En un capítulo precedente, en este mismo blog, hemos traído a colación con citas ad hoc, el aporte de este ingeniero copiapino al conocimiento y estudio de la lengua cunza de los indígenas atacameños o lickan antai, pobladores de los contornos del Salar de Atacama, en la actual Región de Antofagasta (Chile). En efecto, Francisco José San Román tuvo el privilegio, hacia 1885-86, de contactar y entrevistar en varios pueblos atacameños a algunos pocos ancianos que hablaban aún esta lengua residual, cuando ésta estaba a punto de extinguirse. Mérito personal suyo que le hace acreedor a toda nuestra gratitud como antropólogos, por cuanto supo utilizar valiosas horas de su escaso tiempo como ingeniero topógrafo, para dedicarse a una causa eminentemente cultural: el registro y salvamento de una lengua en extinción.
Fig.1. Aspecto que ofrece el oasis de Tilomonte hoy. Llegar a contemplar este paisaje verde-amarillento, viniendo en caravana desde el espantoso desierto del sur, era en verdad llegar a la gloria. (Foto Jennyfer Rojas; todas las imágenes que ilustran este capítulo, las debo a esta fotógrafa de Calama, favor que mucho agradecemos).
Los estudiosos de la lengua cunza a través del tiempo.
Sabemos que los últimos hablantes de este enigmático idioma, hoy totalmente extinto, fueron entrevistados en el año 1948 por la arqueóloga austríaca Grete Mostny Glaser, en su visita de estudio al poblado de Peine. (Cf. Mostny, Peine un pueblo atacameño, Instituto de Geografía, Universidad de Chile, 1954). Hoy sólo sabemos de esta lengua lo que los investigadores -casi todos ellos extranjeros-, nos han transmitido de la misma, entre ellos, Rodulfo A. Philippi, Johann Jakob Von Tschudi, Thomas Moore, Rodolfo R. Schüller, Emilio Vaïsse, C. Maglio, Aníbal Echeverría y Reyes, Félix Segundo Hoyos, y Grete Mostny, entre otros. A estos nombre preclaros, debemos agregar ahora el nombre de este ingeniero chileno, hijo de padres argentinos radicados en Copiapó.
Siguiendo el relato de San Román: un tramo del Camino del Inca.
Analizaremos el relato de San Román de sur a norte, Él parte de Taltal primero en tren hasta Refresco, para seguir desde allí a lomo de mula, hasta el lugar denominado Río Frío, donde se reúne la expedición exploradora del desierto y donde se hace campamento general. Aquí en Río Frío, San Román anota, de paso, la presencia de un antiguo camino, el Camino del Inca del que señala:
"Entre los caracteres interesantes de aquella localidad (se refiere a Río Frío), figura el camino del Inca, que hasta allí ha llegado sin interrupción con su línea recta al N 26° E, partiendo desde el mismo Copiapó" (San Román, 2014: 130; subrayado nuestro).
De este camino incaico anota San Román cuatro peculiaridades que le llaman poderosamente su atención como ingeniero topógrafo: a) que es, de acuerdo a la tradición local, de factura Inca, b) que la vía se presenta notablemente rectilínea en su trazado; c) que mantiene un constante rumbo norte con una pequeña desviación de 26 grados hacia el Este; y por último, d) que la huella es continua por esos parajes, sin hallarse interrumpida en ningún momento por accidentes del terreno, cárcavas o aluviones. Los viajeros, en consecuencia, pudieron seguir cómodamente exactamente su trazado rumbo al norte, durante buena parte de su viaje. Nos preguntamos: ¿cómo supo San Román que se trataba del camino del Inca y no de otra huella cualquiera?. Seguramente, fue por indicaciones concretas de sus baqueanos y arrieros, los atacameños. La tradición local había sabido conservar incólume el nombre de sus constructores, después de casi cinco siglos.
Los investigadores intentan vanamente subir el volcán Llullaillaco, pero careciendo de los elementos indispensables para tal ascensión, se contentan con ascender el monte Chuculai, de menor altura, cumbre cercana al Llullaillaco, en cuya cima instalan con dificultad el teodolito para efectuar las triangulaciones y hallan algunos elementos arqueológicos que les llaman mucho la atención.
Hallazgo arqueológico en la cima del cerro Chuculai.
"Larga y penosa fue la ascensión y, una vez más, al llegar a la cumbre, tuve ocasión de comprobar lo antes dicho de lo frecuente que es encontrar signos de la presencia del hombre indígena aún en las más inesperadas alturas, siendo, en esta ocasión, un cuchillo de cobre el objeto encontrado". (San Román en Muñoz, 2014: 134)
El ingeniero San Román se asombra de hallar elementos de la cultura indígena en dicha cima, elegida por ellos como punto de triangulación topográfica. No atina a hallar una respuesta clara sobre las razones exactas de tal presencia. Hoy sabemos bien que se trata de recintos o construcciones que tenían por objeto ofrecer sacrificios de jóvenes de la nobleza Inca para propiciar a los divinidades de las alturas y/o para establecer una forma de dominio ceremonial sobre una determinada comarca recién conquistada. Ciertamente no se subía entonces a las cimas por deporte, como hoy, sino para invocar y propiciar a las deidades tutelares de los pueblos o regiones. Se trata aquí -esto lo sabemos hoy- del rito de la capacocha o qhapaq ucha, ceremonial Inca repetido en numerosas alturas, luego de la conquista Inca de las comarcas. En Chile, tenemos varios casos, bien conocidos y estudiados. En la costa de Iquique, en el cerro Esmeralda (Cfr. Jorge Checura, "Funebria incaica en el cerro Esmeralda, Iquique I° Región", Estudios Atacameños N° 5, 1977, 127-144) y frente a la ciudad de Santiago en el cerro El Plomo, descubrimiento estudiado por Grete Mostny y otros en 1957 (La momia del Cerro El Plomo, Boletín del Museo Nacional de Historia Natural, Santiago, tomo XXVII, 1957-59, 1-107).
Prosigue el viaje.
De las Zorras al oasis de Tilomonte el trayecto de varias jornadas de camino se les hace muy escabroso y difícil por la falta de agua y forraje y porque -como señalan- ya está "entrado el helado invierno que ya comenzaba con rigor en la primera quincena de mayo (1885). Por fin avistan, a la distancia, el agreste paisaje verde pálido del oasis de Tilomonte, su tabla de salvación en este penosísimo y agotador viaje:
"La Nueva jornada sería hasta Tilomonte, lugarejo donde moraban algunos indígenas y donde podía contarse con algunos auxilios". (San Román en Muñoz, 2014: 134).
¿Cuántos residentes atacameños vivían entonces en Tilomonte?. Un vago cálculo, "algunos", es la respuesta del ingeniero a nuestra curiosidad demográfica. Tal vez una o dos familias; tal vez no más de 6-8 personas, incluyendo niños. Es decir, en Tilomonte hay una escasa presencia humana en una fecha en que ya ha pasado la época de la cosecha del maíz (marzo) y no se empieza a sembrar todavía. Comienza el invierno. Pero al menos hallaron, tal vez, algunos recursos ocultos en los trojes o collcas de los residentes indígenas, además de alfalfa, en sus potreros, para sus extenuados animales.
Una descripción digna de antología.
El espectáculo de las montañas que aquí se abre al visitante era de singular belleza. No podemos evitar trascribir, ad litteram, las frases líricas que a San Román se le vienen a la cabeza, en su notable descripción de este paisaje:
"El espectáculo de esta real cadena de alturas es incomparablemente bello y grandioso mirándola desde allí recta al norte, hasta el piramidal Licancabur, que la termina por aquel rumbo. Un ejército de gigantes con pies de granito, cuerpo de escorias y vientre de fuego: nevadas y humeantes las cabezas, enfilados en interminable línea de batalla sobre el ancho zócalo del continente que contemplan a sus plantas, destacados en toda su corpulencia y contornos esos cíclopes y envuelto todo el colosal y sublime espectáculo en el baño azul de la transparente atmósfera a lo lejos, es un cuadro de indefinible grandeza y hermosura que pocos hombres habrán contemplado igual, y quizá no otro lugar de la tierra lo ofrece semejante". ( San Román, 2014: 135).
El ingeniero cede aquí el paso al improvisado literato; ¡qué duda cabe!. Trozo literario bellísimo que bien merecería figurar en una antología de la lengua castellana escrita para el norte de Chile.
¿Qué era Tilomonte y cómo lo ve San Román agotado tras la terrible travesía?
El autor señala:
"Era Tilomonte un bosque de corpulentos algarrobos y chañares y un pequeño prado alfombrado del fresco verde de la brea en contraste con el glauco plateado del cachiyuyo; un arroyuelo, una vega pastosa, potreros alfalfados, algunos árboles frutales y unas cuantas chozas y ramadones que nos parecieron pasables moradas, nos sirvieron de cómodo sitio para descansar unos días...; la mulada había sido más que diezmada por la última terrible jornada..." (San Román, 2014: 136; subrayado nuestro).
Para ellos, la llegada a este lugar fue un verdadero paraíso, tras la última y agotadora jornada en la que habían perdido buena parte de sus mulas, debiendo algunos de ellos caminar a pie.
Aquí en Tilomonte, San Román obtiene las primeras noticias y voces de la lengua cunza de los antiguos atacameños, tema que ya hemos tratado in extenso en un capítulo precedente de este blog.
Fig.4. Un algarrobo pluricentenario, famoso por el grabado de una leyenda colonial en la parte delsu tronco desprovista de corteza donde se ha trazado una cruz. Es ésta una impresionante dedicatoria a la Virgen María, concebida sin pecado original.
Fig.5. El árbol está vivo aún y debe tener una edad muy superior a los 500 años. La inscripción tallada en el tronco, sobre la cruz, porta la fecha AD 1671 (Anno Domini o "En el Año del Señor" de 1671).
La llegada a Peine.
"El día 12 de mayo levantábamos tiendas de Tilomonte, tomando los unos por la orilla del salar y el jefe por el camino del Inca que sigue por la falda de la cordillera, designándose como próximo punto de reunión general el pueblo de Toconao".... En Peine obtuve noticias de las antiguas minas de Lankir, situadas a cierta distancia al interior y abandonadas por entonces... (San Román en Muñoz, 2014: 138; subrayado nuestro).
La población de Peine.
Se asombra San Román de escuchar, al llegar a Peine, el coro de las voces juveniles de los niños de la escuela del lugar. "Fue el primer ruido que llegó a nuestros oídos al penetrar en lo más denso del pequeño caserío de Peine...Hombres y niños, pobres lugareños de pura sangre indígena, deletreando el silabario de Sarmiento y trazando palotes y hasta elegantes planas de caligrafía en el más puro tipo de letra inglesa, nos pareció portento y maravilla en aquellas alturas. Y aquella escuela no era fiscal, ni recibía su preceptor más remuneración y más elementos que lo procedente de la suscripción de un pueblo que no contaba sino de 60 habitantes, entre niños, mujeres y viejos". (San Román en Muñoz, 2014: 139; subrayado nuestro).
San Román se interesa por consultar sobre la población y su número. Tal vez el dato provenga del propio profesor de la escuela, con quien seguramente conversó sobre el poblado y sus habitantes, aunque esto no se diga expresamente. Dicho número sugiere la presencia de unas 11-12 familias, a lo más.
Peine y Socaire.
El paso por estos pueblos merece las siguientes observaciones de parte de San Román:
"Adelante de Peine, viene Socaire, lugar de recursos también para el viajero, pero de menor significación que Peine; luego Cámar, lugarejo igualmente útil por algunos pequeños cultivos y en situación agradable y pintoresca. Siguiendo la misma ruta a la vista de la serie de cumbres volcánicas, el Meñiques, el Léjia, el Lackar, etc., se cruza el camino real de Atacama a Salta y se cae por sobre densos médanos y cordones de dunas al zanjón de Sóncor, que también mantiene en su arenoso fondo algunos cultivos". (San Román en Muñoz, 2014: 139).
(8) San Román tilda a Calama como "de caserío insignificante", dando por ello a entender que su población por entonces era muy escasa, seguramente muy inferior en número a la Atacama de entonces, pero bastante más concentrada que ésta. En efecto, Atacama estaba poblada por familias residentes en sus numerosos aillos agrícolas, que se esparcían cual islas en torno a las tierras agrícolas irrigadas por los ríos Vilama y San Pedro.
El pueblo de Atacama tal como lo vio San Román.
En las frases que siguen, nos describe nuestro ingeniero geógrafo el poblado principal del Salar de Atacama: San Pedro de Atacama en 1886:
"Llegar, en nuestro estado y condiciones a un pueblo edificado con plazas y calles, con tiendas y almacenes de comestibles, con autoridades administrativas y judiciales, eclesiásticas y militares, con oficina de correos y telégrafos, iglesia y escuelas, era realmente llegar a un pueblo civilizado, de recursos y reparación, aun cuando todavía estuviéramos en plena región de punas y cordilleras..." (San Román en Muñoz, 2014: 140).
Aquí San Román, contra su costumbre, nada nos dice sobre su población. Nos promete hacerlo en otra parte de su exposición. En todo caso, para entonces San Pedro era un verdadero emporio de víveres y recursos para la región interior de Antofagasta. La cita indicada más arriba, nos habla de una población bullente de actividad, gracias sin duda a la existencia de la mina de Caracoles no lejos de allí y dependiente de éste económica y jurídicamente .
Calama en los ojos de San Román.
"Calama, puerto interior de tránsito para el comercio con Bolivia, lugar que poco antes tuvo el privilegio de ser el primer campo de batalla con que se inició las campaña,del Pacífico, era ya, en los días de nuestra visita (Abril de 1886)) estación del ferrocarril de Antofagasta a Pulacayo y Oruro. De caserío insignificante, esparcido en un mar de vegas saladas y pantanos insalubres, iba pasando a pueblo donde humeaban las chimeneas de fábricas, rodaban carretas y se levantaban edificios para negocios y escuelas.... El verde prado de las vegas y potreros de Calama sigue ofreciendo al ojo del viajero su agradable vista hasta la confluencia del río Loa con el Salado, cuyas aguas de origen termal y altamente mineral, dañan por completo la buena calidad de las del primero..." (San Román en Muñoz, 2014: 183-184).
Por desgracia, San Román no nos ofrece aquí una estimación siquiera aproximada de su población tal como lo hará, en cambio, para la cercana Chiuchíu.
Aspecto del poblado de Chiuchíu: excursiones arqueológicas.
En palabras de nuestro ingeniero geógrafo:
"En Chíuchiu, lugarejo de unos 500 habitantes, situado en las inmediaciones de la confluencia de los ríos Loa y Salado, se presentó la ocasión de interesantes visitas a los cementerios indígenas, consiguiendo obtener cuatro momias completas, en buen estado de conservación y adornadas con sus pintados ropajes: diversos objetos de adorno y utensilios, a todo lo cual ha dado colocación el Dr. Philippi en la correspondiente sección del Museo Nacional." (San Román en Muñoz, 2014: 184; se refiere el autor al Dr. Rodulfo Amando Philippi, sabio naturalista alemán afincado en Chile)
Como era habitual entre los viajeros científicos de la época, el interés arqueológico se concentraba en buscar tumbas aún intactas y remover sus cuerpos momificados y su ajuar mortuorio para su traslado posterior al Museo de Santiago. Probablemente, el cementerio indígena aquí aludido es el que estaba al lado del antiguo pukará indígena. Debe ser probablemente el mismo en el que Grete Mostny encontró, hacia 1940, una momia con su ajuar completo, el que describe prolijamente - a diferencia de los antiguos viajeros- en un extenso artículo (Cfr. Mostny, "Una tumba de Chiuchíu con un Apéndice: Protocolo de un cráneo de Chiuchíu", Boletín del Museo Nacional de Historia Natural, tomo XXVI, N° 1,
Pasando el paso de Guaitiquina hacia el oriente, la comitiva científica de San Román llega a las vegas de Catua, lugar hoy en territorio del Noroeste argentino. Para San Román:
" ...desde allí se dominan los valles pastosos de Catua, nombre que deriva del lugarejo así llamado y que se levanta sobre risueño prado verde. Una docena de casas de adobe, esparcidas al azar, desmanteladas y sin más halagos que el abrigo de su techo y sus cuatro paredes, valen relativamente, por todo un pueblo con sus atractivos y seducciones, en aquellas soledades de la puna. Cómoda estación fue ésta por algunos días para el campamento de la comisión lográndose relacionar toda la extensión de esta parte de la puna, por medio de no interrumpidas triangulación, con las cumbres de la cordillera real del licancabur al Llullaillaco..." (San Román en Muñoz, 2014: 194).
El nombre del lugarejo "Catua" es de origen cunza. Proviene del cunza -ckatu- que significa según el Glosario de la Lengua Atacameña roca, peña. (Cf. Vaïsse y otros, 1895: 538). Según esta misma fuente, al pie de una enorme roca que allí existía, se alzaban las viviendas de una familia residente. Que esta familia hablaba la lengua atacameña o cunza se desprende claramente del párrafo de San Román en el que nos indica que tuvieron que recurrir a un intérprete propio para entenderse con la familia allí establecida. Lo cual significaría, evidentemente, que entre los arrieros y baquianos que llevaba la comisión investigadora, iban ciertamente atacameños conocedores de la lenguas cunza, o, al menos, de frases usuales y vocablos de esta lengua (Cf. San Román en Muñoz, 2014: 199).
En esta parte del relato de San Román aparecen también en esta comarca algunos topónimos de inconfundible apariencia cunza, como Cauchari, Tocomar (río) o Tuzler (volcán). La región, en efecto, hasta Antofagasta de la Sierra, fue poblada por los atacameños y pertenecía también a la jurisdicción de la parroquia de San Pedro de Atacama, siendo atendida por sus párrocos con ocasión de sus fiestas patronales como sabemos por otras fuentes (San Román en Muñoz, 2014: 198-204).
Síntesis poblacional.
Exceptuando la región trasandina del Noroeste argentino, de cuyos pueblos o poblaciones San Román no nos entrega dato alguno numérico concreto (v.gr. Catua, Pastos Grandes, Antofagasta de la Sierra o Susques (poblado que no se halla citado), podemos intentar reconstruir el siguiente recuento poblacional tentativo que nos arroja al menos alguna luz sobre el poblamiento atacameño desde Chiuchíu por el norte, hasta Tilomonte, por el sur. Señalemos que nuestro autor no hace ninguna referencia el autor a los pueblos atacameños situados al extremo norte y noreste de la región de Antofagasta, como Río Grande, Caspana, Ayquina, Turi, Toconce, Machuca, a los que no nombra. Es obvio que se ha puesto como meta investigar tan sólo la zona geográfica comprendida entre el río Loa y el extremo sur del Salar de Atacama.
Cálculo demográfico general tentativo.
Leyendo entre líneas e interpretando las expresiones vagas del ingeniero San Román cuando señala "algunos pobladores", y apoyándonos en las comparaciones que el mismo establece entre los pueblos (v. gr. entre Peine y Socaire, o entre Calama y Chiuchíu) llegamos al número tentativo de unos 1.350 habitantes, otorgando a Calama una población tentativa de 300 habitantes y a San Pedro de Atacama (núcleo central) una población estimada de unos 400 habitantes. Se exceptúa la población residente en los aillos sanpedrinos más alejados del centro cívico donde estaba la iglesia y la plaza. Nuestro cálculo es tan solo estimativo y se sugiere compararlo y complementarlo con los Censos más tempranos de estas localidades, antes que se produjera el éxodo hacia las ciudades costeras de Tocopilla o Antofagasta que inician su poblamiento hacia 1870 o muy poco antes. Tarea específica para un demógrafo de profesión.
Nuestro particular interés ha sido ordenar y detectar la información difusa dada por San Román, a sabiendas que el tema demográfico no estaba explícitamente comprendido en el Decreto Supremo fechado el 17 de abril de 1883, firmado por el presidente de la república don Domingo Santa María y su Ministro, José Manuel Balmaceda. Este estipulaba, entre otras cosas (Artic.2°), que se debía levantar "la carta topográfica del desierto con los detalles de su orografía e hidrografía, demarcación de las aguadas naturales y de los puntos donde éstas pueden ser abiertas". (San Román en Muñoz, 2014: 30-31). Además: se señalaba en él que "se tomarán, en general, todos los datos que el estudio mismo del desierto ofrezca al interés de la industria y a la posibilidad de plantearla con ventaja para las empresas particulares" (Artic. 6°; subrayado nuestro).
Y, en este contexto, es obvio que el poblamiento del área recorrida era un dato muy importante para los futuros viajeros que concurrieran esta región.
(En proceso falta agregar fotografías de los pueblos aludidos aquí).
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