domingo, 30 de octubre de 2016

Recordando a Heinrich Froehlich Ludowieg, el genio creador de la viña "Canchones", cerca de La Huayca (Tarapacá), a los 50 años de su partida.




                           
 Fig. 1.   Heinrich Froehlich  de edad de  unos 30 años, época de la llegada de su esposa Martha  desde Alemania (hacia 1932).

El 8 de octubre de  1966, esto es hace exactamente hace 50 años, moría en Santiago de Chile víctima de una insuficiencia cardíaca  el  notable  genio creador de la primera viña plantada en la Pampa del Tamarugal en el año  1929.  Heinrich  Froehlich Ludowieg (llamado familiarmente  “Don Enrique” por sus operarios)  había nacido en la ciudad alemana de Eisenach  en    1902, y   poco después del término de la primera guerra Mundial,  en  1922,  partía al lejano Chile  dejando atrás un país asolado  y destruido por el fragor de la contienda. Soltero audaz y con algunos conocimientos de química y agricultura, huía del desconcierto, del dolor de tantas familias cercanas a él y del caos producido por la postguerra, buscando nuevos horizontes donde instaurar una nueva vida y formar una familia. Llega directamente a Iquique. Alguien  le ha aconsejado venir a  asentarse en Tarapacá,  tierra de promisión,  la tierra del salitre y del guano. Seguramente,  Heinrich había oído hablar en Alemania de este notable abono natural (el nitrato de sodio o NaNO3) que por decenios inundó profusamente de propaganda  los mercados alemanes y europeos. Chile era allá mucho más conocido por su nitrato ( Chile Salpeter en alemán) que por otras bondades como su agradable clima, sus lagos o sus impenetrables bosques sureños.

Una vez en Iquique, traba relación de negocios y amistad con otro alemán, Peter Müffeler quien por entonces  regentaba una casa comercial dedicada a la importación de automóviles y repuestos. Estamos en el año 1923.  Müffeler viaja en su flamante automóvil con alguna frecuencia  a Pica, donde conocerá pronto  a su futura  esposa, Nora,  la hija del único médico del pueblo el Dr. Juan Márquez. A su paso obligado por la zona de la Huayca, por caminos de tierra que hoy consideraríamos intransitables, ambos toman conocimiento  directo del sistema agrícola de los  “canchones”,  que por entonces florecían a orilla de carretera y producían  verduras, forraje y  frutos como sandías y melones. Aquí, sin duda alguna, es cuando Froehlich vislumbra la posibilidad de instalarse e iniciar experiencias agrícolas.  Según el escritor Domingo Santa María que lo entrevista allí a mediados  del año 1953,  su interés primerizo en esta zona fue  criar gallinas, aprovechando la posibilidad de  cultivar  pasto  (alfalfa) y otras semillas a muy bajo costo, utilizando el alto nivel freático del agua subterránea que por entonces se hallaba a  muy escasa profundidad. 

Las “chacras sin riego”  de la pampa, venían siendo conocidas desde tempranos tiempos  españoles –y tal vez desde  mucho antes -, pues los indígenas de costa peruana las  conocían con el nombre de  “mahamaes”.  Estas “chacras” lucían a su paso como  verdaderos vergeles en medio de las ardientes y sedientas arenas del Tamarugal. Si las viñas se daban tan bien en la cercana localidad de Pica, desde tempranos  tiempos coloniales, ¿por qué no podrían también darse  con éxito  en un clima  de temperaturas más  cambiantes entre el día y la noche, con elevadas temperaturas  diurnas?.  Había que probar.  Y Froehlich – no me queda duda alguna- convence a Müffeler para formar una sociedad en la que él (Froehlich) pondría su trabajo y su tenacidad y Müffeler, el comerciante,   el dinero para comprar la primeras cuatro hectáreas en el sitio llamado “Los Puquios”, donde  ya existían pozos  y plantíos de  vegetales  en “canchones”.

¿A quién compraron?. No nos consta. ¿Cuánto les costó?, tampoco sabemos.  Pero a los pocos años, tras  exitosas experiencias con gallinas, gansos  y chiqueros de cerdos,  deciden plantar las primeras vides.  Las cepas –según Eleonor Froehlich, hija única de Heinrich, consultada por nosotros al efecto en 1995,  habrían sido traídas desde la zona de La Serena.  En los inicios del año 1929 –cuando el que esto escribe hacía sus primeros balbuceos-,   Froehlich empieza  a plantar su viña la  que  bautizará  significativamente como   “Froehliches Weinberg”, expresión  que  en  lengua alemana significa a la vez   “Viña Feliz”  y “Viña Froehlich”.

La tapa del álbum fotográfico que muestra  el desarrollo de sus experiencias agrícolas, a partir de febrero 1929  dice textualmente:  “El nacimiento y desarrollo de la Viña Froehlich a partir de febrero 1929”.   F y M  son iniciales por Froehlich y Müffeler.

Siguen años de intensa y frenética actividad agrícola sobre la  cual Domingo Santa María, testigo presencial, comenta: “Bajo el cuidado cariñoso de este hombre, se ven todos los cultivos debidamente controlados, con experimentación de abonos y enmiendas. Se extienden allí las canchas variadas: alfalfa, algodón, tomates, cebollas, lechugas, trigo,  viña, palmas datileras y tantas otras”. (Cf. El Diario “El Tarapacá” de Iquique, domingo 5 de julio de 1953).

Froehlich no solo planta en forma entusiasta, también experimenta y  lleva controles meteorológicos estrictos, registros  de fechas de siembra,  de tipos de abonos y semillas, sobre todo cuando la CORFO, hacia el año 1946, observando sus notables éxitos, le contratará  en  su predio de Canchones, al frente de Los Puquios,  para hacerse cargo de una “Estación Experimental Agrícola”. Esta será  una de las cinco que esta institución estatal  abrirá  con éxito  a partir del año 1943 para la investigación agrícola en diversos sectores de la pampa del Tamarugal. La CORFO, en esas décadas,  estudia y analiza  las potencialidades  agrícolas de la pampa,  tarea lamentablemente dejada de lado hoy, justo cuando ciudades como Iquique, Alto Hospicio, Pozo Almonte  y Huara   alcanzan una población conjunta cercana ya   a los  400.000 habitantes, constituyendo un poder comprador  enorme que hoy tiene que abastecerse desde la lejana  Arica o La Serena.
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Hacia  1930,  Froehlich considera que  su situación económica se ha consolidado lo suficiente y piensa seriamente en  contraer matrimonio.  Ya no es tan joven. Cuando su futura esposa,  Martha Bohm, llega por fin por la vía del Cabo de Hornos desde Golzow, Alemania,  en 1932 para constituir  una familia, Heinrich ya tiene  30 años bien cumplidos. ¡Extrañamente, solo se habían conocido previamente  por correspondencia!.  Una  única hija, Eleonor  alegrará este matrimonio  al llegar al hogar pampino  de Los Puquios en el año  1935. Ella  disfrutará, en plena pampa reseca,  de  los graznidos de gansos, gallinas o patos, o  del rebuznar de burros y  mulas de carga.  Junto a los fieles peones  de la Estación Experimental,  y a su fiel burrito regalón, recorrerá muchas veces  las callejuelas angostas de La Huayca, musitando sus canciones en alemán, enseñadas por su madre.  Primero en casa  aprenderá solo el alemán;  más tarde, ya niña, será  el castellano, que le enseñará su propia madre, diccionario en mano. Hasta hoy, la pampa ejerce sobre ella una fascinación indescriptible, unida a sus más lejanos recuerdos de niñez.
                     
                      
Fig. 3. La familia Froehlich-Bohm en  el  predio de Los Puquios  hacia el año  1950.

Cuando la CORFO le confía la  dirección de la Estación Experimental de Canchones, Froehlich acumula ya una experiencia de más de 20 años en la zona. Ha probado todo. Conoce como nadie las veleidades del clima pampino  y de los vientos repentinos que levantan nubes de polvo salino. Su rica experiencia induce a la CORFO a  proponerle  en  el año  1956,  partir  a Antofagasta, a transformar esta vez  los  áridos suelos arenosos de “La Chimba”,  lugar donde  crea, al poco tiempo, con el apoyo de ingenieros agrícolas especializados,  un vergel  que riega con novísimos sistemas de riego por aspersión.  ¡Aquí no hay aguas subterráneas a escasa profundidad, como en Canchones!.  En el invierno del año 1963, tuve yo mismo la gran  suerte de conocer esta experiencia en la zona de “La Chimba”,  en mis recorridos por los sitios arqueológicos vecinos a la ciudad. La quebrada de “La Chimba” era uno de ellos. Aquí probará nuevas variedades de claveles y experimentará con el aprovechamiento de la basura como abono: ¡todo un  innovador tecnológico!. Aquí, igualmente, ejercitará gustoso sus cualidades de músico al integrar como violinista la orquesta sinfónica de la ciudad.
                                       
                                          
Fig. 4.  Froehlich  acariciando su burrita preferida, la cabalgadura de su hija Eleonor, en Los Puquios, hacia  1937-38.

De las experiencias agrícolas de Froehlich  no quedan hoy  sino los Informes presentados puntualmente a CORFO, firmados por él y  un par de álbumes de fotografías de sus cultivos tanto en “Los Puquios” (Tarapacá)  como en “La Chimba” (Antofagasta). Éstos, más otros documentos relativos a sus experiencias agrícolas, podrán examinarse y estudiarse, por fortuna, en el Archivo Regional de Tarapacá de la DIBAM, en las dependencias de la biblioteca de la Universidad Arturo Prat de Iquique,  donde han  sido recientemente entregados por expresa voluntad de su hija Eleonor.

                  
Fig. 5.  Etiqueta original de los vinos “Canchones” de Froehlich y Müffeler.


Heinrich Froehlich, el genio creador de viñas pampinas,  fallece el 8 de octubre del año 1966 en Santiago, donde fue llevado de urgencia desde Antofagasta. Fue demasiado tarde. Nunca se preocupó de su salud, ya resentida por su afición desmedida al cigarrillo, tanto fue el amor  que prodigó a manos llenas a  su nuevo terruño: el desierto chileno que siempre consideró como su nueva patria.  El gobierno de Chile le concedió, por sus grandes méritos, la Orden al Mérito en  1939  y, posteriormente,  la ciudadanía chilena  por gracia y por sus notables méritos   estando ya en los campos de “La Chimba”,  en Antofagasta.

La desaparición de este gigante, ocurrió hace exactamente cincuenta años.  En estos mismos días, sin saberlo, la Universidad  Arturo Prat en Canchones  celebra y festeja  la séptima vendimia de las parras,  hijas y nietas de las mismas cepas plantadas por Froehlich entre  1929 y 1930.  Pero la figura de su genial autor, el creador, el soñador,  parecería estar  ausente.

 Al parecer, nadie aquí en Tarapacá se ha  percatado de este aniversario, el  que ha  transcurrido en un sepulcral  y  casi religioso silencio. En el predio universitario de Canchones  -su campo experimental por tantos años-  tampoco resonaron las campanas del recuerdo. Los alumnos de agricultura del desierto, no lo supieron ni lloraron por él… Tampoco  en Iquique, su ciudad adoptiva, ha tenido lugar alguna especial recordación en su homenaje.  Es el destino de los grandes: “crear  con su  tenacidad e ingenio grandeza, para luego desaparecer calladamente, dejando sin embargo una tenue estela visible”.

A la postre  -lo sabemos- “la verdad termina por triunfar”. La historia,  fiel  y respetuosa de las acciones del pasado, se encargará de ello algún día. Es en parte el motivo y la justificación de esta nota de recuerdo que entregamos con satisfacción hoy a nuestra olvidadiza y desmemoriada Región de Tarapacá.  Creemos que esta Región no puede ni debe olvidar a sus próceres, a  aquellos escogidos que la hicieron grande. Éste fue -qué duda cabe-  uno de ellos.  Y uno de los grandes. Heinrich  Froehlich  merecería tener, a juicio de los expertos,  un monumento  digno  e imponente,  en el sitio mismo de sus audaces y exitosas experiencias: en el corazón de la pampa del Tamarugal, en Canchones. Para recuerdo perpetuo y ejemplo de las futuras generaciones. Tal vez esto ocurrirá  algún día… ¡Ojalá!.

Apéndice fotográfico.

Fig.  6. los padres de Heinrich en Eisenach, en  imagen captada en 1919, según consta al  reverso de esta fotografía.


                                           
Fig. 7.   En su casa de Los Puquios, levantada por  el esfuerzo de Froehlich hacia  1932. Aquí Eleonor, su hija,  tiene unos  seis años. Fecha probable de la fotografía  1940 o 1941.

                            
         Fig. 8.   Pequeño recordatorio levantado en el fundo Canchones, propiedad actual de la Universidad Arturo Prat, en julio del año 2008.  La lápida fue traída  por su hija desde Santiago.                                   

Fig 9.  El entorno  del pequeño monumento en el predio agrícola de Canchones, que  hoy casi pasa totalmente desapercibido al visitante. Aquí mismo, junto a las antiguas construcciones de la CORFO, aún en pie, debería alzarse un digno monumento futuro a  las figuras de estos dos alemanes por su titánica obra de crear una viña  en el Tamarugal y un vino de  sin igual calidad.


Epílogo.

Nos parece obra de elemental justicia  destacar con un monumento digno las figuras de H. Froehlich y P. Müffeler quienes comprobaron experimentalmente las potencialidades agrícolas de esta pampa, otrora solo poblada de tamarugos y retamillas. 


(Nota:   más antecedentes personales  e imágenes de H. Froehlich y su obra en el Tamarugal, podrá encontrarse en este blog http:/eco-antropologia.blogspot.com bajo las etiquetas o rótulos:  Heinrich Froehlich, Martha Bohm, Los Puquios, Vitivinicultura, Pampa del Tamarugal). 

viernes, 21 de octubre de 2016

Referencias al Camino del Inca en la obra del naturalista Rodolfo Amando Philippi: Ojeando su obra: "Viage al desierto de Atacama" (1860).

Nos hemos deleitado recientemente releyendo, por  enésima vez,  la obra magistral del científico y naturalista alemán R. A. Philippi "Viage al desierto de Atacama", publicada en edición  simultánea en castellano y alemán, en Halle (Sajonia)  en 1860. Hurgando entre sus densas páginas uno encuentra, cada vez, nuevos tesoros semiocultos entre una verdadera jungla de descripciones científicas de plantas y animales halladas por él en el desierto. Asombra, a la verdad,  la notable capacidad de observación del sabio y su increíble memoria para retener tanta y tan variada información. Sabemos que tomaba breves notas en terreno a la vez que hacía  mediciones y cálculos de altitudes, mientras colectaba celosamente especímenes de plantas y animales para su Museo de Santiago. Así y todo, conociendo las terribles penurias de su viaje  en mula y  a veces a pie  y las privaciones propias de un lento transitar por regiones sujetas a bajas temperaturas, terrenos pedregosos y vientos heladísimos, nos impresiona vivamente  su capacidad de retención y su demostrado  interés por las más variadas expresiones  de la Naturaleza y del hombre, su ocupante. Casi nada escapa a su atención.  Con el mismo interés y disciplinado  ejercicio todo lo observa y anota,  y todo lo pregunta incansablemente. Sus arrieros -como el mismo varias veces lo indica en su texto-  son para él fuente decisiva de información tanto geográfica y económica,  como ecológica y antropológica. De ellos aprenderá ciertamente los nombres de parajes recorridos y topónimos de cerros y fuentes de agua. Los nombres de lugares (topónimos) y los nombres de plantas y animales, asì como sus virtudes, utilidad y  modo de empleo, ilustrarán tanto su cartografía final (dibujada prolijamente por su compañero de viaje  el ingeniero Guillermo Döll), como sus capìtulos descriptivos redactados en castellano y en latín.


 El  viaje transcurre entre el 30 de noviembre  de 1853 (Caldera)  y el 27 del  mes de  febrero del año 1854 (Copiapó), esto es un total de  91 días de recorrido ininterrumpido, de acuerdo a las observaciones astronómicas y geográficas anotadas prolijamente por Philippi (Cfr. Philippi, reedición 2008:  163-171).  Philippi no era por entonces un hombre  joven. Tenía ya 45 de edad bien cumplidos cuando inicia su agotador viaje por tierra desde el puerto de Taltal. 

Referencias al camino del Inca.

En varias secciones de su obra, Philippi hace referencia al "Camino del Inca". Analizaremos   las citas una por una para descubrir aspectos que  para él son importantes. Para  él, esta huella especial posee ciertas características  que claramente la diferencian de otras rutas del desierto que a eél le toca seguir a menudo. Veámoslo.

Primera referencia. La primera mención la hallamos en su relato del 19 de Enero del año 1854 en el trayecto de  Imilac a los Altos de Pingopingo:

"El lugar más alto del camino que alcanzamos a la una de la tarde tendrá  sus  3.672 metros de elevación. Desde este punto se presentan  muy bien los altos cerros al oriente, el Púlar, Péltur, Socompas, etc. El camino del  Inca atravesaba el nuestro viniendo del norte por un pequeño vallecito, pero lo cruzamos sin verlo: Don Diego no se acordó de mostrárnoslo y ese camino es un trabajo tan insignificante que  no salta a la vista. Desde  esa altura el camino baja insensiblemente, siendo la loma ancha casi horizontal y formada casi solamente de ripio como lo demás del desierto". (Philippi, edic  2008:60-61).

Comentario nuestro:

a) El camino Inca  tiene un evidente rumbo norte-sur,
b) Se le cruza casi sin verlo porque  apenas es reconocible a la vista.
c) Presenta un trabajo insignificante.
c) Solo supo  Philippi de su existencia porque su guía don Diego de Almeyda lo recordó poco después.

Segunda referencia:  al sur del pueblo de Toconao. Fecha:  22 de Enero del año 1854:

"Casi en la mitad del camino (del Agua de Carvajal a Atacama) hay una aguada llamada agua de Chile, chilipuri en idioma atacameño, y luego el tambillo inmediato al camino y a unos charcos de agua llenos de chara  (chara, nombre atacameño dado a un alga muy abundante en los charcos y  pequeñas vertientes andinas)).  Es una de las casas levantadas en los caminos de Bolivia para alivio de los viajeros, institución benéfica que data de los tiempos de los Incas.  estas casas se llaman propiamente tambo (tambillo es el diminutivo). Es un solo cuarto, con paredes de barro, techo de lo mismo, sin otra abertura que la puerta y con un banco igualmente de barro a lo largo de las paredes. Desde el tambillo se divisa bien la arboleda del pueblecito de Toconao a la derecha, A tres legua y media de distancia,  y aún la grande (arboleda) de Atacama..."  (Ibid: 2008: 65).

Comentario nuestro:

a) el tambillo o chasquihuasi se hallaba  junto a unos charcos de agua. Donde esto fue posible,  estas casitas o recintos para los viajeros fueron construidos cerca del agua. Esto mismo lo hemos observado  nosotros  en Suca (Tarapacá)  en Tamentica,  (quebrada de Guatacondo) y en la quebrada de Maní,  junto al trazado del Camino Inca que  atraviesa toda la pampa del Tamarugal.
b)  Describe este tambillo como hecho de paredes y techo de barro con una sola puerta  y provisto de un banco lateral que servía  como cama, para  poner allí  los cueros y mantas de lana  para  dormir.
c) construidos  solamente para alivio y dormitorio de  los caminantes en sus viajes. No son casas de residentes.


¿Como supo Philippi de la existencia del Camino del Inca?

Nos preguntamos: ¿Cómo se enteró de que se trataba de  una vía incaica y no de otra huella cualquiera más reciente?. Somos de opinión de que esto se debe muy probablemente  a dos circunstancias:  a) Philippi había leído  detenidamente a  sus predecesores, en especial a Von Tschudi y D´Orbigny y, ademas, está familiarizado con  los relatos de los cronistas españoles  que describen el paso por el desierto de Atacama. Por tanto, ya sabe acerca de su existencia.  b) Parece entonces natural que preguntara por su trazado a sus guías atacameños y a Don Diego de Almeyda.  Lo dice expresamente. Este último también lo conoce por este mismo nombre y lo  ha seguido en alguna de sus secciones cuando buscaba afanosamente  minas. La existencia de esta vía norte-sur era, pues, bien conocida para los residentes  atacameños, pero no le daban importancia alguna, tan habituados estaban  a su  existencia.