Fig. 0. Vista general de un extenso conjunto de eras agrícolas de época colonial o indígena, de distintas dimensiones, en un área plana de la pampa. Tema que estudiamos ex professo en este capítulo del Blog.
Revisita al sector de chacras antiguas en la Pampa.
Muy recientemente, con fecha 12 de Abril 2013, realizamos una corta visita de inspección a la zona de las "chacras antiguas" de la pampa del Tamarugal, no muy lejos de la desembocadura de la quebrada de Tarapacá y a bastante distancia en dirección weste desde el sitio arqueológico conocido como el poblado prehistórico de Caserones. Conformaban el pequeño grupo expedicionario el arquitecto Pedro Lázaro Boeri, la arqueóloga de la Universidad Bolivariana, Srta. María José Capetillo Prieto y el autor de este Blog, Horacio Larrain. El jeep Nissan Terrano de Pedro nos permitió llegar felizmente a destino por terrenos accidentados y potentes e interminables pedregales . Traíamos in mente una serie de dudas que queríamos resolver en el terreno mismo.
De este viaje de prospección y de sus hallazgos, hemos dejado constancia escrita en mi "Diario de Campo" Volumen 97: pp. 62-71.
De este viaje de prospección y de sus hallazgos, hemos dejado constancia escrita en mi "Diario de Campo" Volumen 97: pp. 62-71.
¿Por qué decidimos volver a visitar esos lugares?. Nuestro primer contacto con la enorme zona de melgas de cultivo del Tamarugal.
Tuvimos la inmensa fortuna de conocer por primera vez estas vastas extensiones de campos de cultivo en el invierno del año 1972, cuando el entonces Director del Museo Regional de Iquique, Jorge Checura Jeria, nos condujo al lugar (Vea Fig.32, en este capítulo) que él y los geógrafos del Instituto de Geografía de la Universidad Católica de Santiago habían estado estudiando previamente en la fotografía aérea mediante la técnica de fotointerpretación (analizando las fotos obtenidas por el vuelo Hykon de 1955). Estas notables concentraciones de cientos de hectáreas de chacras, cultivadas otrora en el corazón de la Pampa, habían quedado descritas e incluso bien dibujadas desde el año 1765, en el famoso "Plano de la Pampa de Iluga" del Teniente de Gobernador de Tarapacá don Antonio O´Brien. Plano que ha sido objeto de numerosos estudios tanto por parte del historiador don Oscar Bermúdez Miral, como por el arqueólogo piqueño Lautaro Núñez y los geógrafos y antropólogos de la Pontificia Universidad Católica de Chile entre los años 1971 y 1973, incluídos nosotros mismos. Sobre este sevillano O´Brien y su notabilísima obra cartográfica en la región de Tarapacá, hemos escrito varios pequeños trabajos en este mismo Blog. Remitimos a nuestros lectores a dichos segmentos del Blog. (Ver etiquetas Antonio O´Brien, Pampa del Tamarugal, Agricultura del desierto, Oscar Bermúdez).
Algunos estudios tempranos sobre estos sembríos en plena pampa.
Tal vez el primer estudio dedicado a analizar este sistema de antiguas melgas de cultivo en esta pampa y que quedó lamentablemente inédito, se debe a la pluma del historiador y arquitecto iquiqueño Patricio Advis Vitaglic. Este artículo se titulaba: "Antiguos sembríos en el desierto de Huara (Iquique) en la Pampa del Tamarugal", Mecanografiado, 1971 (copia en poder del autor de este Blog).
Nosotros mismos retomamos poco después este tema de estudio en nuestro artículo: "Antecedentes históricos para un estudio de la reutilización de suelos agrícolas en la Pampa del Tamarugal, Provincia de Tarapacá, Chile", que fuera publicado en la Revista Norte Grande, del Instituto de Geografía de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Vol. I, Nº 1, Marzo 1974: 9-22, con una reproducción y copia del Plano de la Pampa Iluga, de Antonio O´Brien.
Algunos estudios tempranos sobre estos sembríos en plena pampa.
Tal vez el primer estudio dedicado a analizar este sistema de antiguas melgas de cultivo en esta pampa y que quedó lamentablemente inédito, se debe a la pluma del historiador y arquitecto iquiqueño Patricio Advis Vitaglic. Este artículo se titulaba: "Antiguos sembríos en el desierto de Huara (Iquique) en la Pampa del Tamarugal", Mecanografiado, 1971 (copia en poder del autor de este Blog).
Nosotros mismos retomamos poco después este tema de estudio en nuestro artículo: "Antecedentes históricos para un estudio de la reutilización de suelos agrícolas en la Pampa del Tamarugal, Provincia de Tarapacá, Chile", que fuera publicado en la Revista Norte Grande, del Instituto de Geografía de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Vol. I, Nº 1, Marzo 1974: 9-22, con una reproducción y copia del Plano de la Pampa Iluga, de Antonio O´Brien.
Objetivos del presente viaje.
Revisando unos viejos y ya ajados "Diarios de Campo" míos del año 1980, di casualmente con un detallado y colorido croquis de campo que me hiciera el geógrafo fìsico Luis Velozo Figueroa, investigador que, en los años setenta, formó parte activa del grupo de la Universidad Católica interesado en estudiar la Pampa del Tamarugal (Diario de Campo Nº 14; pp. 93-94). Velozo había dedicado muchas horas al estudio de fotointerpretación del área, en base a las fotografías aéreas obtenidas en el vuelo Hykon realizado el año 1955. Este era, por entonces el instrumento eurístico de última generación para este tipo de estudios geográficos con información captada desde el espacio. A través de ese estudio y como resultado del mismo, Velozo me señaló en un croquis no sólo la presencia de miles de chacras abandonadas, sino también de numerosos canales, algunos de gran porte, y de ruinas de corrales y recintos.Por entonces (1980) Velozo y el grupo del taller de la Universidad Católica ya no trabajaba en esta zona de Tarapacá, por efecto directo del Golpe de Estado del año 1973 y la consiguiente instauración del régimen militar. Este croquis privado, que por razones obvias no puedo revelar aquí, fue nuestro fiel guía en esta ocasión en la detección previa hecha por Pedro Lázaro a través del Google Earth. Con satisfacción, pudimos confirmar plenamente en gabinete varias de las prolijas observaciones hechas en 1972 por el geomorfólogo Velozo. Y con este valiosísimo antecedente en nuestro poder, preparamos en detalle la breve pero sustanciosa expedición para el domingo 12 de este año 2013.
Las preguntas que en forma de hipótesis tentativas guiaron nuestra pesquisa.
¿Qué posible antigüedad poseen estas extensas y dilatadas chacras de cultivo en medio de la soledad de la pampa actual?. Nos guiaban varias hipótesis, en forma de preguntas, al iniciar este estudio de terreno:
1. ¿Se conservaban aún estas melgas de cultivo antiguas, detectadas por los arqueólogos, historiadores y geógrafos en 1971, esto es, hace exactamente 43 años?.
2. Los aluviones posteriores al año 1972, ¿habían causado algunos daños y modificaciones significativas y notorias al área antiguamente cultivada?
3. ¿ Qué señales culturales concretas de la época indígena podían todavía observarse en el terreno?. ¿Y de qué época podían ser, aproximadamente?
4. ¿Qué tipo de vegetación se puede observar todavía hoy en dicha área?.
5. ¿Se detecta algún tipo de fauna en la zona?.
6. ¿Se puede señalar la presencia en el área de algún pequeño poblado antiguo, que pudiera adscribirse a la época indígena y que pudiera corresponder al mítico y escurridizo "Iluga"?.
7. Y, por último, qué tipo de restos de presencia antigua (recintos o casuchas, objetos), dejaron in situ los agricultores que venían esporadicamente a cultivar en el desierto?.
Con estas ideas in mente y premunidos de los instrumentos indispensable ( GPS, Brújula, Escalas métricas, Cámaras fotográficas, Anteojos de larga vista, Libreta de campo, etc.) emprendimos el camino. Desde Huara, enfilamos hacia Tarapacá por la carretera asfaltada. En un punto de la ruta, cuyas coordenadas exactas habíamos fijado de antemano, nos dirigimos hacia el sur y sureste, a campo traviesa, por áreas pedregosas y muy accidentadas. Por cierto, sin rastros de caminos recientes.
La vegetación presente en el área.
Lo primero que llamó nuestra atención fue la presencia de una escuálida y casi totalmente seca vegetación circundante. Esta se componía de algunas escasas retamillas (Caesalpinia aphila), casi todas ya secas, algunos tamarugos vivos de poca alzada (Prosopis tamarugo), uno que otro pimiento solitario (Schinus molle) también vivo y, en mucha abundancia pero apenas sobreviviendo, numerosísimas plantas rastreras de la especie Tiquilia sp, probablemente de la especie atacamensis. (Familia Boraginaceae). Es obvio que estas plantas han logrado asentarse aquí con la llegada hasta el lugar de cauces antiguos de agua, procedentes de potentes derrames esporádicos llegados desde la quebrada de Tarapacá durante el invierno altiplánico, en época estival. No hay aquí señales recientes de los típicas superficies de limos blanquecinos que cubren la superficie arenosa, dejados por el paso del agua barrosa del aluvión. Lo que significaría a las claras que hace mucho tiempo (seguramente muchos decenios) no ha llegado agua alguna a estos lugares. Se observa en torno a muchas de estas débiles plantas la presencia invariable de pequeñas nebkas o montículos circulares de arena, efecto directo del arrastre eólico acumulativo causado por los vientos dominantes del weste y surweste. Cuatro o cinco especies de plantas, incluyendo los arbustos y árboles) se puede detectar a lo más en el lugar, y éstas, en un 90 %, muertas desde hace muchísimo tiempo.
Al menos- pensabamos nosotros al atravesar estos yermos paisajes- un eventual caminante pudo hacer aquí fuego pues existe material combustible suficiente. Pero solo eso; nada más.
La fauna presente.
En cuanto a la presencia de fauna, observamos con sorpresa y curiosidad la presencia de una avecita que, al percatarse de nuestra llegada, salió disparada, en un vuelo rasante y rapidísimo, rumbo al Este. Presenta un plumaje de colores de tintes café claro y obscuro, moteada, de puntos blancos, fácilmente reconocible. Casi con certeza, estimamos se trataría del ave altiplánica Tinamotis pentlandii o perdicita de la puna, también llamada quiula por los indígenas (Fam. Tinamidae). Es residente de la puna andina que, por razones climátidas o variaciones bruscas de temperatura desciende en ocasiones, generalmente en pequeñas bandadas, a la pampa y aún llega a la costa. En efecto, la hemos observado dos o tres veces en años pasados en el oasis de niebla de Alto Patache, en los meses de Junio o Julio, a los 800 m. de altitud, acurrucada entre plantas de Nolana intonsa o Frankenia chilensis. Fuera de esta avecita altiplánica, solo observamos en nuestra expedición algunos escasos ejemplares de una avispa pequeña, de franjas amarillas y blancas en su abdomen, excavando pequeños hoyos o madrigueras en el suelo arenoso para depositar sus huevos; probablemente pertenecen a la familia Sphecidae. No se observa, a primera vista, en este árido y reseco paraje donde casi nunca llueve, otros rastros de vida animal.
Secuencia fotográfica de nuestra expedición.
Las fotografias que siguen, tomadas por nosotros en esta expedición, procuran explicar las observaciones y hallazgos que fuimos haciendo en el terreno. El orden de las fotos señala el curso de nuestro recorrido hacia el sur de la ruta asfaltada que, desde Huara, apunta rumbo al pueblo de Tarapacá (Iª Región, Chile).
El paisaje geográfico de la pampa ante nuestros ojos.
Foto 1. Después de atravesar un pesado sector de pedregales y haber bordeado un hermoso campo de dunas, tuvimos a la vista este extenso arenal, fruto del arrastre eólico, cubierto ampliamente por plantas rastreras de Tiquilia atacamensis. Esta planta, único vegetal observable en este sector de la pampa, se mantiene aún vivo, aunque con escaso vigor y lozanía. La humedad aportada por el rocío matutino, captada por la planta, - así lo sospechamos- explicaría suficientemente su persistencia y sobrevivencia en una zona donde prácticamente jamás llueve (promedio anual de pluviosidad : 0.4 mm de agua caída al año). Aquí, entre las plantas, observamos repentinamente, incrédulos, el vuelo rasante de un ejemplar del ave Tinamotis pentlandii, residente habitual del altiplano andino. Seguramente pudo encontrar todavía en el follaje de Tiquilia, algunos pequeños insectos (probablemente hemípteros o áfidos) como único alimento. Vimos sus pisadas frescas, diseminadas en torno a las plantas vivas de Tiquilia. Arriba, en la parte media alta de la foto y hasta perderse de vista, podemos descubrir sin dificultad el inicio de un tramo del Qaphaqñan o "Camino del Inca", que enfila directamente hacia el área de las antiguas chacras cultivadas en la pampa.El hallazgo de este trozo del Camino del Inca, en este lugar, nos sorprendió gratamente. Ciertamente, no esperábamos hallarlo en este sitio solitario, tan alejado de las comunidades humanas actuales. Bordeado ordenadamente de piedras a sus costados, se extiende, en forma sorprendentemente rectilínea, por varios centenares de metros, tomando un rumbo directamente al sur.
Fig. 2. Vista de norte a sur del tramo del Qhapaqñan incaico. Nuestros acompañantes el arquitecto Pedro Lázaro y mi ex alumna, la arqueóloga María José Capetillo señalan el borde exacto donde se alinean, con gran precisión, las piedras indicadoras del borde del camino. Aquí medimos el ancho del camino y nos dio exactamente 7.50 m. de ancho y, para nuestra sorpresa, esta misma anchura resulta notablemente persistente y fija, a lo largo de varios centenares de metros.
Fig. 3. Generalmente, las piedras han sido echadas cuidada y ordenadamente a un lado de la huella, sin crear, propiamente allí una línea exacta o un muro lateral, tal como se puede observar aquí. Pero demarcan, muy precisamente, los bordes del camino, aislándolo en forma patente del pedregal vecino y haciéndolo fácilmente transitable por recuas de llamas cargadas durante la época Inca y colonial..
Fig. 4. Las arenas han invadido la antigua senda, mostrando un aspecto limpio y totalmente libre de obstáculos al tránsito. Resulta fácil imaginar así el paso de pequeños grupos de grupos de 2 a 3 llamas de frente, cargadas, en ordenadas filas, avanzando hacia el sur o hacia el norte. También resulta fácil imaginar a los chasquis o mensajeros del Inca, portadores de sus qhipus, en frenética carrera hasta la siguiente paskana o tambillo, para transmitir rápidamente sus mensajes en lengua quechua a otro chasqui, corredor, en veloz carrera rumbo a su destino.
Fig. 5. Si uno no supiera que se trata con certeza de una antiquísima senda inca, intacta y sobreviviente hasta hoy, podría llegar a pensar, al tropezar súbitamente con ella, que se trata de un trazado de camino moderno, realizado aparentemente con maquinaria. A sus lados, la superficie de la pampa está totalmente cubierta de pedregales, hoy apenas transitables en un buen jeep.
Fig. 6. María José Capetillo, nuestra arqueóloga de campo, mide con un instrumento ad hoc exactamente el. ancho de la vía incaica: correspondiendo a 7.50 m. Tan expedito es este camino en este sector de la pampa en dirección N-S que notamos había sido ya traficado varias veces por vehículos antes que nosotros, observándose diversas huellas, antiguas y recientes.
Fig. 7. A un costado de la senda inca, avistamos el esqueleto ya calcinado y blanquecino de una mula. Seña inequívoca del paso por este lugar de animales de origen europeo durante todo el largo período colonial español.
Fig. 8. Resto de una pata de esta misma mula, con su herradura y sus clavos aún firmemente adheridos al casco. Corresponde a la misma foto anterior.
Fig. 9. Estructura casi circular, sumamente arruinada (ruedo), situada en el interior de una amplia zona amurallada y protegida. Diámetro aproximado: 3.5.- 4.0 m. Observe el largo muro perimetral, hacia el fondo de la fotografía.
Fig. 10. Fragmento de boca y asa de una vasija del tipo olla de cocina de época indígena, hallada junto a las estructuras circulares. ¿A qué época pertenece?. No lo sabemos. Podría ser de factura indígena pero en época colonial.
Fig. 11. Otra de las estructuras circulares, muy derruída. Pudo, tal vez, ser la base de alguna vivienda circular, a juzgar por el pequeño tamaño del recinto. Los numerosos corrales que hemos observado en este sector (Vea fotos más abajo) normalmente tienen un tamaño (perímetro) bastante mayor y presentan un mucho mejor grado de conservación..Sospechamos se trate en este caso de estructuras muy antiguas, de época inca o tal vez, pre-Inca. Tal vez digan relación con la aldea arqueológica de Caserones (definitivamente abandonada en el siglo VIII-IX D.C.).
Fig. 12. Un pequeño fragmento de cerámica vidriada colonial (siglos XVII ó XVIII?). Hallado por nosotros, aislado y solitario, muy cerca del muro perimetral observable en nuestra Figura 11. Señal inequívoca de presencia colonial en la zona de la pampa abierta, muy lejos de la aldea prehispánica de Caserones.
Fig. 13. Fragmentos muy bien cocidos de una vasija de estilo presumiblemente Pocoma o Gentilar, de las culturas típicas de Arica, correspondientes, tal vez, a un período de contacto con la llegada del Inca a Tarapacá. ((siglos XIII al XV?).
Fig. 14. Un evidente y clarísmo corral para animales. Muestra presencia de abundante guano (de llamas y mulares) en su interior. Su presencia, contiguo a las eras de cultivo, nos indica a las claras que se trajo hasta aquí animales tanto para comer el rastrojo de la cosecha (maiz o trigo), como para el traslado a sus pueblos del producto cosechado.
Fig. 15. Fragmento cerámico, al parecer de una taza colonial, que muestra la inserción del asa al cuerpo de la vasija. (Colonial temprano; siglo XVII?)
Fig. 17. A la izquierda, un enorme canal de regadío que se pierde en lontananza hacia el Este (hacia Tarapacá). A la derecha, eras o melgas de cultivo de la época indígena o colonial regadas a partir de este gran canal.
Fig. 18. Una acequia marcada en el paisaje y un grupo de bolones de piedra, colocados ex professo, y que señalan la presencia de una bocatoma o "pongo". La voz "pongo" es una castellanización de la voz quechua "punku" que significa "puerta". En efecto, los pongos constituían las bocatomas o "puertas" de entrada del agua de regadío a cada melga, a partir de una acequia mayor.
Fig. 19. Superficie que muestra decenas de antiguas eras o melgas de cultivo, ya muy borradas por el paso del tiempo, dejando a la vista solamente las acumulaciones de bolones que marcan claramente la presencia de bocatomas o "pongos".
Fig. 21. Entre los elementos abandonados en la faena descrita en la Fig. 20, María José Capetillo halló in situ estos cuatro grandes fragmentos de una botija "perulera", de época colonial (Como escala, el estuche de la cámara fotográfica que mide 10 cm.). Seguramente, alguno de los operarios de la faena los recogió por curiosidad de los alrededores, entre las melgas abandonadas. El extraño color de la pasta (color crema muy claro) y el grado avanzado de erosión superficial de la vasija, nos sugiere una muy larga exposición al sol y a los agentes atmosféricos (vientos). Parecería corresponder a un tipo bastante temprano, tal vez del siglo XVII. Hemos visto y examinado en estos años muchos centenares de fragmentos de botijas de la época colonial, en distintos lugares de Antofagasta, Arica y Tarapacá, pero nunca habíamos observado esta coloración tan clara de la pasta, que nos parece ser muy probablemente foránea (¿del Caribe o española?.). Para salvarlos de un posible saqueo futuro, pérdida o robo, recogimos los fragmentos y armamos la pieza, pegando todos sus fragmentos.Esto lo vamos a ver con claridad en el próximo segmento del Blog, (en reparación). Hemos enviado la foto a expertos en cerámica colonial para saber más acerca de su posible origen y fechación. Si se tratara de cerámica temprana colonial, lo que no es imposible, este hallazgo constituiría una prueba fehaciente del aprovechamiento del agua de aluviones por parte de los primeros encomenderos españoles o sus súbditos indígenas.
Fig. 22. Detalle del alineamiento de las eras o melgas. Observe los invariables "pongos" o bocatomas construidos con simples bolones de piedra propios del lugar.
Fig. 24. Detalle de los bordos o bordes de cada melga. Solo constituídos por simple acumulación de arena. obtenida de la misma era en construcción.
Fig. 25. Otro corral para la guarda de animales (llamas, mulas y asnos). Superficie aproximada: 30 m2.
Fig. 26. Detalle del extenso muro perimetral sur, totalmente en ruinas, que rodea una amplia superficie que se trató de resguardar del flujo e ingreso de las aguas de aluvión. Estos, sin embargo, rompieron el muro en algunos sectores, tal como se observa aquí, dejando huella de la acumulación y posterior evaporación del agua terrosa y limosa.
Fig. 27. Otra vista del mismo muro perimetral derruído (sector sur). Vista hacia el weste.
Fig. 28. El mismo muro desde otro ángulo de visión. Vista hacia el Este.
Fig. 30. Fragmento de gran tamaño de una olla de cocina indígena, de época indefinible, hallada en las cercanías de las recintos circulares.
Fig. 31. Otro recinto en el interior del área protegida por muros perimetrales. En el perímetro de este sitio protegido con muros y entre los recintos, se halló muy escasa evidencia de cerámica. La gran cantidad de arena que cubre todo el área, posiblemente esté ocultando otros restos culturales antiguos, hoy día no visibles. Nuevamente observamos que el estado sumamente ruinoso de este conjunto, parece delatar una gran antigüedad, la que contrasta fuertemente con los corrales, mucho más recientes, de las fotos 14 y 25.
Un recuerdo fotográfico de la misma zona, tomado el año 1972.
La foto que sigue, ya borrosa por el paso del tiempo, tiene un larga historia. Fue tomada exactamente en la misma zona que hoy hemos vuelto a visitar, 41 años después. Por entonces, yo estaba en la Universidad del Norte, Sede de Arica, como profesor e investigador adscrito al Museo de Azapa. A fines del año 1971 llegué de regreso de los Estados Unidos, (State University of New York, en Stony Brook), Universidad donde había realizado mis estudios para obtener el Magister en Arqueología (1970-1972). Flamante arqueólogo, hacía yo mis primeras armas en arqueología en Chile.
.Fig. 32. Esta antigua fotografía fue tomada in situ, en plena pampa, por el arqueólogo cubano Alonso Riva de la Calle, en Junio del año 1972 en la zona de campos de cultivo de pampa Iluga (Pampa del Tamarugal). A la izquierda, Jorge Checura Jeria, director por entonces del Museo de Iquique. A la derecha, yo mismo. En aquella época, tenía yo 43 años. Es éste uno de los poquísimos recuerdo gráficos que conservo de esos dos sufridos años pasados en Iquique, muy poco antes del golpe de estado militar (1972-1973).
Conclusiones.
1. Esta extensa zona de la pampa es aún hoy un enorme misterio para la geografía humana que hay que explorar. La afirmación de que hubo en la pampa poca a nula actividad humana - la que quedaba sólo circunscrita a los pueblos de la cordillera o de las quebradas, y que solo era traficada por huellas de animales rumbo a la costa -, debe ser hoy tomada cum mica salis. Más bien, debe ser hoy francamente cuestionada. Hubo una enorme actividad humana esporádica, restringida eso sí a los períodos cortos en que bajaba abundante agua por las quebradas en tiempos de aluviones.
2. Estos períodos de cultivo intensivo en la pampa, (de maíz, en tiempos indígenas y de maíz y trigo en tiempos coloniales), como lo vemos aquí por las fotografías tomadas en este viaje, al parecer, fueron mucho más frecuentes que en la actualidad. La duración del regadío por inundación en plena pampa, gracias a un muy elaborado sistema de canales y acequias, duró varios meses y posibilitó, lo sospechamos, la realización de un par de cosechas por temporada.
3. Numerosas familias de los pueblos comarcanos desde las quebradas, se movilizaban y radicaban por meses en la pampa para sembrar, cuidar y mantener bajo riego a sus sembríos. Tales sembríos, muy probablemente, atrajeron también una fauna numerosa de aves granívoras, ávidas de semillas y aún de animales depredadores que había que espantar y ahuyentar.
4. Nosotros topamos al menos con cuatro o cinco corrales y varios sitios de vivienda anexos. Debe haber muchísimos más en la extensa zona de la pampa, tapizada hoy de antiguos campos cultivados.
5. Es altamente probable que un rastreo minucioso de tipo arqueológico de este enorme sector de pampa nos entregue datos de la existencia de pequeñísimos caseríos, de ocupación más prolongada en el tiempo, y correspondientes, tal vez, a la temprana época de ocupación de la aldea de Caserones. Así, es muy posible que la mítica aldea de "Iluga", cuya presencia exacta aún no ha sido detectada con precisión por los investigadores y arqueólogos, exista realmente, y no sea sólo una denominación genérica para la pampa, como parece señalarlo Antonio O´Brien en su famoso Plano del año 1765. Los antiguos dieron nombres concretos a cosas concretas: cerros, aguadas, ríos o aldeas; nunca a regiones, vagas e imprecisas. Así, igualmente algún día - así lo esperamos- daremos también con el mítico "Ramainga", lugar donde el encomendero,Lucas Martínez Begazo mantenía esclavos negros haciendo carbón, en plena pampa del Tamarugal, para abastecer sus minas de plata de Huantajaya, según lo atestigua en su testamento.
6. En suma, luego de este reciente viaje de exploración, sospechamos fundadamente que el estudio de la pampa del Tamarugal desde el ángulo de su antiguo poblamiento y aprovechamiento por parte de las comunidades de las quebradas, se encuentra aún en pañales. Queda, al parecer, mucho por hacer en esta zona poco conocida, deficientemente estudiada y de muy difícil acceso.
7. El hallazgo hecho por nosotros (fotos 2 a 6) de tramos extensos del Qhapaqñan (o Camino del Inca), desconocidos hasta ahora en la bibliografía regional, según creemos y que conducen aparentemente hacia Cerro Unita, por el N., y directamente hacia los campos de sembríos abandonados, por el S., nos estaría sugiriendo que la zona fue intensamente explotada en tiempos incas y obviamente para su servicio (¿tal vez para la mina de Huantajaya, operada por el Inca?). Si así no fuera, ¿que sentido tiene - nos preguntamos- trazar una ruta, bien delineada, amplia, perfectamente homogénea en sus dimensiones, y con un claro rumbo N-S.? Esta fue obra, sin duda, de personas clarividentes interesadas en mantener esa ruta perfectamente expedita durante todo el año. ¿Quién sino el Inca pudo reclutar tanta gente como para diseñar, trazar y ejecutar ese trabajo que tiene que haber demandado años de esfuerzo y numeroso personal de operarios a cargo para su construcción y mantención?. ¿Las comunidades aledañas?. Creemos que no. Ellas, es nuestra opinión, se contentaban - como se contentaron durante todo el período colonial y republicano- con sus sencillas huellas tradicionales o senderos de comunicación, a través de los cerros, por donde comunicaban sus pueblos entre sí desde tiempos inmemoriales para el tráfico y el comercio inter-aldeano.
8. Aquí, en cambio, en este trazado rectilíneo bien elaborado, que observamos en medio de la pampa, expedito, limpio y totalmente libre de obstáculos, estamos ante una forma superior y diferente de organización, administración y control del espacio, estamos, en nuestra opinión, ante una mente lúcida que supo sabiamente administrar y organizar el comercio y el contacto interregional tanto como la mensajería a distancia de los chasquis, en beneficio directo del centro imperial en Cuzco. A nuestro juicio, aquí estamos hablando de otra forma de administrar el espacio -diferente de la pre-existente entre los pueblos- con una visión fuertemente centralista, orientada hacia la capital imperial Cuzco, destino obligado de las riquezas y tributos de las provincias y de numerosas personas y bienes y en ocasiones ejércitos, para el servicio del Qhapaq Inca, su Señor.
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