Fig. 1. Plano del área arqueológica de Chug-chug. Línea divisoria entre las Provincias de El Loa y María Elena, Región de Antofagasta. Imagen tomada de Google Earth preparada por Claudio Castellón y enviada a Horacio Larrain en el curso del año 2014. Se observa bien el trazo de la huella de la antigua ruta Inca con inclinación de sureste a Norweste
¿Un santuario para los caminantes?.
En el capítulo anterior del blog, nos hemos referido a las numerosas figuras de geoglifos representadas en el sitio denominado Chug-chug situado en la Provincia de María Elena, Región de Antofagasta. Hemos señalado allí que para nosotros la extrema acumulación de figuras denotaría la presencia de un importante sitio ceremonial o santuario (como se prefiera denominarlo) de los antiguos caminantes y viajeros. Este sitio se halla contiguo e inmediato a un tramo importante del Qhapaq Ñan de los Incas, que viene de la zona de Calama, acerca del cual entregamos detalles en este capítulo, tras minuciosa observación en terreno (Ver Fig. 1).
¿Un santuario para los caminantes?.
En el capítulo anterior del blog, nos hemos referido a las numerosas figuras de geoglifos representadas en el sitio denominado Chug-chug situado en la Provincia de María Elena, Región de Antofagasta. Hemos señalado allí que para nosotros la extrema acumulación de figuras denotaría la presencia de un importante sitio ceremonial o santuario (como se prefiera denominarlo) de los antiguos caminantes y viajeros. Este sitio se halla contiguo e inmediato a un tramo importante del Qhapaq Ñan de los Incas, que viene de la zona de Calama, acerca del cual entregamos detalles en este capítulo, tras minuciosa observación en terreno (Ver Fig. 1).
Fig. 2. El autor de este blog al costado derecho de la antigua ruta incaica, o Qhapaq Ñan. Alrededores del sitio de Chug-chug. La regla en el suelo mide un metro. Un bastón nuestro, puesto en el extremo opuesto, marca el ancho constante de la senda: son casi exactamente 3.50 m. Observe el lector las numerosas piedras alineadas toscamente a sus costados, señalando sus límites. Este sistema de indicación de la vía incaica lo hemos observado en prácticamente todos los sitios donde con certeza se detecta el trazado de esta ruta, desde la ceja sur de la quebrada de Camarones, hasta Quillagua. Nuestra hipótesis es que este tramo que pasa por el sitio arqueológico de Chug-chug enfila directamente al Norte, y empalma con la ruta que de N. a S. viene desde la quebrada de Maní, cruzando varias quebradas normalmente secas como Sipuca, Los Tambos,
Fig. 3. Este geoglifo, hecho en el suelo, se halla muy cerca de uno de los miradores actuales. Ha sido delineado mediante piedras de tamaño semejante, puestas toscamente en todo su contorno, Tal vez (?) se trate del diseño de un ave, con las alas abiertas; la cabeza del ave estaría donde se halla el observador y sus patas, en el extremo opuesto. Pero la figura no es muy clara. Allí, a corta distancia, se yergue otro geoglifo representando una hermosa estrella de cinco puntas. (Foto Pedro Lázaro, 02-12-2016).
Fig. 4. Los cerros con figuras de geoglifos vistos desde uno de los miradores. Distancia aproximada: unos 300 metros. (Foto Pedro Lázaro, 02.12-2016).
¿Quién fue el descubridor de este sitio de arte rupestre?. Un nombre ignorado.
La información respectiva no aparece en el afiche de la Fundación que hoy cuida y protege el sitio. Por fortuna, en reciente comunicación que mucho agradecemos, el investigador de campo don Claudio Castelln Gatica, quien fuera por años director del Museo de la Oficina Salitrera María Elena, nos envía algunas aclaraciones que consideramos de mucha importancia, en lo que respecta a este increíble sitio. Nos señala, en efecto, que él mismo fue su casual descubridor en el año 1990 y, a la vez, quien lo bautizara con este extraño nombre. Consta, igualmente, que fue él también quien diera a conocer el sitio a los arqueólogos, en particular al profesor Luis Briones, de la Universidad de Tarapacá (Arica), reconocido experto en el arte rupestre tarapaqueño. Por su lejanía, el lugar había permanecido oculto a la mirada atenta de todos los arqueólogos precedentes, y, en consecuencia, no existe -que sepamos- referencia alguna anterior a este sitio en la bibliografía arqueológica regional.
Exploraciones arqueológicas desde la salitrera María Elena.
Castellón en efecto, con base en María Elena, sitio de su residencia, durante muchos años recorrió incansablemente la región, tanto para procurarse objetos antiguos para su flamante Museo de María Elena, cuanto para incrementar el conocimiento arqueológico de la Región y señalar a las autoridades los peligros que corría este arte, ante el avance incontenible del progreso (Exploraciones mineras, electrificación, Carreteras, etc.). Fue así como, acompañado de un grupo de amigos amantes de la antropología, Castellón encontró y dio a conocer al mundo científico numerosos lugares de gran interés arqueológico y patrimonial. Con gran generosidad, no siendo él mismo un arqueólogo formado en la Academia, sino un entusiasta autodidacta de la arqueología, supo dar aviso a los científicos locales de sus descubrimientos. Lo que mucho le honra.
Explorando un tramo del Qhapaq Ñan junto a Chug-chug.
Con la experiencia adquirida por nosotros (Pedro Lázaro y yo) en el estudio del camino Inca, tras numerosas expediciones en su búsqueda en la depresión intermedia de Tarapacá, entre la quebrada de Camarones y Quillagua (entre los años 2011-20l5), quisimos examinar con alguna detención sus huellas aquí, junto a la cadena de cerros Pintados de Chug-chug. Lo hicimos a comienzos de diciembre del pasado año 2016. El joven guía de la "Fundación Patrimonio Desierto de Atacama" nos indicó someramente su rumbo. Muy pronto dimos con los típicos trazos sinuosos, en forma de rastrillo, formados por numerosas huellas paralelas de tránsito animal, que serpenteaban viniendo claramente del Sureste. Se observa aquí numerosas huellas, que cubren un ancho medio total de no menos de 10-12 m. Nuestro guía pareció no dar mayor importancia a esta ruta, encandilado como estaba por el estudio de los grabados en tierra (geoglifos), rasgo cultural sin duda de la mayor importancia en este yacimiento.
Rastros de antiguas acampadas.
A poco andar, siguiendo el trazado de la antigua ruta, observamos unos confusos amontonamientos de piedras al costado de una pequeña cárcava provocada por la eventual bajada de aguas. (Vea nuestra Fig. 4). "Un antiguo campamento de viajeros", le susurro a Osvaldo. En efecto, vemos latas de conserva oxidadas, trozos de botellas de cerveza antiguas, alambre, herraduras, elementos todos típicos de la época del auge de la explotación salitrera (1870-1915). Se trataba de antiguas oquedades circulares, protegidas por piedras, aptas para pasar la noche, al abrigo de sus ponchos y monturas. La ruta fue muy frecuentaba durante el período salitrero, época en que se traía animales bovinos en pie desde Atacama, rumbo a los mataderos (llamados "camales") de las Oficinas Salitreras. Digo a Osvaldo: "tendria que haber cerámica indígena por aquí". Pocos segundos después, vuelve con varios fragmentos que identifica como cerámica atacameña temprana. Huella indeleble de un tráfico muy antiguo, de varios siglos antes de la llegada del Inca. Pronto halla Osvaldo (cuyo olfato arqueológico nos maravilla) un inconfundible fragmento de cerámica del tipo "negro pulido atacameño", según la denominación antigua dada por el sacerdote-arqueólogo, párroco de San Pedro de Atacama, Gustavo Le Paige S.J.
Un hallazgo fortuito.
Estamos bastante cerca y al oriente de uno de los miradores instalados por la Fundación para la observación de los conjuntos de figuras de los cerros vecinos. De pronto Osvaldo me señala un curioso círculo, formado por piedrecillas finas, de color muy oscuro. Llamo a Pedro y le digo "¿qué te recuerda esto?". "Un geoglifo", me responde, tras unos segundos de vacilación. Era un dibujo en tierra, inconfundible, de un imponente sol con un gran círculo central. Figuras de este mismo tipo (prácticamente idénticas) habíamos observado con bastante frecuencia a los costados de la ruta Inca, a través del Tamarugal. Habíamos visto docenas de ellas, de diversos tamaños, con y sin un punto central característico. Nos fue, pues, fácil reconocerlo. El círculo interior, con un diámetro de unos 90 cm., fue intencionalmente formado acumulando innumerables piedrecillas muy pequeñas, de color muy oscuro, delineando un cúmulo levemente levantado del suelo. El círculo exterior del sol, igualmente, aunque incompleto, fue formado por unas corridas de piedrecillas finas, en un contorno de unos 14.40 m. de longitud. Pronto nos dimos cuenta que alrededor de un tercio de la figura, había sido pisoteada y destruida por el paso incesante de tropillas animales por la senda. Entre el borde externo del círculo y su punto central, el área había sido clara y cuidadosamente despejada totalmente de piedras, dejando bien visible un soporte terroso, de color mucho más claro. En un sector del borde externo del círculo, pudimos descubrir varios minúsculos fragmentos de cerámica color café oscuro. Osvaldo nos señala que se trata de cerámica de los antiguos atacameños.
Un gran geoglifo solar.
Habíamos al parecer descubierto con Pedro y Osvaldo, un gran geoglifo representando probablemente a la divinidad solar incaica (Tata Inti), casi imperceptible a la vista por su alto grado de destrucción y degradación. Sospechamos que su presencia había escapado a los investigadores del sitio, pues no estaba señalizado. Se halla a unos 90 m de distancia (a ojo) del mirador Nº 2. Tomamos de inmediato con el GPS las respectivas coordenadas UTM: 482299 N y 7545197 E. El antiguo geoglifo se halla al costado weste de la ruta Inca, y contiguo a ésta. ¿Qué pasó y por qué se hallaba destruido en buena parte?. Fue nuestra primera pregunta. Tenemos ahora una hipótesis explicativa muy simple sobre este hecho. Pero antes, mostraremos aquí la forma en que aparece visible el geoglifo, de acuerdo al dibujo hecho en mi Diario de Campo (Vol. 98, págs. 33 y 35) y que presentamos aquí.
Fig. 6. Croquis de terreno. Vista general de área que muestra el cordón de cerros pintados (a la izquierda del dibujo) y la posición relativa del geoglifo circular (por hipótesis, el sol o Inti). Dos pequeñas cárcavas de erosión, cruzan de sureste a norweste la zona. En una de ellas, se observan varios restos de estructuras de campamento. Las huellas sinuosas, paralelas, propias del camino Inca toman aquí, a lo que nos parece, un decidido rumbo NW. El hito caminero señalado en la Fig. 4, , al que se hace especial referencia en la Fig., se halla en las coordenadas UTM: 482228 N y 7545360 E (Texto tomado del Diario de Campo del Dr. H. Larrain, vol. 98, pág. 33).
Fig. 7. Descripción detallada , tomada de nuestro Diario de Campo, del hallazgo del geoglifo del sol (Vol. 98, pág. 34). Nos llamó bastante la atención no hallar fragmentos de cerámica colonial española (de tinajas o botijas), evidencia normal del paso de españoles por la vía, muy frecuente en otros tramos de la vía antigua. Sólo cerámica indígena típica. Al parecer, los españoles, al revés de los indígenas, no se detuvieron aquí, ni tuvieron motivos para hacerlo. En cambio los arrieros del siglo XIX y XX dejaron aquí rastros evidentes de su paso y acampada.
Exploraciones arqueológicas desde la salitrera María Elena.
Castellón en efecto, con base en María Elena, sitio de su residencia, durante muchos años recorrió incansablemente la región, tanto para procurarse objetos antiguos para su flamante Museo de María Elena, cuanto para incrementar el conocimiento arqueológico de la Región y señalar a las autoridades los peligros que corría este arte, ante el avance incontenible del progreso (Exploraciones mineras, electrificación, Carreteras, etc.). Fue así como, acompañado de un grupo de amigos amantes de la antropología, Castellón encontró y dio a conocer al mundo científico numerosos lugares de gran interés arqueológico y patrimonial. Con gran generosidad, no siendo él mismo un arqueólogo formado en la Academia, sino un entusiasta autodidacta de la arqueología, supo dar aviso a los científicos locales de sus descubrimientos. Lo que mucho le honra.
Explorando un tramo del Qhapaq Ñan junto a Chug-chug.
Con la experiencia adquirida por nosotros (Pedro Lázaro y yo) en el estudio del camino Inca, tras numerosas expediciones en su búsqueda en la depresión intermedia de Tarapacá, entre la quebrada de Camarones y Quillagua (entre los años 2011-20l5), quisimos examinar con alguna detención sus huellas aquí, junto a la cadena de cerros Pintados de Chug-chug. Lo hicimos a comienzos de diciembre del pasado año 2016. El joven guía de la "Fundación Patrimonio Desierto de Atacama" nos indicó someramente su rumbo. Muy pronto dimos con los típicos trazos sinuosos, en forma de rastrillo, formados por numerosas huellas paralelas de tránsito animal, que serpenteaban viniendo claramente del Sureste. Se observa aquí numerosas huellas, que cubren un ancho medio total de no menos de 10-12 m. Nuestro guía pareció no dar mayor importancia a esta ruta, encandilado como estaba por el estudio de los grabados en tierra (geoglifos), rasgo cultural sin duda de la mayor importancia en este yacimiento.
Rastros de antiguas acampadas.
A poco andar, siguiendo el trazado de la antigua ruta, observamos unos confusos amontonamientos de piedras al costado de una pequeña cárcava provocada por la eventual bajada de aguas. (Vea nuestra Fig. 4). "Un antiguo campamento de viajeros", le susurro a Osvaldo. En efecto, vemos latas de conserva oxidadas, trozos de botellas de cerveza antiguas, alambre, herraduras, elementos todos típicos de la época del auge de la explotación salitrera (1870-1915). Se trataba de antiguas oquedades circulares, protegidas por piedras, aptas para pasar la noche, al abrigo de sus ponchos y monturas. La ruta fue muy frecuentaba durante el período salitrero, época en que se traía animales bovinos en pie desde Atacama, rumbo a los mataderos (llamados "camales") de las Oficinas Salitreras. Digo a Osvaldo: "tendria que haber cerámica indígena por aquí". Pocos segundos después, vuelve con varios fragmentos que identifica como cerámica atacameña temprana. Huella indeleble de un tráfico muy antiguo, de varios siglos antes de la llegada del Inca. Pronto halla Osvaldo (cuyo olfato arqueológico nos maravilla) un inconfundible fragmento de cerámica del tipo "negro pulido atacameño", según la denominación antigua dada por el sacerdote-arqueólogo, párroco de San Pedro de Atacama, Gustavo Le Paige S.J.
Un hallazgo fortuito.
Estamos bastante cerca y al oriente de uno de los miradores instalados por la Fundación para la observación de los conjuntos de figuras de los cerros vecinos. De pronto Osvaldo me señala un curioso círculo, formado por piedrecillas finas, de color muy oscuro. Llamo a Pedro y le digo "¿qué te recuerda esto?". "Un geoglifo", me responde, tras unos segundos de vacilación. Era un dibujo en tierra, inconfundible, de un imponente sol con un gran círculo central. Figuras de este mismo tipo (prácticamente idénticas) habíamos observado con bastante frecuencia a los costados de la ruta Inca, a través del Tamarugal. Habíamos visto docenas de ellas, de diversos tamaños, con y sin un punto central característico. Nos fue, pues, fácil reconocerlo. El círculo interior, con un diámetro de unos 90 cm., fue intencionalmente formado acumulando innumerables piedrecillas muy pequeñas, de color muy oscuro, delineando un cúmulo levemente levantado del suelo. El círculo exterior del sol, igualmente, aunque incompleto, fue formado por unas corridas de piedrecillas finas, en un contorno de unos 14.40 m. de longitud. Pronto nos dimos cuenta que alrededor de un tercio de la figura, había sido pisoteada y destruida por el paso incesante de tropillas animales por la senda. Entre el borde externo del círculo y su punto central, el área había sido clara y cuidadosamente despejada totalmente de piedras, dejando bien visible un soporte terroso, de color mucho más claro. En un sector del borde externo del círculo, pudimos descubrir varios minúsculos fragmentos de cerámica color café oscuro. Osvaldo nos señala que se trata de cerámica de los antiguos atacameños.
Un gran geoglifo solar.
Habíamos al parecer descubierto con Pedro y Osvaldo, un gran geoglifo representando probablemente a la divinidad solar incaica (Tata Inti), casi imperceptible a la vista por su alto grado de destrucción y degradación. Sospechamos que su presencia había escapado a los investigadores del sitio, pues no estaba señalizado. Se halla a unos 90 m de distancia (a ojo) del mirador Nº 2. Tomamos de inmediato con el GPS las respectivas coordenadas UTM: 482299 N y 7545197 E. El antiguo geoglifo se halla al costado weste de la ruta Inca, y contiguo a ésta. ¿Qué pasó y por qué se hallaba destruido en buena parte?. Fue nuestra primera pregunta. Tenemos ahora una hipótesis explicativa muy simple sobre este hecho. Pero antes, mostraremos aquí la forma en que aparece visible el geoglifo, de acuerdo al dibujo hecho en mi Diario de Campo (Vol. 98, págs. 33 y 35) y que presentamos aquí.
Fig. 7. Descripción detallada , tomada de nuestro Diario de Campo, del hallazgo del geoglifo del sol (Vol. 98, pág. 34). Nos llamó bastante la atención no hallar fragmentos de cerámica colonial española (de tinajas o botijas), evidencia normal del paso de españoles por la vía, muy frecuente en otros tramos de la vía antigua. Sólo cerámica indígena típica. Al parecer, los españoles, al revés de los indígenas, no se detuvieron aquí, ni tuvieron motivos para hacerlo. En cambio los arrieros del siglo XIX y XX dejaron aquí rastros evidentes de su paso y acampada.
Fig. 8. Página de nuestro Diario de Campo (vol. 98, pág. 35-39). Detalle del geoglifo circular hallado
Fig. 6. Diario de Campo, vol 98, pág. 32. Alusión al hallazgo de cerámica atacameña, en trozos muy pequeños que fueron dejados in situ. Nuestro recorrido a pie siguió hacia el Norte, por espacio de unos 200 metros, observando las características de la vía incaica La foto de la Fig. Nº 2 corresponde exactamente a esta sección del camino incaico.
¿Por que destruyeron parcialmente el geoglifo y quiénes lo hicieron?.
Nos habíamos hecho esta pregunta más arriba. Estimamos que la causa fue la siguiente. En época indígena solo llamas y alpacas cargadas circulaban por esta vía. La gente caminaba a pie, junto a los animales, pues no existían cabalgaduras de monta en épocas prehispánicas en América. Esto es sabido. El trazo de la vía incaica -como lo hemos destacado ya-, no superaba los 3,50-3,60 de ancho, suficiente para el tránsito de 2 a 3 animales a la vez. No era necesario más espacio. Esa distancia estaba delineada con piedras, arrojadas al borde de la vía. La vía misma era cuidadosamente despejada de piedras que pudiesen dañar las patas de los animales o los pies de los viajeros. Estos, recordémoslo, calzaban siempre ojotas de cuero. Hasta los perros acompañantes eran calzados con sendos cueros protectores. ¿Cuándo se amplió considerablemente el ancho de la huella, (a veces hacia 100-120 m o aún más) provocando la situación actual de "rastrillo", al decir de Patricio Advis?.
Nuestra hipótesis apunta al empleo normal, por parte de los conquistadores españoles de caballos, mulares y burros en lugar de las llamas de los indígenas. Ahora bien los équidos citados iban generalmente guiados por sus jinetes, quiene los acicatean en caso necesario para acelerar la marcha. Así, estos animales fácilmente eran desviados o se desviaban del exiguo trazado antiguo algún tanto por acción de las riendas de sus propios jinetes, máxime en sectores arenosos donde no había obstáculos de ninguna clase (piedras). En tales espacios limpios, imaginamos que hasta podían trotar o galopar a gusto, para acelerar el paso. Pero la senda volvía necesariamente a restringirse al ancho antiguo (ca. 3,50 m. o menos) allí donde la topografía del terreno lo exigía, v. gr. en el cruce de cauces o sectores muy pedregosos. En síntesis, la presencia de estos extensos y anchos "rastrillos" observables en la actualidad, sería un fenómeno producido por los conquistadores y sus animales de monta y carga. A diferencia de los auquénidos que siempre siguen religiosamente un mismo sendero previamente pisado (para cuidar y proteger sus patas), como lo hemos podido observar en sectores montañosos, los caballos o mulares españoles podían avanzar velozmente sin someterse al estrecho trazado previo de la vía Inca, y saliéndose por tanto, impunemente de sus lindes, bajo el látigo de sus jinetes. Es lo que creemos sucedió en el caso que nos ocupa. Como las figuras rituales de geoglifos hechas en el suelo se hallaban generalmente muy cerca del trazado primitivo (en nuestra experiencia a veces tan sólo a uno o dos metros de distancia), al cruzar los españoles con sus cabalgaduras, en lugares abiertos, ampliaron y extendieron inconscientemente el ámbito de la huella, sin reparar en la presencia de las figuras votivas preexistentes (geoglifos), que nada significaban para ellos. Simplemente, las pasaron a llevar y las atropellaron.
En resumidas cuentas, fueron los propios conquistadores quienes modificaron con el pasar de sus cabalgaduras y animales de carga, las huellas perfectamente circunscritas de la vía incaica o Qhapaq Ñan. Juzgue el propio lector si esta explicación le satisface o no, pero creemos correspondería bien a la índole de nuestros animales de monta y al criterio de sus jinetes españoles.
Y, por fin, ¿qué significa el topónimo Chug-chug?,
No siendo nosotros lingüistas sino antropólogos, decidimos consultar al efecto a nuestro amigo, el investigador peruano Rodolfo Cerrón Palomino, eximio experto en lenguas andinas, quien amablemente nos respondió a vuelta de correo. Reproducimos aquí su respuesta textual:
"...En cuanto a tu pregunta, me parece que la respuesta es sencilla: debe tratarse de la palabra castellanizada del quechua chukchuq: "que siempre está temblando". En tal sentido, debe estar refiriendo a alguna particularidad del lugar. A menos que, como sugieres, sea una reduplicación de chuk que en quechua es el gotear del agua, de manera que chukchuq será "gotera". Ambas interpretaciones plausibles, aunque yo me inclino por la primera. Es cuanto puedo decirte. Rodolfo".
Nuestra aplicación al caso presente.
Agradecemos infinitamente el valioso apoyo lingüístico que nos ha brindado nuestro experto amigo. ¿Cuál traducción preferir?. Nos inclinamos claramente por la segunda. ¿Razones?.
a) En todo el Norte Grande suele temblar con cierta frecuencia y por igual, en todas partes, No hay motivo alguno que sugiera que en este preciso lugar, tiemble de modo especialmente fuerte. En razón del argumento de la "plausibilidad semántica", pues, este argumento no nos parecería aplicable en el caso presente.
b) El sitio arqueológico de arte rupestre Chug-chug no fue conocido antes del año 1990, y como tal, carecía de nombre particular. Ahora sabemos que fue Claudio Castellón que lo bautizó así, por la proximidad de la quebrada de Chug-chug, distante solo unos 15 km hacia el norte. Castellón, con o sin razón, la bautizó con este nombre, adoptando para ello el topónimo conocido más cercano: la quebrada de Chug-chug.
c) Ahora bien, en la quebrada existe una aguada, algo salobre, que fue siempre muy usada por los caminantes para abastecerse en su viaje por el desierto en esta zona inhóspita. En esta aguada, el agua brota gota a gota, formando un charco pequeño. ¿No podríamos pensar que este goteo continuo en la aguada, acarreó su nombre onomatopéyico: Chukchuk?. Parecería plausible pensarlo así. O sea, por sinécdoque, la aguada habría terminado otorgando su nombre al conjunto de la quebrada. En carta posterior, Cerrón Palomino acoge y se manifiesta de acuerdo con esta propuesta nuestra.
d) La denominación de los lugares (toponimia) obedece siempre a la existencia de algún rasgo natural de importancia para la vida humana. En otra palabras, nunca denominaban los antiguos a las quebradas mismas por algún nombre específico, sino se daba nombre (bautizaba) a algún accidente o elemento natural notorio (de la flora, fauna, topografía o geología) existente o abundante en ellas. En tiempos indígenas, las quebradas mismas, en cuanto tales, no poseían nombre propio. Fue la geografía y la cartografía de origen occidental, la que empezó a denominar con nombre propio a accidentes físicos tales como quebradas, ríos, pampas, lomas o cordilleras. La quebrada de Chug-chug, pues, debió su nombre a su aguada o vertiente, "que goteaba agua". Esta, explicación nuestra, también sugerida por Cerrón Palomino, nos parece preferible a la otra: "tierra que"tiembla".
e) Por fin no deja de ser muy instructivo el hecho de que este nombre sea de origen quechua (no aymara, puquina, o lickan antai). Y ello no nos debe sorprender, sabiendo que el Qhapaq Ñan de los Incas pasaba y pasa aún por allí mismo, muy cerca, rumbo al NW. Los incas, presumiblemente, bautizaron con este nombre a la aguada del lugar, a su paso por allí. Ta vez ésta poseyó algún nombre antiguo en lengua puquina, pero éste no habría subrevivido. Y su nombre quechua, en cambio, como en otros lugares de Tarapacá, ha perdurado hasta hoy para designar su aguada y, por extensión o sinécdoque, la quebrada homónima.