jueves, 11 de julio de 2013

Recursos que ofrecía el desierto de Atacama: Eco-antropología para caminantes y viajeros del pasado.

Un desierto que nos depara no pocas sorpresas.

Parecería que el desierto de Atacama nada puede ofrecer a la vida humana a causa de su  aparente total esterilidad  y  falta absoluta de lluvias. El capítulo con fotografías que aquí ofrecemos a nuestros asiduos lectores, creemos  que viene a probar justamente  lo contrario: un desierto es una fuente  notable de muchos elementos que pueden favorecer la vida o, al menos, facilitar  el tránsito hacia ecosistemas más ricos en vegetación o recursos. Porque el desierto -o mejor dicho, los desiertos- están rodeados de  lugares donde la vida - a  veces efímera o transitoria- pudo desarrollarse pujante y vigorosa en alguna época no lejana. Tal ocurrió en el Sahara y en Namidia, y también, en nuestro desierto de Atacama.

En este capítulo pretendemos mostrar de qué modo el desierto también es fuente inagotable de algunos bienes básicos, muy útiles al hombre para el desarrollo de  su cultura,  y que éste supo muy bien sacar partido del mismo, utilizándolo como "cantera" de recursos, al menos  durante sus  frecuentes e interminables travesías. La ingeniosidad  humana  es inagotable  y supo enfrentarse con habilidad  a la falta de agua en el desierto más árido de la tierra..


Fig. 1.  Vida y muerte en el desierto en el piso seco de la quebrada de Quipisca. Se observa en la foto  un  ejemplar adulto, ya seco, del árbol llamado aquí molle o  pimiento (Schinus molle). En primer plano,  en el suelo arenoso,  ejemplares nuevos, muy pequeños, de la misma especie, testigos fidedignos de la reciente bajada de agua  de aluvión (Febrero-Marzo 2012) que permitió el desarrollo de semillas allí depositadas. ¿Cuanto tiempo podrán  sobrevivir estos árboles a las periódicas sequías que asolan la pampa del Tamarugal?. El tiempo lo dirá. Muy probablemente, no  alcanzarán  el tamaño del ejemplar seco aquí mostrado,  porque la frecuencia de los aluviones ha ido declinando (Foto H. Larrain, Julio 2012).   

El desierto de Atacama:  Vida y actividad en el desierto más árido del planeta. Reflexiones de un eco-antropólogo.

En el año 1975 el géografo alemán Wolfgang Weischet publicó un notable artículo  que quiso titular  como: "Las condiciones  climáticas  del desierto de Atacama como desierto extremo de la tierra". El artículo fue  publicado en la revista  "Norte Grande", del Instituto de Geografía de la Pontificia Universidad Católica de Chile,  Santiago de Chile (Vol. 1, Nº 3-4, Diciembre 1975:  363-373).  El artículo brotó de una conferencia específica dictada por el Dr. Weischet en dicho Instituto,  a mediados del año 1975. En ese trabajo, Weischet  nos enseñó,   con pruebas irrefutables, que  nuestro desierto de Atacama, particularmente en el núcleo interior de la región de Antofagasta  (IIª Región de Chile)  es el desierto más extremo de la tierra, más extremo y más árido que el Sahara, Gobi u otro desierto cualquiera de Africa o Asia. En otras palabras,  el desierto de Atacama en el Norte de Chile presenta condiciones de aridez extrema en virtud de dos variables que son fundamentales para medirlo y poder compararlo con otros desiertos del mundo: a) la penuria y escasez de precipitaciones (lluvias)  y b) la magnitud de la oscilación diaria de la temperatura. En ambas variables, que configuran básicamente a un desierto, el desierto de Atacama  ostenta los índices  más significativos y elocuentes superando ampliamente, en consecuencia, a los desiertos del  Sahara (el Sahel), el Sudán y el Fessan, considerados como los más temibles del Viejo Mundo.

¿Posee este desierto de Atacama algunos elementos que permiten hacer presencia y actividad humana?.

A pesar de su extrema sequedad, la mayor del planeta, sequedad y esterilidad  que los gráficos comparativos del trabajo de Weischet dejan en total evidencia, nuestro desierto presenta, sin embargo, elementos de gran valor e interés para  la cultura y desarrollo humano, hasta el punto de que el hombre puede hallar y ha hallado en él  elementos básicos o útiles para su subsistencia y para la  creación y gestación de vida y cultura  en tal ambiente. Esto parece, a primera vista,  un contrasentido. ¿Cómo podría generarse vida y actividad humana (cultura) en un ambiente   absolutamente árido y falto de agua?. ¿Existen evidencias de vida y actividad en pleno desierto de Atacama?

Recorriendo kilómetros a pie por pleno desierto.

En los últimos cuatro años  (2010-2013) , nos ha tocado recorrer extensas secciones del desierto, al interior de la región de Tarapacá, sea para el estudio de tramos del  Camino del Inca o Qhapaqñan, sea para  el examen y prospección de componentes vegetacionales eventuales, que aparecen en el desierto como resultado de la presencia cíclica de aluviones destructivos, procedentes de las quebradas que caen a la Pampa del Tamarugal.  Si bien el núcleo interior de este desierto es totalmente carente de agua, sus márgenes tanto occidentales (cadena de cerros de la llamada Cordillera de la Costa,  junto al litoral del Pacífico,  con cimas hasta los 1.500 m de altitud),  como orientales  (macizo andino con cumbres sobre los 6.000 m de altitud), son fuentes de agua (lluvias)  o humedad, (camanchaca)  y, por tanto, creadoras de vida y ocupación humana en el pasado y aún en tiempos relativamente recientes

Aquí no llueve prácticamente nunca.

En este desierto absoluto,  en el área que denominamos depresión intermedia, ocupada por la Pampa del Tamarugal,   llueve un promedio anual (medido en una secuencia de 35 años consecutivos) que no supera los  0.3- 0.4 mm de agua caída.  Y este promedio  es tan "elevado" (!) gracias a fuertes lluvias extemporáneas y rarísimas, que pueden presentarse en la pampa misma, cada  15 ó 20 años.  Pero puede darse el caso - y se ha dado- en que  durante  diez años consecutivos  el promedio de agua caída es sólo de 0.1 mm o incluso menos. Es decir, aquí prácticamente no llueve nunca. ¿Cómo puede vivir, entonces, la vegetación  en estos parajes?. Y, ¿cómo pudo el hombre en el pasado  vivir aquí  constituyendo pueblos o asentándose  por medio de viviendas y corrales para animales por largos períodos de tiempo?.

Las lluvias eventuales cuyos cauces alcanzan la pampa.

Si bien en la Pampa  prácticamente no llueve  nunca o muy rara vez, sí llueve en el macizo andino, con intensidad variable, durante los  tres meses  del "invierno altiplánico" (fines de Diciembre a bien entrado Marzo). Y desde aquí, durante ese período, se descuelgan las avenidas de agua o aluviones (huaycos, en lengua quechua) inundando, de tanto en tanto, extensos sectores de  la pampa.
El geógrafo peruano Guillermo Billinghurst, en su obra "La Geografía de  Tarapacá (1884), reseña  las fechas de los más potentes  aluviones que provocaron intensas inundaciones en cinco o seis eventos en la pampa del Tamarugal durante el siglo XIX. El reciente aluvión de Febrero-Marzo 2012, cuyos devastadores efectos pudimos apreciar personalmente en terreno,  tanto en la quebrada de Quisma como en Quipisca, es el último episodio de este género que hemos vivido en el desierto.

Los antiguos aprovecharon estas avenidas de agua con diversos fines.

Desde el año 1965, aproximadamente, antropólogos, geógrafos y arqueólogos han hecho frecuente alusión a la existencia de un Plano confeccionado en  1765 por don Antonio O´Brien, Teniente de Gobernador  de Tarapacá, cuyo título reza:  "Plano de la Pampa Yluga...". En esta famoso Plano, rico en información vial, demográfica y toponímica, se señalan explícitamente, bien dibujadas,  las "chacras que cultivaban los antiguos" en el seno de la pampa. Se registra su ubicación y se dibuja, mediante un característico reticulado fino, su superficie aproximada. La información contenida en este Plano  así como la propia de otro Plano del mismo autor, dedicado a pintar y describir la quebrada de Tarapacá, ha sido objeto de  numerosos estudios, comentarios y  citas por parte de investigadores de la historia y arqueología de la región   (Cfr. Horacio Larrain, en revista Norte Grande Vol. I,  Nº 1 (Marzo 1974) y Vol I. Nº 2-3 (1975);  Oscar Bermúdez,  en varias de sus obras, en especial en su obra  "Estudios de Antonio O´Brien sobre Tarapacá, 1763-1771", Ediciones Universitarias, Universidad  del  Norte, Antofagasta, 1975. Vea también sobre este mismo tema Jorge Hidalgo, en  su "Historia Andina de Chile", Editorial Universitaria, 2004 (Capítulo XVI).

Recursos que nos ofrece el desierto.

El hombre antiguo que surcó infinitas veces el desierto dejando allí estampadas  sus imperecederas huellas, lo hizo con finalidades bastante diversas. Unos, desde sus pueblos situados  en  quebradas de la montaña de los Andes,  lo hicieron para acceder a la costa del Pacífico, para  intercambiar allí con los pescadores sus producciones (maíz, papas, textiles, cerámica, adornos, etc.) por productos del mar (pescado fresco, mariscos, charquecillo de jurel, algas secas, caracoles, etc.). Otros lo hicieron con finalidades mineras o metalúrgicas: para explotar yacimientos de cobre o plata situados cerca del mar   (Huantajaya, Santa Rosa, Chanabaya). Otros, por fin,   lo hicieron para  obtener  de  las covaderas o depósitos de guano fósil  el abono de origen orgánico necesario para sus campos (en Pisagua, Isla de Iquique, Patache, Pabellón de Pica, Chipana, etc.).

Las caravanas que surcaban en desierto.

 Así, sabemos con certeza por las crónicas  españolas e historiadores tempranos que  desde  Suca, Camiña, Tarapacá, Quipisca  Pica o Guatacondo, regularmente bajaban los aldeanos en sus recuas de llamas (o más tarde, en mulas, durante el período colonial)  para  obtener, por medio del trueque, el abono del codiciado guano  (wanu, en quechua)  de aves marinas como el guanay, el piquero, el alcatraz, la gaviota  y otras especies de aves del litoral. De esta suerte,  se labraron, con el correr del tiempo, numerosos caminos o huellas que la severa sequedad del desierto tarapaqueño ha respetado y dejado casi intactos hasta hoy. Uno de los planos confeccionados por don Antonio o Brien, en 1765, el "Plano de la Pampa de Yluga" nos ilustra maravillosamente bien acerca de esta confusa malla de caminos y huellas, destacando aquellas rutas que conducían, en sus palabras,  a las "pesquerías de la costa".

Huellas infinitas en la pampa.

De este modo, el desierto tarapaqueño, su  terrible soledad y esterilidad que desafiara al hombre más valiente,  era surcado continuamente -casi siempre de noche- por numerosas caravanas de animales cargados y por caminantes a pie  cuyas huellas se han conservado incólumes hasta hoy gracias a la falta total de lluvias. Si el Plano de O´Brien nos muestra las principales rutas que atravesaban osadamente el Tamarugal,  a mediados del siglo XVIII,  el estudio actual de terreno nos ha permitido mostrar  la enorme cantidad de huellas  y senderos, pequeños o potentes, que surcaron esta inmensidad, uniendo temeraria y eficazmente aldeas  y caseríos de las distintas quebradas entre sí y con la costa pacífica.

Las nuevas huellas de carretas en época de la explotación del  salitre.

Durante la época de la explotación de las Oficinas Salitreras, ubicadas todas ellas  en la margen occidental de la Pampa,  entre  los años  1830 y 1950,  surgieron nuevas huellas, desde todos  los poblados del interior, hacia estos establecimientos salitreros, a donde  accedían llevando consigo sus producciones hortícolas o agrícolas para su rápida venta y comercialización.  Esta frenética actividad de obtención del bórax primero y luego del salitre sódico y potásico a partir del caliche nativo, y que concentró a  muchos miles de operarios en las Oficinas,  dispersas por todo el confín de la pampa, vino a  ser una continuación natural de las actividades mineras de la época colonial  que  movilizaran a hombres y animales  hacia las faenas mineras desde los tempranos tiempos de los primeros encomenderos Pedro Pizarro, Lucas Martínez Begaso o Andrés Jiménez. Ya a partir de 1545, hay constancia cierta de tales desplazamientos de provisiones, minerales  y animales, conducidos por hombres blancos, negros o indígenas, desde los poblados indígenas situados al Este del Tamarugal hacia la franja costera  (el mineral de Huantajaya) , para la explotación de las vetas de metal (cobre y plata).

¿Podía el desierto suministrar algunos recursos útiles al hombre antiguo?.

La pregunta que hoy naturalmente nos surge, al atravesar nuevamente estas inmensidades totalmente estériles,  en cómodos vehículos todo terreno, es  si el desierto  fue capaz de ofrecer al caminante  en el pasado algunos elementos útiles para la vida, algunos "recursos"  de importancia.  Porque si tal fue el caso, el cruce del desierto no solo fue un paso obligado para acceder a  recursos lejanos, situados en otros ecosistemas, sino también una cantera para acceder a  otros "recursos"  , en parte al menos  diferentes a los que podían hallar  en  sus pueblos de origen.

Un desierto que ofrece  recursos.

De esto trata esta nota: es decir, de lo que el desierto mismo, en el seno de su propia  esterilidad,  era capaz de ofrecer al viajero o caminante. En este capítulo, por ahora,  nos referiremos únicamente al uso de la piedra y del barro de aluvión, dos elementos esenciales tanto para la construcción de viviendas como  para la fabricación de herramientas, armas, adornos corporales  e instrumentos de variada índole.

Los caminantes a pie.

Recordemos que, a diferencia de lo que nos  ocurre hoy,  en época indígena, antes de la conquista,  se caminaba enormes distancias solamente a pie; no se cabalgaba  pues no existían en América cabalgaduras: ni mulas, ni caballos, ni burros. Su único implemento protector de los pies  eran las "ojotas" de cuero de llamo o de lobo marino  (ujuta, en lengua quechua).   Estas caminatas interminables, de días y días, eran medidas en "jornadas", o sea lo que un caminante podía andar a pie en un día. Las llamas -recordémoslo bien- fueron solo bestias de carga, nunca cabalgaduras,  simplemente por el hecho de no ser capaces de soportar el peso de un hombre. Su carga máxima no solía superar los 35 kg.  Con la llegada del español a estas tierras, llegarán recién las cabalgaduras: los caballos, mulas y burros. Este hecho, tan obvio de por sí,  establece desde ya una diferencia en la estructura, rumbo y  conformación de las rutas antiguas: éstas fueron hechas para marchar a pie, arreando llamas de carga en pos del hombre caminante. Pero también este viajero, cercano al suelo que iba pisando, era capaz de  hallar a su paso elementos pequeños que le llamaban la atención y que podían convertirse en sus diestras manos artesanas, en herramientas, utensilios,  armas o  adornos. Lo veremos  aquí.

Elementos útiles al hombre del pasado.

1. el uso multiforme de la piedra.

La siguiente secuencia fotográfica pretende mostrar cómo  la Pampa del Tamarugal y sus inmediaciones - escenario de un desierto seco e  implacable,  encerraba y aún hoy encierra,  gran cantidad de elementos bióticos y abióticos, de utilidad fundamental para el ser humano en la antigüedad. Empezaremos por los elementos abióticos, es decir, carentes de vida. La variedad de rocas y piedras, producto de un activo volcanismo  antiguo y  el acarreo fluvial por el fondo de las quebradas,  aportaba  elementos básicos tanto para la construcción de la cultura local y sus variadas expresiones, como para la confección de armas, herramientas, elementos de molienda o de adorno personal.

Veamos algunos ejemplos concretos, tomados de nuestra experiencia:

Fig. 2.   Sencillos hitos o pilas de piedras demarcando  el rumbo del Camino del Inca. Empleo de la piedra como elemento señalizador (forma de señalética antigua); (Foto H. Larrain, Junio 2013).


Fig.3. Pequeño recinto de descanso de caminantes o paskana, ya arruinado por el paso del tiempo. Ofrecía  una protección precaria contra el viento. Allí arrimaban parte de su  vestimenta, peleros o sacos para defenderse del  gélido frío nocturno (Foto H. Larrain, Junio 2013).

Fig. 4. Fragmentos de sílex, denominados "lascas" por los arqueólogos. Son el producto de descarte  del trabajo humano al confeccionar sus herramientas, instrumentos, o armas. Cuando estos fragmentos se hallan juntos, en gran número, botados en un solo lugar,  los especialistas hablan de un "taller lítico", es decir, de un sitio destinado al desbaste del material para confeccionar sus instrumentos o sus armas (Foto H. Larrain, Junio  2013).

Fig. 5. Pequeña punta de proyectil  hecha en sílex  probablemente para la caza del guanaco y del zorro del desierto; fue hallada por nuestro equipo en las huellas del  "Camino del Inca" (Foto H. Larrain, Junio 2013).


Fig. 6.  Punta de proyectil en sílex blanco, muy puro. Seguramente destinada a la caza del guanaco. Hallado por nosotros  en las proximidades del "Camino del Inca" que viene desde el Sur (Foto H. Larrain,  Julio 2013).


Fig. 7. Canto rodado de andesita  que muestra las señas inequívocas de numerosos golpes, en todas sus caras. Se trata de un martillo primitivo o "percutor", de uso múltiple. Hallado en el "Camino del Inca",  en un área de pequeños recintos o chasquihuasis, al costado mismo de  la huella (Foto H. Larrain, Junio 2013).

Fig. 8.  Característicos hitos o pilas de piedras,  que señalizan claramente el rumbo de la huella, la  que aquí enfila directamente al Norte. Colocados generalmente en pares  y a poca distancia uno de otro,  indican con claridad al viajero que viaja de noche el sitio exacto de la  huella a seguir. (Foto H. Larrain,  Junio, 2013).


Fig. 9. . Al fondo, en lontananza, se divisan los dos hitos de la huella. Observe los profundos surcos dejados por el tránsito animal y humano desde tiempos inmemoriales. Este ramillete de huellas, paralelas, puede llegar a tener un ancho de más de cien metros, en sitios planos y carentes de obstáculos naturales o pedregales.  (Foto H. Larrain  Junio 2013).



Fig. 10. Núcleo de basalto del cual se ha obtenido, sin ninguna duda,   lascas filosas para la producción de diversas herramientas: cuchillos, raspadores,  raederas, perforadores o  punzones.  El basalto suele encontrarse con frecuencia en bloques o bolones en la superficie de este desierto, por efecto del acarreo fluvial en tiempos muy antiguos  (fines del Pleistoceno o inicios del Holoceno). No es infrecuente hallar bloques basálticos rodeados de multitud de lascas, del mismo material, testigos indesmentibles del intenso aprovechamiento de este recurso por parte del antiguo viajero o caminante (Foto H. Larrain,  Noviembre 2011; escala gráfica  de 10 cm).

 Fig. 11.  Tres instrumentos típicos, hechos en  basalto.  Arriba, dos raspadores de distinto diseño. Abajo un sencillo percutor. Hallados por nosotros en  la quebrada de Guatacondo, Sector  Ramaditas, diseminados profusamente entre antiquísimos campos  de cultivo, apenas perceptibles,  que datan de  unos 2.000 años atrás. Hallados por nosotros con ocasión de la visita de la familia Lira Larrain  (Foto H. Larrain,  10 de  Julio 2013).

 Fig. 12. Los mismos instrumentos por el reverso. Arriba, a la derecha, un raspador hecho sobre una  lasca de basalto perfectamente retocada. (Foto H. Larrain, 10 Julio 2013).

 Fig. 13.  Percutor o martillo primitivo. Presenta éste infinidad de golpes  alrededor de su borde. Su forma y peso se adaptan perfectamente a la mano del hombre. (Foto H. Larrain, 10 Julio 2013).



Fig. 14.  Estos dos percutores  o martillos primitivos  con señas evidentes de uso en sus extremos, fueron hallados  en la huella misma del Qhapaqñan  el día  2 de julio pasado, con motivo de un estudio de esta senda de comunicación  inca. Sin duda alguna, sus portadores  fueron los caminantes antiguos que transitaban por esta huella desde hacía siglos (Foto H. Larrain, 2/06/2013: escala de 10 cm).

Fig. 15. Raspador simple, confeccionado en una lasca de sílex, abandonado en el piso de la ruta incaica al Norte de "Cuevitas" . El material de origen (nódulo de sílex)  fue hallado a no dudarlo allí mismo o en sus inmediaciones, por el antiguo caminante. Instrumentos, lascas y  objetos varios  se hallan  hoy  diseminados en el trayecto antiguo, como prueba de un antiguo y potente tráfico por esta ruta  orientada  casi matemáticamente N-S y que atravesaba toda la región de Tarapacá rumbo al Cuzco. (foto H. Larrain,  27 de Julio 2013).. 



Fig. 16.  Gran lasca de basalto usada como cuchillo y raspador  por los caminantes;  fue hallada en medio de la senda  cubierta de huellas del Qhapaqñan, en el mismo lugar  anterior . (Foto H. Larrain, 2/06/2013).



Fig. 17.  Hermoso trozo rectangular, de carácter natural  de roca andesítica, perfectamente plano por ambas caras. Este tipo de elemento natural servía perfectamente a los viajeros para  confeccionar sus  piedras de moler o morteros y metates. Agreguemos mentalmente a éste una pequeña "mano de moler", igualmente de superficie plana, y tenemos listo el aparato para la molienda de semillas (maíz, quínoa, o frutos del algarrobo). Fue hallado por nosotros  en el piso mismo del trayecto del Qhapaqñan  (Foto H. Larrain 2/06/2013; escala gráfica de  10 cm).

Fig. 18. Trozo de malaquita. Hallado  en un torrente seco en el sector del cruce de la senda inca o Qhapaqñan. Turquesa y malaquita (tipos de roca que contienen cobre en estado natural) fueron la materia prima favorita para la elaboración de sus adornos corporales: pectorales, orejeras o cuentas de collar  (Foto H. Larrain, 2/06/20213).  


 Fig. 19.  Bolones de origen volcánico y acarreo fluvial empleados en la confección de un pequeño corral de animales,  próximo a un  chasquihuasi  del Qhapaqñan (Foto  C. Riffo. Julio 2012).

 Fig. 20.  Las piedras, perfectamente alineadas a ambos costados del Camino del Inca que cruza  el cauce seco de una quebrada, hoy totalmente seca.  La senda incaica mide  aquí  aproximadamente  3 metros de ancho medio  y luce hoy  tapizada de arena  fina, fruto del  arrastre y depositación eólica. (Foto H. Larrain,  Septiembre 2012).

 Fig. 21.  Hito característico señalizador de ruta,   formado por  unas  15-20 cantos rodados de origen volcánico, dispuestos en una pila,  a la vera del Qhapaqñan. En su base se halló cerámica indígena y colonial española. Vista del Weste al Este (Foto H. Larrain, Septiembre, 2012).


Fig. 22. Esta hermoso  tramo del Camino del Inca o Qhapaqñan, perfectamente  observable desde la ceja sur de una quebrada, fue descubierto por nosotros a fines del año 2012 con motivo de una investigación antropológica orientada  a historiar los antecedentes poblacionales de los actuales habitantes de la quebrada de Quipisca. Atraviesa aquí, en forma perfectamente rectilínea y con rumbo Norte,  la quebrada seca conservándose varios tramos en excelente estado de conservación  tal como se puede observar en la Foto 24. El camino se halla aquí clara e intencionalmente bordeado de  enormes bolones de río, apilados con cuidado a sus costados,  y presenta un ancho medio de  algo más de 3 metros. Considere el lector que fue construido hace por lo menos unos 600 años y aún se mantiene transitable. Vista de Sur a Norte (Foto H. Larrain, Noviembre 2011).

 Fig. 23.  Otro tramo  del Camino del Inca que cruza la quebrada seca  a unos 1.350 m de altitud s. nm. Vista de  Norte a  Sur. (Foto H. Larrain, Noviembre  2011).

 Fig. 24. Inicio del cruce  de una quebrada por el Qhapaqñan. Vista de Sur a Norte. La regla  en el suelo mide 1 metro de largo. La senda incaica aquí tiene, en consecuencia algo más de 3  m de ancho y se muestra en un tramo ininterrumpido de unos  120-130 m de extensión. Vista de S  a N.  Observe el temible pedregal a ambos costados, casi imposible de transitar. Por eso los Incas despejaron la ruta de piedras en los tramos más complicados por los aluviones, arrimándolas con esmero a sus dos lados para facilitar el rápido desplazamiento de hombres y animales cargados, máxime durante la noche. Aquí la quebrada pedregosa presenta unos 650-700 m de ancho medio (Foto Fernando Rosales,  Febrero 2012)..

 Fig. 25. Rocas de caras planas  permiten trazar y levantar perfectamente los muros de una habitación doble, posiblemente un chasquihuasi de un ramal del Camino. Interior de la  quebrada de Quipisca,  en la proximidad del antiguo sitio de cultivos denominado "La Cruz". (Foto Pedro Lázaro, Enero 2012).


Fig. 26.  Estos bolones de origen volcánico y que tapizan la pampa  fueron elegidos  como material de construcción de los muros para levantar  sus recintos,  paskanas o chasquihuasis, junto a sus senderos o huellas. Aquí, un pequeño chasquihuasi del Qhapaqñan, hoy totalmente arruinado por los sismos. La profusión de fragmentos cerámicos en su entorno inmediato, testimonia claramente acerca de su intenso uso por los caravaneros de antaño. Entre los fragmentos hallados  in situ  destacan los pertenecientes a una vasija  del tipo aribaloide, de evidente origen incaico  (Foto H. Larrain, Noviembre 2011).

Fig. 27.  La antigua huella inca,   lamentablemente traficada  hoy eventualmente por vehículos en la pampa abierta. Observe, al fondo,  la pareja de hitos señalizadores de la ruta cuando ésta cambia bruscamente de dirección. Vista de Sur a Norte (Foto H. Larrain, Noviembre 2011).

Fig. 28. Estos característicos hitos de piedras apiladas, a la orilla de  sus huellas y senderos, servían de guía y  señal segura del trayecto a seguir. No son apachetas, sino tan solo hitos o pilas.  Recordemos que, para evitar el calor del día, las caravanas y recuas de animales  partían de noche desde las aldeas  situadas en las quebradas  para atravesar, a la luz de la luna,  el desierto en su  largo viaje hacia la costa. En el tiempo en que aparecen las primeras instalaciones de las Oficinas Salitreras  (Oficinas "de Paradas") en el piso de la pampa,  a partir de los años 1840-1845,  los lugareños se dirigirán preferentemente a éstas para venderles su producción agrícola (cereales, verduras)  y forrajera (alfalfa), ambas producciones  muy  apetecidas. Era el tiempo, recordemos, cuando  miles de mulas surcaban sudorosas la pampa, tirando las carretas cargadas con bórax,  caliche o salitre rumbo a las Oficinas y/o a los puertos de embarque en el Pacífico. (Foto H. Larrain, Julio 2012).


2. El uso del barro arcilloso arrastrado por el aluvión.

Un elemento básico en la construcción de viviendas era  el barro, utilizado  -como veremos-  como excelente argamasa o mortero para unir  las piedras elegidas para conformar los muros de viviendas y recintos.  Algunas construcciones simples,  como los corrales o recintos precarios para protegerse del frío nocturno (paskanas de refugio; vea  nuestra Fig. 3) ), no necesitan de este elemento o pegamento aglutinante. Simplemente se apila los bolones o cantos rodados, y se les ordena rápidamente hasta alcanzar la altura deseada, acomodándolos ingeniosamente. De seguro, no superaban  los 1.20-1,30  m de altura. Muchas veces tienen la forma de una  C  acostada, para ofrecer oportuna protección contra el viento reinante.  El material pétreo es casi siempre muy abundante en su entorno. Pero las viviendas de habitación permanente o semi-permanente, destinadas a atender los campos de cultivo vecinos, necesitan de una técnica superior, con presencia de  muros bien construidos, más elevados  (hasta 1.80- 2.0 m de altura ) que permitan no solamente sostener firmemente una techumbre y un sencillo envigado donde poder sostener  la trama de  ramas que conforman el techo, sino también  tapar muy bien todos los resquicios por donde se cuela el viento. Había que conformar muros auténticos, perfectamente capaces de ofrecer un buen abrigo. Pero, ¿de dónde podían obtener un barro arcilloso, apto  como aglutinante  para  su argamasa?. La  arena, de cierto,  no sirve para este efecto. La solución era simple: y estaba a su alcance en los bordes del cauce mismo de los arroyos eventuales, labrados por  los aluviones. Porque las aguas de origen altiplánico, al bajar impetuosas hacia la pampa,  arrastraron consigo,  en su primer impulso e impacto ("ola de choque")  gran cantidad de arcilla desde las alturas. Las fotos que siguen (Fotos 21 a 23 ) demuestran  claramente el origen de estos barros arcillosos que hoy lucen compactados y  tan fuertemente endurecidos comos si se tratase de cemento.

Fig. 29.  El cauce profundo de la quebrada de Huatacondo, a la altura del poblado prehispánico de Ramaditas.  La capa superior, de un tono café más oscuro (a la derecha de la foto),  es el producto del aluvión desencadenado en Febrero-Marzo 2012, el más potente registrado en los últimos 50 años, al decir de los lugareños.  Observe en la pared sur del cauce, la rica estratigrafía  que ostenta  las capas de los sucesivos aluviones y coladas de barro. Un solitario molle o pimiento (Schinus molle) ha logrado desarrollarse.  Perspectiva tomada de Weste a Este.  (Foto H. Larrain  5 de Julio 2013).

Fig. 30. Observamos  incrédulos  la potente colada de barro arcilloso, ya totalmente endurecido, que alcanzó en su impetuosa arremetida del mes de Febrero del año 2012 hasta la parte superior de la quebrada. Más de 12 metros separan hoy esta superficie resquebrajada y endurecida de barro arcilloso del fondo del arroyo seco aquí visible. Los colores oscuros, delatan la presencia de la arcilla ya endurecida casi como un cemento;  el color muy  claro  del fondo del arroyo seco, en cambio, la presencia de limos finos, del todo inservibles como aglutinante o mortero. ((Foto H. Larrain, 10 de Junio 2013).

Fig. 31. Oleada ya solidificada de las coladas de barro que en forma de una verdadera marea oscura sobrevino repentinamente hasta el lugar situado al sur y al  frente del sitio arqueológico de Ramaditas.  De esta misma  quebrada, pero mucho más al Este, los antiguos habitantes  de Ramaditas obtuvieron, mediante bocatomas y extensos canales,  el agua para regar sus extensos campos de cultivos. Este mismo barro, fuertemente arcilloso, fue el material elegido por los antiguos constructores como excelente argamasa y aglutinante para formar los muros de sus viviendas. (Foto H. Larrain  10 de julio 2013).



Fig. 32.  Muros de las habitaciones de la antigua aldea prehispánica de Ramaditas, hechos de cantos rodados y gran cantidad de  barro de aluvión que obtuvieron de la vecina quebrada (Fotos 22 y 23).  Estos recintos han sido parcialmente excavados por arqueólogos en los años  precedentes, bajo la dirección del arqueólogo Mario Rivera.  (Foto H. Larrain, Junio 2013).


Fig. 33. Observe la excelente combinación de cantos rodados y barro arcilloso de aluvión. Los materiales constructivos quedan a la vista. No hay interés alguno por enlucir o revocar la superficie externa de los muros. Éstos, miden aproximadamente unos 50-60 cm de ancho. La escala de la regla  marca  1 metro de longitud. (Foto H. Larrain, Junio 2013).

Fig. 34. Observe el cuidado puesto por los constructores al disponer los cantos rodados  en perfecta fila, mostrando su cara más  plana hacia el exterior. El nicho que aquí mostramos  mide  25 cm de ancho con una profundidad de aproximadamente 30 cm. Estos  pequeños nichos u hornacinas, visibles sólo en la parte interior de la vivienda, estaban destinados probablemente a  poner algún ícono o representacion en piedra o en greda cocida de sus deidades tutelares, tal como fue usual entre los Incas en todas sus casas. No estaban , por lo tanto, destinados a la iluminación de algún tipo. Estas viviendas carecían de  ventanas, y, al parecer, también eran parcialmente subterráneas. Tampoco tenían puertas, tal como las conocemos hoy. A falta de puertas, colgaban del muro, en el acceso a la vivienda, lienzos o paños de un tejido tupido como protector contra la intemperie. Los muros de las habitaciones seguramente  alcanzaron algo menos de 2 metros de alto total  y su techumbre estaba formada por algunas vigas de  tamarugo o algarrobo entreveradas de  ramas,  provista de  una cubierta  de barro encima, del mismo material de los muros. La regla  de medir tiene un metro de largo. (Foto H., Larrain, Junio 2013).


Fig. 35. Las rocas planas del  borde  Sur  de la quebrada de Aroma constituyen  el mejor  espacio para que los antiguos viajeros desplegaran sus habilidades artísticas. Esta potente pared rocosa, originada por coladas volcánicas de antigua data,  han sido el escenario ideal para que los antiguos artistas desplegaran sus habilidades  de dibujantes. Afortunadamente, este bloque y los vecinos se alzan  a bastante altura sobre el fondo del valle, impidiendo así a audaces grafiteros modernos consumar sus usuales fechorías, estampando sin el menor pudor o vergüenza su nombre y  fecha, al lado  mismo de estas venerables inscripciones que datan de muchos siglos. (Foto H. Larrain,  Enero de 2004).


 Fig.  36. Curioso canto rodado  que presenta grabadas e incisas,  varias figuras de círculos, alrededor de 13  en total . Fue descubierto por  el arqueólogo piqueño don Luis Briones Morales, hace algunos años,  en un tramo del Qhapaqñan  cerca de  la quebrada de Chacarilla, y al pie de una antigua apacheta marcadora de ruta donde aparentemente se habrían celebrado rituales  de viaje.  ¿Grabar  la imagen solar, mediante  el trazado de un círculo, era una manera de venerarlo o pedirle favores?. Así nos parece.  ¿Qué favores, expresamente?  No tenemos la respuesta  (Foto H. Larrain, Julio 2013).  

3. La presencia esporádica de agua en el desierto.

Sólo muy de paso nos referimos aquí a la presencia eventual de agua en plena pampa, cuando bajan, arrolladores e impetuosos,  los aluviones. Sobre este tema específico hemos escrito otros capítulos en este mismo Blog, señalando la variedad de especies de plantas que suelen presentarse  con la bajada del huayco o aluvión. (Vea nuestros capítulos  de los días   29/06/ 2012  y  31/08/2012, dedicados  precisamente a examinar y estudiar  la flora que produjo el aluvión en las quebradas de Quisma y de Quipisca, en recientes eventos destructores). 


 Fig. 37.  El agua  era  un recurso vital para los viajeros. Aquí el cauce de un  río esporádico  trae agua tras 14 años de total sequía. Este pequeño cauce  de agua corre a menos de 80 m de los dos chasquihuasis del costado  de la quebrada (Foto H. Larrain, Julio 2012).

Fig. 38.  Planta de retamilla,  en flor (Caesalpinia aphila). Una de las escasísimas especies vegetales que es posible hallar en el desierto, en el fondo de los cauces secos, con motivo de la bajada de torrentes de aluvión en los meses de Febrero y Marzo, cada cierto número de años. Este vegetal es casi el único combustible  que un eventual caminante  puede hallar, aún hoy día,  en este desierto. Su supervivencia  por decenios testimonia, a nuestro entender, la existencia de agua subterránea  en estos parajes,que se halla  a poca profundidad. Creemos firmemente que los antiguos, conocedores de esta realidad, fueron capaces de labrar pozos poco profundos para abastecerse aquí de agua.  De hecho, algunos relatos de cronistas señalan que los Incas, antes de la travesía, hacían labrar y limpiar los pozos para contar con agua fresca a su paso. Pozos que, evidentemente, hoy  han desaparecido por completo por el arribo esporádico de los aluviones y que fue preciso mantener, por obra de los mismos chasquis,  siempre activos. Esta tarea, sin duda, debió sin duda ser parte de  las actividades normales de estos guardadores y custodios de los tambos y tambillos, construidos a la vera del "Qhapaqñan" o "Camino del Inca".  (Foto Luis Pérez,  Agosto 2012). 


Reflexiones y conclusiones.

1. Contra lo que podría esperarse de un desierto, el más árido del planeta,  el viajero puede encontrar aún hoy numerosos elementos que le facilitan la existencia. Fuertes lluvias eventuales, propias del invierno altiplánico, en ocasiones  arrastran gran cantidad de agua, arcilla, barros,  arenas y  y sedimentos hasta casi el extremo Weste de la pampa del Tamarugal, anegando extensas áreas. Si bien aquí mismo no llueve casi nunca, el agua del aluvión baja impetuosa por  las quebradas, procedente del Este, arrasando campos de cultivo y  recintos habitacionales y llenando de lodo y limos extensos sectores de  la superficie. de la pampa. Con ímpetu se interna en  ésta, formando, en ocasiones, verdaderos lagos interiores,  cuya agua somera dura  por muchos meses hasta evaporarse por completo. Hemos sido testigos varias veces de esta situación en distintos años tanto en la quebrada de Tarapacá, como en la de Quipisca, Aroma y  Huatacondo.  

2. Junto con el agua,  el torrente  de aluvión arrastra consigo  toda clase de rocas, algunas de ellas utilísimas al hombre como el basalto y el sílex, el cuarzo o la dacita, la malaquita o la turquesa,  materias primas básicas para la elaboración de puntas de proyectil, cuchillos, raspadores, percutores o morteros y numerosos objetos de adorno personal (collares, pectorales, etc.)

3. Pero también el aluvión arrastró en la antigüedad  enormes árboles enteros, cuyos troncos y ramas quedaron sepultados en la pampa y  fueron descubiertos y explotados más tarde como "leña fósil",  por los cateadores  de la época del salitre.

4. Tales aluviones, con mucho menor potencia y energía que en el pasado, aún son capaces de  arrastrar plantas, cañaverales,  ramas y pequeños troncos que quedan allí  diseminados en el piso de la quebrada como excelente combustible para  la fogata que encendía,  para librarse del frío nocturno, el viajero ocasional o frecuente del pasado. 

5. El paso frecuente de caravanas o caminantes por este desierto y sus huellas ha quedado testimoniado en forma indeleble por la presencia de su cerámica rota, allí abandonada por inútil,  sus  instrumentos, herramientas y objetos desechados o perdidos, desde los tiempos del período de Desarrollo Regional indígena por lo menos.  Hemos hallado cerámica indígena fragmentada, de distintos estilos y épocas,   en numerosos sitios por donde transita el antiguo "Camino del Inca", restos  que se remontan al menos hasta  el Período de Desarrollo Regional (950 DC hasta  la llegada del Inca: 1470  D.C). 

6- Una de estas rutas de comunicación entre los poblados distantes, llamada hoy el "Camino del Inca",  o Qhapaqñan  seguramente  aprovechó, en varios de sus ramales, huellas mucho más antiguas, muy anteriores al  Incario  y permitió un rápido desplazamiento N-S,   tal vez desde los tiempos  del antiguo Tiahuanaco (siglos VII y VIII D.C). Pero no tenemos  aún  pruebas fehacientes de este último aserto. En todo caso, resulta evidente que los Incas trataron de establecer  comunicaciones  muy rápidas y expeditas, entre distancias largas,  y para ello  prefirieron  utilizar aquellos tramos orientados  francamente  con un marcado  rumbo  N-S, sorteando infinita quebradas  secas y  poderosos pedregales.