jueves, 21 de marzo de 2013

Los secretos de un mariscador iquiqueño: entrevista de Julio 1972.


















Fig. 1.  Reproducción de una antigua tarjeta perforada conteniendo los datos de la entrevista hecha a  don Ruperto Ferreira   el día  9 de Julio del año  1972.  En aquella época, era yo director del Museo Regional de Iquique, situado en calle Baquedano, donde hoy  tiene sus oficinas  principales la Minera Doña Inés de Collahuasi.


Una vieja ficha.

Al revisar viejos manuscritos personales  para la elaboración de un artículo sobre los Changos costeros he hallado, en una antigua tarjeta perforada de mi primer fichero antropológico,  el texto de una breve entrevista nuestra hecha a un anciano mariscador de Iquique en 1972. Como estimo que aún posee muchísimo valor para el estudio de los recursos marinos del pasado de que podía disponer el antiguo chango o camanchaca,  y también para darnos  hoy  información fidedigna  del cambio ecológico ocurrido en estos 110 años,  comentaré el escueto texto que conservo, acompañado de mis propios ya casi borrados recuerdos personales.

La entrevista.

 Esta entrevista  fue realizada el día 9 de Julio de 1972 en la playa conocida como "Playas Brava".  Iquique no conocía aún la llegada de la Zona Franca Industrial (ZOFRI)   y su población no superaba entonces, estimo yo,  los 50.000 habitantes. El Iquique de hoy muestra m{as del  doble de población y un desarrollo inmobiliario impresionante (con más de 100 edificios de  más de 15 pisos de altura). Vivíamos -lo recuerdo bien-  en una época  de suma escasez de agua y los cortes del suministro eran cosa de casi todos los días. Bañarse todos los días, era por entonces un sueño. Era le época del gobierno de la Unidad Popular  (UP)  y se vivía una tensa y delicada situación social y política agravada por un creciente desabastecimiento que nos obligaba a madrugar,  desde las 6 de la mañana, haciendo colas, ante los escasos establecimientos donde podíamos conseguir el pan, el aceite, la leche en polvo, la carne o el azúcar.  Iquique era aún, por su apacible quietud y su modo de vida tradicional  tan sólo una  aldea  grande. 

Nuestros paseos domingueros a pie eran hasta Cavancha,  Playa Brava y cuando mucho, hasta el sitio de  "Primeras piedras ", a donde solíamos llevar  nuestros quitasoles  y disfrutar de un baño entre las numerosas pozas de agua tibia, llenadas por la pleamar donde nuestros hijos pequeños podían  chapotear sin peligro del oleaje. Mi hija María Cristina tenía por entonces apenas dos años y medio. Nos solía acompañar  Alicia  Delgado de Malinarich y sus hijos pequeños. A veces, Alfredo Gary Godoy  y su familia.

Un  mariscador solitario.

En una de estas escapadas a la playa, topé por casualidad con un viejo mariscador que estaba haciendo una fogata de huiros secos. La curiosidad propia del antropólogo interesado en el antiguo poblamiento costero, me atrajo inmediatamente y me dirigí a conversar con él. Estaba solo.  Se hallaba en el extremo sur de la playa denominada  "Playa Brava", cerca de los roqueríos.  Sentados, junto a la pequeña fogata que había encendido, entablamos amena y franca conversación.

Mariscador de orilla.

Era don Ruperto Ferreira un  iquiqueño de 83  años (nacido, según me dice,  en 1889), según me confesó, y vivía en calle Arturo Fernández 1906.  Recuerdo bien que anoté este dato porque tuve la secreta intención - nunca llevada a efecto después, por desgracia- de volver a entrevistarlo. Tanto  fue el interés que los detalles de esa conversación casual  despertó entonces  en mí.

Me contó que se había dedicado toda su vida  a la pesca y al marisqueo de orilla. Que de esta actividad vivía y de ella había alimentado a su familia.  Cuando me encontré con él   estaba recogiendo  "luche café"   y "luche verde", aprovechando la bajamar. Con ellos hacía unos panecillos  que luego llevaba  a vender  y consumía el mismo y su familia. Me explicó cómo los hacía,  según él, era  "a la antigua", siguiendo una vieja tradición -nos acota- heredada de sus padres y abuelos,  también  mariscadores como él. Yo había  visto poco antes varias veces esos extraños panecillos para la venta, en el mercado de Arica. Y sin duda, representaban una antiquísima tradición gastronómica  herencia cierta de los changos de antaño.

Modo de confeccionar los panecillos de luche.

Copio a la letra de mi entrevista:

"Se echa un poco de agua a una olla. Dentro [de la olla] se pone un jarrito de porcelana con poca agua. Se tapa [éste] con un platillo. Encima,  se `pone el "pan" de luche. El luche recogido se prepara húmedo, y se apreta, envolviéndolo en  un trozo de tela de saco harinero, formando el pan. Se tiene así  el "pan" (amarrado con cordeles) por [espacio de]  una media  hora, hasta que se cuece al vapor. No se le agrega nada. Está listo  el "pan", cuando al desatarlo, no se abre el manojo de luche. Si [éste] se abre, está crudo"  ( transcrito ad litteram).

Me comenta don Ruperto que el "luche verde" (Ulva rigida) , también se come pero que es  muy insípido, mientras que el "luche café" (Porphyra columbina)  es sabroso.

Presencia del choro zapato.

Me explica este anciano mariscador que cuando él era muy  joven (hacia  1903-1905) solían vararse en gran cantidad en la playa de Cavancha  (Iquique)  los choros grandes  (se refiere al "choro zapato"  (Choromytilus chorus). El venía tempranito a la playa y recogía  una o dos docenas de choros, de cerca de 20 cm de largo. Después - me acota- desaparecieron repentina y misteriosamente. Estos choros venían enredados en los huiros que arroja la mar (probablemente en los talos del "chascón",  Lessonia nigrescens). Procedían de los bancos arenosos y rocosos del fondo. El sospecha que  estos bancos de mariscos fueron  destruidos en la época en que se solía venir a pescar pejeperro (Semicosyphus darwini) y otros peces de orilla,  usando para ello tiros de dinamita.  "Hoy" -comentaba  yo en 1972-  sólo se encuentra cholga chica  (Aulacomya ater).  Hoy  (2013), no existe el menor rastro de estos mariscos en la playa de Cavancha o Playa Brava , en Iquique. Toda la vida ha desaparecido por completo  y sus playas, aunque deliciosas para bañarse, carecen totalmente de vida subacuática. A esta destrucción insensata, le llaman hoy  "los frutos del progreso"!.

Don  Ruperto distingue cuatro o cinco variedades de lapas (Fissurella spp.)   y me da sus respectivos  nombres ( que desgraciadamente no anoté entonces).

Intercambio comercial entre el litoral y el interior salitrero.

Nos resulta de enorme interés  el poder estampar este testimonio explícito del activo comercio que se había establecido, de una manera espontánea, entre los pescadores y mariscadores del litoral de Iquique y  la pampa salitrera, poblada por entonces de Oficinas Salitreras donde se extraía el codiciado "salitre"  (NaNO3  y KNO3). Recuerda don Ruperto  que él se iba en mula, desde Iquique donde vivía hasta  la caleta de Chanabaya, en aquella época enteramente desierta, tras el maremoto  del año 1867 . Allí permanecía algunos días  recolectando locos  (Concholepas concholepas) , lapas   (Fissurella spp.)  y apretadores (Chiton sp.,  y  Acanthopleura sp.). Solía viajar con su valiosa carga a las Oficinas Salitreras "Gloria", situada en el Salar del Soronal  y "Alianza",  en plena pampa, cerca de Pozo Almonte, donde tenía la venta asegurada.  Los llevaba frescos, viajando toda la  noche, solo,  en dos mulas que tenía. Esto ocurría según lo recuerda,  hacia los años  1915-1920.  Pero también  el había  tenido conocimiento que los indios pescadores y mariscadores más antiguos, que vivían en la caleta en la península de Cavancha, solían traficar con cargas de  lapas,  locos   y apretadores sancochados hacia el interior, en busca de las Oficinas Salitreras.

La entrevista y la costumbre de llevar  el "Diario de Campo".

¡Cuánto lamento hoy día  no haber tenido en  aquellos días la sabia costumbre de llevar un detallado y prolijo   "Diario de Campo"!. No conocía por entonces su importancia y su valor. Lo descubrí poco después, en Noviembre del mismo año 1972,  cuando mi entrañable amigo el entomólogo Luis Peña Guzmán, me "forzó" amigablemente a llevar Bitácora de viaje (como el decía) en nuestra expedición al Norte en Noviembre del año 1972. No recuerdo, a la verdad,  que en mis años de estudiante de Antropología en México  (1965-1970),  mis maestros de la Escuela de Antropología del Parque de Chapultepec  (México)  nos hubiesen alguna vez inculcado la urgencia de llevar uno, mostrándonos su vital  importancia. ¡Cuánta riqueza de información perdida  por esta negligencia académica imperdonable!. ¡Cuántas experiencias olvidadas, para siempre!. ¡Cuánta sabiduría popular despreciada y  perdida, tal vez para siempre!.

Necesidad imperiosa de llevar "Diario de Campo".

Sobre la  base de esta experiencia y recuerdo, me he vuelto hoy enfático y casi majadero con mis ex-alumnos y amigos,  al animarlos a llevar en forma constante  y asidua un detallado  "Diario de Viaje".  ¡Cuántas otras preguntas  le hubiese hoy hecho yo a don Ruperto Ferreira, en relación  a sus frecuentes viajes y experiencias!.  Era él una auténtica " mina de oro" en experiencias de vida y trabajo, mina  que quedó,  por desgracia, a medio labrar, o sólo en su superficie.

 Jóvenes antropólogos, historiadores, arquitectos o geógrafos que me leen hoy: si Uds. hacen trabajo de campo o entrevistan gente, lleven y mantengan siempre a la mano un  "Diario de Campo":  no se confíen de la sola grabadora, pues ésta puede fallar en el momento en que más se la necesita. Tomen siempre notas precisas y concisas, que luego transcriban y traspasen, ojalá en el mismo día,  al Diario definitivo.  O, en todo caso,  utilicen ambos procedimientos a la vez. Porque lo escrito queda para siempre. Recuerden el sabio adagio: "Verba volant; scripta manent" ("las palabras se las lleva el viento, los escritos permanecen"). Prueba de ello es esta ficha trasnochada de  1972 que me ha vuelto a enseñar o recordar tantas cosas hoy día. También,  a "soñar" en un pasado esquivo, largo tiempo ya desvanecido.

No desoigan esta  advertencia. Estoy cierto que un día  Uds. me  lo agradecerán.


  

domingo, 17 de marzo de 2013

Carta abierta a mis amigos: lo que siento al cumplir los 84 años.


Fig. 1.   Julio del año 2012. Observando incrédulo  el caudal del río seco de Quipisca,  que no bajaba hacía 14 años por este cauce. (Foto Cristian Riffo). Comenzó a bajar el agua  el 11 de febrero 2012 y duró el escurrimiento por espacio de varios meses (al parecer hasta  noviembre 2012).

A la vera del Camino del Inca o Qhapaqñan. Quebrada de Quipisca, vista  hacia el Norte.
Fig.1.   Julio del año 2012. A la vera del Qhapaqñan o Camino del Inca. Quebrada de Quipisca, Tarapacá. Aquí descubrimos en Febrero 2012 un largo trecho del Qhapaqñan  incaico, como se observa en la foto y  dos o tres chasquihuasi  (tambillos) y algunos corrales de  la época indìgena.


El  autor con Renan Huatalcho, piqueño, incansable defensor de los Salares andinos. .

Fig.3. fines de Febrero 2013. Con el incansable defensor de las aguas de Pica  el piqueño  Juan Renán Huatalcho, de  86 años de edad, en el frontis de su humilde casa de Pica (foto Paz Errázuriz Körner).

Acabo de cumplir mis 84 años.

El día  10 de Marzo del año 2013,  cumplí mis 84 años. Ochenta y cuatro años bien "ajetreados" y caminados. Por senderos llenos de vericuetos y atajos, pero también de  sendas rectas  y expeditas. Me han preguntado unos amigos  qué se siente y experimenta  cuando el peso de los años y la cercanía del final de la existencia  empieza  ya a rondar a nuestro alrededor.  Es lo que trataré ahora de explicar. No es nada fácil. Uno se debate en estas  circunstancias entre  optar por el "silencio" respetuoso acerca de la propia experiencia de vida,  y, por otro lado,  la necesidad de "entregar un mensaje de vida" a aquellos con quienes nos ha tocado compartirla.  Hemos optado por esto último aún a riesgo de ser tildado de  "egoísta"  o "ególatra".

Qué siento hoy como antropólogo y como cristiano.

Siento hoy  con fuerza la necesidad de expresar a mis hijos y hermanos, a mis  numerosos discípulos, colegas de la Universidad,  amigos y lectores,  mis sentimientos profundos en esta hora en la que la vejez ya se hace presente con todas sus secuelas: corporales y  espirituales. Pido disculpas  por la franqueza o tal vez liviandad de estas reflexiones que quisieran expresar -a lo mejor sólo balbucear- lo que hoy  experimento. Siento nítidamente dentro de mí  que éste es, en la hora presente,  un deber ineludible como antropólogo y como cristiano.  Como antropólogo, por cuanto  experimento la urgencia de reflexionar sobre la esencia del ser humano y su brevísima carrera terrestre, sobre el sentido profundo y escatológico de la obra cultural y el devenir humano; como cristiano, siento la imperiosa necesidad de meditar sobre nuestro destino final, sobre el futuro  próximo y  lo efímero de nuestra breve existencia terrestre, pero a la vez, sobre la misión y el rol que nos toca, como investigadores y profesores universitarios, cumplir en nuestra corta existencia. Misión  y rol que deberían ser como un brillante faro que ilumine nuestro andar en los pocos kilómetros de recorrido terrestre que nos quedan por andar. 

Mi misión como antropólogo.

El antropólogo es, por definición,  el experto en la cultura, el hombre comprometido con la cultura.  Es  el estudioso y el difusor de la cultura,  pero a la vez,  su más potente y decidido defensor. El antropólogo -máxime el antropólogo cultural-  estudia la cultura y todas sus manifestaciones en todos los grupos humanos. las estudia como expresión de la extraordinaria variabilidad humana en todas las latitudes del planeta. Como antropólogo y arqueólogo me ha tocado cumplir diferentes  tareas, con diferentes grupos humanos, en diferentes etapas de mi vida. No las he buscado yo: la vida me las fue poniendo una  a una  simplemente por delante. Simplemente las asumí; no hubo planificación previa alguna.

Mi trabajo con comunidades étnicas.

Me ha tocado,  así,  trabajar con  comunidades costeras en las caletas  (Chungungo y Temblador en la IVª Región),  o Chanabaya y Caramucho, en la Iª Región de Chile), con alumnos universitarios (Universidad del Norte, Universidad Católica, Universidad Arturo Prat, Universidad Bolivariana), con comunidades étnicas aymaras y atacameñas (en la Iª y IIª Región); pero también me ha tocado en suerte  formar profesores indígenas durante varios años  (1997-2001), orientar y apoyar  agrupaciones indígenas en sus legítimas demandas en Antofagasta  (a través de la Corporación  Likan Kunza, creación nuestra,  en 1984-86))  y Tarapacá, (apoyando a la comunidad aymara de Alca, Salar del Huasco)   y escribir libros y artículos sobre temas científicos  relacionados con la etnohistoria y eco-antropología regional.   Desde  1980 a 1984 y, posteriormente, desde el año 1997 al año 2012, contribuímos  con estudios especializados  sobre las neblinas costeras  (camanchacas) , apoyando en gabinete y en terreno al equipo científico de geógrafos de la Pontificia Universidad Católica de Chile dirigidos por Pilar Cereceda, a cargo de la estación  de campo de Alto Patache.

Etnias indígenas y gran minería extractiva.

Como antropólogo cultural  nos tocó, desde el año 1984-86 conocer muy de cerca los problemas y vicisitudes de las actuales comunidades aymaras, asediadas por las Compañías mineras regionales, ávidas de agua. El problema sigue aún plenamente vigente (2013). Las comunidades  han sido "divididas", seccionadas,  por  el  hábil  e inescrupuloso lobby minero, continuo y arrollador, que les ha  pretendido convencer que es mejor  "transar con el progreso"  que luchar  contra él (o ellas). ¿El resultado?. Magras y mezquinas concesiones económicas de parte de los grandes consorcios mineros, en desmedro de la posesión plena del recurso agua, para sus chacras y sus ganados,  único bien que garantiza a las comunidades aymaras una sólida supervivencia hacia el futuro de sus comunidades.

El derecho primordial al agua: un  derecho que debería ser  irrenunciable.

Al perder el derecho  primordial al agua (que lamentablemente las comunidades han estado vendiendo a las compañías mineras"por un plato de lentejas"),  pierden la razón misma de su permanencia y de su exigencia de territorio propio. ¿De qué sirve, en efecto, un territorio indígena  (o un "área de desarrollo indígena" (ADI) como ahora dicen) por extenso(a) que sea,  sin agua, sin vertientes propias?.  Por desgracia, varios líderes  aymaras,   ante cuyos ojos se ha hecho brillar y tintinear el oro del dinero fácil, han traicionado a sus comunidades vendiendo el agua; "pan para hoy y hambre para mañana", sin duda alguna. Detectar estos hechos lamentables, analizarlos y pregonarlos a todos los vientos, sin miedo ni temor, ha sido parte de nuestra misión como antropólogo cultural.

Mi misión como cristiano y como católico.

Fui formado como jesuíta en la Compañía de Jesús  entre 1944 y 1964. Veinte largos años milité, por tanto, en esta admirable Orden que hoy día (Marzo 2013)  muestra entre sus  miembros nada menos que un Papa (Francisco I, Jorge Mario Bergoglio, un jesuíta argentino). A ellos debo toda mi formación  en el plano filosófico, teológico,  ético y moral. También en las Humanidades y  en las lenguas (clásicas y modernas). De ellos y del contacto directo con San Alberto Hurtado en mis años de colegial en el Colegio de San Ignacio (1940-1944), o con el Padre  Mariano Campos Menchaca S.J,.  mi recordado profesor de historia y confesor, y más tarde con el Padre José Aldunate Lyon  S.J., (que a sus 96 años aún da testimonio de vida intelectual y activa), he recibido de regalo, gratuitamente,  dos herencias inapreciables, que han sido muy  importantes  en mi vida y que "me han marcado" para siempre a sangre y a fuego.


Dos herencias, dos regalos.

a)   la defensa incansable  e indeclinable de los grupos  y/o comunidades  desamparados, oprimidos por los poderosos, luchando siempre por  el derecho y la justicia social,  por el derecho y la justicia étnica; en mi caso como antropólogo, entre los grupos étnicos del extremo Norte de Chile: atacameños y aymaras. Muchos de mis escritos, en especial  numerosos capítulos de mi Blog, son resonancias explícitas de este mandato que siento aún activo en el fondo de  mi ser.

b)   el sentimiento vívido y profundo de que todos que tenemos una misión, un rol especial  que cumplir en esta vida. Es decir, que los seres humanos no estamos aquí simplemente para comer, dormir, procrear y  divertirnos, sino que  tenemos que estar "al servicio de los demás", de aquellos que han sido puestos a nuestro alrededor por el propio Señor de todos. Y esto en la medida de las capacidades y habilidades recibidas por cada uno. Y aquí juega y ha jugado siempre en mi vida con una especial resonancia y exigencia íntima,  la conocida "Parábola de los Talentos"  que Jesucristo nos transmite en su Evangelio.

La Parábola de los talentos.

Este texto  del Evangelio de San Mateo (capítulo 25, versículos 14-30)  nos enseña que deberemos responder, al fin al. de los tiempos, según los dones y habilidades que Dios nos ha entregado. Cada uno debe  hacer  crecer y desarrollar ese "talento" (en el sentido de  sus capacidades y dotes) que le ha sido dado de lo alto, porque los seres humanos estamos entrelazados entre nosotros mediante un vinculo más fuerte que el biológico  o genético:  el vínculo que nos  constituye como parte de la  Humanidad. Somos parte de una Humanidad que  se encuentra en camino, en proceso de cambio y evolución constante, en proceso de mejoramiento y perfeccionamiento intelectual y espiritual, en proceso de reconocimiento de nuestra intrínseca complementariedad.

No al "homo homini lupus" : sí al  "homo homini frater".

No somos ni debemos ser, por tanto,  "antagónicos" el uno opuesto al otro; somos,  por el contrario, "complementarios", es decir nos necesitamos unos a otros para cumplir plenamente nuestro rol  como hombres. El "homo homini lupus" (el hombres es un lobo para el hombre) del individualismo más intransigente y feroz, tal vez  practicado en la época de las cavernas cuando el hombre disputaba con otros hombres su alimento, su vestido y su guarida,  debe ser  cambiado ahora  en el "Homo homini frater" (el hombre es un hermano para el hombre), al que nos invita Jesucristo cuando nos enseñó el "Padrenuestro", indicándonos  sin tapujos  que todos somos iguales, hijos de un mismo Padre que está en los cielos.  Y si somos  iguales  por origen y destino, debemos tratar de igualarnos en derechos y deberes.

De aquí nace la "Declaración de los Derechos Universales del Hombre". Declaración que no solo debe quedar bellamente  instalada  en la Carta de las Naciones Unidas, sino debe reflejarse y hacerse carne y sangre en la vida social y política de las naciones, mediante un  creciente  esfuerzo por suprimir las grandes desigualdades (de acceso a la educación, o a la salud;  de  ingreso económico o de oportunidades). Tarea que para nosotros los chilenos  es urgente al constatar que somos hoy -según las encuestas- uno de los países que hoy ostenta mayor desigualdad en el planeta, al menos entre los que se proclaman  o pretenden ser  países "desarrollados".   Desigualdad escandalosa que si no se morigera y  refrena  pronta y enérgicamente,  mediante sabias leyes y decretos, terminará por sumirnos en el desgobierno y la anarquía.

A esta "fraternidad universal" real y auténtica  nos invita el Evangelio de Jesús. A esta misma tarea de hermandad nos ha invitado también la Antropología como ciencia que estudia al hombre y la cultura humana  para hacerlo  cada vez más hombre, más cultivado, más plenamente consciente de sus derechos y deberes en la sociedad (y  por tanto, menos animal).

Principios rectores de mi vida  intelectual y moral.

Estos son los grandes principios que he tratado de seguir en mi existencia y que quisiéramos  ver fructificar en otros, nuestros discípulos,  fruto de  nuestra breve pero intensa vida humana.  Bellos ideales, sin duda, aparentemente utópicos e inalcanzables (dirán algunos),  pero  que hay que ir perfeccionando día a día entre los seres humanos, convenciéndoles que  están en este mundo para cumplir una misión  personal irrenunciable:   "hacer un mundo mejor", más humano, más respetuoso de la Naturaleza y de la desigualdad humana  (en raza, cultura,  religión, status social,  situación económica, etc.), realidad inescapable que nos rodea y que debemos aprender a superar mediante la implantación de la cultura, la verdadera y auténtica cultura, aquella que nos hace  ser hombres mejores y no sólo parecerlo.

Mi legado antropológico.

En estas ideas, muy sinceras  pero a la vez muy simples, queda resumido mi legado antropológico: aquél que Dios ha puesto a mi alcance  para servir a los demás. Ideas y reflexiones que entrego a mis amigos y discípulos con el afecto del viejo maestro.   "Para en todo amar y servir", como nos enseñara Iñigo de Loyola, el santo fundador de los jesuítas,  en sus famosos Ejercicios espirituales.  Enseñanza que, aunque ya lejana en el tiempo, aún palpita en nuestro ser y en nuestro actuar como hombre y como antropólogo. 

(capítulo retocado levemente  con ocasión de mi  aniversario número 85 (10 de Marzo del 2014).







sábado, 9 de marzo de 2013

Meditación sobre Cobija: minúscula caleta escondida en el litoral de Atacama.

Hace treinta  y dos años.

El 20 de Mayo del año 1981, esto es hace casi  32 años atrás, acogía el diario "El Mercurio"de Santiago  estas sentidas reflexiones nuestras sobre un reciente viaje nuestro a Cobija. Hacía  más de tres años que habíamos tenido la fortuna la fortuna de encontrar allí a la arqueóloga  danesa Bente Bittmann von Helleufer, realizando excavaciones en la terraza litoral. Bente se instalaba sola o acompañada de sus alumnos de arqueología, por largos meses, en esta recóndita caleta, ocupando una sencilla casita de madera al lado del mar, comiendo con la familia Ledezma, de pescadores-mariscadores y hurgando entre los vestigios  los secretos de su historia multisecular. De ella y sus valiosos trabajos etnohistóricos y arqueológicos, ya hemos dado cuenta en otros segmentos de este Blog.  (Ver en etiquetas Bente Bittmann o Cobija)  Su egregio legado científico ha quedado allí inscrito para siempre entre las rocas del desembarcadero o al pie de las ruinas del antiguo puerto boliviano de Cobija-Lamar. Su espíritu, tal vez, vaga aún por ahí en  las noches de invierno, rememorando sus andanzas, sus temores, sus anhelos  y  sus sueños. Tal vez sea así.

En viaje al Ecuador.

Iba yo de camino al lejano Ecuador  por tierra,  en mi fiel camper Volkswagen  color azul celeste,  con mi pequeña familia, a iniciar una estadía de dos años y medio en el Instituto de Antropología de Otavalo, en el corazón de la sierra ecuatoriana. Recuerdo que al pasar por la carretera panamericana y divisar desde lejos las informes ruinas de Cobija, me invadió un vehemente e irrefrenable anhelo por volver a visitar esas ruinas, llenas de historia  y recuerdos, y enfilé por entre las calles desiertas y llenas de escombros rumbo al muelle. Muchos años antes, había conocido por primera vez esta antigua caleta de changos pescadores. Fue, creo,  en los años 1963 ó 1964, en un viaje realizado desde la Universidad del Norte en Antofagasta donde era yo profesor, acompañando entonces al Vicerrector de la Universidad, el sacerdote jesuíta Alfonso Salas Valdés, entusiasta animador de mis  extravagancias arqueológicas.

Escrutando el modo de vida de antiguos  habitantes de la costa.

Mi sorpresa fue grande al hallar  allí, huincha y pincel en mano,  a la arqueóloga Bittmann, acompañada de dos mariscadores lugareños, los hermanos Pinto Ledezma. Bente trabajaba por entonces  excavando un conjunto de  viviendas circulares semisubterráneas de la época arcaica,  de simples bases hechas de bolones de piedra, situadas en la primera terraza marina, apenas a unos  5-6 m.  sobre el nivel del mar. Con mis hijos  María Cristina y Carlos Horacio, escuchamos directamente de su boca las explicaciones acerca del extraordinario valor arqueológico de estos restos que delataban una antiquísima presencia y actividad humana en esta costa desértica. Eran testigos mudos de no menos de cinco,  seis o siete mil años de historia humana!. Corría el mes de Marzo del año 1979.  El breve artículo que  sigue,  más literario que propiamente científico, es fruto de la honda y  poderosa impresión recibida en esta breve visita. 

No hemos querido que este pequeño testimonio de admiración hacia los antiguos camanchacas o changos, sufridos pobladores ancestrales de estas soledades norteñas, pase desapercibido  o quede para siempre olvidado entre viejos y polvorientos anaqueles repletos de periódicos antiguos. Esta meditación sobre el antiguo puerto de Cobija-Lamar -porque sólo eso ha  pretendido ser-  rezuma afecto, cariño y admiración  por sus antiquísimos  habitantes,  los  camanchacas. Por eso lo entregamos hoy a nuestros lectores.



Fig. 1.  Texto del artículo publicado por el diario "El Mercurio" de Santiago el miércoles  20 de Mayo de 1981.


Epílogo: el futuro promisor de Cobija.

Cobija sigue hoy siendo intensamente  estudiada por los arqueólogos e  historiadores. La antigua población boliviana, diseñada y creada a fines de  1825 por el  marino irlandés Francis O´Connor por orden del mariscal Simón Bolívar,  fue arrasada por el terrible terremoto y maremoto del 9 de Mayo del año 1877, quedando asoladas y destruidas las tres cuartas partes del poblado. Así ha quedado, en  lamentable soledad y ruina,  hasta el día de hoy. Pero Cobija no merece morir. Su riquísima  historia arqueológica y colonial bien merecería de parte de la Municipalidad de Tocopilla   -de la que depende administrativamente-   un  trato mucho más digno.  Es preciso pensar seriamente en obras de limpieza y restauración de algunos de sus monumentos  (incluyendo el cuidado y protección de su hermoso cementerio), y poner en valor el lugar para atraer a  un turismo "de intereses especiales", centrado en su  arqueología,  su historia  y  su etnohistoria. Pero tal tarea debe emprenderse bajo la atenta mirada de arqueólogos bien adiestrados y con amplia experiencia de campo. No meros "aprendices de arqueólogos",  estudiantes carentes de título profesional, como por ahí desgraciadamente vemos.

El puerto histórico de  la región de Antofagasta.

Históricamente hablando, no hay lugar más importante en todo el litoral de la  IIª Región. Antofagasta no nace aún cuando Cobija es ya puerto floreciente (1860).  El Paposo nunca llegó a albergar una población  de comerciantes o mineros; sólo los changos ocupaban sus playas y sus vertientes.   En las próximas semanas, Dios mediante,  iremos presentando numerosos testimonios históricos de Cobija  de la época de su máximo esplendor, cuando llegó a albergar varios miles de habitantes (se dice que cerca de 5.000!)  con presencia activa de numerosos  comerciantes extranjeros, especialmente franceses.