viernes, 21 de marzo de 2008

Antes de una excavación: Observación y estudio atento del paisaje y sus recursos

A pesar de la aparente esterilidad del medio desértico, existe gran cantidad de aspectos que delatan la existencia de "recursos", y que se debe escrutar y estudiar previamente a la intervención de un sitio. Este estudio previo debe ser tanto o màs prolongado que la excavación misma. Un investigador arqueólogo en la franja costera del Norte de Chile si realmente pretende realizar un estudio con un enfoque eco-antropológico serio (y no un mero salvamento arqueológico ocasional), debe seguir necesariamente varios pasos obligados antes de intentar siquiera excavar o remover un área intocada. Toda excavación, por los numerosos riesgos que ésta implica, como hemos aludido en este Blog, debe siempre ser el último recurso, tal como lo es la cirugía para el médico. Y debe planearse muy cuidadosamente en función de la información que arrojan las etapas previas, descritas a continuación. ¿Cuáles deben ser éstas?. Y, ¿por qué?.

1) realizar un detallado recorrido general a pie del área de interés para entender y "leer" el paisaje en su conjunto. Ningún aspecto del mismo debe pasar desapercibido. por mínimo que sea.

2) Examinar la cartografía a diversas escalas y las fotografías aéreas y/o las imágenes satelíticas (como imágenes del Google Earth), reconociendo accidentes geográficos, toponimia y altitudes.

3) Observar cuidadosamente y tratar de comprender la geomorfología local y sus componentes.
(cárcavas, aluviones, sistemas dunarios, cursos secos de agua, etc.).

4) Descubrir y visitar todas las posibles fuentes de recursos bióticos en el área. Esto implica un conocimiento básico del medio marino y sus habitantes (algas, peces, moluscos, crustáceos, equinodermos, etc.) y de los recursos terrestres (flora y fauna). En forma especial, es importante conocer los sitios cercanos de nidificación da aves marinas (guanayes, piqueros, cormoranes, gaviotas, pilpilenes) y los lugares de vida de los lobos marinos ("loberas"). No olvidemos que el lobo marino (Otaria flavescens) fue el animal más fue aprovechado por los antiguos habitantes costeros, como consta por las fuentes.

5) Buscar y examinar las fuentes próximas de agua dulce (aguadas, vertientes , pozos). Examinar sus contornos en busca de restos culturales.

6) Examinar y ojalá recorrer en toda su extensión las vías posibles de comunicación con otras áreas de recursos y detectar sus posibles lugares de destino (senderos, huellas).

7) Observar y analizar detalladamente el modo de vida y formas de obtención de recursos por parte de los habitantes costeros, residentes habituales (no turistas), máxime si son pescadores o mariscadores. Lo que implica un estudio de orden antropológico o etnográfico previo. Las formas de utilización del medio costero y terrestre adyacente, por parte de los actuales habitantes de las caletas, sobre todo si ellos y sus ancestros, han sido residentes de antigua data, y la tecnología tradicional con que a ellos acceden, son elementos muy valiosos para tratar de comprender el modus vivendi de los antiguos pobladores.
Este estudio debería ser acompañado de un conocimiento acabado de las formas e instrumental de pesca, caza marina y marisqueo actuales. Lo que implica de necesidad compartir experiencias de vida con los pescadores, yendo en lo posible a trabajar y pescar con ellos, aplicando así de verdad la "observación participante", que tanto preconizan los antropólogos como prerequisito esencial para un estudio serio de comunidad, pero que muchas veces se omite.

8) Comentar y discutir con los propios pescadores/mariscadores con respecto al género de vida de los antiguos pobladores ancestrales. Frecuentemente, ellos se han planteado algunas hipótesis al respecto, que el investigador arqueólogo o antropólogo debe tomar muy en consideración al momento de elaborar sus propias hipótesis o de testearlas en terreno.

9) Son particularmente útiles las indicaciones que nos puedan dar a este respecto los pescadores que han tenido el hábito de migrar por distintos nichos ecológicos de la costa, viviendo por semanas o meses aislados, alimentándose sólo de los productos del mar. Todavía es posible encontrar en nuestras costas a algueros, pescadores o mariscadores que alojan en cabañas provisorias, alejados por semanas de la vida civilizada. Su experiencia de vida es de enorme valor para este tipo de estudios. Sus experiencias, máxime si pueden ser compartidas en terreno por el investigador, constituyen documentos de primera mano de incalculable valor ecológico-cultural. En algunos casos, su género de vida se acerca no poco al de los antiguos habitantes de esta costa desértica, arrojando valiosas pistas para la interpretación del registro arqueológico.

10) También resultan de gran interés las referencias que nos suministran algunos ancianos, que durante su vida han ejercido ese género de vida transhumante a lo largo de la costa. Hoy, envejecidos, reviven con alegría aquellos momentos en que vivían de la mar, por semanas, pescando o mariscando.

Hemos obtenido de esta manera valiosas noticias en Antofagasta, Cobija, Arica o en la caleta de Chanavaya (sur de Iquique) de antiguos pobladores.

11) Es de particular interés obtener información de primera mano sobre la alimentación tradicional de productos como algas, mariscos y crustáceos, habitantes del ecosistema litoral. Muchísimo más difícil es recabar información sobre la utilización de la flora costera. La razón parece obvia. En la costa norte de Chile la vegetación es extremadamente escasa y sólo visible en muchos casos, cuando el fenómeno de "El Niño" se hace eventualmente presente, con lluvias localizadas. Allí y por muy corto tiempo, numerosas especies de plantas de los oasis de niebla logran brotar en el piedemonte de la terraza marina, alcanzando a veces los 100 m o aún menos de altitud snm. Ejemplares de Nolana spp. Cristaria, sp o de Liliáceas como Leucocoryne sp, o Zephyra sp. logran poblar algunas cortas extensiones del piedemonte, en zonas de oasis de niebla, ofreciendo alimento ocasional a los pobladores costeros (bulbos, flores, tallos o rizomas comestibles).

12. Muy poco sabemos acerca de qué algas aprovechaban o comían (crudas o cocidas), y cómo las preparaban en su dieta primitiva. La presencia de numerosos batanes o piedras de moler induce a sospechar que molían gran cantidad de tallos de plantas, semillas o algas, en incluso huesos.

13. Importante es conocer los tipos de roca accesibles a los antiguos. En la costa los granitos o granodioritas abundan, así como no existen a la mano ni sílex ni basaltos ni cristal de roca. De las primeras, suavemente redondeadas por el oleaje marino de siglos, se sirvieron para confeccionar sus percutores , batanes, piedras de moler o retocadores. Rocas que, enteras o partidas, abundan en sus conchales o basurales costeros.

14. Esta amplia variedad de aspectos medioambientales que forman parte del escenario geográfico propio de todo sitio arqueológico, - aspectos que el arqueólogo científico debe conocer bien-, sugieren que la etnografía, la geografía (especialmente la biogeografía e hidrografía), la climatología y la flora y fauna costera deben ser conocidas y estudiadas por el investigador con anterriodad a la intervención del sitio. Como es muy difícil que una sola persona pueda dominar tantos campos diversos de estudio del medio ambiente, se impone la necesidad de un trabajo en equipo en terreno. No basta con el mero estudio de laboratorio de estos restos, pues fácilmente escapan sus trazas al ojo del arqueólogo en terreno, si no se presume o conoce su existencia.

15. Muy importante apoyo a esta tarea previa, nos entrega la etnohistoria regional y local, a través del escrutinio de relatos circunstanciados de testigos presenciales del pasado (crónicas o descripciones de viajeros o cronistas antiguos). Porque pueden revelar aspectos medioambientales hoy poco visibles o ya desaparecidos, o actualmente desaprovechados. A título sólo de ejemplo, gran valor adquieren los relatos tempranos de un Gerónimo de Bibar en su Crónica y relación Copiosa del Reyno de Chile (1560) o los relatos de los religiosos Antonio Vásquez de Espinoza o Reginaldo de Lizárraga (S. XVII) , para esta costa norte de Chile o el fecundo relato posterior del gran investigador del desierto, el naturalista alemán Rodulfo Amando Philippi (1853-1854). Estos autores son, en cierto sentido, precursores de este enfoque eco-antropológico que aquí propiciamos ardientemente. No son ciertamente los únicos.

En tiempos recientes, pocos arqueólogos han transitado por esta senda de franca y decidida interpretación ecológica. A nuestro juicio, y sin pretender excluir a nadie, el investigador que más se acercaría a este modelo interpretativo aquí pergeñado, es la arqueóloga danesa, ya fallecida, Bente Bittmann von Helleufer (1929-1997). En varios de sus valiosos trabajos referidos especialmente al área de Cobija y Gatico (norte de Antofagasta), B. Bittmann valoró en forma significativa el ecosistema local y sus formas de aprovechamiento . Residió y recorrió la zona por espacio de más de quince años (Cobija), lo que le permitió un conocimiento notable del área y sus habitantes. Mejor que nadie, escrutó las fuentes etnohistóricas en busca de apoyo documental y revisó las colecciones históricas en Museos y bibliotecas europeas y americanas (Alemania, Dinamarca, Inglaterra y Estados Unidos). Probablemente, entre los arqueólgos que han trabajado en tierra chilena, ella ha sido, a nuestro juicio, la mejor conocedora de la literatura etnohistórica y etnográfica regional. La valiosa síntesis lograda en sus trabajos, escritos en un impecable idioma español, la sitúa a nuestro entender en un sitial eminente entre los cientìficos chilenos que han estudiado el habitat y el poblamiento costero del norte de Chile. Curiosamente, su herencia cultural no ha sido hasta hoy suficientemente reconocida por sus pares. Casi me atrevería a decir que su legado permanece aún casi desconocido para las generaciones jóvenes de antropólogos y arqueólogos nortinos. Y , hasta ahora, nadie ha pensado en erigir- como ciertamente se merecería- un monumento a su memoria en las ruinas del poblado histórico de Cobija, localidad que ella dio a conocer mejor que nadie antes. Seria responsabilidad que recaería, en primera instancia, en la Universidad Católica del Norte, su Alma Mater chilena, a la que dedicó sus más fructíferos años de vida académica. Pero ésta parece haberla echado al olvido.

Sirva este pequeño homenaje a su herencia cultural para refrescar la olvidadiza y frágil memoria de nosotros los chilenos. Murió de una bronconeumonia incurable que se desarrolló en sus años de permanencia apegada a la húmeda costa norte-chilena, mojada por la constante camanchaca costera, la que terminó por horadar inexorablemente sus frágiles pulmones. Próximamente, incluiremos en este Blog su extensa bibliografía sobre el Norte de Chile. Creemos que los pioneros deben ser reverenciados por las generaciones jóvenes, releyendo para ello sus escritos. Parece ser un sino en nuestra patria: el desconocimiento del aporte de los pioneros y de su esfuerzo por hacer ciencia con escasos medios.

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