscaras, las pipas de greda, las técnicas textiles (trama múltiple[79]), la representación del sacerdote enmascarado simulando el felino, los sacrificios humanos representados en las tabletas de rapé, la costumbre de las cabezas-trofeos y el culto especial a la cabeza cortada (testimoniada por la arqueología), el uso del bezote, etc. Todos estos elementos, con pequeñas variantes, existen en las regiones ya indicadas: Salar de Atacama, sitio que, junto con los valles del río Loa, constituye el hábitat más importante; NW argentino y costa chilena desde Arica hasta Taltal, por lo menos[80]. Igualmente, en el SW de Bolivia hasta el Titicaca.
Es enteramente natural que en las zonas marginales de la cultura atacameña los habitantes asimilen muchos elementos de los vecinos. Es el caso de los del departamento de Arica (Chile) que recibe, seguramente desde muy temprano, una fuerte influencia de los valles peruanos del sur: Chincha, Ica, Nazca, Tacna, muy notoria en el desarrollo de una cerámica peculiar que comprende varios estilos bien caracterizados: San Miguel, Pocoma, Gentilar. Del altiplano peruano-boliviano llegan importantes influencias, además de Tiahuanaco. Los estilos que reciben estas influencias son principalmente Sobraya, Maytas y Chiriboya. En la zona de la Puna Argentina, Quebrada de Humahuaca y Sierras del E, se incorporan elementos de las tribus nómadas del Chaco y de las pampas, pero a la vez traspasan a estos elementos culturales del Altiplano andino (Chiriguanos en el Chaco; Comechingones, Sanavirones y Juríes, en las sierras de Córdoba y al N de ellas. Los Diaguita argentinos sostienen frecuentes guerras con sus vecinos seminómadas: juríes o lules que conducen a la destrucción de ciudades y pucarás de los primeros[81].
DISCUSIÓN
DE LA CRONOLOGÍA DE LAS DIFERENTES FASES DE LA CULTURA ATACAMEÑA
A partir de los trabajos de Max Uhle (1913 a, 1918, 1922), se estableció una división cronológica de las culturas de la zona atacameña. Primitivamente aplicada a la zona de Tacna y Arica, fue luego extendida por el autor y más tarde por Ricardo Latcham a todo el territorio atacameño.
Uhle distingue 7 períodos:
1. Período
primordial: propio de culturas de cazadores-pescadores (Paleolítico)
2. Período
arcaico: propio de las culturas de los indios changos.
3. Período
de influencia Chavín: 400-600 d.C.
4. Período
Tiahuanaco epigonal: 600-900 d.C.
5. Período
Atacameño Indígena: 900-1.100 d.C.
6. Período
Chincha-atacameño: 1.100-1.350 d.C.
7. Período
Incaico: 1.350-1.536 d.C.
Como las semejanzas culturales entre la zona de Arica-Tacna y la zona del Loa eran bastante notorias, otros autores aplicaron, como decíamos, la misma cronología a la zona propiamente atacameña. Tal es el caso de Latcham[82]. Rydén (1944) recibe esta cronología prácticamente sin discusión. La única importante diferencia en los puntos de vista de Uhle y Latcham reside en el hecho de que para Latcham lo típicamente atacameño no emerge hasta tiempos post tiahuanacos, o sea, entre 1.100 y 900 d.C. Mientras que para Uhle, con mejor visión de la realidad según nos parece hoy, hubo influencias atacameñas en la cuenca del Titicaca en tiempos pre-tiahuanaco[83].
Bennett[84]
en su estudio sobre los atacameños discute esta cronología aceptada por Latcham
y cree en la existencia de una cultura atacameña por lo menos contemporánea a
Tiahuanaco clásico. Igualmente, Bennett pone en tela de juicio la denominación
chincha-atacameño de Uhle y Latcham: “the
significance and validity of the ‘chincha-atacameño’ división is yet to be
established satisfactorily”[85].
Esta apreciación de Bennett relativa la existencia de lo atacameño previamente a la expansión de la cultura Tiahuanaco, se basa entre otras cosas en el hecho de que las investigaciones de la puna argentina hechas principalmente por Ambrosetti (1907) y Von Rosen (1924) en lugares de la Puna de Jujuy, Casabindo y Morohuasi (Von Rosen) y el valle de Calchaquí, provincia de Salta (Ambrosetti), muestran un primer estrato puramente atacameño, sin influencia de Tiahuanaco; solo posteriormente aparece allí el elemento cultural diaguita. Esta indicación de Bennett viene a confirmar lo dicho acerca de la expansión de los atacameños hacia el E[86].
Un poco antes de Bennett, Junius Bird, en sus estudios estratigráficos en concheros de Arica (Playa Müller) y Punta Pichalo (Pisagua)[87], establece una nomenclatura del tipo técnico, basada en el criterio sitio-tipo, recomendado por la arqueología moderna para evitar las denominaciones de orden etnológico o histórico sujetas a variadas dificultades. Así, en los niveles propiamente cerámicos, establece una cultura primera que denomina Arica I, que correspondería al I Período Atacameño Indígena de Uhle-Latcham, y luego una segunda, Arica II, equivalente grosso modo al Período Chincha Atacameño. Bird, con mucho tino, no asigna fechamientos a dichas culturas. Se contenta con indicar la cronología relativa. Posteriormente, Mostny[88], Schädel (1957) y sobre todo los investigadores del Museo Regional de Arica, han intentado perfeccionar esta cronología y división cultural[89]. Así, han distinguido diversos estilos: San Miguel, equivalente a Arica I de Bird, Pocoma y Gentilar, equivalente más o menos a Arica II de Bird. En otros lugares, Cabuza, El Morro, Las Maytas, encuentran variados conjuntos arqueológicos, algunos más antiguos según parece que el complejo Arica I, pero de los cuales faltan estudios estratigráficos comparativos serios. Así, al presente se distingue una variada gama de estilos, siendo difícil determinar si corresponden a horizontes culturales diferentes y, más difícil, por faltar fechas de C14, es averiguar su cronología. Arica, sitio de empalme de influjos culturales provenientes del S (Atacama), del Perú y del Altiplano boliviano, es indudablemente un lugar que depara muchas sorpresas a la cronología y secuencias establecidas por los arqueólogos.
El material cerámico que aparece desde un principio en el departamento de Arica y Tacna (Chile y Perú) y que ha dado lugar a la denominación de los diferentes estilos[90] cerámicos en la zona, es totalmente diferente de lo típico atacameño de hoy (Fases I-III San Pedro). En cambio, otros elementos culturales: máscaras, tabletas y tubos de rapé, gorros de plumas, técnicas de la cestería, etc., son idénticos.
Falta mucho por hacer en la zona ariqueña.
La relación con lo atacameño no está estudiada. Falta una cronología adecuada
y, más aún, estudios estratigráficos que permitan obtenerla. Mostny (1945),
Schädel (1957) y el Museo Regional de Arica, a partir de 1965 han excavado
numerosas tumbas o señalado –como lo hace en particular la expedición Schädel-
la presencia de gran cantidad de lugares arqueológicos. Esto evidentemente no
basta. Se puede decir que el estudio arqueológico de Arica está en sus
comienzos. Faltan buenos estudios comparativos del material obtenido en tumbas
atacameñas de diferentes sitios como para poder delimitar arqueológicamente la
difusión de esta cultura. Núñez Lautaro, en sus estudios sobre los keros del
Norte de Chile (1963 a), la escultura y trabajo en madera del N de Chile (1961
a, 1961 b) y acerca de la tableta de rapé (1963 b), está iniciando, en este
punto, un trabajo muy fructífero y de grandes perspectivas. Fuera del trabajo
de Bird, ya citado, y las esporádicas excavaciones de Mostny, se puede decir
que no se ha comenzado aún un trabajo arqueológico con métodos científicos en
la zona de los valles transversales del extremo norte chileno[91].
A diferencia del salar de Atacama y la
cuenca del Loa, donde la influencia de Tiahuanaco se verificó principalmente en
los primeros siglos de la Era Cristiana (Tiahuanaco Clásico), en la zona del
departamento de Arica esta influencia parece ser muy tardía y corresponder
plenamente a la época del Tiahuanaco decadente. En todo caso, no llega a formar
aquí –como tampoco en el hábitat atacameño de más al S- un horizonte
independiente. Se enlaza y asimila a las culturas locales.
La cronología sugerida por Orellana (1963)
para la zona de San Pedro de Atacama y que fue aprobada en sus líneas generales
en el Congreso de San Pedro de Atacama (1963), postula tres fases:
I. 500? d.C. - 800 d.C.
(posible
inicio anterior)
II. 800 d.C. - 1.200 d.C.
III.
1.200 d.C. -
1.536 d.C.
(esta
última subdividida en preincásica e incásica)
Para Orellana, lo característico de la Fase
I es la cerámica roja pulida (San Pedro Rojo Pulido); de la Fase II, la
cerámica negra pulida (San Pedro Negro Pulido), aunque no con exclusividad, ya
que también se da en la Fase I cerámica “Rojo-violácea” (llamada con prioridad
“tipo concho de vino" por Le Paige).
Le Paige[92],
trabajando sobre un material comparativo infinitamente más vasto y apoyándose
en dos fechamientos de 14C que colocan a la Fase II mucho más
temprano, considera estas fechas de Orellana como muy tardías. Para él, las
fechas de C14 y la asociación indudable de cerámica Ciénaga, Tafí y
aún Chiripa (del NW argentino y Altiplano boliviano), obligan a retrotraer los
inicios de la segunda fase (por lo menos) a los comienzos de la Era cristiana,
sino antes. Esto no nos ha de extrañar, puesto que en el Altiplano boliviano
conocemos culturas cerámicas bastante anteriores a la Era cristiana. Ya
conocemos la intensidad de las intercomunicaciones andinas que, después de la
domesticación de la llama –seguramente en los tiempos mesolíticos-, se hacían
sumamente fáciles a través de las cordilleras.
Antes de los descubrimientos de Le Paige en
el Salar de Atacama e inmediaciones, ha habido un verdadero prurito en
minimizar la antigüedad de los hallazgos de la cultura atacameña. Latcham, como
tantos otros, se siente deslumbrado con la gran cultura de Tiahuanaco y tiende,
por eso mismo, a quitar antigüedad a lo atacameño del que se tenían tan pocos
datos. Pero el descubrimiento de industrias precerámicas en la zona, la
antigüedad de las culturas cerámicas de las regiones limítrofes y el antiguo
desecamiento de las lagunas andinas (actuales salares), obliga a revisar las
antiguas posiciones y da esperanzas fundadas de encontrar horizontes cerámicos
primitivos en alguno de los valles en que se practicó la agricultura por vez
primera en la zona.
Para Le Paige, el influjo Tiahuanaco,
aunque intenso en San Pedro de Atacama y zonas vecinas, de ningún modo es
indicador de un verdadero horizonte cultural que hubiese, por así decirlo,
destruido lo autóctono. Se trata, más bien, de un objeto cultural recibido en
calidad de préstamo por una cultura ya plenamente formada. Para Le Paige –quien
sigue a Uhle- la tableta de rapé no es un elemento cultural tiahuanacoide, sino
atacameño. La razón es bastante simple. De las 725 tabletas de rapé halladas
hasta ahora, solo 25 provienen del Altiplano boliviano (zona de la cultura
Tiahuanaco); en cambio 670 provienen de la zona atacameña interior, sin tomar
nota de las 10 halladas en la costa de Antofagasta (de indudable procedencia
atacameña) y dos de la zona diaguita argentina[93].
Habría sido sumamente interesante esbozar
una comparación de la cronología que ya se va esbozando de San Pedro de Atacama
y la existente para las culturas del NW argentino que poseen varias fechas de C14.
Desgraciadamente no disponemos de la bibliografía necesaria.
Conclusión:
aunque la cronología absoluta no esté ni mucho menos plenamente establecida,
contamos ya con una cronología relativa, basada en los estilos cerámicos, sobre
todo. Estos se suceden sin cambios demasiado bruscos en los cementerios
estudiados. Esto parece ser un indicio comprobatorio de la tesis de Le Paige
acerca de la continuidad de la cultura atacameña (Le Paige, 1963 a, 1963 c,
1964). La sucesión de las culturas se ha verificado en el seno de un mismo pueblo
en su forma pacífica, con importación o invención de formas y decoraciones
nuevas, sin sustitución violenta de una cultura por otra. En esta paulatina
evolución de cuyos pasos apenas si tenemos las primeras ideas, no son los
aportes extranjeros lo decisivo, sino el substratum
autóctono que asimila, adapta, inventa, siempre procurando adaptarse al difícil
hábitat en que le ha tocado vivir.
APORTES
CULTURALES FORÁNEOS
1. TIAHUANACO:
Es, entre todos, seguramente el más
importante. Este aporte no tiene lugar, como se ha afirmado con frecuencia,
durante el Tiahuanaco epigonal (tardío), o sea, hacia el 700 d.C., sino
indudablemente desde los primeros siglos de la Era Cristiana, fechas que coinciden
claramente con su período de florecimiento (Tiahuanaco Clásico).
El aporte de Tiahuanaco es, ante todo, estilístico.
Sus tipos cerámicos, tan conocidos, no llegan sino en escaso número como claros
indicadores de un pujante comercio entre ambas regiones. Es igualmente muy
posible que el impulso para el desarrollo de la metalurgia del cobre, bronce,
oro y plata provenga también de Tiahuanaco; no lo sabemos aún. En los hermosos
kero-retratos de oro (vasos de faz humana proyectada en relieve) que aparecen
en Larrache, junto con diademas de plata de estilo claramente tiahuanacoide,
podríamos ver una muestra de la metalurgia del Altiplano[94].
Sus patrones decorativos serán ampliamente
copiados en sus tabletas de rapé, tubos, huesos grabados a fuego, cajitas de
tinturas y, más que todo, en sus tejidos. En ellos encontramos frecuentemente
los famosos dibujos geométricos, conocidos como “escalerado” (o “Treppenzeichen” de Posnansky[95]),
las representaciones del sacerdote enmascarado con máscara de felino, la representación
del sacerdote-cóndor, ambos en actitud de sacrificar a una víctima humana o con
la cabeza del enemigo entre las manos.
Como el descubrimiento de la cultura de
Tiahuanaco precede a la atacameña, tal como se ha demostrado en los últimos
diez años, todas las semejanzas entre ambas tienden a favorecer a Tiahuanaco.
Lo hallado se comparó de inmediato a Tiahuanaco, casi sin discutir la mayor
antigüedad de ésta. Un estudio más profundo, basado en fechas seguras, quizá
(es solo una hipótesis de trabajo) revele que el proceso pudo ser, parcialmente
al menos, inverso.
Con todo, al referirnos al influjo de
Tiahuanaco sobre la cultura atacameña, no queremos dirimir de antemano un
problema que queda planteado y que es digno de estudiarse. Solo empleamos el
modo de hablar establecido hasta hoy. Es posible que Tiahuanaco haya recibido
aportes culturales de los atacameños (v. gr. estilísticos) que, según
sugerencia de Uhle, pudieron venir del Altiplano chileno de Arica.
2. CULTURAS
DEL NOROESTE ARGENTINO:
Tenemos numerosas muestras de cerámica
típicamente del noroeste argentino: La Isla, Tafí, Santiago del Estero,
Condorhuasi (Catamarca), pero son todas manifestaciones del intercambio
comercial y no pruebas de verdadero influjo. Tampoco hay, al menos hasta ahora,
relaciones claras entre formas cerámicas del NW argentino y las atacameñas.
Digno de estudio es el rasgo cultural del enterramiento en urnas (Solor) que
bien puede ser una influencia de culturas del valle de Santa María, donde era
frecuente el enterramiento en urnas. Un influjo muy probable lo encontramos en
la cerámica incisa de varios lugares (pucos, cajetes), tanto de color negro
como rojo y que presenta ciertas similitudes con los elementos decorativos de
Candelaria.
Mientras no se decida con fechas
seguras la espinosa cuestión de la antigüedad de las culturas atacameñas, por
una parte, y la de las culturas del NW argentino, por otra, será difícil
determinar quién presta a quién determinado rasgo cultural. Sobre este tema hay un interesante trabajo en
preparación de la arqueóloga argentina Myriam Tarragó de Font[96].
3. CULTURAS
DEL SUR DEL PERÚ:
Ya hemos indicado profusamente la
influencia ejercida por las culturas sur-peruanas en la zona limítrofe –y
marginal- de la cultura atacameña, zona que comprende los valles transversales
del extremo norte de Chile. Aquí hay fuerte influjo de formas y elementos
decorativos, siendo la típica cerámica atacameña del centro principal prácticamente
desconocida hasta hoy. Este influjo está poco estudiado. Uhle y Latcham han
hablado de la influencia chincha en forma genérica. Hay evidente relación con
las formas cerámicas de los valles cercanos de Mollendo, Locumba, Sama y Tacna,
Tarata. Esta influencia se ha mezclado a lo que parece con elementos venidos
del Altiplano boliviano (región de “Muñecas”) para formar lo que se ha
denominado el “horizonte tricolor del Sur”. La influencia de Tiahuanaco puede
haber llegado también por conducto de los valles peruanos que están más
próximos a las fiebres del Titicaca.
Este influjo del horizonte tricolor del
sur llega seguramente en época muy tardía hasta el Loa y regiones vecinas de
Tocopilla, Antofagasta y aún Taltal. En Guatacondo (prov. de Tarapacá, Chile) y
Pica, se encuentran tejidos con decoración claramente sur-peruana (Nazca
tardío). Max Uhle, buen conocedor del material de algunos valles sur-peruanos
(Chincha, Ica, Nazca), afirma categóricamente esta influencia en la zona de
Arica y Tacna, trabajada por él[97][98].
4. INFLUJO INCAICO.
Como tendremos ocasión de ver en la parte
histórica, esta influencia fue de corta duración y, por tanto, no alcanzó mucha
profundidad. Además, la pequeña población de los valles atacameños no permitió
la llegada de grupos numerosos de colonizadores quechuas (“mitimaes”) que en
otras regiones cambiaron sensiblemente el aspecto cultural de la región.
En la zona atacameña, el material de
origen incásico es bastante escaso. Aparece en Arica y también junto al Salar
de Atacama, en Catarpe y en Toconao, principalmente. En cambio, poblarán mucho
más densamente el valle de Copiapó hacia el sur, donde había mucha mayor
población indígena y mayores perspectivas para la agricultura (zona diaguita
chilena). El influjo cultural incaico se realiza en tres órdenes principales:
a)
Arquitectónico: introducen el techado a dos aguas y los pueblos de
calles bien trazadas y construcciones rectangulares de ángulos precisos. Lo
observamos en el centro administrativo incaico en Catarpe y en la ciudad
antigua de Peine (hoy en ruinas).
b)
Comunicaciones: establecen tambos o postas para los correos del Inca.
Por las márgenes del Salar pasa precisamente el camino incaico que, viniendo
del Cuzco, llegaba al valle de Copiapó y perfeccionan la red de caminos que
comunican con la costa y el otro lado de la cordillera.
c)
Técnicas: aportan elementos nuevos en la cerámica local, ya muy
decadente; traen nuevas especies para la agricultura (tal vez el zapallo, Cucurbita máxima) y algunos frutos
subtropicales como el guayabo y el mango; introducen probablemente el perro (Canis inga) que parece no haber sido
conocido en tiempos atacameños, ya que nunca se le ha hallado en tumbas. En
cambio, en Arica esta introducción parece ser mucho más antigua, pues se le
encuentra con frecuencia en las tumbas anteriores a la llegada del Inca.
d) Lengua y religión: aquí, como en la región Diaguita, el quechua llega a imponerse rápidamente sobre el atacameño o kunsa. Prueba palpable de ello es que los misioneros no ven la necesidad de predicar en esta lengua ni hacen gramáticas o diccionarios. Se predicaba en la lengua del Cuzco[99]. La primera recopilación de vocablos de la lengua atacameña de que se tenga noticia se realizó en 1890[100]. La administración incásica, mediante las autoridades locales (“curacas”) ya habían impuesto el quechua como idioma oficial. Con la religión debe haberse producido un fenómeno semejante. Como no existían centros ceremoniales a la usanza incaica, los Incas construyen muy pronto uno a los pies del volcán Licancabur. Este se convierte, a juzgar por la abundante cerámica incaica allí hallada, en un centro de peregrinación o romería. En la cima del Licancabur existe un adoratorio con casas anexas, probablemente para los sacerdotes. Este culto a la divinidad, simbolizado en la cima del volcán (¿o culto al fuego), puede ser mucho más antiguo. De hecho, también hay adoratorios en la cima del Quimal y en otros montes de la región. El Inca le quita el carácter local y lo transforma en un culto más general.
El inca deja un grato recuerdo entre la
población atacameña. Parecen haber sido dominadores benévolos que solo exigían
una integración al imperio, sin forzar a los habitantes a abandonar sus
costumbres o culto. La toponimia local acusa numerosos ejemplos del paso del
Inca: Tambillo (28 km al S de San Pedro de Atacama), restos de un tambo
incaico, Incahuasi, Camino del Inca, etc.[101].
Todas estas influencias sufridas en el
correr de los siglos, enriquecen el patrimonio autóctono atacameño, pero no lo
transforman radicalmente. En frase de Bennett (1944), “these influences modified and enriched the basic pattern without,
however, replacing or eliminating it entirely. Where the records are more complete,
it could probably be demostrated that the maiority of “pure” atacameño
characteristics were particularly well adapted to the difficult environment of
North Chile and the Puna of Jujuy”[102].
LOS ATACAMEÑOS: ¿RAZA?, ¿LENGUA?, FORMAS DE VIDA
1. RAZA:
De acuerdo con la clasificación de Von
Eickstedt, este grupo que tratamos caería dentro de la denominación “Andide”.
Pero con ello poco o nada ganamos en el conocimiento de su origen. Kurth[103]
en su estudio sobre las razas humanas, advierte que todos los restos humanos
que se supone más antiguos en América: Tepexpan, Lagoa Santa (1840, Brasil
oriental), Confins (Minas Gerais, Brasil), Punin (Ecuador), Lansing, Brown’s
Velley, Vero, poseen ciertos rasgos en común: dolicocefalia, poco desarrollo de
las arcadas supraorbitarias, nariz y cara ancha, todos ellos rasgos que no
apuntan a lo típicamente mongoloide. Estos hallazgos estarían más bien
indicando una inmigración de elementos europeos antiguos (alteuropaeische Schichte), llegados a América antes de la
diferenciación racial operada posteriormente en el Asia Nororiental.
En cambio, los rasgos que presentan los
grupos indígenas actuales, prácticamente en todas partes, son marcadamente
mongoloides, como lo son sobre todo los pueblos que tanto en Meso como en
Sudamérica se elevaron a altas civilizaciones[104].
Según nos lo muestra la arqueología y la etnología de la región atacameña, los
grupos que la habitan no hacen excepción a esta regla, sino que, por el
contrario, la confirman en forma palmaria. De hecho, los estudios
craneométricos efectuados sobre el material osteológico de San Pedro de Atacama[105],
demuestran fehacientemente la tendencia a la braquicefalia, más aún, a la
hiperbraquicefalia. De acuerdo con la tabla que indicamos en notas al pie[106],
Toconce (28 cráneos) ostenta un índice de 76 a 91; Caspana (70 cráneos) de 74 a
94; Toconao (14 cráneos) de 81 a 91; San Pedro de Atacama (150 cráneos) de 75 a
99; Tilomonte (17 cráneos) 79 a 98. En algunos de los lugares: Solor (San Pedro:
Ayllu Campo 3), Toconao, Tilomonte, Sequitor (San Pedro), hay un notable
predominio de la hiperbraquicefalia sobre las demás formas.
Estos datos nos hablarían de un pueblo que es heredero de las olas de tipo mongoloide que llegan a América después del grupo europeo antiguo. ¿Echa esta consideración por tierra todo lo dicho acerca de la continuidad de la cultura atacameña? El día en que se halle restos óseos asociados claramente a los más primitivos artefactos del Precerámico de la zona se podrá adelantar algo sobre el particular. Por otra parte, me parece bastante prematuro hablar de una “ola de cazadores-recolectores dolicocéfalos” cuando se dispone de tan pocos elementos de juicio. La fecha de 12.000-10.000 a.C. como posible momento del paso de estas hordas mongoloides a América parecerían conciliarse con las apreciaciones de la antigüedad de las industrias líticas americanas más primitivas (Cfr. lo dicho en pp. de este trabajo.
Siguiendo la costumbre de los pueblos andinos y peruanos en general, los atacameños deforman la cabeza con procedimientos ya conocidos en el Perú. Utilizan principalmente dos tipos de deformación: tabular erecta y tabular oblicua, siendo bastante elevado el porcentaje de cráneos deformados en el total de cuerpos[107].
2. LENGUA:
Denominada por los cronistas Kunza (o Cunza), que significa “la nuestra”, Lican-antay (de Licán: este pueblo) o Lipe (por los habitantes de esta área del SW de Bolivia: los Lípez), esta lengua se puede considerar prácticamente extinguida hoy. Gustavo Le Paige dice haber conocido al último probable hablante en uno de los ayllus de San Pedro de Atacama. Mostny decía en 1954[108] que quedaban aún algunos hablantes de la lengua en el pueblo de Peine. Esta lengua, estudiada solo a partir de 1890 y de la cual hay referencias anteriores a partir de Philippi (1860) y Tschudi (1866/69)[109], nunca fue hablada por una población muy numerosa. El hábitat mismo no permitía un gran aumento de la población.
Parece estar emparentada con la lengua Kaká y/o Cacán de los Diaguitas argentinos y solamente con ella. Este parentesco se prueba por las similares terminaciones toponímicas y por los apellidos comunes, constatados en ambos pueblos, no solo en la Colonia española, sino aún hoy. Es posible que haya habido mutua inteligibilidad entre ambas lenguas.
A pesar de los esfuerzos hechos, ninguna de
estas dos lenguas ha podido ser clasificada dentro de las familias lingüísticas
americanas. De hecho, en su clasificación de las lenguas americanas, Mc Quown y
Greensberg ni siquiera la citan[110].
El mapa lingüístico de Sudamérica que
aparece en el apéndice a este trabajo, nos muestra la expansión de la lengua
atacameña (Plano N°2), excluyendo, no sé por qué razón, la Puna argentina que
por los restos arqueológicos se muestra claramente atacameña[111].
Aún hoy, 1965, hay algunas personas en los
pueblos aislados de Peine Socaire, Cámar que conocen algunas voces sueltas del
kunza. Se conserva, incluso, una antiquísima invocación a los dioses o
espíritus de las aguas: la ceremonia del Talátur en el pueblo de Socaire, que
se practica con ocasión de la limpia de canales. Su texto se sigue repitiendo
por el oficiante en kunza, aun cuando casi no se comprende ahora su sentido[112],
[113].
Mostny describe, igualmente, algunas otras
ceremonias que portan su nombre kunza y en las que aún se entremezclan algunas
palabras de esta lengua[114].
3. PATRONES
DE ASENTAMIENTO:
Dejaremos de lado las precarias viviendas
de los cazadores-recolectores del Precerámico pues, por haber servido de
refugio a innumerables generaciones posteriores ya no guardan el sello de
autenticidad cronológica. Los márgenes de los antiguos salares presentan
frecuentemente tales ruinas muy difíciles de datar. Así pues, volveremos la
vista a los conjuntos habitacionales (primeras aldeas) que parecen los más
antiguos y donde –presumiblemente- se realizaron los primeros intentos de
cultivo y fabricación de la cerámica.
Según Le Paige (1958 b), a quien sigo en este punto por no poder consultar aquí la bibliografía de Mostny al respecto, los más antiguos grupos de viviendas se encontrarían en Calar y Hatchar. En efecto, aquí aparecen unidos el material lítico Tambillense (Paleolítico Superior, final) y la cerámica presumiblemente más antigua. Se trata aquí de conjuntos situados en pequeñas terrazas altas, cerca del cauce del agua. Hay uno o dos grandes patios (o corrales) a cuyos costados (E u W) se agrupan una junto a otra las viviendas circulares, pero sin completar todo el contorno[115]. Calar, por ejemplo, presenta a su costado E unas 20 viviendas, cada una de 4 a 5 m de dm, apretadas una contra otra. Exactamente la misma disposición se observa en Hatchar, siendo aquí las viviendas algo más pequeñas. Es muy posible que los círculos (pircas) de piedra más pequeños sean en realidad depósitos de grano o “silos” de la vivienda contigua.
La forma y disposición de la
construcción sugiere una intensa vida comunitaria. El corral común, igualmente,
sugiere la propiedad colectiva del ganado. Esta disposición se cree que es la
más antigua, permanece visible en el plano de los actuales pueblos de Machuca y
Calarcoco[116].
La techumbre ha sido, casi seguramente, hecha de ramas o madera de cardón (Cereus atamensis) y paja (de alguna
variedad de Stipa sp).
Más recientes a juicio de Le Paige, son
las habitaciones que él denomina el “Megalítico”. Se nota aquí un esfuerzo en
los constructores por elevar más las construcciones, mediante el emplazamiento
en la base de grandes y anchos bloques de piedra. Vestigios de este tipo de
construcciones se observan en Toronar a 5 km al sur de Socaire. Todas las
viviendas (siete) están aisladas unas de otras, son también circulares, hechas
enteramente con el sistema de “pirca” (superposición ordenada de piedras no
especialmente canteadas para formar un muro). El techo lo constituyen grandes
lajas o piedras largas y delgadas, dispuestas de modo que forman un arco hacia
arriba, sobre dos de las paredes, formando así una falsa bóveda (el centro de
gravedad no está en el centro, sino en cada piedra)[117].
El conjunto se halla cubierto de barro y piedrecitas. Una abertura cuadrada a
nivel del suelo permite entrar arrastrándose. También se encuentran tales
restos en el antiguo pueblo de Socaire. No hay aquí vestigios de corrales y sí
de la práctica de la agricultura. Nos hallamos aquí probablemente en un momento
de transición entre el Paleolítico Superior Final y el Neolítico. Tales
viviendas, por su extraña forma y puerta de acceso, han sido frecuentemente
consideradas “silos” o bodegas de granos. Y en efecto en su evolución final han
llegado a serlo. Se les encuentra hoy en el pueblo de Peine (pero
rectangulares). En el NW argentino, tales silos fueron frecuentemente usados
como cámaras sepulcrales[118].
Pero en sitios donde solo existe este tipo de construcciones no se puede creer
que todos son silos y ninguno vivienda.
En Tilocalar hallamos un pueblo típico
de pastores. La agricultura es imposible aquí. Las casas se hallan aisladas
unas de otras, pero también se encuentra un grupo de 30 casas juntas bien
edificadas, todas circulares y tapadas con grandes lajas formando una falsa
bóveda. El corral de 10 m de dm, único, parece ser comunitario.
Otro paso en la evolución de los patrones de asentamiento atacameño lo hallamos realizado en Topain (Paguaytape). Aquí los corrales ya no son comunes. Surge más intenso el sentido de propiedad de la tierra y del ganado. Los corrales se encuentran separados, lejos de la ciudad, junto a los campos de cultivo. ¿Habrá surgido este “individualismo” como una necesidad vital al aumentar desmesuradamente la población y hacerse más difícil el procurarse pasto para el ganado? Ahora cada familia se ve obligada a sacar a pastar a sus animales y los trae de regreso por la tarde para encerrarlos en el corral familiar. El encierro en sitios separados facilita el llevar a los animales donde se quiere. Es, pues, posible que el aumento de la población humana y del ganado, y la escasez de pastos, por otra, haya forzado a llegar a una solución de tipo familiar con régimen de propiedad privada.
Parece que entre los pueblos prehispánicos solo donde había una muy fuerte autoridad centralizada estatal rige el sistema comunitario de posesión de la tierra. En estos pueblos aislados y sometidos a intensas presiones del medio, este proceso hacia la individualidad parece incontrarrestable[119].
Como última etapa de la vida de asentamiento atacameño, debemos citar los famosos Pukarás o Pueblos-fortalezas. Para Montandon[120] y Le Paige[121] se trata de construcciones que se inician entre los siglos IV al VI d.C. Su origen lo buscan en la necesidad de protegerse contra migraciones belicosas de los vecinos del norte, seguramente del Altiplano boliviano.
La aparición del Neolítico en el sur
del Perú, con la agricultura y la domesticación de la llama, trae posiblemente
consigo un notable aumento de la población. Sabemos que, en la época de la
llegada de los españoles, estos valles surperuanos estaban muy densamente
poblados. Esto debió existir desde antiguo. Ahora bien, la superpoblación en
todas las regiones del mundo provoca movimientos migratorios y ansias de
conquista. Por otra parte, el aumento de la población trae casi insensiblemente
la necesidad de una administración (para la repartición de las tierras, aguas,
pastizales, etc.) y con ello, de una autoridad. De aquí a la formación de un
imperio no tenemos más que un paso.
Aquí ve Le Paige, con toda razón, la
causa del avance de las culturas surperuanas hacia el sur y el consecuente
retroceso de los atacameños que ocupaban hasta entonces extensas zonas. Vendrá
luego el florecimiento de Tiahuanaco en el Altiplano boliviano a orillas del
Titicaca, con sus grandes construcciones megalíticas. Auge que provoca
indudablemente una penetración en las regiones limítrofes de la Puna. Con todo,
las construcciones de los Pukarás, según Montandon (1950), no son manifestación
de un arte contemporáneo de la cultura de Tiahuanaco, sino pertenecen a un
estadio intermedio entre el arcaico megalítico y el megalítico andino, lo que
en este caso haría remontar sus orígenes a los primeros siglos de la Era
Cristiana. Así, el avance de estos pueblos del norte determina la unión de los
grupos agrícolas aislados de atacameños que lleva a la erección de estas
ciudades-fortalezas en sitios especialmente aptos para su defensa. Basta echar
una ojeada a la geografía de la zona elegida para construirlos para convencerse
de su finalidad. Es exactamente el caso de los burgos de la Edad Media. No es,
pues, primariamente el no ocupar las ya escasas tierras de cultivo lo que les
inclina a buscar esos sitios tan escarpados. Es en primer plano la defensa.
Para Le Paige los pukarás tienen sus raíces en la época megalítica. El hecho de las grandes diferencias entre los pukarás no se debe a su diversa época de construcción, sino más bien a la falta de autoridad o administración central que fijara patrones arquitectónicos. Cada valle construía con los materiales que encontraba a mano y en la forma que le parecía mejor.
Carece, pues, de toda base la afirmación que durante tanto tiempo circuló de que estas construcciones tenían un origen incaico. Brühl (1875-1887)[122] en su obra Kulturvölker Alt-Amerikas se hace eco de esta tradición al afirmar que el pukará de Lasana pertenece a la época incaica. Así como en México todo lo grande se consideró Azteca, en los países andinos se vinculó obligatoriamente con los incaico. La antigüedad del pukará de Quitor (cerca de San Pedro de Atacama) queda demostrada por el hallazgo de una tableta de rapé de estilo Tiahuanaco clásico, empotrada en el hueco de una viga. Además, las grandes habitaciones provistas de grandes vigas, cuyos hoyos en los muros son aún visibles, hablan de techos livianos de ramas y paja. El inca nunca techó así sus fortalezas.
Una ojeada a la lámina del Mapa 1 (señalados con triángulos negros) nos permitirá observar la pequeña dispersión de los pukarás de la región actual atacameña en el lado chileno: río Loa por el N y Salar de Atacama por el S. Esta es desde aquellos lejanos tiempos la zona de más intenso poblamiento. También, es verdad, la Puna argentina y la región Diaguita nos ofrece pukarás de características muy semejantes[123].
Al W y ya cerca de la costa, tenemos el
pukará de Quillagua y Ancachi sobre el curso inferior del río Loa, a 90 km de
la costa. Al N tenemos los pukarás de Chiu-chíu, Lasana y Turi, al centro
Quitor (San Pedro).
Lasana es el pukará que desde tiempos antiguos llamó la atención de viajeros e investigadores. Descrito por Bollaert (1860)[124], Brühl (1875), Royem, Klaus (1926)[125], Nichols (1929), Latcham (1936, 1938), es estudiado más profundamente por Rydén (1944)[126], Mostny (1950) y Montandón (1950).
Lasana, lugar situado a unos 15 km al N de Chiu-Chíu, se asienta en una lengua de roca, entre el actual cauce del río Loa, por un lado, y un cauce seco, por el otro. La zona edificada mide aproximadamente, según datos de Rydén, 300 metros de longitud máxima por 75 cm de ancho, con una cabida para 150 familias. Las habitaciones, pequeñas, casi todas de iguales dimensiones, se apretujan unas contra otras, aprovechando al máximo el escaso espacio. Cada casa está constituída por una sola habitación. Para llegar a ella se deben atravesar de 10 a 15 habitaciones. Las calles son muy estrechas (2 m de ancho máximo). El techo era plano y hecho de paja y ramas. Las ventanas, muy pequeñas, parecen troneras. La ciudad estaba circundada por un muro exterior y otro interior formado por las murallas de las casas. El espacio intermedio serviría para organizar la defensa. Las casas son rectangulares, pero irregulares. Sus muros fueron construidos con bloques de piedras más o menos planas, superpuestas según el sistema pirca, rellenándose los huecos con una mezcla o con mortero que se endurecía. Según Latcham (1936a, p. 22), esta mezcla se hacía con greda y arena; el agua semi-salobre se encargaba de endurecerla. El tamaño de las habitaciones (viviendas) algo variable, era de aproximadamente 5m x 4m o 4m x 4m, o 4m x 3m. En un extremo de la habitación se encuentra infaltablemente el silo o depósito del grano. Estos silos han sido utilizados a veces como cámaras sepulcrales, a juzgar por la cantidad de huesos hallados allí, cosa que ya llamó la atención a Bollaert (1860)[127.
El pukará de Quitor es citado por Philippi[128] en su Viaje al desierto de Atacama y posteriormente fue editado por Mostny (1950).
Hemos dicho que los pukarás de la zona
Diaguita presentan grandes similitudes con los atacameños[129].
Un fuerte indicio que favorece la tesis del parentesco entre ambos grupos. Es
sabido que fuera de estas dos zonas, no existen pukarás de estas
características.
Hemos repasado las etapas principales por las que fue pasando el asentamiento de los grupos agrícolas atacameños. Fuera de los tipos enunciados –que son los más importantes-, hay también otros, aunque menos característicos del desarrollo evolutivo. Así, hay pueblos chicos, defendidos (una supervivencia de la idea de los pukarás, pero más modernos), como Zapar, Alto de Labra y Tchapuraqui. Hay pueblos con casa central, protegida por otras colocadas en derredor; hay pueblos formados por casas aisladas que siguen la corriente de un arroyo; pueblos formados por casas aisladas en medio de sus campos de cultivo; hay, finalmente, viviendas en cuevas, lo que puede significar una antigua supervivencia de los tiempos del cazador-recolector (v. gr. al E de Peine). También hay pueblos que perduran hasta hoy construidos enteramente con ramas, como en Sequitor (ayllu San Pedro) y Tilomonte[130].
Nada hemos dicho acerca de
construcciones de tipo religioso o ceremonial. Según todas las apariencias, no
las hubo, al menos ciertamente no como grandes estructuras para el culto. Tal
vez hubo oratorios familiares en cada casa, pues aún hoy día existe esta
costumbre en los ayllus de San Pedro:
se destina una pequeña habitación en la que existe un altar rodeado con todos
los santos de la devoción del dueño. Para las grandes festividades religiosas,
cada uno saca en procesión sus propias imágenes. Esta costumbre puede ser el
indicio de una asimilación de rasgos culturales paganos al culto católico, del
mismo modo que los bailes, dentro o fuera de la Iglesia, fueron admitidos como
parte integrante y muy importante del ceremonial católico en la zona norte de
Chile y sur del Perú.
El único centro ceremonial de que se
tenga noticias ha sido descrito por Le Paige[131];
se haya en la base del volcán Licancabur y fue ciertamente erigido por los
Incas. Con todo, no descartamos la posibilidad de que estudios estratigráficos
en diversos adoratorios existentes, sobre todo en la cima de los cerros, aporte
pruebas a favor de un culto público atacameño.
4. ORGANIZACIÓN SOCIAL.
A través del registro arqueológico es muy poco lo que podemos saber acerca de su organización social. De cazadores nómadas pasan a una vida agrícola incipiente, persistiendo en sus hábitos de vida independiente. Ya hemos indicado, al hablar de los patrones de asentamiento, que sus más antiguos pueblos –según se cree- son agrupaciones de no más de 20-30 casas. Aunque con un profundo sentido comunitario inicial, según veíamos, el grupo familiar o conjunto de familias (clan), se mantiene en un relativo aislamiento de los otros grupos, forzado en buena parte por las condiciones geográfico-ambientales de su medio. Los estrechos valles que apenas permitían una agricultura capaz de alimentar a sus habitantes, no dejaban el menor margen para el establecimiento de estructuras administrativas o autoritarias, con poder sobre todos los habitantes. La dispersión de las viviendas estaba, pues, condicionada por la pequeñez de las áreas de cultivo. Los únicos valles algo más amplios, Calama y San Pedro de Atacama, sostuvieron una población más densa y, tal vez, una organización superior al clan familiar.
A su llegada en 1540, el español
encontró autoridades incaicas establecidas en San Pedro de Atacama y a la
población repartida en ayllus, según
un antiguo patrón de las zonas andinas, evidentemente anterior al Inca[132].
Es probable que la estructura del ayllu como comunidad familiar que posee
tierra sea una institución muy antigua. No así, seguramente, la forma mucho más
desarrollada que adquirió bajo el Imperio Incaico como agrupamientos de
población para la mejor explotación de la tierra, pero también para rendir
cuenta más fácilmente del tributo. Parece indudable que, en los valles más
extensos ya citados, la escasez de tierras, el aumento de la población (a
juzgar por los numerosos cementerios hallados) y del ganado, deben haber
forzado a la población desde época temprana a discurrir un sistema
administrativo y autoritario para dirimir los conflictos derivados de la
repartición del agua, herencia de la tierra, etc.
A su arribo, los incas establecen de
inmediato un centro administrativo para el valle de San Pedro que sitúan en
Catarpe[133];
un centro ceremonial al pie del Licancabur, al cual afluían aldeanos de todo el
contorno llevando consigo sus alimentos y el agua que no existe en la región
inmediata. La gran cantidad de fragmentos de cerámica incaica prueba el origen,
por una parte, y por otra la intensidad de la vida durante los días festivos.
Hasta la cima del volcán subirían, tal vez, únicamente los sacerdotes y
dignatarios, mientras el pueblo esperaba en la base. Existen trozos de un
camino de ascenso al Licancabur[134].
El Inca será quien organiza el correo del imperio que, pasando por el Salar (por los tambos o posadas construidos cada 25 km para alojamiento de los chasquisi o mensajeros del Inca), llevaban a Copiapó por el S y a la Puna argentina, por el E. Cerca de Toconao (Sur de San Pedro) y junto a una pequeña aguada, subsisten los restos de un tambo (sitio llamado Tambillo); igualmente hay otro al Sur de Tilomonte.
Es probable que el Inca a su llegada haya superpuesto sus autoridades a las locales o parcialmente reconocido éstas. En todo caso, no hay indicios de resistencia del atacameño al inca. Todo lo contrario. El Inca se presenta como un elemento elevador del nivel cultural que había descendido mucho en la Fase III de la cultura de San Pedro, tal como lo demuestra el arte de las tumbas de este último período.
De la organización familiar no podemos
decir prácticamente nada.
5. COMERCIO Y COMUNICACIONES.
Hay pruebas muy claras de las intensas
relaciones comerciales que sostenían los atacameños con sus vecinos. En las Relaciones geográficas, Tomo II,
apéndice III, 1581[135],
el factor de Potosí, Pedro Lozano Machuca, refiere que los indios Atacamas,
unos 2.000 en número, habían sido concedidos en encomienda a Don Juan Velázquez
Altamirano de la ciudad de La Plata (Chuquisaca). Esto puede sonar algo
extraño, es decir, esta dependencia del Altiplano de Bolivia. Pero se aclara de
inmediato cuando oímos que el mismo Lozano, al visitar como Tesorero Real las
tierras de Potosí, Lipez y Atacama, nos dice que los indios de Atacama “van a Potosí para sus negocios”.
Si consideramos que la distancia Calama-Potosí en línea recta es de 310 km,
podemos formarnos una idea de lo que significaba hacer ese trayecto a pie, ya
que las llamas, como sabemos, eran solo animal de carga y jamás cabalgadura[136].
Simultáneamente, de los Urus y Aymaras de las cercanías del Titicaca, dice el
mismo autor que tienen “tratos con Potosí, Tarapacá y Atacama”[137].
El mismo Lozano ya citado nos dice que
vendían llamas en Potosí a cambio de otros productos. En los productos más
apetecidos para ellos figuraban, evidentemente, además de cerámica y objetos de
adorno de metal (sobre todo en la última época cuando la metalurgia en el Salar
de Atacama había decaído sensiblemente), la coca, elemento indispensable para
ellos hasta el día de hoy. La trayectoria de estos viajes por las cordilleras
andinas se ven en un mapa de 1787 publicado por Vignati[138].
Como se puede apreciar a través de
estas citas, los atacameños eran comerciantes trashumantes que viajaban
continuamente en busca de diversos productos y llevando a cambio los suyos
propios. Es muy probable que, como los Muiscas y Chibchas del Altiplano
bogotano, llevasen sal como objeto de intercambio. Es sabido que en la
Cordillera de la Sal (W del Salar de Atacama) existen minas de sal que son
beneficiadas hasta el día de hoy.
En
lo que respecta al comercio y comunicaciones con la costa, poseemos un
testimonio del mismo Factor Lozano Machuca[139].
Hablando de los pobladores de la costa (changos o uros) dice: “es gente muy bruta, ni siembran ni cogen y
susténtanse solo de pescado (…) que hay unos 400 uros [en Cobija, llamado
entonces Puerto de Atacama] que dan tributo a los atacameños”.
Este testimonio nos está probando que los Uros o Changos de la costa entregaban pescado seco y mariscos secos a los de Atacama, a cambio de sus tejidos, maíz seco, objetos metálicos, máxime de cobre (anzuelos), adornos y posiblemente, también coca. Este intercambio ha sido plenamente demostrado por la arqueología de las regiones costeras. Allí, desde Pisagua hasta Taltal, se han hallado textiles, objetos de cobre, maíz, tabletas y tubos de rapé, y cerámicas de indudable procedencia atacameña. Nosotros mismos en la costa de Antofagasta hemos hallado en concheros anzuelos de cobre, pinzas depilatorias del mismo metal, trozos de textiles y abundante cerámica de la última época (o Fase III), del mismo tipo que se encuentra en el pukará de Quitor[140].
El río Loa fue evidentemente la primera
y mejor vía de comunicación con el interior y la costa. Montell (1926) prueba
lo dicho al establecer el hallazgo de conchas marinas en tumbas de la región
del Loa Superior (Chiu-Chíu). Dice la autora textualmente: “it may easily be supossed that the Río Loa
Valley formed one of the highways for the transportation of merchandise and
that its population, to a great extent, took part in this commerce”[141].
Pero había muchas otras rutas
intensamente traficadas. Santa Cruz (1913) cita la existencia de una “buena
aguada” en Cerro Moreno [junto a Antofagasta][142]
y un camino traficado desde La Chimba [quebrada a 3 km del N de la ciudad de
Antofagasta] hasta el pueblo de Atacama (San Pedro), Calama y Chiu-Chíu y otro
camino “por la costa” hasta Cobija por el N y hacia el S en dirección de
Paposo, Taltal, Chañaral y costa de Copiapó (Puerto Viejo)[143].
Especifica Santa Cruz que todo este
territorio era parte de la encomienda de Francisco de Aguirre (siendo
Mejillones su límite máximo por el N), lugarteniente de don Pedro de Valdivia
(Conquistador de Chile) y pacificador del Valle de Atacama.
6. FUENTES
ECONÓMICAS: AGRICULTURA Y GANADERÍA.
a) Generalidades y sistemas: compartiendo el sistema básico de vida de todos los grupos andinos de alta civilización, los atacameños basan su economía en la agricultura y la ganadería[144] [145].
Como hemos visto al tratar del Mesolítico atacameño, los grupos humanos se asientan en los estrechos valles, aprovechando al máximo sus escasas fuentes de agua y magras tierras. Sin duda, la primitiva arquitectura se desenvolvió conforme a patrones elementales que recordaban en muchos rasgos a la recolección en el fondo de valles y quebradas. Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que los andenes de cultivo en las laderas aparecen más tarde, cuando la explosión demográfica derivada de la buena alimentación, los obliga a aprovechar todo el suelo disponible.
Creemos que la agricultura desde sus mismos inicios estuvo acompañada de la crianza de la llama (y tal vez, la alpaca). Desde las primeras aldeas que hemos podido examinar, aparecen los corrales para estos animales. La vicuña solo se mantiene en estado salvaje, pues nunca llegó a ser domesticada. Ignoramos la razón de esta dificultad.
Los patrones que seguían en el trabajo
agrícola son extraordinariamente semejantes a los de otros grupos andinos del
norte: sistema de terrazas de cultivo en las laderas, sostenidas por muros de
contención, construcción de canales y túneles para conducción del agua
(recordemos el canal elevado que lleva el agua desde una distancia de 3 km a la
base del pukará de Lasana). Socaire nos muestra canales excavados en la roca.
El sistema de regadío llamado “de caracol”, que tiene por finalidad ahorrar
agua, evitando que ésta se apoce. La aplicación de abonos, v. gr. guano de las
covaderas de la costa y aún del salitre. Aplicación de diversas herramientas
agrícolas: palas de piedra con mangos de madera, cuchillones para destrozar los
terrones, palos cavadores (digging stick,
coa)[146].
Carecían del arado, igual que en toda América precolombina, como tampoco
hubiesen tenido bestia con que tirarlo. En la desembocadura del Loa se han
hallado arados muy primitivos de madera, fruto de la colonización española, que
supone el empleo del caballo o el buey.
Las herramientas agrícolas, aparentemente de tan poca consistencia, se prestaban, sin embargo, perfectamente para el trabajo de las tierras arenosas y suaves de sus valles.
Aumenta el caudal de sus vertientes, hacen presas para guardar el agua para la época de la seca. Conocen la técnica del hacer almácigos que luego trasplantan al lugar definitivo.
En lo que se refiere a la alimentación,
conocen la técnica de la preparación del chuño
(papa deshidratada) y del charqui
(carne desecada). Cultivan árboles frutales tales como guayabos, pacayes,
chirimoyos y tunas, aunque es probable, como decíamos, que algunas de estas
especies hayan sido introducidas por los incas. Replantan en sus valles
algarrobos, tamarugos, chañares, molles y sauces amargos. Pedro Pizarro,
hablando de los quechuas, dice que “crían
ganado montés”, aludiendo a la costumbre de mantener pastizales de reserva
para la crianza de guanacos, vicuñas y huemules silvestres. Es muy posible que
los atacameños hayan tenido costumbre semejante.
Entre los animales domésticos conocen la
llama y la alpaca, el cuy (Guinea pig),
ambos criados en abundancia hasta hoy en la región. Conocen el perro, pero
aparentemente solo en la última época, tal vez de introducción incaica y, por
lo tanto, muy tardía. Keller agrega –dato que no he encontrado corroborado por
otros autores-, que mantenían aves domésticas de corral[147].
A la explotación de las minas y trabajos en
metalurgia dedicaré párrafo aparte.
La existencia de la llama y la alpaca desde tiempos muy antiguos ha sido probada por el hallazgo ininterrumpido en las tumbas femeninas de los primeros siglos de la Era cristiana, de todo el instrumental de hilado y tejido. Con frecuencia en las costas aparecen estos instrumentos, acompañados de ovillos de lana ya hilada o por hilar de diversos colores.
b) Plantas cultivadas: en este punto sigo a grandes rasgos a Keller (1952), quien se basa en los trabajos de Sauer (1950); hago la salvedad que a mi entender Keller exagera indebidamente –y con insuficientes fundamentos- la riqueza y autosuficiencia de la agricultura atacameña. De modo particular no puedo aceptar sin pruebas las aseveraciones que él hace respecto al hecho de que muchas especies habrían sido domesticadas por los atacameños. Hecha esta salvedad, procedo a enumerar las especies botánicas que él señala.
Además del maíz (Zea mais) del que conocen seis o siete
variedades[148],
cultivan hasta el día de hoy la quínoa (Chenopodium quinoa) en las regiones altas, donde se da en perfectas
condiciones, y su especie afín, la cañahua (Chenopodium pallidicaule). Ambas especies prosperan perfectamente a
alturas entre 3.500 y 4.200 m y suministran un grano muy apto para sopas,
harinas y tortillas. Cultivan también el bledo (Lupinus mutabilis), llamado a veces chocho o altramuz.
Entre las especies de calabazas, conocen el
zapallo (Cucurbita maxima) y
otras especies de Lagenaria. Aunque raras veces se han encontrado en
tumbas, conocían la papa (Solanum
tuberosum) de la que obtenían el chuño. Igualmente, la oca (Oxalis crenata), el Ulluco (Ullucus tuberosa), la Maca (Lepidium meyenii).
Fuera de las especies citadas, cultivan la sicana
(Sicana odorífera), que consumían
cruda o cocida; la caigua (Cyclanthera
pedata) que aún es consumida en el Norte Grande chileno.
También la yuca o mandioca (Manihot utilissima) es conocida, como el camote (Ipomoea batatas), según Mostny, traído por los incas[149], aunque según el mismo Keller, el único antepasado silvestre que se conoce: Ipomoea paposana, que se da en la costa de Chile (25° L. S) se halla en territorio de los atacameños. El nombre camote es náhuatl; los quechuas lo denominaron “apichu” o “cumara”, siendo este último nombre idéntico al usado en Polinesia para denominarlo. ¿Cómo se ha de explicar este hecho?.
Cultivan, además, la achira (Canna edulis); el yacón (Polymnia edulis), tubérculo este último semejante a la dalia, refrescante y de color blanco por dentro, que se comía crudo; la ajipa o xiquima (Pachyrhizus sp.) de raíces comestibles; ají o chile (Capsicum rutescens).
Entre los árboles frutales cultivan el
Guayabo (Psidium guayaba).
Por la altura de su territorio no pueden
cultivar, pero reciben en intercambio la coca (Erythroxylum coca) que les llega por intermedio de los aymarás de
las Yungas bolivianas; el algodón (Gossipium
barbadense) que viene de las tierras bajas del sur del Perú y extremo norte
de Chile.
Keller agrega que parece que lograron
domesticar algunas plantas típicas de su hábitat, como el pepino del Norte
(Solanum muricatum) y algunas
variedades de pequeños tomates (Physalis
peruviana y Cyphomandra betana).
Igualmente, de las regiones bajas reciben
el tabaco (Nicotiana tabacum)
originario del Ecuador y Perú. El hábito de fumar, probablemente en ocasiones
cúlticas, era muy extendido a juzgar por las numerosas pipas de greda
encontradas en la zona atacameña[150].
Muchas de estas especies han sido adoptadas
desde tiempos inmemoriales de los grupos andinos vecinos. Algunas han llegado
tardíamente con el Inca. Es difícil precisar cuáles fueron mientras no se haga estudios muy detallados del contenido de las vasijas funerarias, aspecto que
desgraciadamente es pasado por alto casi siempre –por falta de método- por
nuestros arqueólogos.
¿Qué plantas domesticaron los atacameños? A
juicio de Keller, muchas de las citadas. Con los datos disponibles no se puede
zanjar esta cuestión. Serán necesarios pacientes estudios de estratigrafía y
cuidadosos análisis botánicos, para lo cual es indispensable que todo el
material que se halle sea cuidadosamente registrado y analizado. El extraer indiscriminadamente
los cuerpos y ofrendas de las tumbas, despreciando el resto, ha llegado a ser
una práctica funesta de nuestra arqueología chilena que, por desgracia, lo
único que consigue es hacer más difíciles y menos fructuosos los trabajos futuros.
c) Ganadería: a este respecto, conviene que agreguemos algunos datos. La presencia de corrales en las agrupaciones de viviendas, aún en las más antiguas, nos está indicando que los auquénidos (llama, alpaca) fueron aprovechadas desde muy temprano como animal de carne, leche y carga. Las actividades comerciales que desarrollaban eran posibles gracias a la llama con la que transportaban hasta la costa (Cobija, Paposo, etc.) o hacia el Altiplano boliviano o la Puna argentina, sus mercaderías.
Como veremos a propósito del arte rupestre
atacameño (Felsbilder, Petroglifos), parece probable que los numerosos
petroglifos hallados en esta zona, desde la cordillera hasta la costa, tengan
relación estrecha con las rutas de las caravanas de llamas, sus sitios de
descanso y ramoneo, sea como señalización de tales rutas, sea también como
actos rituales en relación con tales viajes, sea, finalmente, como actos
conmemorativos.
La mayor parte de estas representaciones en
la roca son de llamas domesticadas, notándose pocas de otro tipo.
Pocos kilómetros antes de llegar a
Quillagua (sobre el río Loa), viniendo por el sur junto al antiguo camino, se
observan aún algunos petroglifos en unas rocas vecinas que forman parte de un
pequeño cerrito del que en un tiempo se desprendieron. Se observan varias
llamas pequeñas. Debajo de tales rocas, existe una planicie por donde hoy pasa
la nueva carretera Panamericana que en parte la ha cortado, cubierta por
pequeños pedruscos y arena. Bajo tal capa superficial se halla gran cantidad de
guano de llama. No hay hoy señales de pircas en la zona que señalen antiguos
corrales, pero tal vez eran sitios de pastoreo en épocas pasadas, cuando había
más humedad en la zona. Hoy el paraje es absolutamente desértico[151].
Durante casi todo el trayecto de Chíu-Chíu
a Lasana (Pukará), se observan a la derecha del camino y del río Loa, en rocas
enormes desprendidas de los acantilados, muchas representaciones de auquénidos[152].
Esta era una ruta muy traficada entre Chiu-Chíu y Lasana, los lugares de mayor
poblamiento en la zona, y los pueblos de Ayquina, Turi, Toconce, Caspana, hasta
el Altiplano boliviano.
Semejantes observaciones cabe hacer a propósito de muchas otras
representaciones que se hallan en otras quebradas del Norte: Guatacondo, Maní,
Aroma, río Loa (Taira, desembocadura, etc.).
En todos los pueblos del hábitat actual
atacameño, con la sola excepción de Calama, tal vez, se siguen criando rebaños
de llamas, aunque cada vez en menor número. Va siendo desplazada sobre todo por
la oveja y la cabra. La llama soporta la altura mejor que la oveja o cabra, y
sobre todo solo come el follaje de los arbustos, pero jamás, como la cabra, los
troncos y las raíces, siendo por estas razones un animal que mantiene mejor la
vegetación.
7. ARTE E INDUSTRIAS.
a) Arquitectura y tipos de sepultura:
Al tratar los “Patrones de asentamiento”, hemos ya hablado de los diferentes tipos de arquitectura de las aldeas y pukarás de la zona atacameña. Solo queremos agregar aquí que la zona no muestra en ningún sitio ni la monumentalidad (v. gr. de Sacsahuamán o Písac, Perú), ni la ornamentación observable en Tiahuanaco o en Chanchán. La arquitectura es aquí muy simple, funcional, de forma casi siempre bastante irregulares. Si bien se emplea (v. gr. en Lasana) ciertas formas de mortero para pegar las piedras, no conocen el estuco ni tampoco cantean las piedras de los muros, salvo en los umbrales, para presentar un ángulo más o menos recto.
Describiremos varios tipos de sepultura de
la zona, sin pretender indicarlos todos.
-Tipo 1: es la forma más simple. Un
sencillo pozo de poca profundidad, redondo u oval, sin revestimiento alguno
(frecuente en algunos cementerios de San Pedro de Atacama).
-Tipo 2: sepulcros igualmente redondos, con
las paredes laterales formadas de piedras paradas, unas sobre otras, con o sin
revoque que las una y con un techo formado por lajas que se van superponiendo
(Ambrosetti, 1904)[153].
-Tipo 3: sepulturas en “hornos”
(generalmente individuales). Se trata aquí de construcciones sobre la
superficie del terreno, rectangulares, con piedras unidas con barro por dentro
y por fuera; las piedras se van juntando hacia arriba para formar una especie
de horno. Algunas presentan ventanas semejantes a los “silos”, propias de la
Puna argentina.
-Tipo 4: sepulturas (generalmente colectivas)
en grandes grutas tapiadas o abrigos rocosos. Las hay en la Puna argentina
(Torohuasi)[154]
y también se encuentran junto al pukará de Lasana (al N), bajo grandes bloques
de piedra.
-Tipo 5: especies de silos en rincones de
las habitaciones de los pukarás. Se observa cierta similitud con el tipo 3.
Hay otros tipos de menor importancia. Los
cuerpos, sin excepción, se hallan en posición flexada. Generalmente el fardo
funerario se ata con cuerdas de textiles (San Pedro) o vegetales (Arica)[155].
Como vemos, se observa gran variedad de
tipos y es imposible decir cuál es el más típico de los atacameños. Estamos
convencidos que, tanto aquí como en todas las culturas, el tipo de
enterramiento estaba muy condicionado por el tipo de terreno que encontraban,
siendo mucho más importante, a mi juicio, el contenido de las ofrendas que el
tipo de sepultura para reconocer un grupo cultural.
b) Trabajo en madera: el complejo del rapé: al hablar de la influencia de Tiahuanaco, citamos los instrumentos del complejo del rapé como algo muy típico de tal influjo. En la zona del norte chileno, Núñez estudia las diferentes formas de las tabletas y las reduce a tipos especiales. Sus trabajos sobre la escultura en madera en esta área es lo mejor que se conoce sobre el tema.
La extraordinaria conservación y la calidad
artística de una gran variedad de objetos en madera, la mayoría de los cuales
se relaciona con la aspiración del rapé, ha hecho que Disselhoff-Linné[156]
denominen a esta cultura como “La cultura de la madera”.
Durante mucho tiempo los autores han
discutido la utilidad de estas tabletas y tubos. Salas[157]
es el que mejor estudia y analiza la bibliografía al respecto.
Los tubos, llamados al comienzo
“escarificadores”, fueron considerados instrumentos quirúrgicos[158]
o instrumentos para succionar sangre[159].
Las tabletas recibieron en la terminología
arqueológica diferentes denominaciones, según el uso que se les atribuía: se
les llamó “tabletas para ofrendas” que debían recibir la sangre en los
sacrificios humanos (Ambrosetti); instrumentos para preparar la coca (Von
Rosen); o para moler los colorantes empleados en la pintura corporal (Montell)[160].
Boman (1906) es quien acierta en indicar
que se usaban para moler sustancias narcotizantes que se respiraban por la
nariz, al igual que el paricá, entre otros grupos del Brasil[161].
Uhle adopta este parecer cuando escribe: “estos atacameños parecen haber tenido un
vicio arraigado y profundo del uso de narcóticos. Numerosos son los objetos en
la colección [se refiere a los procedentes de su excavación al sur de Calama,
hecha por orden del Gobierno chileno en julio-agosto de 1913] que parecen haber
sido destinados para ejecutarlo, tubos para soplar los narcóticos como rapé, a
las narices, tabletas de madera en que los preparaban y numerosos aparatos para
conservarlos y secarlos. Muchos de ellos tienen figuras de monstruos
imaginarios, que nos dan una idea de sus nociones religiosas”[162].
Posnansky, que había interpretado
primeramente las tabletas de piedra halladas por él como usadas para hacer ofrendas
de sustancias balsámicas[163],
al escribir en 1938 dice: “es hasta ahora
enigmático el empleo que se daba a aquellas tablillas. En el terreno de las
hipótesis, tanto podrían haber servido para afirmar el polvo del incienso (poco
probable por el tamaño de las tablillas), cuanto para espatular el ocre
empleado para teñir los rostros (…) empero, la espátula hallada en Tiahuanacu
al lado de la ya citada tablilla [se refiere a una de piedra], demuestra, al
parecer, otro uso muy distinto. Tiene forma de un pequeño cucharón que pudo
haber servido para alzar una reducida cantidad de algún polvo cuyas partículas
se absorbían por la nariz o por la boca. Estoy plenamente convencido de que los
Arawakes, además de las distintas chicas, la coca y el tabaco, tuvieron otros
estimulantes más, como por ejemplo ciertos polvos que absorbían por la nariz.
En Tiahuanacu, diversas excavaciones dieron por resultado el encuentro de
artefactos de hueso similares a los llamados snuffing-pipes. En una de las
tumbas prehispánicas de tipo Tiahuanacu, situadas en las cercanías de
Cochabamba, se encontró últimamente un “snuffing-pipe” cuya conformación
demuestra, evidentemente, que sus dos puntas eran introducidas en las fosas
nasales para absorber algo (fig. 129)… de esta manera, es probable que aquellas
tablillas, diremos aún ceremoniales, hayan tenido el objeto de suministrar
algunas sustancias para la práctica de ciertas ceremonias de culto, pues, de
otro modo, no demostrarían tanto esmero en su fabricación ni se hallarían tan
cuidadosamente adornadas con figuras simbólicas”[164].
Los numerosos hallazgos posteriores de
tabletas, tubos, etc., han dado plenamente la razón a estas suposiciones. Se
supone que el polvo empleado en la aspiración era de Piptodenia macrocarpa[165].
Como en el interior de los tubos se halló con frecuencia ataditos de espinas de
cactus, se pensó en su uso quirúrgico. De hecho, estas espinas solo servían
para limpiar el tubo de los fragmentos de polvo que se hubiesen atascado. La
espina, aunque pequeña, al ser introducida por ambos extremos, cumple
perfectamente esta función.
Estas tabletas son en general pequeñas.
Miden unos 14 cm de longitud por unos 10 de ancho (aunque se ha encontrado una
gigante de 25 cm de longitud. Uno de los extremos (el mango) está provisto de
hermosas figurillas, esculpidas con primor, en número variable, que representan
figuras de felinos a cóndores, sacerdotes enmascarados y otros seres
mitológicos. La parte que constituye el recipiente presenta un ahondamiento muy
poco profundo (alrededor de 1 cm o menos), perfectamente rectangular, donde se
recibía el polvo narcotizante.
Es en estas tabletas y tubos donde el arte
de los atacameños se eleva a su máxima expresión artística. Hay en los mangos
de las tabletas, en el contorno de los tubos aspiradores, como en los mangos de
las cucharillas y pilones, unas representaciones notablemente realistas, otras
cuidadosamente estilizadas.
El labrado se hace siempre con madera de
algarrobo[166].
Fuera de las tabletas y tubos, tenemos
hermosas cucharillas, pilones para moler polvo y colorantes, vasitos de madera
(keros), sea de esculturas en relieve de animales o seres humanos[167].
Muchas veces estas esculturas se enriquecen
con incrustaciones de piedras semi-preciosas tales como malaquita o turquesa,
para destacar, vgr. los ojos o simplemente como elementos decorativos.
Otro importante trabajo en madera,
imitación del realizado en la zona diaguita en bronce y cobre, son los
cencerros, a veces provistos de varios badajos de tamaños variados, siendo el
mayor de ellos de unos 40 cm de longitud. Son tallados de una sola pieza de
madera. Presentan algunas decoraciones incisas. Se supone sirvieron –como hoy-
para que la llama madrina sirviera de guía a la recua o rebaño. Los más grandes
pudieron servir para llamar a ciertas ceremonias cúlticas o, tal vez, como
instrumento propio del shamán. Algo así como el tambor kultrún entre las machis.
c) Trabajo en piedra y hueso:
No alcanza, ni con mucho, el desarrollo del trabajo en madera. Sin embargo, han aparecido algunas tabletas talladas en piedra, idolillos de turquesa (pequeñitos) e innumerables collares de cuentas de turquesa o simplemente de una toba volcánica blanquizca muy blanda. Estos collares no alcanzan un gran pulimento. Llama la atención a este respecto las decoraciones ejecutadas en los tejidos, especialmente gorros o cintas frontales, hechas de diminutas cuentecitas de estas piedras, muy semejantes a los trabajos ejecutados con “chaquira” por los actuales huicholes de México. Estas cuentecitas son a veces de cobre. El efecto que logran sobre el tejido, de por sí ya multicolor, es notable.
El trabajo en hueso más notable es
efectuado en las espátulas que presentan extraordinaria semejante con la talla
en madera y que indudablemente fueron utilizadas en relación con la absorción
del rapé. También han sido hallados algunos pocos huesos grabados a fuego
(pirograbados), representando en su contorno figuras sacerdotales enmascaradas,
generalmente de felinos provistos de hermosos tocados y atavíos, cetros y otros
adornos. El sacerdote se representa hincado con una pierna solamente y siempre
de perfil. Estos huesos provienen de los huesos largos de auquénidos, tienen una
longitud de unos 15 cm y fueron, por el modo de estar cortados, probablemente
cajitas para contener alguna sustancia relacionada con el culto.
Fabrican también otros instrumentos de
hueso, destinados al trabajo textil, tales como “apretadores de trama” y otros.
Estos instrumentos están simplemente pulidos, pero no presentan ornamentación
especial. Las agujas no suelen ser de hueso, sino de espina de cactus.
d) Cestería y pirograbado de calabazas:
En toda la zona atacameña, la cestería es ejecutada en la técnica de aduja o espiral (coiled basketry), técnica, por lo demás, a utilizada por gran cantidad de grupos indígenas de Norte y Sudamérica, especialmente en el lado del Pacífico. En Chile fue usada por los araucanos y los habitantes de Tierra del Fuego. La planta empleada en Arica para su fabricación[168] es siempre tanto para la aduja como para la fibra, Cortaderia selloana. La técnica, según lo explica Mostny, es como sigue: “un delgado y largo manojo de cintillas [la aduja] se enrolla y se cose con la fibra de enlace, de manera que este pase por encima de la aduja que está en proceso de ser cosida y perfora un punto de la fibra de enlace y una parte de la aduja de la corrida anterior. Este proceso empieza en el centro del fondo y sigue hasta que el manojo esté cubierto de puntos hechos con la fibra de enlace y ha tomado la forma deseada del canasto”[169].
Mediante el uso alternado de fibras de
enlace oscuras y claras, se obtiene grecas y figuras escalonadas de hermoso
efecto.
Esta cestería, que tantas formas y tamaños
alcanza entre los atacameños, alcanza una enorme difusión. Ya en la Fase I de
San Pedro de Atacama aparece plenamente desarrollada. Bird halla, en las fases
Arica I y Arica II, esta cestería acompañada desde un comienzo con cerámica,
textiles y agricultura. Sin embargo, halla también indicios de un período
agrícola con cestería y textiles, pero sin cerámica, habiendo entonces la
cestería suplido a la cerámica como vasijas y recipientes. Halla Bird en esto
un paralelo con la cultura de los Basket Makers en el SW de los Estados Unidos[170].
Las calabazas de diferentes tamaños y
formas son usadas profusamente como recipientes para líquidos o semillas, desde
muy temprano. A veces lisas, a veces con hermosas decoraciones en el sistema
del pirograbado. Ambrosetti las cita para Jujuy y Calingasta, y las llama mates[171].
En otro trabajo[172]
reúne todo el material de ellas conocido hasta esa fecha.
Para el estudio de su ornamentación, puede
consultarse a Latcham (1938), Rydén (1944), Montell (1926), Le Paige (1964), Lám.
154-158.
e) La metalurgia: consta por los hallazgos
arqueológicos que el atacameño conoció la metalurgia del oro, plata, cobre y
bronce. Pero la mayor parte de los objetos metálicos hallados son de cobre o
bronce.
Ya Klaus Royem refiere que en las tumbas de
Chíu-Chíu encontró “fragments of blue and
lustrous copper ores that apparently had been worn as ornaments”[173].
El mismo autor refiere que al hacer obras de voladura para los cimientos de la
Planta Cuprífera de Chuquicamata (cerca de Calama), fueron hallados muchos
esqueletos de mineros prehispánicos, con sus hachas de piedra aún en sus manos.
Igualmente, en varios lugares se han hallado las galerías excavadas por ellos
en busca de metal.
En San Pedro de Atacama han sido hallados
numerosos objetos en cobre y bronce. Incluso en cobre templado, invento que no
ha podido ser imitado hasta el presente y que los atacameños probablemente
aprendieron de los incas.
En menor abundancia se han hallado objetos
de oro y plata. Cintas de plata recubriendo la faz de los difuntos han sido
halladas en Larrache (San Pedro de Atacama): kero-retratos y otros adornos que
revelan el influjo o más bien el comercio con Tiahuanaco, pues es probable que
estas piezas de Larrache sean de factura tiahuanacoide[174].
En cobre y bronce han sido fabricadas gran
número de piezas tanto para usos agrícolas como para adornos: brazaletes,
pendientes, aros, cintas, etc.
La llegada del Inca dará un nuevo auge a la
industria metalúrgica del cobre, bronce y plata. En San Pedro de Atacama, en
1957 fue hallada, al hacer los cimientos para la casa de fuerza, una fundición
de los tiempos incaicos de la que rescataron cantidad de piezas en cobre[175].
f) Evolución de la cerámica atacameña: pipas de greda:
No tenemos datos precisos sobre la cerámica más antigua atacameña en la zona del Salar de Atacama. Faltan estudios estratigráficos al respecto. Le Paige es de la opinión de que la cerámica más antigua es la encontrada en los pueblos que él llama del Mesolítico: cerámica tosca, platos de fondo curvo y sin decoración.
Más tarde –no sabemos exactamente en qué
momento-, aparece en tumbas la cerámica globular del tipo rojo-pulido.
Posteriormente, el tipo negro-pulido, mucho más fino y rico en formas[176].
Finalmente, viene la derivación hacia formas nuevamente más pobres: es la
cerámica rojo-violácea (llamada por Le Paige “tipo concho de vino”).
Esta secuencia marca una evolución lenta.
Hay momentos (cementerios) en que coexisten por un tiempo dos estilos cerámicos,
hasta que llega a desaparecer totalmente uno de ellos[177].
Ya habíamos indicado que las formas
cerámicas y tipos hallados en Arica por Bird no tienen nada que ver con las del
Salar de Atacama. En Pisagua, Bird distingue dos estratos cerámicos, correspondientes
a dos estilos diferentes: Punta Pichalo I y Punta Pichalo II. Corresponderían a
los estratos cerámicos costeros más antiguos. Cronológicamente más recientes
serían los estilos Arica I y Arica II, excavados de Arica.
Aunque en pequeña cantidad, han sido
halladas en la zona atacameña pipas de greda, al igual que en la zona diaguita.
Posiblemente tuvieron una significación ritual. Miden alrededor de 25-40 cm de
longitud y se las encuentra casi siempre en relación con el complejo del rapé
(tabletas, tubos).
g) Industria textil-vestimenta:
Para el estudio de este tema me remito a los trabajos de Montell (1926, 1929), Oyarzún (1931a), Latcham (1938, 1939, 1940), Mostny (1952), Millán de Pallavecino (1954) y Lindberg (1960, 1962, 1963).
A grandes rasgos, podemos decir que se
empleó la lana de llama y alpaca, y también a veces la de guanaco[178].
No se puede asegurar con certeza si se empleó lana de otros animales, v. gr.,
vicuña, chinchilla, vizcacha o perro. Pero sí se usó a veces pelo humano. La
lana se teñía con colorantes casi exclusivamente vegetales, cuando no se usaba
en su color natural. Mostny (1952, p. 25), explica las técnicas seguidas.
Posnansky[179],
hablando de los tejidos de Calama y Chíu-Chíu, afirma que fueron manufacturados
en el lugar y no importados. Lo mismo se ha de decir de todo el territorio
atacameño donde se criaban llamas y alpacas, con la sola excepción de la costa de Arica, al sur de los valles del
departamento de Arica.
En cuanto a las formas
más corrientes de vestimenta, podemos señalar la camisa sin mangas,
provista de pequeñas aberturas laterales para los brazos, estando los costados
cosidos y otra abertura al centro, para la cabeza. Esta pieza llegaba hasta las
rodillas y algo más arriba[180].
Se han hallado también
mantas grandes, rectangulares, que debieron usarse probablemente a modo
de chamall (vestimenta masculina de
los araucanos), cubriendo el pecho hacia abajo, o del kepam (pieza femenina que se usaba pendiendo de un hombro, mientras
el resto se pasaba por debajo del brazo y se fijaba a un lado mediante un
alfiler especial, llamado por los quechuas topu).
Se han hallado tales topus de plata y cobre, algunos sosteniendo la manta al
modo indicado[181].
Es frecuente en alguna
de las épocas de la cultura atacameña de San Pedro, el hallazgo de hermosos gorros
tejidos de lana sobre estructura de madera delgada. A estos gorros, se agregaba
a veces un tocado de plumas, sea de cóndor (Vultur
gryphus) o jote (Cathartes aura jota)
o alguna variedad de loro. Estas últimas plumas multicolores halladas tanto en
Arica como en Chiu-Chíu y San Pedro de Atacama, testimonian el intercambio
comercial con lejanas zonas, como el Beni boliviano, de donde seguramente
proceden.
Muy abundantes son las
bolsas, hermosamente decoradas, en las que es fácil ver influencia de
Ica o Nazca (sobre todo en Arica), destinadas a guardar la coca, maíz,
algarrobo u otras provisiones[182].
Parte indispensable de
la vestimenta atacameña son las sandalias (llamada ujutu, ojota por los quechuas), sencillas piezas de cuero simple o
doble, que, por medio de correas, igualmente de cuero, se ajustan y anudan al
pie, pasando por su talón. Estas piezas han sido descritas por Montell (1926),
p. 17; Rydén (1944), p. 180 ss.; Mostny (1952), p. 23; Latcham (1938) y varios
más.
Como complemento del
adorno debemos nombrar aquí los bezotes o tembetás, pieza de pedernal pulido o
turquesa en forma de T, que mediante una horadación se insertaba al medio del
labio inferior (bajo él), o a ambos lados de la comisura de los labios. Los
había de 10 hasta 33 mm de longitud. No se conocen narigueras u orejeras[183].
Tales tembetás han sido hallados con gran profusión en San Pedro, en todos sus ayllus.
Habría que agregar,
como objetos de adorno, los collares de cuentas de turquesa o piedra blanca
volcánica, los cintillos decorativos de los gorros, los alfileres o topus artísticamente labrados en metal.
h) El arte rupestre:
Hemos indicado, al hablar del complejo del rapé, que en estos instrumentos hechos en madera de algarrobo o hueso halla el arte atacameño su máxima expresión.
Hay, sin embargo, otra manifestación
artística que merece un breve análisis: el arte rupestre o representaciones
pictográficas en cuevas o muros rocosos. Numerosos autores se han ocupado de
estas manifestaciones artísticas[184].
En Chile estas pictografías han sido denominadas largo tiempo “Pintados” y en
la bibliografía arqueológica se les conoce como “petroglifos”.
Según Le Paige, que ha analizado en detalle muchos de los petroglifos de la zona atacameña chilena[185], los “más antiguos (…) son posiblemente rituales”. De hecho, según el observa, en las zonas de antiguo poblamiento halla grabados primitivos en estrecha conexión con sitios culturales: dólmenes y piedras tacitas que, a juicio de casi todos los autores, poseían uso ritual. Tal sería el caso de los petroglifos de Tulán, Tononkos (Toconao), Alto de Tocolén, Tchapuraqui. Otros petroglifos hallados sin conexión visible con sitios de culto, representarían más bien, para Le Paige, escenas de caza o escenas simbólicas. Sin embargo, es muy posible que, al igual que los habitantes de las cuevas del Paleolítico Superior de Europa, el hombre americano cazador y recolector, pero seguramente más lo primero que lo segundo, haya visto en la representación pictórica de la caza un poder misterioso sobre el animal. La representación de motivos agrícolas tan abundantes (llamas conducidas por el hombre, llamas pastando), pudo hacerse para obtener de los dioses abundancia de cría y con ella, de carne, leche, lana y cuero.
Las representaciones pertenecen, sin duda, a muy diferentes épocas. Las hay del cazador primitivo que no conoce el arco y que utiliza la jabalina (lanza) y posiblemente el propulsor o lanza-dardos. Las hay de la época del arco y flecha; las hay que presentan al hombre cabalgando, el caballo o el burro, indicio de la admiración que debió producir al nativo la llegada del español montado. La mayoría de las pictografías se hacen con incisiones en la roca, sin ayuda de pintura. Pero también las hay con pinturas de colores rojo, violáceo, azul, amarillo y anaranjado. En un petroglifo ubicado en la confluencia de los ríos Caspana y Salado, y en una cueva junto a este último río, a 4 km al W de Ayquina, se puede observar a un grupo de once cazadores que rodean a 16 auquénidos salvajes, que han sido atraídos a la trampa por hombres que no aparecen. Los cazadores son representados corriendo, en actitud de lanzar sus jabalinas. La escena es de gran movimiento[186].
Abundan escenas de auquénidos solos,
también de hombres y llamas, llamas cargadas; a veces aparecen otros animales,
pero en escaso número: v. gr. el puma, el jaguar, aves o el perro. Muchas veces
se trata de signos geométricos: un sol con sus rayos, signos escalerados,
zigzags, signos que asemejan barcos, peces. Hay petroglifos que parecen mostrar
verdaderos planos de pueblos o signos que parecen glifos de una escritura. El
tamaño es muy variable: los hay pequeños de 10 cm y menos; otros son enormes,
de 2 a 3 m. La técnica es igualmente variable. La mayoría han sido hechos por
incisión con otra piedra cortante (sistema de cincel) en los bordes de la roca;
otros en las laderas montañosas, separando el pedruzco y dejando visible el
polvo o tierra blanquizca. No hay aquí incisión propiamente tal, sino simple
limpieza del terreno para lograr el efecto. En esta última técnica logran
figuras enormes: hasta 10-15 m de altura, siendo visibles desde muy lejos[187].
Desde antiguo, estas representaciones atrajeron
la atención de viajeros y naturalistas. Ya las cita Bollaert (1860) para las
provincias del norte. Philippi, en su viaje al desierto de Atacama, emprendido
por orden del Gobierno chileno por los años 1854-1855, describe los petroglifos
de San Bartolo, cerca del pueblo de San Pedro de Atacama. Atribuye su origen al
deseo de perpetuar algún gran acontecimiento de caza, tal como indica el Inca
Garcilaso refiriéndose a los grandes rodeos de auquénidos salvajes efectuados
en la cordillera[188].
Brühl, citando a Bollaert y Gillis[189],
describe numerosos petroglifos de Tacna, Arica, Tarapacá y Antofagasta, y
sugiere que indicaban la presencia de lugares de culto o servían para recordar
hazañas diversas.
El que con más detalle ha estudiado los
petroglifos de Taira (Loa Superior, a 10 km al N de Conchi), es sin duda Stig
Rydén[190],
que dedica a estas representaciones un agudo análisis y excelentes fotografías.
Iribarren Charlín (Cfr. bibliografía citada por Niemayer, 1964), ha estudiado
durante los años 1947-1962 numerosos grupos de petroglifos de la provincia de
Coquimbo. Mostny (1948), Niemayer y Le Paige estudian los petroglifos de la
zona atacameña. Este último trata de hacer una clasificación de ellos e intenta
una suerte de cronología[191].
Mostny (1964), en un interesante trabajo
sobre los petroglifos de Angostura (río Loa Superior), analiza detenidamente
las pictografías encontradas en varios bloques rocosos y señala varias
evidencias acerca del carácter ritual de tales representaciones. Así, por
ejemplo, aparece el culto al felino en conexión con la idea del sacrificio
humano. Se trataría aquí de un lugar de culto propio de una población de
cazadores[192].
8. CULTO Y RELIGIÓN.
Al tocar el tema del arte rupestre, hemos indicado la probable vinculación de aquellas pictografías con lo cúltico y religioso, sin descartar el que pudieran haber servido a la vez para fines agrícolas o ganaderos. En estos pueblos primitivos, la vida diaria y la lucha por la existencia constituía una unidad con el mundo de los dioses o espíritus que sabían ver en todas las manifestaciones de su existencia. Aquí está la razón del porqué las actividades agrícolas en todos los pueblos primitivos sean ocasión para demostrar –por medio de fiestas especiales- la gratitud al dios o de impetrar su ayuda para la actividad que se inicia. Creo que la verdadera interpretación de este arte habrá que buscarlo en una serie de elementos naturales y sobrenaturales, que se entremezclan sin posibilidad de separación real.
a) Centros ceremoniales: ya hemos indicado que, según todas las apariencias, no los hubo de carácter general o comunitario. El Inca instituye uno al pie del Licancabur y posiblemente al pie de otros montes venerados desde antiguo. Posiblemente, el culto se rendía a la divinidad en el propio recinto familiar. Con todo, en algunos lugares (Rinconada, Puna argentina), se han hallado algunos recintos mayores que poseen monolitos cilíndricos de hasta 2 m de altura o piedras sacrificiales (altares).
Es posible que estas construcciones hayan
alojado al ídolo. Las crónicas dicen que los atacameños eran fervientes
adoradores de sus ídolos, pero no hay aún clara confirmación arqueológica al
respecto. Lo dicho se aplica a la Puna argentina, sobre todo a la Quebrada de
Humahuaca[193]
y no a la zona atacameña chilena donde no se han encontrado tales
construcciones. Puede esto atribuirse al hecho de que la arqueología de la zona
ha trabajado sobre todo en cementerios y nada o casi nada en los poblados.
Una especie de lugar de culto común son las
llamadas “Apachetas”. Consisten en montones de piedras, relativamente pequeñas,
situadas en los cruces de los caminos o en los cerros, a los cuales los
viajeros agregan cada uno la suya y hacen una ofrenda de hojas de coca, para
impetrar la bendición para su empresa. Esta costumbre parece ser muy antigua y
está, hasta el día de hoy, muy arraigada en toda la zona atacameña, en la Puna
argentina y en el SW de Bolivia. Es posible que sea un ancestral culto atacameño,
adoptado más tarde por los invasores aymarás de S de Bolivia.
Le Paige[194] y Mostny[195] insisten en la relación que se encuentra entre las pictografías y la presencia de determinadas cuevas y abrigos rocosos de piedras sacrificiales (verdaderos dólmenes, algunas) que presentan curiosos hoyos (tacitas) o hendiduras comunicadas entre sí. Ambos son de opinión que estos lugares deben haber servido para ejecutar sacrificios humanos. La sangre de la víctima, cuya cabeza sostiene el sacerdote provisto de máscara de puma o cóndor, llena la primera tacita para correr luego por los canales hasta el suelo. Mostny[196] cree ver en tres de sus paneles de Angostura esta escena: el felino, semi-antropomorfizado, se inclina sobre su víctima, mientras lo rodean otros personajes del ritual sacrificial. Le Paige describe así dos de sus hallazgos:
“En una cueva, a un km y medio más debajo de Tulán, hay una especie de mesa de sacrificio. En la parte horizontal ligeramente inclinada de la roca, hay varias acequias esculpidas en forma de zigzag, quizás con un primitivo dibujo de aves. Estos dibujos iban descendiendo hasta el suelo, sobre una mesa de piedra”…).
En Tononkos (…) se ve un dolmen en un conjunto de petroglifos muy extraños. El dolmen, mesa dos veces más larga que ancha, puesta sobre dos pies de piedra, está orientada hacia el Quimal (cerro), en tanto que en el sentido de la longitud, está dirigida hacia el Licancabur (volcán) por el norte o hacia el Socompa (volcán), por el sur. En su superficie se encuentran varias tacitas de poca profundidad… dos de esas tacitas están unidas por un canal en el centro de la parte lateral, donde se habría colocado el sacerdote oficiando frente al Quimal. La parte septentrional de la mesa tiene varias series de hoyos pequeños, iguales a los de la gran piedra de Tahapuraqui[197].
Es muy posible que estemos ante pequeños
centros ceremoniales de un clan de cazadores. Mostny cree que pudo haber varios
cultos, según el estadio económico: así uno vinculado con el felino, propio de
los cazadores más antiguos, cuyo gran enemigo era el puma que había que
aplacar. Otro, vinculado con el agua: propio de los agricultores; otro, el de
los pastores no agrícolas, vinculado con la llama ya domesticada[198].
b) El shamán o sacerdote atacameño.
Su existencia se deduce, no tanto de lo dicho, cuanto sobre todo de las representaciones de él en los mangos de las tabletas de rapé o en los tejidos. Se le representa generalmente con máscara de puma, pero también a veces con máscara de cóndor. Su instrumento para el sacrificio debe haber sido el hacha ritual, muchas veces representada en las tabletas y hallada en tumbas.
El hermoso tocado con que aparece adornado en los huesos pirograbados de San Pedro de Atacama, como los elementos que lleva en las manos y pies, debieron ser distintivos de su rango. El cencerro, como lo sugiere Mostny, pudo ser el instrumento acompañante de la ceremonia.ç
c) Las divinidades.
Con mucha probabilidad, fueron el puma andino (o jaguar: onza) y el cóndor. Sus representaciones se repiten en las maravillosas tabletas para rapé, en los mangos de cucharas, espátulas, etc. No cabe dudar de que su papel en el culto atacameño corresponde al que ocupó el jaguar entre los Olmecas y culturas posteriores en México.
d) Existencia de sacrificios humanos.
Parece que no puede dudarse de su existencia. No solo por el hecho de que los lugares rituales sugieren vehementemente tales ritos, sino porque se ha constatado de diversos modos un culto especial a la cabeza-trofeo. Le Paige ha encontrado en los cementerios de San Pedro cuerpos cuidadosamente enterrados sin cabeza, y las cabezas, cada una envuelta aparte, todas juntas (eran de cuatro individuos), al pie de los difuntos. En los mangos de las tabletas se representa con frecuencia al sacerdote enmascarado que tiene una mano en el hacha y en la otra la cabeza recién cortada de una víctima humana[199]. Se han hallado cuerpos enterrados sin cabeza y cabezas sin cuerpos[200]. Se han hallado tumbas de varios cuerpos que, a juzgar por la posición, dan la idea de que varios de los difuntos fueron sacrificados para acompañar al difunto principal. Es difícil concebir que, al modo de los panteones familiares, las tumbas eran abiertas de tiempo en tiempo para agregar otro cuerpo.
e) Ritos y divinidades agrícolas.
Mostny (1961) es la que mejor ha estudiado las creencias religiosas de los atacameños. Según ella, el primer paso del ciclo agrícola es la siembra. Veremos cómo se mezcla la actividad económica con lo religioso. El trabajo se ejecuta en común (“la minga”). Un hombre es elegido para ir delante de todos, abriendo la tierra con el azadón. Una vez sembrado el campo, se canta una canción especial y se baila el “tuscalu”. La canción es el “convido a la semilla” y su texto, una mezcla de castellano y kunza (Mostny, 1949).
El segundo paso del ciclo agrícola es la
limpieza de los canales de regadío. Esto daba lugar a una fiesta que describen
Barthel (1959), Mostny (1954) y Ruben (1952): “Sus puntos esenciales eran la elección de dos hombres para tocar el
clarín [flauta de caña] y el puto-puto [trompeta de cuerno] que representan el
elemento masculino y femenino; la participación de toda la población adulta en
los trabajos de limpieza de los conductos de agua (…); el sacrificio de
ofrendas aportadas por todo el pueblo (harina de maíz, chicha, hierbas
aromáticas, etc.) y la invocación de vertientes, cerros, nubes y almas de los
antepasados por parte del “ckantal” (del kunsa ckantur: dar); el baile
“talátur” que acompaña con una canción en kunza; se llama con su nombre a los
cerros y se pide que haya agua en abundancia; se habla del crecimiento del maíz
y de las papas y de la unión del hombre y mujer para que todo crezca”[201].
Mostny cree que en algún momento del
ceremonial de la siembra intervenían los “santos de los antiguos”. Se colocaban
en medio de los campos de cultivo para atraer bendiciones para los dueños. Se
trata de piedras toscamente labradas, provistas de una especie de cintura en su
parte media y, a veces, con insinuaciones de rostro en la parte superior. Los
habitantes actuales, temerosos de sus maleficios, tratan de deshacerse de
ellos, sea enterrándolos (por oficio de un yerbatero), sea arrojándolos al río.
Varios han sido encontrados in situ:
en los campos de cultivo antiguos[202].
Su dispersión actual comprende el curso superior del río Loa.
Posnansky[203]
al describir las fiestas entre indios chipaya, habla de un rito que
indudablemente tiene un origen común con el que describimos. Dice: “Hay muchas otras fiestas entre los chipayas
que tienden principalmente a obtener bastante prole de sus animales domésticos,
lluvia y fertilidad para sus negros campos. En ellas juegan un papel no poco
importante unas piedras de forma extraña que los aymarás llaman mallku, los uros sampti y los chipayas samiri,
y de las cuales me cupo encontrar una hace años, en los Yungas de La Paz. Las figuras
70-71 reproducen uno de estos ídolos protectores del campo y animales. Consiste
en una figura antropomorfizada de ojos cerrados y desproporcionada boca.
Descansa, como si estuviera meditando, sobre las manos que sostienen las
mandíbulas. Sobre medio cuerpo se nota una protuberancia encima de una faja
ancha, que podría indicar el órgano genital. De la faja abajo, se reduce el
cuerpo y da la impresión de haber sido enterrado hasta la mencionada faja,
sobresaliendo únicamente de la superficie de la tierra la parte superior del
cuerpo (fig. 72). Los chipayas aún conservan muchas tradiciones como las del tata sabaya (fig. 73) y del tata sajana,
que son las casas donde los mallkus viven y cocinan” (p. 52).
Indudablemente estamos aquí antes la misma
tradición.
A juzgar por los numerosos hallazgos de
cajitas con sustancias colorantes, parece casi cierto que los atacameños
practicaban la pintura corporal. Pero si ésta tenía significación ritual, no es
posible decidir.
TIEMPOS
HISTÓRICOS
a) Penetración incaica.
Según el inca Garcilaso de la Vega (1869-1871, vol. I, p. 339, la región de Arequipa hasta Atacama habría sido conquistada por el Inca Yahuar Huaccac, durante el primer tercio del siglo XIV. Las crónicas de la Conquista, sin embargo, señalan una época posterior, hacia el año 1475, época en la que el Inca Tupac Yupanqui penetró al territorio chileno actual, alcanzando hasta el Maule, donde fue detenido definitivamente por los araucanos.
Los recuerdos hablan de un primer intento incaico por
apoderarse de Atacama que les resulta fallido. En todo caso, parece que
conquistan Atacama no a la ida hacia el sur, sino a su regreso. Sabemos que los
incas emplearán el camino que va desde el Altiplano boliviano hasta Copiapó,
pasando por las tierras diaguitas y cruzando luego por el Paso de San Francisco
hasta el valle de Copiapó. El camino hacia el sur, cruzando la zona diaguita,
era mucho más abastecido que el del desierto de Atacama.
Le Paige[204]
sintetiza en los siguientes rasgos el influjo de la civilización incaica sobre
los atacameños:
-Aprovecha y perfecciona la red de caminos
ya existentes, dotándola de posadas o “tambos” a distancias regulares. De este
modo, se establecerán comunicaciones entre los salares de Tarapacá y Bolivia,
con los pueblos de Calama y Chiu-Chíu. Otro camino unirá el Altiplano con San
Pedro de Atacama (pasando por El Tatio), para continuar a Tilomonte, donde se
bifurcará, yendo el uno hacia la Puna argentina y el otro a Copiapó.
-Establece un centro militar en Catarpe. La
gente lo llama “Tambo” o “Tambillo”. Su plano muestra en seguida que no se
trataba de un pueblo. Había grandes patios para los animales de carga y
recintos para alojar a los funcionarios. Al pie del volcán Licancabur,
construye un centro ceremonial religioso. En la cima (casi 6.000 m), existe un
adoratorio con dos pequeñas viviendas al lado. En el pueblo religioso no se ha
hallado el menor rastro de habitación permanente: piedras para moler,
herramientas agrícolas o tumbas. Solo gran cantidad de cerámica incaica, con su
pasta muy bien cocida y decoración de llamitas. Esto está demostrando que el
lugar era visitado por grandes multitudes con ocasión de ciertas festividades.
Debían traer consigo su alimento y aún el agua, pues no la hay buena en la
región. De aquí la presencia de tanta cerámica.
-Introduce el uso del adobe y del techo de
dos aguas, desconocido hasta entonces. La construcción atacameña era de piedra
apenas labrada y con techo inclinado.
-Perfecciona la cerámica muy decadente de
la última época. Aparece ahora la cerámica bien cocida, las formas típicas
incaicas: aríbalos, el plato con mango, las vasijas grandes de doble panza,
etc.
-Explota intensamente las minas de cobre y
construye pueblos mineros en Ayaviri y Puripica. Enseña al indígena la
fabricación del cobre templado. También explotan y trabajan la plata. Prueba de
ello es la fundición de plata encontrada en Peine.
-Enseña nuevo tipo de trazado de pueblos:
una calle central bordeada de casas a ambos lados. Esta forma de pueblo es
típica de Peine, que parece haber sido residencia de algún funcionario inca.
Esta forma contrasta con el pueblo antiguo de Peine.
-Ayuda al atacameño en su resistencia al
español. Construye para defensa del pueblo la fortaleza de Oyrintor (8 km al E
de Toconao). Sus muros de lajas superpuestas en ordenada forma, revelan de
inmediato una técnica muy diferente de la del atacameño. La misma técnica se
observa en los Santuarios de Licancabur.
-Fomenta la agricultura e introduce,
probablemente, algunas nuevas plantas domesticadas. Pero de esto último no
tenemos pruebas.
-Establece una autoridad central
centralizada que coordina los trabajos agrícolas como las construcciones
comunes o la resistencia[205].
b) La conquista española:
Diego de Almagro, a su paso hacia el sur, intenta reducir a los atacameños. Pierde algunos hombres y debe proseguir su viaje. Santa Cruz[206] presupone que por ese tiempo los incas habían ya abandonado el dominio de la zona. Es indudable que la noticia de la caída del Imperio en poder de Pizarro y la muerte de Atahualpa tienen que haber trastornado la autoridad incaica en el sur. En este sentido, es cierto que los grupos atacameños resisten tanto en Atacama como en Copiapó y Huasco a las huestes de Almagro que venía acompañado de funcionarios incas del Cuzco. Según Le Paige, son los mismos gobernadores incas los que fomentan la resistencia. Y parece probable que así fuera[207].
A su llegada por el Altiplano, Pedro de
Valdivia es fuertemente hostilizado en su marcha hacia el sur. Es el año 1540.
Los principales centros de resistencia atacameña, fomentada por las escasas
autoridades incaicas, fueron el Pukará de Quitor (a medio camino entre San
Pedro y Catarpe) y la fortaleza de Oyrintor, al E de Toconao. Según cuenta
Pedro de Valdivia en sus memorias, su lugarteniente Francisco de Aguirre puso
fuego a la ciudad (Quítor) y cortó la cabeza a veinte notables. Así impuso la
pacificación. El recuerdo de estas crueldades realizadas en el lugar denominado
“Las cabezas” (Quitor), perdura hasta hoy, tal como perdura la admiración por
el Inca.
A las dos principales ciudades cabeceras de
la zona, Atacama La Grande (San Pedro) y Atacama La Chica (Chiu-Chíu), se imponen
nombres españoles: así nacen San Pedro de Atacama, en honor al conquistador
Pedro de Valdivia, y San Francisco de Chíu-Chíu, en honor de su lugarteniente
Francisco de Aguirre. El español deja guarniciones en la zona y prosigue con su
viaje de conquista hacia el sur. El primer paso en los lugares conquistados es
la erección de ciudades al estilo español. El plano era en todas partes más o
menos el mismo: una plaza central, rodeada por la iglesia, el cabildo y la
gobernación. Es la forma actual del pueblo de San Pedro de Atacama.
La obra de la cristianización empieza desde
muy temprano. Se sabe que a partir de 1557 había un sacerdote estable en San
Pedro, donde ya había una capilla y que atendía a los pueblos colindantes.
Peine presenta las ruinas de una antiquísima capilla, entre las ruinas del
pueblo que debió ser abandonado a consecuencias de una peste. Chiu-Chíu posee
una hermosa iglesia –conservada intacta hasta el día de hoy, siendo la más
antigua de Chile-, a partir del año 1607. El edificio del cabildo de San Pedro
de Atacama, muy deteriorado, debió ser derribado en la década del 40
(1940-1950). La iglesia actual del pueblo fue renovada a comienzos del siglo
XVIII. Su hermosa torre se derrumbó en 1882. La iglesia sufrió un incendio en
1839. La torre actual, absolutamente desprovista de gracia, construida en
madera, fue erigida en 1894.
Dignas de ser citadas por su elegancia son
las capillas de Toconce, Río Grande, Machuca y la torre de la iglesia de
Ayquina[208].
La transformación operada en la estructura de los pueblos se hizo sentir de
inmediato en San Pedro de Atacama y Chiu-Chíu, los dos centros principales. El
español adopta la construcción de adobe incaica e impone el sistema de pueblo
perfectamente trazado, rectangular.
El español introduce el ganado vacuno,
ovejuno y cabrío, empezando estos animales a desplazar lentamente a las llamas
y alpacas. El ganado vacuno y caballar no prosperó en las alturas. El clima era
demasiado duro. En cambio, las ovejas y cabras se adaptaron perfectamente al
nuevo hábitat.
Hoy encontramos rebaños de llamas y alpacas
solo en los pueblos más alejados y más altos. Ya no existen en Quillagua,
Calama, Chiu-Chíu. Son escasos en San Pedro. Pero todavía se les puede ver en
Toconao, Socaire, Peine, Toconce, Ayquina y Caspana.
La agricultura sigue desarrollándose
conforme a antiguos patrones, aunque ya han desaparecido las antiguas
herramientas agrícolas. La tierra cultivable ha ido disminuyendo notoriamente.
Los ayllus de San Pedro se ven cada
vez más estrechados por las arenas del Salar, que avanzan implacables
impulsadas por los vientos. Para detenerlas, se ven obligados a erigir tapias y
barricadas de ramas y palos. La fotografía aérea de San Pedro muestra bien la
paulatina disminución de los terrenos de cultivo y las amplias zonas claramente
deslindadas, pero ya abandonadas por la falta de agua.
Como ocurrió con los incas, tampoco los
españoles pudieron transformar notablemente la estructura de la tierra en estos
oasis de Atacama. Aunque nominalmente había títulos de encomiendas, no hay
indicios de que el sistema se haya aplicado en la región. La razón es simple:
la tierra era muy escasa y muy poco el fruto que se le podía sacar.
c) Los descendientes de los atacameños, modo de subsistencia:
El mestizaje que se produjo en toda esta zona fue relativamente bajo. Lo prueban los rasgos típicamente indígenas de toda la población, excepción hecha de algunas ciudades que, por razones diversas, experimentan un importante influjo de blancos o mestizos. Esto se debe a que la población española en los pueblos era muy exigua. En los primeros tiempos, una pequeña guarnición militar, algún funcionario civil, el cura y algún comerciante aislado. Los rasgos físicos de los actuales descendientes de los atacameños difícilmente se diferencian en algo de los vecinos aymarás del SW de Bolivia. De su antigua vestimenta no guardan el menor rastro. Visten como los quechuas o aymarás del norte: faldas largas y repolludas, las mujeres, y el típico sombrero a veces superpuesto a la capa. Este modo de vestir revela el conservantismo de estas gentes, ya que el atuendo que se puede observar hoy corresponde en parte al modo de vestir de los europeos de la Edad Media o de comienzos de los Tiempos Modernos. El pantalón comenzó a ser usado muy pronto por los hombres. La camisa de estilo incaico o uncu, fue desplazada por el poncho.
Después de la rebelión de Tupac Amaru,
salió un edicto que prohibía a los indígenas el uso de la vestimenta de sus
antepasados. Tampoco debían exhibir ninguna clase de adornos o costosos
vestidos. Se quería así destruir la individualidad del indio. Estas medidas,
aunque adoptadas en el Virreinato del Perú, tenían también vigencia para toda
la zona atacameña del norte.
El poncho, de procedencia araucana –aunque
posthispánico[209]-
llega a generalizarse entre los aymarás, quechuas y atacameños durante el siglo
XVII[210].
La agricultura se desarrolla en terrazas o
andenes de cultivo o en los sitios planos. El sistema de regadío es por
inundación de la pequeña área, pasando luego el agua a la terraza siguiente.
Las propiedades agrícolas eran propiedad
del ayllu o clan, trabajando cada uno
un trozo de tierra. El gobierno chileno en los últimos años ha entregado
títulos de dominio a todos estos dueños de pequeñas parcelas que han heredado
de sus antepasados. La subdivisión de los predios es excesiva y una misma persona
suele poseer varios pequeños retazos de terreno en zonas a veces muy alejadas[211].
La producción agrícola principal es la
alfalfa (la gente la llama “alfa”)
que, al igual que el maíz, se da bien con aguas algo salobres. El maíz, trigo,
cebada, papas, maravilla, calabazas (zapallo) y quínoa en los sitios más altos.
En San Pedro de Atacama prosperan bien los perales, membrillos. En Toconao, se
da casi toda clase de frutas: cítricos, aguacate (palta), chirimoya, mango,
guayabo, vid, durazno, damasco, etc. Esto se debe a la posición especialmente
protegida de sus predios. Quedan en el fondo de un profundo valle, protegido
por los acantilados.
La escasez creciente del agua es el
principal problema. El gobierno ha realizado obras de captación y conducción
del agua tanto en San Pedro de Atacama como en Toconao y ha construido
kilómetros de tubería y canales a fin de llevar el agua a través de los sitios
arenosos, bajo un calor sofocante. Con todo, el problema de la disminución de
las fuentes de abastecimiento de agua es general en toda la Cordillera del
Norte y esta solución es solo transitoria.
La vida tranquila pero dura de todos estos
grupos humanos se vio turbada primero con el trazado y construcción de la línea
férrea que une actualmente el puerto de Antofagasta (Chile) con La Paz (Bolivia),
pasando por varios pueblos atacameños.
Luego, hacia 1912, se iniciaron los
trabajos para la construcción de una gran planta explotadora de cobre en
Chuquicamata, al N de Calama. Esta mina, de propiedad de la Chile Exploration
Co., subsidiaria en Chile de la Anaconda Copper Co., produce hoy unas 250.000 ton
de cobre al año y emplea una mano de obra de cerca de 6.000 obreros y
empleados. Ha surgido así en pleno desierto un gigantesco complejo industrial
que atrae con sus altos salarios al pobre habitante de los oasis.
En la década entre los años 20 y 30, se
difundió la caza de la chinchilla que colmó al pequeño pueblo de Peine de
aventureros y extraños. El animal fue rápidamente extinguido y de no haber sido
por la crianza realizada en criaderos especializados en diversas partes del
mundo, este valioso animalito habría desaparecido.
En su mayor parte, la gente vive de la
producción agrícola que vende o cambia por telas, vestidos o alimentos. A
Calama y San Pedro bajan los pobladores de las aldeas más altas, trayendo sus
corderos, frutas y, más que todo, sus tejidos, que continúan produciendo sea
con lana de llama, sea de alpaca o vicuña.
Calama y San Pedro de Atacama han visto
nacer modernas hosterías que atraen al turista. Ambas ciudades poseen un museo
de arqueología. En el museo de la última ciudad nombrada, trabaja el
sacerdote-arqueólogo Gustavo Le Paige, cuyos trabajos constituyen la base
principal de buena parte de este trabajo. A él también se deben, hay que reconocerlo,
las obras de progreso agrícola y captación de aguas realizadas en la región.
Las colecciones que encierra el museo: el contenido de casi 4.000 tumbas
excavadas en la región y el material lítico del Precerámico, que tantas veces
hemos citado, constituyen el material arqueológico más valioso e interesante de
Chile. Resulta verdaderamente singular observar a los pobres descendientes de
una rica cultura extasiarse ante las vitrinas que muestran la grandeza y
progreso de sus antepasados.
El tráfico de mercaderías hacia Bolivia,
antes de la construcción del ferrocarril, también se hacía por esta zona. Santa
Bárbara y Beter (ayllu de San Pedro
de Atacama) eran posadas de paso y reabastecimiento de las mulas que desde
Cobija subían las cargas hasta el Altiplano boliviano. En Beter se pueden
observar las ruinas de un pueblo entero que vivía de este tráfico. Hasta los
pianos de cola se subían por la cordillera, rumbo a las mansiones de los
magnates bolivianos de Oruro, La Paz o Cochabamba.
CONCLUSIÓN: ¿Fue la atacameña una verdadera
civilización?
Por todo lo que hemos dicho, creemos que
debemos responder con un sí. Aunque ciertamente no alcanzó el auge de las grandes civilizaciones del Perú (Chimú, Mochica, Inca) y sus realizaciones son
inferiores, nos parece que la suma de elementos diagnósticos de una
civilización también se da aquí. Existen ciudades organizadas. Fortalezas
provistas de muros defensivos y troneras. Obras de regadío y presas. Cultivos
altamente desarrollados de numerosas especies comestibles. Un activísimo
comercio con las culturas vecinas. Alto desarrollo de la metalurgia, de la
talla de la piedra, madera y hueso; cementerios con numerosos cuerpos. Ritos
religiosos, sacerdocio y festividades agrícolas. No hubo, a lo que parece, un
poder centralizado fuerte. Pero este se debió al aislamiento de los pueblos y
las características de su hábitat.
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