jueves, 21 de marzo de 2013

Los secretos de un mariscador iquiqueño: entrevista de Julio 1972.


















Fig. 1.  Reproducción de una antigua tarjeta perforada conteniendo los datos de la entrevista hecha a  don Ruperto Ferreira   el día  9 de Julio del año  1972.  En aquella época, era yo director del Museo Regional de Iquique, situado en calle Baquedano, donde hoy  tiene sus oficinas  principales la Minera Doña Inés de Collahuasi.


Una vieja ficha.

Al revisar viejos manuscritos personales  para la elaboración de un artículo sobre los Changos costeros he hallado, en una antigua tarjeta perforada de mi primer fichero antropológico,  el texto de una breve entrevista nuestra hecha a un anciano mariscador de Iquique en 1972. Como estimo que aún posee muchísimo valor para el estudio de los recursos marinos del pasado de que podía disponer el antiguo chango o camanchaca,  y también para darnos  hoy  información fidedigna  del cambio ecológico ocurrido en estos 110 años,  comentaré el escueto texto que conservo, acompañado de mis propios ya casi borrados recuerdos personales.

La entrevista.

 Esta entrevista  fue realizada el día 9 de Julio de 1972 en la playa conocida como "Playas Brava".  Iquique no conocía aún la llegada de la Zona Franca Industrial (ZOFRI)   y su población no superaba entonces, estimo yo,  los 50.000 habitantes. El Iquique de hoy muestra m{as del  doble de población y un desarrollo inmobiliario impresionante (con más de 100 edificios de  más de 15 pisos de altura). Vivíamos -lo recuerdo bien-  en una época  de suma escasez de agua y los cortes del suministro eran cosa de casi todos los días. Bañarse todos los días, era por entonces un sueño. Era le época del gobierno de la Unidad Popular  (UP)  y se vivía una tensa y delicada situación social y política agravada por un creciente desabastecimiento que nos obligaba a madrugar,  desde las 6 de la mañana, haciendo colas, ante los escasos establecimientos donde podíamos conseguir el pan, el aceite, la leche en polvo, la carne o el azúcar.  Iquique era aún, por su apacible quietud y su modo de vida tradicional  tan sólo una  aldea  grande. 

Nuestros paseos domingueros a pie eran hasta Cavancha,  Playa Brava y cuando mucho, hasta el sitio de  "Primeras piedras ", a donde solíamos llevar  nuestros quitasoles  y disfrutar de un baño entre las numerosas pozas de agua tibia, llenadas por la pleamar donde nuestros hijos pequeños podían  chapotear sin peligro del oleaje. Mi hija María Cristina tenía por entonces apenas dos años y medio. Nos solía acompañar  Alicia  Delgado de Malinarich y sus hijos pequeños. A veces, Alfredo Gary Godoy  y su familia.

Un  mariscador solitario.

En una de estas escapadas a la playa, topé por casualidad con un viejo mariscador que estaba haciendo una fogata de huiros secos. La curiosidad propia del antropólogo interesado en el antiguo poblamiento costero, me atrajo inmediatamente y me dirigí a conversar con él. Estaba solo.  Se hallaba en el extremo sur de la playa denominada  "Playa Brava", cerca de los roqueríos.  Sentados, junto a la pequeña fogata que había encendido, entablamos amena y franca conversación.

Mariscador de orilla.

Era don Ruperto Ferreira un  iquiqueño de 83  años (nacido, según me dice,  en 1889), según me confesó, y vivía en calle Arturo Fernández 1906.  Recuerdo bien que anoté este dato porque tuve la secreta intención - nunca llevada a efecto después, por desgracia- de volver a entrevistarlo. Tanto  fue el interés que los detalles de esa conversación casual  despertó entonces  en mí.

Me contó que se había dedicado toda su vida  a la pesca y al marisqueo de orilla. Que de esta actividad vivía y de ella había alimentado a su familia.  Cuando me encontré con él   estaba recogiendo  "luche café"   y "luche verde", aprovechando la bajamar. Con ellos hacía unos panecillos  que luego llevaba  a vender  y consumía el mismo y su familia. Me explicó cómo los hacía,  según él, era  "a la antigua", siguiendo una vieja tradición -nos acota- heredada de sus padres y abuelos,  también  mariscadores como él. Yo había  visto poco antes varias veces esos extraños panecillos para la venta, en el mercado de Arica. Y sin duda, representaban una antiquísima tradición gastronómica  herencia cierta de los changos de antaño.

Modo de confeccionar los panecillos de luche.

Copio a la letra de mi entrevista:

"Se echa un poco de agua a una olla. Dentro [de la olla] se pone un jarrito de porcelana con poca agua. Se tapa [éste] con un platillo. Encima,  se `pone el "pan" de luche. El luche recogido se prepara húmedo, y se apreta, envolviéndolo en  un trozo de tela de saco harinero, formando el pan. Se tiene así  el "pan" (amarrado con cordeles) por [espacio de]  una media  hora, hasta que se cuece al vapor. No se le agrega nada. Está listo  el "pan", cuando al desatarlo, no se abre el manojo de luche. Si [éste] se abre, está crudo"  ( transcrito ad litteram).

Me comenta don Ruperto que el "luche verde" (Ulva rigida) , también se come pero que es  muy insípido, mientras que el "luche café" (Porphyra columbina)  es sabroso.

Presencia del choro zapato.

Me explica este anciano mariscador que cuando él era muy  joven (hacia  1903-1905) solían vararse en gran cantidad en la playa de Cavancha  (Iquique)  los choros grandes  (se refiere al "choro zapato"  (Choromytilus chorus). El venía tempranito a la playa y recogía  una o dos docenas de choros, de cerca de 20 cm de largo. Después - me acota- desaparecieron repentina y misteriosamente. Estos choros venían enredados en los huiros que arroja la mar (probablemente en los talos del "chascón",  Lessonia nigrescens). Procedían de los bancos arenosos y rocosos del fondo. El sospecha que  estos bancos de mariscos fueron  destruidos en la época en que se solía venir a pescar pejeperro (Semicosyphus darwini) y otros peces de orilla,  usando para ello tiros de dinamita.  "Hoy" -comentaba  yo en 1972-  sólo se encuentra cholga chica  (Aulacomya ater).  Hoy  (2013), no existe el menor rastro de estos mariscos en la playa de Cavancha o Playa Brava , en Iquique. Toda la vida ha desaparecido por completo  y sus playas, aunque deliciosas para bañarse, carecen totalmente de vida subacuática. A esta destrucción insensata, le llaman hoy  "los frutos del progreso"!.

Don  Ruperto distingue cuatro o cinco variedades de lapas (Fissurella spp.)   y me da sus respectivos  nombres ( que desgraciadamente no anoté entonces).

Intercambio comercial entre el litoral y el interior salitrero.

Nos resulta de enorme interés  el poder estampar este testimonio explícito del activo comercio que se había establecido, de una manera espontánea, entre los pescadores y mariscadores del litoral de Iquique y  la pampa salitrera, poblada por entonces de Oficinas Salitreras donde se extraía el codiciado "salitre"  (NaNO3  y KNO3). Recuerda don Ruperto  que él se iba en mula, desde Iquique donde vivía hasta  la caleta de Chanabaya, en aquella época enteramente desierta, tras el maremoto  del año 1867 . Allí permanecía algunos días  recolectando locos  (Concholepas concholepas) , lapas   (Fissurella spp.)  y apretadores (Chiton sp.,  y  Acanthopleura sp.). Solía viajar con su valiosa carga a las Oficinas Salitreras "Gloria", situada en el Salar del Soronal  y "Alianza",  en plena pampa, cerca de Pozo Almonte, donde tenía la venta asegurada.  Los llevaba frescos, viajando toda la  noche, solo,  en dos mulas que tenía. Esto ocurría según lo recuerda,  hacia los años  1915-1920.  Pero también  el había  tenido conocimiento que los indios pescadores y mariscadores más antiguos, que vivían en la caleta en la península de Cavancha, solían traficar con cargas de  lapas,  locos   y apretadores sancochados hacia el interior, en busca de las Oficinas Salitreras.

La entrevista y la costumbre de llevar  el "Diario de Campo".

¡Cuánto lamento hoy día  no haber tenido en  aquellos días la sabia costumbre de llevar un detallado y prolijo   "Diario de Campo"!. No conocía por entonces su importancia y su valor. Lo descubrí poco después, en Noviembre del mismo año 1972,  cuando mi entrañable amigo el entomólogo Luis Peña Guzmán, me "forzó" amigablemente a llevar Bitácora de viaje (como el decía) en nuestra expedición al Norte en Noviembre del año 1972. No recuerdo, a la verdad,  que en mis años de estudiante de Antropología en México  (1965-1970),  mis maestros de la Escuela de Antropología del Parque de Chapultepec  (México)  nos hubiesen alguna vez inculcado la urgencia de llevar uno, mostrándonos su vital  importancia. ¡Cuánta riqueza de información perdida  por esta negligencia académica imperdonable!. ¡Cuántas experiencias olvidadas, para siempre!. ¡Cuánta sabiduría popular despreciada y  perdida, tal vez para siempre!.

Necesidad imperiosa de llevar "Diario de Campo".

Sobre la  base de esta experiencia y recuerdo, me he vuelto hoy enfático y casi majadero con mis ex-alumnos y amigos,  al animarlos a llevar en forma constante  y asidua un detallado  "Diario de Viaje".  ¡Cuántas otras preguntas  le hubiese hoy hecho yo a don Ruperto Ferreira, en relación  a sus frecuentes viajes y experiencias!.  Era él una auténtica " mina de oro" en experiencias de vida y trabajo, mina  que quedó,  por desgracia, a medio labrar, o sólo en su superficie.

 Jóvenes antropólogos, historiadores, arquitectos o geógrafos que me leen hoy: si Uds. hacen trabajo de campo o entrevistan gente, lleven y mantengan siempre a la mano un  "Diario de Campo":  no se confíen de la sola grabadora, pues ésta puede fallar en el momento en que más se la necesita. Tomen siempre notas precisas y concisas, que luego transcriban y traspasen, ojalá en el mismo día,  al Diario definitivo.  O, en todo caso,  utilicen ambos procedimientos a la vez. Porque lo escrito queda para siempre. Recuerden el sabio adagio: "Verba volant; scripta manent" ("las palabras se las lleva el viento, los escritos permanecen"). Prueba de ello es esta ficha trasnochada de  1972 que me ha vuelto a enseñar o recordar tantas cosas hoy día. También,  a "soñar" en un pasado esquivo, largo tiempo ya desvanecido.

No desoigan esta  advertencia. Estoy cierto que un día  Uds. me  lo agradecerán.


  

2 comentarios:

Cristián ECh. dijo...

precioso testimonio!! gracias por este "bombóm" antropológico, un abrazo.

Dr. Horacio Larrain Barros dijo...

Cristián: Gracias por su elogio. Soy un convencido de que aún hoy, a pesar de Internet y sus ventajas indudables en la propagación del conocimiento, existen todavía círculos académicos muy cerrados que no comparten ( o no saben compartir) abiertamente su información de manera simple y directa. La "ocultan" al público culto en revistas super especializadas para ser leídas sólo por sus pares. Siempre me he opuesto a este "elitismo cultural" disfrazado de Academia (o academicismo). Por tal motivo, en el ocaso de nuestra vida académica, hemos optado por entregar abiertamente al público nuestros pequeños estudios, atisbos o descubrimientos que pueden dar luz a otros sobre la metodología antropológica o arqueológica y su forma concreta de aplicación en terreno. Ésta, en muchos aspectos, es mucho más simple de lo que algunos nos quieren hacer creer. Algunos antropólogos y arqueólogos suelen abusar de lo críptico y lo rebuscado, usando un lenguaje deliberadamente refinado o elitista, o recurriendo a citas de autores ignotos con lo cual el lego en la materia queda incapacitado de captar el contenido del mensaje. Recuerdo lo que mi maestro en Arqueología en México, don Pedro Armillas, nos repetía al respecto, urgiéndonos a buscar la máxima sencillez en la expresión: "aún lo más complicado se puede expresar en términos muy simples que pueda entender un labriego".

Afectuosamente,


Dr. Horacio Larrain (Ph.D.)