martes, 30 de agosto de 2011

El arqueólogo Mario Orellana y Gustavo Le Paige: un testimonio elocuente.

Carátula de la obra del arqueólogo chileno Mario Orellana, editada el año 1982, en que todavía se ignora totalmente el legado arqueológico de Le Paige. Su nombre no figura siquiera en su lista bibliográfica. Situación que será corregida en su obra posterior del año 1996, hasta ahora el mejor compendio de la Historia de la Arqueología en Chile.

La obra de Orellana del año 1996.

Presentaremos aquí, para conocimiento y examen de nuestros lectores y ex alumnos, unas páginas tomadas del libro del arqueólogo de la Universidad de Chile Mario Orellana Rodríguez titulado: Historia de la Arqueología en Chile, porque ellas nos ilustran muy bien acerca de la importancia de la actividad científica dearrollada por el padre Le Paige en el Salar de Atacama y concretamente, en San Pedro. Como este libro es por hoy prácticamente inaccesible a la inmensa mayoría de nuestros lectores, salvo en bibliotecas muy especializadas de las grandes ciudades, hemos decidido incorporar los textos alusivos a la obra de Le Paige.

Orellana en dicho libro sintetiza del siguiente modo el aporte científico de Le Paige, el jesuíta belga de sotana gris:

"Más allá de las críticas a sus teorías, no se puede dejar de reconocer que Gustavo le Paige es el recreador de la arqueología atacameña. . Luego de Ricardo Latcham quien escribió su excelente obra: "Arqueología atacameña" en 1938, Le Paige nos descubrió el mundo de los cazadores y recolectores, le dio profundidad cronológica a estos primeros ocupantes de la Puna... postuló una continuidad de desarrollo cultural para la región..., y sin lugar a dudas, entregó a los arqueólogos un universo de materiales culturales para ser estudiados e interpretados con nuevas técnicas y teorías." (Orellana, 1996: 188; subrayado nuestro).


Fig. 1. Carátula del libro de Mario Orellana sobre el desarrollo de la ciencia arqueológica en Chile donde se encuentra estos párrafos referentes a la obra de Le Paige (pp. 184-188; 205).

Le Paige es claramente ignorado en un principio por la "Academia".

Extrañamente, en su primer libro dedicado al análisis de la evolución de los estudios arqueológicos en Chile, publicado con el nombre de Investigaciones y teorías en la arqueología de Chile, (Ediciones del Centro de Estudios Humanísticos, Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas, Universidad de Chile, 1982), Orellana no hace prácticamente mención alguna al aporte de Gustavo Le Paige a la arqueología regional o nacional. Curiosamente lo ignora por completo. Ni siquiera sus trabajos - ya numerosos por entonces- figuran en la bibliografía final de esta obra, indicio evidente del casi total aislamiento al que se le quiso someter por entonces, por parte de algunos arqueólogos. Era una época en que acres disputas internas entre ellos, rencillas académicas o absurdos malentendidos personales, impedían ver objetivamente la realidad total. Se creía que ignorando sus aportes (- a pesar de estar Le Paige ya muerto, pues fallece en el mes de Mayo de 1980 -) se le podría arrinconar y "archivar" en forma definitiva. No ocurrió así afortunadamente para San Pedro de Atacama y para la ciencia arqueológica.

Reacción posterior y cambio de actitud de Mario Orellana.

Orellana modificó, por fortuna, su propia posición crítica anterior y por eso, valientemente, le dedicará un largo párrafo especial en su nuevo Ensayo sobre la historia de la arqueología chilena, escrito en 1996, reconociendo ahora los aportes de Le Paige como un hito muy importante en la historia de la arqueología del Norte del país.

La nueva percepción de Mario Orellana sobre los aportes científicos de Le Paige.

He aquí el texto completo de Orellana, en un párrafo especial dedicado al análisis del aporte científico de los grandes maestros de la arqueología chilena (páginas 184-188 y 204) de la obra recién citada:

Fig. 2. Primera página del texto alusivo a la obra de Gustavo le Paige, S.J.


Fig. 3. Fotografía de Le Paige, que aparece reproducida en la obra de Mario Orellana y probablemente tomada por él mismo, en alguno de sus numerosos viajes al Salar de Atacama a partir del año 1957.

Fig. 2. Segunda página del texto.

Fig. 3. La página siguiente del trabajo.



Fig. 4. última página de este apartado en la obra citada de Mario Orellana (1996).


¿A qué obedece este nuevo capítulo sobre Gustavo Le Paige y su obra?

Las páginas que acabamos de presentar arriba, nos muestran al rojo vivo el pensamiento de un arqueólogo chileno sobre la valía del legado cultural del jesuíta belga Gustave Le Paige S.J. Muerto Le Paige en Mayo del año 1980, su legado no ha concluído, su obra está aún inconclusa. Las generaciones futuras -lo esperamos- le darán el crédito y la importancia que se merece en el contexto de la arqueología atacameña y, en general, de todo el Norte de Chile. Así lo señalábamos en un artículo nuestro publicado a fines del año 2010 y que hemos reproducido en este Blog (buscar allí etiquetas tales como "Gustavo Le Paige", "Cultura atacameña" o "Atacameños").

Lectores nuestros nos han pedido insistentemente aportar más antecedentes y datos sobre la obra del sacerdote jesuíta, hoy casi olvidado por su especialidad, la arqueología, salvo en San Pedro de Atacama, "su patria chica", lugar que fuera testigo fiel de 25 años de incansable tarea, tanto arqueológica como pastoral religiosa, y donde yace sepultado en humilde tumba, uno más entre sus pobres lickan antai o atacameños.

La opinión definitiva de un arqueólogo del Norte chileno: Mario Orellana.

Para satisfacer estos requerimientos, nada nos pareció mejor que incluir, comentadas aquí, algunas páginas escritas en 1996, por un arqueólogo chileno, experto en el área atacameña y que para fortuna nuestra, conociera muy de cerca y apreciara en su debido mérito, la obra del sabio jesuíta. Se trata de Mario Orellana Rodríguez, Premio Nacional de Historia (1994) en su obra Historia de la Arqueología en Chile, Colección Ciencias Sociales Universidad de Chile, Bravo y Allende Editores, Santiago, 217 pp. Tal como se indicara más arriba, Orellana ignoró al principio (1982) el aporte evidente de Le Paige, y ciertamente no por desconocimiento de su obra. Orellana conoció y leyó ávidamente todos los trabajos de Le Paige, desde sus inicios (1957) . Más aún, consta que los discutió acaloradamente con él mismo. Simplemente, Mario Orellana tuvo la hidalguía com el paso del tiempo de reconocer tácitamente su error inicial y supo plasmar, en su última obra general de 1996, su verdadera opinión sobre el significativo trabajo científico de Le Piage, imposible de ignorar o soslayar.

Nuestro comentario final.

Como se puede leer a través de las páginas de Mario Orellana en 1996, el aporte de Le Paige para todo el estudio del territorio atacameño es inmenso. Lo que sabíamos de este territorio por los estudios dispersos de Ricardo Latcham y su esbozo de síntesis en 1936, carecía de profundidad temporal. Latcham, conforme a la costumbre de su tiempo, nos ofrece en los capítulos de su obra un muestrario de corte etnográfico de los diferentes tipos de artefactos culturales (hoy denominados por los arqueólogos "materialidades") , a través de las cuales se intenta trazar paralelismos o sincronismos culturales con otras regiones aledañas.


Mucho más allá que Ricardo Latcham, su predecesor en estos estudios.

Le Paige fue mucho más allá, pues intentó con un éxito que podría tal vez discutirse en detalles, fechas o apreciaciones, demostrar lo que el gustaba de llamar "la continuidad de la cultura atacameña", es decir el desarrollo progresivo in situ de grupos humanos nómades o sedentarios, que se adaptan a la vida del desierto y sobreviven en ese mismo durísimo ecosistema a lo largo de muchos milenios. ¿Exageró las fechas de los inicios de la cultura de los cazadores-recolectores andinos?. Probablemente sí. ¿Se dejó llevar por hipótesis precipitadas?. Probablemente. Pero eso no nos quita el hecho de haber destacado y puesto de relieve el rol de este estadio cultural tan temprano (el que llamamos hoy el "Período Arcaico") el que por entonces prácticamente no se conocía en Chile salvo en cuevas del extremo austral (Punta Arenas) por obra del arqueólogo americano Junius B. Bird, en la Cueva del Milodonte. Además, Le Paige escribía con un lenguaje fácilmente accesible para el gran público culto, tratando de utilizar el mínimo posible de terminología críptica, demasiado erudita o academicista - de la que frecuentemente hacen gala hoy los arqueólogos- , con el fin de lograr la rápida difusión de sus ideas.

Le Paige "el recreador de la cultura atacameña".

Le Paige fue un gran sintonizador con el esfuerzo hoy desplegado por el pueblo lickan antai por erigirse en "cultura atacameña", más aún en "pueblo atacameño" orgulloso de su milenaria cultura, su folklore y tradiciones. Y parafraseando las propias palabras de Mario Orellana le proclamamos sin miedo como: el "recreador de la cultura atacameña en el día de hoy".

¿Qué habría hoy en Atacama si abstraemos de la obra de este humilde sacerdote?.

Si abstraemos por unos instantes de la obra de Le Paige, casi nada de lo que hoy vemos surgir en los vetustos oasis atacameños existiría probablemente: ni un gran Museo arqueológico, n un acendrado orgullo ancestral, ni educación atacameña, ni profesores atacameños, ni búsqueda vibrante de su identidad, ni brillantes publicaciones sobre Atacama. Hoy por hoy, digan lo que digan algunos sobre la "impiedad" de Le Paige para con los ancestros de los atacameños al sacarlos de sus tumbas, no puede dudarse de que la llegada de este humilde y servicial sacerdote de sotana gris, cambió el rumbo de la sociedad y de la cultura lickan antai, orientándola decidadamente hacia la presente toma de conciencia y reetnificación de su pueblo, el pueblo atacameño.

El gran legado de Le Paige será un día no lejano plenamente reivindicado.

Un día no lejano -lo podríamos apostar- lo reconocerán hidalgamente los propios atacameños, cuando estudien a fondo y sin prejuicios ideológicos y/o religiosos, los escritos de Le Paige, su párroco y lleguen a apreciar sus verdaderas y más caras intenciones. Hoy sujetos al fragor de su lucha por su re-etnificación y su pleno reconocimiento cultural - aún poco visible por desgracia - no parecen estar dadas las condiciones para aceptar y reconocer lealmente el legado que Le Paige les dejó: "el amor sin límites a su pueblo y a su cultura milenaria".





lunes, 29 de agosto de 2011

El chañar, árbol frutal imprescindible para atacameños y aymaras: testimonios históricos y experiencias.

Fig. Casa típica atacameña de un piso, confeccionada en adobes, en uno de los ayllos de San Pedro de Atacama. Se observa aquí el infaltable horno de pan, hecho de barro, el carretón, el que normalmente era arrastrado por un burro y, atrás, varios árboles de chañar. (Fotografía de T.W. Mc. Enroy, tomada de la obra del ingeniero William E. Rudolph titulada Vanishing Trails of Atacama, 1963: pg. 63). El chañar es extraordinariamente abundante en todos los ayllos de San Pedro, y tan abundante hoy como en la antigüedad, probablemente.

Fig. Fotografía de las semillas de chañar que trae el geógrafo norteamericano Isaiah Bowman en su obra: Desert Trails of Atacama, New York, 1924; Fig. 22, p. 69).

La leyenda de la Figura dice, traducido del inglés: "La semilla del chañar o nuez, de tamaño natural. La cubierta exterior [cáscara] es áspera y dura, pero algo flexible. La substancia blanca interior, cuando está seca y dura, puede ser cortada con un cuchillo. Al ser molida, es usada como ingrediente para [preparar] sopas y para hacer el así llamado pan de chañar".
Fig. Chañares en San Pedro de Atacama. (Foto T.W. Mc Enroy en la obra: Vanishing Trails of Atacama, American Geographical Society, New York, 1963, Research Series Nº 24; Fig. 39, pg. 64).
Fig. Arbol de chañar creciendo aislado y solo en Calama. Figura en la obra de Isaiah Bowman, "Desert Trails of Atacama", 1924, Fig. 21, pg. 67).

Observaciones etnográficas y etnohistóricas sobre el chañar.

Queremos reunir aquí en este capítulo algunas observaciones sobre este árbol, que proceden de relatos históricos tempranos o de viajes hechos por connotados investigadores del medio desértico: en su inmensa mayoría, geógrafos o naturalistas. Los autores se refieren a su fruto comestible, o la calidad de su leña utilizada como excelente combustible o madera de construcción en todo el desierto de Atacama. Queremos, igualmente, presentar otros textos antiguos de cronistas y viajeros que a él se refieren y testimonios de antropólogos en relación a su uso y aprovechamiento en tiempos pasados.

Comencemos por los cronistas.

Hemos revisado varias descripciones tempranas relativas al paso del conquistador Diego de Almagro en su paso por el "despoblado de Atacama" que nos ofrecen diversos cronistas como Mariño de Lobera, Cristóbal de Molina, "el chileno", Garcilaso de la Vega, Fernández de Oviedo, Antonio de Herrera, Agustín de Zarate y Francisco López de Gómara. Inútilmente hemos buscado entre ellos referencias al empleo del chañar (Geoffroea decorticans Gillies ex Hook. & Arn) Burkart) como parte de su cocaví de viaje, pero sí, con alguna frecuencia, aparecen datos de interés relativos al empleo de las "algarrobas" de las que se alimentan hombres y bestias durante la dura travesía por el desierto. (Cfr. fragmentos de los relatos de estos autores contenidos en el Boletín de la Academia Chilena de la Historia, Santiago de Chile, Año IV, Nº 7, Primero y Segundo Semestre de 1936).


¿Inexistencia de árboles frutales en el sur del Perú y Chile en época prehispánica?.


Lo primero que nos llama la atención es una enfática declaración del cronista Fernández de Oviedo, que comentaremos luego.

He aquí su texto:

"Cosa de maravilla paresce que (desde el Cuzco hasta el Estrecho de Magallanes, según dicen) hay ochocientas leguas de camino y no se halla un árbol que produzca fructa que se pueda comer, ni menos de recreación de que los queste viaje anduvieron les quede que loar de su gusto, e créese que no fue desútil esto para su salud, pues que natural dolencia solo tres hombres murieron é cuasi ninguna (después de los del puerto [de nieve])., aunque estaban debilitados". (1936: 61; subrayado nuestro).

Esta declaración tajante de Fernández de Oviedo parece contradecir los hechos concretos que señalamos más abajo, y que los geógrafos, arqueólogos y naturalistas del siglo XIX registran con harta frecuencia. Esto es, el asiduo aprovechamiento de las semillas de chañares y algarrobos, como parte importante del cocaví de todo viajero, sobre todo en los trayectos largos.

Lo que seguramente quiso decirnos el cronista es que no había en esta parte de América frutas "al modo de las de España". Y , claro, frutas al estilo de las cerezas, duraznos, peras o naranjas, no las había. Pero "frutas" en el sentido de semillas dulces y azucaradas, sí las había, aunque no del tamaño de las de España o del Levante español. En la zona desértica que nos ocupa, además de chañares y algarrobos, hay que considerar la presencia de otro fruto dulce, muy apetecido, del que no hemos encontrado rastros en nuestros narradores: el pacae o pacay (Inga feuillei DC., 1825). De esta especie se conserva escasos ejemplares en las huertas de Pica. es un árbol de imponente tamaño de un hermosísimo follaje de color verde oscuro, que produce una agradable sombra. Sus legumbres de forma alargada ((hasta 25 cm de lartgo) , una vez maduras, se parten solas y ofrecen entre sus semillas una pulpa blanca, muy dulce y agradable al paladar. Hoy cada vez menos se ve este árbol en las huertas piqueñas por ocupar éste mucho espacio (puede elevarse por sobre los 20 m de alto) , el que hoy se reserva para el cultivo de cítricos o guayabos. Sólo las grandes huertas pueden darse hoy el lujo de mantener uno o dos de estos árboles.

Veamos una referencia al empleo del algarrobo.

"... Y en este asiento [de los confines de Tucumán] hallaron unos panes grandes hechos de algarroba que era común provisión de los infieles, que habitaban cerca de las orillas del río" (Mariño de Lobera, 1936, Cap. III, pág. 91; subrayado nuestro).

Esta referencia no corresponde al área atacameña chilena, sino a su vecina y fronteriza, al área de la provincia de Jujuy (actual N.W. de Argentina), lugar de presencia atacameña o lickan antai donde hasta hoy es posible ver bosquetes tanto de algarrobos como de chañares, extendiéndose éstos por el sur, por el lado argentino, por lo menos hasta la provincia de Mendoza.

Los cronistas, a diferencia de los viajeros, nunca nombran el chañar como alimento del indígena.

Cuando los conquistadores juntan (y arrebatan a los indios) vituallas para la travesía que tienen por delante, tanto en Atacama (San Pedro de Atacama) como en los otros pueblos del Salar de Atacama, se nombra casi siempre el maíz ( que llevan en mazorca y en verde, para forraje de los caballos y llamas de servicio), la carne de charqui que obtienen de la caza del guanaco, carne seca de perdices, y en algunos casos, algarrobas (fruto del Prosopis chilensis Phil). Pero, extrañamente, nunca -que sepamos- se nombra el chañar. ¿Cuál puede ser la razón de esta omisión?. ¿Es algo meramente casual?. Porque, como veremos, el chañar estaba en pleno uso entre aymaras y atacameños, era considerado excelente alimento y fue utilizado profusamente en sus viajes por el desierto porque suministraba, a través de su pulpa carnosa, abundante provisión de azúcar.

El "bastimento" del conquistador Diego de Almagro.

Almagro, para cruzar el desierto encarga a sus capitanes en Copiapó reunir el máximo de "bastimento" para su travesía por el extenso desierto, la que se desarrollará siguiendo cuidadosamente el rosario de pequeñas vertientes o puquios situados a 10 ó más leguas uno de otro. Entre los elementos que constituyen dicho "bastimento" o cocaví para el viaje, se nombra el maíz, el charqui de carne de llamo o guanaco. Extrañamente, jamás figura entre los elementos indispensables de esta vitualla o cocaví, la semilla de chañar. Intrigados, nos preguntamos por qué.

El aporte del arqueólogo Ricardo Latcham en 1936.

Ricardo Latcham, en su obra: La agricultura en Chile y en los países vecinos (Ediciones de la Universidad de Chile, 1936 págs. 48-49), trae testimonios de varios ilustres viajeros del siglo XIX que se refieren explícitamente al chañar y a su uso por los habitantes tanto del desierto chileno como del territorio del Noroeste argentino. Nombra a Eric Boman, a Alejandro Bertrand, a Sotelo Narváez quienes se refieren a su empleo por parte de los atacameños. Aportaremos estos testimonios, de gran valía para nuedtro intento.

¿Por qué no se nombra al chañar como un importante "bastimento " o "vitualla" de viaje, en tiempos tempranos de la conquista?.

No deja de ser bastante curiosa esta total ausencia de referencias. No nos parece casual. El fruto del algarrobo es frecuentemente citado, no, en cambio, el del chañar. Hasta ahora, no hemos encontrado cita alguna de la época colonial relativa a su empleo. Y, sin embargo, se sabe que ambos eran usados por igual en los viajes en el extremo norte chileno y en el Noroeste argentino, como lo probarán, sin nombra de duda, las referencias de viajeros de los siglos XIX y XX que aportaremos a continuación. ¿Por qué? Tenemos al respecto una hipótesis que deseamos compartir con nuestros lectores y seguidores.

Una posible explicación.

Esta hipótesis nuestra ha ido adquiriendo fuerza con nuestras lecturas de los cronistas. Almagro (1936) y poco después Pedro de Valdivia (1940), emprenderán la conquista del desierto llevando consigo miles de "piezas de servicio". Estos "yanaconas", cargadores y servidores del ejercito, expedicionario español, eran indios quechuas agregados mayoritariamente en los valles sur peruanos o, reclutados por sus capitanes, en el Collao, esto es, en el Sur de Bolivia actual. Muchos de ellos fueron llevados (¿a la fuerza?) junto a Paullu Inca, el noble cuzqueño que le acompaña como guía y rehén a la vez, en su famosa y malograda "entrada" a Chile. Ahora bien, ninguno de estos indígenas conocía aparentemente el chañar, simplemente por el hecho de no existir ni ser conocido este árbol en sus territorios de origen.

El chañar, árbol frutal endémico del Norte de Chile y extremo NW de Argentina.

En efecto, el chañar es un árbol frutal propio y endémico del territorio norte chileno y noroeste de Argentina. En Chile, prospera bien desde Coquimbo, por el sur, hasta los valles de Azapa y Lluta, por el norte, pero no se da, al parecer, ni se dio nunca en los actuales valles sur peruanos. Mucho menos en el altiplano de Bolivia. Por tanto, las "piezas de servicio" que acompañaron a Paullu Inca y las conseguidas por su capitán Ordóñez para acompañar su refuerzo, nunca habían visto este árbol e ignoraban, por consiguiente, el valor nutritivo de sus semillas. Al no conocerlo, no lo llevan consigo en su primer viaje. Posteriormente, Almagro inicia la retirada desde el valle de Aconcagua y decide regresar al Cusco, después de su fallida conquista de Chile, , tras madura consulta con Paullu Inca y sus servidores, se interna por el desierto rumbo al Salar de Atacama (Tilomonte y Peine). Evita así un nuevo y desastroso paso por la cordillera nevada que ya le había sido fatal en su viaje de ingreso a Chile por el valle de Copiapó, con pérdida de gran número de vidas, incluso españolas, a causa del extremo frío.

Al regreso de Almagro, todas las tribus estaban alzadas y en rebelión.

Cuando Almagro va ya de regreso, los indios atacameños estaban en franca rebelión (los textos dicen "alzados") pues ya se tenía noticia que Pizarro y sus soldados eran sometidos a un furioso asedio en el Cusco por parte de los cuzqueños, y no le daban tregua."En cada luna llena" -dicen los cronistas- atacaban con sin igual furia. La fecha del regreso de Almagro coincide con los meses de invierno, en los cuales la semilla de chañar se encuentra aún verde y, por lo tanto, incomible. Todo el producto de la cosecha anterior se guarda secretamente en sus collcas y depósitos ocultos. Al estar en franca rebeldía, no sólo no entregan de buen grado al caudillo Almagro y sus huestes alimentos y comidas, sino se las esconden sistemáticamente. Por tanto, no hallarán los soldados españoles frutos del chañar en sus árboles, cuya utilidad como árbol frutal por lo demás, aparentemente no llegan a conocer y apreciar, al menos por entonces.

El testimonio de arqueólogos y naturalistas del siglo XIX.

Escuchemos a Eric Boman (1867-1924), notable viajero y arqueólogo sueco, en su obra: Antiquités de la région andine de la Republique Argentine et du désert d' Atacama, (Imprimerie Nationale, Paris, 1908). Recorrió este autor intensamente el territorio del Chaco y gran parte del Noroeste argentino familiarizándose, como pocos, con el modo de vida de los juries, atacameños y otras tribus argentinas del Chaco. Su valor testimonial ha sido particularmente reconocido por los investigadores argentinos.

"[El chañar] es uno de los árboles que hoy todavía tiene cierta importancia alimenticia y seguramente la tenía en mayor grado en la época pre-española. De las frutas de estos árboles se preparaban bebidas alcohólicas. Los indios del Chaco todavía se nutren durante cierta época del año, exclusivamente de la fruta del chañar" (E. Boman (1908), citado en Latcham, 1936: 48; destacado nuestro).

Sotelo Narváez refiere que en su tiempo los naturales del Tucumán tenían grandes algarrobales y chañarales, "de los que estaban llenos sus montes". (In Latcham, 1936: 48).

Nuestro Abate Juan Ignacio Molina, ya lo describe prlijamente y señala que "sus frutas son redondas como las del keule y de muy buen sabor y su madera es sólida, amarilla y de gran utilidad para ebanistas" (cit. en Latcham 1963: 49)."

Que observó el geógrafo Bertrand.

El geógrafo, notable viajero y descriptor del norte chileno Alejandro Bertrand, en su famosa obra: Memoria sobre las Cordilleras del desierto de Atacama i rejiones limítrofes (Imprenta Nacional, Santiago, 1885), señala:

... que en la Puna de Atacama los indios recogen la fruta del chañar "que es del tamaño de una guinda, de sabor dulce y refrescante; es alimento muy gustado por los indios atacameños, quienes hacen de él gran acopio para el invierno, conservándolo cocido", (cit. en Latcham, 1936: 49; subrayado nuestro).

La experiencia directa de Philippi en el desierto.

Rodulfo Amando Philippi es uno de los grandes pioneros entre los primeros viajeros del desierto de Atacama. Atraviesa el territorio atacameño desde la costa de Paposo hasta San Pedro de Atacama, en el verano de 1853 a 1854, acompañado por vaquianos atacameños. En su famosa obra: "Viage al desierto de Atacama" (publicado en Halle, Sajonia, 1860) tiene ocasión de conocer muy de cerca tanto el árbol como sus frutos, y sus formas de aprovechamiento por parte de los indígenas atacameños. En la notable reseña botánica de las plantas que conoce y describe cuidadosamente en el contorno del Salar de Atacama y sus pueblos aledaños señala textuamente:

He aqui nuestra traducción del latín:

90. Gourliea chilensis Clos. Gay II, p.218):

"Este árbol espinoso es muy frecuente junto al pueblo de Atacama (22º 26´lat. m. y 7.400 pies sobre le nivel del mar) y también junto a Chañaral Bajo y en el valle del río Copiapó. Para sus habitantes, sobre todo para los Atacameños, es [planta] utilísima. El fruto, por su tamaño color y sabor es más semejante a un dedo que cualquier otro fruto que yo haya conocido, pero [es] de carne más dura, más coriácea, la cual se adhiere al núcleo [o semilla]; no sólo se come estando maduro, sino también se seca y en las jornadas de viaje tanto a los hombres como a las mulas les resulta un alimento agradable. Los núcleos [semillas] son guardados con todo cuidado en el pueblo de Atacama. Son también molidos en los molinos y suministran una harina apta para los misms fines que el fruto, pero yo personalmente no la probé." (traducción y subrayado nuestro).


Análisis del aporte etnográfico de Philippi:

Si analizamos este hermoso texto, podemos concluir varias cosas, fruto de la paciente y esmerada observación personal del viajero alemán y de su amena y sostenida conversación con los arrieros atacameños durante el trayecto que le conduce a Peine:

a) el chañar es un árbol espinoso, sumamente abundante junto al pueblo de San Pedro de Atacama (vea fotos);

b) Para los atacameños representa una planta de enorme utilidad;

c) No sólo se le come en su estado de madurez, sino también se le guarda seco;

d) es utilizado en los viajes como alimento de hombres y mulas de carga;

e) En Atacama (pueblo) se le conserva y guarda con especial cuidado;

f) También se le muele y se hace harina de él.

Lo único que le faltó aquí agregar a Philippi -para ser totalmente exacto- , fue que de esta harina se hacía panes, tal como lo refieren explícitamente el cronista temprano Mariño de Lobera, descriptor del viaje de Almagro, refiriéndose a los atacameños de Jujuy y, en el siglo XX, hacia el año 1920, el geógrafo norteamericano Isaiah Bowman, como quedó dicho más arriba.

Conclusiones.

a) no puede dudarse de que los antiguos atacameños y aymaras, de las antiguas dos provincias chilenas de Tarapacá y Antofagasta, utilizaron y aún utilizan profusamente el fruto del chañar tanto como alimento y cocaví en sus viajes y desplazamientos, como comida en forma de pan o de bebida (aloja de chañar). Sobran los testimonios al respecto.

b) Las fuentes peruanas (antiguas o actuales) no se refieren a esa árbol frutal por no existir en sus ecosistemas.

c) La extensión y distribución máxima septentrional de esta especie alcanza hasta el valle del río Lluta. Tampoco penetró en la puna boliviana (El "Collao" de los españoles).

d) Los cronistas españoles que venían del Perú con gran acompañamiento de indígenas quechuas, no conocían, por tanto, este arbol y su utilidad alimenticia. Por tal motivo, no se refieren a él ni lo utilizan.

e) Los indígenas yanaconas de las expediciones hispanas, igualmente de raza y cultura quechua, tampoco reconocían esta especie como comestible. Si la hubieran conocido y utilizado, los españoles les habrían, de seguro, imitado en su uso y empleo, tal como aprendieron de ellos muchas otras costumbres alimenticias autóctonas (maíz, papas, ají, charqui de llamo, calabazas, zapallo).

f) En la zona atacameña y aymara ha seguido empleándose hasta el día de hoy, decayendo lentamente su popularidad al preferirse otros frutales de origen europeo, de mayor productividad y de mayor demanda en el mercado moderno.

g) El uso medicinal del arrope de chañar como excelente expectorante en casos de catarro o resfrío, es aún frecuente en la actualidad, particularmente en todos los pueblos de la zona atacameña y en la ciudad de Calama, tanto entre los grupos de raigambre indígena, como entre los mestizos.











miércoles, 24 de agosto de 2011

Rodulfo Amando Philippi y las neblinas costeras: un botón de muestra de su capacidad de observación .


Nos proponemos en este nuevo capítulo del Blog aportar algunos ideas de este gran sabio alemán afincado en Chile a mediados del siglo XIX (llegó en el año 1851 a la región de Valdivia), sobre el influjo de las neblinas costeras o camanchacas sobre la vida vegetal de la franja litoral. El área sobre la cual don R. A. Philippi nos informa con gran prolijidad y detalle es más bien pequeña: se trata del área costera desde Taltal-Paposo hasta la Punta Miguel Díaz por el Norte (Coordenadas 24º 15¨S y 25º 26¨S respectivamente), es decir a lo largo de un trayecto de aproximadamente unos 130 km de franja costera. Philippi, por tanto no tuvo ocasión de conocer el sector extremo norte de la niebla (N. de Antofagasta, Iquique, Arica), por estar estos territorios situados ya en gran parte en territorio peruano de entonces, ni tampoco, la zona al Norte de la ciudad de La Serena sector del Cordón Sarcos (El Tofo, Chungungo). Tambien, aunque muy brevemente, nos informa sobre la escasa vegetacion y signos de vida presentes en el macizo de Cerro Moreno, hacia los lat. Sur.

Fig. 1. Elegante esquela de invitación extendida a académicos y amigos del sabio con motivo de cumplir éste los 90 años de edad (1808-1898), con la efigie del sabio alemán y firmada por prominentes figuras del país. En dicha ocasión se le hizo entrega de una medalla commemorativa y un libro con numerosas firmas de académicos adherentes al Acto, el que se realizó en la sede de la Universidad de Chile, (copiado de la reedición reciente del Viage al desierto de Atacama, 2008: Introducción, pág. li).


Fig.2. Foto del sabio tomada de Internet (Wikipedia).


Fig. 3. Fragmento ampliado de la esquela mostrada en nuestra Figura 1.
Fig. 4. Reproducción de una fotografía del sabio en la citada reedición de su obra, "Viage al desierto de Atacama", hecha en el año 2008, Introducción, pág. l.

En busca de primicias científicas en Philippi.

He podido dedicar algunas gratas horas a explorar y rescatar "perlas preciosas" ocultas en la obra magna de R. A. Philippi: su Viage al desierto de Atacama (Halle, Alemania, 1860). Realizado entre fines del año 1853 y 1854 con el apoyo decidido del gobierno chileno, esta epopeya en el desierto, en el por entonces "extremo norte" del territorio chileno, constituye una cantera de conocimientos y observaciones de primera mano, en una porción del territorio casi totalmente desconocida por entonces, salvo para audaces mineros, aguerridos cateadores o infatigables comerciantes atacameños. Allí campean una botánica riquísima, plena de especies nuevas que él mismo describirá minuciosamente, una zoología sumamente extraña, retazos de etnografía chilena con datos de primera mano sobre changos y atacameños, y, por fin, una mineralogía y geología producto de su observación directa y de los datos de terreno que le aportara su esforzado guia el cateador minero don Diego de Almeida, que a pesar de su energía, frisaba por entonces los 73 años.

La obra de Philippi: venero de sorpresas.

Debo confesar que cada vez que me sumerjo absorto en la obra de Philippi, encuentro nuevos atisbos, nuevos "descubrimientos" , nuevas sugerencias e incluso, nuevos desafíos para la investigación. Enemigo de la super-especialización, enfermedad crónica de los académicos del presente, Philippi se desenvolvía con igual maestría en botánica (que fue su principal expertise), en geología, mineralogía, zoología o geografía. Incluso incursiona con éxito en el campo de la lingüistica atacameña, aportándonos un vocabulario valiosísimo para el estudio de la por entonces moribunda lengua kunsa. Era un "naturalista", o sea un experto en "ciencias naturales" en el sentido más pleno de la palabra, de aquellos que hoy casi ya no existen en el planeta.


Pero era un "naturalista" que incursiona con el mismo interés y entusiasmo en el campo de la cultura humana, de la sociabilidad humana, del intercambio cultural. ¿Qué botánico o ecólogo hoy día se preocuparía de consignar un vocabulario de una lengua amazónica, en vías de extinción?. Ninguno, por cierto, por no tener la mínima preparación para ello. Pero Philippi lo intentó y lo logró, para gran júbilo de los antropólogos y de los lingüistas de hoy. En esto ciertamentre Philippi aventaja notoriamente a la inmensa mayoría de los cientificos de hoy, generalmente provistos de potentes "anteojeras" que le impiden ver "otras realidades" que no tocan directamente su pequeña parcela del saber. ¿Qué entomólogo de hoy se preocuparía de describirnos con detalles y minucias, el modo de vida de los changos junto a Paposo?. Philippi lo hizo, lo hizo bien y le estamos agradecidos por ello.

Un sabio que ve la realidad en todas sus dimensiones.

Y esta capacidad de captar y entender todo lo que ve a su paso, lo convierte en un testigo extraordinario, capaz de ofrecernos una fotografía viviente y palpitante del paisaje de su época y de los seres vivos, incluyendo los grupos humanos, que lo habitaban entonces. Para nosotros, Philippi fue a no dudarlo, un notabilísimo eco-antropólogo, pues supo entender a los grupos humanos que conoció y trató en su memorable viaje en el contexto de su propia "morada" terrenal: la totalidad de su eco-sistema. Con el mismo ardor y simpatía nos habla del meteorito de Imilac, de los petroglifos cerca de San Bartolo , de las mujeres que han quedado solas en Peine, mientras sus maridos andan lejos cazando chinchillas, o de sus arrieros atacameños y sus mulares. Todo lo dibuja y/o describe minuciosamente. Nada escapa a su ojo perspicaz.

El estudio de la Naturaleza.

Nos proponemos aquí extractar y reproducir algunas de sus ideas y comentarios a propósito de la camanchaca costera y sus efectos benéficos en la vida natural obtenidas en el extremo sur de la provincia de Antofagasta. Estas frases corresponden a aquella parte de su obra dedicada a la descripción de las numerosas especies botánicas que colectó durante su viaje y que, como era habitual en su época, fueron por él redactadas en lengua latina. Antes de entrar en materia, sin embargo, queremos dar a conocer al público en general y a nuestros estudiantes un documento extraordinario del sabio, que con el título de "El estudio de las ciencias naturales" se conserva hoy , escrito de su puño y letra, en la Liga Chileno-Alemana.

La naturaleza obra y reflejo de la grandeza divina.

Este texto, de una riquísima enjundia, es poco conocido y ha sido muy poco comentado entre los círculos académicos actuales, tal vez por el hecho de rezumar una fe profunda en Dios, fe que su estudio de la naturaleza no hizo sino profundizar y aquilatar. La ciencia actual acerca de la Naturaleza, cada vez más secularizada a partir del Renacimiento y aislada de sus raíces espirituales y religiosas, no suele hacer mención de su autor contentándose con escrutar sus secretos más profundos, los que reconoce cada vez más recónditos y maravillosos. Ha dejado en manos de la Filosofía y de la Teología el hurgar en pos de sus orígenes más íntimos y secretos.

He aquí el texto escrito por Philippi con su cuidada y exquisita caligrafía:

Fig. 5. Este texto, aunque consta sólo de 16 líneas, es una hermosa y emotiva oda al Creador, una elegía a las obras de la Naturaleza como salidas de las manos de un Dios omnipotente. Fiel reflejo de la profunda convicción religiosa de su autor quien ve en todo momento la acción divina entre sus creaturas.


Las nieblas costeras y sus efectos sobre la flora local.

En el texto latino que señalamos aqui, anota Philippi sus observaciones so0bre las neblinas costeras o camanchacas.

Fig. 6. Extracto de la sección "Florula atacamensis seu enumeratio plantarum in itinere per desertum atacamense observatarum", (págs. 175-180 del original de 1860, publicado en Halle, Sajonia).

Traducción nuestra.

"En la flora del desierto de Atacama debemos distinguir tres regiones: es decir, la litoral, la paposana y aquella del interior del desierto. Las plantas litorales nunca se alejan mucho del mar, buscando las partes salinas o la humedad del aire o del suelo. Bajo el nombre de la región paposana comprendo yo [las áreas] donde en una elevación entre los 500 y 1.000 pies [ esto es, entre los 100 m y 300 m) sobre el nivel del mar y durante nueve meses al año, se ven suspendidas fuertes nieblas [nebulae] y caen lluvias tenues a las que los españoles llaman "garruga" [sic por garúa] como también hay pequeñas vertientes en estrechos valles o entre las rocas donde se crea una vegetación bastante rica. Pero resulta muy curioso el hecho de que ni hacia el Norte de estas región [de Paposo] ni tampoco hacia el Sur donde las condiciones físicas de la costa parecen ser las mismas, las montañas del litoral gozan del mismo beneficio de las neblinas y de las lluvias, de las que depende la vegetación...." (1860: 177, edición 2008: 228).

En otro lugar, denominado Agua del Clérigo, anota Philippi:

"En las dos noches que pasamos cerca del Agua del Clérigo [25º 25´S] cayó una neblina densa y aún garúa. Esto sucede en la costa a cierta elevación, casi todos los días, durante nueve meses al año, y explica la abundancia comparativa de la vegetación" (edición 2008: 30). (Nota: el fenómeno ocurre a mediados del mes de Enero del año 1854).

Philippi trepó solo a los cordones de cerros del macizo de Cerro Moreno partiendo de Mejllones, visitando de paso algunas antiguas guaneras del área. Según el mismo lo relata (edición 2008: 44) la ascensión fue durísima y el resultado de sus pesquisas en ese sector norte del macizo, fue más bien magro. Algo le llamó muchísimo la atención: la presencia de senderos de guanacos (Lama guanicoe) hacia los 500 m de altitud allí donde nos dice no había planta alguna viviente.

Lo relata del modo que sigue:

"No había en todo ese trecho el menor vestigio de una planta o de un insecto, pero si millares de caracoles [i.e. conchas] vacíos del Bulimus xerophilus Ph. ¿Dónde viven estos caracoles y qué comen?, Creo que durante todo el tiempo de sequía se esconden en la tierra, saliendo sólo cuando el aire está humedo para comer los líquenes que cubren a menudo los fragmentos mayores de granito. Tal vez hay también en los meses de invierno neblinas en estos cerros, que producen una vegetacion efímera de plantas anuales, plantas con cebollas, etc. ..." (edición 2008: 44; destacado nuestro).


Y un poco más allá, agrega:

"En esta loma me tope con el sendero que toman los guaneros para llevar la leña de quisco de la cumbre del morro a Angamos. Este morro se levanta en forma de un pequeño cono de una grada elevada como 650 metros. En esta altura, se muestra alguna vegetación: quiscos del género Cereus, la Eulychnia brevifolia....Muchas matas estaban enteramente secas. Me admiré mucho de encontrar aquí rastros y estiércol de guanacos. ¿Hay acaso más vegetación en los meses de invierno?. Me sentí demasiado cansado para subir el último cono, que era muy parado, y me contenté con rodearlo ...." (edición 2008: 45; destacado nuestro).

Philippi roza, sin alcanzar a verlo, el extremo septentrional del oasis de niebla de cerro Moreno.

Lástima grande que el viajero no hubiera podido avanzar hasta la cima mayor del macizo del Cerro Moreno, que se encuentra hacia los 3.560 pies de altitud y a unos 39 km en línea recta hacia el sur. Hubiera así tenido a la vista el sector extremo sur del macizo donde, a barlovento, entre los 800 a 900 m de altitud, se da una rica y variada vegetación con presencia de verdaderos bosquecillos de centenares de enormes Eulychnias totalmente cubiertas de líquenes o "barbas de viejo". Esta zona la visitamos en agosto del año 1964 y en ella nos tocó ver pastando a cuatro ejemplares de guanacos, entre ellos un chulengo (Larrain, H. cita en Etnogeografia, Colección de Geografía de Chile, Instituto Geográfico Militar, Vol. XVI, 1984: 69). Aquí su alimento principal eran, a lo que creemos, las hermosas formaciones de líquenes colgantes, casi siempre presentes en los cactus elevados.


En otras palabras, Philippi visitó muy de pasada el extremo norte del macizo de cerro Moreno, sin alcanzar su cima y, lamentablemente, tampoco llegó a conocer el oasis de niebla propiamente tal. Éste, y su enorme riqueza de especies vegetales, líquenes e insectos, especialmente tenebriónidos, se encuentra exactamente a casi 40 km mas al sur, y a altitudes visiblemente superiores a las alcanzadas por el explorador en aquellos primeros dias de enero del año 1854.


Las neblinas costeras según lo verifica Philippi.

a) duran unos nueve meses en el año. Pueden ocurrir incluso hasta el mes de Enero.

b) mojan la franja del litoral desde los 100 m hasta las cimas de los cerros algunos de los cuales se elevan hasta los 1.000 m. de altitud;

c) adquiere la forma de una fina llovizna, frecuentemente durante la noche;

d) ocurren solamente en la estrecha franja litoral pero pueden penetrar por las partes bajas de algunos valles hacia el interior;

e) permiten la presencia de una variada vegetación y de algunas pequeñas aguadas, de agua dulce, situadas entre los 250 y 300 m de alltitud s.n.mn.;

f) su presencia queda restringida sólo a algunos sectores de la costa, lo que motiva su gran sorpresa.

g) su máxima densidad corresponde al área de Paposo donde el investigador encuentra y clasifica gran cantidad de especies vegetales, no pocas de ellas nuevas para la ciencia mundial y que portan su nombre (Phil).

h) La neblina es densa y mojadora sólo a partir de cierta elevación por sobre el nivel del mar.

(capítulo en elaboración; 23/08/2011).