miércoles, 24 de agosto de 2016

Noticias adicionales sobre el modo de vida y la cultura de los changos, pescadores-recolectores de las costas de Atacama: demografía, movilidad y embarcaciones.


Fig. 1.  Portada de la obra original de Philippi, publicada en Halle, Sajonia, en el año 1860.

En nuestro capítulo precedente, hemos  analizado con lupa  la información que nos entrega el sabio naturalista alemán Rodolfo Amando Philippi en su obra Viage al desierto de Atacama (Halle, Sajonia, 1860) sobre  el ecosistema  marino bañado por la neblinas costeras o camanchacas y  el hábito de la pesca de los changos pescadores de la costa.  En este capítulo entregaremos el resto de la información que nos suministra el investigador alemán sobre estos indígenas en diferentes páginas de su obra. Téngase presente, pues,  que el presente capítulo constituye con el anterior una unidad  indisoluble. 


Fig. 2. Parte del plano de la zona recorrida por la expedición Philippi  en 1853-54. Fue confeccionado por Guillermo Döll,  ingeniero geomensor,  infatigable compañero de viaje y faenas del sabio Philippi y alemán como él.  El plano muestra  el camino recorrido desde  Paposo, en la costa, cruzando el desierto hacia el Este,  pasando por Cachinal de la Sierra, Agua del Profeta, Varas, Punta Negra, Imilac,  Tilopozo, Peine, Toconao,  y finalmente el pueblo de Atacama.  De aquí la ruta se desviaba hacia el poniente para alcanzar Calama, y de aquí, siguiendo el curso del río Loa, las posadas de Calate,  Guacate, Miscante y Colupo, para desembocar finalmente en la costa,  junto a Gatico  (y Cobija).

Nos servimos aquí para nuestro análisis, de la reciente reedición  (2008)  hecha a la obra del sabio alemán  y editada por los Sres. Augusto Bruna y Andrea Larroucau para la  "Biblioteca Fundamentos de la Construcción  de Chile". (auspiciada por la Cámara Chilena de la Construcción,  Pontificia Universidad Católica de chile y  Biblioteca Nacional de Chile).

Los párrafos que siguen,  y que reproducimos aquí a la letra, nos completan  el cuadro de la ecología cultural que rodea la vida de esta etnia de pescadores, habilísima explotadora del medio ambiente marino de las costas desérticas del norte de Chile. En efecto, la vida de estas rústicas familias, sometidas a las exigencias de una suma escasez de agua y recursos vegetales,  nos demuestra una sorprendente adaptación al medio, del que dependen  a cada instante y que, a la vez, plasma y configura sus hábitos y su vida familiar, social  y económica.

El texto original (los párrafos entre paréntesis en negrita así como las notas numeradas, son nuestras):

(Importancia del lobo marino para los changos).

"Antes había en toda la costa muchos lobos marinos (1), que son de suma importancia para los habitantes, dándole sus botes, techo para sus ranchos, etc. (2), pero han  disminuido de repente  hace unos veinte años. Me contaron que entonces una peste, una especie de hidrofobia, atacó a todos los animales (3), no solo a perros y zorras, sino también  al ganado vacuno, caballar, ovejas y cabras; los pescadores creen que las misma enfermedad eliminó a los lobos, porque encontraron en esa época un gran número de lobos muertos en las playas (4), gordos y sin heridas. En el camino de Paposo a El Cobre, uno de mis mozos mató de un peñascazo a un lobo  nuevecito que dormía en un escollo de la playa;  era la Otaria porcina (Sem.) de Gay. (5).

(Presencia de la ballena en la costa).

"Se dice que aún el número de las aves ha disminuido mucho (6).  Hasta el año 1812 se extraía un gran número de plumas de alcatraz o pelícano de toda la costa, principalmente de Chañaral, que servían en general para escribir en vez de las plumas de ganso (7) y de acero que se usan actualmente. He dicho que la playa está cubierta de huesos de ballena; sin embargo, no he oído hablar de que haya encallado recientemente alguno de estos animales monstruosos ni que haya sido el aceite y barba de ballena  un producto de aquella costa" (8) .

(Vida social, lengua,  familia y trabajo).

"Los habitantes de la costa, desde Huasco hasta Bolivia (9), se llaman changos (10); es una tribu india que tiene actualmente la sangre muy mezclada (11). Su idioma ha sido el chileno o araucano, según me han dicho (12), pero actualmente lo han olvidado del todo y hablan solo el castellano.  El número de los que viven en el litoral del desierto será de 500 más o menos (13).  Hombres y mujeres viven separados la mayor parte del año, dedicados los primeros a la pesca o al trabajo de mina y ocupadas las otras en apacentar sus cabras, moviéndose continuamente de un lugar a otro según encuentran pasto y agua (14). En invierno, cuando el mar embravecido no permite la pesca, los hombres cazan guanacos (15).  No hay matrimonios verdaderos entre esta gente y, aunque tuviesen la mejor voluntad del mundo,  no podrían obtener la bendición de la Iglesia,  en razón de que no hay más que un solo cura en el departamento, en la ciudad de Copiapó (16).  Los hijos quedan con las madres, hasta que los varones tienen la edad suficiente para asociarse a los trabajos de los hombres"(17).

(Características de sus embarcaciones).

. "Las embarcaciones en que estos changos se abandonan a la mar se llaman balsas (18) y son muy particulares. Se componen de dos odres de cuero de lobo (19) hinchados de aire  (20), que terminan en cada extremo en una punta algo relevada (21). Tienen como diez pies de largo (22) y son un poco más anchos en la parte posterior  (23) . Están unidos encima por medio de un techo de palitos, en el cual los pescadores se sientan (24). Esta clase botes, por su ligereza y elasticidad, son muy aptos para esta costa peñascosa, donde botes de madera no pueden atracar sin exponer a romperse (25). Se tiñen de rojo con ocre (26)". (Philippi, reedición 2008: 46-47).


Fig. 3.   Balsa de pescadore changos dibujada por  Philippi en Caleta El Cobre,  al norte de Paposo. Aquí, fue disuadido Philippi por sus guías de continuar su viaje por tierra, a través de la costa hasta La Chimba (actual Antofagasta).  Observe la posición de los remeros y sus remos de doble paleta.

(Nuestro  estudio de  este  elocuente texto, se ofrece aquí en forma de "Notas"). 

Notas

(1)  La relativa escasez de la población de lobos marinos (Otaria flavescens)   que  anota Philippi en su texto, bien podría deberse a un fenómeno transitorio  y natural de mortandad animal por falta de alimento suficiente. Esto suele ocurrir en nuestras costas cuando ha sobrevenido un potente fenómeno de "El Niño" que elimina y da muerte en grandes cantidades a la anchoveta (Engraulis ringens), la presa más recurrente del lobo marino.

(2)  La importancia del lobo marino para  el pescador costero de la antigüedad en nuestra zona norte ha sido bien destacada por numerosos autores. Al parecer, el primero de ellos que nos relata, con lujo de detalles, el sistema constructivo de la balsa, utilizando para ello dos odres hechos con la piel del lobo  marino, es el cronista español Gerónimo de Bibar. Bibar, en efecto destina un capítulo entero de su obra, publicada en Sevilla, España en 1557,  a la descripción  del sistema constructivo de las balsas. (Crónica y Relación copiosa y verdadera de los Reynos de Chile..., edición 1966,  Edición Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina, Santiago de Chile,  cap, V, págs.  10-12).  En materia de descripciones de estas balsas y del lugar de observación de las mismas, , no existe mejor trabajo de recopilación bibliográfica que el que nos ofrece don Gualterio Looser  en sus dos artículos:  "Las balsas de cuero de lobos de la costa de Chile", (Revista Chilena de Historia Natural, Año XLII (1938) 232-266 y "Las balsas de cueros de lobos inflados de la costa de Chile", Revista Universitaria, Universidad Católica de Chile,  Años XLIV y XLV, (1960), N° 23,  247-273.  Looser, aunque botánico de profesión, se interesó especialmente durante su vida por los temas arqueológicos y etnográficos, sobre los cuales nos dejó notables trabajos.
Del lobo marino, el pescador chango  obtenía múltiples elementos necesarios para su vida marítima:   carne, grasa (de la que obtenía el aceite), sangre, huesos (de donde obtenía el famoso "chope" o instrumento para mariscar), cuero (tanto para la confección de balsas, como para  techumbre de sus viviendas), vejigas (para el transporte de agua dulce) y hasta pelos. (Sobre este tema, puede consultarse  nuestra propia tesis de maestría en Antropología, titulada: " Análisis demográfico  de las comunidades de pescadores changos del norte de Chile en el siglo XVI", Stony Brook, L. I., (U.S.A.),  Mayo 1978, passim).

(3)  No hemos hallado ninguna  referencia que confirme tal suposición. El contagio de una peste de animales terrestres a los marinos, cuyo alimento y habitat es tan diferente, no parece muy probable.

(4)  Hemos ya señalado en nuestra Nota 1 que la mortandad de lobos marinos se explica más fácilmente por la falta de alimento de esta especie causada por la llegada del "Fenómeno de El Niño" a nuestras costas. Esta mortalidad ataca principalmente a los ejemplares juveniles, incapaces de nadar mar adentro a cazar otras especies marinas.

(5)  Los changos solían cazar estos ejemplares jóvenes cuya carne es más tierna. Según el relato de un guanero español de apellido Ruiz a quien conocimos en "La Pescadora", al sur de Pabellón de Pica, él había cazado un par de veces, estos pequeños lobeznos que llaman poppies, espiándolos en los roqueríos  y  que su carne  era muy buena, sabiéndola  condimentar. (com. pers.  agosto  1998).

(6)   Con ocasión del arribo a nuestras costas del Fenómeno  de "El Niño", de aguas superficiales más calientes, como lo hemos señalado más arriba,  toda la fauna marina carnívora sufre de hambre, también las aves y se produce enorme mortandad. Incluso las algas perecen en gran número, inundando las playas con sus talos ya desprendidos de su pie.  La diferencia de  1 a 2 grados centígrados en la temperatura media  del mar  es más que suficiente para dasatar esta verdadera catástrofe.

(7)  Se usaron antiguamente las plumas de ganso (Anser anser), prefiriendo las plumas grandes de las alas o remeras, las que eran cortadas en su base, en un ángulo especial. Empezaron a usarse en el siglo VI D.C.  hasta el siglo XIX, cuando aparecen las primeras plumas metálicas.

(8) Existen numerosas referencias a varazones de ballenas moribundas en nuestras costas.Tal mortandad obedece, por lo general, a causas puramente naturales, de origen climático. Con la caza indiscriminada  efectuada por enormes  barcos-factorías japoneses y chinos, sin embargo,   su número se ha visto considerablemente disminuido y algunas de sus especies se encuentran expuestas a su extinción definitiva.  La ballena ha sido muy perseguida en  los dos siglos precedentes paras obtener su aceite y sus barbas; estas últimas fueron muy  usadas  en corsetería y otros fines  en el siglo XIX e inicios del XX.

(9) El habitat costero asignado por Philippi  en su época a estos pescadores changos va desde la desembocadura del río Huasco (28° 27´ S)  hasta  el entonces reconocido  límite norte de la república de Bolivia, o sea el río Loa (22° 00 ´S). Philippi no visita ni estudia la región costera situada inmediatamente al norte del río Loa. Por tanto, la zona costera de Tarapacá y  Arica  le  es totalmente desconocida.  Sólo se limita  el sabio a  dar referencias  de la zona que él llega a conocer y recorrer personalmente, Por otra parte, no sabemos qué argumentos tuvo a la mano Philippi para asignar el río Huasco como el límite meridional de estos pescadores changos. Seguramente, tal afirmación es eco de lo que sus informantes  en Paposo pudieron referirle al respecto  y/o de lo que los marinos de la corbeta "Abtao" pudieron proporcionarle. Su referencia  a los límites extremos de su habitat, por lo tanto, han de considerarse solo estimativos.

(10) Sabemos  por otras fuentes (v. gr. Malaspina y su expedición en 1790) que también eran llamados "changos"  los pescadores  de la región costera del norte Chico situados desde el área de Pichidangui (32° 06´ S )  hacia el  norte,  hasta la desembocadura del río Copiapó.  Ya hemos señalado en otra parte que la denominación "changos" no es la más antigua. "Camanchacas" fueron denominados muy  tempranamente,  a fines del año 1579,  por   el corsario inglés  Francis Drake, que los avista y visita  en Morro Jorge  (Morro Moreno)   y en Pisagua, donde intercambia objetos por pescado fresco. (Cfr. trabajo de Bente Bittmann, "Notas sobre poblaciones de la costa del Norte Grande Chileno").

(11)  El mestizaje que según Philippi se presentaba entre los pescadores recolectores changos de la costa norte chilena era algo totalmente  esperable, dado  su escaso número y su frecuente contacto con las poblaciones alteñas del Salar de Atacama y del altiplano de Lípes, muy superiores en número. Si el mestizaje y contacto entre comunidades humanas  vecinas  ha sido una realidad constante desde el inicio de la historia en todo el globo, con mayor razón en el caso presente, cuando ambas comunidades (changos y atacameños o lickan antai) se necesitaban mutuamente para poder sobrevivir. Ya Lozano Machuca tempranamente, en el año 1581, anotaba que  los pescadores costeros "uros" -como él los denomina- "no pagan tributo pero dan pescado a los caciques de Atacama en señal de reconocimiento"  ( en la "Carta del Factor de Potosí Pedro Lozano Machuca al Virey  (sic!) del Perú", en donde se describe la Provincia de Los Lipes", Relaciones Geográficas de Indias, Perú, Ministerio de Fomento, II, Apéndice III-xxv, Madrid  1885).

Un poco más al Norte,  el contacto asiduo y el incesante intercambio económico entre los changos de la desembocadura del río Loa y los caciques de Pica era tan importante que cuando don Pedro de Valdivia constituye en 1540 una segunda encomienda en la zona, después de la de Tarapacá,  llevará ésta significativamente  el nombre "encomienda de Pica y Loa" y  se levantará en el Loa una capilla para la evangelización de sus pobladores indígenas. Lo que, curiosamente, no ocurre en el caso de la Encomienda de Tarapacá  donde no se cita  Ique-ique  o la  isla homónima  como parte constitutiva del nombre de  la encomienda. Lo que se explicaría perfectamente bien por la presencia de una mucho mayor población changa en la desembocadura de  río Loa que en la isla y contornos de  Ique-ique.

(12)   La lengua hablada por estos grupos costeros changos ha sido motivo de debate entre los especialistas. Unos afirman que tuvieron una lengua especial y propia sin señalar cuál sería ésta; otros, que era la lengua de los uros del lago Titicaca; otros, que ya habían olvidado enteramente su antiguo idioma; otros, por fin,  que éste era el araucano o mapudungun, idioma de los mapuches. Philippi se inclina por esta última hipótesis,  pero no investiga más sobre este tema. El viajero francés Brésson en el año 1870  recogió  algunas voces de los pescadores de Paposo y concluyó que su idioma fue el araucano  pero estaba en vías de desaparecer. André Marcel D´Ans, lingüista y etnólogo belga, escribió un artículo específicamente sobre este tema analizando el trabajo de Brésson: "Chilueno o Arauco, idioma  de los changos del norte de Chile, dialecto mapuche septentrional", (en la revista Estudios Atacameños, 1976:  113-118).
Nuestra sospecha -también señalada por otros investigadores-  es que la presencia de algunos pescadores de lengua mapuche en Paposo podría atribuirse, no tanto a la supervivencia de grupos étnicos mapuches, arraigados de larga data en la zona, sino al  reciente traslado forzoso operado por españoles, de algunas poblaciones costeras del centro de Chile hasta esa localidad.  Se sabe hoy  con certeza, en efecto, que  Francisco de Aguirre, quien poseía una  encomienda en la zona central de Chile, tenía otra, y muy extensa, desde la zona de la Serena hasta cerro Moreno y Mejillones en Antofagasta. Así, sabemos que efectuó traslados masivos de  familias de la etnia picunche, de lengua y cultura mapuche,  hacia el Norte.  En otras palabras, la presencia de mapuche-hablantes en la caleta del Paposo  no sería, pues, en modo alguno una situación original, sino una masiva relocalización provocada por el conquistador en el siglo XVI. Los informantes de Brésson, en consecuencia, tal vez habrían sido descendientes de aquellos transplantados forzados, al estilo de los  mitmaqkuna, tan comunes en los tiempos del Inca.
Tenemos la sospecha que los changos nunca poseyeron una lengua propia en la costa chilena actual, sino que hablaron la misma lengua de sus vecinos de tierra adentro, con los cuales tenían asiduo contacto. En las costas de Arica y Tarapacá, era la lengua puquina y en Antofagasta la lengua lickan antai de los atacameños. Creemos que su número era demasiado pequeño (y siempre lo fue así), como para tener lengua propia. Esto, al menos desde los tiempos próximos a la llegada del Inca. Si sus lejanos predecesores, los Chinchorro, entre el séptimo y el cuarto milenario A.C., poseyeron o no una lengua propia, diferente de la de sus vecinos, es otra cuestión distinta, sobre la que no existe la menor información fidedigna.

(13)   Calcula Philippi una población total de  unos 300 changos, viviendo entre el río  Huasco y el río Loa, esto es, unas 60 familias, si suponemos una ratio poblacional  1 a 5. ¿Cómo llega  el naturalista alemán a esta cifra tentativa?.  Sin duda,  fue gracias a los datos de sus fieles guías y baquianos, Diego de Almeida y José Antonio Moreno más otros informes dispersos recibidos entre Paposo y Caleta el Cobre.

(14)   Son numerosos los testigos de la  extrema movilidad  y nomadismo de los changos a lo largo de la costa, en busca de recursos alimenticios. Entre éstos, destaca la interesante observación de Pedro Vicente Cañete y Domínguez, Gobernador Interino de Potosí en  el año 1787:  "De esto proviene que el puerto (de Cobija) jamás se ha poblado sino de los infelices pescadores, que viven de solo pescado desde que aprenden a comer....Frezier Fol. 130 testifica de 50 casas, pero éstas son  unas veces más y otras menos, porque como todos son pescadores, se llevan en las canoas los cueros de que forman sus cabañas sobre costillas de ballena, y entonces se minora el número, y crece cuando se juntan en el puerto...."  (Cañete y Domínguez, "Noticia del puerto de la Magdalena de Cobija...",   cit, en Larraín, Revista Norte Grande, vol.  I, N° 1, 1974:  83 y 87). Pocas citas hay tan explícitas y elocuentes como ésta para explicar y entender la notable movilidad costera de estos indígenas que hasta portaban  consigo  sus precarias  chozas en sus balsas, al partir de pesca a caletas más alejadas.

(15)  La caza del guanaco por parte de los changos en invierno (esto es entre mayo y octubre), en la épocas de las camanchacas,  fue una realidad para las comunidades costeras. La vegetación costera en los oasis de niebla (y Paposo era uno de los más notables)  permitió pacer aquí  por unos meses a pequeñas tropillas de guanacos que ramoneaban la vegetación de  Gramíneas, Nolanáceas,  Cristarias y otras especies comestibles que crecen en dichas épocas del año.  Nosotros hemos hallado, en efecto, en oasis de niebla de la costa sur de Iquique  desde Alto de Junín (Pisagua) hasta  altos de Chipana (junto al río Loa), infinitos senderos de guanacos, con sus característicos  bosteaderos y revolcaderos, en todos las laderas más altas de la cordillera costera. Y junto a ellos, algunos talleres líticos indígenas con  herramientas y utensilios (confeccionados en sílex y basalto), enteros o fragmentados, prueba inequívoca de su estadía en el lugar con fines de  caza.

(16)  La visita de algún sacerdote al Paposo y caletas vecinas  fue algo  muy esporádico y poco frecuente tanto por la escasez de clero en Copiapó (la ciudad habitada más próxima)  como  por la extrema cortedad de su habitantes, los que frecuentemente se ausentaban de sus campamentos-base. Era un azar encontrarlos a todos reunidos en el lugar. Así lo indica claramente Cañete y Domínguez. Probablemente recibían  el auxilio religioso del sacerdote  una o dos veces al año, con suerte, tal vez para la visita con motivo de la celebración del  Santo Patrono de la localidad. En Paposo debió existir sin duda  una capilla -de la que no hay indicios hoy- al igual que la que hubo en la desembocadura del río Loa y  aún en la isla de Ique-ique, para la atención espiritual de los indios pescadores. Revise Ud. a este propósito el interesante artículo del presbítero Joaquín Matte Varas, titulado "Misión en el Paposo",  en que se relata con interesantes pormenores  su visita eclesiástica a la zona, por orden del obispo Rafael Valdivieso en el año 1841. (Cfr- Joaquín Matte V., Revista Teología y Vida, Vol. 22.
N° 1  (1981),  51-64).  Sobre el oasis de Paposo, su vegetación, recursos  y tipo de  habitat, consulte en este mismo blog  con fecha 27/04/2014, nuestro trabajo: "Paposo: un oasis recóndito de extraña vegetación y antiquísimo poblamiento".

(17)  Los padres y sus hijos ya crecidos salían a perseguir la pesca a caletas vecinas o a pescar en alta mar.  Estos viajes solían durar varios días. Para ello, llevaban agua de reserva en odres o pellejos de lobo marino. Su alimento dependía de su  propia  habilidad para la pesca o el marisqueo de orilla.

(18)  Desde su más temprano registro, el nombre dado a estas embarcaciones es el de "balsas". No consta en ninguna parte su posible nombre indígena, más antiguo. "Balsa" es un término español  y fue dado a varios tipos y formas de embarcaciones  de la zona costera de Chile y Perú.

(19)  "Odres de cuero de lobo". Se trata del lobo marino, Otaria flavescens,  especie de cuyos cuerpos se componía una balsa.  Su alargado cuerpo y forma se prestaba muy bien para la fabricación de los dos odres que la conformaban.   El complejo procedimiento de preparación y confección de una balsa ha sido explicado de manera magistral por el cronista Gerónimo de Bibar en su Crónica del Reyno de Chile, publicada en Sevilla  en el año  1560  (capítulo V).

(20). Aquí no se explica el procedimiento de inflado de la balsa. Sabemos que  el pescador  dejaba   una especie de tubo o canilla hueca por donde echarle aire, soplando con fuerza a su interior. Terminada su faena, lo enrollaba y anudaba.  La faena se hacía siempre en tierra antes de embarcarse, pero  las balsas  podían  también ser infladas en el mar, cuando empezaban a desinflarse por efecto de alguna rotura o perforación. El arqueólogo Hans Niemeyer, en su trabajo del año 1965 titulado; "Una balsa de cueros de lobos  de la caleta Chañaral  de Aceitunas (Provincia de Atacama, Chile)",   publicado en la Revista Universitaria (Universidad Católica de Chile), Año L-LI, Fasc. II, 1965-66: 257-269), retuvo, para fortuna nuestra,  el nombre que dio  el pescador fabricante de la balsa, Roberto Alvarez, en la caleta Chañaral de Aceituno a esta boquilla: "copuna",  que vendría a ser una metátasis por  "pucuna".   Voz que viene ciertamente de  "phukuna", voz quechua que debe pronunciarse con una  -p- aspirada, y que significa precisamente "fuelle para inflar".  ¿Por qué, nos preguntamos, retiene y conservó este implemento su nombre quechua?. ¿Era éste un término también usado en lengua puquina?.  ¿Habrán hablado tal vez, el quechua o el puquina algunos grupos de los changos primitivos?. ¿O tal vez ambas lenguas?.  ¿Es posible que en el extremo sur del Perú hubiesen subsistido también otros términos quechuas, aplicables a la balsa de cueros de lobos?. Un misterio más por resolver sobre este grupo étnico, tan enigmático.  Aquí, una vez más, la opinión de los lingüistas se hace  indispensable.

(21) En ambos extremos, proa y popa, los pellejos de cuero de lobos marinos de la balsa quedan algo levantados, lejos del agua. Este detalle lo confirman todos los diseños y dibujos que existen de estas balsas.

(22)  Diez pies de largo  equivalen a  3.50 metros.  Esta longitud era variable, pues sabemos que existían, a fines del siglo XIX y comienzos del XX balsas algo más largas y grandes, usadas para el transporte especial de carga con sacos de salitre para conducir a los barcos.

(23)  En efecto, los dos pellejos de cueros que sirven de proa van muy cerca una del otro, prácticamente pegados, mientras que  las parte posteriores se distancian. Este diseño  permite que  la estructura  del tablado  que hace de piso de la balsa  tenga una mayor superficie de carga. Esta disposición favorece ciertamente la velocidad de deslizamiento de la embarcación en el agua.

(24)  La posición de los remeros sobre el piso de la  balsa  podía ser doble: o a horcajadas, sentados sobre sus talones y/o con las piernas cruzadas, o también  sentados con los pies en el agua. Los dibujos conocidos nos ofrecen ambas posiciones. El dibujo que nos presenta la obra del ingeniero francés  A. F. Frézier, del año 1716, nos ofrece  un ejemplo del primer caso.   Pero  el remero, cuando es uno solo,  va  instalado en la sección de proa, dejando todo el espacio posterior, más amplio,  para la carga (sacos,  baúles, etc.).  Cuando había dos remeros, uno va a cada lado,  estando instalado uno más adelante y el otro, más atrás. Reman, en este caso simultáneamente y  en forma  acompasada  para impulsar el navío eficazmente hacia adelante.  El remo, para el caso del tripulante único,  era  muy largo y de doble paleta, bogando alternadamente  de un lado y del otro.

(25)  La balsa no posee quilla alguna,  como el catamarán moderno.  Lo que le permite  varar en la orilla arenosa o aún pedregosa, sin sufrir daño alguno aún cuando haya  algo de oleaje. Los botes de madera, en cambio, poseen  quilla  la que se daña fácilmente.

(26)   Le llamó especialmente la atención al sabio Philippi el hecho que  pintaran la balsa chango con ocre rojo. Lamentablemente, el naturalista  no se extiende sobre este tema. ¿Qué era exactamente este ocre rojo?. Casi con certeza, era tierra rojiza rica en hematita  (óxido férrico)  o almagre. ¿ Y cuál fue la función práctica de este ocre?. ¿Por qué pintaban de este color sus embarcaciones?. Por largo tiempo, este fue un enigma para nosotros. La respuesta creemos haberla hallado en un precioso texto del cirujano y botánico francés René Primevére Lésson, quien en la  corbeta La Coquille,  visita  el puerto de Cobija en los años  1823-24  y describe sus habitantes y sus  balsas depositadas en la orilla. La fecha de observación resulta de enorme interés cultural, pues es anterior a la creación del Puerto Lamar (Cobija)  por parte de la república de Bolivia y, en consecuencia, sus habitantes changos tenían todavía escaso y muy esporádico contacto con los blancos.  Según la prolija  descripción de Lésson, quien tal vez fue testigo presencial del hecho, una vez terminada la balsa, "...se les aplica exteriormente una especie de compuesto hecho  con el aceite (de ballena)  y una tierra rojiza; este ingrediente  adquiere  dureza  y  se convierte en una especie de corteza  que sirve para proteger estas pieles contra  el roce con  las arenas cuando la balsa alcanza hasta la playa". (P. A. Lésson, "Voyage autour du monde entrepris par ordre du gouvernement sur la corvette la Coquille", Paris, 1838, 2 Vols. Tome I, pp. 508-510, cit. en Gualterio Looser, "Las balsas de cueros de lobos inflados de las costas de Chile", Revista Chilena de Historia Natural, Año XLIII (1938) 232-266; traducción nuestra del francés).    

Nota final:    Hemos  observado que  en la obra de Philippi, aquí y allá, se puede todavía rastrear  y colectar precisas observaciones de índole  eco-antropológico, incluso entre las descripciones latinas de la flora y fauna recogida en su paso por el desierto. Trataremos de espigar, en un próximo capítulo, en ese universo tan poco conocido de este autor, debido a su empleo de la lengua latina, hoy desconocida para la inmensa mayoría de los científicos nacionales.






viernes, 12 de agosto de 2016

Cómo describió a los changos, pescadores de la costa de Atacama, el naturalista alemán Rodulfo Amando Philippi en 1853.

En un capítulo anterior, editado por nosotros en este blog el 24/08/2011 con el título de: "Rodulfo Amando Philippi y las neblinas costeras: un botón de muestra de su capacidad de observación", nos hemos referido a su descripción de las neblinas costeras  o camanchacas y su efecto en la vegetación. Hoy analizaremos su aporte sobre los grupos costeros denominados changos,  pescadores -recolectores marinos que Philippi  topa primero en  Paposo y  luego en  Caleta el Cobre.  Atraen de tal modo su interés, que  nos regala en su obra dos de sus valiosas láminas sobre este tema.

El viajero y explorador del desierto  R. A. Philippi. 

Nos hemos propuesto la tarea de espigar, en las obras de los grandes viajeros y exploradores del Norte Grande chileno, en pos de  informaciones de primera mano, sobre  las comunidades indígenas que topaban a su paso y su forma de utilización del medio ambiente. Uno de los más notables exploradores e investigadores de nuestro desierto nortino en el siglo XIX, fue, a no dudarlo, el naturalista y científico alemán Rodulfo Amando Philippi. Su gran obra, Viage al desierto de Atacama, fue publicada en Halle, Sajonia en el año  1860, en edición simultánea en alemán y castellano. Ha sido objeto de una reciente y excelente reedición por parte de la Biblioteca Fundamentos de la Construcción de Chile, (Augusto Bruna y Andrea Larroucau, editores), Santiago de Chile, 2008, 353 pgs., un gran plano desplegable y 10 láminas de paisajes, más numerosas láminas de plantas y animales típicos en apéndice ad hoc).


Fig. 1.  Portada de la obra original de Philippi, publicada en Halle, Sajonia (Alemania)  en el año 1860. Observe el lector  la palabra "Viage" escrita con -g- en su época.


Fig. 2.  Reedición  cuidada  provista de una excelente introducción preparada por los Editores  Sres.
Augusto Bruna y Andrea Larroucau, bajo los auspicios de  la Cámara Chilena de la Construcción, la Pontificia Universidad Católica de Chile y la Biblioteca nacional, Santiago de Chile, 2008. Esta obra forma parte de la "Biblioteca  Fundamentos de la Construcción de Chile".

Los changos pescadores y su ambiente ecológico.

De esta hermosa y erudita edición extractaremos aquellos párrafos que nos hablan y describen el modo de vida de nuestros pescadores changos, recolectores eximios de mariscos y algas, habitantes de la costa desértica chilena. Agregaremos, en palabras del propio Philippi, algunos  párrafos atingentes al clima y a los variados recursos que el ambiente ofrece al hombre en esta costa desértica. Porque estos datos nos permitirán entender el género de vida transhumante y movedizo de estos pescadores-mariscadores, en su ir y venir de caleta en caleta, de aguada en aguada.

El texto principal que  hace referencia explícita a la presencia de changos.

En primer término, citaremos, con notas nuestras al pie de página,  el texto más completo que trae Philippi referido a este grupo étnico. Se encuentra en los párrafos finales del capítulo I de su obra titulado "Exploraciones en la costa".

 Dice así (el inicio del  párrafo cuando va entre paréntesis, es adición nuestra):

(Caracterización física de la costa).

"La costa no es otra cosa que la falda escarpada de una meseta (1) cuya elevación es como de 600 metros, que se extiende desde Pan de Azúcar (26° 8´latitud sur) hasta Cobija (22° latitud sur) y tal vez hasta el río Loa, es decir por unas cien leguas por lo menos. Raras veces hay una playa que es siempre estrecha, y en muchos lugares la cuesta (2) cae casi perpendicularmente al mar....".

(Las nieblas costeras y los manantiales).

"....Neblinas densas (3) paran en esta cuesta por casi nueve meses al año, desde Miguel Díaz hasta  Pan de Azúcar; más al Sur (4),  la costa es demasiado baja  e interrumpida para atajar los vapores aqüeos en su camino (5) pero no puedo darme ninguna razón por qué estas neblinas faltan al Norte de Miguel Díaz, donde la cuesta no es tampoco interrumpida y es tal vez aún más alta (6).  Dichas neblinas producen los manantiales (7) y la vegetación particular (8) de la que he hablado extensamente. Es manifiesto que  estas condiciones físicas no permitirán jamás la agricultura y que aún la crianza de ganado será siempre muy limitada (9).(Subrayado nuestro)

(Nomadismo costero). 

"Las pastoras han de ser necesariamente nómades (10) y hay años muy secos en que sus cabras y burros están en peligro de morir de hambre (11). Entonces deben procurar hacer comestibles los chaguares y quiscos para estos animales, juntando palitos alrededor de estas plantas y prendiéndoles fuego para quemar las espinas que las defienden" (12). (Philippi, reedic. 2008: 46; subrayado nuestro).

(La pesca del congrio, presa  preferida).

"En estas circunstancias,  los moradores se ven precisados a buscar su sustento en el mar, que parece abundante de pescado (13). El congrio (14) señaladamente es una fuente de riqueza para esa pobre gente (15); no  es una especie del género conger  de los naturalistas, como lo indica su nombre vulgar y como lo ha creído el señor Claudio Gay, sino un pez no descrito hasta ahora y que pertenece a la sección de los blennioideos, y que he nombrado Genypteros nigricans (16), porque sus aletas ventrales, reducidas a un par de hilos, están colocadas en la misma barba. Este pez alcanza dos a tres pies y se halla solo en alta mar; se pesca con anzuelo y se pesca atando muchos anzuelos a una varilla o un cabo (17). Cuando las repúblicas de Sudamérica  eran todavía colonias españolas, el quintal de congrio seco (18) valía  40 pesos en Valparaíso y 60 pesos en Lima; he dicho arriba que su valor actual en Paposo es de sólo 8 pesos. La introducción del bacalao (19) y otras circunstancias han hecho bajar el precio del congrio y como al mismo tiempo se han abierto muchas minas (20) cuyo trabajo se paga bien,  la mayor parte de los changos (21) han abandonado la pesca para dedicarse  al trabajo de las minas" (22). (Philippi, reedic. 2008:  46-47).

Fig. 3.   Dibujo del propio  R. A. Philippi durante su estancia en la caleta de Paposo. Las viviendas de los changos -ya algo aculturados-  se ven cubiertas con lonas o esteras viejas  y con estacas de palos. Ya no usan como techumbre los cueros de lobo marino, como antaño. Las dos mujeres changas  sacan agua de un pozo abierto en la playa misma, cerca de sus primitivas rucas. Allí junto,  cuatro cabras de su pequeño rebaño ramonean algunas raquíticas plantas.  Observe las grandes ollas de barro que usan para conservar el agua potable. Dada la notable acuciosidad del sabio alemán, podemos colegir que tal escena fue retrato fiel del original visto en su momento.  De gran interés es la presencia del pozo de agua excavado  en plena terraza marina. 

Fig. 4. Notable escena captada en la caleta el Cobre, visitada por el sabio naturalista.  Una típica embarcación pescadora conocida como "balsa", hecha de dos odres de cueros de lobos marinos. Tiene esta imagen la peculiaridad de presentar a dos remeros hincados, que reman en forma simultánea. Caso raro, pues casi todas las imágenes conocidas de  balsas, presentan a un solo tripulante que va hincado en la parte anterior (proa) de la balsa.  Esta embarcación, sin duda, era de mayor tamaño que las normales, de un solo remero.  También sorprende el tipo de remo, de una sola paleta. El remo tradicional de estas balsas, según las Crónicas y descripciones tempranas, siempre tuvo dos paletas, una en cada extremo, siendo así especialmente apto para que el remero pudiera conducir una balsa con facilidad. Sospechamos fundadamente que esta balsa, de mayor tamaño y doble tripulante, haya sido una adaptación tardía de los changos para el carguío del mineral de cobre, en sacos,  hasta  los barcos, tal como lo muestra aquí nuestra  Fig. N° 4.    Que la imagen pretenda reproducir fielmente el original visto por el sabio alemán, no nos cabe la menor duda, conociendo la prolijidad de su autor.

Nuestras notas a este  valioso texto.

(1) Se trata del cordón principal de la cordillera de la Costa. A la verdad,  rara vez  ostenta éste "mesetas" o "mesas", sino más bien  una sucesión de  cordones de cerros  de hasta  800-1.000 m de altitud, que muy rara vez dan lugar a la formación de planos o mesetas de altura.  Hay lugares,  sin embargo, donde se manifiestan tales "mesas"  como ocurre, por ejemplo,   en la zona  arriba  de Pan de Azúcar. Pero la generalización hecha aquí por Philippi no corresponde a la realidad general.

(2)  "Cuesta" en el sentido del talud o ladera de una montaña que cae abruptamente  hacia el mar.

(3)  Philippi se percata inmediatamente de la presencia casi continua de  neblinas densas en esta zona.  Aunque no nos indica la porción altitudinal que cubre esta presencia (que sabemos tiene un techo a los 1.000 m de altitud, zona donde se inicia el fenómeno de la "inversión térmica"), señala agudamente su persistencia por casi nueve meses al año. En efecto, las nieblas cubren los flancos de la montaña costera que miran al W o al NW entre  los meses de Mayo y  mediados de  Enero. Febrero a Abril son los meses más parcos en presencia de nubes, según nuestra experiencia en los cerros situados al sur de Iquique ( sector Alto Patache). Notemos aquí  que Philippi  visita y recorre de preferencia el trozo de costa situado al norte de Taltal, sector de gran profusión de nieblas que llegan a formar mantos de vegetación costera de reconocida abundancia y riqueza botánica.  (Cfr. M. Ricardi, "Fitogeografía de la costa del departamento de Taltal", Boletín de la Sociedad de Biología de Concepción (Chile), tomo XXXII,  1957: 3-9). Philippi visita la zona hacia fines de diciembre, época en que el fenómeno ya está próximo a terminar. No puede caber duda alguna de que Philippi se informa muy  bien por sus arrieros sobre los períodos de mayor humedad en la costa. Sobre esta capa de inversión térmica y sus causas y consecuencias,  se puede consultar con fruto el notable trabajo del geógrafo alemán Wolfgang Weischet titulado: "Las condiciones climáticas del desierto de Atacama como desierto extremo de la tierra", (en Norte Grande, Revista del Instituto de Geografía, Universidad Católica de Chile, Santiago, Vol, I, N° 3-4, 1975: 363-373).

(4)  Cuando los cerros de la cordillera de la costa presentan  menos de 550-600 m de altitud, la gran masa de la niebla, portadora de humedad,  pasa rauda por encima de éstos, sin casi tocar el terreno. Es decir, para que se produzca con intensidad el fenómeno de la niebla mojadora y pueda ésta humedecer el terreno creando allí vida vegetal, se precisa de una mayor altitud de la barrera. Nuestras experiencias en El Tofo (IV Región de Chile) y Alto Patache, (I° Región de Chile), han demostrado que la altitud ideal de captación del agua de niebla se da por sobre los  750-800 m. de altitud hasta los 900 m.  La masa nubosa que procede del océano arrastrada por los vientos alisios que soplan del SW, es  más potente  y rica en humedad en su parte  media que en sus extremos superior e inferior.  Por lo tanto, a altitudes bajas, inferiores a los  500 m.,  esta masa es bastante menos densa y contiene menos vapor de agua, al igual que en altitudes superiores a 1.000 m. (altura de la  "inversión térmica").

(5) "Vapores aqüeos" les llama Philippi con toda razón, pues el contenido de la niebla es rico en vapor de agua, es decir, agua  en forma de vapor.   Si la barrera  que ofrece  la montaña a su paso es baja,  gran parte de esos "vapores aqüeos",  pasa libremente por encima, tierra adentro,  sin condensar y se evapora muy pronto, al chocar con  el aire caliente del interior.

(6)  Philippi se asombra muchísimo de que hacia el norte del sitio Miguel Díaz (24° 36´ L.S.), a pesar de su adecuada altitud, no se dé el fenómeno de la depositación de la niebla y, por tanto, no se produzca allí vegetación alguna. Probablemente, la respuesta correcta haya que buscarla en el hecho que en dicha zona la muralla costera o cadena de cerros, siendo bastante alta, no enfrenta directamente el S o el SW, sino más bien el NW o el N. En otras palabras, la dirección  y orientación de esta barrera respecto al ángulo de incidencia de los vientos portadores de la niebla es aquí absolutamente decisiva. No basta, por tanto, con una altitud adecuada de la barrera montañosa; también debe darse una orientación  y exposición adecuada de ésta. El ideal -tal como ha quedado demostrado en estudios de nuestro equipo en El Tofo y Alto Patache  entre  los años 1980 y 1999-  es que esa parte elevada de  la cadena montañosa  enfrente directamente el SW o incluso el Sur franco, pues en tal caso  la masa de nubes impactará en ángulo recto contra el macizo, condensando fácilmente su contenido de agua dulce en las rocas expuestas o en la propia vegetación allí existente. Según nuestros estudios, tal cosa se da, de preferencia, allí donde la costa forma "puntas" o sea, donde la estribación de la montaña penetra un tanto hacia el mar, generando  una suerte de península. En nuestra costa de Iquique, allí donde  la toponimia señala  la presencia de tales puntas (v. gr. Punta Pichalo, Punta de Angamos, Punta Patache, Punta de Lobos, etc.), se verifica este fenómeno de alta concentración de neblinas rasantes y gracias a la zona de montaña de franca exposición al Sur o Surweste, se produce in situ una interesante y duradera vegetación particular. El caso más claro y evidente en nuestra costa norte se da en la península de Mejillones, arriba de Punta Tetas, donde se mantiene, durante casi todo el año, una densa y tupida  nube de condensación que crea en sus altos un verdor permanente e incluso bosquetes de grandes cactáceas del género Eulychnia.

 Habría que verificar, en consecuencia, la orientación y grado de exposición de la cadena de cerros en la zona aquí aludida por el naturalista Philippi para concluir a este  respecto. (Coteje con nuestra  Nota N° 8).

(7)   Esta afirmación del explorador del desierto es  de sumo  interés. Debemos, por tanto, destacarla muy especialmente aquí.  Las neblinas son la causa de la existencia de aguadas y manantiales en esta costa.  Philippi llega a esta conclusión,  muy válida, tras comparar diversas situaciones, y, tal vez, al discutir el tema con sus compañeros de viaje y aún con sus arrieros y baqueanos. Si en el desierto interior de Antofagasta no llueve prácticamente nunca,  ¿de dónde pudo venir el agua sino de la camanchaca que se infiltra cuando se posa y condensa en los terrenos más altos en forma de garúa persistente ?. Philippi estampa la frase arriba señalada por nosotros en  negrita con una certidumbre total: no duda un momento al respecto.

(8) Philippi nombra explícitamente por sus nombres científicos y enumera  todas las especies botánicas que colecta cuidadosamente tanto en Paposo  (118 especies) como en Miguel Díaz (37 especies).  (Cfr. Philippi, edición 2008: 36, 38).  El explorador nos advierte en su relato que al Norte de la aguada de Miguel Díaz, "la vegetación se concluye casi enteramente con esta agua" (Ibid., 2008: 38).   Aquí señala al respecto  (Ibid. 2008: 40): "La vegetación  es casi nula... Los cerros se elevan a mil metros, pero están destituidos de vegetación. ¿Cómo explicar que las nubes y neblinas se produzcan únicamente cerca de Paposo y no igualmente más al norte? " (Ibid. 2008:  40; subrayado nuestro; compare con lo dicho en la nota N° 6).

(9)  La relación entre presencia de agua y vegetación y ganadería, aunque ésta sea en pequeña escala, es evidente. Los pastores y pastoras que topa Philippi en su viaje disponen de una corta manada de cabras y unos pocos burros. El burro es el animal  más útil en estas condiciones, pues  se presta especialmente para la carga y monta, cualidades valiosísimas  e indispensables en estas latitudes. No existen aquí ovejas, animales mucho más exigentes en materia de forraje. Tampoco caballos o mulares. El burro les daba cabalgadura, posibilidad de bastante carga y también leche que los viajeros saben bien aprovechar. Philippi no olvidará este pequeño detalle.

(10) La suma escasez de agua dulce, reducida a  escasos y distantes manantiales, les obliga a un intenso nomadismo. Los pastores  en tierra deben moverse de aguada en aguada, tal como los pescadores de caleta en caleta. Porque alrededor de la aguada se halla algo de pasto, arbustos  y alimento vegetal.  Los hombres eran pescadores y sus esposas e hijos, pastores. El pastoreo de caprinos en estos parajes surge sólo con la llegada de los animales domésticos europeos. Respecto al período prehispánico, no tenemos antecedentes de que hubieran criado y mantenido llamas en esta costa, lo que resulta menos probable, pero no del todo imposible.  La ganadería y la minería, serán actividades que se incrementarán notoriamente con la llegada del español.

(11)  Esta referencia apunta a  datos obtenidos por Philippi  de labios de los propios changos o,  más probablemente, de don Diego de Almeyda, su experimentado baquiano,  buen conocedor del área que había recorrido intensamente en busca de vetas metalíferas.

(12)  "Chaguares". Se trata de la planta bromeliácea  Deuterocohnia chrysanta  Phil, conocida como "chaguar del jote"  que fue  determinada por el propio Philippi -como muchas otras-  como producto de este viaje.  Especie muy semejante a las Puyas, tan comunes en el paisaje agreste de la IV Región de Chile en su porción costera. Esta voz "chaguar" es de origen tanto quechua como  aymara (cchauara) y designa  "una mata de que hacen sogas" o también cabuya, según el Vocabulario de la Lengua Aymara del jesuíta Ludovico Bertonio  (1612: 72).  En la zona central de Chile el término chaguar (o chahuar) ha sido deformado en "chagual",  tal  como es conocido  hoy.  La costumbre de quemar las espinas de chaguares y cactáceas para  darlas de alimento a cabras y burros a falta de mejor forraje,  la hemos observado personalmente en el sector del cordón Sarcos y cerros de El Tofo, (Norte de la IV Región de Chile) por obra de cabreros entre  los  años 1980-1984.

(13)  Son numerosos los testigos coloniales que afirman que los antiguos changos y camanchacas se alimentaban preferentemente de pescado.  Algunos llegaron a afirmar que sólo se alimentaban de pescado, como Pedro Lozano Machuca a fines del siglo XVI  (1581), cuando habla de los indios "uros" pescadores de la ensenada de Atacama (Cobija); (Cfr. Lozano Machuca en Relaciones Geográficas de Indias, Perú,  tomo II, Apéndice III, xxi-xxviii).

(14 y 15)  Hay dos especies de congrios que se capturan en el norte del país que son el congrio   negro (Genypterus maculatus)  y el congrio colorado (Genypterus  chilensis). Ambas especies y  a lo que creemos también el jurel (Trachurus murphyi) fueron capturados por los pescadores changos para confeccionar el "charquecillo"  o charqui de pescado, muy cotizado por  las poblaciones  altiplánicas y de las quebradas por su alto valor nutritivo y como apetecido objeto de canje o trueque.  Los indígenas atacameños de los contornos del Salar de Atacama efectuaban viajes especiales al puerto de Cobija para canjear el charquecillo allí producido por maíz, coca, papas, quínoa, vainas de algarrobo y otros productos de los ecosistemas agrícolas de altura. El propio Philippi, en su obra,  alude a estos viajes a la costa  para efectuar el trueque de alimentos.  El congrio se captura solo en alta mar, por lo que era necesario disponer de balsas de cuero de lobos marinos para capturarlo. Philippi  ve estas balsas en Paposo y Caleta El Cobre y las describe con cierto detalle  (Cf. Fig. 4 en este capítulo).

(16)  "Genypteros nigricans" es  el nombre dado por Philippi al pez conocido como congrio negro, hoy llamado en la ciencia Genypterus maculatus. La ciencia taxonómica actual ha  respetado  muchas de las denominaciones de  géneros y especies dadas originalmente por el sabio alemán.

(17)   En nuestro capítulo sobre los changos de la costa de la IV Región, descritos por la expedición de Alejandro Malaspina en el año 1780 se hace alusión a los sistemas de pesca en dicha costa  y se hace referencia explícita al término "varilla", también usado aquí para designar  al espinel, término más usual (Cfr. capítulo de este mismo  blog: "Los pescadores changos en las costas del norte de Chile como los vio la expedición de Alejandro malaspina en 1790",  de fecha  31/12/2014,  Notas al texto).

(18)  Este "congrio seco" era el "charquecillo".  Se le secaba y salaba a la orilla del mar. Con cierta frecuencia también se le ahumaba  mediante fogatas hechas con huiros, que son los talos largos de algas marinas de la especie  Lessonia nigrescens  (conocido como "chascón").

(19) El pez llamado "bacalao" es una de las sesenta especies del género Gadus,  común en el Atlántico norte.  Durante el siglo XIX y buena parte del XX fue intensamente cazado para obtener de él su aceite, rico en vitaminas  y substancias minerales como el calcio-3.  Durante nuestra niñez, Inés Barros Casanueva, nuestra madre, nos daba a todos los hermanos Larrain Barros  una cucharada diaria sopera de este poderoso aceite, antes del almuerzo, operación sagrada que sufríamos con indisimulado disgusto por su pésimo sabor, el  que solo  soportábamos con adición de migas de pan.

(20)   Durante la época de la Colonia, se explotaron numerosas vetas en la costa en forma de "pirquines", casi todas  eran pequeñas minas de cobre, superficiales, trabajadas en forma muy precaria y por un escaso número de operarios. Muy poco antes del viaje de Philippi, iniciado en 1855, luego del feliz descubrimiento del mineral de plata de Chañarcillo, por Juan Godoy en 1832 y el mineral de Tres Puntas, en 1848 en la zona de Atacama, sobrevino un verdadero furor por la búsqueda y explotación minera en todo el norte del país. No hubo agricultor que no intentó enriquecerse con el descubrimiento repentino de una veta de oro o plata. El caso de don Diego de Almeida,  baquiano contratado por Philippi para su homérico viaje por el desierto, es un caso típico. Ya era viejo y había invertido casi toda su vida  buscando minas.

(21)    Philippi siempre  denomina "changos"  a los habitantes pescadores de la costa norte.  Tal término también se aplicaba ya a los pescadores de la IV Región (Coquimbo) en época de don Ambrosio O´Higgins, Virrey del Perú, cuando ocurre la visita del  marino italiano Alejandro Malespina  (1790). En la Colonia temprana, sin embargo,  se les denominó  "camanchacas"  o "proanches" -nunca changos-, tal vez por ser habitadores de la franja costera sujeta a este peculiar fenómeno climático: la camanchaca. No tenemos certidumbre acerca de la época precisa en que se les empieza a llamar "changos"  ni tampoco,  el  por qué de tal cambio. Pero debió ocurrir el cambio hacia la mitad del siglo XVII  por razones que desconocemos. ¿Por qué desapareció la denominación antigua  "camanchacas" y se cambió por "changos"?. No lo sabemos. Es un misterio aún no resuelto.

 (22)  Por eso alude aquí Philippi al hecho de que gran parte de los changos, tradicionales pescadores de la costa y productores del codiciado "charquecillo", habían abandonado su antiguo oficio y se habían repentinamente enrolado como mineros  en faenas cerca de la costa,  porque este trabajo les reportaba  ganancias superiores a su actividad pesquera tradicional.  Por tal motivo a Philippi  le cuesta  encontrar changos en la costa de Paposo pues todos se habían mudado ya hacia la actividad minera.

Nota:   habiéndonos extendido  mucho en este capítulo y sin haber agotado aún el tema,  dejamos para el próximo  el completar esta cita relativa a los changos en la que  Philippi se refiere a sus  hábitos sociales,  a su actividad económica, a sus embarcaciones de cuero de lobo marino y nos da interesantes  indicios acerca de su extensión geográfica. 

jueves, 4 de agosto de 2016

La población en torno al Salar de Atacama hacia 1885: testimonio expreso del ingeniero Francisco José San Román, testigo ocular.

Esfuerzos de San Román por estudiar la lengua cunza de los atacameños.

En un  capítulo precedente,  en este mismo blog, hemos  traído a colación con citas ad hoc,   el aporte de este ingeniero copiapino al conocimiento y estudio de la lengua cunza de los indígenas atacameños o lickan antai, pobladores de los contornos del Salar de Atacama, en la actual Región de Antofagasta (Chile). En efecto, Francisco José San Román tuvo el privilegio, hacia 1885-86,  de contactar y entrevistar en varios pueblos atacameños a algunos pocos ancianos que hablaban aún esta lengua residual, cuando ésta estaba a punto de extinguirse.  Mérito personal suyo que le hace acreedor a toda nuestra gratitud como antropólogos, por cuanto supo utilizar valiosas horas de su escaso tiempo como ingeniero topógrafo, para dedicarse a una causa eminentemente cultural:  el registro y salvamento de una lengua en extinción.

Fig.1.  Aspecto que ofrece  el oasis de Tilomonte hoy.    Llegar a contemplar este paisaje verde-amarillento, viniendo en caravana desde el  espantoso desierto  del sur, era en verdad  llegar a la gloria. (Foto Jennyfer Rojas; todas las imágenes que ilustran este capítulo, las debo a esta fotógrafa de Calama, favor que mucho agradecemos).

Los estudiosos de la lengua cunza a través del tiempo.

Sabemos que los últimos hablantes de este enigmático idioma, hoy totalmente extinto, fueron entrevistados  en el año 1948 por la arqueóloga austríaca Grete Mostny Glaser, en su visita de estudio al poblado de Peine. (Cf. Mostny,  Peine un pueblo atacameño, Instituto de Geografía, Universidad de Chile, 1954). Hoy sólo sabemos de esta lengua lo que los investigadores  -casi todos ellos extranjeros-,  nos han transmitido de la misma, entre ellos, Rodulfo A. Philippi,  Johann Jakob Von Tschudi, Thomas Moore, Rodolfo R. Schüller, Emilio Vaïsse, C. Maglio, Aníbal Echeverría y Reyes, Félix Segundo Hoyos, y Grete Mostny, entre otros. A estos nombre preclaros, debemos agregar ahora el nombre de este ingeniero chileno, hijo de padres argentinos radicados en Copiapó.

Referencias a la población.  

En el presente acápite, queremos referirnos a los antecedentes de tipo demográfico que nos ofrecen los apuntes de San Román. Aunque fragmentarios y dispersos a lo largo de muchas páginas de su texto,   nos ofrecen éstos, sin embargo,  una clara idea de la escasa y difusa población  atacameña, sita en distintos pueblecitos, oasis y lugarejos, algunos de ellos ya completamente deshabitados hoy, como Tilomonte y Sóncor. Hemos espigado pacientemente esta información demográfica, tratando de visualizar su número y densidad, para poder apreciar  su peso poblacional, en una época en que aún no se producía el  éxodo de su población hacia las grandes ciudades, como Antofagasta  y Calama  (a partir de los años 1920-30).  En su época (1885), Calama era todavía una pequeña aldea, seguramente de una escasa población, menor que Chiuchíu, por entonces el único  bastión septentrional de relación y contacto comercial con el altiplano de Lipes,  en Bolivia.

Fig. 2.  Vivienda  de Tilomonte parcialmente arruinada hoy  (falta la paja de la techumbre).  Bien pudo ser el refugio para una parte de la expedición San Román en el año 1886. (Foto Jennyfer Rojas V.).


Fig.3.  Parte posterior de la misma vivienda.  Llama la atención la excelente y cuidada factura  de las esquinas, con piedras muy bien canteadas así como la presencia del nicho que se observa  cerca del suelo. Observe el contraste con  el muro más bajo que continúa  hacia la derecha de la imagen, de factura posterior y mucho menos cuidada. ¿Será, tal vez, de época incaica?. (Foto Jennyfer Rojas V.).


Siguiendo el relato de San Román: un tramo del Camino del Inca.


Analizaremos  el relato de San Román de sur a norte,  Él parte de Taltal primero en tren hasta Refresco, para seguir desde allí a lomo de  mula, hasta el lugar denominado Río Frío, donde se reúne la expedición exploradora del desierto y donde se hace campamento general. Aquí en Río Frío, San Román  anota, de paso,  la presencia de un antiguo camino, el Camino del Inca   del que  señala:

"Entre los caracteres interesantes de aquella localidad  (se refiere a Río Frío),  figura el camino del Inca, que hasta allí ha llegado sin interrupción con su línea recta al N 26° E, partiendo desde el mismo Copiapó"  (San Román, 2014: 130; subrayado nuestro).

De este camino incaico anota San Román cuatro peculiaridades que le llaman poderosamente su atención como ingeniero topógrafo: a) que es, de acuerdo a la tradición local, de factura Inca, b) que la vía se presenta notablemente rectilínea en su trazado;  c) que mantiene un constante rumbo norte con una pequeña desviación de  26 grados hacia el Este;  y por último, d) que la huella es continua por esos parajes, sin hallarse interrumpida en ningún momento por accidentes del terreno, cárcavas  o aluviones. Los viajeros, en consecuencia,  pudieron seguir cómodamente exactamente su trazado rumbo al norte, durante buena parte de su viaje. Nos preguntamos: ¿cómo supo San Román que se trataba del camino del Inca y no de otra huella cualquiera?. Seguramente, fue por indicaciones concretas de sus baqueanos y arrieros, los atacameños. La tradición local había sabido conservar incólume el nombre de sus constructores, después de  casi cinco siglos.

Los investigadores intentan vanamente subir el volcán Llullaillaco, pero careciendo de los elementos indispensables para tal ascensión, se contentan con ascender el monte Chuculai, de menor altura, cumbre cercana al Llullaillaco, en cuya cima instalan con dificultad el teodolito para efectuar las triangulaciones y hallan algunos elementos arqueológicos que les llaman mucho la atención.

Hallazgo arqueológico en la cima del cerro Chuculai.

"Larga y penosa fue la ascensión y, una vez más, al llegar a la cumbre,  tuve ocasión de comprobar lo antes dicho de lo frecuente que es encontrar signos de la presencia del hombre indígena aún en las más inesperadas alturas,  siendo, en esta ocasión, un cuchillo de cobre el objeto encontrado". (San Román en Muñoz, 2014: 134)

El ingeniero San Román  se asombra de hallar elementos  de la cultura indígena  en dicha cima, elegida por ellos como punto de triangulación topográfica.  No atina a  hallar una respuesta  clara sobre las razones exactas de tal presencia. Hoy sabemos bien que se trata de recintos o construcciones que tenían por objeto ofrecer sacrificios de jóvenes de la nobleza Inca para propiciar a los divinidades de las alturas y/o para establecer  una forma de dominio ceremonial sobre una determinada comarca recién conquistada. Ciertamente no se subía entonces a las cimas por deporte, como hoy, sino para invocar y propiciar a las deidades tutelares de los pueblos o regiones. Se trata  aquí  -esto lo sabemos hoy- del rito de la capacocha o qhapaq ucha,  ceremonial Inca repetido en numerosas alturas, luego de la conquista Inca de las comarcas.  En Chile, tenemos varios casos,  bien conocidos y estudiados. En la costa de  Iquique, en el cerro Esmeralda (Cfr. Jorge Checura, "Funebria incaica en el cerro Esmeralda, Iquique I° Región", Estudios Atacameños N° 5, 1977,  127-144) y  frente a la ciudad de Santiago en el cerro El Plomo, descubrimiento estudiado por Grete Mostny  y otros en 1957  (La momia del Cerro El Plomo,  Boletín del Museo Nacional de Historia Natural, Santiago, tomo XXVII, 1957-59,  1-107).

Prosigue el viaje.

De las Zorras al oasis de Tilomonte el trayecto de varias jornadas de camino se les hace muy escabroso y difícil  por la falta de agua y forraje y porque -como señalan-  ya está "entrado el helado invierno que ya comenzaba  con rigor en la primera quincena de mayo (1885).  Por fin avistan, a la distancia,  el agreste paisaje verde pálido del oasis de Tilomonte, su tabla de salvación en este penosísimo y agotador  viaje:

"La Nueva jornada sería hasta Tilomonte, lugarejo donde moraban algunos indígenas y donde podía contarse con algunos auxilios".  (San Román en Muñoz, 2014: 134).

¿Cuántos  residentes atacameños vivían entonces en Tilomonte?. Un vago  cálculo, "algunos", es la respuesta del ingeniero a nuestra curiosidad demográfica. Tal vez una o dos familias; tal vez no más de 6-8 personas, incluyendo niños.  Es decir, en Tilomonte  hay una escasa presencia humana  en una fecha en que ya ha pasado la época de la cosecha del maíz (marzo) y no se empieza a sembrar todavía. Comienza el  invierno. Pero al menos hallaron, tal vez,  algunos recursos ocultos en los trojes o collcas de los residentes indígenas, además de alfalfa, en sus potreros,  para sus extenuados animales.

Una descripción digna de antología.

El espectáculo de las montañas que  aquí se abre al visitante era de singular belleza. No podemos evitar trascribir, ad litteram, las frases líricas que a San Román se le vienen a la cabeza, en su notable descripción de este paisaje:

"El espectáculo de esta real cadena de alturas es incomparablemente bello y grandioso  mirándola desde allí recta al norte,  hasta el piramidal Licancabur, que la termina por aquel rumbo. Un ejército de gigantes con pies de granito, cuerpo de escorias y vientre de fuego:  nevadas y humeantes las cabezas, enfilados en interminable línea de batalla sobre el ancho zócalo del continente que contemplan a sus plantas,  destacados en toda su corpulencia y contornos esos cíclopes y envuelto todo el colosal y sublime espectáculo en el baño azul de la transparente atmósfera a lo lejos,  es un cuadro de indefinible grandeza y hermosura que pocos hombres habrán contemplado igual,  y quizá no otro lugar de la tierra lo ofrece semejante". ( San Román, 2014: 135).

El ingeniero cede aquí el paso al improvisado literato; ¡qué duda cabe!.  Trozo literario bellísimo que bien merecería figurar en una antología de la lengua castellana escrita para el norte de Chile.

¿Qué era Tilomonte y cómo lo ve San Román  agotado tras la  terrible travesía?

El autor señala:

"Era  Tilomonte un bosque de corpulentos algarrobos y chañares y un pequeño prado alfombrado del fresco verde de la brea en contraste con el glauco plateado del cachiyuyo; un  arroyuelo, una vega pastosa, potreros alfalfados, algunos árboles frutales y unas cuantas chozas y ramadones que nos parecieron pasables moradas, nos sirvieron de cómodo sitio  para descansar unos días...; la mulada había sido más que diezmada por la última terrible jornada..." (San Román, 2014: 136; subrayado nuestro).

 Para ellos, la llegada a este lugar fue un verdadero paraíso, tras la última y agotadora jornada en la que habían perdido  buena parte de sus mulas, debiendo  algunos de ellos caminar a pie.

Aquí en Tilomonte, San Román obtiene las primeras noticias y voces de la lengua cunza de los antiguos atacameños, tema que ya hemos  tratado in extenso en un  capítulo precedente  de este blog.


Fig.4.  Un algarrobo pluricentenario, famoso por  el grabado de una leyenda colonial  en la parte delsu tronco desprovista de corteza donde se ha trazado una cruz.  Es ésta una impresionante dedicatoria a la Virgen  María, concebida sin pecado original.


Fig.5.  El árbol  está  vivo aún y debe tener una edad muy superior a los 500 años.  La inscripción  tallada en el tronco,  sobre la cruz, porta  la fecha AD 1671  (Anno Domini  o "En el Año del Señor" de  1671).


La llegada a Peine.

"El día 12 de mayo levantábamos tiendas de Tilomonte, tomando los unos por la orilla del salar y el jefe por el camino del Inca que sigue por la falda de la cordillera, designándose como próximo punto de reunión general el pueblo de Toconao".... En Peine  obtuve noticias  de las antiguas minas de Lankir, situadas a cierta distancia al interior y abandonadas por entonces...  (San Román en Muñoz, 2014: 138; subrayado nuestro).

La población de Peine.

Se asombra San Román de  escuchar, al llegar a Peine, el coro de las voces juveniles de  los niños  de la escuela del lugar.  "Fue el primer ruido que llegó a nuestros oídos al penetrar en lo más denso del pequeño caserío de Peine...Hombres y niños, pobres lugareños de pura sangre indígena, deletreando el silabario de Sarmiento y trazando palotes y hasta elegantes planas de caligrafía en el más puro tipo de letra inglesa, nos pareció portento y maravilla en aquellas alturas. Y aquella escuela no era fiscal, ni recibía su preceptor más remuneración y más elementos que lo procedente de la suscripción de un pueblo que no contaba sino de 60 habitantes, entre niños, mujeres y viejos".  (San Román en Muñoz, 2014: 139; subrayado nuestro).

San Román  se interesa por  consultar sobre la población y su número. Tal vez el dato provenga del propio profesor de la escuela, con quien seguramente conversó sobre el poblado y sus habitantes, aunque  esto  no se diga expresamente. Dicho número sugiere  la presencia de unas 11-12 familias, a lo más.

Peine y Socaire.

El paso por estos pueblos  merece las siguientes observaciones de parte de San Román:

"Adelante de Peine, viene Socaire, lugar de recursos también para el viajero, pero de menor significación que Peine; luego Cámar,  lugarejo igualmente útil por algunos pequeños cultivos y en situación agradable y pintoresca. Siguiendo la misma ruta a la vista de la serie de cumbres volcánicas, el Meñiques, el Léjia, el Lackar, etc.,  se cruza el camino real de  Atacama a Salta  y se cae por sobre densos médanos y cordones de dunas al zanjón de Sóncor, que también mantiene en su arenoso fondo algunos cultivos".  (San Román en Muñoz, 2014: 139).

El pueblo de Toconao y su entorno geográfico.

...Y se llega por fin sin salir de médanos  (1), al pintoresco Toconao, el jardín de la puna atacameña occidental,  situado a inmediaciones del esbelto Licancabur...Verdadero  objeto de juguetería en que todo está reducido a lo más pequeño: el pueblo, las casas, las proporciones del paisaje y hasta la subdivisión territorial: diez cuadras de bosque secular, de cultivos, arboledas frutales, de jardines y potreros alfalfados, lagos y cataratas para trescientos habitantes (2)!. La irregularidad y el desconcierto es la nota dominante en este curioso pueblecillo de propietarios urbanos y rurales.
Donde se inicia el diminuto remedo de valle se aglomeran las casitas o cuartuchos de piedra traquítica  (3) regularmente canteada, sin orden ni disposición alguna mirando los unos al poniente mientras los otros, al lado o al frente, miran a todos los rumbos;  y desde allí abajo siguiendo la pendiente a saltos, en una sucesión de rápidos y caídas verticales, se anda un intrincado laberinto de sendas y se tropieza a cada cinco pasos con algún cercado que debemos salvar por alto, una zanja que es preciso saltar al vuelo una ladera resbaladiza que requiere precauciones; y así hemos recorrido en media hora Las heredades de muchas familias que poseen una o más áreas (4) de terreno, pero que proveen a su subsistencia por el lujoso privilegio de darse allí buena la uva y excelentes otras frutas tan apetecibles como duraznos, peras, higos, etc. (5), que encuentran lucrativo mercado en Atacama  (6), Caracoles (7) y Calama  (8). (San Román en Muñoz, 2014: 139-140).

Notas nuestras a este  hermoso texto:

(1)  "Médanos", se denominaba en esa época  a los conjuntos de dunas movedizas. Equivale a "campo de dunas". La voz "médanos"  ya dejó de usarse en Chile, pero  fue de empleo muy común entre los autores del siglo XIX  y se la encuentra en las descripciones  de muchos autores.

(2)   Se anota la población total aproximada de Toconao, el pueblecito más importante después de san pedro.  Trescientos habitantes equivaldría, aproximadamente, a  unas  60-62 familias. Era la segunda población en importancia, después de San Pedro de Atacama, o Atacama la Alta, como se la llamaba en el período colonial.

(3)   La roca usada en la construcción del pueblo de Toconao es la piedra liparita volcánica de color blanquizco, y procede de unas canteras situadas al Este del poblado, explotadas desde antiguos tiempos para la construcción de las viviendas.

(4) El "área" es una medida de superficie  que  mide  1.000 m2. Casi nadie usa hoy entre nosotros esta medida arcaica, pero sí su múltiplo, la "hectárea", que  mide  10.000 m2. En nuestro país,  la voz "área"  se emplea  simplemente como equivalente exacto a  "superficie".

(5)  Toconao  es el único pueblo de Atacama donde se da una gran  variedad de frutales, gracias  a la peculiar disposición geográfica de sus huertos, ocultos al fondo de una quebrada profunda, y protegidos  de las  fuertes  heladas  e igualmente, gracias a la excelente calidad de sus aguas dulces.


(6)  Nótese que este poblado es nombrado simplemente "Atacama" y no como hoy se dice: "San Pedro de Atacama". "Atacama" según el Glosario de la Lengua Atacameña de Emilio Vaïsse y otros (1875) podría tener un origen quechua o cunza. En lengua cunza,  -tecama- significa  "tengo frío" y es una acepción que a los autores del Glosario les parece bastante aceptable. En efecto, en San Pedro hace frío y en pleno invierno las temperaturas pueden bajar algunos grados bajo  0° C.  Sin embargo, cuando San Román preguntaba a sus entrevistados atacameños sobre el significado exacto de la voz "Atacama", no  existía claridad ni uniformidad en la respuesta. Creemos que con toda probabilidad que aquí se trata de una voz cunza, ya que  a la llegada a esta zona de los incas, portadores de la lengua quechua,  es sumamente tardía, y ocurre  al parecer  hacia el primer tercio del siglo XV.  El pueblo de Atacama ya existía desde mucho antes del arribo de los conquistadores incas   Cfr. Vaïsse y otros, Glosario de la Lengua Atacameña,  1895: 533-544) .

(7)  Caracoles  fue un afamado mineral de plata  situado al Oeste del Salar de Atacama y comunicado por una huella con  el pueblo de Toconao situado hacia el Este y Sierra Gorda, hacia el Oeste. Fue descubierto por el explorador y minero chileno  José Díaz Gana   en el año 1870 y se encuentra a una altitud de 3.100 m. sobre el nivel del mar.  Debe su nombre de "Caracoles" a la presencia de  gran abundancia en sus inmediaciones de fósiles marinos,  especialmente de cefalópodos (género Ammonites).  Pertenecen a  las épocas geológicas conocidas como el Jurásico Medio y Jurásico Superior,  con  fechas que entre los 180 y 150 millones de años atrás. No presentaba vetas fijas, propiamente tales, sino era un campo sembrado de trozos de  mineral de plata de distinta ley.  De enorme riqueza, según las crónicas de la época, durante su explotación produjo un total de  más de 855 toneladas de plata pura. (Ver Internet). Su auge fue de breve duración pero atrajo a un sinnúmero de  operarios chilenos ávidos de suerte,  los que poblaron el área, por entonces en posesión  de Bolivia.

(8)  San Román tilda a Calama como "de caserío insignificante", dando por ello a entender que  su población por entonces era muy escasa, seguramente muy inferior en número a la Atacama de entonces, pero bastante más concentrada que ésta. En efecto, Atacama estaba poblada  por familias residentes en sus numerosos aillos agrícolas,  que se esparcían cual islas en torno a las tierras agrícolas irrigadas por los ríos Vilama y San Pedro.     

El pueblo de Atacama tal como lo vio San Román.

En las frases que siguen, nos describe nuestro  ingeniero geógrafo el poblado principal del Salar de Atacama: San Pedro de Atacama en 1886:

"Llegar, en nuestro estado y condiciones a un pueblo edificado con plazas y calles, con tiendas y almacenes de comestibles, con autoridades administrativas y judiciales, eclesiásticas y militares, con oficina de correos y telégrafos, iglesia y escuelas, era realmente llegar a un pueblo civilizado, de recursos y reparación, aun cuando todavía estuviéramos en plena región de  punas y cordilleras..." (San Román en Muñoz, 2014: 140).

Aquí San Román, contra su costumbre, nada nos dice sobre su población. Nos promete hacerlo en otra parte de su exposición.   En todo caso, para entonces San Pedro  era un verdadero emporio de víveres y recursos para la región interior de  Antofagasta. La cita  indicada más arriba, nos habla de una población  bullente de actividad, gracias  sin duda  a la existencia de  la mina de Caracoles no lejos de allí y dependiente de éste económica y jurídicamente .

Calama en los ojos de San Román.

"Calama, puerto interior de tránsito para el comercio con Bolivia, lugar que poco antes tuvo el privilegio de ser el primer campo de batalla con que se inició las campaña,del Pacífico, era ya, en los días de nuestra visita (Abril de 1886)) estación del ferrocarril de Antofagasta a Pulacayo y Oruro.  De caserío insignificante, esparcido en un mar de vegas saladas y pantanos insalubres, iba pasando a pueblo donde humeaban las chimeneas de fábricas, rodaban carretas y se levantaban edificios para negocios y escuelas.... El verde prado de las vegas y potreros de Calama sigue ofreciendo al ojo del viajero su agradable vista hasta la confluencia del río Loa con el Salado, cuyas aguas de origen termal y altamente mineral, dañan por completo la buena calidad de las del primero..."  (San Román en Muñoz, 2014:  183-184).

 Por desgracia,  San Román no nos ofrece  aquí una estimación siquiera aproximada de su población  tal como lo hará, en cambio, para la cercana Chiuchíu.

Aspecto del poblado de Chiuchíu: excursiones arqueológicas.

En palabras de nuestro ingeniero geógrafo:

"En Chíuchiu, lugarejo de unos 500 habitantes, situado en las inmediaciones de la confluencia de los ríos Loa y Salado, se presentó la ocasión de interesantes visitas a los cementerios indígenas, consiguiendo obtener cuatro momias completas, en buen estado de conservación y adornadas con sus pintados ropajes: diversos objetos de adorno y utensilios, a todo lo cual ha dado colocación el Dr. Philippi en la correspondiente sección del Museo Nacional."  (San Román en Muñoz,  2014: 184;  se refiere el autor al Dr. Rodulfo Amando Philippi, sabio naturalista alemán afincado en Chile)

Como era habitual entre los viajeros científicos de la época,  el interés arqueológico se concentraba en  buscar tumbas aún intactas y remover sus cuerpos momificados y su ajuar mortuorio para su traslado posterior al Museo de Santiago. Probablemente, el cementerio indígena aquí aludido es el que estaba al lado del antiguo pukará indígena.  Debe ser probablemente el mismo  en el que  Grete Mostny encontró, hacia  1940,  una momia con su ajuar completo, el que describe prolijamente - a diferencia de los antiguos viajeros-  en un extenso artículo  (Cfr. Mostny, "Una tumba de Chiuchíu con un Apéndice: Protocolo de un cráneo de Chiuchíu", Boletín del Museo Nacional de Historia Natural, tomo XXVI, N° 1,  

Pasando el paso de Guaitiquina hacia el oriente, la comitiva científica de San Román  llega  a las vegas de Catua, lugar  hoy en territorio del Noroeste argentino. Para San Román:

" ...desde allí se dominan los valles pastosos de Catua, nombre que deriva del lugarejo así llamado y que se levanta sobre risueño prado verde. Una docena de casas de adobe, esparcidas al azar, desmanteladas y sin más halagos que el abrigo de su techo y sus cuatro paredes, valen relativamente, por todo un pueblo con sus atractivos y seducciones, en aquellas soledades de la puna. Cómoda estación fue ésta por algunos días para el campamento de la comisión  lográndose  relacionar toda la extensión de esta parte de la puna, por medio de no interrumpidas triangulación, con las cumbres de la cordillera real del licancabur al Llullaillaco..." (San Román en Muñoz, 2014: 194).

El nombre del lugarejo "Catua"  es de origen cunza.  Proviene del cunza -ckatu- que significa según el Glosario de la Lengua Atacameña   roca, peña.  (Cf. Vaïsse y otros,  1895: 538). Según esta misma fuente, al pie de una enorme roca que allí existía, se alzaban las viviendas de una familia residente. Que esta familia hablaba la lengua atacameña o cunza se desprende claramente  del párrafo de San Román en el que nos indica que tuvieron que recurrir a un intérprete propio para entenderse con la familia allí establecida. Lo cual significaría, evidentemente, que entre los arrieros y baquianos que llevaba la comisión investigadora, iban ciertamente atacameños conocedores de la lenguas cunza, o, al menos, de frases usuales y vocablos de esta lengua  (Cf. San Román en Muñoz, 2014: 199).

En esta parte del relato de San Román aparecen también en esta comarca algunos topónimos de inconfundible apariencia cunza, como Cauchari, Tocomar (río) o  Tuzler (volcán). La región, en efecto, hasta Antofagasta de la Sierra, fue poblada por los atacameños  y pertenecía también a la jurisdicción de la parroquia de San Pedro de Atacama, siendo atendida  por sus párrocos con ocasión de sus fiestas patronales como sabemos por otras fuentes (San Román en Muñoz, 2014: 198-204).

Síntesis poblacional.

Exceptuando la región trasandina  del Noroeste argentino, de cuyos pueblos o poblaciones  San Román no nos entrega  dato alguno numérico  concreto   (v.gr. Catua, Pastos Grandes, Antofagasta de la Sierra o Susques (poblado que no se halla citado), podemos intentar reconstruir el siguiente recuento poblacional tentativo que nos arroja al menos  alguna luz sobre  el poblamiento atacameño desde Chiuchíu por el norte, hasta Tilomonte, por el sur. Señalemos que nuestro autor no hace ninguna referencia el autor a los pueblos atacameños situados al  extremo norte y noreste de la región de Antofagasta, como  Río Grande, Caspana, Ayquina, Turi, Toconce, Machuca, a los que no nombra. Es obvio que  se ha puesto como meta investigar tan sólo  la zona geográfica comprendida entre el río Loa y el extremo sur del Salar de Atacama.

Cálculo demográfico  general tentativo.

Leyendo  entre líneas  e interpretando  las expresiones vagas  del ingeniero San Román cuando señala "algunos pobladores",  y apoyándonos en las comparaciones que el mismo establece entre los pueblos (v. gr. entre Peine y Socaire, o entre Calama y Chiuchíu)  llegamos al número tentativo de unos  1.350 habitantes,  otorgando a Calama una población tentativa de  300 habitantes y a San Pedro de Atacama (núcleo central)  una población estimada de unos 400 habitantes. Se exceptúa  la población residente en los aillos sanpedrinos más alejados del centro cívico donde estaba la iglesia y la plaza. Nuestro cálculo es tan solo estimativo y se sugiere compararlo y complementarlo con los Censos  más tempranos de estas localidades, antes que se produjera el éxodo hacia las ciudades costeras de Tocopilla o Antofagasta que inician su poblamiento hacia 1870 o  muy poco antes. Tarea específica para un demógrafo de profesión.

Nuestro particular interés ha sido ordenar y detectar la información difusa dada por  San Román,  a sabiendas que  el tema demográfico  no estaba explícitamente  comprendido   en el Decreto Supremo fechado el 17 de abril de 1883, firmado  por el presidente  de la república don Domingo Santa María y su Ministro, José Manuel Balmaceda. Este estipulaba, entre otras cosas  (Artic.2°),   que se debía levantar "la carta topográfica del desierto con los detalles de su orografía e hidrografía, demarcación de las aguadas naturales y de los puntos donde éstas pueden ser abiertas". (San Román en Muñoz, 2014: 30-31).  Además:  se señalaba en él  que "se tomarán, en general, todos los datos que el estudio mismo del desierto ofrezca al interés de la industria y a la posibilidad de plantearla con ventaja para las empresas particulares" (Artic. 6°; subrayado nuestro).

 Y, en este contexto,  es obvio  que  el poblamiento del área recorrida era un dato muy importante para los futuros viajeros  que concurrieran  esta región.

(En proceso falta agregar fotografías de los pueblos aludidos aquí).



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