sábado, 22 de noviembre de 2008

Le Paige: de arqueólogo aficionado a investigador de la etnia atacameña

Los primeros ensayos en arqueología.

Cuando visité a Le Paige por primera vez en su flamante Museo de San Pedro de Atacama, en 1963, nada sabía yo aún de arqueología y de sus métodos. Muy poco después, ya en México y dedicado plenamente a los estudios arqueológicos, pude darme cuenta que su metodología distaba mucho de ser la usual entre los científicos, contando éstos con el apoyo de la estratigrafía, la cronología absoluta entregada por el método del C14 y el testimonio de las ciencias biológicas (paleo-botánica, paleo-zoología). Le Paige era un científico esencialmente intuitivo, por entonces muy poco sistemático. Manejaba en sus inicios una bibliografía bastante reducida, casi toda redactada en francés, y sus primeras tipologías fueron tomadas de aquéllas por entonces en boga en Europa, particularmente en Francia. Por eso cuando el hablaba de "Paleolítico" y "Neolítico", o comparaba sus piezas arqueológicas con las de Europa, frecuentemente le escuchábamos términos como "Musteriense " o "Solutrense", mediante los cuales no hacía sino repetir y calcar a la letra la terminología que bebía ansiosamente en las obras de Henri Breuil, Francois Bordes o Annette Laming Emperaire, escritas en francés por ese tiempo.

Etnografía, arqueología y evangelización en la zona atacameña.

Le Paige había trabajado como misionero largos años en el Congo Belga [hoy Zaire]. Se había interesado vivamente en la etnografía y en el folklore local de las etnias africanas y había aplicado prácticamente , mucho antes que el Concilio Vaticano II , las nociones de "aculturación religiosa" y "enculturación". Aficionado a la pintura él mismo, nos mostraba tímidamente algunas de sus obras hechas en el Congo, con temas exóticos tomados de la etnografía local.

Nunca -que sepamos- se dedicó a la arqueología en su época de misionero en Africa negra. Pero su intento por introducir en la liturgia católica el ethos y cultura indígena local, le valió una reprimenda y una fuerte llamada de atención de su obispo, el que se quejó ante el Provincial jesuíta de la misión, por meter "furtivamente" elementos culturales de la cultura zulú en el ritual de la Misa católica. Para él los signos de la realeza entre los zulúes - me explicaba- debían ser presentados también, con la misma solemnidad y elegancia, en el desarrollo de la liturgia y ritos católicos. Por eso el libro sagrado, la Biblia, que se leía desde el ambón ante la comunidad de fieles, debía asentarse en gloria y majestad sobre una hermosa piel de tigre, signo de realeza zulú.

Esa mescolanza de lo "católico" y lo "pagano", en el rito más sagrado de la liturgia eucarística, no fue para nada del gusto de su obispo, el que solicitó al Provincial de la Compañía de Jesús su alejamiento definitivo de la misión del Congo. Durísimo golpe para el joven sacerdote que debió retornar a Lovaina. Pero Dios quiso que, providencialmente, conociera aquí a un joven sacerdote chileno Alberto Hurtado Cruchaga, quien por entonces cursaba sus estudios de especialización en Pedagogía en la Universidad de Louvain [Lovaina]. Este encuentro cambió su vida y su destino para siempre.

Para le Paige, arqueología, etnografía y misión evangelizadora, eran fácilmente conciliables. Más aún, debían ser necesariamente conciliables. Porque todas conducían a la "verdad" total. Porque estas tres orientaciones y formas de conocimiento tenían que ver con la cultura local y su evolución a través del tiempo. Por tanto, para él "mostrar al mundo la cultura atacameña" era parte esencial de su misión, tal como lo era la evangelización en la práctica de la liturgia, la moral y el dogma católico.

Los trabajos de campo de Le Paige.

Tuve la fortuna de acompañar a Le Paige en muchas de sus salidas a terreno. Recuerdo bien las visitas a Toconao y vecindades, Loma Negra, Ghatchi, Tulán, Tilomonte, y algunos de los ayllos próximos a San Pedro como Larrache, Solor, Túlor, Quitor.

Estas visitas ciertamente no formaban parte de ninguna planificación arqueológica o estrategia científica de prospección sistemática del área atacameña. Nada parecido. Nunca le ví una carta del Instituto Geográfico Militar donde fuera haciendo anotaciones de sus visitas y descubrimientos. Mentiría si lo afirmara. No pocas veces los descubrimientos tenían que ver con la aparición de restos arqueológicos, lo que le era comunicado en seguida por los Carabineros o los propios pobladores. Así fue como se enteró de la aparición de restos en el callejón de Larrache, o de estructuras semienterradas en Tulor, o de tumbas en Toconao o Peine.

Le Paige y su metodología de trabajo de campo.

Algunas veces me tocó presenciar personalmente la llegada de señoras ancianas o mujeres con niños, que llegaban a la parroquia con algún "recuerdo para el Padre", que habían encontrado en sus chacras y que sabían Le Paige apetecía particularmente. Le Paige las recompensaba siempre con alimentos no perecibles (tarros de leche, de manteca, aceite o harina, fideos) que llegaban en esos años a la parroquia a través del programa de "Cáritas Chile", para el alivio del hambre de los más pobres. Si entre los elementos que traían había algo de especial interés arqueológico, le Paige les preguntaba más detalles o decidìa ir personalmente a buscar más evidencias. Casi siempre sacaba su pequeña libreta de campo, donde anotaba brevemente. Y los objetos permanecían a veces por días y días sobre su viejo escritorio, llenándose de polvo entre sus papeles, documentos, herramientas o mensajes, todo en un bello y espléndido desorden.

Francamente, no sé cómo lograba entenderse con la gente, pues su español fue siempre bastante deficiente y además, hablaba muy rápidamente, casi comiéndose las palabras. Pero su afecto hacia la gente no exigía a la verdad un lenguaje más claro: era el lenguaje del amor, comprensible para todos, aún para los pequeños.

Decidía en pocos momentos una salida a terreno. Llamaba a dos o tres de sus ayudantes, que fueron siempre jóvenes atacameños del pueblo, se echaba en la parte trasera del jeep palas, azadones, cajones o bolsas, y algunos víveres y siempre agua. El cocaví era siempre muy exiguo; nada de exquisiteces, como solemos hacerlo hoy en nuestras salidas a terreno. Manejaba en forma casi despiadada, brutal: el jeep zumbaba y casi se desarmaba, trepando cerro arriba o quebrada abajo. Y, a verdad, en mis recuerdos está siempre aún vivo y palpitante el temor a desbarrancarnos. Recuerdo una vez que nos tocó cambiar un neumático al vehículo en plena pampa, bajo un viento feroz y un frío mortal. Eran más de las siete de la tarde y oscurecía ya. Le Paige, con su sotana arremangada y sin mayor abrigo, hacía rápidamente gran parte de la faena, ayudado de sus fieles ayudantes, que mantenía siempre junto a sí. Y pensar que por entonces le Paige ya tenía sus buenos sesenta y tantos años. Era notablemente ágil de movimientos aún en su vejez.

Llegados al lugar, se bajaba herramientas, cajas y bolsas. ninguna protección contra el terrible sol, salvo los sombreros. Inspeccionaba con cuidado el lugar. El decidía donde excavar. Era muy terco y difícilmente hacía a caso a indicaciones de otros. Porque en cierto modo el "olía" el lugar exacto, por su experiencia y olfato arqueológico. Pero a veces fallaba. Sus ayudantes carecían de voz en estos momentos; solo obedecían al jefe de la expedición. Hacían exactamente lo que Le Paige les ordenaba hacer. Jamás recuerdo que ellos hicieran alguna suerte de sugerencia.

Descubrimiento de un contexto arqueológico Tiwanaku.

Corría el año 1963. Recuerdo muy bien una ocasión en que visitamos el sector de  Calar. Era una pequeña aldea de varios recintos pequeños, totalmente en ruinas, lugar que Le Paige consideraba un habitat muy antiguo de pequeños cultivadores. Se hallaba inmediata a una antigua quebrada, hoy totalmente seca. Nos ordenó a sus ayudantes y a mí limpiar un muro, siguiendo su trazado, hasta su base por espacio de unos dos o tres metros, espátula en mano. Nos indicó que debíamos rescatar y guardar en bolsitas los fragmentos de cerámica que halláramos entre los escombros y , aparte, aquellos incrustados en el muro mismo. Excavamos también en la base del muro. Pero nada apareció de interés para él. Aparentemente, buscaba indicios de alguna tumba, la que no apareció. Yo recuerdo que me preguntaba por qué excavábamos en la base del muro...!. Agotados por el esfuerzo y el calor tremendo del mediodía, nos sentamos un momento a descansar y tomar algo de líquido. Momento que aproveché para insinuarle que hiciera el intento de cavar en el centro de la habitación, donde aparecían algunas grandes piedras desordenadas. Se resistió un tanto. Miré a sus ayudantes atacameños, como buscando apoyo en ellos. Insistí y le dije: "¿qué perdemos, si lo intentamos"? Aceptó al fin. Empezamos a cavar y sacamos algunas piedras grandes. A poco andar, a unos 30 ó 40 cm de profundidad, no más, apareció un fardo funerario intacto, con vasijas de alfarería como ofrenda. No resistió su curiosidad y hurgó entre las telas polvorientas del fardo de la momia. Apareció entonces una hermosa "tableta de alucinógenos", o "tableta de rapé" (como decíamos entonces), tallada en madera, con la cara de un personaje en el mango, y varios implementos de hueso. Era un contexto completo de implementos para la inhalación de alucinógenos en tiempos atacameños, posiblemente de los siglos V ó VI de nuestra era cristiana. Le Paige estaba radiante: era lo que él había presentido. Pues el hallazgo, por la tipología de la tableta, le conducía, según explicaba, a una época temprana de ocupación del lugar, tal como lo imaginara previamente. ¿Qué será hoy de este contexto arqueológico?. "¿No ve, Padre", - le dije- , "yo tenía razón!". Para mí había sido un enorme descubrimiento personal y yo deducía, sin razón alguna, que había sido "mi instinto" el que me había guiado.

Le Paige nunca lo olvidó. Yo, tampoco. Por entonces, Le Paige buscaba ávidamente evidencias tempranas de la influencia de la cultura de Tiwanaku en el área atacameña. Y este hallazgo fortuito así parecía también confirmarlo. Más aún, Le Paige se inclinaba a creer por entonces (1963) que posiblemente algunos de los hallazgos de San Pedro de Atacama fueran cronológicamente anteriores a las grandes realizaciones urbanas del sitio-tipo del Tiwanaku clásico, junto al lago Titicaca.

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