¿Colonias de guanacos en el desierto costero del norte chileno?.
En el año 1953 el zoólogo Guillermo Mann publicó un pequeño trabajo sobre la existencia de guanacos en la zona desértica costera de Tarapacá y Antofagasta. Apareció en la revista Investigaciones Zoológicas Chilenas, (Vol. 1: 10), con el nombre de "Colonias de guanacos -Lama guanicoe- en el desierto septentrional de Chile". Tras su atenta lectura, siempre me quedó dando vueltas en la cabeza la idea de hallar algún día rastros de tales colonias, que habrían sobrevivido en sectores costeros especialmente favorecidos por la presencia de la camanchaca (1).
Nuestras inquietudes.
Nuestra pregunta era, a mediados de la década de los sesenta del pasado siglo: a) ¿existirán todavía guanacos en la franja costera de las primeras tres regiones septentrionales de Chile (Arica, Tarapacá y Antofagasta)?. b) ¿Cómo poder tener plena certeza de su presencia?. c) ¿Podríamos hallar signos inequívocos de su existencia (o sobrevivencia) en lo alto de los cerros?. Y, por fin, ¿por qué y cuándo dejaron de visitar estos lugares?
Nuestro avistamiento de guanacos en Cerro Moreno, en agosto del año 1964.
Tuvimos, como respuesta a la primera interrogante nuestra, nuestra primera experiencia previa trepando a los altos de Cerro Moreno (Antofagasta), donde habíamos avistado (en agosto del año 1964) cuatro ejemplares de guanaco (tres adultos y una cría juvenil) hacia los 800 m de altitud, en la zona poblada de grandes cactáceas (del género Eulychnia sp.), literalmente cubiertas por masas de líquenes del tipo "barbas de viejo" (¿Ramalina sp.?). Este primer y único avistamiento ya nos sugería claramente una valiosa pista de investigación. Allí también, en las alturas de Cerro Moreno, habíamos ido aprendiendo, por experiencia directa, a distinguir los senderos antiguos, dejados por el guanaco, y a observar sus defecaderos y sus revolcaderos. Más aún, cuando en una de nuestras ascensiones, habíamos hallado varias puntas de proyectil hechas en sílex, justamente muy cerca o junto a tales senderos. Era evidente, pues, que el antiguo habitante de la costa de Antofagasta, el antecesor de los changos históricos, había tenido por costumbre de encaramarse a lo alto persiguiendo al guanaco, para aprovechar su carne y así diversificar su dieta alimenticia preferentemente marina, con proteínas procedentes de animales terrestres. De hecho, no podía interpretarse de otra manera la presencia de puntas de proyectil hechas en sílex, fragmentadas o enteras, que hallamos junto a los senderos que trepaban hacia lo alto por sobre los 400 m de altitud.
De aquel primer contacto personal con ejemplares de guanaco avistados en los altos de Cerro Moreno, hemos dejado constancia escrita en nuestra obra "Etnogeografía de Chile" (Colección Geografía de Chile, Instituto Geográfico Militar):
"En Cerro Moreno, Antofagasta, hubo un familia de guanacos hasta 1975. Nosotros mismos vimos 4 ejemplares hacia los 600-800 m de altitud, en laderas que miran al W - SW y donde los cactus del género Eulychnia mantienen una frondosa maraña de líquenes ("barbas de viejo") de las que bebían el agua y se alimentaban" (1987: 69, Nota 11).
Nuestra experiencia en los cerros del sur de Iquique (2).
Fig. 2. Panorámica desde el área del oasis de niebla de Alto Patache hacia el sur. Se divisa a lo lejos (arriba, a la derecha), el macizo denominado "Pabellón de Pica". (foto H. Larrain, 1997).
Desde nuestra primera visita al Oasis de Niebla de Alto Patache (diciembre de 1996), lugar situado a unos 65 km al Sur de Iquique y a unos 775 m.snm., la idea de investigar la antigua presencia del guanaco (Lama guanicoe L) en esta área surgió potente y avasalladora casi desde el primer día. Habiendo llegado originalmente allí inicialmente con el objetivo concreto de descubrir e investigar el universo entomológico (es decir, el mundo de los insectos) allí presente, por consejo de nuestro amigo biólogo Walter Sielfeld de la Universidad Arturo Prat, pronto nos dimos cuenta que había otros temas de investigación, tanto o más atrayentes que la entomología. La presencia de abundante camanchaca o neblina costera en el área, y las posibilidades de captarla, y el hallazgo inmediato de piezas líticas, prueba evidente de la práctica de caza animal por parte de los habitantes prehistóricos de la costa, realizado ya en nuestra primera visita, nos llevó rápidamente a interesarnos por estudiar la antigua presencia y actividad humana de caza en ese sector alto, muy próximo a la costa.
Observaciones anotadas en el "Diario de Campo".
Nuestro Diario o Bitácora de Campo -herramienta insustituible del verdadero explorador- ha ido sumando en sus páginas numerosas experiencias y observaciones, muchas de las cuales queremos recoger aquí en beneficio de nuestros lectores, sobre todo de los jóvenes exploradores o "caminantes" que, de alguna manera, se interesan por enfoques nuevos en la ecología o arqueología, mucho más centrados en el análisis de la "morada humana" en su totalidad. "Morada" en un sentido amplio, que incluye no solo sus asentamientos propiamente dichos (conchales), sino también sus territorios habituales de caza y pesca, su territorio de movilidad estacional, su territorio cúltico o de veneración a sus deidades, su territorio de obtención de materias primas, etc. Forma de enfoque que nosotros hemos denominado como una eco-antropología. (3).
Las primeras pistas de guanacos en Alto Patache: 1997.
Cuando subimos por segunda vez en vehículo hasta la parte alta del oasis de Alto Patache, no tardamos en tropezar, a la orilla de la huella, con un típico revolcadero, depresión característica de aproximadamente 1.5 m de diámetro y no más de 18-20 cm de profundidad (ver Fig. 3), perfectamente circular, que usa el guanaco para revolcarse y librarse así de sus parásitos. En seguida, descubrimos en su derredor, numerosas lascas de sílex dispersas, de variados colores, y tres o cuatro instrumentos tallados que reconocimos de inmediato como toscos cuchillos hechos en sílex de diversos colores. A muy corta distancia del revolcadero, pasaba un sendero de guanacos, bien delineado, que se perdía en lontananza, hacia el norte y hacia el sur. Esa notable experiencia en un lugar nunca visitado antes por arqueólogos, nos dejó fascinados. En visitas posteriores, junto a la colecta obligada de interesantes especímenes entomológicos, máxime de coleópteros tenebriónidos que muy pronto aprendimos a buscar bajo el follaje casi seco de plantas de Nolana, Ephedra, Lycium o Solanum, o bajo piedras y pedruzcos, fuimos afinando los ojos en busca de pistas que nos ayudaran a desentrañar el misterio de estos guanacos de antaño y su esquiva presencia en el lugar. Hoy, al parecer y desde hace muchísimos años, han abandonado definitivamente el lugar. ¿Por qué? Era la incógnita que deseábamos a toda costa desentrañar.
Quince años de prolijas observaciones.
Las pruebas inequívocas de la presencia del guanaco en el oasis de niebla.
Si bien nunca tuvimos, durante esos primeros quince años de investigación del lugar (1997-2012), la inmensa suerte de observar aquí un animal vivo en este paraje, las evidencias de su antigua presencia y actividad en la zona, abundaban. ¿Cuáles eran éstas?
A. Los senderos (guanaco trails) trazados en las lomajes y en en la pampa interior. Estas huellas han quedado indeleblemente grabadas en la superficie. Observe las fotos que siguen:
B. Los defecaderos (o "bosteaderos", como prefieren decir los zoólogos). Son lugares situados inmediatamente al lado de los senderos, donde dejaron, acumuladas, sus fecas. Es costumbre conocida de estos camélidos americanos (compartida por llamas, alpacas y vicuñas), la de defecar siempre exactamente en los mismos sitios. Lo que va produciendo, con el correr del tiempo, pequeñas acumulaciones. Las fecas que hemos hallado aquí en Alto Patache denotan claramente un largo período de abandono. En efecto, las fecas recién depositadas aglutinan muchas "bolitas" formando pequeños glomérulos o cúmulos. En los bosteaderos abandonados hace mucho tiempo (como en nuestro caso), se ha producido tanto la disgregación de las "bolitas", como igualmente su paulatina e inexorable disminución de tamaño (diámetro). Sospechamos que aquí se produjo el abandono definitivo del área por parte de las tropillas de guanacos visitantes, hace unos 100 ó más años. Probablemente, no mucho más.(....). No pocos de los bosteaderos examinados por nosotros son muy pequeños y las "bolitas" (fecas) que lo componían, han sido ya en parte o desmenuzadas o arrastradas por el viento ladera abajo. La pequeñez de estos bosteaderos (nunca hallamos uno con más de 1.5 m2 de superficie), apunta, igualmente, a la presencia in situ de tropillas muy pequeñas de animales, los que tal vez no superaban los 3-4 ejemplares. En nuestro estudio, detectamos la presencia de más de 30 defecaderos, algunos tan pequeños como una superficie de apenas 30 cm2. Los mayores, apenas superaban el m2 de superficie. Los hemos hallado en planicies, hondonadas y también en laderas suaves. Un bosteadero muy antiguo se detecta de inmediato por el tamaño muy pequeño de sus "bolitas", apenas perceptibles. Éstas, con el paso inexorable del tiempo, el efecto del viento y las eventuales lluvias in situ, van perdiendo peso y tamaño pero conservan su forma esférica característica.
C. Los revolcaderos. Son los sitios preferidos para echarse y revolcarse. Prefieren para ello sitios planos, en terrenos más bien
D. La presencia de artefactos líticos en sus inmediaciones. Frecuentemente hemos hallado puntas de proyectil, generalmente rotas, rara vez intactas, junto a estos senderos. Seguir por largo trecho uno de esto senderos, es casi con certeza la oportunidad para hallar alguna herramienta en sílex o al menos lascas de este material. Lo hemos comprobado a menudo personalmente. Lo que vendría a ser un indicio seguro de que el animal herido fue perseguido por sus cazadores, a lo largo de sus sendas; lo que nos parece obvio. Es sabido que, una vez alcanzado por un proyectil del cazador indígena, el guanaco se va desangrando lentamente, pero puede caminar algunos kilómetros hasta caer finalmente exhausto o muerto. El cazador que sabe que acertó el disparo de su flecha, lo siguió imperturbablemente, tal vez por horas y horas, hasta encontrarlo postrado, desangrado.
E. La presencia de parapetos de caza. En varios puntos, de preferencia en los filos de los cerros, hemos hallado unas extrañas acumulaciones de piedras, desordenadas, pero que claramente no parecen ser un producto natural de la geomorfología y/o de la litología del lugar. Alguien las acumuló allí con una finalidad específica. Sospechamos fundadamente que éstos eran pequeños apostaderos donde el indígena cazador se agazapaba y ocultaba, cubierto tal vez por una piel de guanaco, con su arco listo para disparar, a la espera del paso de su presa. Estos parapetos -como los hemos llamado- se ubican estratégicamente junto a cruces de senderos donde la visibilidad era mayor en varias direcciones. El cazador debió aprender a conocer, por una larga experiencia, exactamente la hora preferida de paso de los animales, así como los puntos estratégicos de desplazamiento habitual. La presencia de cruces de senderos ya sugería qué lugares eran los más promisorios para una caza efectiva. En alguno de estos parapetos, hemos hallado restos de conchas marinas o fragmentos pequeños de sílex, frutos éstos del desbaste de las rocas para obtener instrumentos, y son señas inequívocas de la presencia humana. Un afloramiento natural de rocas, pudo ser aprovechado, también, como un parapeto ocasional, con fines de caza. Los restos allí dejados o descartados, pueden y deben constituir una evidencia palpable de su presencia.
F. Otra posible seña, más reciente, de su presencia y de su persecución por el hombre, puede ser el hallazgo que hemos hecho, en un par de ocasiones, de un casquete de bala, como evidencia de caza in situ en el entorno del oasis de Alto Patache. Pudo tratarse, igualmente, de la caza del zorro chilla o de aún de algún ave. Es posible; pero la máxima probabilidad -en nuestra opinión- apunta a su interés por perseguir aquí guanacos, presas que por su tamaño valía la pena obtener.
G. Los huesos de guanaco. En la zona que hemos denominado "taller lítico", donde hallamos amplia evidencia de confección de artefactos líticos (lascas), hay sectores llenos de pequeños fragmentos de huesos, muy fragmentados, y no pocos de ellos con señas de quema. Su examen, hecho por el zoólogo chileno Benito González a petición nuestra, comprobó que se trataba únicamente de huesos de guanaco faenados in situ. He aquí el conjunto de fragmentos de huesos obtenidos al cernir cuidadosamente el material extraìdo del pozo de sondeo que practicamos en el lugar:
I. Los fragmentos de sílex desechados (lascas), fruto del desbaste de un núcleo para la obtención de las puntas de proyectil (flechas) o raspadores.
Respondiendo las preguntas iniciales.
Al parecer, no se ha vuelto a avistar ejemplares de guanacos en los cerros cercanos a Iquique en los últimos cien años (Vea, sin embargo, nuestra Nota 1). Existe la valiosa información histórica que recoge Lautaro Núñez en uno de sus trabajos antiguos, de que los salitreros ingleses, entre los años 1880-1890, hacían todavía eventuales partidas de caza del guanaco en los altos de Chucumata (Vea Nota Nº 4).
¿Cómo podríamos tener plena certeza de su presencia actual?.
Ya hemos respondido más arriba la segunda duda, sobre la existencia de signos inequívocos de su presencia eventual.
¿Por qué dejaron de visitar estos lugares costeros?.
Para que algún día en el futuro, volviesen los guanacos a visitar estos parajes costeros donde existen oasis de niebla, se requeriría al menos de dos factores, prácticamente imposibles de reproducir hoy:
Fig. 12. Lugar exacto del hallazgo de un esqueleto de guanaco por nuestro ayudante el joven arqueólogo don Luis Pérez Reyes. Que yo recuerde, es éste el único hallazgo de esta naturaleza (esqueleto semi completo) realizado en los contornos del oasis de niebla de Alto Patache durante nuestros extensos recorridos por el sector (1997-2016).
6. Referencias recientes. De una carta del zoólogo Benito González al suscrito, fechada el 20/10/2006:
2 comentarios:
Excelente aporte, como siempre, don Horacio. De verdad, cuesta imaginar animales en medio de un paisaje desértico, aunque sea la costa. Para mí fue toda una novedad, más allá que actualmente se conozca en la zona la presencia de llamas y alpacas.
Lo felicito nuevamente, querido amigo, por su gran erudición y minuciosidad en su trabajo.
Valgan similares conceptos para su anterior texto sobre las momias y el padre Le Paige. Muchas gracias una vez más por compartir sus valiosos conocimientos.
Estimado amigo Rodrigo: Aprecio tus conceptos sobre mi reciente contribución sobre manadas de guanacos en la costa norte de Chile. Solo me cabe sugerir que los futuros arqueólogos que trabajen en estas zonas, busquen posibles enterramientos de pescadores en el radio mismo de los oasis de niebla costeros. Así como hemos hallado fogones con restos de huesos quemados de guanacos en el oasis de Alto Patache a los 775 m de altitud, parecería obvio hallar un día, también, sus enterramientos en los altos de los cerros costeros.¿A partir de cuándo?. Tal vez, desde las épocas tempranas de la cultura Chinchorro. Tarea pendiente para los arqueólogos del futuro en estas zonas.
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