viernes, 24 de octubre de 2008

Fundo El Portezuelo de Colina, El refugio científico de Luis Peña Guzmán

El lugar donde Lucho quiso esconder su vida de sabio.

En las fotos que siguen, hemos querido mostrar en imágenes el lugar elegido por Lucho y Miguel Eyquem, su amigo arquitecto, para establecer la morada del sabio y sus valiosas Colecciones. A unos 15 km de Santiago y a otros tantos de Colina, el lugar ofrecía la paz y quietud que Luis Peña buscaba para sí y sus hermanas solteras. Al costado noroeste del peñón denominado "El León", de unos 200 m. de altitud sobre el valle, se ofrecía un paisaje de laderas pobladas de plantas xerófitas, propias de la sabana del valle central de Chile. Cactus, litres, quillayes, algarrobos y espinos alternaban con alguno que otro colliguay o guayacán solitario.

El Cerro " denominado "El León", se yergue abrupto y desafiante sobre el costado oriente de la planicie del valle central, albergando antiguas canteras y manantiales y una bien conservada flora autóctona. Lo que atrajo casi de inmediato las miradas de Lucho Peña. (foto H. Larrain).

En la parte media de la foto, en un descanso del cerro y hacia la derecha, semioculta entre elevados álamos, se alcanza a divisar la casona, obra genial del arquitecto Miguel Eyquem (foto H. Larrain).

Parte media del edificio, de intrigante y desafiante arquitectura, mirando hacia el nororiente. Desde el Parque. (foto H. Larrain octubre 2008).



Sector nororiente del edificio. Desde esta esquina, gustaba Miguel Eyquem, el arquitecto constructor, dirigir su mirada hacia las cimas nevadas de la cordillera (foto H. Larrain, octubre 2008).



Area norte del edificio. El ventanal que se observa mirando al norte, corresponde exactamente al escritorio del entomólogo. (Foto. H. Larrain, octubre 2008).

La casa de Alfredo Ugarte Peña, sobrino directo de Lucho, a escasos metros de la casa-museo. Alfredo es hoy el curador del Museo y encargado de las visitas guiadas de estudiantes.

El costado sur de la casa-museo. Se observa el vehículo Mazda y la parte posterior del camper, ambos usados por Lucho en todas sus últimas expediciones (foto H. Larrain, octubre 2008).

Arboleda que se ha formado entre la casa-museo y la casa de las hermanas Peña Guzmán. (foto H. Larrain, octubre 2008).

Costado sur de la casa-museo. Entre un molle y hiedras trepadoras (foto H. Larrain, octubre 2008).


Entrada a la casa-museo por el costado sur. (foto H. Larrain, octubre 2008).
Sección del laboratorio donde Lucho solía pasarse muchas horas en el microscopio, haciendo sus observaciones entomológicas (foto H. Larrain, octubre 2008).

Estos cubículos permitían, en tiempos de Lucho, el trabajo simultáneo de 3 ó 4 de sus ayudantes de campo. Lucho inspeccionaba de cerca el trabajo que daba diariamente a cada uno de ellos. De esta suerte, sus ayudantes aprendían con él todas la menudencias de la colecta, guarda, protección y cuidado de los especímenes, y, a la vez, con la generosidad que lo caracterizaba, les enseñaba todo lo que el iba estudiando o recibiendo de otros, los grandes entomólogos extranjeros que venían especialmente a visitarlo, desde lejanas tierras.(foto H. Larrain, octubre 2008).

Sección de uno de los cubículos destinado para sus ayudantes. Aquí se acumulaban y aún se acumulan, miles de cajas de cartón conteniendo sobres con insectos secos, material que sirve de estudio y de canje con instituciones extranjeras. Se reciben diariamente solicitudes de canje o compra de especímenes colectados por Lucho, primero y por Alfredo, después de él, en más de 500 expediciones a América. Salvo Venezuela y las Guyanas, Lucho colectó en todos los demás países de América del Sur, especializándose en Perú, Bolivia y Argentina, en un claro afán por examinar y llegar a entender las interrelaciones y conexiones biológicas y geográficas con nuestro país.


Hall de ingreso a la casa-museo. En las pareces, fotos y recuerdos de sus viajes. (foto H. Larrain, octubre 2008). Ya no está alli la gran piel de boa, de 6 metros de largo, traída del Amazonas. También desaparecieron misteriosamente las cabezas reducidas, hechas por los jíbaros, traídas de uno de sus primeros viajes al Ecuador, de las que Lucho relataba espeluznantes historias.

Escritorio de Lucho Peña, atiborrado de libros, cajas de insectos y elementos de trabajo. Cuesta ver la diferencia entre el hoy (2008) y el día en que Lucho nos dejó (1995). (foto H. Larrain, octubre 2008).

Sección del escritorio actual. Se observa muy pocos cambios desde la época de Lucho. Aquí fueron redactados sus trabajos científicos y escritos más valiosos, desde 1984 hasta su muerte (1997). Lucho muy tempranamente adquirió un computador el que aprendió a usarlo hábilmente. Nos dejó un claro ejemplo al esforzarse por adaptarse con facilidad a los cambios tecnológicos. (foto H. Larrain, octubre 2008).

Pequeño jardín interior con plantas tropicales y caída de agua. Aquí se suele mantener vivos a anfibios chilenos y plantas acuáticas. (foto H. Larrain, octubre 2008)

Costado del hall interior. En las paredes, recuerdos de sus viajes a Bolivia , Paraguay y Brasil. (foto H. Larrain, octubre 2008).

El amplio hall central. Al fondo, abajo, cajas de vidrio donde cría hoy Alfredo insectos y lagartos y otros animales, para sus exposiciones y visitas guiadas. (foto H. Larrain, octubre 2008).

El deambular de los Peña en busca de casa definitiva.

Después del trágico incendio de la casa de la familia Peña Guzmán, ocurrido en el año 1940, donde Lucho perdió todas sus colecciones y la familia, todas sus pertenencias, la familia se trasladó a la chacra de "El Bosque", junto a Malloco, donde vivieron por varios años. Posteriormente, hacia el año 1962, la familia adquirió una casa grande en la Avenida Colón 5500. Lucho tuvo la suerte de encontrar una casa en arriendo, justo al lado de la de su madre y hermanas. Aquí vivió varios años, mientras buscaba su hogar científico definitivo, del que hablaremos luego.

Recuerdo como si fuera hoy esa pequeña casa de un piso que Lucho Peña todavía ocupaba por allá por el año 1972, en un extremo escondido de la calle "La Reconquista", contiguo a la amplia casa-quinta de 5.000 m2 que ocupaban su madre y hermanas en Avenida Colón 5500. Allí tenía asiladas, en espléndido desorden, sus Colecciones, sus libros, sus curiosos recuerdos de viaje. Más de una vez me alojé allí, entre montañas de cajas de insectos y olor a paradicloro, escapando de problemas familiares. Lucho me acogía con el afecto de un hermano. Hablábamos de antropología y de insectos, de plantas y de viajes al Trópico, de quiméricos planes de crear un gran Instituto, el que siempre soñó: El "Instituto de Estudios y Publicaciones Juan Ignacio Molina".

Dos de sus ayudantes compartían su casa por entonces. Era su costumbre - y lo fue hasta su muerte- el acoger, formar y educar a sus ayudantes, generalmente de extracción popular o campesina, pero ansiosos de aprender la ciencia del Maestro ( la Entomología) y elevar su nivel de vida. ¡Y no pocos lo lograron!. Los nombres de Gerardo Barría, Osvaldo Segovia, y más tarde, José Escobar, Lupercio Escobar, Hernán Navarrete, entre otros, figuran entre sus protegidos. A todos ellos, les cambió la vida al contacto con Lucho. Y estoy cierto que todos ellos lo han sabido agradecer. Fue esta una faceta de la personalidaad de Lucho, poco conocida y poco valorada y, me atrevería a decir, absolutamente insólita entre los cientificos que me ha tocado conocer.

El Portezuelo junto a "Las Canteras". ¡Por fin un refugio para el sabio!.

Lucho recorría en compañía de su entrañable amigo el arquitecto Miguel Eyquem los alrededores de Santiago, buscando su futuro hogar científico. Quería escapar del Santiago inhóspito, superpoblado, caótico. Buscaba la paz y el lugar ideal donde poder establecer su futuro Museo, donde poder vivir en contacto vital con la naturaleza, "lejos del mundanal ruido". Fija sus ojos en unas colinas, sobre el villorrio de "Las Canteras", al pie del cerro "El León" (Vea fotos, más arriba). El paisaje es agreste: en los lomajes, algarrobos, espinos, por doquier; más arriba, macizos de "incienso" y de imponentes cactus chilenos. Dos canales de riego la atraviesan, entre álamos y zarzamoras. El extremo que mira hacia el Norte, con vista espléndida al valle de Chicureo, por entonces zona exclusivamente agrícola, será el lugar elegido para la futura casa-museo. Eyquem elige el lugar, orientado hacia las montañas de los Andes, y con vista infinita hacia el norte, el oeste y al este. El ojo del arquitecto quiere conectar el edificio con los picos de la cordillera, en un afán por armonizar luz, perpectiva y paisaje infinito, desplegados en todas direcciones, menos al sur. Y el edificio va brotando de la mente de Miguel, quien acompañado de maestros inexpertos, va elevando a pulso sus delgados muros y desplegando las alas de una extraña techumbre sinuosa, como imitando el oleaje suave de la playa. Se respeta cada árbol, cada roca, cada forma del paisaje, y la construcción va siguiendo el trazado natural del terreno, casi sin modificarlo. Es el terreno el que manda, no la estructura.

Lucho se resigna: el constructor quiere crear la "guarida" del sabio, a su arbitrio, dejándose llevar por sus atisbos e intuiciones. Lucho sólo exige para sí un espacio mínimo. Un pequeño escritorio con mucha luz natural y un exiguo dormitorio con luz escasa, semi escondido. El no necesita más. La mayor parte será destinada a bodegas, estanterías de libros, laboratorios y salas de exhibición. Un inmenso living y un gran corredor de acceso en declive servirán de hilo conductor al visitante que podrá admirar en paredes y rincones toda clase de exponentes de la fauna y de la flora, en fotografías o en ejemplares . No falta un pequeño jardín interior, expuesto directamente a la luz, con cascada de agua y plantas de interior, dando un hálito de vida a la piedra y al cemento. Corona el living una gran chimenea de piedras lajas, traídas de una cantera próxima, única fuente de calor invernal en la amplia construcción.

Mucho más que una morada para un sabio egoísta y ególatra, el edificio se nos aparece como un Museo magnánimente dispuesto para el discurrir pausado de alumnos, profesores y visitantes. Un guía puede llevar un curso completo de niños, sin que se enteren de la presencia del científico, insimismado, tal vez, observando al microscopio los ojos facetados de un raro ejemplar de mariposa.

Muy pronto su hermana Marta, soltera, decide dejar Santiago y ser la primera moradora de la colina. Allí levantará, con el apoyo de Lucho su hermano, su casita, una versión reformada de las casas tipo "Hogar de Cristo". La casa se adosará a unos vetustos algarrobos, que pronto verdearán y crecerán magníficos al abrigo del agua de riego. Poco después, Teresa y Alicia, las hermanas solteronas, construirán muy cerca de Lucho, una casa de adobes y tejuela de alerce, de tinte campesino sureño, con espacios compartidos. La madre, Teresa, ha muerto en el año 1985, y ya no hay motivo para seguir en Avenida Colón. Se vende la casa-quinta y las tres solteras, junto a Lucho, emprenden un caminar, juntos, porque el destino las ha unido indisolublemente al hermano que ha elegido la "ciencia" por mujer y compañera de toda una vida. Los otros hermanos: Carlos, Patricio, Carmen y Ana María, casados y con familia, seguirán caminos diferentes, pero siempre cercanos.

Pocas familias he conocido tan increíblemente unidas. Todos viven pendientes de todos y la enfermedad de uno, atrae la preocupación inmediata de todos. Reina un hermandad pocas veces vista en estos tiempos en que las familias suelen disgregarse, dispersándose por todos los senderos de Chile. Y los lazos familiares se van debilitando.En esta familia late, muy vivo, ese recuerdo imborrable del hermano que les hace tanta falta, que era, sin quererlo, el eslabón genético de esa cadena de amor, herencia valiosa de sus padres Luis Peña Otaegui y Teresa Guzmán García Huidobro.

Lucho nos dejó para partir a la mansión del padre Dios, un 27 de Septiembre del año 1995. Fué entonces su sobrino, Alfredo Ugarte Peña, quien tomará el timón del barco creado por Lucho; construyó su casa a metros de la casa-museo (ver foto aquì) , heredó sus gustos y su interés por la entomologìa y la ciencia. Y la casona-museo se ha visto nuevamente- como antaño en vida de Lucho- inundada de juventudes que ávidamente acuden aquì a conocer de cerca la Naturaleza que se les muestra en infinitud de ejemplares de insectos y en ejemplares vivos de extraños animales de Chile y el extranjero.

Porque Alfredo, siguiendo a la letra el camino trazado por Lucho, realiza hoy, una obra de educación ecológica y ambiental encomiable, que hace del Portezuelo de Colina un cálido hogar científico para la juventud chilena, Tal como Lucho siempre lo soñó, y que, por arteros manejos, estuvo a punto de zozobrar. Dios quiso que primara por fin la sensatez y que el sueño de Luis Peña Guzmán siguiera vivo y palpitante, de modo que muchos niños chilenos, ricos y pobres, pudieran seguir "expedicionando a Chile", tal como él lo hizo de modo magistral mientras estuvo entre nosotros. Ahí, en la casa-museo del Portezuelo, sigue vivo y palpitante el recuerdo de Lucho, fanático expedicionario, entre sus fotos, sus libros, sus recuerdos, su "aura" de científico excepcional; su herencia ecológica y su legado. Y esperamos que siga latiendo ese imborrable recuerdo, al mismo ritmo, en ese mismo lugar, por muchas generaciones más.

Para un acabado estudio arquitectónico de detalle de esta casa-museo (Casa Luis Peña), consulte la página web: www.barqo.cl/v1/proyecto).

miércoles, 22 de octubre de 2008

El legado del jesuíta Gustavo Le Paige S.J.: Noviembre 1979


En octubre 1979, Gustavo Le Paige, el sacerdote-arqueólogo jesuíta, fue obligado por sus superiores a viajar a Santiago, para cuidar de su salud e internarse en el hospital. Tenía ya 76 años cumplidos. Lo hizo a regañadientes, pues presentía que ya no volvería a su querido San Pedro. Supe que estaba muy enfermo y decidí ir a visitarlo. Yo había sido su confidente y amigo en aquellos ya lejanos años 1963-64, en San Pedro de Atacama. Por entonces, siendo también yo miembro de la orden jesuíta, se suponía que sería el sucesor obligado de Le Paige en el Museo de San Pedro. Mi gusto por la arqueología asi lo hacía presentir. Cuando iba, pues, a San Pedro, alojaba en la humilde casa parroquial de piso de barro y llena de polvo, y departía con Le Paige como un hermano. Las circunstancias siguientes me hicieron variar de derrotero, y abandonando la orden de la Compañía de Jesús a comienzos del año 1965, viajé a México y me matriculé en la Universidad Autónoma de México, en la carrera de Arqueología.

El germen que sembrara Le Paige durante esas asiduas visitas a San Pedro (1963-65), en que de sobremesa, cada noche, nos sumíamos en hondas cavilaciones sobre la importancia y antigüedad de la cultura atacameña, hizo fructificar en mí una vocación de arqueólogo que me ha acompañado toda mi vida, hasta el día de hoy. A menudo el punto focal de nuestras conversaciones versaba sobre las teorías antropológicas del también jesuíta, Pierre Teilhard de Chardin (Orcines, [Francia], 1881 - Nueva York [USA], 1955), genial paleontólogo y eximio teólogo, mirado con reticencia por entonces en la Iglesia Católica por sus ideas evolucionistas. Teilhard era muy admirado por Le Paige a quien leía con especial fruición. Le Phénomène humain, obra crucial de Teihard (editada secretamente en 1948 y publicada solo luego de su muerte en 1955, en Nueva York), era uno de sus libros de cabecera. Pronto llegó también a ser el mío.

Redacté estas líneas en mi Diario de Campo a pocas horas de haber efectuado la entrevista adjunta. Durante muchos años, he guardado celosamente este documento. Aunque pudiera alguien pensar que no es oportuno referirse a situaciones tan personales, a reflexiones hechas en la intimidad de una conversación privada, estimo, pasado ya tanto tiempo, que este escrito permitirá revelar la grandeza de alma de Le Paige, su espíritu de cristiano ejemplar y de científico profundo. Estoy cierto que esta entrevista arrojará nueva luz sobre facetas del pensamiento de este sacerdote-arqueólogo, las que nos permitirán conocer más a fondo su rica personalidad y sus ideales más caros. Copio textualmente de mi Diario de Campo (Vol. XII (1979), 104-111) el detalle de la entrevista que le hiciera en ese momento:

"2/XI/1979. Visito al P. Gustavo Le Paige S.J., recluído en una pieza del Colegio San Ignacio [Residencia de los Jesuítas, en calle Alonso Ovalle, esquina San Ignacio]. Son las 11.30 A.M. Está [siendo cuidado por] un muchacho de Antofagasta, que le sirve de enfermero. Llevo la grabadora oculta dentro del portadocumentos. La grabación, es apenas audible. Está feliz de verme. No nos veíamos desde Enero del año 1965, a pesar de habernos escrito varias veces [entretanto]. Está hace como tres semanas en Santiago. Problemas del riñón, [como] consecuencia de una operación a la próstata, por haber dejado de tomar un remedio que se le recomendara.[En efecto,] se escapó del hospital de Chuquicamata [sin terminar su tratamiento]. Habla muy quedo. Apenas lo escucho. Comenzamos [la conversación] en castellano; luego, insensiblemente, nos pasamos al francés. No oculta su gran alegría al verme nuevamente. En la grabación [que acabo de escuchar] mi voz es muy clara [así como] mis preguntas. Esta me guiará en est reproducción [hecha de memoria] de la entrevista. Entre corchetes, las palabras que agrego para una mejor intelección del texto de la entrevista.

Le digo que lo veo muy bien de aspecto físico. Pero le cuesta harto caminar y sentarse. [El enfermero acompañante lo ayuda a acomodarse en la silla]. Lo felicito por el libro sobre la Cultura Atacameña que acaba de publicar con Bente Bittmann y Lautaro Núñez ["Cultura Atacameña", Serie El Patrimonio Cultural Chileno, Colección Culturas Aborigenes, Ministerio de Educación, Departamento de Extensión cultural, Octubre 1978, 64 p.]. Se muestra orgulloso de èl. lo hace traer [por el enfermero]. Me muestra sus fotos. Me dice: "ahora podemos decir que se publica bien en Chile...Es un orgullo para nosotros".. Me muestra la hoja [de la obra] donde se reproduce una punta [lítica] de 20.5 cm. de largo. Me dice que fue suya la idea de publicar estos volúmenes: "fue mi propia idea". Pero [observo] que no se dice eso en la obra.

Le cuento de nuestro Proyecto para hacer una "Etnografía de Chile" desde la llegada del español. Me contesta: "hay que ver de dónde vienen [los ancestros] y para eso se necesitan dataciones de C 14". Le explico que partimos con la llegada del español, y solo de paso nos referiremos a los antecedentes arqueológicos. Insiste en que deberíamos referirnos al aspecto biológico de los grupos (estudio de los grupos sanguíneos de cada comunidad étnica) ; [lo que hoy se hace mediante el estudio del ADN de los pueblos]. De tener esos datos [me dice] habría una maravillosa confirmación acerca de su origen.

Le pregunto quién sigue con [la revista] Estudios Atacameños, [ de la que fuera fundador]. Me dice que el Centro formado en el propio Museo de San Pedro. Lo embromo [diciéndole] "me ofrezco para ir personalmente a San Pedro,... ¿me recibe allá?" . "Por cierto", me contesta sin dudar

Le pregunto si tiene [disponible para mí] un ejemplar de su obra "Culturas Atacameñas". [Hace un gesto al enfermero para que me reserve uno].

Le pregunto [a continuación, en francés]: "Est-ce-que vous vous rappelez quand nous sommes allés visiter Tambillo et la decouverte que nous avons fait ensemble là?". Se ríe, recordando aquel mes de Noviembre 1974. "Sous la pierre il-y-avait un cràne". "No recuerdo bien las fechas", me dice. Le digo que todo ello debe estar escrito en su Diario. "Por cierto", me dice. "Hay que publicarlo", le digo. "Lo vamos a publicar", me dice. Le observo: " [mais] votre Journal est plein des signes inintelligibles, qu´il faudrait traduire". Me dice que al comienzo [de su Diario] hay un glosario de los signos (abreviaciones) que usa.

Me ofrezco para ayudarlo en la publicación de sus manuscritos (Journal). Le recuerdo cuando le dibujé para un número de Anales de la Universidad del Norte, tabletas de rapé y tubos de hueso con decoración [propia] de Tiahunaco. Me dice que está por publicar un libro sobre las 125 tabletas de rapé que existen en [el Museo de ] San Pedro. Tiene la sospecha de que el Tiahuanaco de San Pedro podría ser un antecedente del Tiahuanaco Clásico del Lago Titicaca. No están aún seguros, pero sospechan que el Tiahuanaco Clásico sea posterior a lo [hallado en] San Pedro. Pero no tienen las pruebas.

"Creo que Ud. nos acompañará aún por muchos años", le observo. Se ríe y reimos juntos alegremente. Le pregunto: ¿se enviará a otro jesuíta para hacerse cargo del Museo, o no?. Le expreso mi temor de que la obra científica de la Iglesia se vea abandonada allá. Me dice que es muy dura la vida allá, que no se vé quién pudiera ir. No teme por la obra de la Iglesia, pues la Compañía de Jesús tiene tanta parte en la obra (Museo) como la Universidad del Norte.. Insiste en que él es el Director del Museo. Pero, le digo: "¿et aprés Vous?... "¿après moi le Déluge"?. Se ríe. No ve el peligro (que yo estoy convencido existe y grave) . Cree que la Compañía de Jesús y sus Provinciales tienen [clara] conciencia del problema [que se generará luego de su muerte].

Le pregunto qué relación tiene con el P. [Giorgio] Serracino, que estuvo con él en San Pedro. Me dice que lo ordenaron de sacerdote "sin suficiente información", me insiste. "Desde el punto de vista científico, le digo, ¿no cree Ud. que sería el candidato ideal para ocupar su puesto en San Pedro?. "No", me contesta. "Tiene un carácter infernal". Expresa sus dudas sobre [la solidez de] su formación arqueológica en U.S.A. [G. Serracino estuvo un semestre siguiendo cursos de arqueología en Cornell University hace pocos años atrás]. [Le Paige] no parece confiar mucho en ella.

"¿Cuál cree Ud. - le pregunto- el aporte más importante hecho por Ud. a la arqueología chilena e internacional?. "Revelar San Pedro", me dice sin la menor vacilación. Antes de él, casi nada se sabía sobre San Pedro [de Atacama]. Se conocía la iglesia del pueblo, el pukará... Muy poco más. Me muestra [en su libro reciente] una foto de una piedra laja tallada [procedente] de Tulán. Me dice que es la cultura tal vez más interesante de la zona de San Pedro. Le digo que no he visitado San Pedro desde 1964. Se ríe suavemente. "Vaya a verlo - me dice- "el Museo está muy lindo". Le pregunto qué piensa hoy acerca de los antiguos niveles del lago. Acepta que hubo niveles mucho más altos del lago [ que hoy]. Cree que hubo mayores aportes de agua y que luego hubo mucha evaporación y empezó a descender el nivel de las aguas. Le pregunto: "¿por qué cree Ud. que hubo desarrollo cultural tan importante en San Pedro de Atacama?. "Es la presencia del oasis" - me dice sin dudar. ¿Cree Ud, que sus habitantes se refugiaron (huyendo) desde otras regiones?. "No, la evolución cultural se produjo allí mismo", me dice enfáticamente. ¿Cree Ud, que la población de San Pedro, digamos hacia los 500 D.C., fue más numerosa que hoy? "Poco más importante que hoy, pero no mucho más" - me dice.

"!Cuántos recuerdos!", me dice. ¿Cuál es su impresión general acerca de su presencia en San Pedro durante tantos años (20-21 años)?, ¿Le gustó vivir allí, verdad?. "Oh sí", me dice, con entusiasmo, "fue mi vida... viví feliz allí". Le pregunto: ¿Sintió Ud. alguna vez una discordancia [discrepancia] entre sus creencia religiosa y espíritu apostólico y su vocación arqueológica?. "De ningún modo", me dice. "Dios es también el Dios de la Ciencia. Siempre dije a los pobladores de San Pedro que yo me debía a la Humanidad antes a que a ellos. Jamás me negué a ellos. Ellos lo entendieron, pero no todos. Ni podía pretender que lo entendieran todos. Nunca tuve el menor escrúpulo [respecto] de mi actividad arqueológica en San Pedro".

Le pregunto: ¿Cómo lo consideraron [ a Ud.] los científicos visitantes?, ¿como religioso o como científico? " Ambas cosas siempre", me dice. "Me respetaron en mi doble calidad de científico y de religioso". Le digo: y los obispos, ¿cómo lo comprendieron?.... ¿ y Monseñor Valenzuela? Se sonríe. "Algunos más, otros menos; pero todos respetaron mi obra". ¿Y los Provinciales jesuítas ?. "Plena comprensión y apoyo total" , me dice. "Ellos eran conscientss de la gran obra científica que se estaba haciendo. Jamás tuve un problema con ellos", me dice.

Me ofrezco para ayudarlo en sus publicaciones. Me dice: "que tiene todavía algunos MSS [manuscritos] que desearía publicar. Que ahora, con la paz del retiro de Santiago, ha escrito algunas ideas. Que ha reflexionado mucho y recibido muchas luces sobre Dios, la Trinidad, la Eucaristía y la vida espiritual, el alma... , con gran claridad." Le pedí que escribiera todo eso...Me dijo que quisiera confiarme algunos manuscritos para que yo me encargara de su publicación. Le dije que le prometía hacerlo, y lo haría en la Revista Norte Grande [revista que yo por entonces publicaba en el Instituto de Geografía de la Universidad Católica] . Me lo agradeció mucho. Se emocionó mucho cuando me lo dijo. Presentí que estos documentos - y tal vez también su "Journal" [Diario de Campo], me los confiaría. Me sentiría ciertamente muy honrado de poder hacerlo, pues creo que ayudar en esa obra, sería un honor para mí.

Me pidió que volviera a verlo. Que teníamos [aún] mucho que hablar. Estaba muy emocionado y ambos derramamos lágrimas juntos. Le aseguré que volvería y le llevaría el último número de Norte Grande. Me levanté, me hinqué y le pedí su bendición. Me la dió, emocionado, en castellano. "Horacio, siempre confié en Ud. "No estoy triste de que Ud. haya abandonado la Conpañía de Jesús. Son los caminos de Dios. Y Ud. siguió el camino de la Ciencia. Sea fiel".

Me despido diciéndole: "no me olvide en sus oraciones". Me acompaña con su mirada viva y emocionada hasta la puerta. Dice a su enfermero: "si viene el señor Larrain, hágalo entrar de inmediato". Son las 13.20 hrs." (fin de la entrevista). (Extracto ad litteram del mi Diario de Campo, Vol. 12, pp. 104-11, con adición de explicaciones entre corchetes).

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Hoy. a casi treinta años de aquella entrevista, aún me emociono al recordar su bondadosa acogida y su franca y espontánea conversación sobre temas religiosos y arqueológicos, sobre los que tanto departimos, rodeados de sus fieles perros, en muchas noches heladas, en la parroquia de San Pedro de Atacama. Sin la menor duda, debo mi vocación científica a aquellos recorridos por los polvorientos caminos de Atacama acompañando y preguntando mil cosas al Padre Le Paige. Y he procurado serle fiel, tal como él me lo pidiera.

Y una vez más, me convenzo que la intrincada cadena de la transmisión científica del conocimiento de generación en generación, pasa por el diálogo franco y abierto entre maestros y discípulos. Los primeros, tratando de dar lo mejor de sí, su visión de las cosas y su experiencia, y, los segundos, viendo todo lo rico y positivo que se encierra en ese mensaje de vida; luego vendrán los pasos siguientes, en ansiosa búsqueda personal de la verdad huidiza y lejana, siempre esforzándonos más y más hacia el conocimiento total. Pero sabiendo que por mucho que escrutemos e indaguemos, la verdad total nos será esquiva y, a lo más, alcanzaremos algunos tímidos atisbos de ella, sin lograr aprehenderla en su plenitud total. Esta solo la posee Dios, sumo hacedor y conocedor de todas las cosas: "las visibles y las invisibles" (visibilia et invisibilia).

viernes, 10 de octubre de 2008

Ingeborg Lindberg: changos históricos

Junto a sus investigaciones de tipo textil, su campo de estudio de preferencia, Ingeborg Lindberg se dedicó durante su presencia en el Norte de Chile, a estudiar algunos aspectos del folklore local y etnografía de la zona del interior de Antofagasta o de la costa árida. Especial mención merece aquí este pequeño artículo en el que la autora nos describe el modo de vida de los actuales mariscadores de la costa, que la gente todavía hoy rotula como "changos". Por cierto, no son éstos descendientes de los antiguas camanchacas o changos, pero sí heredaron su modo de vida semi nomádico y sus costumbres tanto alimenticias como de asentamiento y movilidad.
Por tratarse de un trabajo sumamente escaso y de difícil acceso, nos ha parecido conveniente incluirlo aquí, como parte de la sección "Biblioteca Virtual Horacio Larrain" Pretendemos con ello facilitar a nuestros alumnos y discípulos el acceso a una bibliografía muy poco conocida, ya que su edición original hecha en provincia, constó de muy pocos ejemplares.

Ingeborg Lindberg fue una autodidacta en temas de etnografía y folklore. Pero su capacidad de observación y su espíritu aventurero, la condujeron a muchos lugares poco conocidos, francamente ignotos o alejados de todas las rutas traficadas, dándonos asi cuenta de realidades que han escapado a los ojos de otros observadores. Aquí radica el valor de este pequeño documento que ofrecemos a los investigadores y estudiantes de antropología y etnografía del Norte de Chile.

Muy poco se ha escrito desde el ángulo de la etnografía, sobre el modo de vida de estos Changos históricos, por lo que nos complacemos en entregar este pequeño opúsculo como parte de nuestra "biblioteca virtual Horacio Larrain".

Este opúsculo está ilustrado con croquis a pluma del arquitecto antofagastino Carlos Contreras Alvarez, quien también tuvo la gentileza de entregarnos, en el año 1974, un trabajo ilustrado con sus dibujos, sobre las técnicas constructivas empleadas en la vivienda aymara, para la revista Norte Grande, Vol. I Nº 1, 1974: 25-33

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