Somos conscientes de que el término eco-antropología ha sido ya usado mucho antes que nosotros. Uno de los que tal vez más ha profundizado en este concepto es el etnólogo y etnógrafo italiano Vittorio Lanternari. Su última obra, publicada en idioma italiano en Bari (Italia) en el año 2003, se titula así: Ecoantropologia. Dall´a ingerenza ecologica alla svolta etico-culturale" (Ecoantropología. De la incumbencia ecológica al enfoque ético-cultural). Este investigador, conocido por sus obras anteriores (La grande Festa [1959], Occidente e Terzo Mondo [ 1972], Medicina, Magia, religione, valori [1994-1998] y Antropologia religiosa [ 1997] ha volcado toda su experiencia de campo entre tribus indígenas en Africa y sus experiencias con los movimientos religiosos (místicos y carismáticos) en Italia, para intentar una síntesis de corte ético-filosófico y ecológico-religioso, rescatando los valores insertos en la culturas más diversas en su actitud frente la Naturaleza. Enfoca y desenmascara valientemente las diversas formas de "neo-colonialismo" actual, propio de las grandes empresas industriales de Occidente frente a los pueblos subdesarrollados, al tratar de imponerles su modelo de desarrollo basado en una inicua sobreexplotación de sus recursos naturales y ocasionando con ello la pérdida de su identidad cultural. Acerca de Lanternari y sus obras, y el mensaje que ellas nos dejan, nos referiremos en párrafo aparte en este Blog.
Nuestro concepto de eco-antropología pretende ser bastante más modesto, y quiere referirse a la práctica hodierna (modus operandi) de antropólogos y arqueólogos en sus investigaciones de campo, tal como lo podemos percibir en nuestra patria. No intenta, pues, poner por obra una gran síntesis de ecología, ética, historia, misticismo, religión y culturas humanas, tarea ciertamente titánica que dejamos en manos de otros pensadores.
Pero, mucho más aún, nuestro enfoque difiere y se contrapone radicalmente al usado en algunos lugares turísticos , como México (ver en Google). Allí se hace referencia a una "eco-arqueología" como cierta forma maquillada de efectuar “turismo arqueológico”, es decir, a la visita de lugares arqueológicos conocidos (v.gr. Teotihuacán) con un cierto conocimiento previo del respectivo medioambiente (geografía y paisajes). Nuestro enfoque pretende, en cambio, ir a la raíz semántica más profunda del concepto, pero en la forma concreta en que hoy es empleada entre nosotros, por los antropólogos y arqueólogos de campo.
Un acabado conocimiento previo del clima, la geomorfología, biogeografía, biología y topografía es, pues, imprescindible para poder comprender a fondo las variadas expresiones“culturales” propias del respectivo grupo humano. Si la comprensión (y reconstrucción) integral de la “cultura” humana es la esencia misma de toda antropología (como nos enseñó Gordon Childe), esta “cultura” resulta casi incomprensible si se la aísla del sustrato geográfico-ecológico que le da sustento. Un “turismo arqueológico”, en el sentido aplicado hoy en México, puede acceder, tal vez, a una cierta comprensión periférica o tangencial de las civilizaciones en un paisaje como el maya o el tolteca. Pero poco aporta al conocimiento profundo del porqué, del cuándo y del cómo de dichos procesos civilizatorios. Un turismo arqueológico, por más refinado que éste sea, no es ni puede ser eco-arqueología. A lo más, pasa a ser un mero barniz de este concepto. Consideramos que hay aquí una equívoco conceptual que debe ser corregido.
Arqueología excavatoria y antropología de la entrevista.
Una eco-antropología o una eco-arqueología tal como la concebimos nosotros, tratará de encontrar, además, el máximo de respuestas conductuales humanas, con el mínimo de destrucción o “manoseo” de la evidencia hallada in situ. Así como el arqueólogo excavador por el solo hecho de excavar, destruye para siempre el sustrato cultural que “rescata” ( es decir, el sitio), modificando inexorablemente el contexto, así también el antropólogo que entrevista a mansalva al poblador sobre cualquier actividad determinada que ejercite (agricultura, pesca, marisqueo, caza, rito), está sin querer orientando o “alertando” en un sentido o en otro, la mentalidad del entrevistado, sesgándola según sea el carácter de la pregunta e induciendo fácilmente a error al encuestador.
Las comunidades tanto indígenas como rurales y sus pobladores se ven frecuentemente “encuestados”, - me atrevería a decir "acosados"-, para distintos fines, por toda clase de personajes, muchas veces con las mismas preguntas. No pocas veces son estudiantes de Antropología los que, para cumplir con “tareas” obligatorias de curso, deben realizar entrevistas. A nuestro entender, muchísimas preguntas se podrían y deberían evitar, o plantear de modo diferente, con un exacto conocimiento previo del ambiente natural y sus recursos, o de las formas de efectuar determinadas faenas económicas, o de los tiempos y espacios propios para ejecutar cada faena. A mayor cantidad de preguntas, mayor posibilidad de sesgo en las respuestas obtenidas.
Tenemos la dolorosa impresión de que la “observación participante”, tantas veces pregonada por los primeros antropólogos de campo como esencial y primordial en una investigación, ha ido sufriendo un paulatino abandono y ha sido prácticamente reemplazada por entrevistas relámpago, estructuradas o semi-estructuradas, a las que son tan adictos los sociólogos. La razón aparente radica en la enorme inversión de tiempo que exige una auténtica “observación participante”, hecha al estilo de los antropólogos de antaño. Sin embargo, los miembros de las comunidades suelen molestarse con las repetidas entrevistas, máxime si son hechas por inexpertos, porque rara vez se logra conocer a fondo y con antelación su verdadera finalidad, y el entrevistado pronto intuye el tipo de respuestas que se busca, aportándose así respuestas erradas o francamente sesgadas. Como si fuera poco, rara vez los antropólogos dejan guardados para uso de la comunidad científica sus apuntes o diarios de campo, o el fajo de sus entrevistas originales, para permitir futuros chequeos o controles de las conclusiones obtenidas. O si éstas existen, son difíciles de interpretar. Y esto equivale a exigir al lector tener fe en el antropólogo y su metodología, lo que nos parece francamente anticientífico.
Esta son algunas de las formas de “manoseo” antropológico que creemos se debe reducir al máximo o evitar lo más posible. Estimamos que hay "uso y abuso" de estos procedimientos, que podrían ser reducidos a un mínimum. En una excavación, máxime si es de de salvamento, ocurren varias formas veladas de “manoseo”. En primer lugar, porque generalmente se dispone de escaso tiempo y hay que proceder con rapidez. Con lo que la metodología para obtener la evidencia, queda viciada ab initio. En segundo lugar, porque la evidencia desaparece de inmediato, y, desgraciadamente, para siempre. Y cualquier descuido metodológico, no tiene ya remedio alguno. En estos casos, además, tampoco se suele dejar amplios sectores en calidad de “testigos”, destinados a estudios futuros, más cuidados. Se arrasa con todo. Tercero, porque en general la forma de depositación y guarda de esa “evidencia” en Museos o Bodegas, deja mucho que desear y muchas veces ésta ni siquiera depende del arqueólogo excavador, sino de terceros (museólogos). La responsabilidad queda así diluida. Podríamos traer a colación casos dolorosos ocurridos, en su tiempo, en el Museo de San Pedro de Atacama, donde ciertos hechos punibles quedaron definitivamente ocultos o archivados, tras la muerte del director, el jesuíta Gustavo Le Paige S.J., en 1980.
En resumen, dadas las numerosas dudas que estos sistemas de recolección de la evidencia suscitan en la práctica cuotodiana, nuestra recomendación es evitar tanto la excavación como la práctica sistemática de la entrevista, hasta donde sea posible, salvo en casos especiales en que sea la propia comunidad la que la demande, para obtener un mayor acercamiento a la solución de algún problema concreto. Cada vez con mayor frecuencia, por otra parte, las comunidades oponen resistencia a la excavación de los sitios de cementerios en su jurisdicción, por tratarse de sus ancestros, a los que con todo derecho, reverencian y veneran. ¡Qué ocurriría si se percataran de la forma cómo estos restos son tratados en las bodegas o cajas donde quedan depositados!. Bien conocemos lo que ocurre con las bodegas de muchos Museos en nuestro país, donde los elementos culturales han quedado a merced de la humedad, los insectos o los ratones por decenios, perdiéndose mucha evidencia para siempre. ¡Solo recordemos lo ocurrido con la famosa Colección Nielsen en Iquique y su triste destino!.
1 comentario:
La pagina me parece interezante esta enfocada a unos termino como docente me gustaria profundizar
por otro lado me gustaria saber las tematicas de manejo y articulos de los SIG especialmente en sensores remotos y su aplicabilidad en catedras de antropologia
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