La toponimia (=estudio de los nombres de lugares) como guía práctica de exploración arqueológica.
Fig. 1. Vista de la pequeña aldea de Caraguano, situada en el altiplano de la región de Tarapacá. Entre viviendas en estado ruinoso, se alza, en medio del tolar, una pequeñísima pero hermosísima capilla, símbolo y expresión de la cristianización de la región por obra de los evangelizadores católicos en los siglos pasados. Hoy viven aquí solo unas pocas de familias de pastores aimaras. Altitud s.n.m: 4.211 m. (Foto gentileza del arquitecto Pedro Lázaro B., tomada en Junio 2008). Nos intriga su significado. ¿Nos dirá algo, tal vez, sobre su aspecto geográfico?.
En ésta y siguientes fotos, presentamos algunos nombres de caseríos altiplánicos en Chile y Bolivia. Pero, ¿qué significan exactamente tales nombres?. ¿Tiene esto alguna importancia?. Es lo que habría que averiguar.
Con motivo de recientes trabajos de investigación nuestros conducentes a editar un libro sobre la Historia y Vida en la quebrada de Quipisca, de próxima publicación con el patrocinio de la Minera BHP Billiton, apareció de repente en labios de don Pascual Bacián Quihuata una valiosa información de terreno en relación con el "Camino del Inca". En efecto, en las entrevistas realizadas a ancianos pobladores de Quipisca, de pronto afloró, en labios del patriarca don Pascual Bacián Quihuata de 82 años, en entrevista sostenida en Julio del año 2011, el término "Tambillo". Era éste, según el entrevistado, uno lugar de paso para los viajeros que iban desde la quebrada de Quipisca hacia el poniente. Uno de los tantos lugares de tránsito obligado hacia la pampa, que bien conocieron sus pobladores, cuando, entre los años 1900 y 1950, en sus recuas de mulas y burros, bajaban a las antiguas oficinas salitreras a vender su producción agrícola: sus verduras y sus frutas (membrillos, peras y granadas). La voz "Tambillo", híbrido de español y del sustantivo quechua (tanpu) es solo un ejemplo entre tantos, otros.
Este topónimo nos guió muy fielmente hacia el descubrimiento de dos tambillos o chasquihuasis, situados a la vera del Camino del Inca o Qhapaqñan.
El valor lingüístico de las entrevistas socio-antropológicas.
En nuestras entrevistas, nos interesaba particularmente averiguar las denominaciones autóctonas de sitios, reconocidos en forma unánime por los lugareños, para aportar a un mejor conocimiento del habitat y cultura (lengua) de los antiguos habitantes de la quebrada. ¿Eran éstos quechuas?. ¿Eran, tal vez, aimaras?. O, a lo mejor, puquinas?. ¿Qué nos puede enseñar la toponimia (denominación de los lugares; topos: lugar; nomos: nombre en lengua griega) sobre la historia y la cultura de un pueblo?. ¿Puede la toponimia ser una valiosa fuente de información al respecto?. ¿Puede sugerirnos, tal vez, superposiciones de culturas en un mismo lugar?. ¿Es posible reconstituir parte de su historia mediante el desciframiento de sus topónimos?.
De esto tratamos aquí.
¿Qué hecho induce a un población cualquiera a imponer un nombre a un determinado lugar?.
Hay un hecho evidente. Las antiguas etnias -tal como los grupos del presente- denominaban aquellos sitios o lugares de donde obtenían algún recurso útil (agua, cultivos, minas), o donde hacían alguna celebración o culto (cerros), o, donde se detenían a descansar en sus movimientos o viajes hacia la pampa o hacia el interior altiplánico. Es decir, nominaban todos los lugares que les eran de alguna manera útiles en sus desplazamientos. Y lo hacían cada uno en su propia lengua. Aquellos lugares que nunca obtuvieron una denominación antigua, es, de seguro, porque no les prestaban ninguna utilidad práctica; no hacían uso alguno de ellos. Para usar un lugar cualquiera, en cualquier forma, necesitaban previamente denominarlo, darle un nombre particular. Si no, ¿cómo habrían podido referirse a él?. No se nombra lo que no se conoce o lo que no sirve. Y un sitio se conoce o llega a conocerse y denominarse cuando éste tiene para el hombre alguna significación o connotación, algún valor o sentido práctico.
¿Qué reflejan o quieren retratar los nombres vernáculos de lugares?.
Tempranamente, el escritor y poeta español Diego Ávalos [o Dávalos] y Figueroa, en 1602, en su obra: Primera Parte de la Miscelánea Austral [....] en varios Coloquios, (Editor Antonio Ricardo, Lima), nos presenta una esclarecedora cita que muy bien viene a cuento aquí y que trae de epígrafe de uno de sus capítulos el lingüista Rodolfo Cerrón Palomino en su excelente obra Voces del Ande, (Pontificia Universidad Católica del Perú, 2008: 163). Diego Ávalos se estableció desde 1574 en el sector minero de Potosí, donde radicó por un buen tiempo, dedicado a la minería. Es pues, un buen conocedor del altiplano boliviano y sus contornos. Justamente, Cerrón trata allí en forma expresa de la interpretación toponímica. Nos permitimos, pues, reproducir aquí su cita y comentarla.
"A los pueblos dan los nombres conformes la calidad o señales del sitio que tienen, como sitio de fortaleza, tierra de sal, provincia de piedras, de agua, de oro, de plata,de corales, tierra cenegosa o anegadiza, sitio de quebradas, lugar riscoso, lugar nuevo, lugar viejo, sitio ahumado, y assi por este modo van todos los demás sin etimología que denote más ingenio" (1602: 124v; énfasis nuestro; en Cerrón Palomino, 2008: 163).
La "calidad o señales del sitio".
Esta cita nos permite acotar bastante bien nuestro análisis. La denominación de un lugar (esto es, un "topónimo" que viene a ser lo mismo) atiende a la "calidad o las señales de un lugar" determinado. En otras palabras, a juzgar por los numerosos ejemplos que aporta el autor, son en gran parte las características físicas visibles, o el tipo de suelo o superficie, o el recurso o elemento que allí abunda, en una palabra, las características geográficas del lugar, las que se quiere señalar y destacar en el nombre. Es decir, son términos "concretos", de alguna manera visibles y/o palpables. Relatan lo que allí se observa y encuentra en forma notoria o se ha descubierto. No cabe aquí pensar en abstracción alguna. El pensamiento andino era siempre concreto.
Topónimos: denominaciones concretas.La búsqueda del significado admisible.
Por tanto, ésta constituye la primera guía, la primera norma en la interpretación lingüística del nombre de un lugar. Nunca encontraremos expresiones como "país de las ilusiones", "imagen del paraíso", "rincón de la gloria", "pozo de las tristezas" o términos abstractos semejantes. Los nombres indicarán las propiedades fácilmente perceptibles del lugar de acuerdo a las sugerencias del paisaje, de su flora o de su fauna, de su geografía y morfología. Aquello que hace a "ese lugar" algo característico o diferente de otros por la relativa abundancia de un elemento del paisaje. Así, si el análisis del lingüista conduce a un término abstracto, alejado de la realidad misma, podemos tener la certeza de que anda errado. El argumento de la "plausibilidad lingüística" de un determinado étimo, parte de esta base concreta. La significación de un término o topónimo es "plausible" cuando es "atendible, admisible, recomendable", en el sentido de la segunda acepción que a esta voz da el Diccionario de la Real Academia Española. Si tenemos, por ejemplo, que elegir entre "Río de cobre" y "Río de tristezas", sin la menor duda nos inclinaremos por el primero. El segundo no resulta, pues, "plausible", no es admisible para nosotros pues no es "descriptivo"; no corresponde a la ya conocida índole de las lenguas americanas.
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El origen del topónimo Ique-ique (Iqui-iqui).
Un ejemplo típico en nuestra zona es la denominación Ique-ique (antiguo nombre de Iquique). Curiosamente, "Ique-ique" se denominó inicialmente a la isla del guano, situada enfrente de lo que hoy es el puerto de Iquique, precisamente por ser éste un lugar de extracción del guano de aves marinas. La existencia y abundancia de este producto, indispensable para la agricultura de las quebradas del Tamarugal, le hizo merecedor de un nombre. Según la opinión autorizada del lingüista peruano don Rodolfo Cerrón Palomino en comunicación escrita al suscrito (2013), este nombre sería de origen puquina (no aimara, como se ha propalado y difundido erróneamente), una de las tres lenguas "oficiales" reconocidas durante el Virreinato del Perú. La voz -Iqui significa en lengua puquina "señor", y su repetición como pluralizador en forma de "iqui-iqui", tal vez aluda a la presencia de dos señores, dueños de algún apreciado bien situado en la costa aledaña. ¿Qué bien o recurso pudo ser éste?. Probablemente, el guano; o tal vez la plata (por el cercano mineral de Huantajaya).
Ique-ique (después Iquiqui) nombre dado a la isla del guano.
En cambio, el lugar físico del emplazamiento de la ciudad actual (en la terraza marina), no merece para los camanchacas, indígenas pobladores de la costa atención alguna, por no presentar recursos. Queda por largo tiempo innominado. Carecerá de nombre por más de dos siglos hasta que adquiera alguna connotación por alguna circunstancia; no se le visita sino solo en tránsito. Más tarde y por mera vecindad y extensión geográfica, se llamará "Iquique" al lugar donde hoy se asienta la ciudad en tierra firme, cuando el lugar llega a utilizarse o edificarse. Pero cuando don Pedro de Valdivia recala aquí en diciembre de 1548, como nos lo señala el cronista Gerónimo de Bibar, Iquique (puerto) aún no posee nombre propio: se le denominará sólo y por largo tiempo, como el "puerto de Tarapacá".
Domesticación de un territorio: su nominación.
De esta suerte, denominando sus lugares en su propia lengua, los antiguos habitantes de un territorio lo fueron "domesticando" y posesionándose de él en la medida en que hacían allí alguna actividad o en la medida en que allí obtenían algún tipo de recurso o, tal vez, amparo o descanso. Así fueron denominando los cerros, aguadas o vertientes, guaneras, sitios de pastoreo o de agricultura, chacras, canales, sitios de enterramiento o de culto, peñas llamativas o lugares sagrados y por cierto, sus poblaciones.
Accidentes geográficos o peculiaridades del terreno; el material base de muchos nombres de lugares.
Obviamente, cada grupo humano bautiza con un nombre un lugar determinado en su lengua propia, o acepta y recibe en herencia una denominación preexistente aunque fuese de otra lengua anterior si ella está en uso corriente y permite reconocer el lugar. Pero toda denominación porta, ex necessitate, un sentido, una significación. Nunca es dada al azar. También recibe su propio nombre por características o elementos concretos, visibles en el medio geográfico respectivo, como hemos expuesto más arriba. Ni pensar aquí, por lo tanto en la ocurrencia de nombres o sustantivos abstractos. Frecuentemente son accidentes geográficos o elementos típicos y llamativos del paisaje o de su fauna los que "atraen" un nombre. Así surgirán nombres como La Angostura, La Explanada, El Llano, Cerro Rojo, Río Turbio, Quebrada Pedregosa, Casa de Piedra (Rumihuasi) , Casa del Inca (Incahuasi), Lugar de Suris (Suriri), Lugar de Guallatas (Guallatiri), Lugar de pumas (Pumiri), etc...etc.
Toponimia: presencia de historias pasadas.
Pero también puede ser una circunstancia local totalmente fortuita, como "Paso del Muerto", "La Calavera", "Cueva de los Ladrones", lo que impone en su momento un nombre. Lo importante es que esos lugares tienen sentido y significado para los pueblos que los crean y, también, para sus descendientes mientras la lengua resulta comprensible y los lugares estén en uso corriente. Después, o el nombre se deforma con el paso del tiempo, o se pierde del todo. Algunos nombres pueden volverse míticos o son explicados a la posteridad mediante un mito. Si la lengua se conserva viva, a través de siglos, es probable que los nombres permanezcan intocados, sin deformación perceptible. Es el caso, por ejemplo, de "Taypimarka", en el valle de Quipisca, voz de claro ancestro aimara ("El pueblo de el medio o de la mitad"). O "La Capilla" o "Angostura", nombres de clarísimo ancestro castellano en la misma quebrada. Pero en ese mismo valle, tenemos una serie de nombres cuyo significado exacto nadie conoce hoy: es el caso de Munujna, Cautenicsa, Liacsa, Limariña, Tauquinza, Iquiuca, dntre otros. No provienen, al parecer, ni del quechua, ni del aimara, tampoco de la lengua de los uros o chipayas... ¿De dónde vienen, entonces?. Tal vez son de origen puquina..., tal vez no. Y, sin embargo, su nominación un día ya lejano, constituye evidentemente parte de su trayectoria histórica.
Un valioso aporte a este tema.
Mi buen amigo peruano y avezado lingüista Rodolfo Cerrón Palomino nos advierte, luego de leer este borrador nuestro, que existen también nombres que pueden aludir a personajes, reales o míticos y a sus proezas o hazañas. No solo retratan, por consiguiente, paisajes, elementos propios de la naturaleza del lugar o accidentes geográficos. Me dice textualmente:
"En relación con tu nota, tengo una sola observación de fondo que hacer: el relativo al carácter eminentemente descriptivo y concreto de los referentes toponímicos andinos que aduces, inspirado en Dávalos y Figueroa, que sigue siendo una referencia estupenda (juntamente con la ofrecida por Cobo). Sin embargo, creo que hay contraejemplos a dicho supuesto: los nombres de y , entre otros, son elocuentes, pues estamos ante nombres atributivos que perennizan las hazañas y virtudes de antiguos héroes y divinidades: el primero 'al que hace andenes' (el dios Huari) y el segundo, 'al que origina los temblores' (el dios tectónico, que seguramente es el transfigurado). Los topónimos de este tipo no son infrecuentes en el mundo andino, y, como puedes apreciar, no describen el mundo físico directamente sino, en todo caso, en el plano simbólico y alegórico. De allí que , si es que responde a la voz puquina para 'señor' (cf. como nombre del 'Cerro rico' de Potosí)), resultaría siendo una designación igualmente simbólica..."
(Carta de Cerrón Palomino al autor fechada el 26/03/2015).
La observación de Cerrón nos parece muy pertinente y contribuye a enriquecer y esclarecer muchísimo este capítulo. Agradecemos, pues, particularmente su aporte. Sin embargo, sin ser evidentemente elementos del paisaje los "retratados" en los topónimos "Huarochirí" o "Pachacamac" , tal como lo señala Cerrón Palominos, se trata de personas concretas que hacen, señalan o muestran hechos y/o realidades concretas: en el caso presente, temblores o andenes de cultivo. Realidades del diario vivir del andino en estos territorios. Ni los temblores ni los andenes o terrazas de cultivos, son abstracciones. Tampoco los personajes que aunque fuesen míticos, para ellos son seres reales; que existen y operan en el medio humano. Por tanto, a mi entender, seguimos en el terreno de lo concreto: de un señalamiento de realidades que asombran o impresionan a la gente común y que merecen ser rememoradas.
Nombres enigmáticos.
No pocos nombres carecen por ahora de un contenido comprensible para nosotros, por lo tanto, siguen siendo enigmáticos, y desafían abiertamente incluso al más avezado lingüista. No sabemos lo que significaron un día. Pero sí es obvio que el solo hecho de haberlos denominado, fue por razones de utilidad práctica e inmediata para la población residente. Ni siquiera sabemos aún con absoluta certeza qué lengua les dio origen. Pero lo que resulta indudable es que pertenecen y son parte de la "historia" del lugar, "historia" que puede ser multisecular, tal vez hasta milenaria. "Historia" que podría ser nuevamente contada, relatada, develada, gracias al desarrollo de la Lingüística histórica. Esos lugares conmemoraron algo que fue, en su momento, de importancia para sus creadores; o para un pueblo que ya no existe.
Persistencia de los topónimos en el tiempo.
Si una misma cultura y lengua ha ocupado por varias centurias un lugar, es probable que sus topónimos (denominaciones de los lugares) hayan permanecido prácticamente intactos. Es lo que hoy ocurre en pleno altiplano chileno (Tarapacá) o boliviano (Lipes). Ahí campearán nombres como Vilacollo, Charcollo, Calacala, Jarvinto (o Charvinto), Ancovinto, etc. Denominaciones fácilmente traducibles y explicables a través de la lengua aimara, por ser vivas descripciones de paisajes o rincones determinados. El problema surge cuando ha habido superposición de culturas y pueblos, en una misma zona geográfica. Aquí irán surgiendo términos nuevos que se sumarán a los antiguos conservados por tradición. Así nace la toponimia local o regional: una abigarrada mescolanza de términos, provenientes de diversas culturas ocupantes del área.
Fig. El caserío aimara de Huaytane, Al sur de Cariquima, altiplano de Tarapacá, con sus hermosas casitas hechas en adobe y techadas con ichu o paja brava. El paisaje en pleno invierno altiplánico (mes de Enero) es algo impresionante (Foto gentileza Pedro Lázaro B., Enero 2001).
Presencia quechua en el territorio de Tarapacá.
El hecho de la abundante presencia de topónimos de indudable prosapia quechua o quechumara en el área de las quebradas de la zona Parca-Quipisca-Mamiña - según ha revelado un reciente estudio- es un valioso indicio que nos debe hacer pensar muy seriamente en una antigua presencia quechua en la zona. En efecto, el análisis de la toponimia presente en la quebrada de Quipisca, hecho sobre la base del análisis lingüístico de numerosas entrevistas a sus pobladores antiguos y actuales, nos lleva a la conclusión de que más del 40% de los topónimos examinados denotan un claro origen quechumara. Tal origen ha sido plenamente confirmado por nuestro buen amigo, el lingüista peruano don Rodolfo Cerrón Palomino. Tan alto porcentaje, poco común en Tarapacá, obviamente, nos habla de un largo período de presencia quechua-hablante, como para que nos dejara dicha profunda huella. Cuándo o desde cuándo, por qué y cómo, es un tema que corresponde dilucidar a los etnohistoriadores, lingüistas, antropólogos o etnólogos. También a los arqueólogos. A ellos, toca aclarar esa situación. Arriba, nosotros hemos sugerido la hipótesis de que su presencia, con bastante probabilidad, se debió a la existencia del Qhapaqñan que cruza de Norte a Sur la región de Tarapacá en la depresión del Tamarugal, cuya huella y trazado debían mantener y proteger libre de todas las contingencias.(aluviones, lluvias, cortes por huaycos o ataques furtivos). Por Cerrón Palomino, sabemos, por ejemplo, que Quipisca (qhipishka) es palabra claramente de origen quechua y significa "amarrado", "atado" y aludiría, probablemente, a un lugar donde se amarraban las cargas de las llamas antes de proseguir el viaje..
Expediciones de conquista hacia el Colesuyo.
Una mirada a los sucesos acaecidos en esta región desde antes de la llegada del español (es decir antes de 1532) arroja sin duda algunas luces sobre este tema. Los cronistas nos hablan de las expediciones de conquista de los Incas Pachacuti Inca, Tupaq Yupanqui y Huayna Qhapac hacia el Colesuyo o extremo suroeste (costero) del imperio, cruzando el "Despoblado"; nos hablan, también del conocimiento que existía entre los nobles Incas acerca de las peculiaridades, los peligros y los problemas que presentaba el trayecto por el "camino de la costa"; nos hablan de la necesidad de confeccionar, previamente, antes de emprender dicho viaje, de la necesidad de confeccionar gran cantidad de odres y depósitos de cuero y arcilla para el transporte del agua, tan escasa en dicho tramo desértico. Nos hablan, en fin, de lugares de aprovisionamiento, descanso o alojamiento a orillas del camino. Todo esto presupone la presencia de grupos fieles al inca a lo largo de la "ruta de los Llanos" o "ruta de la Costa", de su misma lengua y prosapia. En otras palabras, había grupos de quechua-hablantes entre los habitantes puquinas de la región. ¿Dónde se localizaban éstos?. Creemos que a la vera del Qhapaqñan, en sitios estratégicos, para su protección, aprovisionamiento y mantención continua..
Semillero de denominaciones quechuas.
El trayecto norte-sur del Qhapaqñan va así adquiriendo nombres, a la vez que va adquiriendo, con el correr del tiempo, particularidades arquitectónicas visibles en el paisaje, alineamientos de piedras o hitos marcadores de ruta, corrales, pozos o puquios, chasquihuasis o tambos. De aquí surgió, evidentemente, este término "Tambillo" que escuchamos de labios de don Pascual Bacián Quihuata en noviembre del año 2011, como por azar, a través del relato de sus andanzas de juventud. Tal como aparece en la Quebrada de Camiña el término "Calatambo", indiscutible voz híbrida aimara-quechua. Más al Sur, aparece la quebradas de "Los Tambos", aludiendo tal vez a un par de chasquihuasis situados a los costados de la ruta Inca. Esta toponimia quechua en esta zona no puede ser producto de la casualidad. Lo interesante del caso es que donde aparecen estos topónimos, hemos hallado, efectivamente, recintos en ruinas, atribuibles a estos aposentos incaicos.
La desconocida influencia de lo puquina.
Cuando sabemos, gracias a los trabajos de Cerrón-Palomino que el propio nombre de esta vía inca: el Qhapaqñan es un nombre de origen claramente puquina ("Qhapaq" quiere decir "Señor", "Dominador", en lengua puquina), nos sorprendemos al saber que no poco de la terminología puquina pasa a ser absorbida y asimilada como propia, al parecer, por el idioma quechua y aún, por el aimara posterior. Todavía más nos sorprendemos al saber, por las mismas fuentes, que el puquina (o una lengua muy similar a ésta) habría sido la lengua hablada en la remota ciudadela de Tiahuanaco y en la cultura Pukara del Perú, y posteriormente, habría sido la secreta lengua hablada por los Incas y sus parientes íntimos en la corte imperial de Cuzco de que nos refiere el cronista Gsrcilaso de la Vega. (Cfr. el reciente artículo de Rodolfo Cerrón-Palomino titulado: "Unravelling the Enigma of the ´particular Language´ of the Incas", Proceedings of the British Academy, Año----Vol. 173, 265-294).
Es decir, la lengua que fue universalmente hablada en toda esta región de Tarapacá y en general en extremo suroeste del Perú, habría sido nada menos y nada más que la misma lengua de las dos más grandes culturas tempranas del pasado en este rincón de América: Tiahuanaco y Pukara. Esta lengua superviviente no era otra, de acuerdo a la opinión autorizada de Cerrón Palomino, que el puquina.
Fig. Estancia pastoril de Ancara, Bolivia, en camino de Pisiga a Oruro. ¿Qué significa Ancara?. Trataremos de averiguarlo. (Foto gentileza de Pedro Lázaro B., Diciembre 2008).
Conclusiones.
1. Los arqueólogos suelen conjeturar -a veces livianamente y con poca base- qué culturas diversas se han sucedido en una determinada región, a lo largo de siglos o milenios, gracias al estudio de sus restos culturales, en especial de su cerámica y utensilios. Muy rara vez disponen de otras evidencias (v. gr. ruinas arquitectónicas o arte rupestre asociado). Elementos claramente insuficientes para diagnosticar el grado de desarrollo socio-cultural o religioso de esos grupos humanos del pasado.¿Eran éstos reinos, señoríos o simples cacicazgos?. ¿Cuál era su grado de relación entre sí?. ¿O su grado de mutua dependencia política o cultural?. Preguntas que los etnohistoriadores o arqueólogos se han hecho con frecuencia y que suelen responderse con atrevidas hipótesis, a veces rayanas en la ciencia ficción.
5. Los lingüistas utilizan las voces, en especial los "topónimos" (es decir los nombres de lugares) como verdaderas pistas culturales. Son éstos verdaderos "fósiles guías", tal como son los fósiles para los paleontólogos. Cada palabra antigua tiene una "historia" propia y ésta puede ser descifrada cuando existen acabados estudios lingüísticos de las lenguas regionales. El aporte de los lingüistas en este tema nos parece fundamental por cuanto ellos manejan la herramienta heurística tal vez más importante para dilucidar su grado de parentesco o relación cultural: la lengua y su impronta regional.
2. Cuando los historiadores o arqueólogos de nuestra zona tarapaqueña especulan acerca de la sucesión temporal, en un determinada región, de las culturas o agrupaciones sociales (o sobre su grado de cohesión social), deberían recurrir, en nuestra opinión, a los servicios de la lingüística especializada, máxime en el ámbito de los Andes, cuyas lenguas han sido estudiadas en profundidad. Lo que generalmente no se ha hecho hasta el presente. Una de las razones, tal vez, podría ser la casi total ausencia en nuestro país de lingüistas especializados en las lenguas autóctonas existentes en o cerca de las zonas del extremo norte del país (quechua, aimara, puquina, uro, chipaya, lickan antay o atacameña, kakán o diaguita). Aficionados, hemos tenido varios; avezados especialistas hasta ahora, ninguno.
3. Tal falencia, puede provocar una peligrosa dicotomía en el conocimiento de una determinada zona. Estudios, lingüísticos y estudios arqueológicos o etnohistóricos, corren o parecen correr por canales paralelos o a veces divergentes y no se encuentran.
4. Los estudios de toponimia y antroponimia en el extremo norte de Chile han sido llevado a cabo por entusiastas y beneméritos historiadores locales, viajeros, arqueólogos o profesores, pero carecen de profundidad y pecan frecuentemente de un acentuado etnicismo (si son aimara-hablantes) o regionalismo, actitud imperdonable cuando se trata de una ciencia que tiene ya en nuestro cono sur de América más de cuatro decenios de investigación pura. a sus espaldas. Por tal razón, las etimologías que se suele ver circulando en folletos turísticos o historias locales para las voces "Pisagua, Iquique, Mamiña, Pica, Tarapacá, Unita(s), y aún Huarasiña, Camiña o Huatacondo, suelen pecar de ingenuas o imprecisas, cuando no francamente de peregrinas o fantasiosas.
5. Hay, pues, aquí una tarea pendiente y en extremo necesaria par el conocimiento cabal de la historia y desarrollo de las agrupaciones humanas que poblaron estas regiones, muchos siglos antes de la llegada del Inca colonizador..
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