Las apachetas: ¿estructuras señalizadoras de ruta o sitios de ritualidad andina?.
Fig. 1. Típica apacheta andina formada a través de los siglos por infinitas piedras acarreadas por los viajeros para descargar en ella sus fatigas y cansancios, al amparo de la deidad protectora de los caminos. Se las encuentra a la vera de los antiguas huellas por donde se transitaba. Se las solía erigir en las abras o portezuelos, o a veces en las cimas de cerros. Su función religiosa y ritual es aquí explicada con citas de los Cronistas de los siglos XVI y XVII.
Discusión acerca de su finalidad primera.
A propósito de nuestra participación como arqueólogo de campo en el reciente estudio sobre el Qhapaqñan o Camino del Inca en la región de Tarapacá (2013-2015), dirigido por arquitectos de la Universidad Arturo Prat de Iquique (Norte de Chile), hemos tropezado con una apasionante discusión entre los autores acerca del objetivo preciso de estas extrañas construcciones llamadas "apachetas". Para algunos, se trataría primaria y elementalmente de elementos señalizadores o marcadores de ruta (L. Núñez); para otros, (al parecer la mayoría) se trata, además, de hitos de un carácter esencialmente ritual y místico, inscritos en el paisaje, a la vera de antiguas huellas caravaneras, donde el caminante ora e invoca a la divinidad. ¿Qué eran primariamente estos curiosas estructuras formadas por infinidad de piedras, de forma aproximadamente cónica y de base casi circular?. Cuál fue su función primaria? O lo que es lo mismo, ¿para qué o por qué las erigían al costado de sus antiguas sendas o huellas?. ¿Qué dicen las fuentes tanto hispanas como indígenas a este respecto?. ¿Podríamos hablar, tal vez, de una especie de multi-funcionalidad en su construcción?.
Investiguemos un poco este tema.
No pretendemos, por cierto, agotarlo aquí. Pero sí, ofrecer al lector de este Blog abundante material de reflexión al respecto. Esta reflexión nos parece de suma relevancia cuando se somete a estudio estas estructuras antiguas, siempre ubicadas a los costados de antiguas huellas de tránsito de llamas. Huellas denominadas frecuentemente "caravaneras" en la literatura arqueológica reciente (Ver Núñez, Lautaro, 1962, 1976, 1985, 1994, 2000; Núñez y Dillehay, 1979, 1995; Nielsen et al, 1997, Berenguer, 2004 ). Las antiguas caravanas estaban formadas por grupos de llamas, (entre 5-10 y a veces más de 40 animales en total), guiados por uno o dos arrieros indígenas, y conformaban auténticas caravanas que por días y días viajaban a la costa desde el altiplano para realizar tareas de trueque y comercio desde tempranos tiempos precolombinos. Estas caravanas se detenían en lugares precisos para reposar, en las abras entre montañas, donde sus ancestros habían erigido - y no por azar- estas estructuras.
Una definición.
Diversos cronistas nos definen y/o se refieren a estas estructuras. Algunos, como Garcilaso de la Vega, el mestizo, se afanan infructuosamente por buscarle un significado propio a partir de su lengua, la quechua. Vano intento, como lo ha demostrado el lingüista Cerrón-Palomino, pues la voz es de origen aimara, y no quechua. "Apachita" (¡ no apacheta!) fue unánimemente nombrada por los más antiguos cronistas.
Dice el cronista mestizo Garcilaso de la Vega:
"Declarando el nombre Apachitas que los españoles dan a las cumbres de las cuestas muy altas y las hazen dioses de los indios, es de saber que ha de dezir Apachecta, es dativo y el genitivo es apachecpa, de este participio de presente apáchec, que es el nominativo, y con la sílaba -ta se hace dativo: quiere dezir que hace llevar. Pero conforme a la frasis de la lengua [...] quiere dezir demos gracias y ofrezcamos algo al que haze llevar estas cargas, dándonos fuerças y vigor para subir por cuestas tan ásperas como esta"[...]. (Garcilaso de la Vega, [1609] 1943: II, IV: 73; cit. in Cerrón-Palomino, Voces del Ande, Ensayos sobre oonomástica andina, Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, Lima, 2008: 91).
Según Cerrón-Palomino, a quien seguimos aquí, Garcilaso inútilmente trata de explicar a través del quechua un término que le resulta extraño, el que, por lo demás, es claramente de origen aimara, y sería anterior a la quechuización ocurrida en toda el área del Cuzco.
Polo de Ondegardo, en cambio, el reposado y erudito jurista español de mediados del siglo XVI nos entrega una ilustrativa definición de estas estructuras. Su juicio ponderado, alabado por los historiadores, nos infunde plena confianza en la veracidad y autenticidad de sus dichos. Se refiere específicamente al rol de adoratorios de estas estructuras:
"Item [asimismo] los Serranos adoran montones de piedras que hazen ellos mesmos en las llanadas o encrucijadas, o en cumbres de montes, que en el Cuzco y en los Collas se llaman Apachitas y en otras partes las llaman Cotorayac rumi, o por otros vocablos". (Polo de Ondegardo, [1559], 1985: 253; cit. en Cerrón-Palomino, 2008: 89).
Un breve comentario nuestro a esta cita del jurista español.
a) nos afirma que se trata de una costumbre de los "Serranos" [es decir de los aimaras] y con toda razón, pues al menos en la región de Tarapacá, no existen apachetas en zonas bajo los 3.000 m. de altitud; a lo más, mojones o hitos, lo que es diferente;
b) los montones de piedras los forman ellos mismos. Son creaciones humanas. No preexiste allí ningún montículo natural de rocas que le diera origen;
c) se presentan en las hoyadas o abras de montaña , y también en las cimas de cerros;
d) se llaman en realidad "apachitas" y no "apachetas", como trató de convencernos Garcilaso de la Vega;
e) Por fin, allí "adoran" los habitantes de la Sierra. ¿A quién adoran". Claramente, a Pachamama. Lo veremos más abajo en una notable cita de Bowman el gran geógrafo norteamericano, eximio conocedor de las montaña de los Andes.
Joseph de Arriaga, jesuíta español, encargado por las autoridades de acumular evidencias y pruebas sobre la idolatría que todavía subsistía, a casi un siglo de la conquista (1621), entre los indígenas peruanos, es otro valioso testigo de especial interés para nuestro estudio. Pues su función era, precisamente, aportar evidencias concretas de la supervivencia de diversos ritos y ceremonias de la gentilidad. Pertenece Arriaga al grupo de sacerdotes que se ha denominado los "extirpadores de herejías", encargados por la autotidad virreinal de "purificar" las creencias de los nativos, presuntamente ya incorporados al Cristianismo.
Nos dice Arriaga:
"A estos montoncillos de piedra suelen llamar [los españoles] Apachitas, y dicen algunos que los adoran y no son sino piedras que han ido amontonado [los indios] con esta superstición: ofreciéndoles a quienes les quita el cansancio y les ayuda a llevar la carga, que es es apacheta" " (en su obra: La Extirpación de las herejías en el Perú, 1999 [1621], Estudio Preliminar y Notas de Henrique Urbano, Cuzco, C.E.R.A. , Instituto Bartolomé de Las Casas", cit. en Cerrón Palomino: Voces del Ande, Ensayos sobre Onomástica Andina, Pontificia Universidad Católica del Perú. 2008: 91).
Nuestro comentario.
a) No sabe decirnos con certeza Arriaga si este rito involucra o no a su juicio, adoración. Mas bien, la reconoce como una "superstición";
b) este acto les quita el cansancio del viaje y les hace recuperar sus fuerzas;
c) al no ser, en opinión de Arriaga, propiamente adoratorios sino "solo piedras", nos parece que no ve el sacerdote la necesidad de derribarlas o demolerlas; y tal vez por esto mismo, han logrado sobrevivir hasta nuestros días.
La opinión de Santacruz Pachacuti:
Por fin, traigamos a colación la explicación que nos da el cronista Juan de Santacruz Pachacuti, una de las mejores descripciones que existen, escribiendo hacia el año 1620:
"y en este tiempo [es decir, en época de Sinchi Roca, el 2º Inca], dizen que un yndio encantador se entrometió por uno de los oficiales de guerra, el qual les abía dicho que los llamasen apachitas, y los pusso un rito que cada pasajero pasasse con piedras grandes para dejar para el dicho efecto nessesario ya declarado; y más lo había dicho el dicho encantador al capitán del Ynga que todos los soldados los echasen los cochachos, cocas mascados, al serro por donde passaren, deziendo: say coyñiy cay pitacqui pariyon coyñiypas hinatac. Y desde entonces los comensaron a llevar piedras y echar cocas, porque aquel encantador los hazía assí hordinariamente. Y muchas veces aconteció que los apachitas o serros y dentro dellas los respondían " nora buena" [es decir, "Enhorabuena"], con esto fueron creydos por aquella pobre gente de los tiempos passados". (Santa Cruz Pachacuti Yamqui Salcamagua, Relación de antigüedades deste reyno del Pirú, edic. 1968: 287). ,
Comentario nuestro:
a) Las denomina el cronista indio, al igual que Polo de Ondegardo, como "apachitas", no apachetas,
b) Dice expresamente este cronista que se trata de un "rito" [...los pusso un rito...] que fue impuesto por una autoridad religiosa (encantador) a todos los que por allí pasaran;
c) El rito consistía en echar y agregar a la pila ya existente una piedra grande, y las mascadas de coca que traen en la boca [acullicu];
d) Hacen allí un ruego a la apachita en lengua quechua al depositar su ofrenda; nuestro amigo, el lingüista peruano Rodolfo Cerrón-Palomino, consultado al efecto, nos ha ofrecido la traducción siguiente: del texto quechua del cronista: "cansancio mío, quédate aquí; enfermedad mía (quédate también)". En su expresión fonológica quechua, según Cerrón, sería: "sayk´uyñiy kaypitaq qhipariy, unquyñipas hinataq".
e) se realiza, por tanto, una breve conversación, o mejor aún un diálogo con la apacheta, un ruego explícito a la deidad allí representada para que acepte y reciba el cansancio o la enfermedad del viajero recién llegado.
f) No es, pues, como podría creerse, una mera exclamación de alivio al llegar a ese lugar de reposo acostumbrado, sino un auténtico diálogo Porque hay una petición explícita y una respuesta.
g) Las apachitas responde al viajero que les habla, con el término " enhorabuena", Es decir, "que se cumpla cabalmente tu ruego".
"Con el nombre de apacheta se designa en la región andina sureña, concretamente en el Perú, Bolivia, Chile, y el noroeste argentino, a los montículos de piedra acumulados en lugares especiales, principalmente en cumbres de cerros por los caminantes indígenas que transportaban cargas pesadas, a manera de ofrenda simbólica a sus divinidades para que éstas los aliviaran de las fatigas y del cansancio de sus trajines". (Cerrón-Palomino, 2008: 89)
Una definición.
Diversos cronistas nos definen y/o se refieren a estas estructuras. Algunos, como Garcilaso de la Vega, el mestizo, se afanan infructuosamente por buscarle un significado propio a partir de su lengua, la quechua. Vano intento, como lo ha demostrado el lingüista Cerrón-Palomino, pues la voz es de origen aimara, y no quechua. "Apachita" (¡ no apacheta!) fue unánimemente nombrada por los más antiguos cronistas.
Dice el cronista mestizo Garcilaso de la Vega:
"Declarando el nombre Apachitas que los españoles dan a las cumbres de las cuestas muy altas y las hazen dioses de los indios, es de saber que ha de dezir Apachecta, es dativo y el genitivo es apachecpa, de este participio de presente apáchec, que es el nominativo, y con la sílaba -ta se hace dativo: quiere dezir que hace llevar. Pero conforme a la frasis de la lengua [...] quiere dezir demos gracias y ofrezcamos algo al que haze llevar estas cargas, dándonos fuerças y vigor para subir por cuestas tan ásperas como esta"[...]. (Garcilaso de la Vega, [1609] 1943: II, IV: 73; cit. in Cerrón-Palomino, Voces del Ande, Ensayos sobre oonomástica andina, Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, Lima, 2008: 91).
Según Cerrón-Palomino, a quien seguimos aquí, Garcilaso inútilmente trata de explicar a través del quechua un término que le resulta extraño, el que, por lo demás, es claramente de origen aimara, y sería anterior a la quechuización ocurrida en toda el área del Cuzco.
Polo de Ondegardo, en cambio, el reposado y erudito jurista español de mediados del siglo XVI nos entrega una ilustrativa definición de estas estructuras. Su juicio ponderado, alabado por los historiadores, nos infunde plena confianza en la veracidad y autenticidad de sus dichos. Se refiere específicamente al rol de adoratorios de estas estructuras:
"Item [asimismo] los Serranos adoran montones de piedras que hazen ellos mesmos en las llanadas o encrucijadas, o en cumbres de montes, que en el Cuzco y en los Collas se llaman Apachitas y en otras partes las llaman Cotorayac rumi, o por otros vocablos". (Polo de Ondegardo, [1559], 1985: 253; cit. en Cerrón-Palomino, 2008: 89).
Un breve comentario nuestro a esta cita del jurista español.
a) nos afirma que se trata de una costumbre de los "Serranos" [es decir de los aimaras] y con toda razón, pues al menos en la región de Tarapacá, no existen apachetas en zonas bajo los 3.000 m. de altitud; a lo más, mojones o hitos, lo que es diferente;
b) los montones de piedras los forman ellos mismos. Son creaciones humanas. No preexiste allí ningún montículo natural de rocas que le diera origen;
c) se presentan en las hoyadas o abras de montaña , y también en las cimas de cerros;
d) se llaman en realidad "apachitas" y no "apachetas", como trató de convencernos Garcilaso de la Vega;
e) Por fin, allí "adoran" los habitantes de la Sierra. ¿A quién adoran". Claramente, a Pachamama. Lo veremos más abajo en una notable cita de Bowman el gran geógrafo norteamericano, eximio conocedor de las montaña de los Andes.
Joseph de Arriaga, jesuíta español, encargado por las autoridades de acumular evidencias y pruebas sobre la idolatría que todavía subsistía, a casi un siglo de la conquista (1621), entre los indígenas peruanos, es otro valioso testigo de especial interés para nuestro estudio. Pues su función era, precisamente, aportar evidencias concretas de la supervivencia de diversos ritos y ceremonias de la gentilidad. Pertenece Arriaga al grupo de sacerdotes que se ha denominado los "extirpadores de herejías", encargados por la autotidad virreinal de "purificar" las creencias de los nativos, presuntamente ya incorporados al Cristianismo.
Nos dice Arriaga:
"A estos montoncillos de piedra suelen llamar [los españoles] Apachitas, y dicen algunos que los adoran y no son sino piedras que han ido amontonado [los indios] con esta superstición: ofreciéndoles a quienes les quita el cansancio y les ayuda a llevar la carga, que es es apacheta" " (en su obra: La Extirpación de las herejías en el Perú, 1999 [1621], Estudio Preliminar y Notas de Henrique Urbano, Cuzco, C.E.R.A. , Instituto Bartolomé de Las Casas", cit. en Cerrón Palomino: Voces del Ande, Ensayos sobre Onomástica Andina, Pontificia Universidad Católica del Perú. 2008: 91).
Nuestro comentario.
a) No sabe decirnos con certeza Arriaga si este rito involucra o no a su juicio, adoración. Mas bien, la reconoce como una "superstición";
b) este acto les quita el cansancio del viaje y les hace recuperar sus fuerzas;
c) al no ser, en opinión de Arriaga, propiamente adoratorios sino "solo piedras", nos parece que no ve el sacerdote la necesidad de derribarlas o demolerlas; y tal vez por esto mismo, han logrado sobrevivir hasta nuestros días.
La opinión de Santacruz Pachacuti:
Por fin, traigamos a colación la explicación que nos da el cronista Juan de Santacruz Pachacuti, una de las mejores descripciones que existen, escribiendo hacia el año 1620:
"y en este tiempo [es decir, en época de Sinchi Roca, el 2º Inca], dizen que un yndio encantador se entrometió por uno de los oficiales de guerra, el qual les abía dicho que los llamasen apachitas, y los pusso un rito que cada pasajero pasasse con piedras grandes para dejar para el dicho efecto nessesario ya declarado; y más lo había dicho el dicho encantador al capitán del Ynga que todos los soldados los echasen los cochachos, cocas mascados, al serro por donde passaren, deziendo: say coyñiy cay pitacqui pariyon coyñiypas hinatac. Y desde entonces los comensaron a llevar piedras y echar cocas, porque aquel encantador los hazía assí hordinariamente. Y muchas veces aconteció que los apachitas o serros y dentro dellas los respondían " nora buena" [es decir, "Enhorabuena"], con esto fueron creydos por aquella pobre gente de los tiempos passados". (Santa Cruz Pachacuti Yamqui Salcamagua, Relación de antigüedades deste reyno del Pirú, edic. 1968: 287). ,
Comentario nuestro:
a) Las denomina el cronista indio, al igual que Polo de Ondegardo, como "apachitas", no apachetas,
b) Dice expresamente este cronista que se trata de un "rito" [...los pusso un rito...] que fue impuesto por una autoridad religiosa (encantador) a todos los que por allí pasaran;
c) El rito consistía en echar y agregar a la pila ya existente una piedra grande, y las mascadas de coca que traen en la boca [acullicu];
d) Hacen allí un ruego a la apachita en lengua quechua al depositar su ofrenda; nuestro amigo, el lingüista peruano Rodolfo Cerrón-Palomino, consultado al efecto, nos ha ofrecido la traducción siguiente: del texto quechua del cronista: "cansancio mío, quédate aquí; enfermedad mía (quédate también)". En su expresión fonológica quechua, según Cerrón, sería: "sayk´uyñiy kaypitaq qhipariy, unquyñipas hinataq".
e) se realiza, por tanto, una breve conversación, o mejor aún un diálogo con la apacheta, un ruego explícito a la deidad allí representada para que acepte y reciba el cansancio o la enfermedad del viajero recién llegado.
f) No es, pues, como podría creerse, una mera exclamación de alivio al llegar a ese lugar de reposo acostumbrado, sino un auténtico diálogo Porque hay una petición explícita y una respuesta.
g) Las apachitas responde al viajero que les habla, con el término " enhorabuena", Es decir, "que se cumpla cabalmente tu ruego".
La definición de los especialistas modernos.
Sigo aquí a Cerrón-Palomino en su erudito ensayo sobre el origen de esta palabra que según el lingüista peruano sería aimara y en ningún caso quechua:"Con el nombre de apacheta se designa en la región andina sureña, concretamente en el Perú, Bolivia, Chile, y el noroeste argentino, a los montículos de piedra acumulados en lugares especiales, principalmente en cumbres de cerros por los caminantes indígenas que transportaban cargas pesadas, a manera de ofrenda simbólica a sus divinidades para que éstas los aliviaran de las fatigas y del cansancio de sus trajines". (Cerrón-Palomino, 2008: 89)
Caravanas y arreos....
Dejemos constancia que esta ritualidad propia de la arriería ancestral, de tipo comercial o de trueque entre comunidades humanas, de la que hay trazas a partir de los inicios de la era cristiana, si no antes, nada tiene que ver con la arriería organizada de época colonial, mediante la cual, en potentes recuas de mulares, se trasladaba el mineral de plata o la plata labrada, desde Potosí (en Bolivia) al puerto de Arica, en el Perú colonial (siglos XVI-XVIII). Sin embargo, frecuentemente siguió exactamente las mismas huellas antiguas. Casi nunca -que sepamos- los españoles se preocuparon de abrir caminos nuevos en América, si los había antiguos, transitables y bien abastecidos ( de tambos, tambillos y almacenes).
Experiencia propia.
Hace unos 14 años, hicimos una expedición desde la localidad de Pica en vehículo hacia la quebrada de Tasma. Nuestro guía era un piqueño, antiguo residente en Tasma, Anselmo Charcas Pacha. Nos acompañaba también el piqueño Enrique Loayza. Viajábamos en nuestro viejo Chevrolet 1980. Tomamos rumbo al Norte, bordeando los sectores de dunas del tipo "barjanes" hasta llegar a la pequeña quebrada de Cicsa donde dejamos el vehículo para continuar a pie. Portábamos víveres y un par de carpas. Armamos carpa la primera noche, pero era tanto el frío reinante, que pronto desistimos de dormir y decidimos seguir a pie aprovechando la noche de luna llena que iluminaba bastante bien la senda a seguir. Caminamos algunas horas. Al alba, llegamos al alto de Tasma donde nos detuvimos al pie de una estructura formada por muchas piedras superpuestas. Anselmo nos explica que se trata de una "apacheta". Nos cuenta que aquí por tradición solían reposar sus padres y abuelos antes de emprender la larga y fatigosa bajada a Tasma. Aquí nos explicó el significado del rito que acostumbraban realizar, al llegar a este punto. Son "costumbres de los antiguos", nos dice como queriendo justificarse. En seguida, fue a buscar una piedra por los alrededores, la que, con devoción evidente, agregó al conjunto. Seguía con este gesto la tradición de sus padres y abuelos.
Experiencia propia.
Hace unos 14 años, hicimos una expedición desde la localidad de Pica en vehículo hacia la quebrada de Tasma. Nuestro guía era un piqueño, antiguo residente en Tasma, Anselmo Charcas Pacha. Nos acompañaba también el piqueño Enrique Loayza. Viajábamos en nuestro viejo Chevrolet 1980. Tomamos rumbo al Norte, bordeando los sectores de dunas del tipo "barjanes" hasta llegar a la pequeña quebrada de Cicsa donde dejamos el vehículo para continuar a pie. Portábamos víveres y un par de carpas. Armamos carpa la primera noche, pero era tanto el frío reinante, que pronto desistimos de dormir y decidimos seguir a pie aprovechando la noche de luna llena que iluminaba bastante bien la senda a seguir. Caminamos algunas horas. Al alba, llegamos al alto de Tasma donde nos detuvimos al pie de una estructura formada por muchas piedras superpuestas. Anselmo nos explica que se trata de una "apacheta". Nos cuenta que aquí por tradición solían reposar sus padres y abuelos antes de emprender la larga y fatigosa bajada a Tasma. Aquí nos explicó el significado del rito que acostumbraban realizar, al llegar a este punto. Son "costumbres de los antiguos", nos dice como queriendo justificarse. En seguida, fue a buscar una piedra por los alrededores, la que, con devoción evidente, agregó al conjunto. Seguía con este gesto la tradición de sus padres y abuelos.
Imágenes de apachetas. (Las fotos son nuestras, tomadas en viajes al Salar del Huasco entre 2005 y 2007).
Fig.2. Esta apacheta, formada por miles de piedras pequeñas, es testigo, sin duda de un tráfico desde tiempos inmemoriales. Se encuentra en la intersección de la huella al Salar del Huasco, proveniente dela localidad de Pica y la actual carretera asfaltada a la mina de Doña Inés de Collaguasi, y se alza a unos 4.200 m de altitud sobre el nivel del mar.. Presenta dos nichos, a la manera de hornacinas, para las ofrendas cerca de su base (lado izquierdo de la foto)..
Fig. 3. El paisaje donde se alza esta apacheta es desolado y presenta escasísima vegetación.
Fig. 4. Si se observa bien, en la parte media de la estructura a unos 30 cm del suelo, se puede ver dos pequeños nichos u hornacinas, formados por piedras lajas bien dispuestas.
Fig. 5. Frenta a la apacheta, Marta Peña Guzmán (al medio) con dos amigos nuestros, biólogos venezolanos de visita a Chile (Julio 2005).
Fig. 6. Ofrendas actuales: botellas de cerveza marca "Cristal". Aquí sin duda los viajeros recientes bebieron y ofrendaron también una cantidad a pachamama, como es el uso c orriente.
Fig. 8. Al costado oeste de la estructura, se observan restos de un muro, tal vez, construido a la manera de un parapeto para protegerse del viento.
Fig. 10. A pocos metros de la estructura, se ve una apreciable cantidad de botellas de cerveza, consumidas evidentemente en el lugar por los viajeros..
Fig. 10. Ofrendas actuales de cerveza y de cuerdas. Pequeño nicho, enmarcado de lajas paradas, preparado hoy como receptor de las ofrendas. Observe otros dos nichos en la Foto Nº
Fig. 13. Vegetacion de Stipa ichu (paja brava) y t´ola (Baccharis tola) , en las proximidades.
Fig. 14. Acercándonos al Salar, desde el oeste. Altitud aproximada: 4.000 m. snm.
¿Qué nos sugiere el examen de las fuentes antiguas y la costumbre indígena que aún persiste?.
1. Las fuentes más antiguas, unánimemente, las llaman apachitas, no apachetas (Cfr. Cerrón Palomino, op. cit. supra) .
2. Los españoles, siguiendo en ello al cronista mestizo Garcilaso de la Vega, las llamarán a partir del siglo XVII, como "apachetas", creyendo que su nombre era de origen quechua. Tal versión hoy ya no tiene sustento lingüístico.
3. Ante estas estructuras, los indígenas hacen invariablemente un rito que consiste en agregar, a la pila ya existente, una nueva piedra recogida en el camino. Además, agregan, en calidad de dones personales, otros objetos como cuerdas, hilos, pelos, pestañas, según las fuentes más antiguas. Son dones sencillos, pero elocuentes.
4. Los viajeros expresan allí, al llegar, un sentido anhelo en forma de ruego: que la apacheta reciba con beneplácito su cansancio o su enfermedad. . Se realiza un corto diálogo con la entidad dueña de la apacheta o, tal vez, de alguna manera representada en ésta. La apacheta responde a sus íntimos deseos. Y se cumple así el "do ut des", tan propio de la "reciprocidad andina".
Su finalidad primera: el acto ritual.
Sobre la base de lo que las Crónicas, máxime las indígenas, nos refieren a este respecto, no puede caber duda alguna de que su finalidad primera fue ritual y por ende, religiosa. Como dirían los filósofos escolásticos, per se, son una estructura ritual donde se verifica un rito propio del caminante. Per accidens, esto es, accidentalmente, pasan a constituir, de facto, hitos marcadores a los costados de una ruta antigua. Pero es evidente, por el análisis que aquí hemos ofrecido, que su intención y finalidad primordial fue claramente ritual y religiosa y de ninguna manera, establecer una señalética en la ruta. En consecuencia, designarlas como "marcadores de ruta", como lo hacen algunos arqueólogos, a nuestro juicio se presta para error o al menos para confusión, pues tal afirmación vendría a desvirtuar la intencionalidad primera y fundamental de dichas estructuras. Son por tanto, sitios donde, ante todo, se verifican ritos específicos, relacionados por cierto con el objetivo final del caminante: asegurar por reste medio ( el ruego) el éxito del viaje. En síntesis, podríamos decir que las apachetas constituyen hoy, efectivamente, "marcas" físicas junto al camino pero no pretendieron ser "marcadores" (es decir, señalizadores) de una determinada ruta que ellos, por lo demás, conocían perfectamente y señalizaban de otras maneras (hitos, paskanas,. jaras, etc.). ..
.
La mentalidad religiosa del andino.
Debemos recordar en este contexto que la mentalidad del hombre andino es esencialmente y en cada uno de sus actos, primaria y singularmente religiosa. El andino está habituado a "pedir permiso" a la divinidad para realizar cualquier acto: roturar la tierra, plantar un árbol, construir una casa, cavar un pozo, cultivar una era de terreno. Pero en el caso que aquí nos ocupa, hay algo más: se trata de la entrega un "don" personal a la apachita para que ésta le devuelva el vigor y las fuerzas perdidas en la travesía, para poder continuar su jornada.
En el "concepto de reciprocidad andino", no se puede pretender obtener algo de la deidad si no se ofrenda, a su vez, algo muy propio y personal: este "algo" está ritualmente representado aquí por la piedra que se añade a la pila (como expresión física de la caminata efectuada), o la mascada de coca que porta en la boca [acullicu], o las pestañas que se arranca de su cara para donarlas. Ignorar o pasar por alto esta faceta obligada de toda actividad humana, este lazo permanente del andino con la deidad, o las deidades de los lugares por donde atraviesa, es no entender nada del actuar del hombre andino. O es trasladar equivocadamente al andino, el modo de pensar y proceder actual, del hombre de hoy secularizado, ya desprendido de la esfera sobrenatural que lo rodeaba. La apacheta "señalaba" primariamente , por tanto, al caminante andino no tanto la ruta a seguir, sino más bien dónde exactamente efectuar su ruego, su petición a la deidad. "Ruego" cuyo sentido preciso nos es revelado por el hermoso y elocuente texto que hemos aportado del cronista indio Santacruz Pachacuti. en su traducción al castellano..
ResponderEliminarNos escribe desde la Municipalidad de Coquimbo, el encargado de cultura y patrimonio de la misma:
"ESTIMADO HORACIO: Quienes hemos sobrevivido a agotadoras y riesgosas jornadas de campo en el desierto atacameño, podemos percibir de mejor manera las emergencias a las que se vio sometido el arriero prehispánico, las cuales activan todos los mecanismos de supervivencia, los que abarcan desde un comportamiento religioso extremo, hasta los relacionados con la capacidad biológica y física del caravanero de resistir en un medio tan adverso a la vida. Concuerdo contigo en que las mal llamadas "apachetas"no constituyen esencialmente simples "marcas", sino más bien son la materialización de la fe del arriero, o sea lo intangible se hace tangible a través de estas estructuras depositarias de ofrendas y oraciones.
Mi comentario sobre las "mal llamadas apachetas", es por que sabemos a través de diferentes notas etnográficas que el dativo apacheta, apachectas o apachutas, no se refiere específicamente a denominar estas estructuras, sino más bien es el equivalente a la oración...."gracias al que me ha ayudado a llegar"
Se les denomina apachecta por que los españoles escuchaban a los arrieros mencionar este dativo cuando pasaban frente a estas estructuras... o sea si los arrieros hubiesen dicho la palabra "Amén", los españoles habrían pensado que estas estructuras eran un "Amén"..¿Me entiendes, ¿verdad?
Debo confesarte que también erigí mis propias "estructuras ceremoniales", después que lograba salvar circunstancias de extremos peligro para mi vida...; quien no haya vivido estas experiencias, jamás tendrá el motivo para entenderlo.
Muy buenos los artículos y gracias por compartirlos.
Saludos cordiales".
CLAUDIO E. CASTELLON GATICA,
PROYECTO RESCATE PATRIMONIAL LA PAMPILLA,
ILUSTRE MUNICIPALIDAD DE COQUIMBO
8-8261270
Estimado amigo Claudio:
ResponderEliminarTe agradezco tus sagaces observaciones, fruto de tu propia experiencia de campo. Me he impuesto la tarea de profundizar, en dos artículos,sobre este tema de las apachetas y su sentido profundo, ya que veo que algunos arqueólogos, interpretan estas estructuras, demasiado livianamente, en un sentido exclusivamente materialista,( o no queriendo ver) en ellas verdaderos "lugares de oración", o auténticas ermitas, donde se muestra (y demuestra) la fe del caminante andino en sus deidades tutelares. El testimonio de los Cronistas (indígenas y españoles) y de connotados científicos (como el geógrafo Isaiah Bowman), resulta ser irrebatible e irrefutable.
Creemos haberlo demostrado sobradamente.
Un abrazo,
Dr. Horacio Larrain (Ph.D.)
Estimado Don Horacio:
ResponderEliminarEstamos completamente de acuerdo en el sentido religioso de éstas marcas de camino. Sin embargo hay dos temas que nos pueden dar luces respecto al emplazamiento de estos monumentos. Primero, desde el punto de vista geografico se ubican en abras o en cimas de cerros, quizás denotando el paso de un ambiente o territorio a otro. Osea, que no es posible descartar su doble función como indicadores de ruta y también como lugares de rogativas propios al esfuerzo de caminar. Como se señala el andino es esencialmente religioso y elabora mitos dentro de actividades netamente económicas o prácticas, como el floreo, la siembra, así que no es posible descartar su uso como marcadores y como lugares de culto.
Otro tema es acreca de la cronologia de estas evidencias. Practicanente no se han excavdo, estos monumentos y no tenemos evidencia de que los monumentos sean prehispánicos. Toda la evidencia da cuenta de que la ctual forma de los monumentos son de origen posthispano, aunque algunos de ellos corresponden a estructuras prehispánicas (Inkas) "apachetadas", es decir, cubiertas con piedras para el uso de rogativa. Ejemplos de apachetas puestas sobre estructuras previas se observan en Socoroma y en Azapa, en especial la apacheta de Alto Ramirez que registró Bird, y que después excavó Santoro y Muñoz, encontrando bajo ella una estructura cuadrangular pircada. Saludos, Alvaro Romero.
Estimado Alvaro:
ResponderEliminarTe agradezco mucho el comentario y las referencias citadas en él. Tus referencias me parecen de sumo interés y aportan valiosos elementos de juicio a este análisis. Tengo, sin embargo, un par de observaciones a tu afirmación en el sentido de que "toda la evidencia da cuenta de que la actual forma de los monumentos [apachetas] es de origen posthispano...". Pienso que la contundente evidencia etnohistórica existente , (la que es también valiosa "evidencia", tanto como la arqueológica), afincada en el pensamiento unánime de los Cronistas, máxime los más tempranos, afirmaría lo contrario: esto es, que tal costumbre ritual (expresada en una pirámide de forma cónica conformada por piedras que los caminantes aportan en forma de plegaria, viene de muy antiguo y estuvo en vigencia en épocas indígenas. Incluso es posible que daten de antes del Inca. La razón estriba en que los lugares habituales de su presencia, corresponden a las zonas altas, situadas generalmente por sobre los 3.000 m de altitud (al menos en Chile), zonas correspondientes a los antiguos señoríos altiplánicos de lengua y tradición aimara (y anteriormente puquina). Como lo ha demostrado Cerrón Palomino, la voz apacheta [apachita] es de ancestro aimara y no quechua, como se había creído. La tradición de las apachetas parecería ser, por consiguiente, de origen claramente altiplánico.
Concuerdo contigo en que es necesario investigar arqueológicamente estos monumentos, en distintas cotas de altitud, para comprobar su posible funcionalidad. Si, como estimo , son monumentos de clara tradición altiplánica (en Tarapacá no existen apachetas bajo los 3.000 m de altitud según estudios de Lautaro Núñez, (1976), no deberían existir en la depresión intermedia o en la costa. Y, en efecto, no existen, al menos en su forma tradicional de pirámide de base redonda. En cambio, hay distintos allí tipos de mojones e hitos, a la vera de los caminos, como verdaderos marcadores de ruta.
En cuanto a la función primaria y básica de estas apachetas, si hemos de confiar en el testimonio de los cronistas y de la práctica etnográfica colonial y reciente, resulta claro que son expresión elocuente de un uso religioso y cúltico. Es su función primera (per se). Si accidentalmente (per accidens) –por el hecho de situarse a la vera de caminos- “marcan” o indican también las rutas, es solo por efecto secundario. No sería su finalidad primera. Creemos importante hacer esta distinción, tal como ya lo señalara claramente el geógrafo Isaiah Bowman en 1924. Hoy se nos ha acostumbrado a las señas y señalética en los caminos. En tiempos antiguos, era diferente: el hombre conocía de memoria sus rutas que surcaba casi a diario. Por eso consideramos que rotular y definir como “marcadores de ruta” a las apachetas, sería contrario a toda la tradición y pensamiento indígena. Son sitios de ritualidad, antes que nada, aun cuando accidentalmente, su presencia “marque” geográficamente un recorrido o un lugar específico. Una sana filosofía nos enseña a distinguir con claridad entre ambas conceptos: per se y per accidens. Algo debe definirse por lo que es su finalidad primaria y fundamental no por lo que resulta ser secundario y accidental.
Muy interesante su blog... gracias por esmerado trabajo de campo.. Soy Sandra y me dedico a la fotografía. Vivo fuera de Chile pero pronto regresaré- . En mis viajes a Chile he realizado varias rutas por el altiplano cruzando a Bolivia por la cordillera cerca de San Pedro. He podido tomar muchas fotos de la ermitas en el altiplano y estaba buscando información sobre las mismas. Su origen, su edad y si antes de ser construidas en esos lugares, había alguna otra construcción pre-hispánica. Le estaría muy agradecida si pudiera orientar mi trabajo.. Muchas gracias...
ResponderEliminarEstimada Sandra: Comento su nota última. La felicito por su trabajo fotográfico relativo a estas manifestaciones de religiosidad andina. Al respecto, pienso que hay que saber distinguir entre apachetas y ermitas. La apacheta es un típico amontonamiento de piedras, de forma cónica, junto a los caminos andinos.Es un lugar de ritualidad indígena. Se las encuentra sobre los 3.000.3.500 m de altitud en la cordillera en el norte de Chiñe. Al parecer, no existen en las partes bajas. Según esto, tampoco deberían existir apachetas en la zona atacameña. Pertenece la apacheta al mundo cultural aymara, y la voz "apacheta" (apachita) es también de origen aymara y no quechua. Por la afirmación de numerosas crónicas, deducimos que las apachetas serían de origen prehispánico.
ResponderEliminarLas ermitas, en cambio, son de origen hispánico, comunes en los caminos de Europa, y fueron destinadas a venerar la cruz o el Cristo crucificado o la imagen de algún santo católico. Las ermitas fueron muy abundantes durante todas la Edad Media en Europa en los países cristianos.
No se descarta del todo, sin embargo, que algunas apachetas hayan podido ser inicialmente, alguna construcción especial para recibir ofrendas.Al ser destruidas, tal vez, los pobladores comarcanos siguieron echando allí piedras del camino, haciendo allí un rito y oración especial... Sabemos que los sacerdotes extirpadores de herejías en el siglo XVII ordenaron destruir muchas "huacas" o adoratorios indígenas. Es por tanto posible que algunas antiguas apachetas hayan sido transformadas en ermitas por los sacerdotes, con el fin de modificar su sentido y función, agregando al monumento la veneración de la cruz cristiana.
En síntesis, creemos que se trata de dos cosas diferentes, de tradiciones diferentes, sujetas a un ritual también diferente. A la ermita cristiana se le rezaba oraciones y preces por el buen suceso del viaje o peregrinación emprendida, pero no se le daba normalmente ofrendas materiales.
Pero tienen mucho en común, sin duda: el hecho de implorar en ese preciso lugar a los seres superiores el buen suceso del viaje o tarea emprendida. El cristiano rezaba y encendía una velita; el andino agregaba una piedras al monumento...
Atentamente,
Dr. Horacio Larrain (Ph.D.)
Muy interesante el texto y los comentarios. tengo una pregunta existen apachetas en la costa?. Saludos
ResponderEliminarEstimado amigo Enrique Zavaleta: Ud. acaba de plantearlos una muy interesante pregunta, que nos da pie para extendernos algo más sobre este intrigante tema: ¿Hubo (o hay)apachetas en la costa norte chilena?. La respuesta es francamente "no". En nuestras frecuentes expediciones por la franja costera de las regiones de Arica, Tarapacá y Antofagasta nunca las vimos. Los estudios de niebla a los que nos dedicamos por más de 25 años, sea en Iquique (Iª Región), sea en Antofagasta (IIª Región) o aún en las zonas limítrofes entre Atacama y la Quinta Región nos ofrecieron la posibilidad de recorrer, en nuestro país, extensas zonas de cerros costeros y sus terrazas marinas aledañas.No tenemos el menor recuerdo de haber observado alguna de estas típicas expresiones rituales (apachetas) en zonas de costa. Nunca.
ResponderEliminarComo lo demuestra el lingüista peruano Rodolfo Cerrón Palomino, el término "apacheta" [apachita] es de origen aymara (no quechua como creía el cronista Garcilaso de la Vega) y, en consecuencia, su localización corresponde estrictamente al área de influencia cultural y lingüística aymara. Las hemos visto muchas veces en el área andina (siempre por sobre los 2.500-3.000 m de altitud) tanto en la cordillera de Arica, como en los altos de las quebradas en Tarapacá. Como lo hemos explicado en el texto del blog, servían como lugares de súplica y agradecimiento a la Pachamama, y para pedirle fuerzas para proseguir el viaje emprendido. Son muy frecuentes en zonas altiplánicas, donde el rigor de los viajes exigía un gran esfuerzo corporal. Allí, al amparo de la apacheta, solían descansar y realizar un acto de reconocimiento a su deidad Pachamama.
Si bien es cierto que los aymaras realizaban largos y frecuentes viajes a la costa, para realizar su intercambio de productos con los pescadores costeros o recoger el guano de aves marinas para sus plantaciones, y tenían para ello sus rutas perfectamente definidas, nunca las "marcaron" con apachetas en las partes bajas. Simplemente porque no eran "marcas" de camino (como siguen insistiendo porfiadamente algunos arqueólogos). Estaban éstas localizadas en los sitios elevados, en sectores de difícil y agotador tránsito, de un clima adverso, de bajas temperaturas y vientos, donde requerían del auxilio de la deidad para cruzar exitosamente hacia la costa, su meta. Si hubiesen sido "marcas de camino", las habría a lo largo de todo el trayecto hasta la costa. Lo que de hecho, no se da nunca, que sepamos.
Estas apachetas van adquiriendo, con el correr del tiempo, una forma cónica sumamente característica, como producto natural del continuo agregado de nuevas piedras pequeñas a su estructura, en calidad de "ofrendas" del caminante. Este acto constituye una forma de silenciosa oración o súplica, tal como lo consignó expresamente el cronista indio Santacruz Pachacuti (ver arriba, en el texto).
Espero le sirvan de alguna ayuda estas reflexiones.
Dr. Horacio Larrain B. (Ph.D.)