sábado, 28 de junio de 2008

Una ascensión a los cerros de Cobija. Octubre 2002

Relato de la ascensión a los cerros inmediatos, situados al Este de Cobija, realizada por el Dr. Horacio Larrain Barros el 12 de Octubre del año 2002 en compañía del joven poblador Cristian Pinto. La presencia de un evento débil del fenómeno de "El Niño" y el deseo de observar en terreno el desarrollo de la vegetación en altura, nos motivó a realizar este viaje a Cobija. Igualmente, el interés por recorrer antiguas huellas traficadas en tiempos de la Colonia y de la temprana República. Permanecí tres días en el lugar, alojando en casa de la Sra. Fresia Jaug, educadora de Tocopilla y Directora de un Colegio y disfrutando de la grata compañía de la familia Pinto, pobladora del lugar (copio textualmente de mi grabación de la subida a los cerros):

"Inicio de la ascensión al cerro “Copa de nieve”, como lo llamaba la señora Blanca, la abuelita del joven. Me hago acompañar del joven Cristian Pinto, de quince años, hijo de María Cristina Pinto, una de las hermanas. Danilo Araya nos has dado instrucciones precisas acerca de cómo tomar la huella en zigzag que trepa el cerro, sin equivocarnos. Recorremos el terreno semiplano, muy pedregoso, en subida lenta, que nos separa de la boca de la quebrada. Serán unos 650-700 m. de distancia. Ya estamos aquí, con Cristian, mi compañero, a los 230 m. de altitud, según mi altímetro. Aquí aparecen las primeras plantitas de una Nolana, N. peruviana, que conozco bien, apegadas a las grandes rocas del costado norte de la quebrada, y los primeros copaos (como nombran aquí al cactus grande o Eulychnia iquiquensis).

No hemos encontrado aún los rastros del antiguo sendero. Iremos tomando altitudes y otros datos al subir. Hacemos una segunda paradilla a los 310 m. de altitud, metidos unos 100-120 m. dentro de la boca de la quebrada. Aquí encontramos las primeras señas de una vegetación diferente. Aparecen pronto, a nuestros pies, en el piso del sendero, unas muy pequeñas plantitas, apegadas a las rocas, mostrando todavía con algunas flores. Se trata de Cristaria sp. , de muy pequeñas flores color azul. Y una plantita que tiene ya formada una vaina verde, muy chica (2-3 cm de largo), de flores blancas, que no conozco y llevo ejemplares [se trataba del género Cleome sp.] , que presenta la rareza de tener una flor asimétrica, con todos los pétalos a un solo lado. Nueva detención a los 365 m. Sobre los esqueletos de viejos copaos (Eulychnia iquiquensis), secos, vemos posados un par de pajaritos que luego hacen extraños vuelos cortos, como en un vuelo nupcial, coqueteando. Serán los únicos pajarillos que veremos en la ascensión. Vemos tambièn unas plantas, de flores blancas minúsculas, que llevo de muestra [ se trataba de Criptantha sp.]. Más allá, al lado de la huella que ya hemos tomado hace rato, en el bajo, una hermosa planta de Calandrinia (grandiflora?) con cinco grandes flores y varios botones. Se alzaba unos 50 cm. del suelo. Empiezan a aparecer otras plantitas, en mayor número. El lugar está muy bonito. El fondo de la antiquísima huella tropera, se va cubriendo de plantas en flor y da pena pisarlas. Aquí damos con la primera Fortunatia biflora, en flor blanca, a los 440 m de altitud.

Está empezando a disiparse la neblina que nos acompañó desde la salida. Divisamos ahora, por fin, Cobija, descubierto, desde aquí arriba, muy lindo. Vamos a tratar de tomar aquí unas fotos (por desgracia, la cámara que no conozco, no dio resultado y perdí todas las fotos tomadas ese día y el siguiente). Seguimos fielmente el zigzag de la huella, que está por desgracia bastante destruido en sectores, por aluviones que se lo han llevado y vemos en este sector una inmensa cantidad de cactus de Eulychnia, en un 95 o más % de ellos, muertos. Uno que otro vivo. Vemos varios centenares. Por ahí, botado en el sendero, veo un hermoso percutor indígena (¿?) con claras muestras de trabajo. Lo echo en mi mochila y seguimos. Veo una que otra lasca indígena, en el sendero, Es obvio que por aquí transitaron, también, los antiguos changos pescadores de Cobija, cuando subían a los cerros, a cazar el guanaco. En tres o cuatro lugares, también en pleno sendero, veo pequeños defecaderos del guanaco. Las fecas están muy desgastadas y son antiguas. También ellos transitaban evidentemente por aquí, tal vez hasta hace unos 20-30 años atrás. Vemos grandes plantas de la hortiga caballuna o Loasa sp, que extiende enormes ramas pegadas al suelo, con sus lindas flores color amarillo. Abunda aquí mucho la plantita que no reconozco aún (ahora sé que es Cleome sp.), llena de flores blancas, con sus hojas que presentan varias hojuelas y todos los pétalos ubicados extrañamente a un costado de la flor. Hemos visto un par de herraduras pequeñas, seguramente de mulares, botadas junto a la huella. Está todavía fresco, no ha salido aún el sol, pero tenemos todavía una buena subida por delante. Dejé a mi compañero Cristian, al alero de una roca, sentado, con orden de no moverse mucho, pues sus zapatillas le hacían resbalar y estaba muy nervioso.

Decidí trepar por una cornisa de rocas, donde había bastante plantas de pingo-pingo (Ephedra breana), casi totalmente secas, adheridas a las rocas, y otro arbusto que no identifico bien, igualmente seco. Continúo directamente hacia arriba, para llegar cuanto antes, dado que el sendero en zigzag daba un enorme rodeo, y se le veía roto y erosionado en varias partes, peligrosas de pasar. Ya habíamos cruzado con cierta dificultad dos o tres pasos difíciles, de varios metros de ancho, con evidente peligro de rodar por esa pendiente de 40º o algo así. Así llegué hasta los 740 m de altura, en la cima de una pequeña explanada en ascenso.

Aquí noto la presencia de una pequeña pirca de protección contra el viento, construida por antiguos arrieros. Junto a ella, trozos de vidrios de grandes de botellas típicas cerveceras, de fines del siglo XIX. Muy cerca, hallo una botella, intacta, a pesar del tiempo transcurrido. La llevo conmigo. Ha entrado, muy fuerte, la neblina arrastrada con potente viento del sur, que trepa aceleradamente por la ladera sur del cerro donde me encuentro (El cerro “copa de nieve”, de la abuelita Blanca ). No me asusta tanto el viento y su velocidad, cuanto el hecho de que disminuye mucho la visibilidad, y veo que el sendero sigue subiendo y subiendo, por lo menos unos 80 oó 100 m. más.

Subo un poco más para constatar allí , con asombro, la presencia de muchas flores en el área de la cara suroeste del cerro, que es el que más se proyecta hacia el poniente, acercándose al poblado antiguo. Las rocas del sector están pobladas de muchísimos líquenes, signo inequívoco de la presencia constante de la neblina que asciende con velocidad desde el sur-surweste. Veo muchas plantas en flor ahora aquí. Veo mucha Nolana jaffueli, Fortunatia sp, Cristaria sp., grandes plantas de Polyachyrus sp., enteramente floridas, al pie de de una roca. Calandrinia sp. en botón floral y flores abiertas.

El “refugio” (pequeño pircado de forma circular), donde me cobijo por un momento, está instalado a sotavento de la llegada de la neblina; junto al refugio, veo restos de botellas de cerveza y algunos trozos de loza (vajilla) antigua. Subo unos 30 m. más y me detengo. Me preocupa bastante el haber dejado solo a mi compañero y decido regresar. A trechos, entre la niebla, diviso la cima del cerro por el que trepo, la que se yergue unos 100 m más alto, o, tal vez, menos. Ese debería ser el lugar ideal, pienso, para instalar instrumentos captadores (atrapanieblas), porque la altitud parece perfecta (más de 800 m.) y he oído a Danilo que allí se presenta una explanada bastante aprovechable al efecto. Ya veo desde aquí, cómo el viento húmedo la azota de continuo. Creo por fin haber cumplido mi antiguo sueño de ver este lugar con mis propios ojos, en un 90%; solo faltó haber trepado unos 100-150 m. más, hasta alcanzar la cima. No pude esta vez. La niebla era ya muy densa y no se veía la huella: estaba solo y tuvo un poco de miedo. Con desgano y frustración, porque ansiaba mucho llegar a la cima próxima, inicio pausadamente mi descenso. Bajo por la misma cresta por donde trepé poco antes y entre la niebla, a gritos, logro identificar el lugar donde había dejado a mi compañero. Luego, bajamos de prisa.

Al llegar al piso de la quebrada, recorremos en detalle las pircas y las trazas de la pequeña cabaña de pirquineros, donde vivió por un tiempo la familia Pinto, por allá por los años 50 y tantos, antes de establecerse, los primeros, en el bajo, junto a la huella carretera, en 1960. Solo quedan ruinas de pircas y muros. Las antiguas habitaciones se alzan sobre una pequeña terraza fluvial en declive hacia el poniente, adosada a la quebrada que allí va profundamente encajonada. Una pirca muestra los restos de una cancha de mineral, donde aún se ven trozos de mineral de cobre traído desde el alto. Ahí no tenían agua. Pero Danilo me dice la traían de una aguada situada mucho más arriba (aguada de las Cañas) , donde según él, todavía corre agua de buena calidad. Allí se surtían de agua con esfuerzo. Entre las ruinosas habitaciones, encontré un pequeño raspador en sílex blanco y algunas escasas lascas, señas de antiguo trajín indígena en ese mismo lugar, excelente paradero viniendo del alto.


Al llegar de regreso a la casa de los Pinto, junto a la carretera, donde comeré esa noche, Danilo y Juan Carlos me muestran otra huella, de tráfico de carretas, que baja nítidamente algo más al sur, siguiendo la ladera del cerro que enfila norte-sur. Esta sube lentamente, para permitir la subida de los animales. También este camino es digno de ser seguido y estudiado en detalle, en busca de los elementos culturales o eco-culturales dejados por el paso frecuente de las recuas. Danilo me confirma que la arqueóloga Bente Bittmann, estando en Cobija, siempre anheló seguir estas viejas huellas, pero se sentía ya cansada y enferma cuando comprendió que debió haber conocido personalmente todo el trayecto. Lamentó no haberlo hecho antes, según confesó.

Descansé viendo televisión mediante el sistema Sky que tienen los Pinto en su humilde pero bien arreglada casita Poco después, se reanuda la conversación con los hermanos Pinto, alrededor de la mesa familiar, después de haber comido con ellos un plato de exquisitas lapas fritas con arroz, y una abundante taza de té.

Al día siguiente, emprendìa mi viaje de regreso a Iquique.

jueves, 5 de junio de 2008

Isaiah Bowman: descripción del clima de la costa

Isaiah Bowman, notable geógrafo norteamericano, fallecido en Baltimore el año 1950, nos ha dejado un legado muy preciado en sus análisis acuciosos relativos al clima de la zona del desierto norte chileno que recorriera tantas veces, a través de dos décadas de viajes por la zona. Sorprende la agudeza de sus observaciones y su notable percepción del medio que le toca recorrer. Su famosa obra Desert Trails of Atacama (1924) contiene tal cantidad de información de tipo ecológico-cultural, que no resulta nada fácil reducirla a una breve síntesis. Cada nueva lectura de su obra nos entrega nuevas percepciones y nuevos horizontes de búsqueda. Es decir, su obra no se agota en una sola lectura. Es lo que nos ha ocurrido al tratar de pergeñar, al menos en toscos trazos, su contribución al estudio del clima del desierto chileno, en especial en su franja costera.

La lluvia en el desierto

En el capítulo III de su obra: Desert Trails of Atacama (American Geographical Society, New York, Special Publications Nº 5, 1924: 362 p.) , Bowman emprende el análisis de la "lluvia en el desierto"(Rainfall of the Desert). Porque el examen de sus escasos episodios de lluvia dan la clave para fijar las características de este desierto, " el más árido del planeta" (the driest of which there is any record in the world). Bowman, con razón, señala que no puede hablarse aquí de un porcentaje anual "normal" de agua caída. Obtener la media de precipitaciones cuando no llueve casi nunca y solo hay esporádicos aguaceros, no tiene sentido alguno.

Tiene mucha razón. Para un período de 21 años, obtiene Bowman una media de 1.5 mm/año. Pero hubo años excepcionales de lluvia, con enormes avenidas de agua que inundaron la Pampa del Tamarugal. Los señala Bowman: 1819, 1823, 1852, 1859, 1878, 1884, 1903, 1911 (p. 42).

En particular, analiza in extenso, con finura y acopio de información, las lluvias ocurridas en los días 15-16 de Febrero de 1911, fruto de intensas nevazones en la cordillera, como efecto de un inusitado invierno altiplánico. En el año 1885, llegaron a ser registrados 40 días de lluvia en los meses de Enero y Febrero, causando enormes inundaciones en el nivel de la Pampa. Testigo de éstas fue el investigador peruano don Guillermo Billingshurst quien describe sus desastrosos efectos en su obra Estudio sobre la Geografía de Tarapacá (Santiago, Imprenta El Progreso, 1886).

Pero estas lluvias interiores, que en ocasiones llegan a afectar la costa misma, no tienen el mismo origen ni la misma frecuencia que las provocadas por el famoso "Fenómeno de El Niño" que se desencadena a lo largo de la costa pacífica, desde el sur del Ecuador hasta el centro de Chile cada cierto número de años. Bowman, en esta obra, no se extiende mayormente en el análisis de este fenómeno climático, probablemente porque no fue testigo presencial de sus efectos, en los años en que visitó estas costas.

Diferencias climáticas en el desierto

Bowman reconoce en el extremo norte de Chile, una clara diferencia climática entre el desierto interior y la costa. Acertadamente, distingue con claridad el desierto litoral del desierto interior, al que denomina el "desierto real" (the real desert). En relación al primero, nos presenta su notable descripción, fruto directo de sus observaciones personales y de la lectura de numerosas obras que le sirvieron de base.

Descripción del clima de la zona de nieblas costeras.

Su descripción es muy iluminadora, y al parecer, la más completa que se haya dado hasta entonces.

"El banco de nubes que se halla suspendido sobre el desierto litoral se forma debido a la Corriente de Humboldt y a las aguas frías surgentes entre dicha Corriente y la playa, es impulsado tierra adentro por el viento oceánico y se reúne en las laderas de los cerros costeros que miran al mar a medida que el aire adveniente asciende en su trayecto hacia el Este. Algunas veces yace como neblina (fog) sobre la superficie de la tierra y del mar; más frecuentemente , toma la forma de nubes que quedan suspendidas a cierta distancia sobre ellos. En muchas partes de la costa, su posición característica se ubica entre los 2000 y los 4000 pies [o sea, entre los 607 m y 1.22o m sobre el nivel del mar], descendiendo durante la noche hasta o casi hasta la superficie, y ascendiendo durante el día, desapareciendo a veces del todo, con excepción de las nubes de lluvia que se ciernen sobre los cerros [costeros]." ( p. 51-52).

Esta explicación climática queda registrada y graficada mediante un notable croquis (Fig. 19) que incluimos aquí para ilustrar al lector:









Fig. 19

Este croquis de la obra de Bowman (Fig. 19, p. 52) ilustra muy bien el fenómeno de la camanchaca, y constituye el diseño gráfico más antiguo - que conozcamos- sobre el comportamiento climático del banco de niebla adyacente a los cerros costeros en la franja desértica norte chilena. A la vez, constituye un valioso resultado de la observación atenta y cuidadosa del fenómeno por parte del geógrafo norteamericano, en diversos segmentos de la costa norte chilena y sur peruana. Con notable precisión, señala el área costera sujeta al regimen de neblinas permanentes: entre los aproximadamente 600 m y 1.200 m.

Efectivamente, durante un año (2002) medimos el monto de captación de agua de niebla, mediante pequeños atrapanieblas, en el sector costero de Alto Patache, demostrando que bajo los 600 m. de altitud la captación es muy pequeña. Bajo los 300 m. es equivalente a cero. Salvo en episodios de lluvias, fruto de años "El Niño" (como ocurrió recientemente en 1986, 1997 y 2002) , el suelo, bajo los 600 m de altitud, raramente se ve humedecido. En los años citados, sin embargo, hemos detectado el crecimiento de plantas diversas (máxime Leucocoryne sp., Cristaria sp. y Nolana spp.) , hasta los 110 m de altitud, en las laderas de cerros situados al sur de Iquique. Lo que significa que el período de latencia de sus semillas, puede durar hasta 10 años y más, en ansiosa espera de la lluvia. No existen aún estudios en esta región sobre la capacidad de las semillas para sobrevivir a los prolongados períodos de sequía (Período de "La Niña"). Menos aún, para la reaparición y floración de geófitas, cuyos tallos subterráneos o bulbos pueden sobrevivir por decenios, sin presentar partes aéreas.

Elementos propios de este singular tipo climático

Los elementos de más significación que Bowman quiere destacar en su descripción de la zona sujeta a la neblina costera y su peculiar clima, nos parece se podrían sintetizar en los puntos siguientes (pp 51-55):

a) este clima se distingue claramente del clima del desierto interior ("a different type of weather"); y agrega: "el desierto del litoral es en muchas partes tan solo un estrecha franja de terrazas marinas secas, totalmente diferente del desierto real situado más adentro (beyond) tanto en el tipo de clima como en recursos" (p. 51).

b) El juego (interplay) entre la corriente fría [de Humboldt] y la tierra caliente, produce el efecto general de causar la formación de un banco de nubes sobre la costa" (p.55) .

c) el banco de nubes es arrastrado tierra adentro por fuertes vientos ("drifts landward with onshore wind") ;

d) se concentra en las partes superiores de las laderas de las montañas costeras, conducido por el aire que asciende (" it gathers in the seaward slopes of the coastal hills")

e) constituyendo un banco de neblinas situado entre los 607 m. y 1.220 m. ("the fog-bank´s characteristic position is between 2000 and 4000 feet");

f) La niebla es característica de Antofagasta durante la estación del invierno; en contraste, está generalmente ausente en Iquique ("by contrast, it is largely absent in Iquique");

g) "En aquellos lugares donde los cerros del cordón costero son elevados, o existe una convergencia de laderas hacia un punto central, la neblina puede espesarse hasta formar una llovizna determinando la localización de un asentamiento [humano]". Cita como ejemplo, el caso de la localidad de Paposo (pp. 51-52).

h) "En el Perú la neblina costera es conocida como garúa, y en Chile, como camanchaca" y su potencia e intensidad varían según su latitud". (p. 52).

i) Esta neblina y su efecto húmedo puede constatarse en el interior durante la noche, pero no sobrevive a la llegada del sol; sus bordes pueden ser observados en horas tempranas en franca retirada hacia las crestas de los cerros costeros (p. 53).

j) En cuanto a su distribución durante el año, puede observarse una estación provista de nubes y otra carente de ellas.La estación sin nubes sobreviene desde Noviembre a Abril y la estación nubosa desde Mayo a Octubre (p. 53).

k) "Cuando el cinturón de niebla se espesa y se extiende desde el nivel del mar hasta la cima de los cerros, puede sobrevenir lluvia";

l) "El banco de nubes es más espeso de Junio a Septiembre y durante est período el sol puede ocultarse durante semanas seguidas con la excepción de apariciones ocasionales de luz a la hora del crepúsculo";

m) "la parte más seca de la costa de Chile se encuentra desde Arica hasta Caldera. Desde aquì hacia el sur hay un repunte en la precipitación" (p. 54);

n) Al sur de Coquimbo, el banco de nubes disminuye en espesor, de suerte que la costa está oculta [desde el mar] por la bruma (mist) más que por la característica y pronunciada niebla (fog) que se presenta más al norte" (p. 54).

Encuentro de Charles Darwin con la niebla

Bowman trae a colación, a manera de prueba, una venerable cita de Darwin, en 1835, cabalgando hacia el valle de Huasco. Está tomada de su obra: Journal of Researches into the Natural History and Geology of the Countries visited during the Voyage of. H.M. S. Beagle around the World, 2nd edition, London 1860, p. 342:

"Durante los meses de invierno tanto en Chile como en el Perú, un banco uniforme de nubes se cierne, a no mucha altura, sobre el Pacífico. Desde las montañas, teníamos una sorprendente vista de ese blanco y brillante campo aéreo, que enviaba sus brazos valle arriba dejando [a la vista] islas y promontorios , del mismo modo que lo hace el mar en el archipiélago de los Chonos y en Tierra del Fuego" (p.53; Darwin, 1860: 348).

Descripción general del área sujeta a la niebla

Bowman en su obra The Andes of Southern Peru: Geographical Reconnaissance Along the Seventy-Third Meridian (1916) estampa esta casi poética descripción del paisaje generado por la penetración de la niebla. La descripción corresponde a un área indeterminada en la costa sur del Perú:

"a medida que [el viajero] se acerca a las laderas situadas a sotavento del cordón costero, un manto de nubes lleno de refrescantes promesas se perfila asomándose por sobre la cresta [de los cerros] (Fig.19). Largos y delicados filamentos de nubes se proyectan hacia el Este sobre las márgenes del desierto. Avanzan rápidamente, pero no logran llegar lejos sobre la ardiente inmensidad, porque sus avanzadas hacia el Este sufren constantemente [los efectos de] la evaporación. En ocasiones, la cima del banco de nubes se alza bastante por encima del Cordón Costero, lo que a un hombre [procedente] de zonas temperadas le da la impresión de que una tormenta estuviera generándose en el oeste. Pero a pesar de su amenaza de lluvia y del viento, las nubes nunca logran sobrepasar las avanzadas del desierto" (p. 56).

Para los que por años hemos recorrido estas zonas de niebla, al sur de la ciudad de Iquique, en todas las estaciones del año, esta descripción nos resulta en extremo familiar. Muy pocas veces al año, en período invernal, las nieblas o camanchacas pueden precipitarse hasta la misma Pampa del Tamarugal, impulsadas por los fuertes vientos del Weste y Surweste, procedentes del Pacífico. En tales ocasiones, hemos medido velocidades de viento sobre los 10-12 m/s. Estas neblinas ocasionales, sumadas a la presencia de nieblas topográficas, sin duda contribuyen a suministrar humedad a la flora del desierto, en el Tamarugal.

Bowman un geógrafo de terreno: su capacidad de observación

Estas descripciones, tan precisas y detalladas, nos muestran a un geógrafo perspicaz, de gran experiencia en el terreno, que toma nota de todo lo que ve y que se tomó la molestia de recorrer palmo a palmo, a caballo o en mula, la costa peruana y norte chilena.

Pasará mucho tiempo (más de 40 años) antes de que otro geógrafo, el alemán Wolfgang Weischet, concienzudo escudriñador del desierto norte-chileno , nos ofrezca un cúmulo de observaciones semejantes, apoyadas en mediciones climáticas más sistemáticas, en sus prolijos trabajos sobre el clima del norte desértico chileno (Weischet, "Zur Climatologie der Nordchilenischen Wüste", Meteorologische Rundschau, 19, Heft 1, 1-7 1966; Weischet, "Las condiciones climáticas del Desierto de Atacama como desierto extremo de la Tierra", Norte Grande, Instituto de Geografía, Pontificia Universidad Católica de Chile, Vol. 1, Nº 3-4, 1975: 363-374).

(Capítulo en elaboración; adiciones el 4/07/2008).