Vasijas estilo "Negro Pulido atacameño", Cultura atacameña. Museo de San Pedro de Atacama, diciembre 1964 (foto H. Larrain).
Pucará de Quitor, San Pedro de Atacama. Desde el lecho del río San Pedro, diciembre 1964 (foto H. Larrain).
Vasija estilo Condorhuasi (Norte argentino), hallada por G. Le Paige en el Callejón de Larrache, a 4 m. de profundidad, Museo San Pedro de Atacama, diciembre 1964 (foto H. Larrain)
Cestería en espiral. Cultura atacameña. Museo de San Pedro de Atcama, diciembre 1964 (foto H. Larrain)
Plaza de San Pedro de Atacama, diciembre 1964, desde la parroquia (foto H. Larrain)
Momia de personaje importante. Cultura atacameña. Provisto de todo su ajuar de cazador. Museo de San Pedro de Atacama, diciembre 1964 (foto .H. Larrain)
Sala de exposición. Momias atacameñas. Museo de San Pedro de Atacama, diciembre 1964 (foto H. Larrain)
Calle típica de San Pedro de Atacama. Avanza la Procesión de la "Purísima", diciembre 1964 (foto H. Larrain).
Primeras salas de exposición. Pabellón de las momias atacameñas, Museo de San Pedro de Atcama, diciembre 1964 (foto H. Larrain).
Procesión de la "Purísima", 8 diciembre 1964. San Pedro de Atacama (foto H. Larrain).
El párroco de San Pedro de Atacama, Padre Gustavo Le Paige S.J., con el incensario, en la Procesión de la "Purísima", 8 de diciembre de 1964 (foto H. Larrain).
Primitiva exposición de las piezas arqueológicas en toscos mesones. Museo de San Pedro de Atacama, diciembre 1964 (foto H. Larrain).
Semblanza de Gustavo Le Paige, S.J. (1903, Tileur, Bélgica - 1980, Santiago)
No pretendemos aquí hacer una semblanza completa de la obra de este sacerdote jesuíta, que se fue a "enterrar" al desierto de Atacama, en el pueblo de San Pedro de Atacama, el año 1956. Solo dar algunas pinceladas que nos permitan apreciar su egregia figura, rescatar algunos elementos de su mensaje para darlo a conocer a las generaciones jóvenes de educadores, geógrafos, antropólogos y arqueólogos. Su obra pervive, solo en alguna medida, en el Museo de San Pedro de Atacama, donde se ha conservado su escritorio y algunas de sus pertenencias personales. Además, por cierto, de sus innumerables hallazgos.
Pero me atrevo a decir que lo más propio y característico de Le Paige, aquello que fue el norte de su vida entera, no se refleja allí; escapa en gran medida al enfoque primordialmente arqueológico que le han querido dar sus seguidores en el actual Museo. Le Paige llega a Chile en 1955, por sugerencia directa del Padre Alberto Hurtado Cruchaga (hoy San Alberto Hurtado), a quien conociera en Lovaina luego de su destierro del Congo Belga (Zaire), donde fuera misionero por varios años. Le Paige busca un lugar de misión. El Padre Hurtado lo convence que vaya a Chile. Aquí busca un rincón donde pueda ejercer su ministerio sacerdotal, entre los más desposeídos. Pero no se siente a sus anchas en la ciudad y busca una apartada zona rural. Quiere vivir entre los indígenas. Alguien le sugiere el Norte y su desierto. Llega a Chuquicamata, donde los jesuítas por entonces tenían una Parroquia. El lugar no le satisface.
Con su rica experiencia del Congo a cuestas, anhela poder conciliar trabajo apostólico y estudio de las costumbres (etnografía) de los antiguos habitantes. Visita Toconao y queda encandilado. Observa absorto el modo de vida primitivo de los atacameños de entonces, sus viviendas, su atuendo, sus rostros curtidos, su rudimentaria economía agrícola y pastoril. Se admira de su rica toponimia local y del colorido y sonoridad de sus fiestas y danzas. Recoge fragmentos de cerámica antigua, en la quebrada de Toconao y presiente de inmediato la rica presencia prehispánica. "Aquí está mi lugar", exclama. Y pide a su Provincial lo destine a la Parroquia, por entonces vacante, de San Pedro de Atacama. El obispo de Antofagasta, Monseñor Francisco de Borja Valenzuela aprueba: el buscaba hacía tiempo un sacerdote idóneo para esos feligreses montañeses.
Y Le Paige inicia su largo peregrinar misionero por todos los senderos de Atacama, visitando los 15 poblados desparramados por serranías distancias inconmensurables. Entre 1958 y 1979, le verán en su viejo jeep Bronco trepando cerros y cruzando arroyos crecidos de agua, en pos de la celebración de sus fiestas patronales. Chiuchíu, Lasana, Ayquina, Toconce, Caspana, Cupo, Machuca; San Pedro y sus aillos , Toconao, Peine, Cámar, Talabre y Socaire le verán con su vieja y raída sotana color gris acudir a sus fiestas, celebraciones y duelos. Porque Le Paige se convertirá, con el correr de los años, en el "padre de los atacameños". De ilustre cuna belga, con antecesores sabios y científicos de nota (su abuelo fue Rector de Universidad) en su tierra de origen, Le Paige viene a "sepultarse" entre sus atacameños, a los que llega a querer de modo entrañable. Afecto que le fue siempre correspondido.
Le conocí a mediados de 1955, recién llegado a Chile. Luego, a mi arribo a Antofagasta a mediados de 1963, trabé una estrecha amistad con él, visitàndole a menudo en su naciente Museo, acompañá dole en sus viajes de misión y en sus primeros trabajos arqueológicos. El me llevó a conocer Calar, Tulor, Larrache, Tilomonte, Loma Negra y Toconao, Socaire y Peine, lugares donde juntos excavamos tumbas atacameñas. Entre 1963 y 1965 (fecha de mi viaje a México) , realicé más de 15 visitas a San Pedro, hacia donde partía, por caminos entonces polvorientos, en camiones abiertos, abarrotados de gente , sacos y animales, vehículos que había wque esperar pacientemente y casi tomar por asalto, a la salida de Calama. Una habitación polvorienta, dotada de una pequeña ventana hacia la Plaza (el dormitorio habitual de su perros), era en la Parroquia, mi residencia habitual. Por entonces, no había posadas en el pueblo. Una que otra lugareña alquilaba alguna pieza, de piso de tierra, por cierto. Jóvenes ayudantes atacameños, entre los 17 y 20 años eran sus infaltables compañeros de expedición, sus obreros en la excavación y sus asiduos colaboradores en el Museo. Se me viene a la memoria un nombre: Marcelino Carpanchay. Para ellos Le Paige era como un verdadero padre y a todos ellos ayudó generosamente en sus estudios. Algunos de ellos fueron por largos años, los expertos guías del futuro Museo. Le Paige les cambió la vida: de humildes campesinos a expertos en cultura atacameña.
Gustavo Le Paige enfermó gravemente a fines de octubre de 1979. Fue obligado por sus superiores a viajar a Santiago. Intuyó que ya no volvería nunca vivo a San Pedro. Le visité dos veces en esas fechas, conversando largamente con él sobre temas varios, arqueológicos y también religiosos. Conservo en mi Diario de Campo (tomo XII págs. 104-111) como un tesoro una entrevista hecha el día 2 de noviembre de 1979, en la enfermerìa de la residencia de los jesuítas en calle Alonso Ovalle (Santiago) . Debo confesar aquí mi "pecado": a sabiendas que Le Paige no permitía a nadie grabar la conversación, oculté en un maletín abierto, una grabadora, y pude conservar así nuestra conversación, mitad en castellano, mitad en francés. En un próximo capítulo de este Blog prometo mostrar, por vez primera , este documento inédito y desconocido aún, que conservo como un recuerdo imborrable de su genio y amistad.
Le Paige fue no solo un arqueólogo activísimo, y creador del Museo de San Pedro de Atacama. Fuertemente criticado en su época por sus pares arqueólogos en Chile, fue capaz de organizar en Enero de 1964 el Primer Congreso Internacional de Arqueología Chilena, en el propio San Pedro de Atacama. ¡Una audacia inaudita para esos tiempos!. Pero también fue un párroco celoso, preocupado de todos sus feligreses a los que visitaba sin falta en todas sus celebraciones patronales, en sus enfermedades y en sus duelos. El sentía muy en lo vivo que su vocación era "dar a conocer San Pedro y su rica cultura" a todo el mundo, como me lo dijo en dicha ocasión. . Y lo logró en una medida tal que hoy nos asombra. Su propio Monarca, el Rey Balduino de Bélgica le visitó en su refugio de San Pedro. Y Le Paige obsequiará al rey, como recuerdo, una valioso conjunto de piezas arqueológicas de la zona, que pude ver en su oportunidad. Tal como embajadores, ministros y muchos científicos del mundo, amén de arqueólogos de muchos países. A su insistencia, hasta un Presidente de Chile visitará San Pedro. Hoy San Pedro es lo que es, gracias a Gustavo Le Paige S.J: uno de los lugares más visitados del país por el turismo mundial.
Pero San Pedro hubiera sido muy diferente, si el viviera aún. Porque el cuidaba y custodiaba su integridad cultural. Porque el San Pedro de hoy, lleno de bares, restaurantes, tabernas y lugares de diversión de hippies y drogadictos, dista mucho de ser el lugar ideal soñado por Le Paige para mostrar al mundo su comunidad ancestral, su rico folklore y sus curiosas costumbres. La mayoría de estos lugares pertenecen hoy a extraños y afuerinos, que sin comprender en absoluto el legado cultural ancestral del poblado atacameño, se han adueñado del pueblo con fines de lucro, y le han cambiado radicalmente su fisonomía cultural y su ethos. Al parecer para siempre. Lo más doloroso, es que a este brusco cambio cultural, operado en pocas décadas, le llamamos hoy pomposamente y hasta jubilosamente, "Progreso". Y no faltan los que se jactan de ello.
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