Los árboles del jardín que el plantara, el viejo camper abandonado en un rincón, y las hiedras que trepan por su techumbre, lo recuerdan día a día. Porque su casa-taller está igual como él la dejara, gracias a los desvelos de sus familiares más cercanos, sobre todo de su sobrino entomólogo como él, Alfredo Ugarte Peña. Su recuerdo late aún allí, donde el vivió y donde el murió, rodeado de sus hermanos. Su escritorio, sus laboratorios, su estrecha celda de ermitaño: todo yace igual.
En aquel entonces, en septiembre de 1997, escribí este sentido recuerdo suyo, que hoy estampo nuevamente, para recordar su figura y enaltecer su legado:
Esto escribíamos, al cumplirse exactamente los dos años de su partida:
Los meses transcurridos han ido borrando muy lentamente el dolor de entonces, y nos obligan hoy, en una forma de imperativo inescapable, a escudriñar su mensaje y a rastrear en su valiosa herencia científica. Las generaciones de jóvenes científicos que hoy producen las Universidades e Instituciones Científicas, tienen mucho que aprender, en mi opinión, de la experiencia de vida de Lucho. Hemos conocido a decenas y decenas de ellos. Admiramos su frenético afán por investigar y escudriñar la realidad que los rodea, su bioma , su biodiversidad, su fisiología, su adaptación al medio ambiente. Admiramos, también, su increíble ingenio para producir “papers”, para cuanta revista científica pueda imaginarse.
Pero falta en muchos de ellos -es ésta, al menos, mi nítida percepción- esa especie de “aura” o “mística” que rodeaba el accionar y el modo de relacionarse y de actuar de Lucho con sus ayudantes de campo, o con los científicos del mundo entero, que lejos de constituirse en sus posibles “competidores”, pasaban a ser sus amigos entrañables, sus normales confidentes de sus logros y descubrimientos.
Se ha dicho que Lucho fue uno de los últimos “Naturalistas”, al estilo de un Claudio Gay, de un Philippi, de un Germain, imperecederos investigadores de nuestra flora y fauna. Este epíteto le calza perfectamente. Porque la “Naturaleza” fue su casa, por miles y miles de días de expedición, a bordo de su Camper y en la compañía inseparable de sus fieles ayudantes. Todos ellos fueron arrancados por él de una existencia inconspicua o intrascendente, para convertirse en sus colaboradores más fieles. “Sin él, nada habríamos sido”, proclaman hoy agradecidos. Y Lucho premió su fidelidad y constancia, bautizando con sus apellidos no pocas especies nuevas de tenebriónidos, descubiertos por ellos para la ciencia mundial.
Cuando recién se ponía en uso el término “ecología”, ya Lucho hacía “ecología profunda”, hurgando en las relaciones más hondas entre los seres vivos y su medio, buscando siempre los “porqués” de sus peculiares formas y figuras. De ahí brotará su interés por salir a terreno con especialistas de otras disciplinas: botánicos, geólogos, biólogos y zoólogos de las más distintas especialidades; geógrafos, antropólogos, arquitectos, dibujantes, fotógrafos, todos los cuales le mostraban otras facetas de la Naturaleza, incomprensibles o inexplicables para el tratamiento puramente biológico. De todos estos especialistas, Lucho obtenía no pocas claves secretas para “entender” en profundidad (“intus legere”), los enigmas que le deparaba la biodiversidad insospechaba que le ofrecía, en toda clase de ecosistemas y biótopos, la madre Naturaleza. Lograba así Lucho dialogar de verdad con todos los otros investigadores de la realidad circundante, aportando con mucha modestia -sin jamás imponer sus puntos de vista- sus propias concepciones o hipótesis, frutos de su increíble experiencia de campo. Porque el “lenguaje” casi críptico de la mayoría de los demás científicos naturales, le era perfectamente familiar: se sentía a sus anchas entre ellos.
Precisamente por eso, llegado el momento, participó gozosamente en aquella gloriosa empresa , que se titulara “Una Expedición a Chile” , en la que distinguidos científicos, dibujantes y pensadores, se unieron para “pensar a Chile” desde una perspectiva nueva, más global, más ecológica, más pedagógica. (1974-1978). Más aún, una vez constituído el equipo, Lucho pasó a ser, en forma enteramente natural, el hombre clave, el pilar sustentador del esfuerzo colectivo, aportando su riquísima experiencia y su vitalidad, de las que muchos carecíamos por entonces. Por eso fue también el portavoz natural y el “alma” de su nuevo proyecto de la "Ecohistoria de Chile" , iniciativa desgraciadamente fenecida antes de nacer. Por eso, también, desde temprano contribuyó a formar la Sociedad Científica Claudio Gay y, más tarde, sería el creador, gestor y alma del “Instituto de Estudios y Publicaciones Juan Ignacio Molina” (1978), consagrado a los estudios sobre la Naturaleza chilena, entidad que aún hoy conserva su legado, su biblioteca especializada y sus valiosas Colecciones.
Esta oposición se reveló lamentablemente en el momento en que un grupo de científicos, sus amigos, de las más variadas disciplinas de la Ciencia, decidimos lanzar la candidatura de Lucho al Premio Nacional de Ciencias en 1994. Mientras del extranjero, llegaban cerca de cien cartas de connotados especialistas zoólogos, ornitólogos, entomólogos o botánicos, aplaudiendo su gigantesca labor y producción científica, y destacándolo como el más grande entre los más grandes entomólogos chilenos de todos los tiempos, algunos de sus pares chilenos prefirieron callar. ¿Mezquindad humana? ¿Incapacidad de reconocer la posibilidad de la existencia de méritos logrados en base a la experiencia y conseguidos fuera del curriculum universitario normal?. Si Lucho no se formó como biólogo en las aulas universitarias, sus maestros fueron los centenares y centenares de científicos, de todos los países, los que le “enseñaron” , en terreno, las peculiaridades y características de las especies que el les ayudaba a colectar, por haber llegado a conocer exactamente, como nadie, su habitat y sus costumbres.
Con pesar se refería a la angustia que experimentaba al volver a pasar, tras 30 o 40 años de ausencia, por lugares donde ya nada quedaba de la antigua cubierta vegetacional, y, por ende, de su antigua y riquísima fauna. Con inmensa satisfacción y alegría colaboró con los esfuerzos desplegados por CONAF por preservar, para las futuras generaciones de chilenos, ecosistemas que mantienen la biodiversidad, tan rica y abundante en nuestro país . Y en este sentido, muchos de sus sencillos artículos escritos en revistas para niños como “Mampato”, o su obrita: “Aventuras de don Custodio Campos Silvestre” merecen el calificativo de valioso material pedagógico, que debería ser decretado y usado como material de apoyo a la educación ecológica de los niños de nuestro país, de la que él fuera uno de sus más destacados pioneros.
Tuve la fortuna de salir varias veces a terreno con Lucho, y gozar por semanas de su compañía, de su sabiduría y de su camaradería científica y humana. Estas salidas, a veces por casi un mes, fueron para el que esto escribe, una ”escuela” inolvidable, la mejor “escuela” que haya tenido en su vida. Porque en ellas, y solamente en ellas, se puede sopesar cuál es el temple y la valía de un experto, como hombre, como científico, como compañero de vida. Haber gozado de su presencia en mi hogar, haber disfrutado de sus viajes científicos y de sus enseñanzas, ha sido para mí un gran privilegio, tal vez, el mayor de mi vida.
Creo que si Lucho aún viviera, podría repetir con justo derecho, lo que exclamara el vate latino Horacio, llegado al cenit de sus existencia: “exegi monumentum aere perennius, regalique situ piramidum altius; non omnis moriar”. (“He levantado un monumento más duradero que el bronce, más alto que el sitial de las pirámides reales; no moriré del todo”).
Lucho: tu no has muerto del todo; amén de nuestra común fe cristiana en la resurrección, que nos pregonara Cristo, tu seguirás viviendo entre nosotros en tu simpatía, en tu honestidad científica, en tu capacidad de entrega a la causa de la ciencia, en tu anhelo por predicar el respeto irrestricto a la Naturaleza. Seguirás vivo entre nosotros por siempre, y te encontraremos en cada insecto, en cada cactus, o en cualquier paraje solitario donde el cielo se toca con la tierra".
Arturo Prat y I.E.C.T.A., Iquique.
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yo usé la obra: aventuras de don custodio" en mi clase, es un muy buen material, me encantó y se los recomendé a los niños!
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