domingo, 30 de abril de 2023

La increíble y apasionante historia del Meteorito caído en la región de Taltal: un capítulo ignorado del Museo Regional de Iquique

Fig. 1. Plano de localización de las Oficinas Salitreras  del Cantón Taltal. La Oficina "Chile" se muestra en la parte media del Plano, algo arriba del sitio  "Agua Verde" (tomado de Internet).

En el Cantón Taltal, en el extremo sur de la Provincia de Antofagasta, llegó a haber 15 a 20 Oficinas Salitreras para la explotación del salitre natural (NaNO3).  Una de ellas, fue la salitrera "Chile", de propiedad de inversionistas alemanes. No todas trabajaron en la misma época y algunas cerraron antes que otras, en la década del 1920-1930, como resultado del descubrimiento del salitre sintético en Alemania, que  sustituyó al salitre natural procedente de Chile.

La curiosa historia del meteorito taltalino.

En los párrafos que siguen, se da cuenta del curioso y accidentado periplo del cuerpo celeste caido en las inmediaciones de la salitrera Chile, al interior de Taltal (ver plano, arriba), en  un día incierto del año 1917. La historia que vamos a relatar en detalle, tiene visos de leyenda; sin embargo, damos fe de que es absolutamente verídica luego de haber investigado a fondo el caso.
Ocurrió hace exactamente cincuenta años cuando en el año 1972 nos tocó intervenir personalmente en su adquisición y posterior traslado al Museo Nacional de Historia Natural de Santiago de Chile (MNHN). Transcurridos ya algo más de 50 años de este extraño episodio, creemos necesario relatar los hechos "tal y como sucedieron", en frase del gran historiador alemán Leopold von Ranke. El meteorito de 82 kg de peso, es una masa compacta de hierro casi puro con trazas de magnesio y de color pardo oscuro. Fue ingeniosamente rescatado de la pampa salitrera donde fue visto caer en una noche incierta del año 1917. 
Durante largos años, me he resistido a relatar y hacer público este curioso suceso por temor a alguna posible sanción judicial, dadas las circunstancias políticas del momento y las características del proceso de instalación y su posterior traslado de Iquique a Santiago, con todas las apariencias de un "secuestro" o un  vulgar "robo". Proceder que tuvimos que emplear para salvar el meteorito, tal como aquí se referirá en detalle. Procedimiento  aparentemente  "tortuoso" pero legitimo al que tuvimos que recurrir entonces, tal como se cuenta en esta historia verídica. 

 Hoy a mis  94 años de edad, considero que la verdad debe ser relatada sin tapujos, para conocimiento de las futuras generaciones de chilenos. Esto aunque sea en desmedro de ciertas personas citadas en el relato.  Hacemos así honor a aquella máxima en su versión latina atribuida a Aristóteles: "Amicus Plato, sed magis amica veritas" ("Platón es mi amigo, per más amigo soy de la verdad"). 

 Los hechos.

La increíble historia comienza un atardecer del año 1917. Por desgracia, no quedó registrada la fecha ni la hora exacta del suceso. Los detalles del hallazgo del meteorito  los debemos  al ingeniero-jefe de la oficina salitrera Chile, en esa fecha don Eduardo Angelbeck Grebe, chileno de origen alemán. El refirió los detalles de esta información  a su esposa Ilse Stolzenbach y a sus hijos. Y será su hija Ruth Angelbeck de von Buch quien, afortunadamente para nosotros, decidió dar a conocer las circunstancias precisas del hallazgo, lo que fuera publicado en un número del Boletín del Museo Nacional de Historia Natural de Santiago de Chile en  el año 1958.

Cómo logramos adquirir este notable meteorito y su inefable historia posterior.

 

Creo recordar que fue mi esposa, María Cristina Mardorf, quien me hizo la primera alusión a este meteorito, que se encontraba en poder de una familia conocida suya, de origen alemán, en el sur de Chile. Se conservaba, en efecto, como reliquia en un fundo en la localidad de Lautaro, propiedad de una familia de origen alemán de apellido Angelbeck. Esta familia era descendiente directa del afortunado descubridor del cuerpo celeste, quien era por entonces el ingeniero jefe de la Oficina Salitrera Chile, al interior de Taltal (Ver Fig.1: Plano).

  Un artículo publicado por el Noticiario Mensual del Museo de Historia Natural de Santiago de Chile en 1958, da cuenta minuciosa de las circunstancias exactas de este hallazgo fortuito. Recuperado el meteorito, luego de una increíble odisea nocturna a caballo, en plena pampa salitrera, el jefe de la Oficina le hizo recortar un pequeño trozo para examinarlo en su laboratorio, constatándose que estaba formado por más del 98% de hierro con adición de magnesio.

Enseguida comprendí que este hallazgo cerca de Taltal, en pleno desierto, podría llegar a ser un poderoso atractivo para nuestro pequeño Museo en Iquique y, habiendo consultado el caso con varios amigos de  confianza, concordamos en que valía la pena adquirirlo para nuestro museo. Así, pues, iniciamos contacto epistolar con la actual poseedora, en Lautaro. Le indicamos que, tratándose de un cuerpo celeste caído en el desierto, parecía natural que fuera expuesto en algún Museo en una ciudad del Norte del país. Le sugerimos una posible donación, pero la dueña optó por su venta, pidiendo en ese momento la cantidad de Eº 20.000  (escudos). Estuvimos de acuerdo en la suma solicitada, e iniciamos una campaña solidaria en la ciudad para su adquisición. Mientras tanto, la propia Dra. Angelbeck de  Von Buch adelantó el dinero para su adquisición, en calidad de préstamo. La dueña estuvo de acuerdo y nos envió enseguida el meteorito, muy bien embalado, por intermedio del ferrocarril del Norte que por entonces llegaba hasta la ciudad de Iquique. En ese tiempo, el viaje en “El  Longino” (así era llamado este ferrocarril del Norte Grande, que funcionó hasta el año 1997), tardaba como tres días enteros. Con Jorge Checura y nuestro chofer don Albino lo fuimos a buscar al terminal ferroviario y lo trasladamos al Museo. Allí le hicimos una tarima especial para su exposición y pasó a ser, de inmediato, en el hall central del Museo la gran atracción del mismo, concitando desde el primer día el interés de numerosos visitantes.

 El meteorito era una roca compacta de color pardo muy oscuro, casi negro, y pesaba la friolera de 82 kg.  Difícil de manejar y mover a causa de su enorme peso. De alto, no tendría más de 60-62 cm.  La superficie del  pequeño fragmento faltante, (recortado por el ingeniero jefe de la Salitrera para su análisis químico) brillaba con destellos plateados, dejando entrever claramente su evidente pureza en hierro.

Iniciamos la lenta tarea de recolección de fondos para su financiamiento y, para ello, instalamos en el Museo, al pie del meteorito,  una alcancía en la que los visitantes hacían sus aportes voluntarios. A la vez, semana tras semana, escribíamos en los diarios locales sendos artículos dando a conocer la enorme importancia científica de esta adquisición del Museo de la Universidad [1].

Pronto decidí tomar contacto con el Museo Británico  en Londres, institución poseedora de varios meteoritos, informándoles por carta nuestra de la presencia de este cuerpo celeste en nuestro Museo de Iquique. La noticia les sorprendió enormemente y nos solicitaron mayor información sobre su caída y circunstancias de su hallazgo en Chile, pues en sus catálogos este cuerpo celeste no figuraba. Les envié copia del artículo aparecido en el Noticiario Mensual del Museo de Historia Natural de Santiago, donde se explicitaba las circunstancias exactas de su descubrimiento casual [2].  Esta noticia suscitó enorme interés.

                     


Fig. 1. Los alrededores del edificio del Museo Nacional de Historia Natural en la Quinta Normal. Fue fundado en el año 1830 por el sabio francés Claudio Gay, por entonces contratado por el gobierno de Chile para el estudio de su geografía, ciencias naturales e historia. El Museo, en su forma actual, fue construido por el arquitecto francés Paul Lathoud para la Primera Exposición Internacional del año de 1875. (foto Mario Elgueta).


Fig. 2.  Fachada del  Museo Nacional de Historia Natural, fundado en el año  1830 por el sabio francés Claudio Gay, contratado por el gobierno chileno para el estudio de la historia, geografía y ciencias naturales del naciente país soberano.  (foto Mario Elgueta).


 



[1]  Recuerdo que yo revisaba con especial interés los artículos de la Enciclopedia Británica relativos a la caída de meteoritos en el mundo.  Dos o tres artículos nuestros sobre este mismo tema aparecieron en Iquique en los diarios locales de la época.

[2]    El artículo en referencia apareció publicado en el Noticiario Mensual el Museo Nacional de Historia Natural, Santiago, Nº 29, Diciembre 1958. Fue titulado: “La historia terrenal del aerolito taltalino”. Su autora fue la Dra. Ruth Angelbeck de Von Buch  hija del descubridor. A nuestra llegada a Chile desde los Estados Unidos, a fines del año 1971, Ruth ejercía como  médico en el hospital de Arica  Su hija, Karin Von Buch, arquitecta, residente entonces en Arica, resultó ser íntima amiga de mi esposa Cristina. Fue, pues, a través de Karin y su madre Ruth que yo tomé conocimiento de la existencia en Lautaro, del mentado meteorito (aerolito). He aquí el verdadero origen de mi interés por adquirirlo como un valiosa joya para nuestro museo de Iquique. 


Nuestras humildes publicaciones en el Museo de Iquique.

Para dar a conocer nuestras propias investigaciones y las de mis colegas, durante nuestro corto período de estancia en el museo de Iquique (mayo-septiembre 1972), creamos una pequeña publicación antropológica que pomposamente rotulamos como “Cuadernos de Investigaciones Históricas y Antropológicas” que portaba  el logo del famoso shamán del Cerro Unita, la que iniciamos en el mes de junio de 1972.  Era de muy humilde formato y constaba de pocas páginas. Como no había dinero, recuerdo que en una de las publicaciones tuvimos que recurrir a unas resmas de papel  ya afectadas por la acción de las termitas. Alcanzamos a publicar dos ediciones con trabajos propios. Checura continuaría después en la misma senda, agregando más tarde otras publicaciones suyas. Esta pequeña y humilde actividad editorial nos fue muy útil para trabar estrechos contactos con Museos chilenos y extranjeros y darnos a conocer como investigadores en el país.[1]

Junto con los “Cuadernos”, editamos un modesto “Boletín Informativo”, en el que dábamos cuenta de los trabajos realizados en el Museo. El primer Boletín lo editamos el 15 de Mayo de 1972 y el segundo, el 15 de Agosto de ese mismo año. En este último, dimos detallada cuenta del proceso de adquisición del meteorito y transcribimos en gran parte la publicación original de Ruth Angelbeck de von Buch de 1958, hija del descubridor del meteorito, para conocimiento de los visitantes el museo.

Por su notable interés, reproducimos a continuación parte del texto de la Dra. Ruth  Angelbeck  escrito el año 1958:


“Un día del año 1917 el aerolito hizo su aparición en la atmósfera terrestre. Ya atardecía, y la brillante bola incandescente describía su curva parabólica hacia la tierra.  Hombres y mujeres de los campamentos de la Oficina Salitrera “Chile” se detenían en sus faenas para observar ese fenómeno extraño y pronto supo el gerente, don Eduardo Angelbeck Grebe de lo ocurrido, porque la superstición veía en el fenómeno un mal augurio. El aerolito había terminado su viaje hacia la tierra, y, con un golpe que hizo estremecerse los alrededores cercanos, se enterró a más de un metro de profundidad entre arena y caliche de la pampa nortina. Don Eduardo, una persona de amplia cultura y los más variados intereses científicos,  de inmediato se dio cuenta de la naturaleza del fenómeno y salió a caballo, acompañado de algunos hombres, a buscar el punto preciso donde se había enterrado el aerolito. Ya caía la noche pero el cielo estrellado y la tenue luz de la luna menguante, alumbraban suficientemente el desierto. Tras horas de búsqueda, casi al amanecer, ubicaron el cono de inserción del aerolito. A 1.800 m de altura sobre el nivel del mar. Pero para sacarlo de su pozo arenoso, hacía falta las herramientas apropiadas, por lo tanto el pequeño grupo volvió a la Oficina marcando cuidadosamente el camino de regreso. A la mañana siguiente, partió una cuadrilla de trabajadores con palas y piquetas al punto marcado y desenterró el aerolito. Pero no pudieron transportar de inmediato porque aún estaba tan cliente que no se le podía tocar. Además, tiene el peso apreciable de 82 kg. Su largo es de 48 cm.  el ancho, 30 cm.  y la altura 20 cm.

Una vez en la Oficina, fue llevado directamente al laboratorio…El análisis dio hierro prácticamente puro, ya que solo se encontraron huellas despreciables de magnesio y otros metales…(El aerolito) acompañó a su dueño un año más tarde en el traslado a Taltal. En 1922, fue a residir al barrio alto de Santiago, y en 1932 emprendió viaje al sur de Chile, a Lautaro, siempre acompañando a su dueño, orgulloso de él.  Pasaron los años, el dueño envejeció y finalmente, en 1956, se lo llevó la muerte. Entonces el aerolito tuvo que emprender un corto viaje pues fue trasladado a la casa del fundo del hijo de don Eduardo. Allí, en el salón del fundo “Santa Elena”, en la provincia de Cautín, sigue su estadía apacible y contemplativa de la vida de la familia Angelbeck, y cada vez que lo vemos, nos invade una intensa nostalgia por saber algo sobre su lugar de nacimiento…

Se le considera como el aerolito de 2º tamaño encontrado en Sudamérica, y entre los aerolitos encontrados en todo el orbe de la tierra ocupa el 8º lugar”.


Comentario final.


Este relato, escrito personalmente por la propia hija del descubridor en 1958, es de por sí elocuente. Es sin duda su gran mérito el haber puesto por escrito los curiosos detalles de su descubrimiento. Solo faltó comprobar la fecha exacta de su apariciòn en aquella noche en los terrenos de la Oficina “Chile”.  El dato exacto, por desgracia, se ha perdido, aparentemente para siempre.

Solo me cabe agregar, a guisa de comentario, que tuve la ocasión de comentar en la ciudad de Arica  con la propia Dra. Angelbeck, en 1972, los detalles de este descubrimiento. Me dijo que su padre, para poder recordar con precisión el sitio exacto de su caída, como punto de referencia, se había fijado en su posición exacta con respecto a un poste del corredor de la casa. Este detalle  sirvió de excelente guía para la cuadrilla de sus trabajadores que logró dar con él. tras afanosas horas de búsqueda.

Existe un relato abreviado y "maquillado" de este pintoresco episodio, escrito por el zoólogo del MNHN Dr. José Yáñez, sobre la base de mi propio relato personal, el que fuera publicado el año 2016 en en "Cartas al Editor", de la publicación "Gestión Ambiental" Nº 31, pp. 63-65 con el título de "La extraña historia terrenal del meteorito de Taltal depositado en el Museo Nacional de Historia Natural. Rescate sui generis de un patrimonio  natural". 

 

El “robo” del Meteorito de Taltal.

 

La presencia del meteorito en el Museo de Iquique y su enorme valor científico, alertó al Director de la Sede el señor Jorge Godoy Melgarejo,  quien secretamente empezó a dar vueltas a la idea de venderlo muy bien y con ese dinero reforzar las  escuálidas finanzas de la sede iquiqueña de la Universidad. Así, me alentaba a retener el contacto con personeros del Museo Británico y a mantenerlo bien informado. 

Con Jorge Checura, muy pronto nos dimos cuenta de sus verdaderas intenciones y que la idea de vender el meteorito al Museo Británico, había llegado a ser una verdadera obsesión secreta del Director, aun cuando éste no lo confesara abiertamente.

Con Jorge discutimos en privado qué hacer ante la idea de perder para siempre esta notable pieza procedente del espacio, que ya constituía la más preciada joya de nuestro Museo. Se me ocurrió consultar secretamente el tema con la Dra. Grete Mostny Glaser, directora del Museo Nacional de Historia Natural de Santiago. Como aún no había sido  pagado, el meteorito, de hecho, seguía perteneciendo a su legítima dueña en la provincia de Cautín.  Expliqué en detalle a Grete por carta el grave problema surgido con el director de la Sede así como nuestros  temores y le consultábamos si el Museo Nacional de Historia Natural de Santiago estaría dispuesto a financiar su compra. En tal caso, nosotros le enviaríamos de inmediato el preciado Meteorito desde Iquique.

  Grete Mostny se manifestó dispuesta a pagar los Eº 20.000 solicitados, con fondos del Museo. De inmediato, ella se percató de la enorme importancia científica de esta adquisición.

El tema ahora se presentaba bastante complicado para nosotros. ¿Cómo hacer para enviar secretamente el Meteorito a Santiago sin que se percatara el Director?.  El jamás habría autorizado su traslado, pues estaba ya decidido a hacer un buen negocio con él y por eso  alentaba nuestros esfuerzos por conseguir donaciones del público iquiqueño destinadas a solventar su pago. Pero, a la vez, nos dejaba en claro que la Sede Universitaria de Iquique no estaba dispuesta a poner un solo centavo para su adquisición. Eso sería nuestro exclusivo problema… 

Con Checura le dimos mil vueltas al asunto. ¿Cómo actuar de manera tal que el meteorito partiera a Santiago con destino al MNHN en el más absoluto secreto?. Discurrimos mil fórmulas pero ninguna nos satisfacía. Alguien nos sugirió simular un robo repentino. No recuerdo quién fue el de la brillante idea. Y aunque lo recordara, ciertamente yo no lo diría ahora.

Con Checura y en el más absoluto sigilo estudiamos el horario de trenes a Santiago. Había un tren de carga que salía como a las dos de la mañana tres veces a la semana. ¿Cómo nos conseguimos finalmente la camioneta de la Universidad para su transporte y la complicidad de su chofer, don Albino?. No lo recuerdo….Mover una pieza de 82 kg de peso, de cierto no era tarea simple. Menos aún en la noche y sin despertar sospechas de nadie. Lo que sí recuerdo bien es que volvimos a instalar el meteorito en el mismo encatrado de madera donde había llegado unos meses antes. Checura se encargó de escribir el nombre del destinatario y su dirección en Santiago. Yo telegrafié a Grete Mostny del despacho efectuado señalando la hora probable del arribo de la carga a Santiago. La camioneta azul de la Universidad se guardaba siempre allí, a un costado del Museo. El chofer, nuestro cómplice,  nos colaboró en todo, conociendo bien los entretelones. Seguramente le retribuimos bien por su colaboración. No recuerdo ese pequeño detalle que corrió por cuenta de Jorge Checura...

No recuerdo cuánto nos costó el envío por carga, suma que pagamos a medias con Checura. Tampoco recuerdo ya detalles del tremendo esfuerzo físico que debimos realizar entre tres personas, para levantar ese enorme peso y subirlo a la camioneta para luego bajarlo en la estación de ferrocarril en la madrugada.

La operación-rescate fue realizada sigilosamente un día sábado por la noche. El día siguiente era domingo. Nada se sabría en el Museo hasta el lunes en la mañana. Para entonces, el meteorito ya estaría viajando cerca de La Calera, rumbo a Santiago…Para despistar, dejamos una ventana abierta y huellas claras y frescas que denotaran el audaz  robo nocturno  efectuado por varias personas.

Jorge Checura (1933-1995), aquejado de un agresivo cáncer, nos dejaría años después y repentinamente en el año 1995.  Tuve la grata oportunidad de acompañarlo varias veces  unos meses antes de su fallecimiento, postrado ya en su lecho de dolor, donde juntos rememoramos estos curiosos episodios durante ese triste y lamentable  período de la historia el Museo Regional de Iquique [2]. Nos sentíamos –y en verdad  lo fuimos- los verdaderos "salvadores" del meteorito que, de no ser por nuestra intrépida intervención, hoy luciría seguramente en alguna de las galerías del Museo Británico.

(Nota final: agradecemos cordialmente el apoyo incondicional  del zoólogo  Mario Elgueta y del antropólogo Cristian Becker, científicos del Museo,   para la  edición final de este capítulo). 

[1]  Esta publicación tuvo corta vida, publicándose el último Cuaderno en el año 1974.

[2] Durante mi breve permanencia en el Museo Regional de Iquique, de la Universidad del Norte ((1972), insté repetidas veces a Jorge para que postulase a una beca de estudios en México, para especializarse en  Museología, tema de su particular predilección. Checura, en efecto, partíó a  a ciudad de México en una pasantía de varios meses en Museología en el año 1974.  




2 comentarios:

Dr. Horacio Larrain Barros dijo...



Nos comenta el historiador y amigo Rodrigo Crnejo I.:

Muchas gracias por su nuevo capítulo del blog, Muy entretenido e interesante, como todos los demás. Si, lo del meteorito y su traslado secreto desde Iquique a Santiago (MNHN) parece tomado de una película. Qué buena aventura, y a la larga fue la mejor idea, pues -como usted mismo lo dijo- de no haber sido así, el meteorito habría terminado en Gran Bretaña.

Yo fui una vez al Museo de Historia Natural y debí haber visto el meteorito (no recuerdo bien, pues fue hace muchos años). Pero ahora, si es que voy de nuevo un día al museo, recordaré siempre su tan especial experiencia con dicha roca espacial.

Porr otra parte, como gran amante de los ferrocarriles que soy, por supuesto que supe de la existencia del "Longino" y su larga travesía hasta Iquique desde La Calera (donde hacía combinación con los convoyes de la línea Santiago-Valparaíso). Es más, le cuento que una vez, una tía -prima de mi madre- hizo el viaje con sus entonces hijas pequeñas desde Santiago hasta Iquique en el citado tren, a ver a su marido, quien trabajaba allá. Se demoraron no sé cuántos días en llegar a Iquique, y las niñas -que iban hasta con vestidos nuevos- llegaron todas empolvadas con el largo trayecto.

Rodrigo Cornejo Irigoyen

Dr. Horacio Larrain Barros dijo...

Mi hija, María Cristina, me envía e siguiente comentario desde Luis Beltrán, Provincia de Río Negro, Patagonia Argentina:

"...¡Increíble la historia que cuentas papá!... fiel a un estilo de novela policial...creo que Cherlock Holmes queda corto!!. Impresionante la tarea titánica que emprendieron para salvar ese meteorito. Mis más sinceras felicitaciones por tal increíble hecho heroico y más notable el que te hayas animado a contarlo. Un abrazo!