Nos hemos deleitado recientemente
releyendo, por enésima vez, la obra magistral del científico y
naturalista alemán R. A. Philippi "Viage al desierto de
Atacama", publicada en edición simultánea en castellano y
alemán, en Halle (Sajonia) en 1860. Hurgando entre sus densas páginas uno
encuentra, cada vez, nuevos tesoros semiocultos entre una verdadera jungla de
descripciones científicas de plantas y animales halladas por él en el desierto.
Asombra, a la verdad, la notable capacidad de observación del sabio y su
increíble memoria para retener tanta y tan variada información. Sabemos que
tomaba breves notas en terreno a la vez que hacía mediciones y cálculos
de altitudes, mientras colectaba celosamente especímenes de plantas y animales
para su Museo de Santiago. Así y todo, conociendo las terribles penurias de su
viaje en mula y a veces a pie y las privaciones propias de un
lento transitar por regiones sujetas a bajas temperaturas, terrenos pedregosos
y vientos heladísimos, nos impresiona vivamente su capacidad de retención
y su demostrado interés por las más variadas expresiones de la
Naturaleza y del hombre, su ocupante. Casi nada escapa a su atención. Con
el mismo interés y disciplinado ejercicio todo lo observa y anota,
y todo lo pregunta incansablemente. Sus arrieros -como el mismo varias
veces lo indica en su texto- son para él fuente decisiva de información
tanto geográfica y económica, como ecológica y antropológica. De ellos
aprenderá ciertamente los nombres de parajes recorridos y topónimos de cerros y
fuentes de agua. Los nombres de lugares (topónimos) y los nombres de plantas y
animales, asì como sus virtudes, utilidad y modo de empleo, ilustrarán
tanto su cartografía final (dibujada prolijamente por su compañero de viaje
el ingeniero Guillermo Döll), como sus capìtulos descriptivos redactados
en castellano y en latín.
El viaje transcurre entre el
30 de noviembre de 1853 (Caldera) y el 27 del mes de
febrero del año 1854 (Copiapó), esto es un total de 91 días de
recorrido ininterrumpido, de acuerdo a las observaciones astronómicas y
geográficas anotadas prolijamente por Philippi (Cfr. Philippi, reedición 2008:
163-171). Philippi no era por entonces un hombre joven. Tenía
ya 45 de edad bien cumplidos cuando inicia su agotador viaje por tierra desde
el puerto de Taltal.
Referencias al camino del Inca.
En varias secciones de su obra, Philippi hace referencia al "Camino del Inca". Analizaremos las citas una por una para descubrir aspectos que para él son importantes. Para él, esta huella especial posee ciertas características que claramente la diferencian de otras rutas del desierto que a eél le toca seguir a menudo. Veámoslo.
Primera referencia. La primera mención la hallamos en su relato del 19 de Enero del año 1854 en el trayecto de Imilac a los Altos de Pingopingo:
"El lugar más alto del camino que alcanzamos a la una de la tarde tendrá sus 3.672 metros de elevación. Desde este punto se presentan muy bien los altos cerros al oriente, el Púlar, Péltur, Socompas, etc. El camino del Inca atravesaba el nuestro viniendo del norte por un pequeño vallecito, pero lo cruzamos sin verlo: Don Diego no se acordó de mostrárnoslo y ese camino es un trabajo tan insignificante que no salta a la vista. Desde esa altura el camino baja insensiblemente, siendo la loma ancha casi horizontal y formada casi solamente de ripio como lo demás del desierto". (Philippi, edic 2008:60-61).
Comentario nuestro:
a) El camino Inca tiene un evidente rumbo norte-sur,
b) Se le cruza casi sin verlo porque apenas es reconocible a la vista.
c) Presenta un trabajo insignificante.
c) Solo supo Philippi de su existencia porque su guía don Diego de Almeyda lo recordó poco después.
Segunda referencia: al sur del pueblo de Toconao. Fecha: 22 de Enero del año 1854:
"Casi en la mitad del camino (del Agua de Carvajal a Atacama) hay una aguada llamada agua de Chile, chilipuri en idioma atacameño, y luego el tambillo inmediato al camino y a unos charcos de agua llenos de chara (chara, nombre atacameño dado a un alga muy abundante en los charcos y pequeñas vertientes andinas)). Es una de las casas levantadas en los caminos de Bolivia para alivio de los viajeros, institución benéfica que data de los tiempos de los Incas. estas casas se llaman propiamente tambo (tambillo es el diminutivo). Es un solo cuarto, con paredes de barro, techo de lo mismo, sin otra abertura que la puerta y con un banco igualmente de barro a lo largo de las paredes. Desde el tambillo se divisa bien la arboleda del pueblecito de Toconao a la derecha, A tres legua y media de distancia, y aún la grande (arboleda) de Atacama..." (Ibid: 2008: 65).
Comentario nuestro:
a) el tambillo o chasquihuasi se hallaba junto a unos charcos de agua. Donde esto fue posible, estas casitas o recintos para los viajeros fueron construidos cerca del agua. Esto mismo lo hemos observado nosotros en Suca (Tarapacá) en Tamentica, (quebrada de Guatacondo) y en la quebrada de Maní, junto al trazado del Camino Inca que atraviesa toda la pampa del Tamarugal.
b) Describe este tambillo como hecho de paredes y techo de barro con una sola puerta y provisto de un banco lateral que servía como cama, para poner allí los cueros y mantas de lana para dormir.
c) construidos solamente para alivio y dormitorio de los caminantes en sus viajes. No son casas de residentes.
¿Como supo Philippi de la existencia del Camino del Inca?
Nos preguntamos: ¿Cómo se enteró de que se trataba de una vía incaica y no de otra huella cualquiera más reciente?. Somos de opinión de que esto se debe muy probablemente a dos circunstancias: a) Philippi había leído detenidamente a sus predecesores, en especial a Von Tschudi y D´Orbigny y, ademas, está familiarizado con los relatos de los cronistas españoles que describen el paso por el desierto de Atacama. Por tanto, ya sabe acerca de su existencia. b) Parece entonces natural que preguntara por su trazado a sus guías atacameños y a Don Diego de Almeyda. Lo dice expresamente. Este último también lo conoce por este mismo nombre y lo ha seguido en alguna de sus secciones cuando buscaba afanosamente minas. La existencia de esta vía norte-sur era, pues, bien conocida para los residentes atacameños, pero no le daban importancia alguna, tan habituados estaban a su existencia.
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