Nuestro personaje y su única obra.
Testigo presencial.
Pizarro se refiere con desdén a los que antes han escrito sobre el Perú sin haber sido testigos presenciales. Su ágil relato, por lo detallado y preciso, da una fuerte impresión de objetividad. Al referirse a las “minas que están en Tarapaca”- lugar que visitó personalmente en busca de ricas vetas- sin el menor género de duda, se está refiriendo al mineral de plata de Huantajaya, y muy probablemente al sector correspondiente al alto del cerro de San Simón. No existió ningún otro filón de plata explotado por las cercanías, pues el Mineral de "Santa Rosa", hoy geográficamente muy próximo, fue recién trabajado a partir del siglo XVIII, no antes, al menos según los antecedentes de que disponemos.
Muy valiosa es su clara referencia al hecho de que este yacimiento, que hoy conocemos como "Huantajaya" ya era bien conocido y explotado en el tiempo de los Incas para la extracción de plata. Sin duda alguna, sólo mediante el sistema de "catas" o sondeos, o pequeñas galerías cerca de la superficie; hay que descartar, en todo caso, la perforación de pozos profundos. Estos, con profundidades de más de 200 y 300 metros, sólo serán perforados a mediados del siglo XVIII.
El texto alusivo a las "minas de Tarapaca":
Analicemos con especial esmero este notable texto, entre los más antiguos lejos es el más explícito y detallado referente a estas Minas de Tarapacá.
Se señala explícitamente que de las Minas de Porco, que estaban en tierras de Hernando Pizarro y “de las Tarapaca”, se sacaba antiguamente plata para el Inka:
“Y en este tiempo, descubrió Hernando Pizarro [primo de Pedro] las minas de Porco y tomó aquella rica mina que allí tiene; que destas minas y de unas questán en Tarapacá, tierra yunga, legua y media de la mar del sur [esto, es 8-10 km. del mar] sacaban plata para los Yngas, que las de Potosí en tiempos de españoles se labraron, aunque los naturales tenían algunas catas en ellas” (edición 1944:150).
Un poco más abajo (p. 151), vuelve a referirse al tema:
“Hay otra parte que sacaban plata ansimesmo como tengo dicho, que se llamaba Tarapaca. Tiene este nombre de Tarapaca por un pueblo que ansí se llama, questá doce leguas destas minas. Están estas minas de Tarapaca en unos arenales”.
Examinemos con algún detalle este valioso texto:
a) No se nombra el lugar exacto de las minas por su actual topónimo “Guantajaya”. Tampoco lo hará el Testamento de Lucas Martinez Vegazo, hecho en noviembre del año 1565, quien se refiere a ellas como “las minas de plata de Tarapacá”. Sólo se les llama inicialmente las “minas de Tarapaca”, por quedar en las cercanías y en el distrito de este pueblo indígena. Y, probablemente, porque era el cacique de Tarapacá el usufructuario de dichas minas para el Inca. Pero lo que sí nos sorprende bastante es que se llame al pueblo al modo indígena, como “Tarapaca” (como palabra grave, sin acentuación en la á final) y no “Tarapacá”. Lo que querría decir, al parecer, que Pedro Pizarro usa todavía la manera de pronunciar indígena local: “Tarapaca”.
b) Se señala que el agua dulce para la bebida se trae de muy lejos, desde doce leguas de distancia. Siendo la legua una medida española “itinerante”, es decir el espacio que se cubre caminando a pie o a caballo en una hora de tiempo, la distancia de “una legua” se ha solido calcular aproximadamente en unos 6 km. Lo que haría unos 74 km. de recorrido. (A través de Google Earth hemos calculado exactamente la distancia en línea recta Huantajaya-Tarapacá en 68 km.).
c) “a doce leguas”, igualmente, se encuentra según el cronista Pizarro el agua para la bebida; esto coincide exactamente con la localización de las vertientes en Huarasiña y/o Tarapacá, lugares donde había agua permanente. Esta agua es la que permitirá al encomendero Martínez Vegazo accionar su molino de Tarapacá y la fundición de plata en el sitio inmediato de Tilibilca.(Cf. Trelles, 1988);
d) Las Minas dichas se encuentran “en unos arenales”. Para los españoles la ausencia total de vegetación del lugar les permite calificar el sitio como “arenales”, pues no otra cosa sino arena suelta era y aún es el material visible en toda el área alrededor de Huantajaya.
e) Pizarro señala la riqueza de estas minas:
“es el metal de plata que en estas minas hay muy rico, porque lo más que se ha sacado dellas es plata blanca acendrada, y aún quieren decir que tiene quilates de oro”. “Hay tantos veneros a manera de vetas en diez leguas al rededor de lo que se ha visto, como venas tiene una hoja de col, y en todas las partes que cavan sacan metal de plata, uno más rico que otro” (1944: 151);
f) el grave problema con que se tropieza aquí es la falta de agua para accionar los quimbaletes o molinos. “Por la falta de agua que tiene tan grande no se labran estas minas ni se ha descubierto la riqueza que en ellas hay”.(1944: ibid.).
g) Reconoce que Lucas Martínez Vegazo labraba, sin embargo, estas minas, “porque tenía en encomienda estas minas de Tarapacá”.
h) Nos indica igualmente, que este encomendero “halló unas papas de plata redondas como bolas, questos indios llamaban papas, sueltas entre la tierra, de peso de doscientos pesos, y de trescientos y de quinientos y de arroba y de dos arrobas, y aconteció hallar papa que pesaba un quintal…Hallábanse estas papas a tiempos…”.
i) Nos indica que Pedro Pizarro tenía su encomienda “cerca destas minas”. ¿Cuál era ésta?, Casi ciertamente la de Tacna, que por entonces compartía con el encomendero Hernando de Torres.
No nos queda nada claro cómo pudo Pedro Pizarro pretender acceso y ejercer propiedad sobre estas minas, tan próximas a las de Martínez Vegazo a sólo “dos tiros de arcabuz” de éstas, como señala en su texto. Tal vez, porque la jurisdicción de las encomiendas de ambos era de límites muy imprecisos en este sector costero, o más probablemente, porque el descubridor de vetas tenía, ipso facto, derecho sobre la explotación de éstas, cualquiera fuera el dueño de la encomienda respectiva.
j) El texto del cronista nos sugiere que uno de sus indios de encomienda le advirtió sobre la presencia de “una mina más rica que la que Lucas Martínez labraba, y yendo en busca della, topó unas catas que los indios antiguamente labraban a dos tiros de arcabuz de la cueva de Lucas Martínez”.
Pedro Pizarro busca, según el texto, “en una cata pequeña …poco más de dos palmos debajo de la tierra, se halló unas piedras a manera de adobes que en obra de medio estado questaban estas se sacaron mas de tres mil pesos de pedazos de piedras a manera de adobes de plata blanca que subía de la ley”.
La distancia señalada como de “dos tiros de arcabuz” (esto es, del equivalente a unos 100-120 metros lineales) nos estaría probablemente indicando que las vetas explotadas por esas fechas por Martínez Vegazo, entre los años 1545 y 1565, correspondían todavía al área alta del cerro San Simón, y no a los faldeos orientales del cerro de San Agustín, (zona del llamado “hundimiento”) donde se asentará el grueso de la población colonial en el siglo XVIII.
k) Pedro Pizarro, creyendo haber dado con la veta principal tras el hallazgo de gruesas papas de plata como “adobes”, invierte “más de veinte mil pesos, cavándola dieciocho estados de peña viva”. [esto es una profundidad de aproximadamente 30 metros, según 'El Tesoro de la Lengua Castellana o Española' (Madrid, 1611), de Sebastián de Covarrubias Orozco, primer diccionario de la lengua española.]. Grande fue su desilusión al no hallar más metal de plata. Aparentemente, tras este enorme esfuerzo inicial, el cronista abandonó el trabajo.
l) Una afirmación general sobre la riqueza de la zona queda explícita en esta cita del cronista: “Aquí en Tarapacá hay grandes riquezas de minas encubiertas, que por falta de agua que hay y de leña no se descubren. Agora andan en busca dellas” (1944: 153). Esto lo dice cuando está por terminar su obra, esto es hacia 1570-1571, más o menos. Lo que no sugiere, al parecer, que todavía por esas fechas subsiste en la zona un enorme interés por la minería metálica en Tarapacá.
El historiador nortino Oscar Bermúdez, en su obra: “El Oasis de Pica y sus nexos regionales, (Arica, 1986) en cambio, afirma que entre 1539 y 1559 “se hace escasa explotación en Huantajaya de suerte que la actividad española desde Pica a la quebrada de Tarapacá ha sido de importancia ínfima en esas primeras décadas” (Bermúdez, 1986: 17).
Pedro Pizarro y Lucas Martínez Vegazo, el encomendero de Tarapacá.
El análisis interno del Testamento de Martínez Vegazo, cotejado con la Crónica de Pedro Pizarro y otros documentos, nos confirmaría en la sospecha nuestra de que hasta su muerte ocurrida en 1765, mantiene Martínez Vegazo asiduos trabajos de extracción de plata por medio de esclavos negros e indios en los altos de Guantajaya y en la fundición de plata establecida por él en Tilibilca, junto a Huarasiña, donde posee, según el mismo Testamento, una propiedad grande que testará a favor de sus fieles yanaconas. Y esos trabajos suponen nutrido tráfico entre Tarapacá y Huantajaya, trasladando continuamente obreros, enseres y herramientas, agua y alimentos frescos, además del mineral mismo de buena ley para ser fundido en sus buitrones de la quebrada de Tarapacá. (Cf. Trelles, 1988).
Lo dicho más arriba nos confirma plenamente que Pedro Pizarro no sólo se refiere con certeza al yacimiento de plata de Huantajaya cuando habla de "sus minas en Tarapacá", sino que, además, nos asegura que él mismo explotó uno de sus filones, invirtiendo cuantiosas sumas en ello, a muy corta distancia de la propia explotación realizada por Lucas Martínez Vegazo.
Su fiel relato también parece sugerir que pronto decidió abandonar tal proyecto minero, abatido por su fracaso. A partir de entonces, a lo que creemos, el encomendero Martínez Begazo ya no tiene contendiente alguno en dicha zona minera, la que de acuerdo al Testamento publicado por Efraín Trelles, sigue explotando activamente hasta el fin de sus días.
En toda caso, Pedro Pizarro queda de este modo clara e indisolublemente unido a la historia temprana y al destino del glorioso mineral de plata de Huantajaya, junto a Iquique.
Sus enseres de cuero, sus botijas, sus caballos o mulares o posiblemente sus herraduras, deben estar aún ahí, esperando al venturoso arqueólogo que quiera desenterrarlas.
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