Parecería que el desierto de Atacama nada puede ofrecer a la vida humana a causa de su aparente total esterilidad y falta absoluta de lluvias. El capítulo con fotografías que aquí ofrecemos a nuestros asiduos lectores, creemos que viene a probar justamente lo contrario: un desierto es una fuente notable de muchos elementos que pueden favorecer la vida o, al menos, facilitar el tránsito hacia ecosistemas más ricos en vegetación o recursos. Porque el desierto -o mejor dicho, los desiertos- están rodeados de lugares donde la vida - a veces efímera o transitoria- pudo desarrollarse pujante y vigorosa en alguna época no lejana. Tal ocurrió en el Sahara y en Namidia, y también, en nuestro desierto de Atacama.
Fig. 1. Vida y muerte en el desierto en el piso seco de la quebrada de Quipisca. Se observa en la foto un ejemplar adulto, ya seco, del árbol llamado aquí molle o pimiento (Schinus molle). En primer plano, en el suelo arenoso, ejemplares nuevos, muy pequeños, de la misma especie, testigos fidedignos de la reciente bajada de agua de aluvión (Febrero-Marzo 2012) que permitió el desarrollo de semillas allí depositadas. ¿Cuanto tiempo podrán sobrevivir estos árboles a las periódicas sequías que asolan la pampa del Tamarugal?. El tiempo lo dirá. Muy probablemente, no alcanzarán el tamaño del ejemplar seco aquí mostrado, porque la frecuencia de los aluviones ha ido declinando (Foto H. Larrain, Julio 2012).
Aquí no llueve prácticamente nunca.
En este desierto absoluto, en el área que denominamos depresión intermedia, ocupada por la Pampa del Tamarugal, llueve un promedio anual (medido en una secuencia de 35 años consecutivos) que no supera los 0.3- 0.4 mm de agua caída. Y este promedio es tan "elevado" (!) gracias a fuertes lluvias extemporáneas y rarísimas, que pueden presentarse en la pampa misma, cada 15 ó 20 años. Pero puede darse el caso - y se ha dado- en que durante diez años consecutivos el promedio de agua caída es sólo de 0.1 mm o incluso menos. Es decir, aquí prácticamente no llueve nunca. ¿Cómo puede vivir, entonces, la vegetación en estos parajes?. Y, ¿cómo pudo el hombre en el pasado vivir aquí constituyendo pueblos o asentándose por medio de viviendas y corrales para animales por largos períodos de tiempo?.
Las lluvias eventuales cuyos cauces alcanzan la pampa.
Si bien en la Pampa prácticamente no llueve nunca o muy rara vez, sí llueve en el macizo andino, con intensidad variable, durante los tres meses del "invierno altiplánico" (fines de Diciembre a bien entrado Marzo). Y desde aquí, durante ese período, se descuelgan las avenidas de agua o aluviones (huaycos, en lengua quechua) inundando, de tanto en tanto, extensos sectores de la pampa.
El geógrafo peruano Guillermo Billinghurst, en su obra "La Geografía de Tarapacá (1884), reseña las fechas de los más potentes aluviones que provocaron intensas inundaciones en cinco o seis eventos en la pampa del Tamarugal durante el siglo XIX. El reciente aluvión de Febrero-Marzo 2012, cuyos devastadores efectos pudimos apreciar personalmente en terreno, tanto en la quebrada de Quisma como en Quipisca, es el último episodio de este género que hemos vivido en el desierto.
Los antiguos aprovecharon estas avenidas de agua con diversos fines.
Desde el año 1965, aproximadamente, antropólogos, geógrafos y arqueólogos han hecho frecuente alusión a la existencia de un Plano confeccionado en 1765 por don Antonio O´Brien, Teniente de Gobernador de Tarapacá, cuyo título reza: "Plano de la Pampa Yluga...". En esta famoso Plano, rico en información vial, demográfica y toponímica, se señalan explícitamente, bien dibujadas, las "chacras que cultivaban los antiguos" en el seno de la pampa. Se registra su ubicación y se dibuja, mediante un característico reticulado fino, su superficie aproximada. La información contenida en este Plano así como la propia de otro Plano del mismo autor, dedicado a pintar y describir la quebrada de Tarapacá, ha sido objeto de numerosos estudios, comentarios y citas por parte de investigadores de la historia y arqueología de la región (Cfr. Horacio Larrain, en revista Norte Grande Vol. I, Nº 1 (Marzo 1974) y Vol I. Nº 2-3 (1975); Oscar Bermúdez, en varias de sus obras, en especial en su obra "Estudios de Antonio O´Brien sobre Tarapacá, 1763-1771", Ediciones Universitarias, Universidad del Norte, Antofagasta, 1975. Vea también sobre este mismo tema Jorge Hidalgo, en su "Historia Andina de Chile", Editorial Universitaria, 2004 (Capítulo XVI).
Recursos que nos ofrece el desierto.
El hombre antiguo que surcó infinitas veces el desierto dejando allí estampadas sus imperecederas huellas, lo hizo con finalidades bastante diversas. Unos, desde sus pueblos situados en quebradas de la montaña de los Andes, lo hicieron para acceder a la costa del Pacífico, para intercambiar allí con los pescadores sus producciones (maíz, papas, textiles, cerámica, adornos, etc.) por productos del mar (pescado fresco, mariscos, charquecillo de jurel, algas secas, caracoles, etc.). Otros lo hicieron con finalidades mineras o metalúrgicas: para explotar yacimientos de cobre o plata situados cerca del mar (Huantajaya, Santa Rosa, Chanabaya). Otros, por fin, lo hicieron para obtener de las covaderas o depósitos de guano fósil el abono de origen orgánico necesario para sus campos (en Pisagua, Isla de Iquique, Patache, Pabellón de Pica, Chipana, etc.).
Las caravanas que surcaban en desierto.
Así, sabemos con certeza por las crónicas españolas e historiadores tempranos que desde Suca, Camiña, Tarapacá, Quipisca Pica o Guatacondo, regularmente bajaban los aldeanos en sus recuas de llamas (o más tarde, en mulas, durante el período colonial) para obtener, por medio del trueque, el abono del codiciado guano (wanu, en quechua) de aves marinas como el guanay, el piquero, el alcatraz, la gaviota y otras especies de aves del litoral. De esta suerte, se labraron, con el correr del tiempo, numerosos caminos o huellas que la severa sequedad del desierto tarapaqueño ha respetado y dejado casi intactos hasta hoy. Uno de los planos confeccionados por don Antonio o Brien, en 1765, el "Plano de la Pampa de Yluga" nos ilustra maravillosamente bien acerca de esta confusa malla de caminos y huellas, destacando aquellas rutas que conducían, en sus palabras, a las "pesquerías de la costa".
Huellas infinitas en la pampa.
De este modo, el desierto tarapaqueño, su terrible soledad y esterilidad que desafiara al hombre más valiente, era surcado continuamente -casi siempre de noche- por numerosas caravanas de animales cargados y por caminantes a pie cuyas huellas se han conservado incólumes hasta hoy gracias a la falta total de lluvias. Si el Plano de O´Brien nos muestra las principales rutas que atravesaban osadamente el Tamarugal, a mediados del siglo XVIII, el estudio actual de terreno nos ha permitido mostrar la enorme cantidad de huellas y senderos, pequeños o potentes, que surcaron esta inmensidad, uniendo temeraria y eficazmente aldeas y caseríos de las distintas quebradas entre sí y con la costa pacífica.
Las nuevas huellas de carretas en época de la explotación del salitre.
Durante la época de la explotación de las Oficinas Salitreras, ubicadas todas ellas en la margen occidental de la Pampa, entre los años 1830 y 1950, surgieron nuevas huellas, desde todos los poblados del interior, hacia estos establecimientos salitreros, a donde accedían llevando consigo sus producciones hortícolas o agrícolas para su rápida venta y comercialización. Esta frenética actividad de obtención del bórax primero y luego del salitre sódico y potásico a partir del caliche nativo, y que concentró a muchos miles de operarios en las Oficinas, dispersas por todo el confín de la pampa, vino a ser una continuación natural de las actividades mineras de la época colonial que movilizaran a hombres y animales hacia las faenas mineras desde los tempranos tiempos de los primeros encomenderos Pedro Pizarro, Lucas Martínez Begaso o Andrés Jiménez. Ya a partir de 1545, hay constancia cierta de tales desplazamientos de provisiones, minerales y animales, conducidos por hombres blancos, negros o indígenas, desde los poblados indígenas situados al Este del Tamarugal hacia la franja costera (el mineral de Huantajaya) , para la explotación de las vetas de metal (cobre y plata).
¿Podía el desierto suministrar algunos recursos útiles al hombre antiguo?.
La pregunta que hoy naturalmente nos surge, al atravesar nuevamente estas inmensidades totalmente estériles, en cómodos vehículos todo terreno, es si el desierto fue capaz de ofrecer al caminante en el pasado algunos elementos útiles para la vida, algunos "recursos" de importancia. Porque si tal fue el caso, el cruce del desierto no solo fue un paso obligado para acceder a recursos lejanos, situados en otros ecosistemas, sino también una cantera para acceder a otros "recursos" , en parte al menos diferentes a los que podían hallar en sus pueblos de origen.
Un desierto que ofrece recursos.
De esto trata esta nota: es decir, de lo que el desierto mismo, en el seno de su propia esterilidad, era capaz de ofrecer al viajero o caminante. En este capítulo, por ahora, nos referiremos únicamente al uso de la piedra y del barro de aluvión, dos elementos esenciales tanto para la construcción de viviendas como para la fabricación de herramientas, armas, adornos corporales e instrumentos de variada índole.
Los caminantes a pie.
Recordemos que, a diferencia de lo que nos ocurre hoy, en época indígena, antes de la conquista, se caminaba enormes distancias solamente a pie; no se cabalgaba pues no existían en América cabalgaduras: ni mulas, ni caballos, ni burros. Su único implemento protector de los pies eran las "ojotas" de cuero de llamo o de lobo marino (ujuta, en lengua quechua). Estas caminatas interminables, de días y días, eran medidas en "jornadas", o sea lo que un caminante podía andar a pie en un día. Las llamas -recordémoslo bien- fueron solo bestias de carga, nunca cabalgaduras, simplemente por el hecho de no ser capaces de soportar el peso de un hombre. Su carga máxima no solía superar los 35 kg. Con la llegada del español a estas tierras, llegarán recién las cabalgaduras: los caballos, mulas y burros. Este hecho, tan obvio de por sí, establece desde ya una diferencia en la estructura, rumbo y conformación de las rutas antiguas: éstas fueron hechas para marchar a pie, arreando llamas de carga en pos del hombre caminante. Pero también este viajero, cercano al suelo que iba pisando, era capaz de hallar a su paso elementos pequeños que le llamaban la atención y que podían convertirse en sus diestras manos artesanas, en herramientas, utensilios, armas o adornos. Lo veremos aquí.
Elementos útiles al hombre del pasado.
1. el uso multiforme de la piedra.
La siguiente secuencia fotográfica pretende mostrar cómo la Pampa del Tamarugal y sus inmediaciones - escenario de un desierto seco e implacable, encerraba y aún hoy encierra, gran cantidad de elementos bióticos y abióticos, de utilidad fundamental para el ser humano en la antigüedad. Empezaremos por los elementos abióticos, es decir, carentes de vida. La variedad de rocas y piedras, producto de un activo volcanismo antiguo y el acarreo fluvial por el fondo de las quebradas, aportaba elementos básicos tanto para la construcción de la cultura local y sus variadas expresiones, como para la confección de armas, herramientas, elementos de molienda o de adorno personal.
Veamos algunos ejemplos concretos, tomados de nuestra experiencia:
Fig. 2. Sencillos hitos o pilas de piedras demarcando el rumbo del Camino del Inca. Empleo de la piedra como elemento señalizador (forma de señalética antigua); (Foto H. Larrain, Junio 2013).
Fig.3. Pequeño recinto de descanso de caminantes o paskana, ya arruinado por el paso del tiempo. Ofrecía una protección precaria contra el viento. Allí arrimaban parte de su vestimenta, peleros o sacos para defenderse del gélido frío nocturno (Foto H. Larrain, Junio 2013).
Fig. 4. Fragmentos de sílex, denominados "lascas" por los arqueólogos. Son el producto de descarte del trabajo humano al confeccionar sus herramientas, instrumentos, o armas. Cuando estos fragmentos se hallan juntos, en gran número, botados en un solo lugar, los especialistas hablan de un "taller lítico", es decir, de un sitio destinado al desbaste del material para confeccionar sus instrumentos o sus armas (Foto H. Larrain, Junio 2013).
Fig. 5. Pequeña punta de proyectil hecha en sílex probablemente para la caza del guanaco y del zorro del desierto; fue hallada por nuestro equipo en las huellas del "Camino del Inca" (Foto H. Larrain, Junio 2013).
Fig. 6. Punta de proyectil en sílex blanco, muy puro. Seguramente destinada a la caza del guanaco. Hallado por nosotros en las proximidades del "Camino del Inca" que viene desde el Sur (Foto H. Larrain, Julio 2013).
Fig. 7. Canto rodado de andesita que muestra las señas inequívocas de numerosos golpes, en todas sus caras. Se trata de un martillo primitivo o "percutor", de uso múltiple. Hallado en el "Camino del Inca", en un área de pequeños recintos o chasquihuasis, al costado mismo de la huella (Foto H. Larrain, Junio 2013).
Fig. 8. Característicos hitos o pilas de piedras, que señalizan claramente el rumbo de la huella, la que aquí enfila directamente al Norte. Colocados generalmente en pares y a poca distancia uno de otro, indican con claridad al viajero que viaja de noche el sitio exacto de la huella a seguir. (Foto H. Larrain, Junio, 2013).
Fig. 12. Los mismos instrumentos por el reverso. Arriba, a la derecha, un raspador hecho sobre una lasca de basalto perfectamente retocada. (Foto H. Larrain, 10 Julio 2013).
Fig. 13. Percutor o martillo primitivo. Presenta éste infinidad de golpes alrededor de su borde. Su forma y peso se adaptan perfectamente a la mano del hombre. (Foto H. Larrain, 10 Julio 2013).
Fig. 16. Gran lasca de basalto usada como cuchillo y raspador por los caminantes; fue hallada en medio de la senda cubierta de huellas del Qhapaqñan, en el mismo lugar anterior . (Foto H. Larrain, 2/06/2013).
Fig. 17. Hermoso trozo rectangular, de carácter natural de roca andesítica, perfectamente plano por ambas caras. Este tipo de elemento natural servía perfectamente a los viajeros para confeccionar sus piedras de moler o morteros y metates. Agreguemos mentalmente a éste una pequeña "mano de moler", igualmente de superficie plana, y tenemos listo el aparato para la molienda de semillas (maíz, quínoa, o frutos del algarrobo). Fue hallado por nosotros en el piso mismo del trayecto del Qhapaqñan (Foto H. Larrain 2/06/2013; escala gráfica de 10 cm).
Fig. 19. Bolones de origen volcánico y acarreo fluvial empleados en la confección de un pequeño corral de animales, próximo a un chasquihuasi del Qhapaqñan (Foto C. Riffo. Julio 2012).
Fig. 20. Las piedras, perfectamente alineadas a ambos costados del Camino del Inca que cruza el cauce seco de una quebrada, hoy totalmente seca. La senda incaica mide aquí aproximadamente 3 metros de ancho medio y luce hoy tapizada de arena fina, fruto del arrastre y depositación eólica. (Foto H. Larrain, Septiembre 2012).
Fig. 21. Hito característico señalizador de ruta, formado por unas 15-20 cantos rodados de origen volcánico, dispuestos en una pila, a la vera del Qhapaqñan. En su base se halló cerámica indígena y colonial española. Vista del Weste al Este (Foto H. Larrain, Septiembre, 2012).
Fig. 22. Esta hermoso tramo del Camino del Inca o Qhapaqñan, perfectamente observable desde la ceja sur de una quebrada, fue descubierto por nosotros a fines del año 2012 con motivo de una investigación antropológica orientada a historiar los antecedentes poblacionales de los actuales habitantes de la quebrada de Quipisca. Atraviesa aquí, en forma perfectamente rectilínea y con rumbo Norte, la quebrada seca conservándose varios tramos en excelente estado de conservación tal como se puede observar en la Foto 24. El camino se halla aquí clara e intencionalmente bordeado de enormes bolones de río, apilados con cuidado a sus costados, y presenta un ancho medio de algo más de 3 metros. Considere el lector que fue construido hace por lo menos unos 600 años y aún se mantiene transitable. Vista de Sur a Norte (Foto H. Larrain, Noviembre 2011).
Fig. 24. Inicio del cruce de una quebrada por el Qhapaqñan. Vista de Sur a Norte. La regla en el suelo mide 1 metro de largo. La senda incaica aquí tiene, en consecuencia algo más de 3 m de ancho y se muestra en un tramo ininterrumpido de unos 120-130 m de extensión. Vista de S a N. Observe el temible pedregal a ambos costados, casi imposible de transitar. Por eso los Incas despejaron la ruta de piedras en los tramos más complicados por los aluviones, arrimándolas con esmero a sus dos lados para facilitar el rápido desplazamiento de hombres y animales cargados, máxime durante la noche. Aquí la quebrada pedregosa presenta unos 650-700 m de ancho medio (Foto Fernando Rosales, Febrero 2012)..
Fig. 25. Rocas de caras planas permiten trazar y levantar perfectamente los muros de una habitación doble, posiblemente un chasquihuasi de un ramal del Camino. Interior de la quebrada de Quipisca, en la proximidad del antiguo sitio de cultivos denominado "La Cruz". (Foto Pedro Lázaro, Enero 2012).
Fig. 28. Estos característicos hitos de piedras apiladas, a la orilla de sus huellas y senderos, servían de guía y señal segura del trayecto a seguir. No son apachetas, sino tan solo hitos o pilas. Recordemos que, para evitar el calor del día, las caravanas y recuas de animales partían de noche desde las aldeas situadas en las quebradas para atravesar, a la luz de la luna, el desierto en su largo viaje hacia la costa. En el tiempo en que aparecen las primeras instalaciones de las Oficinas Salitreras (Oficinas "de Paradas") en el piso de la pampa, a partir de los años 1840-1845, los lugareños se dirigirán preferentemente a éstas para venderles su producción agrícola (cereales, verduras) y forrajera (alfalfa), ambas producciones muy apetecidas. Era el tiempo, recordemos, cuando miles de mulas surcaban sudorosas la pampa, tirando las carretas cargadas con bórax, caliche o salitre rumbo a las Oficinas y/o a los puertos de embarque en el Pacífico. (Foto H. Larrain, Julio 2012).
Fig. 31. Oleada ya solidificada de las coladas de barro que en forma de una verdadera marea oscura sobrevino repentinamente hasta el lugar situado al sur y al frente del sitio arqueológico de Ramaditas. De esta misma quebrada, pero mucho más al Este, los antiguos habitantes de Ramaditas obtuvieron, mediante bocatomas y extensos canales, el agua para regar sus extensos campos de cultivos. Este mismo barro, fuertemente arcilloso, fue el material elegido por los antiguos constructores como excelente argamasa y aglutinante para formar los muros de sus viviendas. (Foto H. Larrain 10 de julio 2013).
Fig. 32. Muros de las habitaciones de la antigua aldea prehispánica de Ramaditas, hechos de cantos rodados y gran cantidad de barro de aluvión que obtuvieron de la vecina quebrada (Fotos 22 y 23). Estos recintos han sido parcialmente excavados por arqueólogos en los años precedentes, bajo la dirección del arqueólogo Mario Rivera. (Foto H. Larrain, Junio 2013).
Fig. 33. Observe la excelente combinación de cantos rodados y barro arcilloso de aluvión. Los materiales constructivos quedan a la vista. No hay interés alguno por enlucir o revocar la superficie externa de los muros. Éstos, miden aproximadamente unos 50-60 cm de ancho. La escala de la regla marca 1 metro de longitud. (Foto H. Larrain, Junio 2013).
Fig. 34. Observe el cuidado puesto por los constructores al disponer los cantos rodados en perfecta fila, mostrando su cara más plana hacia el exterior. El nicho que aquí mostramos mide 25 cm de ancho con una profundidad de aproximadamente 30 cm. Estos pequeños nichos u hornacinas, visibles sólo en la parte interior de la vivienda, estaban destinados probablemente a poner algún ícono o representacion en piedra o en greda cocida de sus deidades tutelares, tal como fue usual entre los Incas en todas sus casas. No estaban , por lo tanto, destinados a la iluminación de algún tipo. Estas viviendas carecían de ventanas, y, al parecer, también eran parcialmente subterráneas. Tampoco tenían puertas, tal como las conocemos hoy. A falta de puertas, colgaban del muro, en el acceso a la vivienda, lienzos o paños de un tejido tupido como protector contra la intemperie. Los muros de las habitaciones seguramente alcanzaron algo menos de 2 metros de alto total y su techumbre estaba formada por algunas vigas de tamarugo o algarrobo entreveradas de ramas, provista de una cubierta de barro encima, del mismo material de los muros. La regla de medir tiene un metro de largo. (Foto H., Larrain, Junio 2013).
Fig. 37. El agua era un recurso vital para los viajeros. Aquí el cauce de un río esporádico trae agua tras 14 años de total sequía. Este pequeño cauce de agua corre a menos de 80 m de los dos chasquihuasis del costado de la quebrada (Foto H. Larrain, Julio 2012).