En las fotos que siguen, hemos querido mostrar en imágenes el lugar elegido por Lucho y Miguel Eyquem, su amigo arquitecto, para establecer la morada del sabio y sus valiosas Colecciones. A unos 15 km de Santiago y a otros tantos de Colina, el lugar ofrecía la paz y quietud que Luis Peña buscaba para sí y sus hermanas solteras. Al costado noroeste del peñón denominado "El León", de unos 200 m. de altitud sobre el valle, se ofrecía un paisaje de laderas pobladas de plantas xerófitas, propias de la sabana del valle central de Chile. Cactus, litres, quillayes, algarrobos y espinos alternaban con alguno que otro colliguay o guayacán solitario.
El Cerro " denominado "El León", se yergue abrupto y desafiante sobre el costado oriente de la planicie del valle central, albergando antiguas canteras y manantiales y una bien conservada flora autóctona. Lo que atrajo casi de inmediato las miradas de Lucho Peña. (foto H. Larrain).
En la parte media de la foto, en un descanso del cerro y hacia la derecha, semioculta entre elevados álamos, se alcanza a divisar la casona, obra genial del arquitecto Miguel Eyquem (foto H. Larrain).
Parte media del edificio, de intrigante y desafiante arquitectura, mirando hacia el nororiente. Desde el Parque. (foto H. Larrain octubre 2008).
Sector nororiente del edificio. Desde esta esquina, gustaba Miguel Eyquem, el arquitecto constructor, dirigir su mirada hacia las cimas nevadas de la cordillera (foto H. Larrain, octubre 2008).
Area norte del edificio. El ventanal que se observa mirando al norte, corresponde exactamente al escritorio del entomólogo. (Foto. H. Larrain, octubre 2008).
La casa de Alfredo Ugarte Peña, sobrino directo de Lucho, a escasos metros de la casa-museo. Alfredo es hoy el curador del Museo y encargado de las visitas guiadas de estudiantes.
El costado sur de la casa-museo. Se observa el vehículo Mazda y la parte posterior del camper, ambos usados por Lucho en todas sus últimas expediciones (foto H. Larrain, octubre 2008).
Arboleda que se ha formado entre la casa-museo y la casa de las hermanas Peña Guzmán. (foto H. Larrain, octubre 2008).
Costado sur de la casa-museo. Entre un molle y hiedras trepadoras (foto H. Larrain, octubre 2008).
Entrada a la casa-museo por el costado sur. (foto H. Larrain, octubre 2008).
Sección del laboratorio donde Lucho solía pasarse muchas horas en el microscopio, haciendo sus observaciones entomológicas (foto H. Larrain, octubre 2008).
Estos cubículos permitían, en tiempos de Lucho, el trabajo simultáneo de 3 ó 4 de sus ayudantes de campo. Lucho inspeccionaba de cerca el trabajo que daba diariamente a cada uno de ellos. De esta suerte, sus ayudantes aprendían con él todas la menudencias de la colecta, guarda, protección y cuidado de los especímenes, y, a la vez, con la generosidad que lo caracterizaba, les enseñaba todo lo que el iba estudiando o recibiendo de otros, los grandes entomólogos extranjeros que venían especialmente a visitarlo, desde lejanas tierras.(foto H. Larrain, octubre 2008).
Sección de uno de los cubículos destinado para sus ayudantes. Aquí se acumulaban y aún se acumulan, miles de cajas de cartón conteniendo sobres con insectos secos, material que sirve de estudio y de canje con instituciones extranjeras. Se reciben diariamente solicitudes de canje o compra de especímenes colectados por Lucho, primero y por Alfredo, después de él, en más de 500 expediciones a América. Salvo Venezuela y las Guyanas, Lucho colectó en todos los demás países de América del Sur, especializándose en Perú, Bolivia y Argentina, en un claro afán por examinar y llegar a entender las interrelaciones y conexiones biológicas y geográficas con nuestro país.
Hall de ingreso a la casa-museo. En las pareces, fotos y recuerdos de sus viajes. (foto H. Larrain, octubre 2008). Ya no está alli la gran piel de boa, de 6 metros de largo, traída del Amazonas. También desaparecieron misteriosamente las cabezas reducidas, hechas por los jíbaros, traídas de uno de sus primeros viajes al Ecuador, de las que Lucho relataba espeluznantes historias.
Escritorio de Lucho Peña, atiborrado de libros, cajas de insectos y elementos de trabajo. Cuesta ver la diferencia entre el hoy (2008) y el día en que Lucho nos dejó (1995). (foto H. Larrain, octubre 2008).
Sección del escritorio actual. Se observa muy pocos cambios desde la época de Lucho. Aquí fueron redactados sus trabajos científicos y escritos más valiosos, desde 1984 hasta su muerte (1997). Lucho muy tempranamente adquirió un computador el que aprendió a usarlo hábilmente. Nos dejó un claro ejemplo al esforzarse por adaptarse con facilidad a los cambios tecnológicos. (foto H. Larrain, octubre 2008).
Pequeño jardín interior con plantas tropicales y caída de agua. Aquí se suele mantener vivos a anfibios chilenos y plantas acuáticas. (foto H. Larrain, octubre 2008)
Costado del hall interior. En las paredes, recuerdos de sus viajes a Bolivia , Paraguay y Brasil. (foto H. Larrain, octubre 2008).
El amplio hall central. Al fondo, abajo, cajas de vidrio donde cría hoy Alfredo insectos y lagartos y otros animales, para sus exposiciones y visitas guiadas. (foto H. Larrain, octubre 2008).
El deambular de los Peña en busca de casa definitiva.
Después del trágico incendio de la casa de la familia Peña Guzmán, ocurrido en el año 1940, donde Lucho perdió todas sus colecciones y la familia, todas sus pertenencias, la familia se trasladó a la chacra de "El Bosque", junto a Malloco, donde vivieron por varios años. Posteriormente, hacia el año 1962, la familia adquirió una casa grande en la Avenida Colón 5500. Lucho tuvo la suerte de encontrar una casa en arriendo, justo al lado de la de su madre y hermanas. Aquí vivió varios años, mientras buscaba su hogar científico definitivo, del que hablaremos luego.
Recuerdo como si fuera hoy esa pequeña casa de un piso que Lucho Peña todavía ocupaba por allá por el año 1972, en un extremo escondido de la calle "La Reconquista", contiguo a la amplia casa-quinta de 5.000 m2 que ocupaban su madre y hermanas en Avenida Colón 5500. Allí tenía asiladas, en espléndido desorden, sus Colecciones, sus libros, sus curiosos recuerdos de viaje. Más de una vez me alojé allí, entre montañas de cajas de insectos y olor a paradicloro, escapando de problemas familiares. Lucho me acogía con el afecto de un hermano. Hablábamos de antropología y de insectos, de plantas y de viajes al Trópico, de quiméricos planes de crear un gran Instituto, el que siempre soñó: El "Instituto de Estudios y Publicaciones Juan Ignacio Molina".
Dos de sus ayudantes compartían su casa por entonces. Era su costumbre - y lo fue hasta su muerte- el acoger, formar y educar a sus ayudantes, generalmente de extracción popular o campesina, pero ansiosos de aprender la ciencia del Maestro ( la Entomología) y elevar su nivel de vida. ¡Y no pocos lo lograron!. Los nombres de Gerardo Barría, Osvaldo Segovia, y más tarde, José Escobar, Lupercio Escobar, Hernán Navarrete, entre otros, figuran entre sus protegidos. A todos ellos, les cambió la vida al contacto con Lucho. Y estoy cierto que todos ellos lo han sabido agradecer. Fue esta una faceta de la personalidaad de Lucho, poco conocida y poco valorada y, me atrevería a decir, absolutamente insólita entre los cientificos que me ha tocado conocer.
El Portezuelo junto a "Las Canteras". ¡Por fin un refugio para el sabio!.
Lucho recorría en compañía de su entrañable amigo el arquitecto Miguel Eyquem los alrededores de Santiago, buscando su futuro hogar científico. Quería escapar del Santiago inhóspito, superpoblado, caótico. Buscaba la paz y el lugar ideal donde poder establecer su futuro Museo, donde poder vivir en contacto vital con la naturaleza, "lejos del mundanal ruido". Fija sus ojos en unas colinas, sobre el villorrio de "Las Canteras", al pie del cerro "El León" (Vea fotos, más arriba). El paisaje es agreste: en los lomajes, algarrobos, espinos, por doquier; más arriba, macizos de "incienso" y de imponentes cactus chilenos. Dos canales de riego la atraviesan, entre álamos y zarzamoras. El extremo que mira hacia el Norte, con vista espléndida al valle de Chicureo, por entonces zona exclusivamente agrícola, será el lugar elegido para la futura casa-museo. Eyquem elige el lugar, orientado hacia las montañas de los Andes, y con vista infinita hacia el norte, el oeste y al este. El ojo del arquitecto quiere conectar el edificio con los picos de la cordillera, en un afán por armonizar luz, perpectiva y paisaje infinito, desplegados en todas direcciones, menos al sur. Y el edificio va brotando de la mente de Miguel, quien acompañado de maestros inexpertos, va elevando a pulso sus delgados muros y desplegando las alas de una extraña techumbre sinuosa, como imitando el oleaje suave de la playa. Se respeta cada árbol, cada roca, cada forma del paisaje, y la construcción va siguiendo el trazado natural del terreno, casi sin modificarlo. Es el terreno el que manda, no la estructura.
Lucho se resigna: el constructor quiere crear la "guarida" del sabio, a su arbitrio, dejándose llevar por sus atisbos e intuiciones. Lucho sólo exige para sí un espacio mínimo. Un pequeño escritorio con mucha luz natural y un exiguo dormitorio con luz escasa, semi escondido. El no necesita más. La mayor parte será destinada a bodegas, estanterías de libros, laboratorios y salas de exhibición. Un inmenso living y un gran corredor de acceso en declive servirán de hilo conductor al visitante que podrá admirar en paredes y rincones toda clase de exponentes de la fauna y de la flora, en fotografías o en ejemplares . No falta un pequeño jardín interior, expuesto directamente a la luz, con cascada de agua y plantas de interior, dando un hálito de vida a la piedra y al cemento. Corona el living una gran chimenea de piedras lajas, traídas de una cantera próxima, única fuente de calor invernal en la amplia construcción.
Mucho más que una morada para un sabio egoísta y ególatra, el edificio se nos aparece como un Museo magnánimente dispuesto para el discurrir pausado de alumnos, profesores y visitantes. Un guía puede llevar un curso completo de niños, sin que se enteren de la presencia del científico, insimismado, tal vez, observando al microscopio los ojos facetados de un raro ejemplar de mariposa.
Muy pronto su hermana Marta, soltera, decide dejar Santiago y ser la primera moradora de la colina. Allí levantará, con el apoyo de Lucho su hermano, su casita, una versión reformada de las casas tipo "Hogar de Cristo". La casa se adosará a unos vetustos algarrobos, que pronto verdearán y crecerán magníficos al abrigo del agua de riego. Poco después, Teresa y Alicia, las hermanas solteronas, construirán muy cerca de Lucho, una casa de adobes y tejuela de alerce, de tinte campesino sureño, con espacios compartidos. La madre, Teresa, ha muerto en el año 1985, y ya no hay motivo para seguir en Avenida Colón. Se vende la casa-quinta y las tres solteras, junto a Lucho, emprenden un caminar, juntos, porque el destino las ha unido indisolublemente al hermano que ha elegido la "ciencia" por mujer y compañera de toda una vida. Los otros hermanos: Carlos, Patricio, Carmen y Ana María, casados y con familia, seguirán caminos diferentes, pero siempre cercanos.
Pocas familias he conocido tan increíblemente unidas. Todos viven pendientes de todos y la enfermedad de uno, atrae la preocupación inmediata de todos. Reina un hermandad pocas veces vista en estos tiempos en que las familias suelen disgregarse, dispersándose por todos los senderos de Chile. Y los lazos familiares se van debilitando.En esta familia late, muy vivo, ese recuerdo imborrable del hermano que les hace tanta falta, que era, sin quererlo, el eslabón genético de esa cadena de amor, herencia valiosa de sus padres Luis Peña Otaegui y Teresa Guzmán García Huidobro.
Lucho nos dejó para partir a la mansión del padre Dios, un 27 de Septiembre del año 1995. Fué entonces su sobrino, Alfredo Ugarte Peña, quien tomará el timón del barco creado por Lucho; construyó su casa a metros de la casa-museo (ver foto aquì) , heredó sus gustos y su interés por la entomologìa y la ciencia. Y la casona-museo se ha visto nuevamente- como antaño en vida de Lucho- inundada de juventudes que ávidamente acuden aquì a conocer de cerca la Naturaleza que se les muestra en infinitud de ejemplares de insectos y en ejemplares vivos de extraños animales de Chile y el extranjero.
Porque Alfredo, siguiendo a la letra el camino trazado por Lucho, realiza hoy, una obra de educación ecológica y ambiental encomiable, que hace del Portezuelo de Colina un cálido hogar científico para la juventud chilena, Tal como Lucho siempre lo soñó, y que, por arteros manejos, estuvo a punto de zozobrar. Dios quiso que primara por fin la sensatez y que el sueño de Luis Peña Guzmán siguiera vivo y palpitante, de modo que muchos niños chilenos, ricos y pobres, pudieran seguir "expedicionando a Chile", tal como él lo hizo de modo magistral mientras estuvo entre nosotros. Ahí, en la casa-museo del Portezuelo, sigue vivo y palpitante el recuerdo de Lucho, fanático expedicionario, entre sus fotos, sus libros, sus recuerdos, su "aura" de científico excepcional; su herencia ecológica y su legado. Y esperamos que siga latiendo ese imborrable recuerdo, al mismo ritmo, en ese mismo lugar, por muchas generaciones más.
Para un acabado estudio arquitectónico de detalle de esta casa-museo (Casa Luis Peña), consulte la página web: www.barqo.cl/v1/proyecto).
Después del trágico incendio de la casa de la familia Peña Guzmán, ocurrido en el año 1940, donde Lucho perdió todas sus colecciones y la familia, todas sus pertenencias, la familia se trasladó a la chacra de "El Bosque", junto a Malloco, donde vivieron por varios años. Posteriormente, hacia el año 1962, la familia adquirió una casa grande en la Avenida Colón 5500. Lucho tuvo la suerte de encontrar una casa en arriendo, justo al lado de la de su madre y hermanas. Aquí vivió varios años, mientras buscaba su hogar científico definitivo, del que hablaremos luego.
Recuerdo como si fuera hoy esa pequeña casa de un piso que Lucho Peña todavía ocupaba por allá por el año 1972, en un extremo escondido de la calle "La Reconquista", contiguo a la amplia casa-quinta de 5.000 m2 que ocupaban su madre y hermanas en Avenida Colón 5500. Allí tenía asiladas, en espléndido desorden, sus Colecciones, sus libros, sus curiosos recuerdos de viaje. Más de una vez me alojé allí, entre montañas de cajas de insectos y olor a paradicloro, escapando de problemas familiares. Lucho me acogía con el afecto de un hermano. Hablábamos de antropología y de insectos, de plantas y de viajes al Trópico, de quiméricos planes de crear un gran Instituto, el que siempre soñó: El "Instituto de Estudios y Publicaciones Juan Ignacio Molina".
Dos de sus ayudantes compartían su casa por entonces. Era su costumbre - y lo fue hasta su muerte- el acoger, formar y educar a sus ayudantes, generalmente de extracción popular o campesina, pero ansiosos de aprender la ciencia del Maestro ( la Entomología) y elevar su nivel de vida. ¡Y no pocos lo lograron!. Los nombres de Gerardo Barría, Osvaldo Segovia, y más tarde, José Escobar, Lupercio Escobar, Hernán Navarrete, entre otros, figuran entre sus protegidos. A todos ellos, les cambió la vida al contacto con Lucho. Y estoy cierto que todos ellos lo han sabido agradecer. Fue esta una faceta de la personalidaad de Lucho, poco conocida y poco valorada y, me atrevería a decir, absolutamente insólita entre los cientificos que me ha tocado conocer.
El Portezuelo junto a "Las Canteras". ¡Por fin un refugio para el sabio!.
Lucho recorría en compañía de su entrañable amigo el arquitecto Miguel Eyquem los alrededores de Santiago, buscando su futuro hogar científico. Quería escapar del Santiago inhóspito, superpoblado, caótico. Buscaba la paz y el lugar ideal donde poder establecer su futuro Museo, donde poder vivir en contacto vital con la naturaleza, "lejos del mundanal ruido". Fija sus ojos en unas colinas, sobre el villorrio de "Las Canteras", al pie del cerro "El León" (Vea fotos, más arriba). El paisaje es agreste: en los lomajes, algarrobos, espinos, por doquier; más arriba, macizos de "incienso" y de imponentes cactus chilenos. Dos canales de riego la atraviesan, entre álamos y zarzamoras. El extremo que mira hacia el Norte, con vista espléndida al valle de Chicureo, por entonces zona exclusivamente agrícola, será el lugar elegido para la futura casa-museo. Eyquem elige el lugar, orientado hacia las montañas de los Andes, y con vista infinita hacia el norte, el oeste y al este. El ojo del arquitecto quiere conectar el edificio con los picos de la cordillera, en un afán por armonizar luz, perpectiva y paisaje infinito, desplegados en todas direcciones, menos al sur. Y el edificio va brotando de la mente de Miguel, quien acompañado de maestros inexpertos, va elevando a pulso sus delgados muros y desplegando las alas de una extraña techumbre sinuosa, como imitando el oleaje suave de la playa. Se respeta cada árbol, cada roca, cada forma del paisaje, y la construcción va siguiendo el trazado natural del terreno, casi sin modificarlo. Es el terreno el que manda, no la estructura.
Lucho se resigna: el constructor quiere crear la "guarida" del sabio, a su arbitrio, dejándose llevar por sus atisbos e intuiciones. Lucho sólo exige para sí un espacio mínimo. Un pequeño escritorio con mucha luz natural y un exiguo dormitorio con luz escasa, semi escondido. El no necesita más. La mayor parte será destinada a bodegas, estanterías de libros, laboratorios y salas de exhibición. Un inmenso living y un gran corredor de acceso en declive servirán de hilo conductor al visitante que podrá admirar en paredes y rincones toda clase de exponentes de la fauna y de la flora, en fotografías o en ejemplares . No falta un pequeño jardín interior, expuesto directamente a la luz, con cascada de agua y plantas de interior, dando un hálito de vida a la piedra y al cemento. Corona el living una gran chimenea de piedras lajas, traídas de una cantera próxima, única fuente de calor invernal en la amplia construcción.
Mucho más que una morada para un sabio egoísta y ególatra, el edificio se nos aparece como un Museo magnánimente dispuesto para el discurrir pausado de alumnos, profesores y visitantes. Un guía puede llevar un curso completo de niños, sin que se enteren de la presencia del científico, insimismado, tal vez, observando al microscopio los ojos facetados de un raro ejemplar de mariposa.
Muy pronto su hermana Marta, soltera, decide dejar Santiago y ser la primera moradora de la colina. Allí levantará, con el apoyo de Lucho su hermano, su casita, una versión reformada de las casas tipo "Hogar de Cristo". La casa se adosará a unos vetustos algarrobos, que pronto verdearán y crecerán magníficos al abrigo del agua de riego. Poco después, Teresa y Alicia, las hermanas solteronas, construirán muy cerca de Lucho, una casa de adobes y tejuela de alerce, de tinte campesino sureño, con espacios compartidos. La madre, Teresa, ha muerto en el año 1985, y ya no hay motivo para seguir en Avenida Colón. Se vende la casa-quinta y las tres solteras, junto a Lucho, emprenden un caminar, juntos, porque el destino las ha unido indisolublemente al hermano que ha elegido la "ciencia" por mujer y compañera de toda una vida. Los otros hermanos: Carlos, Patricio, Carmen y Ana María, casados y con familia, seguirán caminos diferentes, pero siempre cercanos.
Pocas familias he conocido tan increíblemente unidas. Todos viven pendientes de todos y la enfermedad de uno, atrae la preocupación inmediata de todos. Reina un hermandad pocas veces vista en estos tiempos en que las familias suelen disgregarse, dispersándose por todos los senderos de Chile. Y los lazos familiares se van debilitando.En esta familia late, muy vivo, ese recuerdo imborrable del hermano que les hace tanta falta, que era, sin quererlo, el eslabón genético de esa cadena de amor, herencia valiosa de sus padres Luis Peña Otaegui y Teresa Guzmán García Huidobro.
Lucho nos dejó para partir a la mansión del padre Dios, un 27 de Septiembre del año 1995. Fué entonces su sobrino, Alfredo Ugarte Peña, quien tomará el timón del barco creado por Lucho; construyó su casa a metros de la casa-museo (ver foto aquì) , heredó sus gustos y su interés por la entomologìa y la ciencia. Y la casona-museo se ha visto nuevamente- como antaño en vida de Lucho- inundada de juventudes que ávidamente acuden aquì a conocer de cerca la Naturaleza que se les muestra en infinitud de ejemplares de insectos y en ejemplares vivos de extraños animales de Chile y el extranjero.
Porque Alfredo, siguiendo a la letra el camino trazado por Lucho, realiza hoy, una obra de educación ecológica y ambiental encomiable, que hace del Portezuelo de Colina un cálido hogar científico para la juventud chilena, Tal como Lucho siempre lo soñó, y que, por arteros manejos, estuvo a punto de zozobrar. Dios quiso que primara por fin la sensatez y que el sueño de Luis Peña Guzmán siguiera vivo y palpitante, de modo que muchos niños chilenos, ricos y pobres, pudieran seguir "expedicionando a Chile", tal como él lo hizo de modo magistral mientras estuvo entre nosotros. Ahí, en la casa-museo del Portezuelo, sigue vivo y palpitante el recuerdo de Lucho, fanático expedicionario, entre sus fotos, sus libros, sus recuerdos, su "aura" de científico excepcional; su herencia ecológica y su legado. Y esperamos que siga latiendo ese imborrable recuerdo, al mismo ritmo, en ese mismo lugar, por muchas generaciones más.
Para un acabado estudio arquitectónico de detalle de esta casa-museo (Casa Luis Peña), consulte la página web: www.barqo.cl/v1/proyecto).