domingo, 29 de marzo de 2015

La lingüística como vehículo portador de historia y cultura: auxiliar indiscutido de las investigaciones arqueológicas y etnohistóricas.

La toponimia (=estudio de los nombres de lugares) como guía práctica de exploración arqueológica.




Fig. 1.  Vista de la  pequeña aldea de Caraguano, situada en el altiplano de la región de Tarapacá. Entre viviendas en estado ruinoso, se alza, en medio del tolar,  una pequeñísima  pero hermosísima capilla, símbolo y expresión de la cristianización de la región por obra de  los  evangelizadores católicos en los siglos pasados. Hoy  viven aquí solo unas pocas de familias de pastores aimaras. Altitud  s.n.m:  4.211 m. (Foto gentileza del arquitecto Pedro Lázaro  B., tomada en  Junio 2008).  Nos intriga su significado. ¿Nos dirá algo, tal vez,  sobre su aspecto geográfico?.

En ésta y siguientes fotos, presentamos   algunos nombres de caseríos altiplánicos en Chile y Bolivia. Pero,  ¿qué significan exactamente tales nombres?. ¿Tiene esto alguna importancia?.  Es lo que habría que averiguar.

Con motivo de recientes trabajos de investigación nuestros conducentes a editar un libro sobre la Historia y Vida en la quebrada de Quipisca, de próxima publicación con el patrocinio de la Minera BHP Billiton, apareció de repente en labios de don Pascual Bacián Quihuata  una valiosa información de terreno en relación con el "Camino del Inca". En efecto, en las entrevistas realizadas a ancianos pobladores de Quipisca, de pronto afloró, en labios del patriarca don Pascual Bacián Quihuata de 82 años, en entrevista sostenida en Julio del año 2011,    el término "Tambillo". Era éste, según el entrevistado,  uno lugar de paso para los viajeros  que iban desde la quebrada de Quipisca hacia el poniente. Uno de los tantos lugares de tránsito obligado hacia la pampa, que bien conocieron sus pobladores, cuando, entre los años 1900 y 1950, en sus recuas de mulas y burros, bajaban a las antiguas oficinas  salitreras a vender su producción agrícola: sus verduras y sus frutas (membrillos, peras y granadas).  La voz "Tambillo", híbrido de español y  del sustantivo quechua (tanpu) es solo un ejemplo entre tantos, otros. 

Este topónimo nos guió muy  fielmente   hacia el descubrimiento de dos tambillos  o chasquihuasis, situados a la vera del Camino del Inca o Qhapaqñan.

El valor lingüístico de las entrevistas socio-antropológicas.

En nuestras entrevistas, nos interesaba particularmente averiguar las denominaciones autóctonas de sitios, reconocidos en forma unánime por los lugareños, para aportar a un mejor conocimiento del habitat y cultura (lengua) de los antiguos habitantes de la quebrada. ¿Eran éstos quechuas?. ¿Eran, tal vez, aimaras?. O, a lo mejor, puquinas?. ¿Qué nos puede enseñar la toponimia (denominación de los lugares; topos: lugar;  nomos: nombre  en lengua griega) sobre la historia y la cultura de un pueblo?. ¿Puede la toponimia ser una valiosa fuente de información al respecto?.   ¿Puede sugerirnos, tal vez,  superposiciones de culturas en un mismo lugar?. ¿Es posible reconstituir  parte de su historia  mediante  el desciframiento de sus topónimos?. 
De esto tratamos aquí.

¿Qué hecho induce a un población cualquiera a imponer un nombre a un determinado lugar?.

Hay un hecho evidente. Las antiguas etnias -tal como los grupos del presente- denominaban aquellos sitios o lugares de donde obtenían algún recurso útil  (agua, cultivos, minas), o donde hacían alguna celebración o culto  (cerros), o, donde se detenían a descansar en sus movimientos o viajes hacia la pampa o hacia el interior altiplánico. Es decir, nominaban todos los lugares que  les eran de alguna manera útiles en sus desplazamientos. Y lo hacían cada uno en su propia lengua. Aquellos lugares que nunca obtuvieron una denominación antigua, es, de seguro,  porque no les prestaban ninguna utilidad práctica; no hacían uso alguno de ellos. Para usar un lugar cualquiera, en cualquier forma,  necesitaban previamente denominarlo, darle un nombre particular.  Si no, ¿cómo habrían podido referirse a él?.  No se nombra lo que no se conoce o lo que no sirve.  Y un sitio se conoce o  llega a conocerse y denominarse  cuando éste  tiene para el hombre  alguna significación o connotación, algún valor o sentido práctico.

¿Qué reflejan o quieren retratar los nombres vernáculos de lugares?.

Tempranamente,  el  escritor y poeta  español  Diego Ávalos [o Dávalos]  y Figueroa, en 1602, en su obra:  Primera Parte de la Miscelánea Austral [....] en varios Coloquios, (Editor Antonio Ricardo, Lima),  nos presenta una esclarecedora  cita que muy bien viene a cuento aquí y que trae de epígrafe de uno de sus capítulos  el  lingüista  Rodolfo Cerrón Palomino en su excelente obra Voces del Ande, (Pontificia Universidad Católica del Perú, 2008: 163). Diego Ávalos  se estableció desde 1574 en el sector minero de Potosí, donde radicó por un buen tiempo, dedicado a la minería. Es pues, un buen  conocedor del altiplano boliviano y sus contornos.   Justamente, Cerrón  trata allí  en forma expresa de la interpretación toponímica. Nos permitimos, pues,  reproducir  aquí su cita y comentarla.


"A los pueblos dan los nombres conformes la calidad o  señales del sitio que  tienen, como sitio de fortaleza, tierra de sal, provincia de piedras, de agua, de oro, de plata,de corales, tierra cenegosa o anegadiza, sitio de quebradas, lugar riscoso, lugar nuevo, lugar viejo, sitio ahumado, y  assi por  este modo van todos los demás sin etimología que denote más ingenio" (1602: 124v; énfasis nuestro; en Cerrón Palomino, 2008: 163). 

La "calidad  o señales del sitio".

Esta cita  nos permite  acotar bastante bien nuestro análisis. La denominación de un lugar (esto es, un "topónimo" que viene a ser lo mismo)  atiende a la  "calidad o las señales de un lugar"  determinado. En otras palabras,  a juzgar por los numerosos ejemplos que aporta el autor, son en gran parte las características físicas  visibles, o el tipo de suelo  o superficie, o el recurso o elemento que allí abunda, en una palabra, las características  geográficas  del lugar,  las que se quiere señalar y destacar en el nombre. Es decir, son términos "concretos", de alguna manera visibles y/o palpables. Relatan lo que allí se observa y encuentra en forma notoria o se ha descubierto. No cabe aquí pensar en abstracción alguna. El pensamiento andino era  siempre concreto. 

Topónimos: denominaciones concretas.La búsqueda del significado admisible

Por tanto,  ésta constituye la primera guía, la primera norma  en la interpretación lingüística del nombre de un lugar. Nunca encontraremos expresiones como "país de las ilusiones", "imagen del paraíso", "rincón de la gloria", "pozo de las tristezas"  o términos abstractos semejantes. Los nombres indicarán las propiedades fácilmente perceptibles del lugar de acuerdo a las  sugerencias del paisaje, de su flora o de su fauna, de su geografía y  morfología.  Aquello que  hace a "ese lugar" algo característico o diferente de otros por la relativa abundancia de un elemento del paisaje.  Así,  si el  análisis del lingüista conduce a un término abstracto, alejado de la realidad misma,  podemos tener la certeza de que anda errado. El argumento de la "plausibilidad lingüística" de un determinado étimo, parte de esta base concreta. La significación  de un término o topónimo es "plausible" cuando  es  "atendible, admisible, recomendable", en el sentido de la segunda acepción  que a esta voz da  el Diccionario de la Real Academia Española. Si tenemos, por ejemplo,  que  elegir entre  "Río de cobre"   y  "Río de tristezas", sin la menor duda  nos inclinaremos por el primero. El segundo no resulta, pues,  "plausible", no es admisible para nosotros  pues  no es "descriptivo"; no corresponde a la ya conocida índole de las lenguas americanas. 


El origen  del topónimo Ique-ique  (Iqui-iqui).

Un ejemplo típico en nuestra zona es la denominación Ique-ique (antiguo nombre de Iquique). Curiosamente, "Ique-ique" se denominó inicialmente a la isla del guano, situada enfrente de lo que hoy es el puerto de Iquique, precisamente por ser éste un lugar de extracción del guano de aves marinas. La existencia y abundancia de este producto, indispensable para la agricultura de las quebradas del Tamarugal, le hizo merecedor de un nombre. Según la opinión autorizada del lingüista peruano don Rodolfo Cerrón Palomino en comunicación escrita al suscrito  (2013), este nombre sería de origen puquina (no aimara, como se ha propalado y difundido  erróneamente), una de las tres lenguas "oficiales" reconocidas durante el Virreinato del Perú. La voz -Iqui significa en lengua puquina "señor", y su repetición como pluralizador en forma de "iqui-iqui", tal vez aluda a la presencia de dos señores, dueños de algún apreciado bien situado en la costa aledaña. ¿Qué bien o recurso pudo ser éste?. Probablemente, el guano; o tal vez la plata (por el cercano mineral de Huantajaya).

Ique-ique  (después Iquiqui)  nombre dado a la isla del guano.

En cambio, el lugar físico del emplazamiento de la ciudad actual (en la terraza marina), no merece para los camanchacas, indígenas pobladores de la costa atención alguna, por no presentar recursos. Queda por largo tiempo innominado. Carecerá de nombre por más de dos siglos hasta que adquiera alguna connotación por alguna circunstancia; no se le visita sino solo en tránsito. Más tarde y por mera vecindad y extensión geográfica, se llamará "Iquique" al lugar donde hoy se asienta la ciudad en tierra firme, cuando  el lugar llega a utilizarse o edificarse.  Pero cuando don Pedro de Valdivia recala aquí en diciembre de 1548, como nos lo señala el cronista Gerónimo de Bibar, Iquique (puerto) aún no posee nombre propio: se le denominará  sólo y por largo tiempo, como  el "puerto de Tarapacá".

Domesticación de un territorio: su nominación.

De esta suerte, denominando sus lugares en su propia lengua, los antiguos habitantes de un territorio lo fueron "domesticando" y posesionándose de él en la medida en que hacían allí alguna actividad o en la medida en que allí obtenían algún tipo de recurso o, tal vez, amparo o descanso. Así fueron denominando los cerros, aguadas o vertientes, guaneras, sitios de pastoreo o de agricultura, chacras, canales, sitios de enterramiento o de culto, peñas llamativas o lugares sagrados y por cierto, sus poblaciones. 

Accidentes geográficos o peculiaridades del terreno; el material  base de muchos nombres de lugares.

Obviamente, cada grupo humano bautiza con un nombre un lugar determinado en su lengua propia, o acepta y recibe en herencia una denominación preexistente aunque fuese de otra lengua anterior si ella está en uso corriente y permite reconocer el lugar. Pero toda denominación porta, ex necessitate, un sentido, una significación. Nunca  es dada al azar.  También recibe su propio  nombre por características o elementos concretos, visibles en el medio geográfico  respectivo, como hemos expuesto más arriba. Ni pensar aquí, por lo tanto en la ocurrencia de nombres o sustantivos abstractos.   Frecuentemente son accidentes geográficos o elementos típicos y llamativos del paisaje o de su fauna  los que "atraen" un nombre. Así surgirán nombres como La Angostura, La Explanada, El Llano, Cerro Rojo, Río Turbio, Quebrada Pedregosa, Casa de Piedra (Rumihuasi) , Casa del Inca  (Incahuasi),  Lugar de  Suris  (Suriri),  Lugar de Guallatas  (Guallatiri), Lugar de pumas  (Pumiri),  etc...etc.

Toponimia: presencia de historias pasadas.

Pero también puede ser una circunstancia local totalmente fortuita, como "Paso del Muerto", "La Calavera", "Cueva de los Ladrones", lo que impone en su momento  un nombre. Lo importante es que esos lugares tienen sentido y significado para los pueblos que los crean y, también, para sus descendientes mientras la lengua resulta comprensible y los lugares estén en uso corriente. Después,  o el nombre se deforma con el paso del tiempo, o se pierde del todo. Algunos nombres pueden volverse míticos o son explicados a la posteridad mediante un mito. Si la lengua se conserva viva, a través de siglos,  es probable que los nombres permanezcan intocados, sin deformación perceptible. Es el caso, por ejemplo, de "Taypimarka", en el valle de Quipisca, voz de claro ancestro aimara  ("El pueblo de el medio o de la mitad"). O "La Capilla" o "Angostura", nombres de clarísimo ancestro castellano en la misma quebrada. Pero en ese mismo valle, tenemos una serie de  nombres cuyo significado exacto nadie conoce hoy: es el caso de Munujna, Cautenicsa, Liacsa, Limariña, Tauquinza, Iquiuca, dntre otros.  No provienen, al parecer,  ni del quechua, ni del aimara, tampoco de la lengua de los uros o chipayas... ¿De dónde vienen, entonces?.  Tal vez son de origen puquina..., tal vez no. Y, sin embargo, su nominación  un día  ya  lejano, constituye evidentemente  parte de su  trayectoria histórica.

Un valioso aporte a este tema.

Mi buen amigo peruano y avezado lingüista Rodolfo Cerrón Palomino  nos advierte, luego de leer este borrador nuestro, que  existen también nombres que pueden aludir a personajes, reales o míticos y a sus proezas o hazañas. No solo  retratan, por consiguiente,   paisajes, elementos propios de la naturaleza del lugar  o accidentes geográficos. Me dice textualmente: 

"En relación con tu nota, tengo una sola observación de fondo que hacer: el relativo al carácter eminentemente descriptivo y concreto de los referentes toponímicos andinos  que aduces, inspirado en Dávalos y Figueroa, que sigue siendo una referencia estupenda (juntamente con la ofrecida por Cobo). Sin embargo, creo que hay contraejemplos a dicho supuesto: los nombres de y , entre otros, son elocuentes, pues estamos ante nombres atributivos que perennizan las hazañas y virtudes de antiguos héroes y divinidades: el primero 'al que hace andenes' (el dios Huari) y el segundo, 'al que origina los temblores' (el dios tectónico, que seguramente es el transfigurado). Los topónimos de este tipo no son infrecuentes en el mundo andino, y, como puedes apreciar, no describen el mundo físico directamente sino, en todo caso, en el plano simbólico y alegórico. De allí que , si es que responde a la voz puquina para 'señor' (cf. como nombre del 'Cerro rico' de Potosí)), resultaría siendo una designación igualmente simbólica..."  
(Carta de Cerrón Palomino al autor  fechada el 26/03/2015).


La  observación de Cerrón nos parece muy pertinente y contribuye a  enriquecer y esclarecer  muchísimo este capítulo. Agradecemos, pues,  particularmente su aporte. Sin embargo,  sin ser evidentemente elementos del paisaje los "retratados" en los topónimos  "Huarochirí"  o "Pachacamac" , tal como lo señala  Cerrón Palominos,  se trata de  personas concretas que hacen, señalan  o muestran hechos y/o realidades concretas: en el caso presente,  temblores o  andenes de cultivo. Realidades del diario vivir del andino en estos territorios.  Ni los temblores  ni los andenes o terrazas de cultivos, son abstracciones. Tampoco los personajes que aunque fuesen míticos,  para ellos son seres  reales; que  existen y operan en el medio humano.   Por tanto, a mi entender, seguimos en el terreno de lo concreto: de un señalamiento de realidades que  asombran o  impresionan  a la gente común y que merecen ser  rememoradas.

Nombres enigmáticos.

No pocos nombres  carecen por ahora de un contenido comprensible para nosotros, por lo tanto, siguen siendo enigmáticos, y desafían abiertamente incluso al más avezado lingüista. No sabemos lo que significaron un día. Pero sí es obvio que el solo hecho de haberlos denominado, fue por razones de utilidad  práctica e inmediata para la población residente. Ni siquiera sabemos aún con absoluta certeza qué lengua les dio origen. Pero lo que resulta indudable es que pertenecen y son parte de la "historia" del lugar, "historia" que puede ser multisecular, tal vez hasta milenaria. "Historia" que podría  ser nuevamente contada, relatada, develada, gracias al desarrollo de  la Lingüística histórica. Esos lugares conmemoraron algo que fue, en su momento, de importancia para sus creadores; o para un pueblo que ya no existe.

Persistencia de los topónimos en el tiempo.

Si una misma cultura y lengua ha ocupado por varias centurias un lugar, es probable que sus topónimos (denominaciones de los lugares) hayan permanecido prácticamente intactos. Es lo que hoy ocurre en pleno altiplano chileno (Tarapacá) o boliviano (Lipes). Ahí campearán nombres como Vilacollo, Charcollo, Calacala, Jarvinto (o Charvinto), Ancovinto, etc. Denominaciones fácilmente traducibles y explicables a través de la lengua aimara, por ser vivas descripciones de paisajes o rincones determinados. El problema surge cuando ha habido superposición de culturas y pueblos, en una misma zona geográfica. Aquí irán surgiendo términos nuevos que se sumarán a los antiguos conservados por tradición. Así nace la toponimia local o regional: una abigarrada mescolanza de términos, provenientes de diversas culturas  ocupantes del área.

Fig. El  caserío aimara de Huaytane,  Al sur de Cariquima, altiplano de Tarapacá, con sus hermosas casitas hechas en adobe y techadas con ichu o paja brava. El paisaje en pleno invierno altiplánico (mes de Enero) es algo impresionante   (Foto gentileza Pedro Lázaro  B.,  Enero 2001). 


Presencia quechua en el territorio de Tarapacá.

El hecho de la abundante presencia de topónimos de indudable prosapia quechua o quechumara en el área de las quebradas de la zona Parca-Quipisca-Mamiña - según ha revelado un reciente estudio- es un valioso indicio que nos debe hacer pensar muy seriamente en una antigua presencia quechua en la zona. En efecto, el análisis  de la toponimia presente en la quebrada de Quipisca, hecho sobre la base del análisis lingüístico de numerosas entrevistas a sus pobladores antiguos y actuales, nos lleva a la conclusión de que más del 40% de los topónimos examinados denotan un claro origen quechumara. Tal origen ha sido plenamente confirmado por nuestro buen amigo, el lingüista peruano don Rodolfo Cerrón Palomino. Tan alto porcentaje, poco común en Tarapacá, obviamente, nos habla de un largo período de presencia quechua-hablante, como para que nos dejara dicha profunda huella. Cuándo o desde cuándo, por qué y cómo, es un tema que corresponde dilucidar a los etnohistoriadores, lingüistas, antropólogos o etnólogos. También a los arqueólogos. A ellos, toca aclarar esa situación. Arriba, nosotros  hemos sugerido la hipótesis de que su presencia, con bastante probabilidad, se debió a la existencia del Qhapaqñan que cruza de  Norte a Sur  la región de Tarapacá en la depresión del Tamarugal, cuya huella y trazado debían mantener y proteger  libre de todas las contingencias.(aluviones, lluvias, cortes  por huaycos o ataques furtivos).  Por Cerrón Palomino, sabemos, por ejemplo, que Quipisca (qhipishka) es palabra claramente de origen quechua y significa "amarrado",  "atado" y aludiría, probablemente, a un lugar donde se amarraban las cargas de las llamas antes de proseguir el viaje.. 

Expediciones de conquista hacia el Colesuyo.

Una mirada a los sucesos acaecidos en esta región desde antes de la llegada del español (es decir antes de 1532) arroja sin duda algunas luces sobre este tema. Los cronistas nos hablan de las expediciones de conquista de los Incas Pachacuti Inca, Tupaq Yupanqui y Huayna Qhapac hacia el Colesuyo o extremo suroeste (costero)  del imperio, cruzando el "Despoblado"; nos hablan, también del conocimiento que existía entre los nobles Incas acerca de las peculiaridades, los peligros y los problemas que presentaba el trayecto por el "camino de la costa"; nos hablan de la necesidad de confeccionar, previamente, antes de emprender dicho viaje, de la necesidad de confeccionar gran cantidad de odres y depósitos de cuero y arcilla para el transporte del agua, tan escasa en dicho tramo desértico. Nos hablan, en fin, de lugares de aprovisionamiento, descanso o alojamiento a orillas del camino. Todo esto presupone la presencia de grupos fieles al inca a lo largo de la "ruta de los Llanos" o "ruta de la Costa", de su misma lengua y prosapia. En otras palabras,  había grupos de quechua-hablantes entre  los habitantes puquinas de la región. ¿Dónde se localizaban éstos?. Creemos que  a la vera  del Qhapaqñan, en sitios estratégicos, para su protección, aprovisionamiento y mantención continua..



Semillero de denominaciones quechuas.

El trayecto norte-sur del Qhapaqñan va así adquiriendo nombres, a la vez que va adquiriendo, con el correr del tiempo, particularidades arquitectónicas visibles en el paisaje, alineamientos de piedras o hitos marcadores de ruta, corrales, pozos o puquios, chasquihuasis o tambos. De aquí surgió, evidentemente, este término "Tambillo" que escuchamos de labios de don Pascual Bacián Quihuata en noviembre del año 2011, como por azar,  a través del relato de sus andanzas de juventud. Tal como aparece en la Quebrada de Camiña el  término "Calatambo",  indiscutible voz  híbrida aimara-quechua. Más al Sur,  aparece la quebradas de "Los  Tambos", aludiendo tal vez  a  un par de chasquihuasis situados a los costados de la ruta Inca. Esta toponimia quechua en esta zona  no puede ser producto de la casualidad. Lo interesante del caso es que donde aparecen estos topónimos, hemos hallado, efectivamente, recintos en ruinas, atribuibles a estos aposentos incaicos.

La  desconocida influencia de lo puquina.

Cuando sabemos, gracias a los trabajos de Cerrón-Palomino que el propio nombre de esta vía inca: el Qhapaqñan es un nombre de origen claramente puquina ("Qhapaq" quiere decir "Señor", "Dominador", en lengua puquina), nos sorprendemos al saber que no poco de la terminología puquina pasa a ser absorbida y asimilada como propia, al parecer,  por el idioma quechua y aún,  por el aimara posterior. Todavía más nos sorprendemos al saber, por las mismas fuentes, que el puquina (o una lengua muy similar a ésta) habría sido la lengua hablada en la remota ciudadela de Tiahuanaco y en la cultura Pukara del Perú, y posteriormente, habría sido la secreta lengua hablada por los Incas y sus parientes íntimos en la corte imperial de Cuzco de que nos refiere el cronista Gsrcilaso de la Vega.   (Cfr. el reciente artículo de Rodolfo Cerrón-Palomino titulado: "Unravelling the Enigma of the ´particular Language´ of the Incas", Proceedings of the British Academy, Año----Vol. 173, 265-294).

Es decir, la lengua que fue universalmente hablada en toda esta región de Tarapacá y en general en extremo suroeste del Perú, habría sido nada menos y nada más que la misma lengua de las dos más grandes culturas tempranas del pasado en este rincón de América: Tiahuanaco y Pukara. Esta lengua superviviente no era otra, de acuerdo a la  opinión autorizada de Cerrón  Palomino,  que el puquina.


Fig. Estancia pastoril de  Ancara, Bolivia, en camino de Pisiga a Oruro. ¿Qué significa Ancara?.  Trataremos de averiguarlo.  (Foto gentileza de Pedro Lázaro B., Diciembre  2008).

Conclusiones.

1. Los arqueólogos suelen conjeturar -a  veces livianamente y con poca base-   qué culturas diversas se han sucedido en una determinada región, a lo largo de siglos o milenios, gracias al estudio de sus restos culturales, en especial de su cerámica  y utensilios.  Muy rara vez disponen de otras evidencias (v. gr. ruinas arquitectónicas o  arte rupestre asociado). Elementos claramente insuficientes para diagnosticar  el grado de desarrollo socio-cultural o religioso de esos grupos humanos del pasado.¿Eran éstos reinos, señoríos o simples  cacicazgos?. ¿Cuál era su grado de relación entre sí?.  ¿O su grado de mutua dependencia  política o cultural?. Preguntas que los etnohistoriadores o arqueólogos se han hecho con frecuencia y  que suelen responderse con  atrevidas hipótesis, a veces rayanas en la  ciencia ficción.                                                                                                              
5. Los lingüistas utilizan  las voces, en especial los "topónimos"  (es decir los nombres de lugares)  como verdaderas pistas culturales. Son éstos verdaderos "fósiles guías", tal como son  los fósiles para los paleontólogos. Cada palabra antigua  tiene  una "historia" propia y ésta puede ser descifrada cuando existen acabados  estudios lingüísticos de las lenguas regionales.  El aporte de los lingüistas en este tema nos  parece fundamental por cuanto ellos manejan la herramienta heurística  tal vez más importante para dilucidar su grado de parentesco o  relación cultural: la lengua y  su impronta regional.

2. Cuando los historiadores o arqueólogos de nuestra zona tarapaqueña  especulan acerca de la sucesión temporal,  en un determinada región, de  las culturas o agrupaciones sociales  (o sobre su grado de cohesión social), deberían recurrir, en nuestra opinión,  a los servicios de la lingüística especializada, máxime en el ámbito  de los Andes, cuyas lenguas  han sido estudiadas en profundidad.  Lo que generalmente no se ha hecho hasta el presente. Una de las razones, tal vez, podría ser la casi total  ausencia  en nuestro país de lingüistas especializados en las lenguas autóctonas existentes en o cerca de las zonas del extremo norte del país (quechua, aimara, puquina, uro, chipaya, lickan antay o atacameña, kakán o diaguita). Aficionados, hemos tenido varios; avezados  especialistas hasta ahora, ninguno. 

3. Tal falencia, puede  provocar una  peligrosa dicotomía en el conocimiento de una determinada zona. Estudios, lingüísticos y estudios arqueológicos o etnohistóricos, corren o parecen correr  por canales paralelos o a veces divergentes  y no se encuentran.

4.  Los estudios de toponimia y antroponimia en el extremo norte de Chile han sido llevado  a cabo  por entusiastas  y beneméritos  historiadores locales, viajeros,  arqueólogos o profesores, pero  carecen de profundidad  y pecan frecuentemente de un acentuado etnicismo  (si son aimara-hablantes)  o regionalismo, actitud  imperdonable  cuando se trata de una ciencia  que tiene  ya en nuestro cono sur de América más de cuatro decenios de investigación pura. a sus espaldas.  Por tal razón,  las etimologías que se suele  ver circulando en folletos turísticos  o historias locales para las voces "Pisagua, Iquique, Mamiña, Pica,  Tarapacá, Unita(s),  y  aún Huarasiña, Camiña  o Huatacondo,  suelen pecar de ingenuas o imprecisas,  cuando no francamente de  peregrinas o fantasiosas.

5. Hay, pues, aquí una tarea pendiente y en extremo necesaria par el conocimiento cabal de la historia y desarrollo de  las  agrupaciones humanas que poblaron estas regiones, muchos siglos  antes de la llegada del Inca colonizador..

















martes, 10 de marzo de 2015

Las apachetas de Tarapacá: tal como las vio un gran geógrafo norteamericano en las dos primeras décadas del pasado siglo (1907-1920).

Las apachetas de Tarapacá: tal como las vio un  gran geógrafo  norteamericano en las dos primeras décadas del pasado siglo  (1907-1920). 



Fig.1.  Isaiah Bowman  hacia  1915. Sobre este  notable geógrafo norteamericano,  uno de los más grandes que haya estudiado los Andes meridionales (incluyendo nuestro territorio de Tarapacá), desde un punto de vista geográfico, biogeográfico y   antropológico,  hemos escrito  el 23 de mayo del año 2008 un capítulo, presentando allí  al hombre, su historial científico  y su obra en nuestras regiones. Es decir, en el sur del Perú y en el Norte de Chile.

Entonces titulamos el capítulo como: " Isaiah Bowman: un enamorado del desierto" y demostramos  su habilidad para  captar la esencia del desierto y su habitabilidad por  el hombre que  fue capaz de cruzarlo y  utilizarlo desde tiempos muy  remotos. Bowman  en su obra: Desert Trails of Atacama (publicado por The American Geographical Society, New York, 1924), recorría y estudiaba ya nuestro desierto hace algo más de cien años atrás. Sus primeros viajes en la región datan de los años  1907-1908.  Su certera visión tanto del paisaje como de los grupos humanos, lo han convertido, de facto, en una de las mentes más privilegiadas que lo han examinado. Estimamos que ningún otro investigador se  le acerca en estatura  intelectual y científica. El más próximo, tal vez, es el ingeniero Alejandro Bertrand  en nuestro medio, en su notable obra: Memoria sobre la exploración a las Cordilleras del Desierto de Atacama, 1884. Pero  Bowman tiene la ventaja insustituible de ser geógrafo, formado en una de las más prestigiosas universidades de Norteamérica   (Harvard University) , discípulo del geólogo y geógrafo William Morris Davis.  Por añadidura, nos aporta en su obra, como elementos de prueba,  valiosas fotografías de la época.  Imágenes que le ahorran muchas palabras  y hoy nos pueden enseñar mucho sobre ese pasado ya ido..

Visión  y significado de las apachetas para  Bowman.

Hoy nos proponemos presentar su visión de experto  sobre  el tema de las "apachetas", tema al que hemos dedicado un capítulo muy reciente de nuestro Blog. con el rótulo de: "Apachetas en caminos antiguos:  ¿simple señalética de la huella o lugar de práctica de ritos religiosos?",  (20 de febrero del 2015).


Bowman recorrió a lomo de mula  muchísimos kilómetros de antiguas rutas tanto en las cordilleras del Perú como en el Norte de Chile y Bolivia. Siempre estuvo acompañado de guías indígenas, a los que preguntaba sobre lo que iba viendo a su alrededor. El tema de la presencia de estas extrañas estructuras  (las Apachetas),  ciertamente le sedujo. No se explica de otra manera el que  se refiera a ellas en varias ocasiones, que  analizaremos  en detalle, dedicándoles  varias fotografías. ¿Qué vio Bowman en estas estructuras  a la orilla de los caminos?. ¿Cuál es el sentido y significación que les asigna?. Ante la disyuntiva: de si se trata  de meros marcadores de ruta, en primera instancia . o,  más bien, de sitios de ritualidad religiosa, ¿cuál prefiere nuestro  autor?.   ¿Qué piensa al respecto?.    Su perspectiva  y visión nos interesan particularmente, pues se trata de un extranjero experto en geografía humana,  sin prejuicios, que ante la duda, pregunta por el significado de las cosas, tal como fue siempre su costumbre.

Conocía los Andes desde hacía años.

Cuando recorre las cordilleras de Tarapacá. trae ya consigo su amplia experiencia en los Andes del Perú. Recordemos que tomó parte, en calidad de geógrafo,  en la famosa expedición de Hiram Bingham, cuando éste descubrió las ruinas de Machu Picchu. Por tanto, el idioma español le era ya familiar. Conocía bastante bien el desierto de Atacama al menos desde el año 1907-1908, cuando publica sus primeros trabajos sobre las poblaciones aimaras y atacameñas, aún antes de participar en la increíble odisea del descubrimiento de Machu Picchu en la sierra peruana.

La primera mención de las "apachetas".(en traducción nuestra).

Dice Bowman en su obra citada más arriba:

 "A medida que crece la altitud (hasta los 14.000 pies), el trayecto por la sendero ascendente se pone más y más arduo,  y es solo gracias a un penetrante sentido de observación [appreciation]  que uno es capaz de ver el "signo del camino" (sic! en español) o pila de piedras que marcan la cima. Cada viajero agrega una piedra para la buena suerte, y así, en el curso de generaciones, la pila ha crecido hasta las dimensiones que muestra la Figura 6. El rasgo se encuentra  en muchos lugares en diferentes formas. A veces, es una cruz, a veces una pretenciosa estructura que sirve de  templete  [shrine]". (1924: 23; énfasis nuestro).

Página dedicada a las "apachetas" del camino.

Fig. 2. Reproducción de la página  23, del texto de Bowman. A nuestro juicio, Bowman mezcla aquí en esta página,   tres cosas diferentes;  a) las apachetas  (Fig. 6 de Bowman), con la senda o huella que pasa   a su lado),  b)  la cruz cristiana ( Fig. 7, lugar donde nunca se agrega piedras por parte de los caminantes)  y  un templete o pequeña ermita, provista de un nicho receptor de ofrendas indígenas. Solo su figura  Nº  6 reproduce las verdaderas y auténticas apachetas.  Al costado izquierdo de la apacheta, parecen verse otras construcciones, tal vez algún tambillo de época incaica
.
Por esta cita, podría pensarse que Bowman sólo ve en estas estructuras  meros  "signos en el camino", o especie de amuletos "para la buena suerte".. Pero no es así, como probaremos a continuación.

Otros textos alusivos.

En la página 103 de su texto, especifica Bowman mucho más el sentido exacto de estas pilas de piedras. Dice, en efecto, refiriéndose  a unas estructuras halladas a lo largo del Camino del Inca entre Tilomonte y Copiapó  en el Norte de Chile [Inca road].  Allí señala :

"A ambos lados y en ciertas porciones del camino hay unas antiguas pircas (sic! en español) o muros de piedras, probablemente restos de tamberías (sic! en español) o cabañas de descanso. En los pasos [passes] que atraviesa la ruta hay pilas de piedra, apachetas (ref. a su pg. 23, foto) acumuladas al modo de una ofrenda de los indios al guardián de la ruta,    de una manera muy semejante a lo que hacen los árabes cuando agregan una piedra "para la buena suerte", a las apilamientos [piles]  que se encuentran cerca de los oasis". (1924: 103; énfasis nuestro).

Aquí ya asoma claramente una explicación mucho más profunda. No solo se trataría de meros  "signos en el camino", término bastante  confuso en sí.  Bowman especifica que los indios  hacen  en dicha estructura (apacheta) una "ofrenda al guardián de la ruta".

En la leyenda del Plano de la Puna de Atacama que el autor trae en la página 259.se refiere a la apacheta de Sillilica, la única que grafica en la foto  de la página  23.  Dice al efecto: "Ap.= apacheta o marcador de la huella [trail marker].

Apachetas  una especie de ermita religiosa.

En la referencia a estas estructuras que trae en la página 282  de su texto, es aún más enfático  y mucho más explícito. Del sentido religioso  de su interpretación,  ya no nos puede caber duda alguna.

"Al costado de la huella [beside the trail]  hay otras marcas [marks] de especial interés. Hay una apacheta  con una cámara  delineada [lined],   en la que se ha colocado ofrendas de mascadas de coca, palos cortados  y velas por parte de los caminantes  indios, y  se hace oraciones [prayers] para la seguridad  del cruce [de la montaña]. Yo he visto apachetas de otro tipo  en muchos lugares en la línea divisoria de Bolivia, norte de Chile y Perú, donde, en especial en los pasos  elevados,   se han apilado  montones de piedras  toscas  para marcar la cima. Cada viajero agrega una piedra  para la buena suerte y   así,  algunas de ellas  en las sendas más antiguas  han crecido hasta [alcanzar]   un enorme tamaño. Por ejemplo,  en la cordillera  Sillilica, al este de Iquique,  hay una  que se alza  al menos a diez pies de altura   [= 3,05 m.] , poseyendo una  amplia circunferencia. Aquellas de la puna de Atacama han sido hechas con mayor cuidado, y  su uso  era algo  más serio. En síntesis, estas son una especie de templete y no meramente una marca  de la huella" [their use was more serious; they are a kind of shrine and not merely a mark of the trail ]."  (1924: 282; traducción  y  énfasis  nuestro).

Este texto nos habla ya claramente de ofrendas, oraciones y nos explica en detalle cómo se realiza  el rito de ofrecer una piedra a la pila ya preexistente, La frase final es lapidaria:  no es una mera estructura marcadora de  ruta  (es decir, señalética, como diríamos hoy)  sino  una ermita o pequeño templo. "Más claro, agua".  Este es el sentido profundo de lo que él ha visto  "en muchos lugares", como dice.

Por fin en las  páginas .305-306 de su obra   trae Bowman  un excelente complemento a sus referencias anteriores,  ofreciéndonos  su percepción  final sobre el tema:

"La curiosa mezcla de ritos católicos y creencias paganas, de lo que he hablado en el caso de Tarapacá (p. 72) también queda ilustrado aquí, como en efecto en cientos de lugares,  por toda partes en los Andes Centrales. Preguntado acerca de una apacheta, un indígena respondió  que estaba dedicada  tanto a los Santos [católicos] como a la deidad Inca Pachamama. Los santos principales son aquellos  que son considerados patrones de los animales [....]. La influencia cristiana se observa en las cruces, [las que] algunas veces [son] revestidas con lanas rojas y sobrepuestas  en una apacheta. Un cuidado especial es otorgado a la lana  usada de esta suerte. Una traducción de la fórmula quechua de saludo a una apacheta sonaría así: "Padre apacheta recibe esto, mi ofrenda de lana  coloreada y estas hojas de coca. Dígnate ayudarme en mis trabajos!".[ "Father Apacheta, receive this my offering of coloured wool, these leaves of coca. Deign to help me  in all my labors"].  (Bowman, 1924: 305-306; traducción y  énfasis nuestro).

Hay aquí evidencia de una  confiada conversación con la deidad dueña de la apacheta. La fórmula  sagrada usada, arriba transcrita,  es parte esencial del rito, la que debe ser acompañada del gesto correspondiente: la ofrenda de lanas de color rojo y hojas de coca.

Bowman nos aporta, en esas mismas páginas  (305-307) varias otras evidencias  de gran interés relativas a   las creencias de los lugareños andinos en las huacas  o lugares sagrados  y a  leyendas que rigen y controlan su comportamiento. El tema religioso evidentemente  interesa especialmente a Bowman,  por lo que se refiere a él cuantas veces tiene oportunidad.

Comentario final nuestro.

1. De acuerdo a estos antecedentes de indiscutible valor, para Bowman las apachetas no son, pues,  meras marcas  camineras, hitos visibles; son mucho más que eso son lugares de rito y de culto, al estilo de las ermitas donde se reza y se implora.;
2. Pachamama sería la deidad  allí reverenciada a la que se  da ofrenda hojas de coca y lanas de colores, entre otras cosas;
3.  La petición que se le hace, dice relación  con  obtención de apoyo y ayuda  en los  trabajos  propios del viajero. Apoyo en los objetivos del viaje emprendido.
4. Se dan todos los elementos propios de un culto:  a) está presente la persona a quien se dirige el ruego, es decir, Pachamama;  b) se expresa  lo que se le pide:  ayuda y apoyo en la expedición ;  c) se pronuuncia   la fórmula  u oración  que se expresa  verbalmente (no tan solo con la mente); d) se realiza en  el lugar apropiado y dispuesto previamente para la recepción de las ofrendas  (no se verifica en cualquier parte),  y por fin, e)  el implorante espera la realización o cumplimiento  del ruego.
5. Por tanto,  habría que descartar  la afirmación, corriente hoy entre los arqueólogos,  de que  estas estructuras serían "marcadores de ruta". Tal denominación desvirtúa la esencia del acto ejecutado allí,  y desvía la atención de lo principal y fundante en su erección y funcionamiento. Minimiza  y oculta su verdadera y prístima  función.  Son, en efecto, "marcas"  en el paisaje (esto es estructuras visibles), claro que sí, pero solo "marcan" el sitio exacto donde efectuar la ofrenda y el rito, y  no son, por tanto, "marcas del camino" , tal como lo señaló claramente Bowman cuando señaló tan acertadamente:  "en síntesis, estas son una especie de templete y no meramente una marca  de la huella" (1924: 282).
6. Los caminos incaicos poseían otras "marcas"; éstas  son los hitos, los mojones, los alineamientos de piedras a  sus costados,  y aún las sayhuas situados  a la vera de la ruta para  indicar su curso  y su trayecto  y ayudar al viajero en su correcta orientación.  Las "apachetas" tienen claramente otra finalidad específica: una finalidad religiosa..  De esto ya no nos cabe duda alguna, tras oir  y  analizar a los testigos tanto cronistas como  exploradores  tempranos.

¿Hasta qué punto esta antigua costumbre ritual andina  representa   un cierto precedente de  lo que se sigue realizando hoy en algunos Santuarios populares católicos, en nuestros países andinos, o mejor aún,  en algunas  ermitas, como es el caso de ciertas "Animitas",  "muy milagrosas" al decir de la gente, ubicadas  a orilla de carreteras, donde  se hacen preces y súplicas?. 

Una comparación esclarecedora.

Y, a este propósito, ¿a alguien se le ocurriría pensar que las "animitas" erigidas por la piedad de los deudos del difunto, a la orilla de nuestras carreteras actuales, constituyen  "marcadores de rutas"  o "signos camineros"?. ¿Verdad que no?.  Pues bien,  nuestro caso es algo semejante. Su finalidad es obviamente  muy  distinta  a las  marcas,  señas  o "signos del camino" y, tal  como  apunta Bowman,  " algo mucho más serio".