Entre Iquique y la desembocadura del río Loa, existen alrededor de ocho caletas de pescadores-mariscadores. La más importante es San Marcos, con una población estimada de 500 personas y una escuela grande con 60 niños y cuatro profesores. La más pequeña, Chanavaya. Algunas son muy antiguas. Otras, como Chanavaya quedaron destruídas y despobladas tras el maremoto y tsunami de mayo del año 1877, repoblándose a partir del año 1980.
Dedicadas inicialmente a la pesca artesanal y a la extracción de mariscos por buceo, hoy día se están transformando en "áreas de manejo" con crianza controlada de productos marinos como el loco, el ostión o el choro zapato, supervigiladas por biólogos e ingenieros en pesca de la Universidad Arturo Prat. La pesca y marisqueo en botes les resulta cada vez menos rentable, por la competencia desleal de la pesca efectuada por barcos-factorías de gran tonelaje, y la falta de una adecuada protección a través de la Ley Nacional de Pesca, que hoy no les favorece. Sus habitantes claman, sin ser oídos, por un Ministerio de Pesca, el que parece imprescindble en un paìs como el nuestro, dotado de una extensa y riquísima costa.
Los habitantes de las caletas, están hoy, pues, abocados a un cambio radical en su modo de vida, de por sí inestable y difícilmente sustentable. No solo se trata de lo impredecible de los eventos del fenómeno de "El Niño" que se descargan cada 5-7 años provocando enorme mortandad de especies de algas, peces, crustáceos y moluscos; son, igualmente las "marejadas" o eventuales "aguajes", que suelen arrasar con los criaderos de moluscos, rompiendo sus "linternas" de crianza, perdiéndose en pocas horas el esfuerzo de muchos meses. Tambièn es la penuria y suma escasez de agua potable, la que necesitan tanto para sus hogares como para sus actividades productivas. Dependiendo de viejos camiones aljibes de la Municipalidad de Iquique, que con suerte les abastecen con 10-12 toneladas, cada 12-15 días, de un agua de dudosa calidad, sus pobladores no tienen hoy la menor posibilidad de asegurar una calidad mìnima de vida y menos aún, de crecer y desarrollarse como pueblos costeros . La energía eléctrica la entregan hoy, por escasas horas, motores a petróleo, cuyo costo depende de las vicisitudes del mercado internacional. Es decir, ni tienen agua de buena calidad asegurada, ni energía eléctrica barata, ni una producción de especies marinas asegurada. Su vida sedentaria, pues, pende en un hilo. Este se puede cortar por un "aguaje" repentino, por "marejadas" invernales, bastante frecuentes, por efectos devastadores de "El Niño", y, por fin, por fallas mecánicas del camión aljibe que los surte.
En realidad, no puede ser más precaria su situación y exige medidas especiales para asegurar su persistencia como caleta. Visualizamos que esta sustentabilidad solo se puede conseguir mediante un acceso seguro a otra fuente de agua, en nuestro caso, el agua atmosférica proveniente de la camanchaca. Aqui viene exactamente a colación el tema de la captación de la niebla, en lugares próximos a las caletas, y en la proximidad de las puntas.
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