Introducción.
Entre los días 18 y 24 de septiembre del año 1964, tuvimos la suerte de participar en la excavación de un montículo funerario del valle de Azapa, en la Parcela Nº 19 ("Las Maytas") de dicho valle. Para ello, fuimos invitados por el arqueólogo ariqueño Percy Dauelsberg Hahmann (1930-1994), notable investigador autodidacta, formador del primer grupo de arqueología y antropología de Arica (1). Le acompañaban -según yo recuerdo- sus colaboradores Guillermo Focacci Aste, y Luis Alvarez Miranda. Conmigo, a este trabajo acudieron desde Antofagasta el jesuita Enrique Alvarez (2) y los jóvenes Agustín Llagostera y Dino Azúa, por entonces estudiantes avanzados de biología en Antofagasta. (Cf. Diario H. Larrain, 1-A: 1964: 46-47).
Dedicatoria: In memoriam Percy Dauelsberg.
Hace exactamente 30 años (un día 2 de julio del año 1994), Percy Dauelsberg incansable investigador de extremo norte de Chile, nos dejaba para siempre, víctima de un cáncer. Un año y medio antes, estando ya débil y enfermo, tuve yo la suerte de visitarle en su casa de Arica. Charlamos largo rato. Estaba trabajando por entonces, según me confidenció, en una traducción de uno de los últimos trabajos, poco conocidos, del arqueólogo alemán Max Uhle (1856-1944), escrito en alemán, el cual según él, ofrecía una visión muy certera de ciertos aspectos de la arqueología de Arica, tema de su predilección. No alcanzó a dar término a éste, su último escrito. La muerte, inexorable y voraz, tronchó sus últimas fuerzas. Unos pocos años antes (1988), Percy había tenido la satisfacción de revisar, en Berlín, tierra de sus antepasados alemanes, la copiosa documentación de Max Uhle conservada en la Freie Universität de Berlín y en otras bibliotecas de Alemania.
Queremos dedicar este capítulo de nuestro Blog, con especial afecto y cariño, a la memoria de este gran investigador del extremo Norte de Chile, notable propulsor de los estudios antropológicos y etnográficos de su querida región: Arica (3).
El montículo funerario (4).
Fig. 2. Tosco diseño nuestro de las excavaciones realizadas en el contorno del túmulo funerario de la Parcela 19 del valle de Azapa. Muestra la ubicación relativa de 17 tumbas referidas en detalle en este trabajo. La mayúscula T. designa "tumba". Fecha 24/09/1964. (En Diario H. Larrain, 1-A, pg. 59).
Según los datos consignados en mi citado Diario de Campo, este montículo artificial de aspecto oval y de unos 4.0 - 4.5 m de altura máxima, presentaba una superficie aproximada a los 200 m2, midiendo unos 50 m. en la dirección N-S y unos 40 m. en la dirección E-W. Muy próximo al camino que cruza el valle, distaba unos 30 m. al sur de la casa de la familia Ramos Coddou, entre antiguas plantaciones de olivos. La familia -según nos informara la dueña de la parcela, la Sra. Gaby de Ramos- había emprendido las excavaciones por su cuenta unos 15 días antes de nuestra llegada, y había abierto varias tumbas, entre ellas una que ofreció, además de hermosas vasijas decoradas, algunas valiosas piezas de oro (5). No recuerdo por qué razón la familia decidió solo entonces alertar al Museo de la ciudad y a su director el señor Percy Dauelsberg respecto a este hallazgo. Tal vez, la multitud de tumbas que aparecían al intentar destruir el montículo les preocupó y les indujo a avisar al Museo.
En mi Diario de Campo Nº 1-A (pp-59-72) y con fechas desde el 18-09-1964, se describe nuestros descubrimientos hechos en el contorno del montículo, de alrededor de 21 tumbas (6), varias de ellas formadas por elaboradas cistas forradas con bolones toscos de río, y techadas generalmente con un entramado de ramas, esteras de totora (hoy Isolepis sp. antes Scirpus sp.) o cueros de animal. A continuación, enumeramos cuidadosamente el contenido de dichas tumbas según reza mi Diario I-A (pp.: 59-69). Nuestro relato de aquella época es esquemático, bastante primitivo y a veces desordenado, y hemos tenido que hacer una verdadera labor de detective para tratar de enhebrar y compaginar bien los descubrimientos, en su orden correlativo, sin omitir dato alguno que pudiera ser útil en futuros estudios en la zona.
Resumen del contenido de las tumbas del montículo. (Hemos subrayado aquí especialmente la presencia de guaguas y adultos). (Diario H.L. Nº 1-A: pp. 46-48 y 59-70).
Tumbas Nº 1-6. Sin datos. (Excavadas previamente, antes de nuestra llegada, por el equipo de Percy Dauelsberg).
Tumba Nº 7: tumba encistada de una guagua. Cista de bolones de piedra tapada por una esterilla; sector sur del montículo; por desgracia, sin mayor referencia a su contenido.
Tumba Nº 8: techo de totora. Cista hecha de piedras de río. Una guagua. Cráneo forrado por un manto y un gorro de lana. Cuchara de madera, calabacita, cesto pequeño, bolsa tejida, dos cántaros grandes, uno de ellos antropomorfo, y dos cántaros chiquitos. (Diario 1-A pg. 60).
Tumba Nº 9: Un adulto y una guagua. La guagua yace a los pies del adulto (tal vez, su madre). Dos cestos pequeños. Dentro del cesto, una cuchara. Un bolsa con semillas, una tortera y un cantarito (7). Un cántaro grande pintado con diseños, dos palitos de huso (?). (Diario. 1-A: pg. 61).
Tumba Nº 10. (texto escrito con la letra de nuestro ayudante Agustín Llagostera). Esqueleto de adulto completo, flexado. 2 pequeños cántaros tipo calabaza; junto a las rodillas, un cántaro grande.
Tumba Nº 11. Cuerpo de un adulto extendido. Bolsa con granos de maíz, una espina grande (¿para coser?). Restos de brocha. (Diario 1-A: pg 61.).
Tumba Nº 12. Tumba de adulto con un niño pequeño. El adulto envuelto en tejidos muy destruidos. Un cántaro chico de 10 cm de altura. Una cuchara rota.
Tumba Nº 13. (debajo de tumba Nº 11). Cubierta de abundante totora. Pequeña pieza de cestería (en espiral) muy dañada. En su extremo, un esqueleto de guagua. En la cima, un canastillo frágil y roto. Cerca del extremo, se halló un cántaro grande, sin decoración, con gollete quebrado, cubierto con un trozo de textil con diseños.
Tumba Nº 14. Techo de la cista en totora. Profundidad: 1.10 cm. Abovedada con bolones de río. Dos grandes troncos de árbol señalizadores en parte superior. Fardo funerario cubierto de tejidos muy dañados. Un niño de cráneo deformado, de unos 2 años. Dentro del fardo, dos cantaritos sin asas. Una calabaza pirograbada sobre cesto dañado. A su derecha, un cantarito con asas y cuello corto, hermosamente dibujado, puesto encima de un cesto destruido. Detrás del fardo, un cuchillo para la labor agricola (¿Chaquitaclla?). (Diario 1-A: pg. 63).
Tumba Nº 15. Abovedada formada por grandes bolones de río. Su tapa, hecha de totora, mide aprox. 0.90 cm x 0.50 en forma de un saco. Presenta, encima, un cuero de llama. Cuatro cántaros sin diseños. Una urna de barro, sin contenido humano, encierra un cantarito y al fondo, una calabaza pirograbada. Todo se halla depositado sobre una "cama" de semillas. Al lado del bulto funerario de una guagüita, se observa varios objetos de madera como "trompitos" (8). Al fondo, aparecen 2 cántaros sin decoración, entre varios huesos de animal (¿llama?).
Tumba Nº 16. (24/09/64). Un cántaro grande como urna, con los restos de una guagua en su interior (cráneo roto). Dentro, un cantarito pequeño tapado con fibra vegetal. Se halló esta tumba a 1,60 m de profundidad desde la cima del montículo. Al lado, otro cántaro con asas, no decorado, que contiene en su interior palitos semejantes al té (9). Mide 0.33 cm de alto.
Fig. 3. Referencia al contenido de las tumbas 16 y 17 (Diario H. Larrain, l-A: pg. 65).Tumba Nº 17. Tumba abovedada . Fardo funerario de una guagüita y trozos de una mandíbula de otra guagüita. Presenta dos cántaros en primer plano lo que es frecuente aquí. Uno de los cántaros del tipo urna, sin diseños, estaba roto. El otro, es dibujado. En el interior de tumba, aparecen seis cántaros: uno grande, uno zoomorfo, uno de doble asa chico y otro pequeño en forma de "coquito" (10).
Tumba Nº 18. Un fardo de guagüita. Presenta dos cantaritos pequeños. No presenta tumba en forma de cista abovedada con piedras de río como muchas otras.
Tumba Nº 19. cubierta de una tapa de totora. Sin piedras de pared. Esqueleto de adulto. Llevo conmigo la mandíbula sin molares. Aparece al lado una bolsa (¿talega?) con plumas adheridas. Cuerpo envuelto en 4 cotones de lana (Cf. Diario 1-A. pg. 67).
Tumba Nº 20. Fue íntegramente excavada por miembros de la familia Ramos Coddou (dueños del predio) quienes se reservaron para sí todas las ofrendas (11). Apareció a 1.20 m de profundidad. Momia de mujer adulta, que conserva bien la piel y tejidos. Presenta dos cántaros grandes llenos de abundante lana de vicuña (12). Un cesto que contiene una calabaza sin pirograbar. Un cantarito pequeño y un peine (que me regalaron para el Museo). No presenta el típico abovedado de bolones de río, pero sí muestra la respectiva tapa de totoras entrecruzadas. (Cf. Diario 1-A: pg. 68).
Tumba Nº 21. (Excavada por el Sr. Guillermo Focacci). Apareció arriba una piedra de moler grande como parte de la bóveda de la cista. No hay otros datos en nuestro Diario. (Cfr. Diario 1-A: pg.70). Pero en el artículo de Larrain y Llagostera del año 1969 (pg. 92) se comenta que en esa enorme tumba Focacci halló nada menos que 16 ceramios (!).(13).
Tumba Nº 22. He aquí su texto resumido, tomado de nuestro artículo del año 1969 (14):
"Sepultura de un adulto con sus tejidos en muy mal estado de conservación. De esta tumba del tipo de falsa bóveda. proceden los objetos de oro señalados en las figuras...La incertidumbre acerca de la forma de la tapa...radica en la falta de interés por parte de los improvisados arqueólogos. Se hallaba en el sector sur del montículo, a 1.20 m de profundidad máxima. Fue excavada lateralmente...De esta tumba proceden los objetos de oro señalados en las Figuras 2 y 3, Lámina 1 (Vea nuestra Fig. 4, abajo). Además, una cinta del mismo metal cortada en dos partes, de 1 cm de ancho y un largo total de 74 cm...No consta la posición exacta de estos objetos en la tumba; suponemos que se hallaban en contacto con el cuerpo...".
"Además de los objetos referidos, esa tumba contenía lo siguiente: 9 ceramios, dos instrumentos agrícolas, un hacha de piedra, 2 trompitos de madera y un siku (instrumento aerófono semejante a la flauta de Pan)....". Los ceramios decorados polícromos corresponden a lo estilos Gentilar y Pocoma.
Tumba Nº 23. Excavada en esos mismos días por miembros del Museo Regional de Arica. Sector sur del montículo, tapa a unos 40 cm de profundidad. Fue abierta lateralmente. Corresponde al tipo de tumba de falsa bóveda hecha de bolones. Contiene el cuerpo de un niño pequeño, muy deshechos su cuerpo y tejidos. Techo de la tumba formado por una estera de totora gruesa en la forma de un saco con abertura. Encima, un gran trozo de piel de llama que conserva la lana. Los restos del niño y las ofrendas descansaban en un cama de semillas de molle boliviano. Como ofrenda, presenta una mascarilla de oro antropomorfa, la que señala mediante fino punteado los ojos y boca. (Vea en nuestra Fig. 4, la fig. 1 del dibujante). Otros objetos de esta ofrenda: una calabaza pirograbada, un palo de 49 cm de longitud que sostenía la tapa, un cuchillo de 38 cm., una cuchara de 13 cm., una olla de greda grande, seis "trompitos" de 20-22 mm de diámetro, con trazas de tela aún adherida, cinco ceramios decorados estilo Pocoma y Gentilar, tres "coquitos" decorados. Nuestro trabajo (Larrain-Llagostera, 1969) resume así estos descubrimientos en el montículo: "No puede caber la menor duda de que las tumbas y su contenido que hemos analizado in extenso, pertenecen a la misma cultura y la misma época...En el montículo, estas tumbas estaban en el sector sur y distantes unos 6 a 7 metros en línea recta".... "El gran número de vasijas en las tumbas, parece ser un carácter típico del grupo humano que enterró en este montículo" (Larrain y Llagostera, 1969: 92).
Fig. 4. Objetos de oro rescatados de dos tumbas del túmulo funerario de la parcela 19, del valle de Azapa. (según Larrain y Llagostera, en artículo de la revista NORTE de la Universidad Católica del Norte, vol. III, Nº 1, 1969: 81).Nuestros comentarios.
A. En las tumbas de que hay datos precisos, nos ha llamado bastante la atención el gran número de guaguas y niños muy pequeños en relación al número de adultos sepultados. De las l9 tumbas descritas en detalle con presencia de cuerpos, 11 muestran entierros de "niños", en general muy pequeños (yo les denominé aquí como "guaguas"). Lo que vendría a representar el 57.9 % del total de entierros humanos. Los adultos representan aquí solo el 42.1 %. Lo que estaría aludiendo, a mi modo de ver, a una alta mortalidad infantil, en años muy tempranos ("guaguas y niños pequeños"). No sabríamos a qué atribuir tal frecuencia que, tal vez, tenga algo que ver con la presencia del mosquito trasmisor del paludismo o la malaria (Anopheles pseudopunctipennis), presente desde tiempos antiguos en los valles sur-peruanos y norte-chilenos (15).
B. La mayoría de las tumbas, contiene varios ceramios, tanto decorados como de uso común, sin decoración. Algunos presentan restos de alimentos, en especial corontas de maiz o semillas, otros lanas u otros elemento útiles. ¿Cómo explicar la profusión de ceramios de todo tipo?. En el ajuar casero del indígena de la época, la cerámica era, tal vez, el elemento más importante para la familia, tanto o más importante que la piedra de moler. Gran parte de los ceramios, máxime los hermosamente decorados -estilos San Miguel, Pocoma y/o Gentilar (16)-, sin embargo, parecen haber sido elaborados con fines estrictamente funerarios y no presentan muestras de uso (tizne o señas de quema). Es decir, fueron hechos exclusivamente para el disfrute del difunto en su nueva vida en el más allá.
C. Curiosamente, la piedra de moler o metate, figura rarísima vez en este inventario, por ser tal vez un objeto demasiado importante para los vivos y de bastante difícil y lenta adquisición como para privarse de él. Los ceramios muy pequeñitos como los llamados "coquitos" por su forma cilíndrica (semejando un coco de palmera), al parecer, figuran siempre en las tumbas de niños pequeños: ¿serían al vez sus juguetes?. Asi lo estima el colega Llagostera en nuestro artículo del año 1969. Es bastante probable. ¿Y cuáles serían los juguetes de las niñas? Tal vez, algunos elementos del telar, con los que ellas imitarían la labor de sus madres.
D. Se observa una especial preocupación por la calidad de la cubierta o techumbre de cada tumba. Evidentemente, se trató de evitar que el contenido de la tumba sufriera algún deterioro con el paso del tiempo. También, probablemente, como medida de protección contra la acción de roedores. Para ello se usó abundantes manojos de tejidos de totora o trozos de cuero animal. La profundidad parecería ser también un factor importante: a lo que pudimos constatar en este montículo, la profundidad de la tapa superior del entierro varía entre los 30, 60 u 80 cm., medida desde la cima del montículo. La máxima profundidad observada fue de 1,20 m.
(E) En nuestro trabajo editado en 1969, con el nombre de: "Objetos de oro hallados en dos tumbas del valle de Azapa (Arica) y su contexto", se da cuenta minuciosa de este hallazgo y de su contenido en cerámicas decoradas y objetos de oro (H. Larrain y A. Llagostera, Revista NORTE de la Universidad del Norte, Antofagasta, volumen III, Nº 1, octubre 1969: 79-90). Las dos tumbas aquí referidas, se hallaban en nuestro montículo.
F. En el transcurso de estos trabajos en el montículo, recuerdo haber ido un par de veces a la ciudad de Arica a conseguir cajas de cartón para guardar nuestros hallazgos. La tienda de la calle 21 de Mayo de la ciudad donde nos surtíamos de cajas y cartones era arrendado por un comerciante argentino, el señor Oscar Espoueys, quien empezó poco después (1966) a interesarse vivamente por la arqueología al tener noticias frescas por nosotros mismos de los descubrimientos hechos en el valle de Azapa. Espoueys se dedicará poco después y con notable energía y éxito a la investigación arqueológica, especialidad a la que contribuyó con valiosos trabajos. En un posterior encuentro nuestro en Arica, en el año 2004, con ocasión de mi asistencia a un Congreso de Entomología en la ciudad, rememorábamos esos tiempos (40 años antes) en que yo era solo un simple novato, amante de la arqueología y él, tan solo un comerciante preocupado de hacer fortuna vendiendo artículos eléctricos.
G. Contra lo que se podría esperar, muy rara vez se usa aquí maderos o troncos como elemento señalizador de la tumba. En nuestro estudio, solo advertimos un solo caso:; la tumba Nº 14. Uno podría preguntarse si los deudos seguían visitando y honrando a sus parientes después de enterrados. En tal caso, lo lógico -según nuestro sentir hoy día- habría sido dejar una clara señal en superficie, tal como nosotros dejamos hoy un cruz con su nombre en el lugar exacto de la inhumación de nuestros deudos en los cementerios. Lo que no parece ser el caso aquí. Salvo que pusiesen algún elemento reconocible o piedras, las que con el paso del tiempo se movieron. Según he leído de algunos autores, en la cima de estos montículos funerarios se realizaba, de vez en cuando, ceremonias especiales o ritos recordatorios de los parientes ausentes. Es muy posible, pero resulta bastante difícil hoy hallar pruebas en tal sentido.
H. Entre las conclusiones de nuestro artículo del año 1969 (Larrain y Llagostera, 1969: 92) se estampa la siguiente frase: "en el trabajo que daremos a conocer más tarde y que expone las investigaciones hechas por nuestro equipo en 20 tumbas de este sitio, mostraremos varios casos típicos (del gran número de vasijas presentes)". Este antiguo desideratum nuestro lo hemos venido a poner por obra tan solo hoy, al cumplirse exactamente 60 años de los respectivos hallazgos. A la verdad, se aplicaría bien aquí el adagio ¡"más vale tarde que nunca"!.
I. Por fin, podríamos preguntarnos por qué los antiguos habitantes enterraron a sus difuntos en montículos artificiales, elevados especialmente, en lugar de hacerlo directamente en la tierra. Tal pregunta no es ociosa: tiene que haber habido una razón muy poderosa para ello. Sospechamos que la razón pudo ser meramente de carácter geográfico: esos terrenos planos de antaño eran probablemente mucho más anegadizos que hoy en tiempos de inundaciones, por efecto directo de las destructoras avenidas ocasionales de los ríos (huaycos; en nuestro caso, procedentes del desborde del río San José), causados por el invierno altiplánico en un período bastante más húmedo del planeta. Como medida eficaz de proteger y cuidar de los restos de sus deudos, optan por construir ad hoc grandes montículos elevados, a 3, 5 o más metros sobre el suelo. Es la explicación más congruente que hoy se nos viene a la mente. Si tal cosa ocurrió -como sospechamos- el hecho demostraría, una vez más, el profundo anhelo de cuidar del destino futuro de sus deudos fallecidos, evitando a toda costa su destrucción por agentes naturales, al igual que cuidaban siempre de asegurar su sustento en el más allá mediante el generoso aporte de alimentos y bebidas en sus tumbas.
Notas.
(1). Percy Dauelsberg Hahmann fue un prestigioso funcionario de Aduanas en la ciudad de Arica. Sobre su obra arqueológica y su legado, véase el elogio fúnebre que le dedicó su gran amigo y compañero de tantas jornadas Luis Alvarez Miranda, en la revista Chungará, Vol. 26, Nº 1, 1994. También hizo una reseña de la pionera obra de Percy en la región de Arica el arqueólogo chileno Mario Orellana Rodríguez, en un artículo publicado en la revista Chilena de Antropología, Nº 12, del año 1994 con el título de: "En recuerdo de Percy Dauelsberg Hahmann (1930-1994)". Poco después, en 1996, en su valiosa síntesis de la arqueología en Chile, ("Historia de la arqueología en Chile", Bravo y Allende Editores, Santiago de Chile, 1996), Orellana dedicó varias páginas al análisis de los notables aportes de Percy y su grupo a las secuencias culturales de la arqueología de Arica. Allí, sintetiza del modo siguiente sus aportes: "su esfuerzo mayor se concentró en organizar los cuadros cronológicos del desarrollo cultural de la Primera Región". (Orellana, 1996: 183).
(2) Hacia el año 1960, durante las vacaciones de verano, hurgábamos con el jesuita Enrique Alvarez (1917-1986) unos conchales sitos en la desembocadura de un pequeño estero costero en el sitio de Las Brisas, a unos pocos kilómetros al sur del balneario de Santo Domingo. Alvarez era muy aficionado a la arqueología y en esos conchales, en medio de la arena, hallábamos puntas de proyectil de los antiguos pobladores indígenas, pequeños trozos de cerámica y unas diminutas figurillas humanas toscas hechas en greda, fragmentadas, de unos 3 a 5 cm de longitud. Recuerdo que éstas nos llamaron profundamente la atención. ¿Qué representaban?. ¿Eran amuletos o, tal vez, objeto de algún ritual propio de pescadores?. ¿O juguetes de los niños?... Hasta hoy, me asaltan muchas inquietudes y dudas al respecto. Por horas, nos entreteníamos allí con Alvarez buscando afanosamente y colando entre la arena los elementos propios de la cultura de los pescadores antiguos. En cierto sentido, considero hoy que el jesuíta Enrique Alvarez fue, en cierto modo, mi primer "maestro" en arqueología: él me incitó a seguir investigando la zona. Poco después, recorreríamos juntos (años 1963-64) los conchales de los pescadores descubiertos por mí al N. de la ciudad de Antofagasta, no lejos del Hipódromo, donde hallamos varios litos geométricos de piedra arenisca, redondos, con señas de uso, idénticos a los bien conocidos de la cultura Huentelauquén.
(3) Los primeros descubrimientos arqueológicos de Percy Daueslberg se remontan a los años 1955/56. Con sus amigos Luis Alvarez, Guillermo Focacci y Sergio Chacón, constituyó un equipo compacto de trabajo y fundaron el primer Museo arqueológico de Arica en la calle Sotomayor de la ciudad. Dotado de una enorme energía, Dauelsberg editó, con el apoyo de sus compañeros, una valiosa publicación intitulada: "Boletín del Museo Regional de Arica" que alcanzó a publicar siete números. Aunque de apariencia muy austera y humilde, allí Dauelsberg y sus socios, volcaron todas sus experiencias y primeros trabajos y dieron a conocer sus notables descubrimientos de las diferentes fases culturales locales que denominaron respectivamente como Faldas del Morro, Cabuya, Sobraya, Chilpe, Saxamar, y estilos cerámicos denominados como San Miguel, Pocoma o Gentilar. Después de Max Uhle y Junius B. Bird, son sin duda Percy Dauelsberg y su grupo quienes dan un fuerte y renovado impulso a la arqueología de la zona de Arica entre los años 1955 y 1990.
(4) Véase el artículo del arqueólogo de la Universidad de Tarapacá, (Arica), Iván Muñoz Ovalle con el título de: "Enterramientos en túmulos en el valle de Azapa: nuevas evidencias para definir la Fase Alto Ramírez en el extremo norte de Chile", (Revista Chungará, Nº 19, diciembre 1987). Y el artículo: "El paisaje en la distribución de los túmulos funerarios del valle de Azapa, durante el período formativo, norte de Chile", Revista de Geografía Norte Grande, Nº 50, pp. 23-43, año 2011 de los autores Iván Muñoz y Francisca Zalaquett.
(5) En aquellas fechas, era muy común buscar y abrir tumbas indígenas para apropiarse de su rico ajuar tanto textil como cerámico. Recién las Leyes Indígenas (primero del Presidente Salvador Allende (1972) y después del Presidente Patricio Aylwin (1993) establecerán normas estrictas para controlar y sancionar estas actividades clandestinas. Son numerosos los viajeros y expedicionarios de los siglos XVIII y XIX que en sus relatos nos han dejado referencias explícitas a la búsqueda de tumbas, a menudo con el objeto confesado de reunir objetos de las culturas indígenas para surtir e ilustrar museos europeos de Inglaterra, Francia, Italia, Alemania o los Países Bajos.
(6). Las tumbas estaban muy próximas unas de otras, a veces a pocos centímetros de distancia. No pocas veces superpuestas. Es muy probable que los cuerpos depositados en este túmulo hayan estado emparentados entre sí y hayan pertenecido a un mismo grupo humano próximo, asentado en la zona para practicar una avanzada agricultura del maíz. Hoy, con las novísimas técnicas que existen para el estudio del ADN mitocondrial, sería perfectamente posible rastrear tal posible (o probable) parentesco. Reencontrar y reunir hoy todos estos antiguos hallazgos, posiblemente dispersos entre varios Museos y colecciones del Norte de Chile, parecería hoy una tarea titánica, casi imposible. Nosotros mismos -lo recuerdo bien- llevamos a Antofagasta de este mismo sitio, además de objetos varios, tres momias para ser expuestas en nuestro flamante museo de la Universidad del Norte de calle Prat (septiembre 1964). Es posible que este túmulo haya encerrado más de 100 tumbas abarcando, tal vez, un período de ocupación de más de 200 años.
(7). Es casi seguro que cuando en mi relato yo indico la presencia de un "cantarito" o "cántaro muy pequeño", me estoy refiriendo a los llamados "coquitos", término utilizado por los miembros del equipo de Dauelsberg.( Cf. nuestra Nota Nº 11). Autores posteriores les denominan "mates" por su forma oval característica.
(8) Son objetos muy pequeños, cilíndricos, de unos 20-22 mm de ancho, labrados en madera, provistos de un apéndice, que por su forma se asemejan a los trompos de los niños. Llagostera (0p. cit, 1969: 86) es de opinión de que serían juguetes de los niños. Al parecer, eran encerrados en pequeñas redecillas, al modo de un cascabel, cuyas huellas textiles se ha conservado adheridas a los objetos.
(9) Estos "palitos" (como los de té) tal vez eran alguna medicina o remedio para ser tomado mediante infusión. En realidad, no lo sabemos. De ser exhumados y estudiados hoy día, se podría fácilmente descubrir su origen y procedencia, gracias al microscopio electrónico y a los métodos de la etnobotánica andina, especialidad que ha hecho enormes avances en los últimos 30 -40 años.
(10). "Coquitos". Se trata de ceramios muy pequeños, de forma ovoide, (aproximadamente 75 mm. de diámetro x 68 cm de alto) cuya función exacta se desconoce. Se especula que también serían implementos para el juego de los niños pequeños, ya que aparecen preferentemente en sepulturas de niños.
(11) Esta tumba fue abierta antes de nuestra llegada, por la familia Ramos Coddou, la que reservó para sí todo su contenido aunque a pedido nuestro nos permitió tomar fotografías al conjunto que según ellos conformaba la totalidad del ajuar respectivo (Ver Figs. Nº 5 y 6).
Fig. 5. Foto del contexto completo hallado en esta tumba (Parcela 19), tomada por nosotros in situ. Es ésta una de las poquísimas fotografías que conservo de esta excavación. A juzgar por el texto de nuestro diario de campo de la época, se tomaron muchas más fotos, cuyos negativos no han aparecido en nuestros archivos.Fig. 8. Formas cerámicas halladas en una tumba del mismo montículo funerario, excavada por los miembros del museo Regional de Arica donde apareció otra máscara de oro (en articulo Larrain-Llagostera, 1969; 89. Dibujo de A. Llagostera).
(12) La referencia a "lana de vicuña" nos fue sugerida por el arqueólogo Guillermo Focacci quien excavaba al mismo tiempo que nosotros en dicho montículo.
(13) El hallazgo en este mismo montículo por obra de Guillermo Focacci de una tumba de grandes dimensiones, donde se halló como ofrenda 16 ceramios, consta en nuestro trabajo con Agustín Llagostera del año 1969: 92.
(14). Las referencias sobre esta tumba Nº 22 y la siguiente, no proceden de nuestro Diario de Campo de la época, sino han sido resumidas de nuestro trabajo posterior del año 1969 (Larrain y Llagostera, publicado en la revista NORTE, de la Universidad del Norte, Antofagasta (Vol. 3, Nº 1, pp. 80-84). Proceden con certeza del mismo montículo funerario y de la misma fecha. La tumba Nº 22 fue excavada por la familia Ramos Coddou, dueña de la parcela 19. (Vea Figs. 5 y 6).
(15) Se debe al médico italiano Dr. Juan Noé Crevani (1877-1947), el haber atacado con éxito a partir del año 1937 hasta el año 1953 esta plaga que azotaba con vehemencia desde antiguo los valles de Azapa, Lluta y Camarones. Estudios realizados por él en esas épocas señalaban que más del 70% de los campesinos de dichos valles estaban infectados por el paludismo, sufriendo sus severas consecuencias. Un botón de muestra: cuando yo residía en la ciudad de Arica entre fines de 1971 y 1972 recuerdo que uno de mis compañeros de trabajo, el arqueólogo Guillermo Focacci Aste, ariqueño, sufría de este mal que lo obligaba a veces a ausentarse del trabajo, cuando arreciaban los virulentos ataques de esta enfermedad. En honor al Dr. Noé, el erradicador de la malaria en la región, el hospital de la ciudad lleva hoy su nombre.
(16) Las denominaciones propias de los estilos cerámicos "Pocoma", "San Miguel" o "Gentilar" fueron sugeridas (y posteriormente aceptadas) por los integrantes el grupo arqueológico de Arica, dirigido por Percy Dauelsberg. Figuran por primera vez en su artículo titulado: "Innovaciones en la clasificación de la cerámica de Arica", en el Boletín Nº 4 del Museo Regional de Arica (1959/61). Los estilos denominados respectivamente "Pocoma" y "Gentilar", se presentan en los ajuares funerarios casi siempre juntos, en la misma tumba, lo que significaría que no solo fueron estrictamente contemporáneos, sino también que fueron producidos (o adoptados como propios) por el mismo grupo cultural. En otro capítulo de este mismo blog hemos sugerido la hipótesis de que estos dos estilos cerámicos (Pocoma y Gentilar) y posiblemente también San Miguel, hayan sido creados y utilizados por el grupo étnico local conocido como "puquina". Sabemos de su existencia y su importancia por las fuentes históricas del ámbito extremo sur peruano (Arequipa y Tacna) y norte chileno (Arica hasta el río Loa), por los recientes estudios lingüísticos (toponímicos) del estudioso peruano Rodolfo Cerrón Palomino pero no ha sido posible todavía aislar e identificar con certeza el legado cultural cerámico y textil propio y característico de este grupo étnico (Vea al respecto nuestro capítulo del blog titulado: "Apuntes sobre los puquinas: un desconocido pueblo indígena habitante del extremo sur peruano y Norte de Chile (Regiones de Arica y Tarapacá)", editado el 29/03/2019.
Agradecimientos.
Deseo estampar aquí, en forma especial, mi gratitud hacia la hermanas Teresa y Magdalena Ugarte Silva, mis simpáticas vecinas, quienes me han solucionado todos los problemas técnicos con que tropiezo a cada rato, por mi torpeza senil.