Fig. 1. Fotografía que ilustra la obra del geógrafo norteamericano Isaiah Bowman: Desert trails of Atacama, en su párrafo: "The desert landscape". (American Geographical Society, Special Publications Nº 5, 1924: 12). (Traducción del inglés: "La abrupta costa del norte de Chile en el puerto salitrero de Caleta Buena. Un funicular conecta la playa con el nivel superior (de la montaña), que se alza entre los 2.000 y 2.500 pies sobre el nivel del mar").
Caleta Buena puerto de embarque del salitre.
Observamos en esta interesante imagen la presencia de un velero, a la espera de ser cargado de salitre. La foto debe corresponder a la década entre 1910-1920. Se puede ver el trazado del funicular (cog railway) así como de probables cañerías para enviar a la playa el salitre molido en los establecimientos del Alto. Impresiona la tremenda altura (720 m.) que tuvo que salvar el funicular que conducía diariamente a los obreros y provisiones hasta la orilla de la playa. En su descripción, Bowman nota con acierto la diferencia enorme que se puede observar entre los paisajes de la costa peruana del extremo sur, donde varios ríos acceden al mar, y esta costa abrupta, sin ríos y totalmente desprovista de agua, en esta sección escarpada de la costa norte chilena.
Conmemoración del Día de Difuntos.
El día 29 de Octubre de este año 2016, en vísperas de la conmemoración cristiana del Día de Difuntos, la Municipalidad de Alto Hospicio, por iniciativa de la señora Patricia Fuentes, encargada de Turismo y Patrimonio, realizó unas romería a dos antiguos cementerios de la zona: Huantajaya y Caleta Buena. La actividad forma parte de un esfuerzo por preservar estos sitios históricos que dan cuenta de la actividad extractiva del salitre, durante los siglos XIX y XX. Con nutrida presencia de visitantes, se honró, por quinto año consecutivo, a las numerosas tumbas de operarios y sus familiares difuntos, cuyos monumentos fúnebres yacen abandonados en medio de la soledad infinita de la pampa. Se decoró las tumbas con ofrendas de coloridas guirnaldas de lata y con despliegue de banda de música y bailes autóctonos. Más de 200 personas en seis autobuses y vehículos particulares participaron esta vez del Acto.
En la mina de plata de Huantajaya.
La visita se inició en el cementerio chileno de la mina de plata de Huantajaya, el único de los tres cementerios del lugar que aún preserva en pie una parte significativa de sus antiguos monumentos funerarios, Esta vez, un amplio dosel y sillas protegían del sol implacable. La ceremonia consistió en un responso religioso, a cargo de una sacerdote columbano de Alto Hospicio, y la presentación de varios conjuntos de bailes, tanto religiosos como autóctonos (aymaras) y una banda de bronces. Los sones profundos y melancólicos de las marchas fúnebres resonaban lúgubremente en esa soledad, recordando la gesta de cientos de pampinos cuyos nombres ya nadie recuerda, que aquí ofrendaron sus vidas para extraer el valioso mineral de plata, durante varios siglos. Varias personas tomaron la palabra en el Acto, entre ellas el poeta iquiqueño Guillermo Ross-Murray, la organizadora del Acto, Patricia Fuentes y el Dr. Horacio Larrain B., a quien la Municipalidad entregó en la ocasión, un galvano de reconocimiento por su labor de estudio y rescate de numerosos objetos patrimoniales procedentes de los desmontes de la mina.
Desaparición o robo de inscripciones funerarias.
En un reportaje anterior nuestro en este mismo blog, señalábamos con tristeza y dolor que una sola inscripción permanecía legible y en su lugar en este camposanto: una mujer Dolores O. de Campos, fallecida en el año 1900 a los 51 años de edad. Todas las demás habían ya desaparecido tanto por el inexorable paso del tiempo, como por la barbarie de osados depredadores clandestinos (Cfr nuestro capítulo: "Cementerio colonial de Huantajaya: visitas efectuadas en 1993/1994"). Tal inscripción ya no existe hoy: han desaparecido hasta los fragmentos de la antigua lápida piadosamente aportada por sus deudos.
Visita al cementerio abandonado de Caleta Buena.
Nuestra segunda visita de homenaje nos condujo, rumbo al sur, al cementerio de la alejada Caleta Buena. Cincuenta y cinco minutos de viaje en vehículo nos condujeron al lugar, hoy totalmente abandonado. Una carretera asfaltada se halla hoy en construcción, de la que existen ya listos unos 15 km de extensión. Al llegar, vemos algunas informes ruinas, correspondientes a almacenes y la antigua maestranza de ferrocarriles que aquí yace hace más de 100 años. Ruinas de viviendas y de establecimientos del mineral. Mucho más que esas ruinas, sin embargo, nos llama la atención el cementerio, conformado por decenas de monumentos funerarios en pie, labrados todos ellos primorosamente en madera de pino oregón. Las tumbas están bien ordenadas en calles perfectamente trazadas. No presenta cierre perimetral alguno. Las antiguas y hermosas guirnaldas hechas con flores blancas de porcelana, han sido robadas hace ya tiempo por saqueadores y visitantes. Las guirnaldas hechas en hojalata, consideradas de poco valor, persisten aún, colgando de sus cruces, ya oxidadas y apenas reconocibles. Es probable que estas tumbas no hayan sido visitadas u homenajeadas en los últimos 50-60 años. Tal vez más. Tal es su lamentable estado actual de abandono. Un sector especial del camposanto concentra a hileras ordenadas de tumbas de párvulos, que se distinguen de inmediato por el pequeño tamaño de sus monumentos de madera.
Caleta Buena en el pasado salitrero.
Caleta Buena fue un importante puerto de embarque del salitre proveniente del cantón próximo que reunía a varias Oficinas salitreras cercanas, las que estaban unidas por un ferrocarril de trocha angosta, que terminaba en el lugar llamado "el Alto". Aquí había almacenes, bodegas, oficinas de correos y telégrafo. Abajo junto a la playa en la terraza marina, estaban las viviendas de obreros, las bodegas para el salitre y -cosa muy importante- un establecimiento para la destilación de agua de mar. Un impresionante andarivel que salvaba una impresionante altura de 720 m., permitía el descenso hasta la playa, tal como lo señala explícitamente el Diccionario Jeográfico de Chile de Luis Riso Patrón (1924: 120). Hemos revisado, igualmente, el libro del historiador Oscar Bermúdez titulado Historia del Salitre ( dos vols, 1963, y 1984) en busca de referencias concretas a Caleta Buena. No las hemos hallado, salvo una vaga referencia a un andarivel que suponemos sea el de este puerto de embarque.
Nuestras fotografías del estado actual del cementerio de Caleta Buena.
Todas las imágenes aquí presentadas son nuestras y corresponden a nuestra visita efectuada el día 29 de Octubre 2016.
Fig. 2. Vista del camposanto de Caleta Buena, llegando desde el sur. Armazones de madera en cuadro, finamente trabajadas y curtidas por el paso del tiempo, decoran las tumbas.
Fig.3. Las típicas armazones de madera de pino oregón, de uso generalizado en las Oficinas Salitreras de la pampa chilena. Cada familia se esmeraba por decorar la tumba de sus deudos.
Fig. 4. Las pocas guirnaldas hechas de hojalata que aún cuelgan, descoloridas y marchitas, de sus cruces. De esta tumba solo se conserva visible el túmulo de tierra, coronado por la cruz engalanada en varias ocasiones.
Fig. 5. Era costumbre instalar, en la parte superior de la tumba , al lado de la cruz, un pequeño relicario o retablo donde se colocaba el nombre del difunto y la fecha de su fallecimiento y defunción. No pocas veces se incluía aquí, resguardada del sol, una fotografía del fallecido.
Fig. 6. Caída, abajo, se conserva aún incòlume la inscripción de esta tumba. Corresponde a la señora Zoila Rospigliosi.
Fig. 7. Zoom a la misma inscripción anterior, milagrosamente conservada a pesar de estar impresa en vidrio. Se puede aún leer con cierta dificultad: "A mi querida madre (Q.E.P.D.) Zoila Rospigliosi 1878-1901". Esta es una de las poquísimas inscripciones que aún se conservan in situ. ¿Por cuánto tiempo aún...? . ¡Ojalá que no la roben o destruyan!.
Fig. 8. Pequeño monumento funerario de un párvulo, sin nombre. Sobre un pequeño radier de cemento, se ha instalado el armazón de madera, primorosamente labrado.
Fig. 9. ¿Una tumba vandalizada?. Los sismos de la zona han hecho el resto.
Fig. 10. Un simple túmulo de tierra coronado por una cruz. En la parte media de la cruz debió estar la inscripción respectiva de la que ya no quedan rastros. Tal vez nunco poseyó la típica armazón de madera que se sobreimponía al enterramiento. O, tal vez, se lo llevaron...
Fig. 11. Algunas pocas tumbas, como ésta, ostentan en su parte superior figuras de casas o viviendas en miniatura, con sus escaleras de acceso, como en el caso presente. Tal vez -como en el caso de las "animitas" de los caminos- , para que el difunto en su vagar, reconozca su lugar de origen y retorne a su sepulcro.
Fig. 12. Una "casita" que coronaba unas tumba se ha desprendido de su sitio primitivo.
Fig. 13. Túmulo funerario enteramente atípico: solo una enorme cruz cubre por completo el sitio del ataúd de madera. En la parte media de la cruz, la placa de madera que portaba la inscripción, hoy ilegible.
Fig. 14. Sencillo monumento fúnebre que presentaba, en su parte media, el nombre y, probablemente, la fotografía del fallecido.
Fig. 15. La cruz ha desaparecido de su posición original.
Fig. 16. Una tumba olvidada.
Fig. 17. El poeta iquiqueño Guillermo Ross-Murray tratando de descifrar el nombre del finado, aquí desgraciadamente ya ilegible.
Fig. 18. Guillermo recorre en silencio, como ensimismado, el doliente camposanto.
Fig. 19. Nuestro amigo Guillermo ha encontrado, entre las tumbas, una antigua botella de soda, de la época salitrera, que seguramente encerró un día una flor como ofrenda.
Fig. 20. En el suelo, entre los escombros de una tumba, esta flor hecha en hojalata, parte de una antigua guirnalda, despedazada.
Fig. 21. Las tumbas y sus monumentos en madera muestran gran variedad de tipos de cruces.
Fig. 22. Esta monumento fúnebre muestra, en su parte superior, una torre de iglesia con escala de acceso. En varias tumbas, vinos esta curiosas representaciones de viviendas o capillas.
Fig. 24. La imaginación de los artesanos locales -los propios obreros- discurrió todas clase de variantes estilísticas al esquema original de monumento funerario.
Fig. 25. Colgando de la gran cruz, un nicho a manera de retablo con puerta de rejas, donde lució un día la fotografía del finado.
Fig. 27. Los visitantes, meditabundos y silenciosos, recorren las tumbas engalanándolas con nuevas guirnaldas de hojalata, hechas para esta visita piadosa.
Fig. 28. Vista desde lo alto hacia el litoral oceánico. Más de 700 m de abrupta caída presenta aquí el acantilado costero.
Fig. 29. Vista hacia el NW desde las cimas del acantilado. La esterilidad del paisaje es total. Solo pudimos observar entre las grietas de las rocas expuestas la presencia de escasos líquenes, los que también han logrado prender, con el paso del tiempo, entre las cruces de madera del camposanto.
Fig. 30. La planicie alta donde se asienta el cementerio, da lugar a la abrupta caída en un ángulo de 35º- 40º de inclinación. Aquí se hallaba instalado el funicular que permitía descender hasta la playa.
Visita al cementerio abandonado de Caleta Buena.
Nuestra segunda visita de homenaje nos condujo, rumbo al sur, al cementerio de la alejada Caleta Buena. Cincuenta y cinco minutos de viaje en vehículo nos condujeron al lugar, hoy totalmente abandonado. Una carretera asfaltada se halla hoy en construcción, de la que existen ya listos unos 15 km de extensión. Al llegar, vemos algunas informes ruinas, correspondientes a almacenes y la antigua maestranza de ferrocarriles que aquí yace hace más de 100 años. Ruinas de viviendas y de establecimientos del mineral. Mucho más que esas ruinas, sin embargo, nos llama la atención el cementerio, conformado por decenas de monumentos funerarios en pie, labrados todos ellos primorosamente en madera de pino oregón. Las tumbas están bien ordenadas en calles perfectamente trazadas. No presenta cierre perimetral alguno. Las antiguas y hermosas guirnaldas hechas con flores blancas de porcelana, han sido robadas hace ya tiempo por saqueadores y visitantes. Las guirnaldas hechas en hojalata, consideradas de poco valor, persisten aún, colgando de sus cruces, ya oxidadas y apenas reconocibles. Es probable que estas tumbas no hayan sido visitadas u homenajeadas en los últimos 50-60 años. Tal vez más. Tal es su lamentable estado actual de abandono. Un sector especial del camposanto concentra a hileras ordenadas de tumbas de párvulos, que se distinguen de inmediato por el pequeño tamaño de sus monumentos de madera.
Caleta Buena en el pasado salitrero.
Caleta Buena fue un importante puerto de embarque del salitre proveniente del cantón próximo que reunía a varias Oficinas salitreras cercanas, las que estaban unidas por un ferrocarril de trocha angosta, que terminaba en el lugar llamado "el Alto". Aquí había almacenes, bodegas, oficinas de correos y telégrafo. Abajo junto a la playa en la terraza marina, estaban las viviendas de obreros, las bodegas para el salitre y -cosa muy importante- un establecimiento para la destilación de agua de mar. Un impresionante andarivel que salvaba una impresionante altura de 720 m., permitía el descenso hasta la playa, tal como lo señala explícitamente el Diccionario Jeográfico de Chile de Luis Riso Patrón (1924: 120). Hemos revisado, igualmente, el libro del historiador Oscar Bermúdez titulado Historia del Salitre ( dos vols, 1963, y 1984) en busca de referencias concretas a Caleta Buena. No las hemos hallado, salvo una vaga referencia a un andarivel que suponemos sea el de este puerto de embarque.
Nuestras fotografías del estado actual del cementerio de Caleta Buena.
Todas las imágenes aquí presentadas son nuestras y corresponden a nuestra visita efectuada el día 29 de Octubre 2016.
Fig. 2. Vista del camposanto de Caleta Buena, llegando desde el sur. Armazones de madera en cuadro, finamente trabajadas y curtidas por el paso del tiempo, decoran las tumbas.
Fig.3. Las típicas armazones de madera de pino oregón, de uso generalizado en las Oficinas Salitreras de la pampa chilena. Cada familia se esmeraba por decorar la tumba de sus deudos.
Fig. 4. Las pocas guirnaldas hechas de hojalata que aún cuelgan, descoloridas y marchitas, de sus cruces. De esta tumba solo se conserva visible el túmulo de tierra, coronado por la cruz engalanada en varias ocasiones.
Fig. 5. Era costumbre instalar, en la parte superior de la tumba , al lado de la cruz, un pequeño relicario o retablo donde se colocaba el nombre del difunto y la fecha de su fallecimiento y defunción. No pocas veces se incluía aquí, resguardada del sol, una fotografía del fallecido.
Fig. 6. Caída, abajo, se conserva aún incòlume la inscripción de esta tumba. Corresponde a la señora Zoila Rospigliosi.
Fig. 7. Zoom a la misma inscripción anterior, milagrosamente conservada a pesar de estar impresa en vidrio. Se puede aún leer con cierta dificultad: "A mi querida madre (Q.E.P.D.) Zoila Rospigliosi 1878-1901". Esta es una de las poquísimas inscripciones que aún se conservan in situ. ¿Por cuánto tiempo aún...? . ¡Ojalá que no la roben o destruyan!.
Fig. 8. Pequeño monumento funerario de un párvulo, sin nombre. Sobre un pequeño radier de cemento, se ha instalado el armazón de madera, primorosamente labrado.
Fig. 9. ¿Una tumba vandalizada?. Los sismos de la zona han hecho el resto.
Fig. 10. Un simple túmulo de tierra coronado por una cruz. En la parte media de la cruz debió estar la inscripción respectiva de la que ya no quedan rastros. Tal vez nunco poseyó la típica armazón de madera que se sobreimponía al enterramiento. O, tal vez, se lo llevaron...
Fig. 11. Algunas pocas tumbas, como ésta, ostentan en su parte superior figuras de casas o viviendas en miniatura, con sus escaleras de acceso, como en el caso presente. Tal vez -como en el caso de las "animitas" de los caminos- , para que el difunto en su vagar, reconozca su lugar de origen y retorne a su sepulcro.
Fig. 12. Una "casita" que coronaba unas tumba se ha desprendido de su sitio primitivo.
Fig. 13. Túmulo funerario enteramente atípico: solo una enorme cruz cubre por completo el sitio del ataúd de madera. En la parte media de la cruz, la placa de madera que portaba la inscripción, hoy ilegible.
Fig. 14. Sencillo monumento fúnebre que presentaba, en su parte media, el nombre y, probablemente, la fotografía del fallecido.
Fig. 15. La cruz ha desaparecido de su posición original.
Fig. 16. Una tumba olvidada.
Fig. 17. El poeta iquiqueño Guillermo Ross-Murray tratando de descifrar el nombre del finado, aquí desgraciadamente ya ilegible.
Fig. 18. Guillermo recorre en silencio, como ensimismado, el doliente camposanto.
Fig. 19. Nuestro amigo Guillermo ha encontrado, entre las tumbas, una antigua botella de soda, de la época salitrera, que seguramente encerró un día una flor como ofrenda.
Fig. 20. En el suelo, entre los escombros de una tumba, esta flor hecha en hojalata, parte de una antigua guirnalda, despedazada.
Fig. 21. Las tumbas y sus monumentos en madera muestran gran variedad de tipos de cruces.
Fig. 22. Esta monumento fúnebre muestra, en su parte superior, una torre de iglesia con escala de acceso. En varias tumbas, vinos esta curiosas representaciones de viviendas o capillas.
Fig. 23. Zoom hecho a la imagen anterior, mostrando el detalle de la torre de una iglesia, hecha en latón con su escala y empalizada perimetral.
Fig. 25. Colgando de la gran cruz, un nicho a manera de retablo con puerta de rejas, donde lució un día la fotografía del finado.
Fig. 26. Representación en miniatura de una sencilla vivienda obrera, coronando la tumba. La cruz está abajo caída.
Fig. 27. Los visitantes, meditabundos y silenciosos, recorren las tumbas engalanándolas con nuevas guirnaldas de hojalata, hechas para esta visita piadosa.
Fig. 28. Vista desde lo alto hacia el litoral oceánico. Más de 700 m de abrupta caída presenta aquí el acantilado costero.
Fig. 29. Vista hacia el NW desde las cimas del acantilado. La esterilidad del paisaje es total. Solo pudimos observar entre las grietas de las rocas expuestas la presencia de escasos líquenes, los que también han logrado prender, con el paso del tiempo, entre las cruces de madera del camposanto.
Fig. 30. La planicie alta donde se asienta el cementerio, da lugar a la abrupta caída en un ángulo de 35º- 40º de inclinación. Aquí se hallaba instalado el funicular que permitía descender hasta la playa.
Fig. 31. Una de las poquísimas lápidas existentes aún in situ en este cementerio, destruida. Manos piadosas han tratado de reconstituir la leyenda: "A la memoria de María Alcázar Chocano fallecida el 19 ........de edad de....". Inútilmente buscamos por los alrededores los otros trozos faltantes de la lápida. Al recorrer junto a Guillermo Ross-Murray el desolado camposanto, solo pudimos hallar 4 leyendas aún legibles, entre las decenas de tumbas y túmulos presentes. La memoria de sus fallecidos ya se ha perdido. Tal vez algún documento eclesial conserve en sus archivos, en Iquique, sus nombres. Tal vez... (Compare con Figuras 6 y 7, más arriba).
Comentario ecológico -cultural.
1. Con toda probabilidad, los aquí enterrados fueron sepultados entre los años 1880 y 1920, al menos. Es decir, han transcurrido ya más de 90 años desde su abandono definitivo.
2. No conocemos antecedentes de que se haya realizado aquí una ceremonia recordatoria, con colocación de guirnaldas y presencia de cánticos y bandas de música, con anterioridad a esta fecha de nuestra visita, a juzgar por el estado de abandono de las antiguas y ya descoloridas guirnaldas de hojalata que aún cuelgan de las cruces.
3. Según algunos testigos, los recientes terremotos y sismos, habrían causado daños en los monumentos fúnebres.
4. No deja de sorprendernos, de todos modos, la casi total desaparición de las inscripciones fúnebres. También han desaparecido todas las antiguas flores de porcelana, robadas por turistas y visitantes sin escrúpulos.
5. Este como tantos otros cementerios de la pampa salitrera, son hoy valiosos monumentos históricos que no sólo merecen nuestro máximo respeto por tratarse de seres humanos que aquí laboraron, sufrieron y murieron, sino también porque son parte fundamental de una compleja historia regional, en la que muchos se enriquecieron extrayendo el salitre, a costa del sufrimiento y el dolor de sus obreros. Basta comparar este cementerio y sus simples monumentos en madera de pino oregón con las elaboradas tumbas del cementerio de los ingleses, situado en la quebrada de Tiliviche, con suntuosos monumentos en metal y en piedra y provistas de inscripciones imperecederas. Ambos, sin embargo, han tenido un mismo destino común: el olvido y la soledad al amparo del sol ardiente del desierto. ¿Qué familia inglesa o alemana, o qué familia peruana o tarapaqueña recuerda hoy con piedad filial, a sus numerosos deudos fallecidos en esta pampa reseca?. Nosotros volvemos a musitar, al abandonar cabizbajos el camposanto a su ominosa soledad:
"Dios mío, Dios mío, qué solos se quedan los muertos!" (Becker).
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