domingo, 27 de octubre de 2013

Agua oculta en el desierto más árido de la tierra: ¿cómo buscaban los viajeros el agua para surtirse y abastecerse?. Una solución ingeniosa.

Antecedentes.

Ha sido nuestra constante inquietud,  como algo inherente y propio de  nuestro enfoque eco-antropológico de la Antropología cultural,  el  investigar sobre  las antiguas fuentes de agua en el desierto y su uso por las comunidades humanas. ¿De dónde y cómo se las arreglaban los antiguos caminantes para abastecerse de agua en el cruce del desierto más árido de la tierra?. Era un enigma que había que resolver si se quería sobrevivir y, mucho más, si se quería  cruzar, en interminables días de travesía,  una extensa zona desértica, despoblada y aparentemente carente de  recursos. 


Fig. 1.  En el lecho seco actual de la quebrada de Sipuca  (Coordenadas  UTM 486183 E y 7654322 N) , al Norte del río Loa, los antiguos caminantes supieron  aprovechar el agua de los torrentosos aluviones (huaycos)  para  hacer pozos y así poder conservar, por espacio de varios meses, el agua fresca tanto para su propio uso  como para bebida de sus animales de carga. (Foto H. Larrain, 20/10/2013, tomada de Este a Weste). 

En pos del agua escasa.

En este capítulo del Blog exploramos este tema, de vital importancia para el habitante del desierto: la búsqueda de agua para beber. Aquí, aprovechando el  hallazgo fortuito de un pozo, aprovecharemos para reflexionar sobre  las maneras cómo los antiguos habitantes del desierto discurrían a fin de obtener el agua   mezquina o esquiva, desde el subsuelo de sus quebradas.

Las quebradas secas y los cursos esporádicos de agua.

Los geógrafos físicos y geomorfólogos distinguen alrededor 25 quebradas, de diversa potencia y tamaño, que desde la cadena montañosa de Los Andes  caen a la gran depresión intermedia o "pampa del Tamarugal"   (Börgel,  1975). La mayor parte de éstas, están siempre generalmente  secas a lo largo de todo el año y sólo  muy rara vez transportan agua, y tan sólo con motivo de la esporádica aparición  de  potentes "inviernos altiplánicos", en años de inusitada pluviosidad en la altiplanicie andina. Es lo que ocurrió  recientemente en   el año 2012. Al decir de  los habitantes de las quebradas,  en ese año 2012  ocurrió uno de los más potentes aluviones  de que se tuviera noticia en los últimos cincuenta o sesenta  años

  Algunos indicios, sin embargo, nos hacen sospechar que este reciente  aluvión  sería  el más grande  recordado desde aquellos ocurridos en el año del fortísimo "Fenómeno del Niño",  en el verano del año 1925, esto es hace  casi  noventa años.
  



Fig.  2. El lecho seco de la quebrada de Maní. Como se observa, la colada de barro, que se distingue por el reticulado  arcilloso impreso en el piso, fue arrastrada por la embestida inicial del aluvión, y llegó a cubrir todo el lecho de la quebrada, hasta alcanzar a las bases mismas de las antiguas viviendas, hoy en ruinas  (costado Norte de la quebrada). (Foto H. Larrain, octubre 2013.) 

¿Cómo podríamos saber  que el último  aluvión ha sido de los más intensos de la historia reciente? 

Primer argumento: la existencia de chasquihuasis o tambillos del Inca  destruidos por el aluvión.

¿Qué argumentos de peso tenemos en tal sentido?.  En nuestra opinión, hay por lo menos dos.  1) El primero,  muy concreto y elocuente, es  la reciente destrucción operada, en el lecho de la quebrada de Chacarilla, del tambillo o chasquihuasi del "Camino del Inca" que allí existía en el costado sur de dicha quebrada y que fue literalmente arrasado y borrado por el último aluvión (meses de febrero-marzo 2012). Hoy se observa en dicho lugar  solo un montón informe de grandes bolones de río, sin rastro alguno  de construcción  o muro. Este chasquihuasi  pudo mantenerse incólume e intacto desde los tiempos del Inca, por hallarse varios metros por sobre el lecho mismo de la quebrada. La información acerca de su existencia, hasta tiempos muy recientes (2011), nos fue suministrada por nuestro colega el arqueólogo y artista  Luis Briones Morales, experto conocedor del área tarapaqueña y su arte rupestre, de la veracidad de cuyo testimonio no dudamos. Por desgracia para la ciencia arqueológica, este precioso testigo del paso del Inca por Tarapacá, desapareció para siempre. Si contuvo -como suponemos al igual que otros tambillos-  restos culturales o cerámicos, éstos deben yacer hoy,  algunos metros  bajo tierra, sepultados por toneladas de  barro y limo arrastradas por los aluviones. 

 Segundo argumento: el alcance de las avenidas de agua.

 2) El segundo argumento deriva del alcance real alcanzado en la pampa por las coladas de barros y limos, arrastrados por este último  gigantesco aluvión hasta   alcanzar  la carretera panamericana N-S actual (Ruta 5),  invadiendo y cegando un antiguo pozo salitrero en el sector  del Pozo Londres (Salar de Pintados, frente a Estación Pintados) y amenazando seriamente la población actual y   los cultivos agrícolas y hortícolas de Colonia Pintados. Este mismo aluvión causó destrozos de gran consideración en las quebradas de Camiña, Aroma, Tarapacá, Quipisca, Quisma (Matilla), y Huatacondo,  y sería, según las personas mayores de edad el más devastador  y potente  conservado en la memoria de esta generación. Esta memoria histórica no es, sin embargo,  de muy larga duración, y rara vez logra sobrepasar los 100 años; esto es, no suele  superar la barrera de las cuatro generaciones de transmisión oral ininterrumpida de padres a hijos.  En viajes recientes,  hemos podido  comprobar cómo  el primer embate del aluvión del año 2012  -generalmente el más terrible y devastador- cubrió zonas  amplias de quebradas y,  en algunas más pequeñas, bajó  en forma impetuosa, compacta, cubriendo todo el fondo del lecho de la misma, de lado a lado, borrando en consecuencia todo rasgo de vida cultural anterior. Lo hemos detectado en la quebrada de Maní y en las de Piscala y Sipuca y otras más, al sur de Huatacondo. Ellas,  aunque corren profundamente encajonadas, muestran  un magro desarrollo espacial  que alcanza apenas  los   200 m. de ancho. 

En las imágenes que siguen,  analizaremos  este tema tratando de examinar  cómo se han ingeniado los antiguos pobladores para   obtener  y retener el agua para su propio consumo y el de sus animales. 

Estas imágenes fueron captadas por nosotros recientemente  en la quebrada de Sipuca, con motivo de nuestras investigaciones sobre el trazado del Camino del Inca. Esta  quebrada, totalmente seca hoy, es una de las más australes entre las que derraman sus aguas en la depresión intermedia o Pampa del Tamarugal. Casi exactamente en el medio de la quebrada, en un paisaje desolador, absolutamente estéril,  descubrimos gracias a nuestro cartógrafo, este pozo, quien lo creyera,  investigando a través del Google Earth,.como un posible recinto antiguo, en el piso de la quebrada  Llegar a este punto, maniobrando peligrosamente el vehículo por entre el cauce pedregoso del lecho seco, fue toda una proeza de nuestro conductor. La antigua huella de vehículos existente, fue totalmente borrada por el último aluvión. Reconocer el resto de la quebrada, aguas arriba, sólo resulta hoy  posible realizar  a pie, en fatigosas y extenuantes caminatas.

Fig. 3. El pozo practicado en el piso de la quebrada mide exactamente  4.40 m de largo por un ancho de  2,60 m.  Su profundidad actual es de 1,50 m. pero sin  duda fue más hondo,  ya que su fondo se halla hoy cubierto por numerosas capas de fino limo, procedente de las turbias aguas del aluvión. Sus muros fueron excavados a través del material de arrastre aluvional del cauce (arenas y arcillas) y, en su parte superior, se puede ver en nuestras figuras  hiladas de  "ladrillos" o "adobes" cortados  del mismo material, a fin de darle más altura.  Los imponentes muros de roca viva de la quebrada se alzan a unos 60-80  metros por sobre el lecho seco, testigos de un antiguo labrado, seguramente  de hace más de 200.000  ó 300.000 años.  

Fig. 4. En el muro opuesto a la regla gráfica, y a los pies del observador, se observa el hábil dispositivo empleado por sus constructores, para  recoger y hacer penetrar, desde el exterior,  el agua del aluvión al fondo del pozo para llenarlo. El pozo muestra señas de haber sido usado por arrieros con anterioridad al evento del último aluvión y fue protegido por un muro de tierra alzada,  evitándose así que se cegara  y colmatara.


                            
Fig. 5.  Fíjese en  la sección de ingreso del agua de aluvión a pozo, donde  se halla nuestra pequeña regla de  15 cm de largo. Por medio de piedras planas dispuestas  en cuadro, se confeccionó hábilmente una abertura de acceso del agua, la que podía ser tapada  a discreción cuando se necesitara.

                             
Fig.6. La abertura o "boca"  para el ingreso del agua  de aluvión, en el proceso del llenado del pozo.

Fig. 6. Las foto permite observar  las hiladas de "adobones" superpuestos,   cortados de las capas de lodo de procesos aluvionales anteriores. Atrás, una gran roca  solitaria, cual "piedra cansada", seguramente desprendida hace mucho tiempo del acantilado próximo, quedó aquí hundida en el fango de una antigua colada. Esta sección inferior de la quebrada, como lo ilustra la fotografía,   es absolutamente estéril y carente de toda vegetación.

Fig. 7.   El pie del muro   del acantilado rocoso,  se halla cubierto, en su parte media  baja,  por el derrubio causado por la erosión eólica  y pluvial y  allí se han formado pequeños conos de deyección  de aspecto triangular, en los puntos de descenso de las aguas de lluvia eventuales.


Fig. 8.  El pozo fue construido en la parte más baja del lecho de la quebrada, donde presumiblemente  se podría hallar, aún hoy, cavando, agua  subterránea a poca profundidad. Sospechamos que  el agua  pueda estar  a menos de  4-5  m de profundidad.


Fig. 9. Las imponentes paredes de aspecto columnar de la quebrada ostentan hoy  el labrado y pulido   hecho por el agua y el viento a lo largo del tiempo. Estas paredes desnudas  pueden relatar, para el que sepa "leerlas",  un pasado geológico  que se remonta seguramente  a muchos milenios.

Fig. 10.  El cauce final de la quebrada, reducido a su mínima expresión,  dejó a sus costados   imponentes masas de arcillas y gravas  como testigo de la potencia inicial de la embestida del aluvión. Por el hecho de que éste cubrió, de lado a lado,  la pequeña quebrada de Sipuca, cualquier rastro de cultura u ocupación humana  que allí hubiere sobrevivido,  fue barrido por el aluvión.  Si hubo -como sospechamos- algunas rutas antiguas o senderos humanos que conducían aguas arriba, en procura del altiplano, por el lecho seco de este cauce, obviamente no queda hoy rastro alguno y sería  bien difícil verificarlo.


Fig. 11.  Una verdadera "chimenea" ha quedado abierta en el paredón rocoso por efecto de la caída de un eventual riachuelo, en forma de cascada,  desde lo alto.

Nuestro comentario eco-antropológico:

1.  Tenemos la vehemente sospecha de que este tipo de pozos, excavados en el lecho seco de quebradas en las cercanías de los chasquihuasis o tambillos,  fue el lugar habitual de abastecimiento de agua para los antiguos caminantes o caravaneros que surcaron las rutas o caminos incaicos.  Su supervivencia hasta la actualidad, y su sencillo modo de factura, mediante herramientas muy simples, nos habla de una tecnología  muy añeja que debió ser ampliamente practicada en esta región desértica.  El pozo que hemos hallado en el lecho de la quebrada de Sipuca  (ver fotos supra), debió tener, recién excavado, al menos  unos 2 metros de profundidad. Pudo llegar a contener varios miles de litros de agua.  Pozos semejantes  o más hondos, debieron ser algo habitual en estos parajes en la antigüedad.

2. La ubicación de los tambillos o chasquihuasis que hemos reconocido en numerosos tramos del Qhapaqñan inca, sea en el fondo del lecho, en sitios algo levantados, o en el borde mismo de la quebrada, estaría sugiriendo  el acceso rápido a fuentes de agua, mediante  pozos  excavados, semejantes a éste.

3. Algunos de los cronistas,  como  es el caso de Gerónimo de Bibar, afirman que los conquistadores, en su paso por este despoblado,  no solo "limpiaron" las fuentes de agua, sino que  las "abrieron", aludiendo  con ello evidentemente a una excavación  o profundización de pozos preexistentes.  Es evidente que estos recintos  donde debían permanecer alertas los chasquis mensajeros del Inca,   tenían que poseer fuentes de agua próximas, y cuanto más próximas,  tanto mejor. 

4. Citas textuales de cronistas que viene a nuestro propósito.  Dice, por ejemplo,  Garcilaso de la Vega: "hay por el camino algunos manaderos de agua que no corre...".  También señala:  Y como los delanteros iban limpiando los pozos, acudía más agua,que los pozos o fuentes que por él había de donde bebían los caminantes, por no haberse usado en tanto tiempo, estaba ciegos, con el arena que el viento les echaba encima...".

Y Gerónimo de Bibar  agrega:  "en estos caminos hay, porque en el compás que hay fuera de los valles no hay sino unos jagüeyes que son como unos pozuelos o charcos. En estos pozuelos de agua no hay tanta que treinta hombres no la agoten y después torna poco a poco a henchirse. Son algunos de éstos, salobres..."


4.  “Limpiar los pozos” a nuestro entender, no solo involucraba  sacar del fondo el agua sucia, estancada, sino profundizarlos  lo suficiente hasta que brotase  el agua subterránea  nueva, extrayendo para ello  tanto el agua sucia y maloliente, como  gran  cantidad de arena, arcillas y polvo acumulados  tanto por el viento como por los eventuales aluviones que periódicamente los cegaban por completo.

5. Garcilaso  dice explícitamente  refiriéndose a estos lugares del desierto, que los caminantes hallan   "pozos o fuentes".  Por "pozo", se da a entender,   en nuestra opinión,   una excavación ad hoc, incluso bastante profunda  (varios metros);  las expresiones  "fuente" o "jagüey", aluden más probablemente a vertientes donde el agua   brota  y surge  naturalmente a la superficie, formando auténticos "charcos".

6. El "llenado" de tales pozos debió efectuarse  al menos de dos maneras:  o echándoles agua  de los aluviones  cuando éstos estaban aún  corriendo (como en el caso del pozo aquí fotografiado)  o,  más generalmente, perforando algunos metros hasta  alcanzar  la napa o "río" subterráneo, de donde brotara lentamente el agua, subiendo algo de nivel.

7. Hemos visto varias veces,  en antiguas explotaciones de bórax  de mediados del siglo XIX en  el Salar de Pintados,  (Pampa del Tamarugal, y  no lejos de la antigua estación de ferrocarril de Pintados)  pozos  en cierto modo semejantes, dotados de una  escala de descenso,  labrada mediante escalones en  el mismo subsuelo arenoso-arcilloso y salino, hasta  alcanzar el nivel freático.  Bajando por estos escalones, de unos  50-60 cm de ancho,  se accedía fácilmente hasta aproximarse al nivel freático del agua subterránea. Hemos medido algunos que tenían más de  cuatro metros de profundidad.  Hoy están  casi todos ciegos  y secos, pues la napa subterránea ha descendido considerablemente  a causa de la desmedida extracción  de agua de los acuíferos subterráneos.


















2 comentarios:

Fgorez dijo...

Saludos cordiales, desde Iberoamérica Social, nos gustaría contactar con usted vía e-mail, le dejo nuestro contaco; fgorez@iberoamericasocial.com

Muchas gracias por su atención.

Dr. Horacio Larrain Barros dijo...

Estimado amigo de "Iberoamérica Social": Quedo atento a sus comentarios, ideas, sugerencias o peticiones. La idea de este Blog es, precisamente, hacer contactos o comentar y traspasar conocimientos o hallazgos, en temáticas que no son frecuentes o quedan relegadas a artículos muy especializados, en revistas de élite, que pocos no "iniciados" pueden llegar a leer (y entender). Y esto si es que logran trasponer la "barrera" de la nomenclatura especializada -a veces críptica- que algunos de nuestros científicos gustan de utilizar para entenderse entre ellos.

Quedamos, pues, en contacto.

Dr. Horacio Larrain (Ph.D.)
arqueólogo y antropólogo cultural