Fig.1. Árbol de "Apama" nombre con que es conocido por los antiguos habitantes de la quebrada de Tasma, según comunicación verbal de Anselmo Charcas Pacha (Julio 1998, en Pica). Algunos, por deformación, le llaman "apamo". La terminación en la letra "a" (como en "apama") es usual y característica de las lenguas andinas. Nunca un sustantivo aymara o quechua termina en "o" o en "e". Se trata aquí de la especie arbórea Myrica pavonis (Morella pavonis C.DC) y pertenece a la familia botánica de las Myricaceae, siendo el único representante de esta familia que se encuentra en Chile. Junto al molle o pimiento del norte chileno (Schinus molle), el sauce chileno o de Humboldt ( Salix humboldti) y el chañar (Gourliaea decorticans), conforman el grupo de especies arbóreas propiamente tales que prosperan en las quebradas tarapaqueñas. No existen otros árboles nativos en este ambiente precordillerano de Tarapacá. (Foto H. Larrain, en visita a la quebrada de Suca, 15/11/2014). .
En nuestras repetidas expediciones en busca de trazas visibles del "Camino del Inca" o Qhapaqñan en Tarapacá, entre 2011 y 2014, hemos tenido la suerte de hallar varios lugares donde aún es posible observar la presencia de un árbol muy notable, sin lugar a dudas "el rey de las quebradas", llamado por los lugareños "apama" o "apamo" . Ärbol muy poco conocido en gran parte debido a su extrema escasez actual en el paisaje cultural de quebradas y oasis tarapaqueños. Sospechamos que fueron la incansable actividad de la pequeña minería practicada por pirquineros y arrieros, y la práctica agrícola local, los grandes causantes de su paulatina e inexorable disminución. El trabajo de Francisco Latrille que aquí analizamos, vendría a constituir una clara prueba de lo aquí señalado. Abundante en su época, era un "recurso" altamente apreciado para los mineros, según este mismo autor. En algunas partes del Norte chileno se le denomina también "pacama" o "huacane". Su diferente nominación provendría, tal vez, de la diferente lengua de origen. En este caso, sospechamos que su origen sea quechua o puquina más que aymara.
Un artículo minero que ha pasado desapercibido.
Copio aquí, para satisfacción de geógrafos, antropólogos y arqueólogos, un notable trozo escrito por un viajero gran conocedor del desierto de Atacama, don Francisco Latrille (1845----). En este artículo, al examinar las características metalogénicas del yacimiento de Yabricoya, el autor hace expresa referencia a los recursos de agua y vegetación que ofrece al minero el desierto de Atacama, particularmente en sus quebradas. Estimamos que este artículo de ingeniero Latrille (hijo mayor del gran explorador y minero don Domingo Latrille, francés radicado en Chile), dedicado fundamentalmente al minero y al metalurgista, nos ofrece una magnífica ocasión para encontrar pruebas de la importancia y valía que se otorgaba a ciertas plantas del desierto por parte de los lugareños (seguramente pirquineros que el trata en sus viajes) y, a la vez, de paso nos informa acerca de las características de la hidrografía superficial presente a fines del siglo XIX. De esta época tenemos muy pocas referencias científicas sobre las características del clima reinante, en especial sobre el recurso agua. El artículo que aquí extractamos ha sido tomado del Boletín de la Sociedad Nacional de Minería. Revista Mensual, Nº 90: (30 de Abril de 1896) pp. 61-76. Santiago de Chile.
Fig.2. Esta especie ocupa siempre el fondo de las quebradas donde puede acceder al agua subterránea cuando falta la escorrentía superficial. En la quebrada de Tasma, en una expedición nuestra en el mes de Julio del año 1999, vimos un grupo de unos 10 a 12 robustos ejemplares de esta especie, creciendo vigorosamente a pesar de estar seco su cauce. El lugar se encuentra deshabitado desde hace unos 20 años a lo menos. (Foto 15/11/2014, tomada en el valle de Suca en las proximidades del pueblo).
Fig. 3. Myrica pavonis comparte aquí su habitat del lecho de quebrada con otras especies ávidas de agua: el carrizo o cañaveral (Phragmites communis), la cola de caballo (Equisetum sp.) y la mucho más común y abundante brea o sorona cuyo nombre científico es Tessaria absynthioides (Observe esta especie en el ángulo inferior derecho de la fotografía). (Foto 15/11/2014, en el fondo de la quebrada y valle de Suca, cerca del trazado del Qhapaqñan inca).
En palabras del ingeniero de minas Francisco Latrille:
He aquí la cita parcial del precitado texto que viene a enriquecer enormemente nuestro conocimiento del medio geográfico existente en las quebradas que dan a la pampa del Tamarugal. El texto de Latrille hace amplia referencia a las zonas de quebradas aledañas al mineral de Yabricoya, situado a los 4.200 m de altitud, según Riso Patrón (1924).
"Recursos del Mineral [de Yabricoya].
"Yabricoya forma, pues, la zona que son los inmediatos contrafuertes [que se hallan al] oeste de los Andes, siguiendo hacia el poniente la pampa del Tamarugal que con una extension de 10 a 15 leguas, la separa de las formaciones que, por su situacion, pueden denominarse marítimas. La altura de estas últimas, como máximo, es de 2.000 metros, mientras tenemos para las cimas del mineral alturas que fluctúan entre los 3.500, 5.000 y 5.600 metros sobre el nivel del mar. No obstante su elevacion y su aparente aridez, ya que es la transicion a las rejiones de la puna, presenta los recursos vitales indispensables y cuya ausencia hace, puede decirse, la desesperacion del minero del desierto de Atacama.
El agua, ya corriente ya estancada, existe en casi todas sus quebradas, dando algunas de ellas nacimiento a pequeños arroyos que, por insignificantes que sean, constituyen siempre un gran recurso para la agricultura. Así vive el pueblecito de Mamiña, y así se sostienen los caseríos de Nohasa, Tasma, Macaya, etc., cuyos habitantes en su mayor parte indíjenas aymarás se dedican en su mayor parte a la arriería, otros al cultivo de alfalfa, maíz etc. Siguiendo este itinerario podemos citar muchas otras quebradas que acaparando las aguas lluvias en sus talwegs dan origen a fuentes perennes algunas, intermitentes las otras, tales son las de Biscaya, Tacaya, Yabricoya etc. La leña cubre las faldas de los cerros y constituye uno de los recursos más eficaces y abundantes; son arbustos cuyos troncos mas que las ramas arden con vigor. Tales son la Tola, el Pingo-pingo la Coya, la Chuquicanqui, la Vira-vira.
La Apama es un árbol de bastante desarrollo y ocupa el fondo de las quebradas allí donde el agua empapa más las tierras y da una semilla que produce un jugo rojo que sirve para teñir telas y tejidos; su aplicacion se hace sin el recurso de los mordientes. Su líber o corteza se emplea en las curtiembres por el tanino que contiene. El quino que sirve para las techumbres; la quenua crece en las faldas de los cerros como ser el Colungtucsa. La yareta que crece únicamente en las mas altas cimas, es decir en la zona fríjida etc. Estas son plantas esencialmente resinosas, lo cual facilita su combustion haciéndolas propias para arder aún cuando están verdes. La yareta arde lentamente i sin desarrollo de llama, durando en este estado 5, 10 y aun 15 días consecutivos. Llegando la buena estacion todas las tierras se cubren de pastos mas o menos sustanciosos, según haya sido la copiosidad de las lluvias.
Esto ha permitido en todo tiempo alimentado rebaños ovejunos o de llamas hasta el punto de venir con tal objeto desde los pueblos fronterizos con Bolivia. En las partes más húmedas o alrededor de alguna vertiente, brota el hicho o paja brava, planta gramínea de un verde esmeralda y cuando seca, de un amarillo intenso; sus espigas espinudas y muy largas constituyen un buen alimento para los animales y su paja sirve para las techumbres. Existe también otra planta de la misma familia, denominada guailla, que es más acuática y sustanciosa.
Todo esto comparado con las privaciones de otros puntos que no cuentan con estos elementos, que constituyen los subsidios vitales de estas rejiones, da origen a una gran economía y es un poderoso ausiliar en los trabajos...... Existen un sinnúmero de pequeñas quebradas que corren paralelamente de E a O a la espina de la cordillera, algunas de ellas ofrecen el esplayamiento necesario y adecuado para el cultivo. Las más cercanas al mineral son las citadas en este trabajo....". (Francisco Latrille, 1896: 73; grafía original. Subrayado nuestro).
Sobrevivencia de esta especie.
Sobrevivencia de esta especie.
Tal como aquí lo viera con sus propios ojos Latrille hace ya 120 años, el valle de Yabricoya hasta el día de hoy ostenta bosquetes importantes de esta especie arbórea, de suerte que , al parecer, sería hoy el lugar mas importante de supervivencia de esta especie en el contorno de Tarapacá, formando pequeños bosques compactos. Tal es la información que recientemente nos ha sido comunicada por un gran conocedor del desierto, el experto guía y senderista señor Matías Pinto de la ciudad de Iquique.(com. pers. del 22/11/2014). Para un estudio detenido de esta rara especie de árbol por parte de los botánicos, creemos que esta comunicación podría ser de gran importancia y significado. También se puede observar esta hermosa especie vegetal formando un pequeño bosque, en el poblado de Macaya, junto a la piscina natural de aguas termales.
Bibliografía recomendada.
Sobre esta especie arbórea y su pertenencia a una determinada unidad vegetacional de desierto, correspondiente al piso de las quebradas, vea el artículo del botánico Federico Luebert: "Apuntes sobre la vegetación de bosque y matorral del desierto precordillerano de Tarapacá, Chile", Revista Chloris chilensis, Año 7 Nº 1 (2005). Nos sorprende, sin embargo, la total ausencia de información sobre esta especie arbórea en la por lo demás excelente obra de Carolina Villagrán y Victoria Castro titulada: Ciencia Indígena de los Andes del Norte de Chile, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 2004. Al menos no figura allí como "apama" o "apamo" o aún "pacama", nombres como es hoy conocido este árbol en los pueblos precordilleranos de Tarapacá. En dicha obra, de un alto valor etnográfico y cvientífico, echamos sin embargo de menos la existencia, al final de la obra, de un índice de nombres científicos que ayude a la búsqueda cuando falta o se desconoce el nombre vernáculo o local. Tal índice nos parece fundamental en obras de esta envergadura. Ojalá que una próxima edición subsane este defecto.
Comentario eco-antropológico.
1. Señala muy bien la descripción de Latrille el habitat preciso de esta especie: "el fondo de las quebradas allí donde el agua empapa más las tierras". Crece sin problemas entre infinidad de piedras y cantos rodados de arrastre aluvial, material que constituye el suelo normal de estas quebradas, como producto del acarreo fluvial por parte de las frecuentes avenidas o huaycos.
2. A juzgar por su descripción, debió ser relativamente frecuente en tiempos del minero Latrille; hoy, en cambio, esta especie está restringida a muy pequeños y escasos bosquetes o, más bien, a ejemplares solitarios o aislados, tanto ha sido el ataque que ha sufrido por el gran valor de sus ramas largas para confeccionar vigas de techumbre de casas y recintos de abrigo, postes y/o pilares, o mangos para variadas herramientas. Nosotros solo la hemos visto excepcionalmente en Suca, en Tasma, en Quipisca y en Imagua. Nunca, en cambio, la hemos observado en Huatacondo o Maní. Tampoco en Tarapacá o en Pica, donde debió ser tempranamente exterminada para su uso como excelente combustible y útil madera.
3. Por ser autóctono, por su valor ornamental, su abundoso follaje y su gran tamaño (puede elevarse hasta unos 12-15 metros de alto) , este árbol debería ser el preferido para exornar las plazas de nuestros pueblos precordilleranos, siempre que se les asegure un abundante recurso de agua. Es mucho más hermoso que el eucaliptus y mucho más elevado y frondoso que las diferentes especies de Acacia (aromos) que se ven generalmente en nuestras plazas y jardines públicos; especies foráneas poco atractivas que deberíamos desterrar de nuestro medio por su excesiva exigencia de agua y su falta total de identidad local. La apama ofrece un denso follaje, una sombra impresionante y un bellísimo color verde muy oscuro. Ojalá CONAF empiece a reproducir esta especie para repartirla por plazas y jardines de la Región. Su excelente sombra sería especialmente agradecida por los pobladores locales. (Pienso en las plazas de Pica, Matilla, Camiña o Huatacondo).
4. De enorme interés etnográfico es la aplicación que los antiguos habitantes hacían de su corteza para la curtiembre de cueros (corteza rica en tanino según Latrille) y las cualidades de su semilla para teñir de rojo los tejidos. Es más que probable que esta referencia descanse en una antiquísima costumbre local que Latrille recoge de labios autóctonos. No conocemos estudios de tejidos antiguos que hagan referencia a su utilización, en forma de extracto, para teñir sus telas de color rojo vivo. Bien valdría la pena hacer experiencias en este sentido para promover su uso artesanal en las poblaciones aledañas al Tamarugal. Es una tarea pendiente para aquellos etnógrafos y antropólogos sociales realmente comprometidos con el desarrollo de nuestras comunidades indígenas y no meros observadores impávidos de su cultura.
5. Por último debemos señalar cómo trabajos antiguos de corte mineralógico o geológico pueden aportar datos de tipo eco-cultural entregándonos valiosas informaciones sobre antiguas costumbres de los habitantes autóctonos. Tal cosa fue posible, creemos porque todos los científicos de antaño tenían algo de humanistas y naturalistas y sabían observar y reconocer el entorno geográfico-botánico de las zonas que recorrían. lo que hoy constituye casi una excepción.
6. Así, nos sorprende gratamente el recibir información confiable sobre nombres vernáculos de plantas nativas, rara vez escuchadas hoy como vira-vira (wira-wira) o chuquicanqui.
7. Por fin, su afirmación de que existe agua en alguna forma, corriente o estancada, "en casi todas las quebradas" que dan al Tamarugal, contrasta muy vivamente con la situación actual en la que lo contrario sería lo verdadero: "existe agua en muy pocas quebradas". ¿Es esta afirmación de Latrille un argumento tácito para comprobar el lento pero irreversible proceso de desecamiento que han experimentado las quebradas tarapaqueñas desde la década del 80 del siglo antepasado, esto es en los últimos 135 años? . Nos parece lo más probable. Todas las quebradas han sido testigos de la desaparición o desecamiento de vertientes y aguadas en los últimos cien años. Lo hemos podido comprobar en el caso de la quebrada de Quipisca y Maní, tanto por observación directa como por testimonio de ancianos pobladores.
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