El relato que sigue, acompañado de fotos, muestra cómo se realizó el descubrimiento. Igualmente, señala cómo se encontró evidencias que creemos decisivas, de la presencia de arrieros argentinos en Tarapacá.
La historia casi increíble de este hallazgo casual, hecho en medio de la antigua ruta inca, es la que ha motivado este artículo nuestro y esta reflexión. Porque hallar trozos de cerámicas antiguas, en antiguos asentamientos, es muy común, máxime en zonas solitarias de nuestro desierto tarapaqueño. Hallar cerámica decorada con hermosos, diseños, es algo un poco más raro; hallar un grupo de diez fragmentos que calzan perfectamente, sin que sobre ninguno, es más raro aún. Ahora bien, hallar un plato con decoración imitada de cerámicas francesas del siglo XVII, en una ruta antigua en el Norte de Chile, es mucho más raro aún. Hallar un plato que porte en su base externa, una inscripción con fecha y datos legibles, es algo rarísimo y -que sepamos- nunca visto en nuestra región. Pero hallar un plato provisto de una inscripción en negativo, hecha con una cuña en positivo, como en el caso presente, es algo sencillamente único. Es lo que nos ha indicado el experto argentino Dr. Daniel Schávelzon. Y eso es, precisamente, lo que hemos encontrado en medio de la soledad total y el silencio sepulcral del desierto, hace unos pocos días atrás.
Pero antes de entrar en materia, nos ha parecido necesario, en beneficio de nuestros asiduos lectores de todo el mundo, hacer algunas reflexiones sobre la arqueología histórica y su importancia para nosotros. Porque de eso nos puede hablar, precisamente, este extraño hallazgo.
La arqueología histórica: ¿arqueología o historia?.
Enigmas de la arqueología histórica.
Esta disciplina - que los historiadores rara vez reconocen como válida- sin embargo, nos plantea enigmas o problemáticas nuevas que la historia tradicional generalmente no enfoca o ilumina, pues trabaja con documentos escritos de la época (que debe conocer a fondo) y, de preferencia, con los objetos, herramientas, armas o cerámica, etc. que exhuma de los yacimientos que portan las huellas de un pasado relativamente reciente. Justamente, la arqueología histórica trabaja a menudo sobre ese mismo pasado del cual ya existen bibliotecas completas y/o una inmensa documentación de archivo, aún parcialmente desconocida o desaprovechada (v.gr. en nuestro caso, la época de la explotación salitrera, o la época colonial) . Más aún, la historia tradicional (la de los historiadores de escritorio) suele mirar con recelo y cierta velada suspicacia sus hipótesis y afirmaciones, carentes para ellos de verdadero sustento documental.
Los grandes estudiosos del pasado remoto.
Para el Norte de Chile, las figuras egregias de Max Uhle, Augusto Capdeville, Junius Bird, Gustavo Le Paige, Jorge Iribarren, Grete Mostny, Mario Orellana, Hans Niemeyer, Percy Dauelsberg y toda una pléyade posterior de brillantes arqueólogos jóvenes emanados de Universidades nacionales con posterioridad al año 1970, casi sin excepción se han sentido poderosamente atraídos por ese pasado lejano, incógnito y desafiante. La existencia de fidedignos métodos de datación cada día más eficientes y exactos (C 14, Termoluminiscencia, Potasio-Argón, etc) , ha suministrado a los arqueólogos una poderosísima herramienta heurística, supliendo con ello la aptitud natural del documento escrito para entregar cronologías valederas. Un ejemplo elocuente es el reciente descubrimiento (Julio 2013) de un campamento de cazadores, en la quebrada de Maní (sur de Tarapacá), con fechas de los 12.700 A.C.
Historias diferentes relatan el mismo hecho de modo bastante diferente.
Veamos algunos ejemplos. Nada más diferente que una historia social de Chile escrita por Gonzalo Vial o por Gabriel Salazar. O una historia colonial escrita por el chileno Sergio Villalobos o el peruano Efraín Trelles. Y mejor ni hablemos aquí de la historia militar. Cada país tiene la suya. Y pretender que dos países vecinos, que han tenido conflictos y guerras entre sí lleguen a elaborar una historia común, compartida, única, es francamente "pedir peras al olmo", es decir, pedir un imposible. Al menos en la historia corta: aquella que relata los sucesos acaecidos en los últimos 100 ó 150 años. Existe suficiente documentación a la mano para probar casi cualquier cosa. Y manipular la documentación para probar una determinada tesis, ha sido, desgraciadamente hecho frecuente a lo largo de la historia. Y si no, ¡pregunten a los historiadores del Tercer Reich en Alemania!.
¿Sobre qué tópicos nos puede informar la arqueología histórica?.
No podríamos, en efecto, pedir a esta ciencia que nos diera pistas muy concretas sobre las creencias de un pueblo, o su tipo de música, o sobre sus rituales, sus leyendas o mitos. O sobre litigios, pleitos o rivalidades, rencillas o guerras entre comunidades. O sobre sus características demográficas y/ o poblacionales. O sobre su lengua. Es obvio que la literatura escrita (legajos, escrituras, descripciones, cartas, planos, mapas, crónicas, etc.) puede darnos una información muchísimo mayor al respecto. Y éste es el material normal con el cual y sobre el cual trabaja el historiador de gabinete. Un solo documento colonial que describe un pueblo o una zona geográfica basta al historiador para elaborar un sesudo trabajo sobre dicha zona o grupo humano. Ejemplos hay miles. Uno muy cercano a nosotros: la "Descripción de Tarapacá" del sevillano don Antonio O´Brien, que data de 1765.
Temas que no enfoca casi nunca la historia tradicional.
Pero hay numerosos temas sobre los cuales nunca o muy rara vez, o en forma más bien casual se ha escrito; o aún, sobre los cuales sistemáticamente se ha hecho silencio, sea por tabús religiosos o sociales, sea por respeto, sea por considerárseles simplemente intrascendentes, vulgares o grotescos. Sobre estos temas de la vida cuotidiana, suele haber muy poca documentación escrita. ¿Qué comían o cómo cocinaban nuestros ancestros?, ¿que tipo de vajilla usaban?, ¿con qué tipo de ropa se vestían?. ¿Cuánto caminaban?. ¿Qué tipo de elementos fumaban o qué alucinógenos o estupefacientes empleaban?.¿ Cuál era la forma empleada en su aseo personal, o su conducta doméstica o sexual?. ¿Qué síntomas de enfermedad experimentaban más frecuentemente?. ¿Qué medicinas, remedios, esencias, utilizaban?. Sobre estos y similares temas nos informa muy rara vez o nunca la historia documental tradicional. Pero sí nos puede informar, y muchísimo, la arqueología histórica. Porque los restos dejados abandonados, nos hablan, muy frecuentemente, de esas cosas baladíes o caseras.
El día 2 de julio 2013, con motivo del estudio sobre el Camino del Inca o Qhapaqñan en la región de Tarapacá por parte de la Facultad de Ingeniería y Arquitectura de la Universidad Arturo Prat de Iquique, nos correspondió liderar un pequeño equipo formado por arqueólogos y geógrafos. Seguimos por días y días las trazas o huellas de tráfico de caravanas de animales desde la quebrada de Quisma (muy cerca de la localidad de Pica), hacia el sur. Las numerosas huellas, en forma de rastrillo, que a ratos alcanzan 30-50 o más metros de ancho, se orientan directamente hacia el sur y cruzan la quebrada de Chacarilla, normalmente seca, pero que en estas fechas (Julio 2013) lleva aún algo de agua desde el gran aluvión ocurrido en febrero-marzo del 2012. En el área de Chacarilla, las huellas deben atravesar un sector muy pedregoso, resultado de antiguos y potentes arrastres aluviales, formados por infinidad de cantos rodados o bolones, algunos de gran tamaño. En la zona, nuestro experto guía, el profesor Luis Briones Morales, arqueólogo piqueño, nos muestra numerosos diseños o petroglifos, incisos en bloques rocosos, representando en su mayor parte círculos pequeños, llamas o elementos geométricos varios. Estos bloques se hallan íntimamente vinculados, de manera inconfundible, al camino tropero que transitara también el inca. A lo largo de esta ruta, que recorrimos a pie en muchos tramos, se observa aún hoy numerosos elementos culturales (fragmentos de botellas de cerveza o vino, trozos de cerámica, huesos, herraduras, etc), descartados por los viajeros, tanto de la época indígena como de la época de explotación del salitre (1840-1930).
Fue en esa zona pedregosa, cuando, de pronto María José Capetillo, arqueóloga, descubre la presencia de unos cuantos fragmentos de cerámica rotos, de buen tamaño, y al parecer pertenecientes a una sola vasija.
Fig. 3. Comprobamos inmediatamente, in situ, que los fragmentos del plato hallados calzaban perfectamente entre sí. (Foto H. Larrain).
Fig. 4. En sus cercanías, este conjunto abigarrado de grandes bloques señala el lugar de descanso de los caravaneros. Aquí, en primer plano, un pequeño reparo circular para protegerse del viento y pasar, tal vez, la noche (foto H. Larrain).
Fig. 6. Las profundas huellas, labradas tras siglos de intenso movimiento de animales y personas se pierden en lontananza hacia el Sur. La aridez del paisaje es absoluta. Ni una brizna de vegetación existe en muchos kilómetros a la redonda. (Foto H. Larrain).
Fig. 7. Un verdadero rastrillo de huellas cruza este enorme pedregal, de varios kilómetros de ancho (Foto H. Larrain).
La citada inscripción señala el lugar der manufactura, fecha exacta (11 de julio del año 1863) y el nombre probable de la mandante de la pieza.
1 comentario:
Estimado Sr. Larrain
Mi nombre es Luis Apablaza, y junto a mi familia soy un entusiasta de los viajes por la región. Vivo en Iquique hace 5 años y cada vez que nos es posible viajamos al interior a conocer y descubrir lugares. Como me considero un padre de familia responsable (tengo 2 niños pequeños a quienes he contagiado esta actividad), investigo todo lo posible acerca de nuestro destino programado; caminos, antecedentes historicos, turisticos, botanicas, paleontologicas, flora y fauna, arqueologicas, antropologicas y culturales. Aunque la mayoria de lo que leo va mas allá de mi especialidad (ya que soy ingeniero), he podido hacerme una idea global del valor de cada lugar al que vamos. Así es como en este tiempo he disfrutado de muchos lugares y momentos, como ver la fascinación de mi hijo de siete años al tocar las huellas de dinosaurios en Huatacondo, la admiración de mi esposa con las flores de las quebradas y sus colores al atardecer, el asombro de mi hija de cuatro años ante cada pequeña ave, insecto o cualquier cosa que vuele o se arrastre, y maravillarnos con los petroglifos de Tamentica, Ariquilda o Chaiza, y ni hablar de Tiliviche o Pintados (hace un par de meses fuimos con 6 niños a este último lugar y fue increíble ver lo maravillado que estaban, tanto con los geoglifos como con el salar, no podían creer que estaban parados en un mar de sal! ). En esta búsqueda de información ha sido normal toparme con su blog de eco-antropología, que se ha convertido en una fuente recurrente de conocimiento y guia, tanto para informarme como para evitar la destrucción accidental de patrimonio tan común en nuestro país . Deseo expresarle mis felicitaciones, admiración y agradecimiento por su trabajo. También en esta búsqueda me encontré con su trabajo en el CDA, proyecto absolutamente desconocido para mi, estando tan cerca y espero poder visitarlo prontamente con mi familia.
Reiterando mis felicitaciones me despido atentamente,
Luis Apablaza Cisternas
Iquique.
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