Fig. 1. Página 1 del Documento firmado en La Paz, Bolivia.
Fig. 7. Página 7 y última del Documento firmado por los representantes Oficiales de los Países del Pacto Andino.
Ocasión histórica de esta Reunión de Antropología de los seis países andinos.
Mucha agua "ha pasado bajo los puentes" de la Antropología sudamericana andina durante estos 37 años transcurridos desde aquel 1975. Conviene, sin embargo, rememorar los humildes y difíciles inicios del diálogo inter-americano. El presente Documento denominado. "Primera Reunión de Antropología de los Países del Grupo Andino", ajado y ya marchito por el paso de los años, y que aquí nos atrevemos a presentar y comentar, lo hemos hallado entre viejos papeles y antiguos archivadores. Queremos darlo a la luz pública y reflexionar sobre él pues nos ha parecido que constituye un hito importante en este proceso de creciente re-etnificación hoy observable con gran interés entre nuestros pueblos indígenas del área andina. Tanto más cuanto que tenemos la cruda impresión de que nuestros países americanos están enfocando hoy sus políticas indígenas de maneras harto diferentes - y hasta contrapuestas- comprometiendo el diálogo inter-étnico e inter-cultural indispensable para la puesta en práctica de una sana y fructífera convivencia entre culturas y pueblos.
El desarrollismo desenfrenado actual.
Vemos con preocupación cómo un afán desarrollista a outrance, desenfrenado y sin control, lleva a nuestros pueblos a entregarse, atados de pies y manos, a agencias y empresas explotadoras internacionales que se afanan por extraer, en el más corto plazo posible, los recursos naturales del subsuelo (petróleo, gas, oro, plata, cobre, molibdeno, y ahora recientemente, el litio de nuestros salares andinos). Esta "carrera frenética" por el desarrollo - ya no importa tanto el tipo de desarrollo subsecuente- nos está llevando, a marchas forzadas, a un eventual agotamiento de nuestros recursos básicos, que son precisamente nuestra gran reserva para el siglo XXII y los siglos siguientes. ¿Qué dejaremos en herencia a nuestros descendientes, a aquellos que poblarán nuestras regiones americanas dentro de 200, 500 o 1.000 años más?. ¿A alguien le importa?. ¿Acaso nos importa hoy algo ese futuro lejano, nebuloso de la Humanidad?. Y, sin embargo, es el futuro que tendrán que vivir - y sufrir- nuestros descendientes, a causa de nuestra incuria, indolencia o despilfarro.
¿Somos hoy capaces de comprender las consecuencias de nuestros actos ecocidas?.
El saqueo de los recursos naturales, signo típico de la competitiva economía mundial del siglo XX, no sólo compromete la vida futura de nuestro planeta Tierra- como lo estamos viendo ante el espinudo problema del calentamiento global que ya nos acosa- sino se está convirtiendo en un destructor inmisericorde e implacable de culturas humanas y sus ecosistemas básicos. Como si fuera poco, en todos nuestros países unas pocas familias, enriquecidas súbitamente con el fácil y turbio negocio de la Bolsa, se están apoderando de los recursos básicos del Estado nacional de Chile (energía, agua, recursos lacustres y pesqueros, bosques, reservas metálicas) de un modo ya tan alarmante y descarado, que el desnivel en los ingresos entre los más ricos y los más pobres, ya empieza a ser tema de honda preocupación como un posible o probable "caldo de cultivo" de cruentas revoluciones y tormentas sociales. (Vea Punto Nº 3 de la Declaración adjunta).
Europa y sus "indignados sociales" ya está dando al mundo el grito de alerta. La hodierna casi desesperada situación económica de Grecia, España, Italia - producto de enormes desigualdades y de oscuros negocios bancarios soterrados, es otro grito de alerta. ¿Vamos acaso nosotros , tal vez, por el mismo camino, por la forma como estamos poniendo en práctica este "capitalismo salvaje" explotando nuestros recursos como si fuéramos la última generación humana que vivirá en nuestro Planeta Tierra?.
El proceso imparable de reetnificación de nuestros pueblos frente al desarrollo.
Numerosos episodios dolorosos y recientes ocurridos en la Araucanía chilena, así como en el altiplano y el oriente boliviano y peruano, o en la selva ecuatoriana, colombiana o venezolana, nos hacen reflexionar sobre la suma urgencia de tener criterios comunes para enfrentar estos desafíos a la convivencia pacífica, que la creciente, despiadada y ecocida explotación de nuestros recursos naturales, ha puesto recientemente sobre el tapete de la discusión en nuestros países. Las rebeliones indígenas, que hoy vemos proliferar por doquier, en todos nuestros países, no son sino una consecuencia de la sobre-explotación de sus tierras ancestrales y su recursos.
Un documento sacado del olvido.
Muy rara vez hemos visto referencias a un documento oficial, firmado por los representantes de los países miembros del Pacto Andino, con motivo de la celebración de la Primera Reunión de Antropología de los países firmantes. En efecto, el 20 de septiembre de 1975, en la ciudad de La Paz, Bolivia, en las oficinas del Instituto Boliviano de Cultura, se firmó un acuerdo que comprometía a los países del Pacto Andino. esto es Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia y Chile, a examinar las bases para una más asidua y fecunda cooperación en el plano antropológico. Con anterioridad a esta iniciativa, hubo numerosos acercamientos entre países más bien a nivel personal, entre sus investigadores y científicos, pero nunca antes a nivel de Estados.
El documento, junto con las ponencias presentadas por los respectivos países, fue publicado por el Instituto Boliviano de Cultura, la Paz, Bolivia, en el año 1976. Este documento toca puntos que hoy merecen nuestra serena y profunda reflexión antropológica. Porque conviene que investiguemos a fondo en qué aspectos hemos realmente avanzado en estos últimos 37 años, y en cuáles hemos quedado estancados o, tal vez, retrocedido.
Documento casi desconocido en el medio antropológico chileno.
En este sentido, este Documento, muy poco conocido y al parecer bastante ignorado por los antropólogos y arqueólogos chilenos, constituye el primer cimiento de una acción mancomunada entre nuestros países en materia de problemas comunes o en referencia a nuestros planes de desarrollo que, a lo que vemos, ya comprometen gravemente el patrimonio cultural de nuestras naciones.
Este Documento, redactado y suscrito hace ya 37 años en la Paz, Bolivia, sólo tenía la intención de iniciar y promover un diálogo efectivo entre nuestros países en materias de interés antropológico y arqueológico; trataba de ver si existían puntos de vista comunes. Pero posee sin duda el gran valor de relevar y poner sobre el tapete las problemáticas que por entonces parecían de mayor urgencia y envergadura para los investigadores antropólogos de los países firmantes.
Representación oficial de Chile.
Como representante oficial del gobierno de Chile de entonces, nos tocó en aquella oportunidad no sólo tomar parte activa en este Encuentro sino, además, contribuir a la discusión y redacción del presente Documento. La Comisión encargada de su redacción final, estuvo formada por Rosalía Avalos de Matos, (Perú), Plutarco Cisneros Andrade (Ecuador) y Horacio Larrain Barros (Chile).
En esta Primera Reunión de Antropología de los Países del Pacto Andino, cada país aportó con un trabajo de síntesis que contenía una visión de los problemas específicos de su respectiva nación con propuestas específicas y sugerencias de planes de acción.
¿Por qué se nos eligió para esta misión?.
Por aquel entonces (y desde el mes de Marzo del año 1973) , yo formaba parte, como antropólogo, del Instituto de Geografía de la Pontificia Universidad Católica de Chile en el Campus Oriente de la Universidad, y en mi calidad de antropólogo cultural y arqueólogo (titulado en México en 1970), fui designado por el entonces Director del Instituto, el geógrafo humano don Hugo Bodini Cruz-Carrera para esta misión, que le fuera confiada al Instituto por el entonces Director del Instituto de Desarrollo Indígena (IDI) don Sergio Rivas Alonso.
Por qué la autoridad política de entonces (1973) recurrió al Instituto de Geografía de la Universidad Católica y no al Centro de Estudios Antropológicos de la Universidad de Chile en busca de un representante para la citada reunión, es sin duda un tema que dice relación directa con la complicada situación política de entonces, bajo un régimen de dictadura militar, cuando el modo de pensar de los antropólogos (sobre todo de los antropólogos sociales) era mirado con suma desconfianza considerándoseles proclives a formaciones políticas de izquierda, cuando no abiertamente a partidos marxistas.
Para nosotros fue una experiencia riquísima e inolvidable.
Para nosotros, esa experiencia de compartir idearios y problemas antropológicos con colegas de los países vecinos, en aquellas densas jornadas de discusión y reflexión, fue inolvidable y, en buena parte, nos marcó en el desarrollo futuro de nuestras actividades como antropólogo y arqueólogo. Largas conversaciones con Rosalía Avalos de Matos, distinguida antropóloga peruana de larga y dilatada experiencia etnográfica y etnológica y con Plutarco Cisneros Andrade, ecuatoriano, dinámico creador e impulsor del Instituto Otavaleño de Antropología en Otavalo, Ecuador, fueron la antesala de mi posterior incorporación, durante más de dos años (1977-79) al Instituto de Antropología de Otavalo en calidad de Encargado y Responsable de tesistas extranjeros. Con ocasión de este Encuentro de Antropología en La Paz, tuvimos el gran privilegio de conocer de cerca y visitar por varias horas las ruinas de Tiahuanaco, junto al lago Titicaca, guiados por el eminente arqueólogo boliviano Carlos Ponce Sanginés, el gran experto en dicha cultura altiplánica.
Problemas cruciales que enfoca el Documento.
Como lo señalábamos más arriba, este Documento apunta a destacar los problemas y campos de interés que por entonces preocupaban a los antropólogos de nuestros países. Me atrevería a decir - recordando aquellas largas reuniones- que fue Rosalía Avalos de Matos, representante del Perú, quien más aportó a las ideas expresadas en este Documento-Proclama, en virtud de su gran conocimiento y experiencia sobre los problemas concretos del mundo indígena peruano. Algunos de los problemas aquí rozados ha ido adquiriendo con el paso de los decenios un cariz de peligrosidad que el Documento apenas tímidamente preanuncia. Algunos atisbos de éste, nos parecen hoy francamente proféticos. Nos referiremos a estos, próximamente.
Dos considerandos básicos.
El Documento se inicia mediante la exposición de varios "considerandos". Dos de ellos nos parecen de sumo interés:
a) el "Considerando" Número 2 apunta a la necesidad de que la investigación antropológica "no debe ser realizada con criterio meramente especulativo, sino que ha de constituirse en elemento básico para el mejoramiento de las condiciones de vida de nuestros pueblos".
Es decir se debe hacer Antropología no tanto para saber más y aportar nuevos conocimientos acerca de la vida cultural de los pueblos, en un prurito por revelar todos sus "secretos culturales", su modo propio característico de hacer cultura, sino para elevar su nivel de vida, más acorde a las exigencias del mundo moderno. No es que se pretenda con ello negar la posibilidad de adquirir conocimientos téoricos acerca de la vida, lengua y cultura de estos pueblos, como lo ha venido realizando la lingüistica, la etnografía y la etnología comparada desde sus inicios; esto sin duda es necesario tanto más cuanto que muchos pueblos indígenas (etnías) de escasa población van siendo rápidamente barridos por el avance de la "civilización".
Etapa previa: conocimiento cabal de su cultura y valores.
Llegar a conocer a fondo su cultura, sus modos de vida, su lengua, sus mitos y leyendas, es un deber ineludible para el antropólogo de campo. Si no lo hacemos, mucha sabiduría ancestral desaparece inexorablemente para siempre. Ninguna cultura se repite en el tiempo: todas son productos únicos, originales; creaciones típicas de los grupos humanos. Labor que de un modo eximio y ejemplar desarrollaron, entre muchos otros en distintas partes del mundo, los etnólogos Martín Gusinde y Anne Chapman entre los indígenas canoeros de Tierra del Fuego hasta mediados del siglo XX. En este sentido, es una gran pérdida que no hubiera existido un avezado linguista y un erudito etnólogo entre los lickan antai o atacameños en los inicios del siglo XIX, cuando la lengua kunsa aún era hablada en todas las aldeas del Salar de Atacama. Alejandro Bertrand, Emilio Vaïsse y el Presbítero Maglio llegaron por desgracia algo tarde, en las dos últimas décadas del siglo XIX, para tratar de salvar los retazos de esa curiosa e intrigante lengua hablada ya por entonces tan sólo por unos pocos ancianos. Lengua ya completamente desaparecida, que hasta hoy desafía los intentos de los especialistas por encasillarla en alguna familia lingüística del planeta.
El difícil y complicado tránsito al desarrollo con identidad propia.
Una vez conocidas a fondo su lengua y su cultura, viene la responsabilidad del antropólogo y del etnógrafo por estudiar cómo se pueden adaptar dichas comunidades a las exigencias del mundo de hoy sin renunciar a su propia identidad, idiosincrasia y personalidad cultural. A esto apunta el Considerando Número 2. En otras palabras, cómo introducirlos y acompañarlos para transitar a la etapa de desarrollo nacional, sin que pierdan sus más preciados valores culturales. Tarea extraordinariamente difícil y llena de dificultades. Acompañar a una tribu o etnia en su tránsito al desarrollo, que invade como el aire circundante todos los rincones de su comarca, y que el medio le exige y demanda de diversas maneras , es el inmenso desafío planteado al experto en cultura: el antropólogo o el sociólogo. No existe receta fija para ello. Para lograrlo, se requiere aunar cariño y amor por ese pueblo, conocimiento profundo de su cultura y, por fin, audacia para plantearse firmemente en la defensa de sus más íntimas convicciones y valores.
El segundo "Considerando" (Considerando Nº cinco):
"Que los antropólogos están capacitados para aportar conocimientos destinados a promover la integración del desarrollo armónico de nuestros países".
En principio, esta afirmación es muy cierta y valedera. Si el antropólogo es el gran experto en cultura, y si el tránsito hacia el progreso en un determinado país o región es un proceso eminentemente de tipo cultural (mucho más que económico), es obvio que sólo el antropólogo debería ser el único guía eficaz en dicho caminar. Pero el antropólogo se rige, en un país de derecho como el nuestro, por una legislación reguladora. Si esta es deficiente, anticuada, permisiva o ecocida, muy poco puede hacer, salvo exigir una nueva y más justa legislación.
La duda que nos asalta y nos inquieta: ¿están hoy preparados nuestros antropólogos para asesorar a las comunidades?
¿Se encuentra realmente preparado el antropólogo de hoy (social o cultural) para esta titánica tarea, probablemente la más ardua y difícil?. ¿Poseen todos los mismos parámetros para actuar o dicho de otro modo, coinciden todos en el modus operandi concreto?. ¿Poseen ellos la formación suficiente para enfrentar ese desafío?. Tengo mis serias dudas al respecto. Y por varias razones.
a) la primera, y tal vez la más importante, porque el tan mentado "desarrollo" es concebido, por distintas corrientes ideológicas, de modo muy diferente; a veces, diametralmente diferentes. Hay antropólogos para todos los gustos. Desde el pensamiento de la extrema derecha a la extrema izquierda. Hay de todo. Para unos - la corriente neoliberal- el desarrollo traerá consigo, por sí mismo, un mejoramiento de la calidad de vida de los pueblos. Incrementar por tanto significativamente la producción traerá consigo trabajo y bienestar y con éste, disminuirá automáticamente el número de pobres y cesantes. Todos serán más felices. Para otros, hay que romper el actual modelo de desarrollo: individualista, promotor y divulgador de desigualdades económicas, y promover cambios fundamentales.
b) Lo segundo, dice relación con el "mito del crecimiento indefinido". Hay que dar "rienda suelta" al desarrollo, creciendo ojalá a tasas del 6, 7 u 8 % anual. Para lograr esa meta, la consigna es que hay que crecer más y más, sin parar, tratando de superar a los países vecinos, en una carrera desenfrenada, caótica, casi suicida (o francamente ecocida). Para esto, en un país eminentemente minero como el nuestro, hay que atacar todas las reservas disponibles de metales, metaloides e hidrocarburos, dando el máximo de facilidades a las empresas extractivas extranjeras. El pretexto es que así se da abundante trabajo en la Región. Para facilitar entonces su accionar en el país, hay que rebajar las exigencias ambientales (o al menos no aumentarlas) y bajar los estándares legales de modo de no entorpecer su acción. Por tal razón los impuestos que se les exigen deben ser, para algunos, el mínimo posible. Otros piensan todo lo contrario: a mayor empoderamiento de las empresas de las riquezas nacionales (energía, agua, recursos metálicos y no metálicos) menor poder tiene el Estado. Y ahí caemos en el pensamiento liberal más puro. De paso, se abre el camino para el empoderamiento, a perpetuidad, por parte de empresas extranjeras o transnacionales de las reservas de agua, energía, y recursos mediante Leyes altamente permisiva al respecto. Las Leyes que hoy nos rigen en materia de derechos de agua, código minero y energía son las mismas o casi las mismas de la época del general Pinochet. Algunas, como la reciente Ley de Pesca en discusión parlamentaria, parecería quedar hoy peor de lo que fue hasta hace poco, para lograr la meta de un verdadero fortalecimiento de las pequeñas y medianas empresas y un freno a la expansión y control de los grandes consorcios.
c) Cualquier avance real en materias de uso y control comunitario de la energía, del agua, o de los recursos marinos o mineros (lo mismo o parecido podemos decir en materia de protección o resguardo de los "territorios indígenas" y Leyes protectoras de sus ecosistemas) requiere de modificaciones sustanciales a la legislación vigente, esencialmente individualista, además de anticuada, depredadora y por añadidura, decididamente facilitadora de los monopolios. La casi totalidad de los políticos actuales - quienes tienen en sus manos el poder de decisión en el Parlamento- no están ni han sido preparados para revertir esta a tendencia, por estar ellos mismos, muchas veces, fuertemente involucrados en dichas esferas de negocios. Es esto un verdadero círculo vicioso: los que deberían velar por disminuir las diferencias abismales entre ricos y pobres, son precisamente los que lucran a sus anchas con dichos negocios. La reciente discusión sobre el "lucro" en la educación (y la forma discreta de acallarla), ha dejado claramente al descubierto esta vergonzosa lacra.
d) De esta suerte, el antropólogo social y cultural, por más entusiasta e idealista que sea, está amarrado por dos "cabos" muy fuertes al "muelle" del pasado: por una parte no posee una visión única del tipo de desarrollo que se debería propiciar entre nuestros pueblos indígenas y etnias (tema de eterna discusión ente ellos) y, por otra, está atado por legislaciones calculadamente hechas en los tiempos de la Dictadura para reprimir los brotes del comunitarismo y facilitar el individualismo. y el abuso de la propiedad privada. La Ley Indígena de tiempos de Aylwin (1993) y sus ulteriores modificaciones, que prácticamente la desmantelan, son un ejemplo clásico del triste retroceso en esta materia.
¿Qué camino nos queda?.
1. No contentarse ante las probadas situaciones de injusticia y reclamar cada vez que se presenta la ocasión de pisoteo de la opinión de la mayoría ciudadana, so pretexto de una "ley". Las leyes son productos humanos, son modificables y deben modificarse ante los evidentes cambios surgidos en la sociedad. No hay leyes inmutables, salvo las que rigen el curso de los astros. La actitud de franca rebeldía de las comunidades humanas ante la instalación vergonzosa de Centrales Eléctricas, altamente contaminantes, es un valeroso ejemplo a seguir.
2. Deben los antropólogos tratar de aunar criterios y directrices frente al tema del desarrollo. En muchos puntos podrán ponerse de acuerdo. Al menos en los aspectos básicos. Por algo consideran la vida y cultura humana por encima de otros componentes económicos transitorios.
3. Se debe hacer cumplir los compromisos internacionales de Chile, como el Convenio 169 de la O.I.T que es a diario pisoteado y burlado en múltiples acciones y proyectos. Se le pisoteó en la Declaratoria del "Parque Nacional del Salar del Huasco", sin consultar, como correspondía hacerlo, a las pequeñas comunidades humanas que desde hace siglos viven en el sector, Se le sigue pisoteando hoy en el Salar de Atacama, con los proyectos inconsultos de explotación del litio, y qué decir en la Araucanía, a cada instante, en la defensa de los grandes consorcios de plantaciones de pinos a expensas de las empobrecidas comunidades mapuches, arrinconadas cada vez más a los terrenos más pobres, más insalubres.
4. Debemos modificar y perfeccionar (y probablemente extender) el curriculum de estudio de la Antropología en nuestras Universidades. Este es extremadamente pobre, por no decir misérrimo, en conocimientos de economía, geografía (física y humana), legislación nacional, y sobre todo, ecología, pilares básicos para entender la importancia del medio ambiente y su sustentabilidad en el tiempo. La formación antropológica, además, debe estar mucho más ligada al estudio del modo de vida real de las comunidades de carne y hueso. El antropólogo social y cultural, salvo cuando hace su Tesis de Grado (si es que la hace, porque en algunas universidades hasta se les ha eximido de hacerla), debe tener mucho más contacto vital con las comunidades, sus líderes y sus problemas actuales.
Los antropólogos deberían, como antaño en la vieja Escuela Británica de Malinowsky o Radcliffe Brown, pasar muchos meses viviendo entre las comunidades, aprendiendo a conocerlas in situ; no simplemente llegar con fajos de entrevistas y una grabadora a "estrujar" en un par de días a sus habitantes, como se suele hacer hoy. Pero esto requiere, de parte de las Universidades e Institutos de formación antropológica, un cambio radical en el enfoque del curriculum, y una inversión muchísimo mayor para lograr plenamente estos objetivos. No pocos centros universitarios que hoy forman antropólogos, se han convertido casi casi en "Institutos de tiza y pizarrón", con un exiguo y casi anecdótico trabajo en terreno, falto de un intenso, asiduo y sistemático contacto y compromiso con la comunidad.
(seguiremos intentando analizar este delicado aspecto de la formación antroplógica, y pedimos a nuestros lectores antropólogos nos aporten generosamente sus ideas y comentarios mediante un fuerte input basado en su experiencia personal).
Esperamos seguir ahondando, por la riqueza temática que encierra, en los problemas que plantea esta Declaración de 1975 de los seis países firmantes.
Bueno profesor, me imagino porque al final concluye con serias dudas sobre la preparación actual del antropólogo social o cultural.
ResponderEliminarAhora se me ocurren dos principales que tienen que ver con la educación 'superior': la formación actual por parte de las universidades privilegia diagnósticos rápidos (en virtud de la pega en consultorías e impactos ambientales) -con dudosos resultados y escasa preparación 'en terreno'-; y una histórica desvinculación -fomentada en el aula- del antropólogo o antropóloga con las personas que trabaja.
Lo anterior me recuerda una pregunta muy relevante -escasamente considerada- planteada por la antropóloga Judith Friendlander en su libro "Ser indio en Hueyapán" de 1977: ¿Quién se beneficia con nuestra investigación y quién podría resultar dañado por ella?
Hasta lo que me ha tocado observar, no pocas investigaciones antropológicas o sociológicas han servido a los fines desarrollistas (extractivistas) de empresas y organismos públicos; lo anterior, en desmedro de las personas que aportaron con sus valiosos conocimientos: Aymaras, Mapuche, LicanAntai y quizás tantos otros.
Estaré a la espera de la segunda parte y que por supuesto Dios lo tenga muchos años más con nosotros. Mucha fuerza!
Gonzalo Garcés
Estimado amigo Gonzalo: Ayer me propuse enriquecer el texto, aludiendo a temas que tú mismo has aportado a la discusión. He planteado algunas ideas. Una de ellas dice relación con una modificación y enriquecimiento radical de la malla curricular del Antropólogo Social y Cultural, de suerte que sea mucho más acorde con las exigencias de los tiempos que hoy vivimos (problema de la globalización, problemas ambientales, Legislación indígena, etc., Territorialidad indígena, Reclamaciones de tierras. La malla está todavía hoy,con escasas excepciones, moldeada según la antigua escuela de Antropología, aquella que preparaba a los discípulos para ir a tierras bárbaras a recoger información sobre su modus vivendi. Hoy el antropólogo social debe ser preparado para insertarse en la comunidad, para influir en la Municipalidad respectiva con sus ideas y proyectos; por lo cual debe conocer bien sobre las Leyes pertinentes, sobre la historia local de los pueblos donde vive, sobre su geografía y recursos propios, y sobre ecología y medio ambiente porque de ahí derivan muchos de sus problemas actuales y sobre esa base, se puede gestar proyectos innovadores, que efectivamente contribuyan a su desarrollo integral, verdaderamente sustentable. Tal modificación debe ir, en mi concepto, en la línea de una ampliación del Curriculum y una prolongación de los estudios, no al revés como es la tendencia actual: disminuir el tiempo de estudio. Un año entero debería dedicarse a trabajos de campo en terreno y a una cuidada y dirigida reflexión sobre el mismo. Es decir, este es sólo uno de los aspectos sobre los que creo debe meditarse profundamente. se debe, por lo tanto, intensificar "una verdadera Práctica" de la disciplina. Visitas breves de un par de días, nada aportan. Son solo episodios más bien turísticos.
ResponderEliminarHay otros aspectos sobre los cuales me gustaría meditar con Uds. un día, por ejemplo, la relación profesor-alumno, cada vez más distante, menos enriquecedora, cada vez menos exigida. Hay alumnos que terminan su carrera sin haber hablado con su profesor. Esto es algo inaudito en Antropología. Va contra la esencia misma de la Antropología que consiste en compartir conocimientos, reflexiones, experiencias, formas de vida, etc.
Esto por ahora es ya suficiente tema de reflexión que ojalá podamos compartir con otros.
Dr. Horacio Larrain B. (Ph.D.) Antropología Cultural