domingo, 27 de octubre de 2013

Agua oculta en el desierto más árido de la tierra: ¿cómo buscaban los viajeros el agua para surtirse y abastecerse?. Una solución ingeniosa.

Antecedentes.

Ha sido nuestra constante inquietud,  como algo inherente y propio de  nuestro enfoque eco-antropológico de la Antropología cultural,  el  investigar sobre  las antiguas fuentes de agua en el desierto y su uso por las comunidades humanas. ¿De dónde y cómo se las arreglaban los antiguos caminantes para abastecerse de agua en el cruce del desierto más árido de la tierra?. Era un enigma que había que resolver si se quería sobrevivir y, mucho más, si se quería  cruzar, en interminables días de travesía,  una extensa zona desértica, despoblada y aparentemente carente de  recursos. 


Fig. 1.  En el lecho seco actual de la quebrada de Sipuca  (Coordenadas  UTM 486183 E y 7654322 N) , al Norte del río Loa, los antiguos caminantes supieron  aprovechar el agua de los torrentosos aluviones (huaycos)  para  hacer pozos y así poder conservar, por espacio de varios meses, el agua fresca tanto para su propio uso  como para bebida de sus animales de carga. (Foto H. Larrain, 20/10/2013, tomada de Este a Weste). 

En pos del agua escasa.

En este capítulo del Blog exploramos este tema, de vital importancia para el habitante del desierto: la búsqueda de agua para beber. Aquí, aprovechando el  hallazgo fortuito de un pozo, aprovecharemos para reflexionar sobre  las maneras cómo los antiguos habitantes del desierto discurrían a fin de obtener el agua   mezquina o esquiva, desde el subsuelo de sus quebradas.

Las quebradas secas y los cursos esporádicos de agua.

Los geógrafos físicos y geomorfólogos distinguen alrededor 25 quebradas, de diversa potencia y tamaño, que desde la cadena montañosa de Los Andes  caen a la gran depresión intermedia o "pampa del Tamarugal"   (Börgel,  1975). La mayor parte de éstas, están siempre generalmente  secas a lo largo de todo el año y sólo  muy rara vez transportan agua, y tan sólo con motivo de la esporádica aparición  de  potentes "inviernos altiplánicos", en años de inusitada pluviosidad en la altiplanicie andina. Es lo que ocurrió  recientemente en   el año 2012. Al decir de  los habitantes de las quebradas,  en ese año 2012  ocurrió uno de los más potentes aluviones  de que se tuviera noticia en los últimos cincuenta o sesenta  años

  Algunos indicios, sin embargo, nos hacen sospechar que este reciente  aluvión  sería  el más grande  recordado desde aquellos ocurridos en el año del fortísimo "Fenómeno del Niño",  en el verano del año 1925, esto es hace  casi  noventa años.
  



Fig.  2. El lecho seco de la quebrada de Maní. Como se observa, la colada de barro, que se distingue por el reticulado  arcilloso impreso en el piso, fue arrastrada por la embestida inicial del aluvión, y llegó a cubrir todo el lecho de la quebrada, hasta alcanzar a las bases mismas de las antiguas viviendas, hoy en ruinas  (costado Norte de la quebrada). (Foto H. Larrain, octubre 2013.) 

¿Cómo podríamos saber  que el último  aluvión ha sido de los más intensos de la historia reciente? 

Primer argumento: la existencia de chasquihuasis o tambillos del Inca  destruidos por el aluvión.

¿Qué argumentos de peso tenemos en tal sentido?.  En nuestra opinión, hay por lo menos dos.  1) El primero,  muy concreto y elocuente, es  la reciente destrucción operada, en el lecho de la quebrada de Chacarilla, del tambillo o chasquihuasi del "Camino del Inca" que allí existía en el costado sur de dicha quebrada y que fue literalmente arrasado y borrado por el último aluvión (meses de febrero-marzo 2012). Hoy se observa en dicho lugar  solo un montón informe de grandes bolones de río, sin rastro alguno  de construcción  o muro. Este chasquihuasi  pudo mantenerse incólume e intacto desde los tiempos del Inca, por hallarse varios metros por sobre el lecho mismo de la quebrada. La información acerca de su existencia, hasta tiempos muy recientes (2011), nos fue suministrada por nuestro colega el arqueólogo y artista  Luis Briones Morales, experto conocedor del área tarapaqueña y su arte rupestre, de la veracidad de cuyo testimonio no dudamos. Por desgracia para la ciencia arqueológica, este precioso testigo del paso del Inca por Tarapacá, desapareció para siempre. Si contuvo -como suponemos al igual que otros tambillos-  restos culturales o cerámicos, éstos deben yacer hoy,  algunos metros  bajo tierra, sepultados por toneladas de  barro y limo arrastradas por los aluviones. 

 Segundo argumento: el alcance de las avenidas de agua.

 2) El segundo argumento deriva del alcance real alcanzado en la pampa por las coladas de barros y limos, arrastrados por este último  gigantesco aluvión hasta   alcanzar  la carretera panamericana N-S actual (Ruta 5),  invadiendo y cegando un antiguo pozo salitrero en el sector  del Pozo Londres (Salar de Pintados, frente a Estación Pintados) y amenazando seriamente la población actual y   los cultivos agrícolas y hortícolas de Colonia Pintados. Este mismo aluvión causó destrozos de gran consideración en las quebradas de Camiña, Aroma, Tarapacá, Quipisca, Quisma (Matilla), y Huatacondo,  y sería, según las personas mayores de edad el más devastador  y potente  conservado en la memoria de esta generación. Esta memoria histórica no es, sin embargo,  de muy larga duración, y rara vez logra sobrepasar los 100 años; esto es, no suele  superar la barrera de las cuatro generaciones de transmisión oral ininterrumpida de padres a hijos.  En viajes recientes,  hemos podido  comprobar cómo  el primer embate del aluvión del año 2012  -generalmente el más terrible y devastador- cubrió zonas  amplias de quebradas y,  en algunas más pequeñas, bajó  en forma impetuosa, compacta, cubriendo todo el fondo del lecho de la misma, de lado a lado, borrando en consecuencia todo rasgo de vida cultural anterior. Lo hemos detectado en la quebrada de Maní y en las de Piscala y Sipuca y otras más, al sur de Huatacondo. Ellas,  aunque corren profundamente encajonadas, muestran  un magro desarrollo espacial  que alcanza apenas  los   200 m. de ancho. 

En las imágenes que siguen,  analizaremos  este tema tratando de examinar  cómo se han ingeniado los antiguos pobladores para   obtener  y retener el agua para su propio consumo y el de sus animales. 

Estas imágenes fueron captadas por nosotros recientemente  en la quebrada de Sipuca, con motivo de nuestras investigaciones sobre el trazado del Camino del Inca. Esta  quebrada, totalmente seca hoy, es una de las más australes entre las que derraman sus aguas en la depresión intermedia o Pampa del Tamarugal. Casi exactamente en el medio de la quebrada, en un paisaje desolador, absolutamente estéril,  descubrimos gracias a nuestro cartógrafo, este pozo, quien lo creyera,  investigando a través del Google Earth,.como un posible recinto antiguo, en el piso de la quebrada  Llegar a este punto, maniobrando peligrosamente el vehículo por entre el cauce pedregoso del lecho seco, fue toda una proeza de nuestro conductor. La antigua huella de vehículos existente, fue totalmente borrada por el último aluvión. Reconocer el resto de la quebrada, aguas arriba, sólo resulta hoy  posible realizar  a pie, en fatigosas y extenuantes caminatas.

Fig. 3. El pozo practicado en el piso de la quebrada mide exactamente  4.40 m de largo por un ancho de  2,60 m.  Su profundidad actual es de 1,50 m. pero sin  duda fue más hondo,  ya que su fondo se halla hoy cubierto por numerosas capas de fino limo, procedente de las turbias aguas del aluvión. Sus muros fueron excavados a través del material de arrastre aluvional del cauce (arenas y arcillas) y, en su parte superior, se puede ver en nuestras figuras  hiladas de  "ladrillos" o "adobes" cortados  del mismo material, a fin de darle más altura.  Los imponentes muros de roca viva de la quebrada se alzan a unos 60-80  metros por sobre el lecho seco, testigos de un antiguo labrado, seguramente  de hace más de 200.000  ó 300.000 años.  

Fig. 4. En el muro opuesto a la regla gráfica, y a los pies del observador, se observa el hábil dispositivo empleado por sus constructores, para  recoger y hacer penetrar, desde el exterior,  el agua del aluvión al fondo del pozo para llenarlo. El pozo muestra señas de haber sido usado por arrieros con anterioridad al evento del último aluvión y fue protegido por un muro de tierra alzada,  evitándose así que se cegara  y colmatara.


                            
Fig. 5.  Fíjese en  la sección de ingreso del agua de aluvión a pozo, donde  se halla nuestra pequeña regla de  15 cm de largo. Por medio de piedras planas dispuestas  en cuadro, se confeccionó hábilmente una abertura de acceso del agua, la que podía ser tapada  a discreción cuando se necesitara.

                             
Fig.6. La abertura o "boca"  para el ingreso del agua  de aluvión, en el proceso del llenado del pozo.

Fig. 6. Las foto permite observar  las hiladas de "adobones" superpuestos,   cortados de las capas de lodo de procesos aluvionales anteriores. Atrás, una gran roca  solitaria, cual "piedra cansada", seguramente desprendida hace mucho tiempo del acantilado próximo, quedó aquí hundida en el fango de una antigua colada. Esta sección inferior de la quebrada, como lo ilustra la fotografía,   es absolutamente estéril y carente de toda vegetación.

Fig. 7.   El pie del muro   del acantilado rocoso,  se halla cubierto, en su parte media  baja,  por el derrubio causado por la erosión eólica  y pluvial y  allí se han formado pequeños conos de deyección  de aspecto triangular, en los puntos de descenso de las aguas de lluvia eventuales.


Fig. 8.  El pozo fue construido en la parte más baja del lecho de la quebrada, donde presumiblemente  se podría hallar, aún hoy, cavando, agua  subterránea a poca profundidad. Sospechamos que  el agua  pueda estar  a menos de  4-5  m de profundidad.


Fig. 9. Las imponentes paredes de aspecto columnar de la quebrada ostentan hoy  el labrado y pulido   hecho por el agua y el viento a lo largo del tiempo. Estas paredes desnudas  pueden relatar, para el que sepa "leerlas",  un pasado geológico  que se remonta seguramente  a muchos milenios.

Fig. 10.  El cauce final de la quebrada, reducido a su mínima expresión,  dejó a sus costados   imponentes masas de arcillas y gravas  como testigo de la potencia inicial de la embestida del aluvión. Por el hecho de que éste cubrió, de lado a lado,  la pequeña quebrada de Sipuca, cualquier rastro de cultura u ocupación humana  que allí hubiere sobrevivido,  fue barrido por el aluvión.  Si hubo -como sospechamos- algunas rutas antiguas o senderos humanos que conducían aguas arriba, en procura del altiplano, por el lecho seco de este cauce, obviamente no queda hoy rastro alguno y sería  bien difícil verificarlo.


Fig. 11.  Una verdadera "chimenea" ha quedado abierta en el paredón rocoso por efecto de la caída de un eventual riachuelo, en forma de cascada,  desde lo alto.

Nuestro comentario eco-antropológico:

1.  Tenemos la vehemente sospecha de que este tipo de pozos, excavados en el lecho seco de quebradas en las cercanías de los chasquihuasis o tambillos,  fue el lugar habitual de abastecimiento de agua para los antiguos caminantes o caravaneros que surcaron las rutas o caminos incaicos.  Su supervivencia hasta la actualidad, y su sencillo modo de factura, mediante herramientas muy simples, nos habla de una tecnología  muy añeja que debió ser ampliamente practicada en esta región desértica.  El pozo que hemos hallado en el lecho de la quebrada de Sipuca  (ver fotos supra), debió tener, recién excavado, al menos  unos 2 metros de profundidad. Pudo llegar a contener varios miles de litros de agua.  Pozos semejantes  o más hondos, debieron ser algo habitual en estos parajes en la antigüedad.

2. La ubicación de los tambillos o chasquihuasis que hemos reconocido en numerosos tramos del Qhapaqñan inca, sea en el fondo del lecho, en sitios algo levantados, o en el borde mismo de la quebrada, estaría sugiriendo  el acceso rápido a fuentes de agua, mediante  pozos  excavados, semejantes a éste.

3. Algunos de los cronistas,  como  es el caso de Gerónimo de Bibar, afirman que los conquistadores, en su paso por este despoblado,  no solo "limpiaron" las fuentes de agua, sino que  las "abrieron", aludiendo  con ello evidentemente a una excavación  o profundización de pozos preexistentes.  Es evidente que estos recintos  donde debían permanecer alertas los chasquis mensajeros del Inca,   tenían que poseer fuentes de agua próximas, y cuanto más próximas,  tanto mejor. 

4. Citas textuales de cronistas que viene a nuestro propósito.  Dice, por ejemplo,  Garcilaso de la Vega: "hay por el camino algunos manaderos de agua que no corre...".  También señala:  Y como los delanteros iban limpiando los pozos, acudía más agua,que los pozos o fuentes que por él había de donde bebían los caminantes, por no haberse usado en tanto tiempo, estaba ciegos, con el arena que el viento les echaba encima...".

Y Gerónimo de Bibar  agrega:  "en estos caminos hay, porque en el compás que hay fuera de los valles no hay sino unos jagüeyes que son como unos pozuelos o charcos. En estos pozuelos de agua no hay tanta que treinta hombres no la agoten y después torna poco a poco a henchirse. Son algunos de éstos, salobres..."


4.  “Limpiar los pozos” a nuestro entender, no solo involucraba  sacar del fondo el agua sucia, estancada, sino profundizarlos  lo suficiente hasta que brotase  el agua subterránea  nueva, extrayendo para ello  tanto el agua sucia y maloliente, como  gran  cantidad de arena, arcillas y polvo acumulados  tanto por el viento como por los eventuales aluviones que periódicamente los cegaban por completo.

5. Garcilaso  dice explícitamente  refiriéndose a estos lugares del desierto, que los caminantes hallan   "pozos o fuentes".  Por "pozo", se da a entender,   en nuestra opinión,   una excavación ad hoc, incluso bastante profunda  (varios metros);  las expresiones  "fuente" o "jagüey", aluden más probablemente a vertientes donde el agua   brota  y surge  naturalmente a la superficie, formando auténticos "charcos".

6. El "llenado" de tales pozos debió efectuarse  al menos de dos maneras:  o echándoles agua  de los aluviones  cuando éstos estaban aún  corriendo (como en el caso del pozo aquí fotografiado)  o,  más generalmente, perforando algunos metros hasta  alcanzar  la napa o "río" subterráneo, de donde brotara lentamente el agua, subiendo algo de nivel.

7. Hemos visto varias veces,  en antiguas explotaciones de bórax  de mediados del siglo XIX en  el Salar de Pintados,  (Pampa del Tamarugal, y  no lejos de la antigua estación de ferrocarril de Pintados)  pozos  en cierto modo semejantes, dotados de una  escala de descenso,  labrada mediante escalones en  el mismo subsuelo arenoso-arcilloso y salino, hasta  alcanzar el nivel freático.  Bajando por estos escalones, de unos  50-60 cm de ancho,  se accedía fácilmente hasta aproximarse al nivel freático del agua subterránea. Hemos medido algunos que tenían más de  cuatro metros de profundidad.  Hoy están  casi todos ciegos  y secos, pues la napa subterránea ha descendido considerablemente  a causa de la desmedida extracción  de agua de los acuíferos subterráneos.


















martes, 22 de octubre de 2013

Plantas resistentes a la sequía: una radiografía de la vegetación del desierto extremo. El caso de las quebradas que dan a la pampa del Tamarugal.



¿Qué especies logran sobrevivir por muchos años?.

Al prospectar  amplias zonas del desierto tarapaqueño para observar  el efecto de la llegada de las quebradas andinas y sus aluviones  al piso de la Pampa del Tamarugal, siempre  nos ha sorprendido la extrema pobreza de especies botánicas que allí persisten.  Cuando ocurre el aluvión aparecen, por corto tiempo, algunas especies de fanerógamas o plantas de flores vistosas y algunas gramíneas que logran sobrevivir, a lo más, un par de años. Brotan muy rápidamente, florecen, semillan y mueren. y sus cadáveres los vemos  al corto tiempo. (Vea nuestro capítulo del Blog  dedicado examinar la flora  nacida  en la desembocadura de la quebrada de Quisma en el mes de Julio 2012). 

Pero, de acuerdo a nuestras observaciones de campo,  hay solamente  tres especies leñosas que logran sobrevivir, algunas por muchos años,  en el lecho seco de las quebradas, prácticamente sin agua.  El último aluvión bajó de la sierra  andina, en forma arrolladora,  entre  mediados de febrero y comienzos de Marzo del año 2012 por todos los cauces que dan al Tamarugal.. En nuestra  visita reciente (octubre 2013), a  unos diecisiete meses de ocurrida la bajada del agua, uno puede observar plantas no solo vivas, sino en excelente estado y en plena floración. El agua cesó de correr hace muchísimos meses.  Aquí, como se  sabe, no llueve prácticamente nunca.

Los sobrevivientes al aluvión y a las sequías:

La retamilla, Caesalpinia aphila Phil. 

Fig. 1.   Ejemplar aislado y solitario de retamilla, apegado al borde sur de una pequeña  quebrada, al sur de Sipuca. El ejemplar se encuentra en plena floración y  nos sorprendió gratamente  el hecho de constatar la presencia de algunos pequeñisimos dípteros libando sus flores  y un ejemplar de abejorro silvestre, de cuerpo color negro, que revoloteaba incansable de flor en flor.(Hymenoptera, tal vez de la Fam. Bombidae).  A unos  20 metros, a la distancia, se aprecian otros ejemplares de la misma especie. La colada de barro arcilloso cuyo hermoso  tapiz  reticulado vemos en la fotografía, suponemos que debe encerrar cierta cantidad de moléculas de agua, al parecer por largo tiempo (Foto H. Larrain, octubre 2013; foto tomada de Este a Weste).

Fig. 2.  La misma especie, de cerca. La planta se alza hasta una altura de unos  3.5 m. (escala de 1 m.) y está llena de flores amarillas.  Altitud s.n.m. 1.275 m.. (Foto H. Larrain, octubre 2013).


¿Qué hace la diferencia?

¿Por qué ciertas especies  logran sobrevivir en ese medio tan árido,  y qué importancia tiene este hecho desde el apunto de vista eco-cultural?.  No cabe duda, de que esta sobrevivencia depende, a nuestro entender, de varios factores: a) de la capacidad del sustrato limoso y arcilloso donde crecieron para retener, por largo tiempo, las moléculas de  agua; b) de la aptitud de algunas de estas plantas, para  aprovechar el agua del rocío matutino, sea mediante  la existencia de  una tupida  vellosidad en hojas y tallos que lo recogen y canalizan hacia la raíz (el caso de Huidobria sp.)  sea mediante la existencia de  una  numerosa red radicular subsuperficial, a muy escasa profundidad   (0-5 cm), capaz de captar la humedad  tanto del rocío como de las camanchacas o brumas. Sostenemos que este último es el caso de la retamilla (Caesalpinia aphila). Esta planta  -como lo hemos podido comprobar personalmente - posee  numerosas y gruesas raíces, llenas de pelillos radicales,  que se extienden por muchos metros a partir del tronco principal, sin penetrar en profundidad, manteniéndose  a muy corta distancia del suelo. Este mecanismo radicular subsuperficial, totalmente diferente de la raíz pivotante del tamarugo que busca ansiosamente el agua en profundidad, está evidentemente destinado a captar  humedades que se dan  en contacto con la superficie, a ciertas horas del día, gracias al poderoso efecto humectante del rocío y de la camanchaca, en horas de la madrugada o durante la noche.


Huidobria fruticosa  Phil.

Desde la quebrada de Quipisca hacia el sur,  en especial en las quebradas de Chacarilla,   Huatacondo y Mani, hemos, observado el desarrollo de esta hermosa planta leñosa de vistosas flores blancas. Junto a viejos ejemplares, de hasta 4 m de alto, hemos encontrado, para sorpresa nuestra, numerosas plantas jóvenes, representantes de esta especie a lo largo  del reciente cauce,  excavado  por el potente aluvión de febrero-marzo 2012.  Estos pequeños ejemplares, son "hijos del aluvión", es decir,  sus semillas contenidas en la colada de barro, han fructificado recientemente. Todos están, al igual que la retamilla, en plena floración desde hace por lo menos un mes y medio.


Fig. 3.  Ejemplar de unos   80-90 cm de alto, al borde del cauce ya seco. (Foto H. Larrain, octubre 2013).

Fig. 4. Observe  el reticulado del limo arcilloso, ya reseco, a los pies de la planta. Aquí, junto al borde, halló refugio al semilla que pudo desarrollarse gracias a la reserva de agua presente en la arcilla.  (Foto H. Larrain, octubre 2013).

Fig. 5.  Vistosas flores  de cinco pétalos en este vistoso ejemplar. Cada cogollo puede presentar 5-6 flores.  (Foto H. Larrain, octubre 2013).


Tras un fuerte aluvión, en los sectores  bajos de las quebradas,  e ingresando  a la pampa, cuando ya ha decrecido la embestida del aluvión,   aparecen de pronto plantas leñosas nuevas donde no antes las había, de desigual desarrollo, de las tres especies vegetales leñosas que en esta zona desértica son los únicos signos evidentes y persistentes  de vida vegetal. Estas son:  el  pimiento o molle [el mulli de los antiguos quechuas], (Schinus molle), la retamilla (Caesalpinia aphila) y  la Huidobria fruticosa. No hay ninguna otra, o al menos nosotros no  la hemos encontrado

El misterio de la distribución geográfica del molle o pimiento.

¿Por qué hallamos aquí,  el molle o pimiento?.  ¿Es solo por razones estrictamente de diseminación y propagación natural de la especie o ha intervenido aquí algún  "efecto antrópico", como gustan de decir los arqueólogos, es decir, producido por directo influjo humano, como sería el caso -como sostienen algunos autores-  de sus presuntos introductores, los Incas?. No lo sabemos y es tema de estudio. Pero, por otra parte,  se sabe a ciencia cierta, y lo señalan los cronistas, que los Incas solían transportar muchas especies vegetales útiles a las regiones que conquistaban  máxime allí donde residían sus colonos  mitimaes o mitmaqkuna quechuas. ¿Pudo ser éste el caso aquí, en las proximidades del camino del Inca, a lo largo del  Tamarugal?.  Veamos  lo que nos aseveran algunos estudiosos del tema.

 Probable introducción de algunas especies por los Incas.

 La introducción de esta planta, el molle o pimiento, especie  típicamente  peruana, en los valles del Norte Grande y Norte Chico de Chile, antes de la llegada de los españoles,  se habría debido, según Horkheimer y varios otros autores, como Ricardo E. Latcham,  a la notable  industriosidad inca, al igual que la del paico (paiku: Chenopodium ambrosioides] y otras numerosas  especias.

 Hans Horkheimer, estudioso alemán del legado alimenticio de los antiguos peruanos nos dice de la primera especie, el molle,  que era planta preferida por los Incas  en sus santuarios y en sus caminos reales.  Señala: "...allerdings wurde er an  manchen Stellen der Inka-Strassen angepflanzt, ohne weiterer Pflege zu benutzen" ( traducción:  por lo demás, fue este [árbol]  plantado en muchos lugares  [junto a]  los Camino del Inca, sin que necesitara de un especial cuidado". (en su obra:  Nahrung und Nahrungsgewinnung im vorspanischen Peru, Colloquium Verlag, Berlin, 1960: 83). ¿Será  éste el caso  en nuestra zona tarapaqueña?. No lo sabemos.

 Dice Latcham al respecto:

"El Schinus molle o molle peruano era el árbol sagrado de los Incas  quienes lo hacían plantar y regar  en contorno de sus palacios, templos y edificios públicos. También mucha parte de los caminos reales [qhapaqñan] que construyeron era sombreada por estos árboles, aún en lugares desiertos donde el agua para regarlos había de traerse desde los cerros, por medio de largas acequias o canales..." (Latcham,  La agricultura precolombina en Chile y los países vecinos, Ediciones de la Universidad de Chile,  1936: 31).  

Parece bastante lógico pensar que si los caminos incaicos debían tener, como tuvieron,  de tanto en tanto, recintos habitacionales para albergar a los chasquis o mensajeros, [los chasquihuasi o tambillos]    en numerosas quebradas, estos mensajeros o sus familias hubiesen sido comisionados por el estado inca  para plantar, regar y mantener vivos estos árboles que tantos beneficios podían prestarles tanto como excelente combustible como para  refrescante bebida  (brebaje hecho de sus frutos pequeños)..

Plantas palatables del piso de las quebradas,  altamente  resistentes a la sequía.

Las únicas otras dos especies leñosas presentes en el piso de las quebradas hoy secas, no son arbóreas sino arbustivas y son la retamilla, Caesalpinia aphila (Fam. Cesalpinaceae),   y  la Huidobria fruticosa  Phil (Fam. Loasaceae),  planta leñosa cuyo nombre vernáculo particular  no conocemos hasta ahora. Esta última,  es  hoy muy común en las quebradas de Maní y Sipuca (hoy despobladas), y hemos podido ver decenas de plantas nuevas, nacidas tras el aluvión y en excelente estado de desarrollo. Las flores, y las hojas menudas y tallos verdes de la retamilla  eran buen alimento para  sus animales, las llamas  durante sus caminatas por el desierto, y, posteriormente, luego de la conquista española, para burros y mulas, en tiempos coloniales. La retamilla (Caesalpinia aphila) y la Huidobria fruticosa florecen en nuestra zona tarapaqueña  desde los meses de agosto-septiembre hasta diciembre y aún enero, período en el cual  los caravaneros antiguos y arrieros  de la época salitrera podían acceder a algún alimento para sus animales gracias a estas sufridas y resistentes especies vegetales.  Nos queda abierta la gran duda acerca de su palatabilidad para animales como llamas, mulas y burros  de esta última especie, la Huidobria fruticosa, es decir, ¿realmente la comieron en el pasado?.

Si, como sospechamos, probablemente la comieron en casos de necesidad (al menos sus flores y brotes tiernos), su presencia  hasta hoy en tramos del antiguo Camino del Inca puede constituir un indicio de la importancia dada por los Incas a  la presencia,  en las cercanías de la vía incaica,  de especies botánicas comestibles por sus llamas  y, a la vez, puede reafirmar el argumento respecto del  trazado actual  de la ruta inca por el desierto, de modo que les  pudiera ofrecer agua, aunque escasa, y algún tipo de alimento -aunque escaso-  para sus animales de carga (las llamas).  (Vea nuestras fotos publicadas en este mismo Blog el 11 de Julio del año 2012: "curiosidades botánicas  observadas en la quebrada de Quipisca: efectos del reciente aluvión de febrero-marzo 2012 ").

El molle peruano o pimiento: Schinus molle:



Fig. 6.  Molles o pimientos  en la quebrada de Maní.  En una angostura de la quebrada, no lejos de su desembocadura, se ha logrado mantener vivo este pequeño bosquete de molles o pimientos, allí donde otras especies han fenecido ya  (al parecer Baccharis sp.). Aquí, a lo que sospechamos, debe haber agua a  poca profundidad, a juzgar por  el vigor que muestran  los árboles de molle. Tal vez por esta misma razón, en este mismo lugar se mantienen vivas, aunque en estado muy débil,  varios ejemplares de higueras (Ficus carica, L),  planta originaria del SW asiático  y traída durante la época colonial  por los primeros españoles y que ha demostrado en las quebradas tarapaqueñas, una adaptabilidad increíble y una enorme resistencia a la sequía. Hemos hallado ejemplares de higueras en la quebrada de Quisma, junto a  antiguas ruinas coloniales,   que subsisten vivos, sin riego alguno,  a un altura de unos  15-18 m. por sobre el cauce actual de la quebrada. Sin duda  extienden sus extensas raíces hasta el cauce mismo de donde logran extraer el agua para sobrevivir. 

Epílogo y reflexión eco-cultural.

Creemos que la existencia de ciertas especies botánicas,  en las quebradas tarapaqueñas que se abren a la pampa del Tamarugal, puede ofrecer un interesante ejemplo de estudio eco-cultural. ¿Es meramente casual su presencia en tales lugares, efecto inmediato y directo de obvias  premisas biogeográficas, o, como en el caso de las higueras, fue el hombre, en este caso el Inca, quien diseminó a través del  imperio alguna de estas especies arbóreas para utilidad inmediata de sus caminantes y llameros, sobre todo en las proximidades del Camino del Inca y sus chasquihuasis?.  No lo sabemos con certeza, pero el tema, sin duda alguna,  es digno de análisis más profundos. Aquí solo nos permitimos aportar una posible hipótesis.