domingo, 30 de abril de 2023

La increíble y apasionante historia del Meteorito caído en la región de Taltal: un capítulo ignorado del Museo Regional de Iquique

Fig. 1. Plano de localización de las Oficinas Salitreras  del Cantón Taltal. La Oficina "Chile" se muestra en la parte media del Plano, algo arriba del sitio  "Agua Verde" (tomado de Internet).

En el Cantón Taltal, en el extremo sur de la Provincia de Antofagasta, llegó a haber 15 a 20 Oficinas Salitreras para la explotación del salitre natural (NaNO3).  Una de ellas, fue la salitrera "Chile", de propiedad de inversionistas alemanes. No todas trabajaron en la misma época y algunas cerraron antes que otras, en la década del 1920-1930, como resultado del descubrimiento del salitre sintético en Alemania, que  sustituyó al salitre natural procedente de Chile.

La curiosa historia del meteorito taltalino.

En los párrafos que siguen, se da cuenta del curioso y accidentado periplo del cuerpo celeste caido en las inmediaciones de la salitrera Chile, al interior de Taltal (ver plano, arriba), en  un día incierto del año 1917. La historia que vamos a relatar en detalle, tiene visos de leyenda; sin embargo, damos fe de que es absolutamente verídica luego de haber investigado a fondo el caso.
Ocurrió hace exactamente cincuenta años cuando en el año 1972 nos tocó intervenir personalmente en su adquisición y posterior traslado al Museo Nacional de Historia Natural de Santiago de Chile (MNHN). Transcurridos ya algo más de 50 años de este extraño episodio, creemos necesario relatar los hechos "tal y como sucedieron", en frase del gran historiador alemán Leopold von Ranke. El meteorito de 82 kg de peso, es una masa compacta de hierro casi puro con trazas de magnesio y de color pardo oscuro. Fue ingeniosamente rescatado de la pampa salitrera donde fue visto caer en una noche incierta del año 1917. 
Durante largos años, me he resistido a relatar y hacer público este curioso suceso por temor a alguna posible sanción judicial, dadas las circunstancias políticas del momento y las características del proceso de instalación y su posterior traslado de Iquique a Santiago, con todas las apariencias de un "secuestro" o un  vulgar "robo". Proceder que tuvimos que emplear para salvar el meteorito, tal como aquí se referirá en detalle. Procedimiento  aparentemente  "tortuoso" pero legitimo al que tuvimos que recurrir entonces, tal como se cuenta en esta historia verídica. 

 Hoy a mis  94 años de edad, considero que la verdad debe ser relatada sin tapujos, para conocimiento de las futuras generaciones de chilenos. Esto aunque sea en desmedro de ciertas personas citadas en el relato.  Hacemos así honor a aquella máxima en su versión latina atribuida a Aristóteles: "Amicus Plato, sed magis amica veritas" ("Platón es mi amigo, per más amigo soy de la verdad"). 

 Los hechos.

La increíble historia comienza un atardecer del año 1917. Por desgracia, no quedó registrada la fecha ni la hora exacta del suceso. Los detalles del hallazgo del meteorito  los debemos  al ingeniero-jefe de la oficina salitrera Chile, en esa fecha don Eduardo Angelbeck Grebe, chileno de origen alemán. El refirió los detalles de esta información  a su esposa Ilse Stolzenbach y a sus hijos. Y será su hija Ruth Angelbeck de von Buch quien, afortunadamente para nosotros, decidió dar a conocer las circunstancias precisas del hallazgo, lo que fuera publicado en un número del Boletín del Museo Nacional de Historia Natural de Santiago de Chile en  el año 1958.

Cómo logramos adquirir este notable meteorito y su inefable historia posterior.

 

Creo recordar que fue mi esposa, María Cristina Mardorf, quien me hizo la primera alusión a este meteorito, que se encontraba en poder de una familia conocida suya, de origen alemán, en el sur de Chile. Se conservaba, en efecto, como reliquia en un fundo en la localidad de Lautaro, propiedad de una familia de origen alemán de apellido Angelbeck. Esta familia era descendiente directa del afortunado descubridor del cuerpo celeste, quien era por entonces el ingeniero jefe de la Oficina Salitrera Chile, al interior de Taltal (Ver Fig.1: Plano).

  Un artículo publicado por el Noticiario Mensual del Museo de Historia Natural de Santiago de Chile en 1958, da cuenta minuciosa de las circunstancias exactas de este hallazgo fortuito. Recuperado el meteorito, luego de una increíble odisea nocturna a caballo, en plena pampa salitrera, el jefe de la Oficina le hizo recortar un pequeño trozo para examinarlo en su laboratorio, constatándose que estaba formado por más del 98% de hierro con adición de magnesio.

Enseguida comprendí que este hallazgo cerca de Taltal, en pleno desierto, podría llegar a ser un poderoso atractivo para nuestro pequeño Museo en Iquique y, habiendo consultado el caso con varios amigos de  confianza, concordamos en que valía la pena adquirirlo para nuestro museo. Así, pues, iniciamos contacto epistolar con la actual poseedora, en Lautaro. Le indicamos que, tratándose de un cuerpo celeste caído en el desierto, parecía natural que fuera expuesto en algún Museo en una ciudad del Norte del país. Le sugerimos una posible donación, pero la dueña optó por su venta, pidiendo en ese momento la cantidad de Eº 20.000  (escudos). Estuvimos de acuerdo en la suma solicitada, e iniciamos una campaña solidaria en la ciudad para su adquisición. Mientras tanto, la propia Dra. Angelbeck de  Von Buch adelantó el dinero para su adquisición, en calidad de préstamo. La dueña estuvo de acuerdo y nos envió enseguida el meteorito, muy bien embalado, por intermedio del ferrocarril del Norte que por entonces llegaba hasta la ciudad de Iquique. En ese tiempo, el viaje en “El  Longino” (así era llamado este ferrocarril del Norte Grande, que funcionó hasta el año 1997), tardaba como tres días enteros. Con Jorge Checura y nuestro chofer don Albino lo fuimos a buscar al terminal ferroviario y lo trasladamos al Museo. Allí le hicimos una tarima especial para su exposición y pasó a ser, de inmediato, en el hall central del Museo la gran atracción del mismo, concitando desde el primer día el interés de numerosos visitantes.

 El meteorito era una roca compacta de color pardo muy oscuro, casi negro, y pesaba la friolera de 82 kg.  Difícil de manejar y mover a causa de su enorme peso. De alto, no tendría más de 60-62 cm.  La superficie del  pequeño fragmento faltante, (recortado por el ingeniero jefe de la Salitrera para su análisis químico) brillaba con destellos plateados, dejando entrever claramente su evidente pureza en hierro.

Iniciamos la lenta tarea de recolección de fondos para su financiamiento y, para ello, instalamos en el Museo, al pie del meteorito,  una alcancía en la que los visitantes hacían sus aportes voluntarios. A la vez, semana tras semana, escribíamos en los diarios locales sendos artículos dando a conocer la enorme importancia científica de esta adquisición del Museo de la Universidad [1].

Pronto decidí tomar contacto con el Museo Británico  en Londres, institución poseedora de varios meteoritos, informándoles por carta nuestra de la presencia de este cuerpo celeste en nuestro Museo de Iquique. La noticia les sorprendió enormemente y nos solicitaron mayor información sobre su caída y circunstancias de su hallazgo en Chile, pues en sus catálogos este cuerpo celeste no figuraba. Les envié copia del artículo aparecido en el Noticiario Mensual del Museo de Historia Natural de Santiago, donde se explicitaba las circunstancias exactas de su descubrimiento casual [2].  Esta noticia suscitó enorme interés.

                     


Fig. 1. Los alrededores del edificio del Museo Nacional de Historia Natural en la Quinta Normal. Fue fundado en el año 1830 por el sabio francés Claudio Gay, por entonces contratado por el gobierno de Chile para el estudio de su geografía, ciencias naturales e historia. El Museo, en su forma actual, fue construido por el arquitecto francés Paul Lathoud para la Primera Exposición Internacional del año de 1875. (foto Mario Elgueta).


Fig. 2.  Fachada del  Museo Nacional de Historia Natural, fundado en el año  1830 por el sabio francés Claudio Gay, contratado por el gobierno chileno para el estudio de la historia, geografía y ciencias naturales del naciente país soberano.  (foto Mario Elgueta).


 



[1]  Recuerdo que yo revisaba con especial interés los artículos de la Enciclopedia Británica relativos a la caída de meteoritos en el mundo.  Dos o tres artículos nuestros sobre este mismo tema aparecieron en Iquique en los diarios locales de la época.

[2]    El artículo en referencia apareció publicado en el Noticiario Mensual el Museo Nacional de Historia Natural, Santiago, Nº 29, Diciembre 1958. Fue titulado: “La historia terrenal del aerolito taltalino”. Su autora fue la Dra. Ruth Angelbeck de Von Buch  hija del descubridor. A nuestra llegada a Chile desde los Estados Unidos, a fines del año 1971, Ruth ejercía como  médico en el hospital de Arica  Su hija, Karin Von Buch, arquitecta, residente entonces en Arica, resultó ser íntima amiga de mi esposa Cristina. Fue, pues, a través de Karin y su madre Ruth que yo tomé conocimiento de la existencia en Lautaro, del mentado meteorito (aerolito). He aquí el verdadero origen de mi interés por adquirirlo como un valiosa joya para nuestro museo de Iquique. 


Nuestras humildes publicaciones en el Museo de Iquique.

Para dar a conocer nuestras propias investigaciones y las de mis colegas, durante nuestro corto período de estancia en el museo de Iquique (mayo-septiembre 1972), creamos una pequeña publicación antropológica que pomposamente rotulamos como “Cuadernos de Investigaciones Históricas y Antropológicas” que portaba  el logo del famoso shamán del Cerro Unita, la que iniciamos en el mes de junio de 1972.  Era de muy humilde formato y constaba de pocas páginas. Como no había dinero, recuerdo que en una de las publicaciones tuvimos que recurrir a unas resmas de papel  ya afectadas por la acción de las termitas. Alcanzamos a publicar dos ediciones con trabajos propios. Checura continuaría después en la misma senda, agregando más tarde otras publicaciones suyas. Esta pequeña y humilde actividad editorial nos fue muy útil para trabar estrechos contactos con Museos chilenos y extranjeros y darnos a conocer como investigadores en el país.[1]

Junto con los “Cuadernos”, editamos un modesto “Boletín Informativo”, en el que dábamos cuenta de los trabajos realizados en el Museo. El primer Boletín lo editamos el 15 de Mayo de 1972 y el segundo, el 15 de Agosto de ese mismo año. En este último, dimos detallada cuenta del proceso de adquisición del meteorito y transcribimos en gran parte la publicación original de Ruth Angelbeck de von Buch de 1958, hija del descubridor del meteorito, para conocimiento de los visitantes el museo.

Por su notable interés, reproducimos a continuación parte del texto de la Dra. Ruth  Angelbeck  escrito el año 1958:


“Un día del año 1917 el aerolito hizo su aparición en la atmósfera terrestre. Ya atardecía, y la brillante bola incandescente describía su curva parabólica hacia la tierra.  Hombres y mujeres de los campamentos de la Oficina Salitrera “Chile” se detenían en sus faenas para observar ese fenómeno extraño y pronto supo el gerente, don Eduardo Angelbeck Grebe de lo ocurrido, porque la superstición veía en el fenómeno un mal augurio. El aerolito había terminado su viaje hacia la tierra, y, con un golpe que hizo estremecerse los alrededores cercanos, se enterró a más de un metro de profundidad entre arena y caliche de la pampa nortina. Don Eduardo, una persona de amplia cultura y los más variados intereses científicos,  de inmediato se dio cuenta de la naturaleza del fenómeno y salió a caballo, acompañado de algunos hombres, a buscar el punto preciso donde se había enterrado el aerolito. Ya caía la noche pero el cielo estrellado y la tenue luz de la luna menguante, alumbraban suficientemente el desierto. Tras horas de búsqueda, casi al amanecer, ubicaron el cono de inserción del aerolito. A 1.800 m de altura sobre el nivel del mar. Pero para sacarlo de su pozo arenoso, hacía falta las herramientas apropiadas, por lo tanto el pequeño grupo volvió a la Oficina marcando cuidadosamente el camino de regreso. A la mañana siguiente, partió una cuadrilla de trabajadores con palas y piquetas al punto marcado y desenterró el aerolito. Pero no pudieron transportar de inmediato porque aún estaba tan cliente que no se le podía tocar. Además, tiene el peso apreciable de 82 kg. Su largo es de 48 cm.  el ancho, 30 cm.  y la altura 20 cm.

Una vez en la Oficina, fue llevado directamente al laboratorio…El análisis dio hierro prácticamente puro, ya que solo se encontraron huellas despreciables de magnesio y otros metales…(El aerolito) acompañó a su dueño un año más tarde en el traslado a Taltal. En 1922, fue a residir al barrio alto de Santiago, y en 1932 emprendió viaje al sur de Chile, a Lautaro, siempre acompañando a su dueño, orgulloso de él.  Pasaron los años, el dueño envejeció y finalmente, en 1956, se lo llevó la muerte. Entonces el aerolito tuvo que emprender un corto viaje pues fue trasladado a la casa del fundo del hijo de don Eduardo. Allí, en el salón del fundo “Santa Elena”, en la provincia de Cautín, sigue su estadía apacible y contemplativa de la vida de la familia Angelbeck, y cada vez que lo vemos, nos invade una intensa nostalgia por saber algo sobre su lugar de nacimiento…

Se le considera como el aerolito de 2º tamaño encontrado en Sudamérica, y entre los aerolitos encontrados en todo el orbe de la tierra ocupa el 8º lugar”.


Comentario final.


Este relato, escrito personalmente por la propia hija del descubridor en 1958, es de por sí elocuente. Es sin duda su gran mérito el haber puesto por escrito los curiosos detalles de su descubrimiento. Solo faltó comprobar la fecha exacta de su apariciòn en aquella noche en los terrenos de la Oficina “Chile”.  El dato exacto, por desgracia, se ha perdido, aparentemente para siempre.

Solo me cabe agregar, a guisa de comentario, que tuve la ocasión de comentar en la ciudad de Arica  con la propia Dra. Angelbeck, en 1972, los detalles de este descubrimiento. Me dijo que su padre, para poder recordar con precisión el sitio exacto de su caída, como punto de referencia, se había fijado en su posición exacta con respecto a un poste del corredor de la casa. Este detalle  sirvió de excelente guía para la cuadrilla de sus trabajadores que logró dar con él. tras afanosas horas de búsqueda.

Existe un relato abreviado y "maquillado" de este pintoresco episodio, escrito por el zoólogo del MNHN Dr. José Yáñez, sobre la base de mi propio relato personal, el que fuera publicado el año 2016 en en "Cartas al Editor", de la publicación "Gestión Ambiental" Nº 31, pp. 63-65 con el título de "La extraña historia terrenal del meteorito de Taltal depositado en el Museo Nacional de Historia Natural. Rescate sui generis de un patrimonio  natural". 

 

El “robo” del Meteorito de Taltal.

 

La presencia del meteorito en el Museo de Iquique y su enorme valor científico, alertó al Director de la Sede el señor Jorge Godoy Melgarejo,  quien secretamente empezó a dar vueltas a la idea de venderlo muy bien y con ese dinero reforzar las  escuálidas finanzas de la sede iquiqueña de la Universidad. Así, me alentaba a retener el contacto con personeros del Museo Británico y a mantenerlo bien informado. 

Con Jorge Checura, muy pronto nos dimos cuenta de sus verdaderas intenciones y que la idea de vender el meteorito al Museo Británico, había llegado a ser una verdadera obsesión secreta del Director, aun cuando éste no lo confesara abiertamente.

Con Jorge discutimos en privado qué hacer ante la idea de perder para siempre esta notable pieza procedente del espacio, que ya constituía la más preciada joya de nuestro Museo. Se me ocurrió consultar secretamente el tema con la Dra. Grete Mostny Glaser, directora del Museo Nacional de Historia Natural de Santiago. Como aún no había sido  pagado, el meteorito, de hecho, seguía perteneciendo a su legítima dueña en la provincia de Cautín.  Expliqué en detalle a Grete por carta el grave problema surgido con el director de la Sede así como nuestros  temores y le consultábamos si el Museo Nacional de Historia Natural de Santiago estaría dispuesto a financiar su compra. En tal caso, nosotros le enviaríamos de inmediato el preciado Meteorito desde Iquique.

  Grete Mostny se manifestó dispuesta a pagar los Eº 20.000 solicitados, con fondos del Museo. De inmediato, ella se percató de la enorme importancia científica de esta adquisición.

El tema ahora se presentaba bastante complicado para nosotros. ¿Cómo hacer para enviar secretamente el Meteorito a Santiago sin que se percatara el Director?.  El jamás habría autorizado su traslado, pues estaba ya decidido a hacer un buen negocio con él y por eso  alentaba nuestros esfuerzos por conseguir donaciones del público iquiqueño destinadas a solventar su pago. Pero, a la vez, nos dejaba en claro que la Sede Universitaria de Iquique no estaba dispuesta a poner un solo centavo para su adquisición. Eso sería nuestro exclusivo problema… 

Con Checura le dimos mil vueltas al asunto. ¿Cómo actuar de manera tal que el meteorito partiera a Santiago con destino al MNHN en el más absoluto secreto?. Discurrimos mil fórmulas pero ninguna nos satisfacía. Alguien nos sugirió simular un robo repentino. No recuerdo quién fue el de la brillante idea. Y aunque lo recordara, ciertamente yo no lo diría ahora.

Con Checura y en el más absoluto sigilo estudiamos el horario de trenes a Santiago. Había un tren de carga que salía como a las dos de la mañana tres veces a la semana. ¿Cómo nos conseguimos finalmente la camioneta de la Universidad para su transporte y la complicidad de su chofer, don Albino?. No lo recuerdo….Mover una pieza de 82 kg de peso, de cierto no era tarea simple. Menos aún en la noche y sin despertar sospechas de nadie. Lo que sí recuerdo bien es que volvimos a instalar el meteorito en el mismo encatrado de madera donde había llegado unos meses antes. Checura se encargó de escribir el nombre del destinatario y su dirección en Santiago. Yo telegrafié a Grete Mostny del despacho efectuado señalando la hora probable del arribo de la carga a Santiago. La camioneta azul de la Universidad se guardaba siempre allí, a un costado del Museo. El chofer, nuestro cómplice,  nos colaboró en todo, conociendo bien los entretelones. Seguramente le retribuimos bien por su colaboración. No recuerdo ese pequeño detalle que corrió por cuenta de Jorge Checura...

No recuerdo cuánto nos costó el envío por carga, suma que pagamos a medias con Checura. Tampoco recuerdo ya detalles del tremendo esfuerzo físico que debimos realizar entre tres personas, para levantar ese enorme peso y subirlo a la camioneta para luego bajarlo en la estación de ferrocarril en la madrugada.

La operación-rescate fue realizada sigilosamente un día sábado por la noche. El día siguiente era domingo. Nada se sabría en el Museo hasta el lunes en la mañana. Para entonces, el meteorito ya estaría viajando cerca de La Calera, rumbo a Santiago…Para despistar, dejamos una ventana abierta y huellas claras y frescas que denotaran el audaz  robo nocturno  efectuado por varias personas.

Jorge Checura (1933-1995), aquejado de un agresivo cáncer, nos dejaría años después y repentinamente en el año 1995.  Tuve la grata oportunidad de acompañarlo varias veces  unos meses antes de su fallecimiento, postrado ya en su lecho de dolor, donde juntos rememoramos estos curiosos episodios durante ese triste y lamentable  período de la historia el Museo Regional de Iquique [2]. Nos sentíamos –y en verdad  lo fuimos- los verdaderos "salvadores" del meteorito que, de no ser por nuestra intrépida intervención, hoy luciría seguramente en alguna de las galerías del Museo Británico.

(Nota final: agradecemos cordialmente el apoyo incondicional  del zoólogo  Mario Elgueta y del antropólogo Cristian Becker, científicos del Museo,   para la  edición final de este capítulo). 

[1]  Esta publicación tuvo corta vida, publicándose el último Cuaderno en el año 1974.

[2] Durante mi breve permanencia en el Museo Regional de Iquique, de la Universidad del Norte ((1972), insté repetidas veces a Jorge para que postulase a una beca de estudios en México, para especializarse en  Museología, tema de su particular predilección. Checura, en efecto, partíó a  a ciudad de México en una pasantía de varios meses en Museología en el año 1974.  




miércoles, 26 de abril de 2023

Dos entrevistas inolvidables: conversación con antiguos pescadores y mariscadores del balneario de Las Cruces en el mes de enero de 1975.

 Con motivo de nuestra preparación para las siguientes expediciones de la revista “Expedición a Chile” me tocó intervenir como antropólogo y arqueólogo en el reconocimiento del área vecina a la Laguna del Peral, propiedad de los padres agustinos, junto al balneario de Las Cruces (Comuna de El Tabo, Región de Valparaíso). Buscando reunir antecedentes sobre las más antiguas familias del área, como parte de mi trabajo científico, tuve conocimiento de la existencia de una anciana, considerada la más antigua de la región. Se trataba de doña Doralisa Alvarez y Alvarez, por entonces de unos 90 años.  Me recibió amablemente en su casa y me dio valiosas referencias sobre el lugar y sus antiguos habitantes. Copio ad litteram de mi Diario de Campo Nº 6 A (pp. 70-74) mis notas tomadas en ese momento. Me ha parecido de gran interés reproducirlas aquí pues representan bien su visión del modo de vida de los pescadores desde los comienzos del siglo XX. Las Notas al texto, son adiciones mías.

 Visita a la Sra. Doralisa Alvarez y Alvarez  de unos 91 años, la más vieja de Las Cruces.  Conoció a mi abuelo, don Alfredo Barros Errázuriz [[1]] antes del 1900, cuando llegaba a Cartagena, a una casa arrendada. Cree que la casa del abuelo, comprada a don Santos Pérez en 1902  (–dato de mi mamá-),  fue la primera casa de veraneo de Las Cruces. Por entonces, Las Cruces no tendría más de unas diez casitas de pescadores y agricultores-pastores. Siempre había algunos botes en el varadero de la playa los Pescadores, la única playa donde llegaban los botes. Ella comerciaba con leña, pescado, etc. que iba a negociar a Cartagena con su cesto sobre la cabeza. También iba al Tabo [[2]] con animales.  Amasa pan desde hace sesenta años. Se pescaba entonces lo corvina, pues tollo y pejegallo se botaban. [Ella] se acuerda del terremoto de l906 que destruyó a San Antonio. Dice que gemían los animales y gritaban las aves. Se acuerda que en las casas de los ricos había cinco a seis empleadas: -cocinera, lavandera, de las piezas, del comedor, niñera-…No recuerda haber visto balsas de cuero de lobo marino, pero oyó a su padre mentarlas [[3]]. Los apellidos típicos de Las Cruces:  Alvarez, Silva, González, Moya, Aguilera. Comerciantes venían en carretas a Cartagena a comerciar. Llegaban a “Las Posadas”.

[Había] acarreadores de agua desde el manantial de La Gruta. El caño producía muy poca agua.  Los aguadores se amanecían llenando los chuicos. La Gruta de la Virgen tiene más de 50 años”[4].

 Mi segunda entrevista fue con doña María Silva de Codoceo. De mis notas de campo, casi telegráficas, copio ad litteram lo que sigue.  Tratándose de la esposa de un pescador lugareño, sus precisas indicaciones nos son hoy de particular interés ecológico y etnohistórico.

 “Visita casa de don Humberto Codoceo y señora Maria Silva de Codoceo. Es pescador y mariscador. Aquí, junto a su casa, hay un antiguo conchal indígena: hay cerámica culinaria y un fragmento decorado. Se encontró [aquí], hace un año y medio,  a un metro de profundidad, al excavar para hacer el cimiento de la casita (de un hijo del pescador), una piedra horadada [5] . Detrás de la casa (ver fotos), [se alza] un bloque granítico plano, con once tacitas la cual [sic!] es empleada hoy para “apalear locos” [6]…. La llaman aquí “piedra de los indios”. Tomé la entrevista, y hablamos con la señora María y con Humberto…(fotos y explicación  de sus labores de pesca). María Eugenia Góngora anotó la entrevista.


Fig. 1.  La casita de madera de la famiia Codoceo en la Playa Grande de  Las Cruces. En la parte superior de la gran roca, al frente de la casa, hay grabadas once "tacitas"  antiguas  para la molienda.   (Enero 1975. (foto H. Larrain).

La señora María Silva describe el ulte.

 El ulte es el tallo bajo del cochayuyo (son la champa o disco fijador). Se cuece en olla y se le pone vinagrillo (Oxalis sp) [sus] hojas, tallos y flores, pero sin raíz. Este se pone al fondo luego se alternan capas de ulte cortado y capas de vinagrillo. Hasta tres o cuatro capas. Se hierve al menos 1½ horas si los tallos son nuevos, y hasta tres horas, si son viejos. El vinagrillo suelta el cuero del ulte…queda amarillito...Se le raspa con el filo de un cuchillo para soltar el cuero que sale muy fácilmente. Cocido, se guisa. Se pica igual que [la] cebolla para pino. Se echa en olla con ají. Se vacia un tarro de Pomarola[7] y dos huevos revueltos para dos kilos de ulte. Se cuecen aparte papas, se doran en sartén y  se sirven para acompañarlo.

Ella nos contó que en 1955 por algunos meses vinieron a llevar camionadas llenas de huiros que –según decían-  ocupaban para hacer jabón. Pronto cesó esto, no saben porqué.[8]

Humberto me cuenta que durante el invierno se ocupan en “quebrar piedra”, granito, que abunda allí junto en el arenal. Han encontrado entre las rocas fragmentos de ollitas. La roca se ocupa para muros y heridos de las casas en construcción. La casita de Humberto fue construida allí el 3-X-1963.

El crustáceo del erizo, al decir de la señora Doralisa Alvarez, se llama  “caramón” (¿deformación por camarón?...seguro que sí)[9].

(Hasta aquí el texto de la segunda entrevista).


                 

Fig. 2.  Roca que muestra cuatro tacitas, en el sector "El Molle", Playa Grande, Las Cruces,  a poca distancia de la casa de la familia Codoceo. El lápiz (aprox. 11 cm) sirve aquí de escala gráfica. (Foto H. Larrain, enero 1975).

 En el mismo volumen de ese mi antiguo  Diario 6-A (1975), entre las páginas 84 y 92, apunté, por fortuna, otros aspectos de mi conversación con estos pescadores, hombres y mujeres,   de Las Cruces. Por su interés etnográfico y ecológico, lo reproduzco también aquí, porque pienso que su comparación con la situación actual en los mismos parajes, nos ilustrará sobre los cambios ecológicos ocurridos en estos casi 50 años (enero 1975 vs. Abril 2023). He aquí el texto copiado ad litteram :

 “ Decidimos entrevistar a la señora más anciana del pueblo doña Doralisa Alvarez y Alvarez, de unos 88-90 años (no lo sabe exactamente). Ella nos da datos de los pescadores del lugar. Nos nombró a Humberto Codoceo, (pescador) y Eliseo Silva (mariscador).  No fue difícil hallar la casa del primero. Ubicada en la playa Grande, junto al comienzo del bosquecillo de pinos donde se inicia el fundo “La Aldea” de los Padres Agustinos. Allí estaba la casita construida en 1938 por el pescador, junto a la cual, se adosaron posteriormente otras dos casitas para sus dos hijos casados. Esta casa y sus dependencias se halla exactamente encima de un antiguo conchal y asentamiento indígena, como consta por las piedras tacitas del lugar, casi al lado de su casa.

El relato que tomó por escrito María Eugenia Góngora mientras yo hacía la entrevista, revela bien el género de vida duro y precario del pescador-mariscador actual de Las Cruces. Allí alternan las labores de pesca de alta mar, de pesca con espinel desde la playa, la extracción de mariscos, la extracción de  cochayuyo por las mujeres al sistema de comercialización  de sus productos.  Don Humberto Codoceo nació en San Francisco de El Monte  y llegó en 1944 a trabajar como pescador a Las Cruces. Aprendió el oficio con Leonardo Mellado y Evaristo Silva. Este último, era tío de María Herminia Silva con quien se casó en 1950. La señora María –que estaba allí presente en la conversación-  ayuda en la pesca, pasando a veces las noches en el varadero; por la mañana se dedica a vender erizos, ulte, locos y pescado por las casas particulares de los veraneantes de  Las Cruces. Además, atiende sus ocupaciones como dueña de casa y cuidado de sus cinco hijos, ahora y grandes y casados. Escribe también versos acerca de personalidades y sucesos locales. Don Humberto nos muestra sus redes (“reses”, dice él); hay una colgada al lado de la casa que está siendo reparada. Es una red “corvinera”, ”caladora”, de unos 50 metros de largo por 8 metros de ancho u hondura. Nos muestra los diversos implementos de la red: el “cabo”, un cable verde que bordea la red a todo su largo; las “pesas” de plomo; la aguja de madera para reparar la red. Esta red presenta un gran boquete hecho por un lobo de mar. Dice y acota la señora María: “los lobos andan mirando a los pescadores los siguen y hacen correr los pescados hacia la red; luego la rompen para comerlos”.

Antes de tener una camioneta, los Codoceo cargaban la red al hombro hasta el varadero que queda al otro lado de Las Cruces. Allí tienen actualmente sus botes: El “Pingüino” y El “Rafael”. El primero tiene 6.85 m de largo; el segundo, 5,40 m. (Los medí yo mismo en la playa Los Pescadores, poco más allá del sitio de la casa de las monjitas argentinas, casa que fue de mi abuelo Alfredo Barros Errázuriz)

Aunque ellos viven muy cerca de la playa, en zona de dunas, tienen que embarcar y desembarcar en el varadero lejos de la casa, porque en la Playa Grande, “el tumbo de la ola” es demasiado fuerte. También el varadero puede ser peligroso para entrar o salir, y, a veces, -nos cuenta-  “volamos como avión a chorro contra las rocas del varadero”. Pregunto cómo es un día normal de trabajo para él. Su esposa y dos de los hijos presentes ayudan en la relación que hace.  Salimos en la tarde como a las seis (P.M.) a llevar la red al varadero. La ordenan junto al bote que está colocado sobre tres “polines” o varas de eucaliptus que luego servirán para hacerlo deslizar fácilmente hacia el mar. Van tres hombres en el bote: uno al timón y dos al remo; se alejan generalmente hasta 1-2 millas de la costa. Si fueran a motor, irían más lejos. Cuando han encontrado indicios de pescado de acuerdo a las corrientes, echan o “calan” el ancla o “arpeo” que va amarrado con un cable a un banderín que flota con una boya que ha quedado fija con el banderín.  El “arpeo” o ancla pesa unos doce kilos y ésta hace que la red baje unas 18 “brazadas” (24 metros). Se tira dos “arpeos”, uno a cada lado de la red.

 Qué pescan con esta red caladora.  

 Pescan generalmente tollo,  pejegallo, jurel, merluza, pejezorro, pejevaca y corvina (la que se enreda  en la red por sus agallas).  El pepo medio de la corvina es de seis a diez kilos, y las más grandes que ha cogido han pesado hasta 14 kg. Dejan la red toda la noche, y a las seis y media o siete de la mañana siguiente se va a recoger, antes de que lleguen los lobos de mar “que, a lo mejor, han dormido en los roqueríos”. La señora Marìa cuenta: hay algunos lobos grandes cm bueyes; no atacan a la gente, pero una vez a mi tío Evaristo Silva lo persiguió un lobo cuando estaba en la mar; él lo entretenía tirándole unos mariscos, pero el lobo lo tuvo toda la tarde en uno roquerío, tiritando, desnudo.. A veces se deja la rd más de una onoche; dos días como máximo. Entonces se echa la red arriba del bote y se va sacando el pescado.  La buena época para pescar es de setiembre a marzo. En la época mala, de abril a agosto, cuando no entra el pescado a la red, los Codoceo trabajan al buceo desde el bote. Mariscan “a pulmón”, sin compresor hasta 8 y aún  12 metros de profundidad, y recogen locos, erizos, y jaibas más a la orilla, en las partes más peligrosas. Yendo en barco, se pueden sacar hasta mil erizos por día; ahora, en enero, sacan  300 a 500 locos al día en cada embarcación, pero, febrero y marzo son los mejores meses  para mariscar locos. Uno de los hijos de don Humberto nos muestra un loco que tienen en la casa para la venta: mide 12 cm  x 9 cm.

Don Humberto y su señora nos explican cómo se hace  la pesca con “espinel” en la Playa Grande: se cala un chuzz a los bancos o zonas parejas de arena, bajo el agua.  El pescador en la playa, sujeta el otro extremod el chuzo que es un cable que lleva 100-150 anzuelos. De carnada usan  el camarón entero. Se recorre el chuzova mano, durante toda la noche, cada una hora se coge la pesca y se van renovando las carnadas. De este modo han logrado pescar corvinas de hasta 15 kg. Los lobos de mar -explican-  no llegan al espinel…

Nos explican también cómo sacan el tollo. Don Humberto lo llama “charqui” (Curiosamente, “charquecillo” llamaban al tollo seco que se pescaba en caletas del Norte (Cobija, Mejillones, etc.) y era exportado en grandes cantidades al altiplano perú-boliviano[10]

 Cómo se sala el tollo (“charqui”).

 Se corta el tollo en dos partes,  se amarra, se limpia, se sala con sal gruesa o fina y se pone a secar amarrado a unos cordeles, guardándose durante la noche. Enero y Febrero son los mejores meses para secar el tollo. La familia Codoceo guarda unos cuarenta kilos de tollo para su propio consumo (hay unos doce tollos en el kilo). También resulta el secado de la merluza, pero don Humberto nunca ha podido aprender el secreto del secado de mariscos”.

 (hasta aquí el texto de esta entrevista).


Comentario etno-histórico y  eco-antropológico.

1. Muchas de las técnicas de pesca referidas por nuestros entrevistados probablemente se remonten al período de los indígenas Changos. Se sabe, en efecto, que estos grupos costeros habitaron muy probablemente desde el sur del Perú al menos hasta la latitud de Valparaíso (33º 05´ LS) en tiempos prehistóricos e históricos tempranos.

2. Tal como lo hemos comentado en el texto, la denominación “charqui” para designar al tollo alude a su antiquísimo empleo como alimento cárneo seco, de frecuente trueque comercial entre la costa pacífica y el altiplano perú-boliviano. Durante la época colonialera denominado "charquecillo". La voz “charqui” es de origen quechua.

3. El cronista-sacerdote Antonio Vásquez de Espinosa (1570-1630), fino observador de las costumbres nativas así describe este activo comercio de la costa con el interior: “Los indios de esta costa se visten  de cueros de lobos marinos y de ellos hacen sus barcas o balsas sobre dos cueros llenos de viento en que salen la mar afuera a pescar, porque en aquella costa se hace grandísima pesca de congrios, tollos, lisas, dorados, armados, bagres, jureles, atunes, pulpos y otros muchos géneros de pescados que salpresan  y de él se llevan grandes recuas de carneros a Potosí, Chuquisaca, Lipes y a todas aquellas provincias de la tierra de arriba, porque es el trato principal de aquella tierra, con que han enriquecido muchos”. (1969 (1630) :438, ver aquí en bibliografía final, énfasis nuestro).

4. Casi siglo y medio después del cronista Vásquez de Espinosa,  el cosmógrafo y médico español Cosme Bueno (1711-1798) hace también referencia a este pez y a su empleo como apetecido alimento en las provincias de la sierra. En su obra del año 1765 apunta a este propósito:

“Tiene esta provincia varios puertos. El de Loa que es por donde confina con la de Atacama, está en 21º 30`. El de Iquique,  a cosa de dos leguas de Huantajaya y en donde hay pesquería de tollo, que es el bacalao de América y de congrio que se llevan a las provincias  de la sierra, está 20º 20´. (1765: 92; énfasis nuestro). 

 


 Notas nuestras al texto.


[1] Alfredo Barros Errázuriz [1875-1968], mi abuelo materno,  nuestro Tata, tenía la costumbre de invitar, por un par de semanas, a sus hijos y su respectiva prole a pasar vacaciones de verano en su casona en Las Cruces. Para ello, disponía de dos departamentos en su amplia vivienda de dos pisos  que destinaba al efecto. La casa tenía instalado un sistema muy arcaico de iluminación mediante luz de carburo  y teníamos que usar palmatorias con velas en nuestro dormitorio. Recuerdo con cariño mis  años de vacaciones allí entre los años 1937-1944

[2]  La localidad de El Tabo distaba unos  9 kilómetros y por entonces los pescadores viajaban en burro.

[3]  Esta afirmación de doña Doralisa responde a mi pregunta sobre su posible existencia en esa costa por aquellos lejanos años. En ese tiempo, yo estaba muy interesado en recabar noticias sobre esta etnia indígena costera sobre la que había escrito mi Memoria de título para mi Magister en Antropología. Recuerdo que mi tío materno Mario Errázuriz Larrain (1908-2000) me comentó un día, que los  pescadores changos que por entonces existían en ese sector de la costa habían sido enganchados en tiempos de la Guerra del Pacífico y ya no regresaron. Dato muy  interesante que habría que cotejar con otras fuentes.

[4]  Yo mismo recuerdo perfectamente haber visitado varias veces dicha  gruta en busca de agua fresca que trasladábamos en pesados chuicos acompañados de  nuestra nana Rosa Hernández  Martel. Era  éste un paseo obligado para todos  nosotros, niños entonces.

[5] Las piedras horadadas son instrumentos  arqueológicos de uso muy discutido por los especialistas. Se las encuentra con frecuencia en los campos hoy cultivados, a muy poca profundidad. Dada la gran cantidad de tamaños que se observa en ellas, (las hay desde los 6 cm  de diámetro hasta más de 20 cm),  se ha señalado que tal vez  podrían tener una finalidad ritual, además de alguna propiamente  utilitaria. 

[6]  El loco (Concholepas concholepas) es un molusco gastrópodo comestible, muy apreciado a lo largo de la costa chilena y peruana. Vive adherido a los roqueríos poco profundos de la zona litoral donde convive con varias especies de algas de las que se alimenta. Su carne es dura, razón por la cual es preciso golpearlos repetidamente contra una superficie dura para ablandarlos.  Las “tacitas” hechas intencionalmente por los antiguos habitantes,  son horadaciones circulares, hechas en  las superficies planas o semiplanas  de rocas graníticas, mediante el movimiento rotatorio de una piedra circular (“mano”),  más dura. Servían para triturar y moler toda clase de substancias mediante el empleo de una “mano”, igualmente de piedra.

[7]Pomarola" es una marca de salsa de tomates, de origen italiano, que aún hoy se expende con el mismo nombre en el mercado nacional.

[8]  Sabemos que el alga parda de nombre científico Lessonia nigrescens ha sido hasta hoy muy buscada durante años, para extraer de ella  los alginatos, substancia que se emplea en la fabricación de shampoo,  cremas, gel, jaleas y hasta cervezas. China y Japón han sido durante mucho tiempo grandes importadores de esta alga marina lo que ha producido un fuerte incremento en nuestra costa de  la explotación ilegal del alga mediante el método del “barreteo”.

[9]  Un pequeñoy extraño camarón se aloja normalmente en el interior del erizo rojo como su comensal habitual. Este parásito, cuyo nombre científico no hemos logrado obtener aún, es habitualmente consumido por los pescadores, quienes echándoselo  a la boca vivo,  lo mastican, y lo aprecian mucho. Observamos muchas veces esta conducta pero nunca nos atrevimos a probarlo nosotros mismos. 

[10]  Son muy numerosas las referencias de cronistas y viajeros acerca del comercio local del charquecillo de tollo. El tollo (Mustelus mento Cope 1877) es un pez cartilaginoso que habita en el litoral del Pacífico desde el norte del Perú hasta el extremo austral de Chile. Semejante al tiburón por su forma,  puede alcanzar longitudes cercanas al metro cincuenta. Ha sido muy perseguido en la costa pacífica, de suerte que su población ha disminuido mucho, así como el tamaño de las capturas.

Bibliografía útil de complemento.

Bueno, Cosme, 1951 (1765). “Descripción de las Provincias pertenecientes al Obispado de Arequipa”,  en El Conocimiento de los Tiempos Año 1765 editado por Daniel Valcárcel, en Geografía del Perú Virreinal, siglo XVIII, Lima.

Larrain, Horacio2014.“Los inicios de Expedición a Chile: una entrevista en Las Cruces (zona central de Chile)  en 1975: pescadores y mariscadores de la Playa Grande”, capítulo del blog de H. Larrain en https://eco-antropologia.blogspot.com editado el 31 de julio 2014.

Larrain, Horacio,  2015.“Piedras tacitas en la localidad de Las Cruces. Fotos inéditas del año 1975”, capítulo del blog de H. Larrain en  https://eco-antropologia.blogspot.com  editado el  11 de mayo 2015.

Merino Zamorano, Luis,  2007.  Las Cruces, barrio El Vaticano,  Ril Editores, Santiago de Chile.

Vásquez de Espinoza, Antonio, 1969 (1630).  Compendio y Descripción de las Indias Occidentales, Biblioteca de Autores Españoles, vol. 231. Edición y estudio preliminar de  B. Velasco Bayón, Madrid, Ediciones Atlas.

martes, 18 de abril de 2023

Rescatando del olvido un documento inédito sobre los orígenes y objetivos de la revista juvenil chilena llamada: "Expedición a Chile".

 Antecedentes.


                

Fig. 1. Portada del primer número de la revista Expedición a Chile, 


                    

Fig. 2.  Portada del número  2 de la revista.


El presente capítulo trata de los orígenes y objetivos de la revista juvenil "Expedición a Chile" editada en Santiago de Chile  entre los años 1975 y 1978. Esta revista constituyó un exito editorial en su momento y presentaba un diseño y características muy peculiares, únicos en ese momento en Latinoamérica y tal vez, en el mundo.

  

Hurgando entre mis viejos papeles, hemos tenido la suerte de hallar un antiguo documento relativo a los orígenes y objetivos de esta Revista. Aunque no porta fecha de redacción, fue posible deducir su origen por una referencia contenida en el mismo texto.  En él se señala que acaban de publicar el número 7 de la revista. Como éste porta la fecha del 29 de julio de 1975, podemos concluir con certeza de que este texto dataría de los primeros días del mes de agosto del mismo año, 1975.


El documento fue redactado con certeza por el propio cronista de la obra, el ingeniero Alberto Vial Armstrong, quien fuera el alma y vida de la revista.

El documento que hoy damos a conocer, comenta todo lo novedoso desde el punto de vista editorial que esta revista logró plasmar en su momento histórico (1975) y constituye, a la vez, un excelente resumen de  su contenido y objetivos.  Por esta razón, nos hemos animado a incluirlo y comentarlo en nuestro blog. Además, la revista en sí misma y en su realización a través de expediciones concretas tuvo un contenido y enfoque eco-antropológico tan evidente, que basta leer algunos de sus párrafos para convencerse de ello. Por lo cual  había razón de sobra para formar parte de este blog.


Oportunidad de este capítulo.


Hace muy poco (marzo 2023), se acaba de clausurar en el centro cultural de La Moneda, en Santiago de Chile,  la exposición “Trabajos de Campo (Field Works)”. En esta exposición, la revista “Expedición a Chile” ocupó, entre otras muchas muestras del  expedicionar en Chile,  un lugar de privilegio. Y no solo por ser la muestra nacional más antigua y venerable.  Porque esta revista, dedicada a la juventud chilena, fue ciertamente pionera en lo que respecta a la búsqueda de lo más propio y característico de nuestro territorio patrio, aquello que nos individualiza a nivel mundial y aún latinoamericano. La revista fue publicada por la Editora Nacional Gabriela Mistral  entre los años 1975 y 1978, alcanzando el número total de 48 fascículos, coleccionables en cinco volúmenes.     

Hemos dedicado con anterioridad varios capítulos a analizar algunos aspectos de esta revista y/o su contenido. Incluimos gustosos dichas referencias en la bibliografía final de este artículo.


Texto completo del documento. (Las notas entre paréntesis que lo acompañan, son nuestras).


  "Escudriñando los rincones de Chile".


 “Chile vive una era de auto-valoración.  Estamos ya cansados de la importación de teorías y conceptualizaciones extranjeras, que poco o nada tienen que ver con nuestra realidad

(1). Solidarios en muchos aspectos de los problemas de muchas naciones, tenemos un modo de ser nuestro, y es a través de este auto-descubrimiento y auto-valoración, que seremos capaces de superar, con nuestros medios,  el sub-desarrollo, al que culpablemente nos hemos sometido, al pensar que el progreso y superación nos puede venir de fuera.

Esta es la filosofía básica que impregna nuestro expedicionar a través de nuestro suelo. Cuando hace casi un año (2) nos reuníamos llamados por la Editora nacional  Gabriela Mistral, para repensar una literatura para niños y jóvenes que rezumara lo nuestro, no vislumbrábamos todavía la obra casi enciclopédica  en la que nos veríamos envueltos (3).

Científicos de varias disciplinas (botánica, geografía, antropología, zoología, biología), no nos imaginábamos al estar sentados con directivos de la Editora Gabriela Mistral, que lograríamos hacer algo nuevo, no solo por su forma y presentación, sino mucho más por su contenido. 

Ante nuestros ojos, están ya siete fascículos de “Expedición a Chile”. Frente a la invasión casi demoledora de toda clase de publicaciones extranjeras, parecía casi un reto intentar un Fascículo chileno, en el que realmente se fuera mostrando a través de los ojos de un equipo en campaña, qué es Chile, sus valores, sus paisaje, sus recursos, sus hombres (4).

Mostrar a Chile, significaba ilustrar sus potencialidades y sus recursos, pero también sus pequeñeces y debilidades. Mientras unos pocos héroes exploran cada centímetro de la Antártica, perforando el hielo del casquete polar, o rastrean el territorio, metro a metro, en busca de recursos, otros, sin darse cuenta tal vez, provocan su destrucción mediante la tala inmoderada de árboles en vías de desaparición (roble chileno, araucaria) o mediante la colecta indiscriminada de algas o mariscos,  o incendiando sus bosques para obtener una cuantas hectáreas de terreno cultivable (5).

Mostrar a Chile significaba administrar los instrumentos para la búsqueda, las herramientas básicas.  Para ello están los Manuales o Guías de Campo (6). Ya tenemos dos: el primero nos enseña a escrutar el litoral, descubriendo sus secretos (7); el segundo, nos enseña a valorar las huellas del pasado arqueológico, parte vital de nuestra historia patria (8).

Seguirán otros sobre las mariposas chilenas, las aves de nuestros jardines, nuestras plantas típicas, cómo estudiar el paisaje, las costumbres de nuestros aborígenes, etc (9). Pero no bastaba hacer Guías, por más útiles que fueran a los jóvenes y los adultos. Era preciso enseñar a investigar.

¿Cómo lograrlo?. Se nos ocurrió un camino: “haremos expediciones reales” (10). A través del relato de las mismas, en un estilo vívido, sencillo, iría surgiendo el conocimiento. No en forma didáctica, de banco de clases, sino más bien en la forma desparramada en que se verifican las conversaciones de sobremesa, las discuciones (sic!) junto al fogón del campamento (11).

Cada expedición iba a plantear sus propios problemas, sus incógnitas, sus descubrimientos. La destrucción del medio marino (locos, algas) en Los Molles (12). La inexorable destrucción del bosque sureño en la cordillera de Lonquimay (13) y el aplastamiento de los valores humanos del antiguo hombre pehuenche. Cada expedición ha aportado descubrimientos nuevos para la ciencia: insectos nuevos, ampliación del área de dispersión de aves, insectos, algas, líquenes; hallazgos arqueológicos (14).

¿Y cómo enseñar a investigar, a escrutar cada rincón?., Surgió el material gráfico ilustrativo, la foto, el esquema, el mapa que intenta centrar el interés frente a un problema, un punto de estudio, un  enigma (15). La crónica aportaba a la esencia de la discusión de campamento(16): recogía las opiniones del científico especialista y los comentarios de los demás; en una palabra, se hacía ciencia en común, partiendo del principio mismo de todo filosofar: la admiración ante lo que se ve. El niño o adulto, que lee detenidamente la crónica, aprende a hacerse preguntas, a no esquivar los problemas o a reconocerlos lealmente.

Este aprendizaje en común, con olor a humo de fogón y carne asada, no solo abre el apetito por otros campos de la ciencia hasta ahora no apetecidos, sino que también une fraternalmente reconociendo cada uno la grandeza oculta detrás de la ciencia de los demás (17).

Tal vez lo más increíble es que se llega, de este modo, a entender cómo naturaleza y hombre es (sic! por son) un solo gran sistema del que cada una de las ciencias explicativas que el hombre ha ido diseñando para explicar en forma parcelada la realidad, se traslapan, sobreponen y entrecruzan, requiriendo cada una de ellas el concurso de las demás. En síntesis, se capta en ese ambiente que la ciencia es UNA. La exploración interdisciplinaria nos ha enseñado y enseña a los lectores de ”Expedición a Chile” que un problema por pequeño que sea, tiene que ser analizado por numerosos investigadores, si se quiere encontrar la respuesta correcta, o al menos la más aproximada (18). Así, fotos, esquemas y crónica forman una única unidad indisoluble que intenta hacer penetrar en el campo de la investigación interdisciplinaria más reconfortante.

Los mapas de gran formato (100 cm x 35 cm) que van en la parte central, quieren ofrecer una Mapoteca fundamental sobre nuestro país (19): su geografía, su historia, su fauna, su flora, sus indígenas, su clima, sus viajeros, su mar. 26 mapas darán una visión cartográfica de lo más importante que se debe saber acerca de nuestro territorio.   

 

Esta es la obra que hemos emprendido apoyados por la Editora Nacional Gabriela Mistral (20). El desafío es inmenso, pero el éxito solo pertenece a los audaces. La cultura de Chile y de los chilenos, bien vale este sacrificio".

 

Comisión científica Responsable (21).

 

Luis Peña G.  

Entomólogo


Horacio Larrain B.

Arqueólogo y antropólogo Social

 

Hernán Santis A.    

Geógrafo


J. Carlos  Castilla

Biólogo Marino


 Manuel Schilling P.

Botánico

 -------------------------------------------------------------------

ecm  (Secretaria)

(sin fecha).                


Notas nuestras a este texto. 

1). En 1975 Chile pasaba por un momento político especialmente complejo. Las fuerzas militares habían tomado el poder derrocando al presidente Salvador Allende, el cual se suicidó en el palacio de La Moneda.  La nueva Junta Militar presidida por el general en jefe del ejército Augusto Pinochet Ugarte,  se propuso como meta urgente erradicar las ideas marxistas que habían invadido diversas esferas del gobierno (en especial las Universidades y centros de estudio)  alentadas fuertemente por Cuba y su Presidente Fidel Castro. Éste, incansablemente, tuvo la osadía de recorrer durante 22 días el país fomentando por doquier las transformaciones sociales, en conformidad con su  modelo cubano.

En su accionar, los militares tomaron presos a centenares de allendistas, a los que trasladaron a Pisagua y a otros centros de detención, donde fueron sometidos a juicios sumarios y no pocos,  fusilados. En pocos meses, cientos de presos políticos fueron encarcelados, por ser dirigentes  o activistas de los partidos de la Unidad Popular, conglomerado político que apoyaba al  Presidente Allende.

Como consecuencia internacional de los graves excesos y violaciones cometidos por los mandos militares, Chile sufrió un fuerte aislamiento en  las Naciones Unidas. En el país, se vivía entretanto un enconado resentimiento por ambas partes lo que se traducía en un clima político y social tenso y doloroso.

Frente a esta situación, pareció oportuno repensar y elaborar nuevas políticas editoriales en las que se acentuara lo propio y particular de nuestro país frente a la penetración de ideas extranjerizantes que poco o nada tenían que ver con la tradición histórica nacional.

De esta suerte, la Editora Gabriela Mistral (ex “Editorial Quimantú” del gobierno socialista anterior) se propuso buscar nuevos derroteros formativos para educar a la juventud chilena, ajenos a la virulencia y la persistente odiosidad del momento político. ¿Qué podría contribuir a unir a los chilenos y entusiasmarlos por su propio país y su trayectoria histórica?.  Era la pregunta crucial que las nuevas autoridades educacionales se hacían. De aquí brotó la idea de mostrar el verdadero y auténtico rostro de Chile, basado en su propia historia, su rica geografía y su condición humana tan especial, fruto de un temprano mestizaje.


(2). Las primeras reuniones del futuro equipo editorial, tuvieron lugar en las dependencias de la Editora Gabriela Mistral, convocados por su gerente don Mario Correa Saavedra, en representación de su director, el general en retiro del ejército don Diego Barros Ortiz. La primera persona que fue contactada desde la Editora fue, por sugerencia de Vittorio di Girolamo,  el entomólogo Luis Peña Guzmán, bien  conocido por sus entretenidos artículos científicos publicados en la Revista infantil “Mampato”.  Peña ya había demostrado que era capaz de encantar a los niños y jóvenes con sus entretenidos artículos, ilustrados profusamente con fotografías tomadas en sus viajes a terreno. Esto era, precisamente, lo que se buscaba: mostrar el rostro oculto de Chile en sus rincones más recónditos. Frente al afán extranjerizante del período político anterior, ahora se pretendía mostrar el verdadero rostro de Chile oculto en su flora y fauna más característica, en sus rincones casi desconocidos.

 

(3). Desde la arqueología, pasando por la historia, la geografía y la geología, la revista hizo alarde de enfocar casi todos los aspectos del estudio de la variada naturaleza chilena.

 

(4). La mayor novedad de la revista, tal vez,  fue profundizar en los temas a medida que eran descubiertos o mostrados por el equipo en auténticas expediciones con el grupo de científicos. La mayoría de  ellas fueron hechas con el nuevo equipo en terreno; unas pocas, como la expedición a Puerto Edén en busca de los indígenas qaweshqar, o la expedición a Tierra del Fuego o a la Antártica, fueron fruto de la información de los propios exploradores, como el ingeniero Hans Niemeyer o el lingüista  greco-francés Christos Clairis- Basiliadis.

 

(5). La inquietud y preocupación ecológica es una de las perspectivas que más campea en los relatos de la revista. Todos los científicos participantes, cada uno en su propia esfera, ponía de manifiesto el deterioro ambiental detectable en la pérdida de la cubierta vegetal o en la extinción de especies. ¡Y  pensar que esto ocurría hace ya casi  cincuenta años atrás!. La revista, en este rubro, fue decididamente pionera.

 

(6). La revista llegó a publicar 16 diferentes Manuales o Guías de Campo, obra de distintos especialistas. Los Manuales o Guías de Campo tenían la función de enseñar al lector a clasificar cada una de las especies, de acuerdo a la más reciente  taxonomía científica, a la vez que aprender a interpretar la función propia de cada especie presente en la naturaleza. De esta suerte, cada Manual enseñaba a “leer” correctamente el respectivo grupo en su propio paisaje  e interpretarlo.

Ofrecemos en las notas siguientes los títulos de todos los Manuales publicados además de los dos primeros, ya citados más abajo, obra de 15 científicos y/o especialistas diferentes.

  

 

(7). El primer Manual, escrito por el biólogo marino Juan Carlos Castilla lleva por título: “Guía para la observación del litoral”.

 

Fig.   Portada de nuestro Manual: "Qué hace el arqueólogo".

(8). El segundo, fue escrito por el antropólogo y arqueólogo Horacio Larrain y se llamó “Qué hace el arqueólogo”. Después vendrían uno tras otro:

“Guía del arte rupestre de Chile”,  (Hans Niemeyer); “Guía para el reconocimiento de mamíferos chilenos” (Jürgen  Rottmann); “Las aves de la ciudad” (Víctor Solar y Rodolfo Hoffmann); “Guía para el reconocimiento de peces de Chile” (Carlos A. Moreno y Juan Carlos Castilla); “Guía para el estudio y reconocimiento de hongos” (Guillermo Schilling); “Guía para el reconocimiento y observación de peces de Chile” (Carlos A. Moreno y Juan Carlos Castilla y ); “Guía para reconocer mariposas” (Luis E. Peña),; “Guía para reconocer los coleópteros de Chile continental” (Luis E. Peña); “Guía para la observación e identificación de mariscos y algas comerciales de Chile” (Juan Carlos Castilla, Bernabé Santelices y Raúl Becerra); “El jardín un lugar de observación”, (Iª Parte: Aves”). (Juan Carlos Johow y Jürgen Rottmann)”;  “Guía para la identificación de árboles de Chile”, (Claudio Donoso Zegers). “Manual de campamento y actividades en terreno” (Francisco Olivares T.); “Guía para el reconocimiento de las rocas de Chile” (Basilio Georgudis).  El último Manual que fuera dedicado al estudio de los volcanes de Chile, obra del geólogo Oscar González-Ferrán, lamentablemente quedó inconcluso.

 

(9). Un par de temas aquí sugeridos, quedaron en el tintero y no llegaron a ver la luz.

 

(10). Ya se ha insinuado que uno de los grandes aciertos de la nueva revista fue el relatar y comentar, en detalle, los sucesos ocurridos durante las expediciones reales efectuadas por el equipo en campaña, sus científicos y artistas.

 

11). El “fogón” real, en torno a la fogata encendida al  atardecer, constituyó el lugar de encuentro, discusión y comentario de los participantes; éste fue otro de los valiosos  y novedosos “descubrimientos“ del equipo de “Expedición a Chile”.

 

(12). Los Molles, lugar situado a 187 km al norte de Santiago, en la Comuna de  La Ligua (Región de Valparaíso),  fue  el primer lugar elegido por el equipo  para expedicionar  en nuestro país, luego de la exitosa experiencia piloto realizada en las Cruces.

 

(13). Lonquimay, lugar previamente visitado y explorado varias veces por Luis Peña, fue un sitio piloto especialmente apto para contemplar, in situ, la destrucción implacable del bosque nativo  y sus nefastas consecuencias.

 

(14). En varias de nuestras expediciones se hizo descubrimientos nuevos para la ciencia, como  fruto de la conjunción de miradas por parte de los diversos científicos congregados.

 

(15). El material gráfico empleado en la revista fue múltiple: fotos, mapas, esquicios, esquemas, láminas, acompañan, en calidad de elementos gráficos indispensables,  al texto explicativo del Cronista de la expedición. Cada uno de ellos constituye una unidad de por sí, pero en la revista pasa a ser un elemento explicativo más y muy importante para entender en profundidad el lugar geográfico en estudio, el que así queda iluminado por las miradas de las diferentes ciencias. Diferente es lo que descubre en un determinado lugar el geólogo, el geógrafo, el botánico, el zoólogo, el arqueólogo o el artista visual.  Son miradas y enfoques bastante diferentes pero complementarios que iluminan desde diversos ángulos  una única realidad: la naturaleza.      

 

(16)  La construcción de la "Crónica" de cada expedición, ha sido probablemente el mayor acierto del equipo en campaña. Porque ella ha permitido centrar la discusión en torno a los aspectos de mayor interés que planteaba el  examen de la naturaleza  del lugar visitado. La Crónica sintetizaba, de este modo,  "los elementos esenciales de la discusión" en el fogón, y ponía el énfasis en el meollo de los principales problemas que se nos presentaban en terreno.

 

(17)  Este aspecto nos parece de especial interés. En efecto, a través de las discusiones en el fogón o del contacto directo con el actuar en terreno de otros científicos, expertos en distintos campos del saber, se despertaba en cada uno de nosotros el aprecio y la admiración por su respectiva disciplina y su metodología de análisis. Personalmente, podemos testificar que  la observación del modus operandi del biólogo marino en terreno  y sus comentarios in situ, me fueron de gran utilidad para entender e interpretar, muchos años después, algunos descubrimientos arqueológicos realizados por nosotros en el sitio de Bajo Patache (Sur de Iquique) hacia el año  2008.

 

(18) Efectivamente, la experiencia concreta de "Expedición a Chile" puso en evidencia la absoluta necesidad del enfoque interdisciplinario en el examen de cada uno de los problemas ambientales.  Cada ciencia empírica aporta algunos elementos para entender un  aspecto del problema; entre  todas, el enigma, el problema,  suele encontrar la respuesta correcta, la solución. O al menos , una parte importante de ésta. 

 

(19)  La revista llegó a presentar alrededor de 15 mapas  temáticos de gran formato, según las diferentes perspectivas científicas. 

 

(20)  Los ejecutivos de la Editora Gabriela Mistral confiaron plenamente en el equipo cientifico y técnico  de la revista. Mérito que en gran parte corresponde al gerente de la misma, el abogado Mario Correa Saavedra, quien se dio perfectamente cuenta de la importancia y solidez  de sus planteamentos. Cabe señalar aquí que la revista actuó con absoluta libertad de acción, sin que jamás recibiera alguna suerte de censura previa, a diferencia de lo que ocurría con la prensa nacional en esa época.      

Colofón

En la página 131 del volumen V de la revista (Fascículo Nº 48 y último de la colección), aparece una importante  aclaración del editor que nos permite visualizar qué pensaba en ese momento el equipo asesor sobre el valor e importancia de esta gesta editorial que ya llegaba a su término. Al releerla hoy, después de transcurridos ya casi 45 años de su término, nos invade un sentimiento doble. Por una parte, de admiración por la gigantesca obra realizada con tan escasos medios, y por otra de  nostalgia y "saudade" fruto del vivo recuerdo de nuestra propia participación en ella en las primeras expediciones. Nos impresiona, ante todo, el gran número de científicos chilenos y/o extranjeros que nos apoyaron desinteresadamente, sin sueldo extra, y sin reparar en gastos y dificultades. 

He aquí, a continuación, el texto inserto en la última página del último fascículo de la revista (Nº 48) donde alguien (¿el cronista o tal vez el editor?) resume y sintetiza los logros de la publicación:


“…Fue una experiencia realmente extraordinaria. Iniciamos la expedición nueve personas entre científicos, artistas y redactores. En abril de año pasado (1976) viajaban y colaboraban con nosotros 42 científicos y profesores universitarios, un taller con doce dibujantes y artistas, cinco fotógrafos y un sinnúmero de profesionales y hombres de estudio que se acercaron para entregarnos el fruto de sus trabajos, observaciones, colecciones y fotografías. Una típica fruta chilena como nos dijera un prominente hombre de ciencia extranjero.

Esta “fruta chilena” se transformó en una publicación única en Chile, y, por lo que sabemos, única en el mundo. El milagro no lo hemos hecho nosotros, sino esa realidad sobrehumana que se llama “amor”; amor por la tierra en que se vive, amor por los niños, cuyo crecimiento espiritual es el mayor tesoro de que disponemos., amor por la familia que los forma y cobija, amor por los maestros que dan su vida en la enseñanza, amor por los jóvenes, -hombres y mujeres-, que se asoman a un mundo que quisiéramos pleno de vida y alegría. Y no decimos meras frases. De no darse la maravillosa y gratuita entrega de verdaderos tesoros de información y enseñanza, costo de la revista sería absolutamente impagable, su realización impensable. Por eso, sin fanfarronerías, sin el más remoto afán de auto-propaganda, podemos decir que esta publicación es fruta nuestra, es obra de un espíritu que, gracias a Dios, está vivo y vigente en  nuestra patria.

Expedición a Chile está destinada a la familia…La enseñanza escolar, sin ese apoyo y acogida del hogar, se vuelve un mero recordar exterior, una rutina aburrida y estéril. Expedición a Chile quiere ser un eslabón que reúna en la informal pero cálida conversación casera, ese mundo irreemplazable de la casa con ese otro de los conocimientos sistemáticos de la escuela. Por eso pensamos que para el maestro, el auténtico, el que sabe que su enseñanza debe fecundar en la vida familiar, Expedición a Chile proporciona una ocasión y un material riquísimo…”. (Fascículo 47, pgs. 131-132, subrayado, nuestro).


Estas palabras fueron el último llamado de atención (¿el canto del cisne?) de los expedicionarios al entregar al público su espléndido legado. Muy poco después, “Expedición a Chile” dejaría de publicarse. Faltaron tan solo dos fascículos para completar el número de 50 inicialmente programado para la Colección completa. El último Manual, el dedicado a conocer los Volcanes de Chile, quedó así lamentablemente inconcluso. Desconocemos las razones de este triste desenlace que, por ahora, no pretendemos despejar.


Nuestras bibliografía  anexa. (En capítulos del blog personal de Horacio Larrain: https://eco-antropologia.blogspot.com):


24 de febrero 2017: “Qué hace el arqueólogo,  Manual de Campo de Expedición a Chile. Una guía práctica para iniciarse en el conocimiento de la arqueología, editado en Santiago en 1975”.

19 de febrero de 2019. “Una atrevida iniciativa editorial en 1975 en Chile: la revista de difusión científica “Expedición a Chile”. Orígenes, objetivos y características”.

19 de abril 2019. “Mapa de ubicación y tipo de cultura de los pueblos originarios de Chile hacia 1540: nuestro trabajo pionero del año 1975. Comparando el ayer (1975) con el hoy (2019)”.

 

 Colofón.

En la página 131 del volumen V de la revista (Fascículo Nº 48 y último de la colección), aparece una aclaración del editor responsable que nos permite visualizar qué pensaba en ese momento el equipo asesor sobre el valor e importancia de esta gesta editorial que ya llegaba a su término. Al releerla hoy, después de transcurridos ya casi 45 años de su término, nos invade un sentimiento doble. Por una parte, de admiración por la gigantesca obra realizada con tan escuálidos medios, y por otra de  nostalgia y "saudade" fruto del vivo recuerdo de nuestra propia participación en ella en las primeras expediciones. Nos impresiona, ante todo, el gran número de científicos chilenos y/o extranjeros que nos apoyaron desinteresadamente, sin sueldo extra, y sin reparar en gastos y dificultades. Cada uno de ellos aportó, generosamente, sus instrumentos, sus fotos, sus reflexiones.   

He aquí, a continuación, el texto inserto en la última página del último fascículo de la revista (Nº 48) donde alguien (¿el cronista o tal vez el editor?) resume y sintetiza los logros de la publicación:

“…Fue una experiencia realmente extraordinaria. Iniciamos la expedición nueve personas entre científicos, artistas y redactores. En abril de año pasado (1976) viajaban y colaboraban con nosotros 42 científicos y profesores universitarios, un taller con doce dibujantes y artistas, cinco fotógrafos y un sinnúmero de profesionales y hombres de estudio que se acercaron para entregarnos el fruto de sus trabajos, observaciones, colecciones y fotografías. Una típica fruta chilena como nos dijera un prominente hombre de ciencia extranjero.

Esta “fruta chilena” se transformó en una publicación única en Chile, y, por lo que sabemos, única en el mundo. El milagro no lo hemos hecho nosotros, sino esa realidad sobrehumana que se llama “amor”; amor por la tierra en que se vive, amor por los niños, cuyo crecimiento espiritual es el mayor tesoro de que disponemos., amor por la familia que los forma y cobija, amor por los maestros que dan su vida en la enseñanza, amor por los jóvenes, -hombres y mujeres-, que se asoman a un mundo que quisiéramos pleno de vida y alegría. Y no decimos meras frases. De no darse la maravillosa y gratuita entrega de verdaderos tesoros de información y enseñanza, costo de la revista sería absolutamente impagable, su realización impensable. Por eso, sin fanfarronerías, sin el más remoto afán de auto-propaganda, podemos decir que esta publicación es fruta nuestra, es obra de un espíritu que, gracias a Dios, está vivo y vigente en  nuestra patria.

Expedición a Chile está destinada a la familia…La enseñanza escolar, sin ese apoyo y acogida del hogar, se vuelve un mero recordar exterior, una rutina aburrida y estéril. Expedición a Chile quiere ser un eslabón que reúna en la informal pero cálida conversación casera, ese mundo irreemplazable de la casa con ese otro de los conocimientos sistemáticos de la escuela. Por eso pensamos que para el maestro, el auténtico, el que sabe que su enseñanza debe fecundar en la vida familiar, Expedición a Chile proporciona una ocasión y un material riquísimo…”. (Fascículo 47, pgs. 131-132, subrayado, nuestro).

Estas palabras fueron el último llamado de atención (¿tal vez el canto del cisne?) de los expedicionarios a acoger su espléndido legado. Muy poco después, “Expedición a Chile” dejaría de publicarse. Faltaron tan solo dos fascículos para completar el número de 50 inicialmente programado para la Colección completa. El último Manual, el dedicado a conocer los Volcanes de Chile, quedó así lamentablemente inconcluso. Desconocemos las razones de este triste desenlace y que, por ahora, no pretendemos despejar.


Nuestra bibliografía complementaria. (En capítulos del blog personal de Horacio Larrain: https://eco-antropologia.blogspot.com).


24 de febrero 2017: “Qué hace el arqueólogo,  Manual de Campo de Expedición a Chile. Una guía práctica para iniciarse en el conocimiento de la arqueología, editado en Santiago en 1975”.

19 de febrero de 2019. “Una atrevida iniciativa editorial en 1975 en Chile: la revista de difusión científica “Expedición a Chile”. Orígenes, objetivos y características”.

19 de abril 2019. “Mapa de ubicación y tipo de cultura de los pueblos originarios de Chile hacia 1540: nuestro trabajo pionero del año 1975. Comparando el ayer (1975) con el hoy (2019)”.


 Muestra de los diferentes elementos gráficos presentados en la revista.

 

Fig. 2.   Plano de ubicación del sector Los Molles, elegido como lugar de la  primera visita de los expedicionarios (Mayo 1975).



Fig. 3.  Portada del Nº  3 de la revista. 
 

Fig. 4.   Una de las primeras Láminas explicativas en la revista.


Fig. 5.  Horacio Larrain plantando las estacas de un pozo de sondeo en un lugar arqueológico hallado en la zona de Los Molles  en la primera expedición de la revista (foto tomada del Manual "Qué hace el arqueólogo", del  mismo autor). 
  

Fig. 6.   Especie de proclama de lo que "Expedición a Chile" pretende  enfocar en sus expediciones. Aparece en el primer número de las revista.



Fig. 9.  Otra de las láminas explicativas dedicada a estudiar una de las especies botánicas características de la zona en estudio.  

Nota final.  
  
Nos hemos extendido en exceso en este capítulo. Razón por la cual dejamos para el próximo el intercambio epistoral reciente sostenido con  quien fuera en esos años el jefe del taller de arte de la revista, el señor Francisco Olivares Thomsen. Éste, muy gentilmente, nos ha enviado hace unos días desde Madrid donde reside antecedentes de primera mano sobre los orígenes de nuestra revista. Los que gustosos comentaremos en el próximo capítulo de nuestro blog.