domingo, 5 de diciembre de 2010

Historiadores, etnohistoriadores y "mitoriadores": el respeto debido a las fuentes históricas.

A propósito de la gran cantidad de documentos inéditos y editados que hemos debido examinar sobre el antiguo mineral colonial de Huantajaya y su rica historia, nos aflora rápidamente una reflexión que consideramos pertinente a nuestra región. Aquí en Iquique parecen pulular los "escritores" sobre el pasado regional. Se tejen y entretejen diversos tipos y matices de algo que semeja la "historia", pero que en realidad no lo es. La gente se confunde al respecto. ¿Qué diferencia hay entre "historia", "arqueología", "etnohistoria" y "mito-historia"?. ¿Cuál es, por fin, la verdadera historia?. ¿Cómo y con qué objetivo se manejan las fuentes históricas?. Porque "de todo hay en esta viña del Señor". Especialmente en nuestra zona norte.

Aclarando los conceptos. ¿En qué se basa la historia?

La auténtica "historia" trata de reconstruir los sucesos ocurridos en una región, localidad o país, sobre la base del análisis documental, escrito o iconográfico, esforzándose por lograr un cuadro de "lo que realmente ocurrió" en una determinada época o momento y, ojalá, como quería el gran Leopold von Ranke (1795-1886): "tal y como sucedió". La materia prima del historiador, pues, son los escritos, los documentos de la época respectiva. Entendiéndose aquí por "documentos", también la fotografía, la iconografía, o la epigrafía de la misma época, incluso las lápidas funerarias.

El rol de historiador.

El historiador debe sopesar la importancia relativa de cada documento en función del análisis del contenido interno, del examen de la veracidad y acuciosidad del personaje (autor) que escribe y su capacidad de percepción de la realidad y de su sagacidad o habilidad para conseguir información fidedigna de terceros. Y, por fin, del cotejo minucioso de sus dichos con los de otros historiadores del mismo período de tiempo. La crítica interna de la obra, adquiere así enorme importancia. La dificultad mayor del historiador para la recta interpretación de los hechos, suele radicar en su desconocimiento del área geográfica y sus recursos propios, allí donde se desenvuelven los hechos, porque el historiador trabaja en su gabinete de estudio, enfrascado en sus libros y archivos, y no suele ser un hombre de terreno (un "baquiano".) Casi no existen - que sepamos- historiadores "de terreno"...

Cronistas y cronistas...

A mayor riqueza documental sobre un determinado período histórico, mayor posibilidad de acercamiento a la realidad "tal y cómo sucedieron los hechos". Un estudio basado sobre un sólo documento de época, v.gr. un Testamento de un funcionario importante del siglo XVI, puede así fàcilmente pecar de incompleto, por el sesgo propio de cada cronista o escritor, o del propio testante. Así, a modo de ejemplo, la opinión de un Cieza de León o de un Gerónimo de Bibar, como testigos presenciales de hechos, puede ser muy diferente y mucho mas valiosa que la de un Antonio de Herrera que escribe en España y muy lejos del escenario geográfico de las Américas.

¿Qué hace el arqueólogo?.

El arqueólogo es un ser de formación diferente, que hace a su vez un tipo de "historia" muy diferente. También trata de llegar a obtener un cuadro de "lo que realmente sucedió aquí". Pero obtiene sus informaciones primarias ("su materia prima") a partir de la excavación misma y/o de la prospección cuidadosa de la zona de estudio. Su rol será describir, con los elementos que tiene a la mano, las expresiones culturales de un determinado grupo humano basándose en lo que Gordon V. Childe ha llamado el "registro arqueológico", esto es, el "catastro" de rasgos del pasado aún presentes y rescatables del yacimiento excavado. Lo que linteresa primariamente al arqeuólogo es destacar y poner en relieve la "cultura" del grupo humano detectado en el yacimiento, más que los "hechos" , episodios o "sucesos" mismos, casi imposibles de visualizar a través de los escasos y mezquinos restos del pasado.

Así el arqueólogo, por desgracia, está totalmente dependiente de la cantidad y calidad de "los rasgos" presentes. A mayor antigüedad del yacimiento (pensemos en un hallazgo de los 10.000 A.C.), menor cantidad de información. Problemas de conservación impiden que todo se haya preservado intacto. Casi todo el material orgánico desaparece si el clima es húmedo o lluvioso. En ocasiones, sólo sobrevive el material lítico. El clima del área de estudio, en consecuenmcia, es aquí decisivo. Por eso los arqueólogos que trabajan en el desierto del Norte chileno obtienen muchísima más información de sus yacimientos, que los que trabajan en la Patagonia, o en la Isla Grande de Tierra del Fuego, o en los ardientes trópicos.

El apoyo de las ciencias auxiliares de la arqueología

Consciente de su desventaja, el arqueólogo recurre, como apoyo indispensable, entre otros, al análisis faunístico y botánico de los restos encontrados. O al examen de las características geográficas o geomorfológicas del contorno.Y tratará, además, de buscar apoyo documental, si se trata de estudios de arqueología histórica es decir, de un período histórico. que haya preservado documenmtación de la época. El arqueólogo necesitará siempre, imperiosamente, del apoyo de numerosas ciencias auxiliares, las que van desde la geografía y climatología, hasta la botánica, la fìsica y la química. El examen por C14 es para él decisivo a la hora de obtener dataciones precisas que le permiten aproximarse a la "coordenada cronológica", en palabras de Childe.

La etnohistoria y el etnohistoriador.

El etnohistoriador debe saber combinar sagazmente los datos obtenidos de los documentos, en relación a la vida social y cultural de un determinado grupo étnico o social con los conseguidos del examen del ecosistema (geografía) y del modo de vida de los posibles grupos sobrevivientea aún hoy, ojalá en la misma zona geográfica (etnografia). Discuten acaloradamente los expertos si la "etnohistoria" como disciplina (o sub-disciplina) se ha de considerar una ciencia que es parte de la Historia, o más bien, como opinan muchos, parte de la Antropología. Porque la esencia de la etnohistoria, a nuestro entender, es descubrir el ángulo cultural del actuar humano de cada etnia, más allá de la simple enumeración de hechos o sucesos ocurridos.

El suscrito aboga decididamente por la adscripción de la "Etnohistoria" a la "Antropología Cultural" mucho más que a la "Historia" propiamente tal. Y en muchas Universidades se forma a los etnohistoriadores en los Departamentos de Antropología, en particular en los Estados Unidos. Los máximos etnohistoriadores, al estilo de un John Murra, o Alfred Métraux, han procedido del campo de la Antropología como ciencia de origen. Evidentemente, esta nuestra declaración de principios, probablemente no será del gusto de los historiadores. No negamos , sin embargo, que pueda haber excepciones.

Por fin, vienen los "mitohistoriadores" (tambien motejados de "mitoriadores") y la "mito-historia".

Tenemos aquí un grupo de personas, indudablemente bien intencionadas, que con alguna ligereza se auto-titulan "etnólogos o "antropólogos" y aún "arqueólogos", pero que sólo alcanzan, a nuestro entender, al grado de "mito-historiadores". o "mitoriadores". La expresión no es mía sino de mi buen amigo el poeta iquiqueño Guillermo Ross-Murray. Este grupo de personas es por lo general totalmente autodidacta, sin especialización académica demostrable ni en el campo de la Historia, ni tampoco en el de la Antropología , la Arqueología o la Folklorología. Su objetivo confesado, al escribir sobre Folklore regional o "Etnografía" - como ellos dicen-, es el "rescate" de "leyendas, tradiciones, historias locales o aún descripciones de lugares", y su experiencia deriva generalmente de su trayectoria como "guías de turismo" y de su marcado interés por las temáticas vinculadas a la identidad regional tarapaqueña. Interés, sin duda, muy legítimo.

Necesidad de hacer ciencia etnohistórica y antropológica.

Son ellos ciertamente personas beneméritas y honestas, que han logrado con su esfuerzo personal un alto grado de conocimiento de terreno, que han leído no poco sobre la región y su historia, y que presumen -a veces en forma algo engreida-, poseer conocimientos que nadie más posee. Admirable, es sin duda, el valor del conocimiento de terreno y la experiencia de campo; o la capacidad de conservar y transmitir tradiciones, anécdotas y episodios locales, pero sin una formacion sólida y profunda, no es posible "hacer ciencia", esto es, crear conocimiento nuevo, estructurado y de base científica, y, además, validado y reconocido por sus pares internacionales, en este caso, por otros antropólogos, etnografos, etnólogos o historiadores.

Estos "mito-historiadores" o "mitoriadores", suelen mezclar facilmente la realidad y el "mito", otorgando con frecuencia y tal vez sin darse cuenta, a este último, el valor de la realidad misma. Estrictamente hablando, están estos personajes bastante más cerca de la Literatura Popular que de la Historia o Antropologia. propiamente tales. Porque estas últimas disciplinas se rigen por estrictos cánones formativos y metodológicos, que no pueden ser eludidos "so capa de poseer un profundo conocimiento local".

Existe una disciplina científica que estudia el ethnos o etnia: la Etnología.

Mucho menos hay derecho a auto-calificarse como "etnólogo" sin serlo. La "Etnología" es aquella rama de la Antropología que es capaz de establecer relaciones de parentesco cultural entre distintas etnias y/o distintas concepciones culturales de los pueblos, estableciendo posibles préstamos culturales, influencias mutuas o relaciones interétnicas. Es, según los científicos, la más difícil y compleja de todas las disciplinas antropológicas, pues supone el conocimiento acabado de la cultura y lengua de numerosos grupos indígenas, vecinos o lejanos, cuyo acervo cultural manifiesta semejanzas. Etnólogos ha habido muy pocos en América del Sur. Paul Rivet, Martin Gusinde, Alfred Métraux, Alfred Kroeber, John Rowe, John Murra, y algunos pocos más. Auto-calificarse como "etnólogo", por las complejas implicancias cognitivas que necesariamente exige tal especialización, supone arrogancia, o si no, un total desconocimiento de su significado real (ignorantia elenchi).

Epílogo.

Como epílogo a este capítulo de nuestro Blog, quisiéramos agregar que aún en el caso del Folklore ("folclore" se suele decir hoy día, expresión escrita que no compartimos), estamos ante una auténtica ciencia, con objetivos y métodos muy precisos, que ha tenido un inmenso desarrollo en los países nórdicos y Europa en general, ciñéndose a normas y metodologías muy bien acotadas. Estrictamente hablando, verdderos folklorólogos ha habido muy pocos en Chile. Elegiremos al azar los nombres de Ramón Laval, Yolando Pino, Manuel Dannemann, Raquel Barros. "Folklorólogos", pues, deben ser considerados y llamados los científicos estudiosos del Folklore. "Folkloristas", en cambio, ha habido muchos. Margot Loyola, una de las más notables conocidas. Estos últimos, son los recopiladores y transcriptores de elementos del folklore musical popular o literario y los que lo difunden al gran público. Mérito indiscutido inherente a esta necesaria y abnegada labor de registro de la sabiduría popular.

Necesidad del conocimiento científico adquirido y refrendado en la Academia.

Por fin, queremos señalar que para ser antropólogo, etnólogo o etnohistoriador, hay que pasar por la Academia. No existe otro camino. No hay atajos posibles. Lo que necesariamente supone varios años de estudio y la confección laboriosa de una Tesina o Tesis de Grado, la que constituye un trabajo de investigación que debe conducir a conocimientos nuevos en esos campos. El tiempo de los "pioneros" ya pasó hace rato, y hoy se requiere de la especialización seria y profunda, la que afortunadamente existe y se imparte hoy en numerosas universidades del país. Para ser "mitoriador", en expresión de nuestro buen amigo el poeta Guillermo Ross-Murray, en cambio, no se necesita estudios previos, basta transitar por los caminos del Norte con los ojos bien abiertos y el oído atento...

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